Secreto de Familia: Rita 1
Mi descubrimiento de la sexualidad, como de tantas otras cosas, vino de manos de mi hermana.
Entré en la habitación, me desabroché dos botones de la camisa para estar más cómoda, lo que provocó algunas miradas sobre mi escote, tomé aire, me armé de valor y dije: ¡Estoy embarazada! Mi hermana fue la primera en llegar hasta mí para abrazarme. ¡Enhorabuena!, me dijo y me besó en la boca. No fue un beso casto, propio de hermanas, su lengua rozó la mía. Tras ella mi cuñado hizo lo propio. Aquí el morreo se produjo sin ningún recato. Estaba muy contento, lo que era normal: él era el padre.
Parecía que mi vida oscilaba entre periodos de locura, en la que cualquier cosa podía pasar y otros de normalidad aparente, que en realidad solo eran una tensa espera hasta la locura siguiente. Unos meses antes mi rutina era convencional, tenía mi trabajo como profesora en un instituto, mi novio, que aparte de ser algo más joven que yo y, por añadidura, haber sido alumno mío, no se diferenciaba de cualquier novio de cualquier chica, mi familia, cuyas extravagancias de los años anteriores parecían ir olvidándose, envueltas en una bruma que me hacía dudar si todo aquel desenfreno había ocurrido de verdad o solo lo había soñado, en definitiva, tenía una vida normal. Pero entonces mi hermana tuvo que tener una niña. Era mayor y desde muy pequeñas siempre había querido tener lo que tenía ella. La ropa, los juguetes, el novio… y ella lo había compartido (todo), alagada de ser mi líder, mi modelo a seguir. Ahora había sido madre y yo me moría por serlo también. Mi novio, sin embargo, alegaba no estar preparado para algo así. Y yo lo entendía. Los 6 años de diferencia entre los dos nunca se habían interpuesto en nuestra relación hasta entonces. Yo me acercaba a la treintena y el reloj biológico comenzaba a sonar, él, con “vintipocos”, pensaba en cualquier cosa menos en eso. No podía reprochárselo, pero seguía queriendo ser madre, y si no podía serlo con él, lo sería sin él.
La verdad es que hasta entonces no había pensado en tener hijos. Mi relación anterior había sido con otra chica en la universidad. Para ella era el típico experimento erótico, la recurrente iniciación sexual ambigua de progres universitarias que prueban las drogas y el lesbianismo antes de “sentar la cabeza”. Para mí no. Yo la quería, o eso pensaba. No me gustaban las drogas y tenía claro que era bisexual, desde que me masturbaba con mi hermana viendo la escena del trío chica-chico-chica de una película porno que se había dejado olvidada mi padre después del divorcio. No necesitaba “experimentar”, ya había “experimentado” bastante en los años anteriores, para mi aquel amor sáfico era “sentar la cabeza”, por eso me dolió que al acabar nuestra etapa universitaria se disolviera en la nada. Luego en mi primer año en el instituto como profesora (la profe nueva, la guay que aprueba a casi-todo el mundo, la jovencita, la buenorra en cuyo honor todos los chicos se hacen pajas) había conocido a Mario. Primero había sido mi alumno favorito, al acabar el año se había convertido en mi amante y luego en mi novio. No pensé en la maternidad en todo ese tiempo, ni se me pasaba por la cabeza. Ahora veía la intensidad de lo que tenía mi hermana y sentía que yo también lo necesitaba. Mario, esto no funciona, le dije una noche. Queremos cosas distintas. Es normal, no es culpa tuya, pero deberíamos dejarlo.
Después de romper mi hermana se volcó conmigo como hacía siempre. Era la hermana mayor, la protectora, la que cargaba sobre sus hombros el peso de la familia y del mundo si era preciso. Era guapa, morena, simpática, carismática… Llevaba media melena y sin estar gordita tenía curvas y unas tetas grandecitas, herencia de mi madre. Yo era un poco más alta, llevaba el pelo algo más claro y un poco más largo y estaba más delgadita. Cuando nuestros padres se divorciaron y mi madre se hundió ella hizo lo necesario para sacarnos adelante, utilizando todos sus recursos. Lo que era suyo era de la familia, pero a la vez seguía siendo suyo. Por eso me atreví a insinuárselo, aunque hacía mucho tiempo de todos aquellos sucesos: He de pediros algo muy importante para mí, les dije a los dos, mi hermana y su marido. Quiero tener un hijo. He pensado que Julio debería ser el padre.
Mi descubrimiento de la sexualidad, como de tantas otras cosas, vino de manos de mi hermana. Ella tenía 14 años y yo 12 cuando se echó novio. Un fin de semana lo invitó a nuestra casa. Cuando esa noche abandonaron la vigilancia paterna para encontrarse en la habitación de ella y besarse los espié con curiosidad. No sabía porque juntaban sus bocas como había visto en las escenas románticas de las películas, pero me humedecí mirándoles. Eso era antes del divorcio de mis padres, antes de la depresión de mi madre y de la locura que todo eso provocó, antes del desenfreno que cambió mi vida para siempre, cuando la mía era todavía una familia conservadora normal. Los espié en alguna ocasión más a lo largo de los siguientes años. Ellos o no me descubrían o fingían no darse cuenta. Una noche, después de ver una película algo subidita de tono en la tele se vino a mi habitación un rato, como hacíamos a veces, antes de irnos a dormir. Hablamos de sexo, me contó algunas experiencias con Julio, que se la había mamado, por ejemplo. Yo escuchaba atónita. Debía tener 16 años y yo 14. Me preguntó si me masturbaba. Sincera respondí que no. Me dijo que iba a enseñarme, se bajó el pijama, quedando desnuda, porque dormíamos sin ropa interior, se llevó la mano a la entrepierna y se frotó el clítoris. Luego deslizó su dedo índice entre los labios de su vagina. Intenté imitarla con algo de torpeza. No, así no, me dijo y alargó su mano hasta mi rajita. Las sensaciones que me provocó fueron bestiales. Cuando consideró que ya había aprendido, me dejó y siguió con su propia pajita. Yo también lo hice, esta vez mejor, y nos corrimos juntas, tocándonos una frente a la otra. Desde entonces nos masturbamos juntas con cierta frecuencia, pero no volvió a tocarme en aquellas ocasiones. Yo deseaba que lo hiciera, pero no me atrevía a pedírselo. Entonces llegó el divorcio.
Decir que la separación de mis padres fue traumática sería quedarse cortos. Como en las malas teleseries mi padre nos abandonó por su secretaria joven, guapa y superficial, dejando a mi madre, cuya vida había sido su matrimonio, hundida y desesperada. Se marchó llevándose todas sus cosas y lo único que dejó olvidado fue una vieja película porno en vhs que tenía escondida en el fondo de un armario para que mi madre no la viera. María y yo la encontramos y la pusimos un día, por curiosidad y para no oír los llantos de nuestra madre de sonido de fondo. Era el típico porno americano de los 80, las escenas de parejas o tríos follando se sucedían entre diálogos sin mucho sentido, que pasábamos rápido con el mando a distancia. Penes enormes y pechos de silicona llenaban la pantalla. Después de un polvo heterosexual del que me sorprendió que una polla tan grande pudiera entrar en la vagina de una mujer, llegó una escena de lesbianas. Mi hermana iba a pasarla rápido pero la detuve. No eran camioneras sino chicas guapas (al estilo plastificado del resto del reparto) y femeninas, que se comían las chichis con gusto, con tranquilidad, con oficio. Otra penetración vaginal más y vino la escena que me fascinó. Era un trío de un chico con dos chicas. No tenía nada de particular, pero yo ni había imaginado con 15 añitos que algo así fuera posible. Las chicas disfrutaban tanto besándose entre ellas como besándole a él, tanto chupándose las tetas como a él la polla. Me pareció maravilloso, a pesar de lo sórdido de estas producciones. A María también le gustó y comenzó a meterse el dedito mientras miraba. Yo hice lo mismo. La película terminaba con una penetración anal y corrida en la cara, pero para terminar de masturbarnos volvimos a la escena del trío. Desde entonces la cinta se quedó parada por ahí y era el fragmento que siempre veíamos cuando queríamos hacernos pajitas.
Desde la marcha de papa, nuestra madre parecía haber dimitido de sus funciones como tal, dedicándose en exclusiva a la autocompasión. Esto tenía cosas buenas, como que hacíamos lo que nos daba la gana. María, por tanto, tenía siempre metido a su novio en casa, sin vigilancia ninguna, y se enrollaba con él en su cuarto sin molestias. Ni siquiera se molestaban en cerrar la puerta, confiados en que mama les ignoraría, de modo que me era muy fácil espiarles, cosa que hacía más por curiosidad y aburrimiento que por morbo. Normalmente se limitaban a besarse o, como mucho, a masturbarse mutuamente sin quitarse la ropa. A veces incluso, Julio le comía las tetas a mi hermana. Ese día, sin embargo, dieron un paso más y ella le hizo una mamada, como me había confesado que hacía a veces. Esta vez mi excitación sexual se disparó como loca. Ver a mi compañera de juegos con los labios alrededor del pollón de su chico me enervaba. Imaginaba que era yo la que lamía aquel miembro enhiesto. Luego, que eran mis genitales los que María chupaba. Deslicé mis dedos en el interior de mis bragas y comencé a tocarme. Casi ni respiraba para no ser descubierta. Mi corrida y la de Julio en la cara de mi hermana fueron simultáneas. Mi mano empapada por mis jugos y su rostro manchado por el semen de su macho fueron mis últimas visiones antes de retirarme.
Desde entonces les espiaba siempre que podía y me corría mirándolos. No me planteaba si estaba bien o no, simplemente lo hacía. Un día su conversación fue aún más perturbadora que sus actos: Creo que deberías acostarte con mi madre, le decía María a Julio. Estás loca, respondía él. ¡Eso resolvería todos nuestros problemas!, insistía ella. En resumen, por lo que creí entender escuchando tras la puerta, mi hermana había concebido la absurda idea de que, si mi madre se “vengaba” de mi padre, acostándose con otro, particularmente más joven que ella, recuperaría la moral y todo volvería a una relativa normalidad. Y por lo visto no tenía a otro joven más a mano que su propio novio. Últimamente estaba muy hippie, pero aquello ya era pasarse. Además así Julio adquiriría experiencia para ser mejor amante a la hora de “estrenarla” a ella. Una lógica aplastante, vaya. Creo que el chico no se la tomó muy en serio y, dando por terminado el debate, comenzaron a enrollarse como solían. Yo eché mano a mi entrepierna y me dispuse a disfrutar mirando. María ya le estaba chupando el pito cuando de repente me sorprendió. No sé cómo pudo verme, concentrada como estaba en “lo suyo”, pero de pronto dio un salto, abrió la puerta y me pilló, literalmente, en bragas. Trate de balbucear alguna escusa, aterrorizada por la confusión, pero ella no me dio opción, me agarró por el brazo y me metió en la habitación. Julio seguía tumbado allí, con la polla al aire, tan perplejo como yo. Mi hermana debió verme tan nerviosa que se apiadó de mi y le quitó hierro al asunto, diciendo de era normal, que tenía curiosidad, que no pasaba nada, etc. Verla tan dulce me tranquilizó. ¿Te gusta?, preguntó de repente señalando el miembro de su chico. No supe que contestarle. Me cogió la mano y la acercó a ese mástil erecto. Puedes tocarla, dijo. Antes de que me diera cuenta le estaba haciendo una paja. Añadió que me enseñaría a chuparla y puso la boca en la punta mientras yo seguía meneándosela por la base. Luego me pidió que la besase yo. Le di un piquito en el glande. Estaba feliz de que me hubieran pillado, aquello era como un sueño. Se la chupamos entre las dos. Luego él le comió el coño a ella y me masturbó a mí. Se corrió en nuestras caras y mi hermana y yo nos repartimos su esperma a lengüetazos. Aquello me recordaba a la película porno. Nos besamos mientras nos corríamos. Metí la lengua en la boca de María, de mi propia hermana, le mordí los labios, me apreté contra sus tetas… fue mi mayor orgasmo hasta el momento.
Esa misma noche María entró en mi habitación diciendo que quería hablar de lo ocurrido. De nuevo intenté disculparme, pero me cortó afectuosa y se disculpó ella. No debí ponerte, me dijo, en una situación así. Le resté importancia y le confesé que su novio tenía una buena polla. Reímos juntas. Luego me habló del beso entre nosotras. Dijo que no quería que las cosas “se pusieran raras”. Llegaba tarde, ya eran rarísimas, había besado a mi hermana con lascivia y se la había chupado a su novio. No obstante fingí normalidad y le resté importancia: solo jugueteamos un poco, dije con aire indiferente. Sonrió y me besó en la mejilla. Su cercanía me calentó de nuevo. Me preguntó si me apetecía que nos hiciéramos unas pajas, le dije que sí y pusimos la película. La escena era la de siempre, con más morbo ahora porque acabamos de representar una parecida en su cuarto, pero yo la miraba más a ella tocándose que a la pantalla. Estaba preciosa con el rostro congestionado por el placer. No pude aguantarme y le toque las tetas. No me apartó la mano, sino que me las empezó a tocar a mi ella también. En un momento dado giró la cabeza, acercó sus labios a los míos y nos besamos de nuevo. Cuando juntamos nuestras lenguas creí morirme de placer.
Desde entonces las sesiones conjuntas de masturbación en las que nos “ayudábamos” a corrernos se hicieron frecuentes. Contra lo que mi hermana pretendía las cosas estaban raras, muy raras, y se iban a poner más raras aún. Unos días después estábamos viendo una película las tres con Julio y una escena me encabronó. Un tío maduro le era infiel a su mujer con una jovencita, lo mismo que había hecho mi padre. Comenté que todos los tíos son unos cerdos. Esperaba la típica respuesta auto exculpatoria de los hombres por parte de mi futuro cuñado: no hay que generalizar, no todos somos así, o algo parecido, pero quien habló fue mi hermana. Comenzó con su mierda hippie de amor libre, que si papa se tiraba a otra, que mama se tirase a otro y ya está. A Julio, por ejemplo. Como yo sospechaba esa barbaridad no se le había ido de la cabeza. Mi madre se ruborizó y dijo que tenía sueño. Al levantarse movió la sabanita que nos tapaba y me di cuenta que la muy loca de María le estaba haciendo una paja a su novio al lado de mama. Cada día estaba peor, era verdad que nuestra progenitora últimamente pasaba de todo, pero aquello era el colmo. No contenta con eso metió la cabeza bajo la tela y se puso a chupársela, ahora que mama no estaba. Divertida, me acerque a ellos y me morree con el chico mientras se corría en su boca.
Al día siguiente, con más calma, me llevé a mi hermana a parte:
-¿Quieres en serio que tu novio se acueste con mama?
-¡Claro! Es la solución perfecta.
-Pero, ¿no te pondrías celosa?
-Bueno, si no me puse celosa ayer cuando le comiste la boca… -me reí ante la ocurrencia.
-No es lo mismo- protesté- tú estabas allí.
-Da igual. El amor no debe ser posesivo. Saber que os estabais besando mientras le comía la polla me puso a mil.
-Yo también me excité mucho- confesé- mira como estoy solo de acordarme- añadí enseñándole lo mojado que tenía el coño.
-El mío también esta así
Nos masturbamos frente a frente, mirándonos. Eso nos calentaba ya más que la película. No pude contenerme y le toque las tetas. Buscó mi boca y la correspondí. Se corrió en seguida. Me preguntó si yo había llegado y reconocí que no. Te ayudaré, dijo, y me metió la mano entre las piernas. Mientras me frotaba el clítoris me besaba el cuello y me mordía la oreja. Estallé entre sus dedos, feliz.
Desde entonces fui cómplice declarada de sus absurdos planes. No es que estos me parecieran menos insensatos, pero ayudarla me divertía y tenía la sensación de que no teníamos nada que perder. Por indicación de María espié a mi madre hasta sorprenderla masturbándose. En el momento álgido gritó el nombre de Julio. ¿Sería posible que la loca de mi hermana tuviera razón? Tras aquello propuse que fuéramos a una playa nudista y los dejáramos solos, con la escusa de ir a por algo, a ver qué pasaba. Así lo hicimos. Cuando volvimos los encontramos bañándose en el mar muy pegaditos. Luego el chico nos confesó que había habido algunos rozamientos. Sorprendentemente las cosas avanzaban tal y como la trastornada de su novia quería. Por nuestra parte, seguíamos con nuestras sesiones de satisfacción manual, con la película o sin ella, y pajeando o chupándosela entre las dos a Julio. El momento clave llegó cuando mi padre apareció en escena teniendo una bronca monumental, no recuerdo porque, con mama. Ella se quedó tan jodida que mi hermana perdió los nervios. Le gritó que no podía consentir que le afectara tanto, que no podía hundirse por él. Toda la escenita se estaba produciendo con Julio, que estaba flipando, y conmigo delante. Al final María estalló en llantos y salió corriendo. Fui tras ella para consolarla. Cuando se calmó, volvimos al cuarto de mi madre a ver cómo estaban ella y el muchacho, y estaban… ¡follando! No sé qué cojones pasó mientras recogía las lágrimas de mi hermana, pero ahora esos dos estaban disfrutando de lo lindo. La muy puta se había salido con la suya, había conseguido que su novio se tirase a su madre.
Después de ver a mama y a Julio en la cama María y yo estábamos muy calientes. Fuimos a su cuarto y nos desnudamos. Con una mano me frotaba el clítoris y con la otra le tocaba las tetas a mi hermana. Ella hacía lo mismo. Las dos sabíamos que haríamos algo más que masturbarnos juntas, pero yo no podía dar el primer paso. Ella era la mayor, era la líder. Tras algunos toqueteos más asumió su rol y se lanzó sobre mí. ¡Como deseaba que lo hiciera! Me metió la lengua hasta la garganta sin ningún recato. Introduje los dedos en su vagina para retribuirla y nos pajeamos las dos mientras nos mordíamos los labios. Su muslo había ido a parar a mi coño y se frotaba contra él. Ahora me besaba el cuello y me pellizcaba los pezones. Su chocho también se restregaba contra mi pierna. Le chupé esas benditas tetas y nos corrimos pegadas, abrazadas, unidas.
Por eso cuando 3 años después conocí a Belinda en la Facultad y nos enrollamos no tenía la sensación de estar haciendo nada extravagante. ¡Si lo había hecho antes con mi propia hermana! Para ella en cambio tener una relación lésbica era el colmo de la transgresión. Nos conocíamos de clase y nos habíamos hecho amigas. Era muy morena, llevaba siempre los labios pintados y pendientes. Era un poco más bajita que yo y tenía unas tetas jugosas que me recordaban a las de mi hermana. Tomábamos café, nos dejábamos los apuntes, esas cosas. Un día empezamos a hablar de chicos, que si este era mono, que si el otro había roto con su novia. De ahí pasamos a hablar de sexo, de lo que nos gustaba y como. De repente me confesó, como su secreto más extravagante, que tenía la fantasía de estar con una mujer. Esto me animó a contarle que era bisexual, pues mis relaciones con Julio y María me habían convencido de ello, y que, de hecho, ya había estado con una chica, aunque omitiendo el pequeño detalle de que fuera mi propia hermana. Aquello la volvió loca. Estuvo un rato preguntándome que se sentía al besar a una chica, al tocarla, al lamer sus pechos, si no me dio cosa meterle la lengua en los genitales… le aclaré que no había llegado al sexo oral con ella, pero que en absoluto me importaría hacerlo con cualquier otra mujer que me gustase. Se la veía muy excitada, con un brillo especial en los ojos. Desde entonces me miraba de una manera rara, no sé si con admiración, o relamiéndose ante la posibilidad de que pasara algo entre nosotras.
A Belinda que yo fuera bisexual le pareció “lo más”. Como una declaración política o algo así. Se notaba que quería serlo ella también, pero claro, para eso tenía que “probarlo”. La oportunidad llegó en una fiesta universitaria. Después de cruzar miraditas en la cena y pegarnos mucho en los bailoteos en un pub, empezamos a meternos mano. Primero roces disimulados, luego sobeteos en toda regla. Nos apartamos del resto y nos enrollamos. Ahora ya sabes, le dije, lo que es besar a una mujer. Nos comimos las bocas con ansia. Las dos lo habíamos esperado mucho. Ella se alojaba en un colegio mayor, así que fuimos allí. Por el camino íbamos cogidas de la mano. Ella me apretaba fuerte, como para que no me escapara. Cuando llegamos me sirvió un whiskey y fumamos unos porros. Nunca había fumado, ni siquiera tabaco normal. No me gustó mucho. Tras una calada se recostó sobre la cama y me atrajo sobre ella. La desnudé despacio, después de besarnos un rato más. Le chupé las tetas con gustó, lamí esos pezones puntiagudos que tenía, mientras mis dedos se deslizaban en sus bragas. Bajárselas y contemplar el coñito que iba a comerme por primera vez me llenó de emoción. Comencé con besitos en las ingles, poco a poco me fui centrando en el objeto de mi deseo. Introduje la lengua entre los labios sonrosados de su vulva y la moví de arriba abajo, y luego de izquierda a derecha. Rodeé el clítoris con mis labios y lo empapé de saliva. Le hice lo que quise hasta que se corrió en mi boca. Me acosté a su lado y me besó agradecida. Ahora voy a hacértelo yo a ti, me dijo. No tienes porque, le respondí recordando su pregunta sobre si me daría “cosilla” el sexo oral con una mujer. Quiero hacerlo, concluyó, y comenzó a pasar su lengua inexperta pero voluntariosa por mi chochito. Le acaricié el pelo, mientras sentía sus lametones, hasta que me corrí yo también.
Nuestra relación fue algo así como “contracultural”: Íbamos a conciertos de grupos indis, a exposiciones de arte, nos emborrachábamos, fumábamos hierva, bueno, la fumaba ella, porque a mí me hacia toser, y éramos lesbianas, bueno, bisexuales, pero estábamos juntas. A mi todo ese rollo me daba igual. Disfrutaba con ella. Era mi novia. Nos teníamos la una a la otra. Lo que hacía con mi hermana era algo prohibido. Lo que hacía con Julio era como jugar con los juguetes de otro niño. Algo que te han prestado, que no es tuyo y has de devolver. Belinda era mi propio juguete. Después de la locura con mi hermana y su novio esto era como lograr cierta estabilidad, cierta normalidad. Para ella era todo lo contrario. Estando conmigo atacaba el orden establecido, mientras que yo volvía a él. Pero claro, en esos momentos no me daba cuenta de nada de eso, solo tenía alguien a quien amar, y eso me bastaba. Casi todos los días encontrábamos tiempo para darnos el lote en su cama. Practicaba lo aprendido con mi hermana y descubría unas cuantas cosas más. Así pasamos los 4 años de la carrera. Tardé meses en presentársela a mi hermana y al resto de la familia, y no propicié que se relacionaran mucho: la quería solo para mí. Cuando terminamos los estudios lo nuestro terminó como cae del árbol una fruta madura. Ella “volvía al orden” y eso era encontrar un novio, tener hijos, trabajar… La ruptura me dolió, me volví desconfiada. Mi hermana me ayudó. Sabía que podía confiar en ella.
Después de que Julio se tirase a mi madre y de que María y yo nos diéramos placer, se desató la locura. Al día siguiente el novio de mi hermana y mama volvieron a follar, esta vez en la playa, sin disimulo, delante de nosotras, que nos metíamos mano bajo el agua en el mar mientras mirábamos. En otra ocasión lo hicieron en casa, después de que María y yo se la chupáramos a dúo. Finalmente mi hermana decidió que era el momento de perder la virginidad y mi madre y yo nos fuimos a cenar y al cine, para dejarlos solos. Debió ser un éxito, porque desde entonces follaban todos los días. María ya no dejaba a Julio follarse a mi madre, ni a mi chupársela, ni nos masturbábamos juntas. Aquello se volvió aburrido. Era una crueldad mostrarme ese mudo de lujuria y cerrármelo de golpe. Inevitablemente comencé a espiarles. Me tocaba mirando como lo hacían, me imaginaba ser yo la penetrada, recibir los besos de Julio o los de mi hermana. Sabía que tarde o temprano me pillarían, como me había pillado María el día en que se la chupé a Julio por primera vez. En efecto, la tercera o la cuarta vez que les observaba, mientras ella lo montaba como a un potro, me miró de reojo y me llamó. Resignada entré dispuesta a recibir una bronca o, si había suerte, a participar. Fue lo segundo, mi hermana me besó apasionada, como el día que su novio perdió la virginidad con nuestra madre y excitadas nos dimos placer entre nosotras. Luego me dijo que lo besara a él y lo hice, desnudándome para que también me comiera las tetas. Ella cayó sobre él y unimos nuestras tres lenguas.
Estuvimos juntos así otras veces. Una de ellas fue espacialmente intensa. Habíamos ido al cine los tres. Cuando volvimos mi madre no estaba. Fuimos a la habitación de María y empezamos a morrearnos, primero ellos, luego me dejaron participar a mí. La saliva de mi hermana entraba en mi boca mezclada con la de Julio. Le besaba ella, le besaba yo, nos besábamos las dos… Nos fuimos desnudando poco a poco. Él estaba en el centro y cada una de nosotras a un lado le acariciábamos la polla y los huevos. Se la mamamos a dúo como habíamos hecho otras veces. Pasábamos la lengua por el tronco de su verga a la vez, hasta que al llegar a la punta uníamos nuestras bocas. Luego una le besaba el glande mientras la otra lamia la base, una se la metía entera en la boca y la otra le chupaba los cojones. Nos habíamos llegado a hacer expertas en esa lid y Julio disfrutaba de lo lindo. Antes de que se corriera paramos y lo tumbamos sobre la cama. Ella se ensarto en su pene enhiesto mientras que yo me coloqué a horcajadas sobre su cara. Sacó la lengua y me dio placer mientras veía como mi hermanita se lo follaba. Alargamos las manos y nos tocamos las tetas disfrutando de nuestro macho y de nosotras mismas. Acercamos nuestros labios y nos besamos, nuestras lenguas lucharon furiosas. Al cabo de un rato nos corrimos sobre el chico, que derramó también su esperma sobre nosotras.
En otra ocasión mi hermana y yo jugamos “a las lesbianas” para excitarle. Habíamos ido a una discoteca con más amigos, pero a partir de cierta hora nos habíamos quedado solos. Solo entonces nos atrevimos, tímidas como éramos ante otra gente, a desmelenarnos y bailar de forma sexi ante él. Nos morreamos, nos metimos mano, solo nos faltó desnudarnos, los tíos de la disco habían hecho corrillo a nuestro alrededor. No sé lo que hubieran pensado si hubieran sabido que éramos hermanas. Cuando volvimos a casa, tras comprobar que mi madre dormía, fuimos a la habitación de María y seguimos enrollándonos delante de él. Vernos le excitó y se sacó la polla. Mi hermana tumbada sobre mí me comía la boca y me desnudaba sensualmente. Luego se desnudaba ella y frotaba sus pechos contra los míos, pezones contra pezones. Julio acercó su miembro a nuestras bocas y lo llenamos de saliva, luego se puso tras María y la montó como a una perrita. Yo reforzaba los efectos de sus embestidas frotándole el clítoris. Ella comenzó a gritar tanto que temí que despertara a mama, así que la silencie metiéndole la lengua en la boca. Sus dedos también me masturbaban a mí, así que mi placer iba a la par que el suyo. Su novio continuaba bombeándola mientras ella aplastaba su cara contra mis pechos. Así llegamos a la culminación de nuestro placer. Julio se desplomó sobre nosotras y nos besó despacio a cada una. Se notaba que mi hermana había tenido un orgasmo brutal.
También había días que Julio no estaba y María y yo nos quedábamos solas. Entonces le pedía que me contara que se sentía al tener sexo completo con un hombre, al perder la virginidad, al ser penetrada. Ella no ahorraba detalles, me introducía los dedos en el coño simulando ser una polla, y reproducía conmigo su primera vez, cada beso, cada caricia, cada detalle. Me volvía loca. Era maravilloso y a la vez frustrante, porque no era una polla de verdad. Hasta que un día pasó lo que tenía que pasar. He hablado con Julio y está de acuerdo, me dijo mi hermana. ¿Quieres acostarte con él? ¿Quieres perder la virginidad? Asentí con la cabeza incapaz de hablar de la emoción. Me dio un discurso sobre que no era el novio de las dos, sino solo suyo, que solo lo compartía temporalmente. La bese en los labios agradecida y me llevó a su habitación donde esperaba él con el mástil ya erguido. Nos preguntó si queríamos estar solos pero le dije que no, con ella allí me sentiría más segura y sería más excitante. Además era su novio, tenía derecho a estar presente. Comencé a besar a Julio como tantas otras veces, pero en seguida me di cuenta de que esta vez era especial. Había más emoción en el modo como nos comíamos las bocas, como nos devorábamos las lenguas, como nos acariciábamos por todo el cuerpo, como nos desnudábamos. El silencio era atronador. No había risas ni comentarios como otras veces, solo concentración en lo que hacíamos. De reojo vi que María se estaba tocando. Su novio me comía las tetas ante ella, primero un pezón, después el otro. Bajó su lengua por mi cuerpo, lamió mi vientre, me besó en el ombligo, jugueteó con mi vello púbico, introdujo la lengua en mi intimidad, la movió de un lado a otro, de arriba abajo, aprisionó mi clítoris ente sus labios. Consideré que era mi turno y me propuse mamársela como nunca. Mojé el glande con mi saliva, la rodee con mis labios, la chupé como un helado… paré justo para evitar que derramase su néctar antes de tiempo. Me tumbé sobre la cama y separe lentamente mis muslos. Él acercó su miembro y lo introdujo con destreza, apretó un poco, sentí una punzada de dolor, que rápidamente dejo paso al placer, y comenzó a moverse. Alargué la mano hacia la de María que me la apretó con fuerza. Una lágrima de felicidad corrió por mi mejilla. Ella me llevó la mano a su coñito que estaba húmedo deseando participar del festín sexual que se desarrollaba allí. La pajee lo mejor que mis emociones revueltas me dejaron mientras Julio me follaba, primero lentamente, luego más rápido, finalmente a toda velocidad, hasta que todos estallamos en convulsiones de placer.
Pensaba en eso cuando me acurrucaba en la cama, años después, tras romper con Belinda. María llamó a la puerta. Me había visto depre por el desengaño y venía a animarme. Le hice un sitio. ¿Y Julio?, pregunté. Ha quedado con unos amigos. ¿Vemos algo en la tele?, propuso. Bueno. La pusimos, pero no hacían nada decente. ¿Te acuerdas del video? ¿Lo tienes aun? Se refería, obviamente, al video porno. No lo habíamos visto ni nos habíamos masturbado juntas desde hacía años, desde antes incluso de comenzar mi relación con Belinda. Sí, aun lo tenía. No me apetecía mucho, pero lo puse por no defraudarla. La primera reacción fue una carcajada. Aún estaba parado en la escena del trío, que tanto nos gustaba. ¿Te acuerdas las primeras veces que lo veíamos, como nos impactó? Claro que me acordaba. Poco a poco nos fuimos calentando. Yo nunca le he comido el coño a una chica, confesó ella, ante la imagen de una rubia hiper-siliconada comiéndoselo a otra. Está bien, es excitante, desvelé yo. Y que te lo coman… uf. Ningún hombre le hace sexo oral a una mujer tan bien como otra mujer, añadí. Noté su mano acariciándome la pierna. No opuse resistencia. Giré la cara hacia ella y la besé. Me devolvió el beso dejando que su lengua tocara la mía. Me acarició la cara y la besé en la mano. Nos pegamos hasta sentir nuestros cuerpos, nuestras tetas pegadas con sus pezones clavándose en los míos. Volvimos a besarnos despacio, comiéndonos los labios, uniendo nuestras lenguas. Mi mano fue a sus pechos, los descubrí y los palpé a conciencia. Acerqué la boca a sus pezones y pasé la lengua por la aureola, primero de uno, luego del otro. Finalmente capturé el pezón de su teta derecha con los labios. Su mano ya había bajado a mi Monte de Venus y me frotaba los labios de la vulva. Me besó por el cuello y llegó a mis tetas, dispuesta a retribuirme. Las chupó delicadamente. Mi muslo se había encajado entre sus piernas y ella se restregaba contra él sinuosa. Siguió bajando por mi tripa, me mordió las piernas, besó lentamente la cara interna de mis muslos y mis ingles haciéndome suspirar. Llegó el momento supremo. Me iba a comer el coño. Aquello ya era un incesto sin disimulo. Probablemente lo había sido desde el principio, desde que nos besamos mientras Julio nos masturbaba, pero ahora ya no podíamos negarlo. Ya no éramos crías que experimentan, éramos mujeres hechas y derechas. No nos “ayudábamos” a sentir el sexo, teníamos sexo la una con la otra. Su lengua se deslizó impetuosa, recorrió las paredes de mi vagina moviéndose con vigor. Su labio superior me apretaba el clítoris mientras su lengua parecía querer llegar a él desde dentro de mí. Me estremecí y tuve un orgasmo intenso. Apreté su cara con los muslos y levanté la pelvis para caer de nuevo rendida. ¿Te ha gustado?, preguntó mimosa. Me ha encantado. Cogí su cara con las manos y la besé de nuevo probando en su boca el sabor de mis propios jugos. Ahora vas a ver, le dije, te lo voy a comer de tal forma que te temblaran las piernas cada vez que me veas. Recorrí con mi lengua todo su cuerpo, comenzando por debajo. Los pies, las piernas, los muslos, el vientre, los pechos, el cuello… la besé una vez más jugueteando con su lengua y descendí por su anatomía buscando el botón de su placer. Le chupé el clítoris hasta arrancarle un orgasmo corto pero vivido. Ella pensó que me detendría ahí, pero no había hecho más que empezar. Moví mi lengua en su coño como la movía en el de Belinda, como había soñado en hacérselo a ella sin atreverme a confesármelo a mí misma tantas veces. No tuve prisa, alternaba besitos en sus labios vaginales con lametones profundos. No tarde en provocarle otra corrida, ésta más larga que la anterior. Regresé a su clítoris mientras me ayudaba con los dedos. Se lo succioné a la vez que la masturbaba como si mis manos tuvieran miembros masculinos listos para matar de placer a las mujeres. El tercer orgasmo fue descomunal. Gritó mi nombre, me agarró del pelo, mojo toda mi cara con sus flujos que surtieron potentes. Te quiero mucho hermanita, susurró mientras abandonaba su entrepierna y nos besábamos una y otra vez.