Secretos Anales De Carla 1: Vegetales y placeres

Carla, una berenjena, su culo y mucho lubricante. Aquí os dejo un relato real, de una chica real a la que le gusta el placer anal, y que no tuvo reparos en contarme una de sus sesiones anales.

Mi nombre es Carla, y soy una mujer normal. Sí, normal. De esas que vez cada dos por tres en la calle, el metro, en tu trabajo. Podría ser tu amiga o tu hermana. Ahora mismo podría estar sentada a tu lado en el tren, y apuesto que no notarias que mientras finjo leer un libro, tengo un consolador de goma encajado en el culo. Eso lo suelo hacer muy a menudo. Lubrico bien mi culo, tomo un plug anal de los muchos que tengo y lo meto en mi ano. A veces tengo que masturbarme un par de veces antes de vestirme y salir a la calle. Es una experiencia genial.

Ahora mismo acabo de llegar, fui al centro de la ciudad a caminar un rato. Me senté en un banco y vi pasar a la gente, pensando que también alguno de ellos podría estar ocultando secretos tan perversos como los míos.

De vuelta pasé por una frutería. Me tomé mi tiempo para elegir los productos que me dispongo a usar ahora, hoy me apetecían berenjenas. Tomé varias de diferentes tamaños, también cogí una docena de naranjas, que nunca están de más. Tendré una tarde movidita, pero no se preocupen, cuando termine mis labores anales, les contaré todo con lujo de detalle.

Besos, Carla.

Ciertamente, Carla era una mujer de apariencia normal. De esas que no son ni muy bonitas ni muy feas. Lo que le hace pasar desapercibida en la mayoría de los casos.  Hace ya un año, comenzó a dar rienda suelta a sus deseos más profundos, a estas alturas era una yegua desbocada en las sendas del placer. Vivía sola, lo que le permitía gozar con tranquilidad de su cuerpo. A pesar de sus gustos personales, las veces que ha estado con otra persona, nunca los ha revelado. Desea que alguien los descubra por si solo, en ese momento se entregará totalmente a quien lo haga.

Después de dejar de escribir en su blog secreto, se puso de pie y se desnudó. Con suavidad extrajo el plug de su ano dilatado y palpitante. Era una sensación de vacio liberador que pedía ser perpetuada. Lamió la goma con fruición mientras caminaba hacia la habitación contigua. Allí tenía dispuestos varios objetos para su disfrute.

Sentía cierto respeto y temor hacia su vagina, por eso nunca metía cosas demasiado grandes ni la forzaba en demasía. Pero su culo era otra cosa. Le fascinaba llevarlo al límite, forzarlo hasta la extenuación. Más de una vez ha caído al borde del desmayo por culpa de algún estremecedor orgasmo anal, los cuales eran tan frecuentes y fáciles de conseguir como uno vaginal o clitoriano. Sin embargo, aunque deseosa de ello, nunca se mostraba muy presta al sexo anal con sus parejas, era parte de su juego.

Se echó en la cama con las piernas abiertas y sin más comenzó a masajear su clítoris. Siempre iniciaba de la misma manera. Lo frotaba con suavidad y esmero hasta que el orgasmo afloraba. Su coño se inundaba de líquido viscoso el cual ella cataba golosamente con sus dedos. Pero esta vez no quería trabajar su coño. Los recorridos que hacía con el plug en su culo, le abría un voraz apetito anal.

Metió los dedos en un tarro de lubricante mientras se paraba de la cama para ponerse en cuclillas en el suelo. Engrasó sus nalgas, frotó su ano, introdujo los dedos hasta el tope. Primero metió un dedo que entró sin pena ni gloria. Luego metió dos más y antes de un minuto, empujaba sus cinco dedos con fuerza para dilatar su hoyo.

Presionó con fuerza hasta que sintió los nudillos entrar. Un placentero gemido salió de su boca.  Hace seis meses, ejecutar ese mismo proceso le tomaba más de media hora, pero con la práctica, ahora podía meter toda su mano en la mitad de tiempo.

Se metió y sacó la mano entera varias veces, mientras se miraba en el espejo que hacia de puerta en su armario. Le encantaba verse. Aunque tenía una vasta colección de dildos, vibradores, plugs y demás parafernalia erótica, le gustaba experimentar con objetos irregulares, principalmente  frutas y vegetales. Tomó la más pequeña de las berenjenas, la podía abarcar sin problemas entre su dedo pulgar y mayor, no era más grande que una polla en condiciones. Engrasó el vegetal y lo metió de un golpe en su culo, el tacto suave y resbaladizo eran perfectos para sus propósitos. Mantenía la mano fija, mientras subía y bajaba su culo. El calentamiento había terminado, era hora de entrar en materia.

Sin sacarse la berenjena del culo, tomó otra, ésta era mucho más grande que la primera. No podía abarcarla en su mano derecha, quedaba un espacio de casi cuatro dedos. Ella sonrió. Liberó su hoyo de la primera berenjena. Metió los dedos en el tarro de lubricante y tomó una excesiva cantidad de grasa. Puso parte en el enorme vegetal, y la otra la distribuyó bondadosamente en su orificio. Se masturbó un poco con los dedos, el ojete estaba tan dilatado que producía unos sonidos viscosos bastante sonoros. Carla se vio al espero. A pesar de no tener nada encajado en el ano, éste seguía abierto. De su coño fluían hilillos de líquidos vaginales. Estaba totalmente impregnada de placer.

Levantó sus talones y con ambas manos posicionó la berenjena a la entrada de su resbaloso culo. Tomó aire y empujó con fuerza apretando los dientes, el hoyo se negaba a recibir a semejante intruso, pero ella insistía con fuerza hasta que sintió con doloroso placer que su ano se expandía. La parte más estrecha de la punta se abría camino, Carla aflojó un poco la presión por un breve instante, para acto seguido empujarse la berenjena con más fuerza. La parte intermedia –la más ancha- entró abruptamente « ¡SÍ! ¡Oh Dios mío!» presionó un poco más hasta que su recto no pudo admitir un centímetro más del vegetal.

Su respiración era agitada. Estaba al límite de la excitación. Se puso de pie, le era imposible tener las piernas cerradas. Su culo estaba  lleno, al tope. Le temblaban las rodillas, tenía el pulso acelerado. Se acostó en la cama bocabajo, tomó un pequeño vibrador – del tamaño de un dedo más o menos- y con cierta dificultad, lo metió encendido en su coño. Después cogió un grueso consolador de goma y se lo metió en la boca hasta casi atragantarse con el. Estaba totalmente llena.

Deseaba fervientemente poder compartir esa experiencia con alguien. Deseaba un hombre que le sometiese a esos suplicios y a cualquier otra vejación que se le antojase. Los deseaba. Pero nadie –aún- había podido adivinar sus pasiones más profundas, y ella no estaba dispuesta a ponérselo fácil a nadie.

El orgasmo estaba cerca. Frotaba su clítoris henchido casi con furia descontrolada, mientras sus gritos quedaban atragantados entre la carne y la goma en su boca. « ¡Ya viene, ya viene!» se repetía mentalmente, a la vez que percibía el calor de su orina en las manos. El orgasmo fue simplemente brutal. Se sacudió en la cama como una posesa, hasta quedarte totalmente quieta, semiinconsciente, flotando en el mar del placer. Hizo un último esfuerzo y expulsó -sin ayuda de las manos- la berenjena de su culo. El hoyo dilatado y deformado palpitaba al igual que su coño. Sacó el vibrador de su vagina y se quedó rendida ante el sueño.