Secreto de Familia: Lorena 3

Así llegamos a la reunión familiar en la que nos besamos de nuevo, excitándonos las dos, mientras la familia nos esperaba

A medida que los niños fueron creciendo mi relación con ellos se fue convirtiendo en algo muy especial, sobre todo con José, el hijo de Rita, el niño de mis ojos, al que había visto nacer y cambiado pañales y con el que había convivido bajo el mismo techo prácticamente toda su vida. Al ser algo más joven que sus padres, los críos me veían como la “tía guay”, que no les riñe nunca (para eso ya estaban sus progenitores), con quien tienen confianza, a quien le pueden contar todo… en fin, que teníamos una complicidad especial. Con José aún más, porque yo era para él una especie de “segunda madre”, pero a la vez compañera de juegos y aventuras: escuchábamos la misma música, que Rita no entendía, veíamos las mismas series de televisión, incluso leíamos los mismos comics. Cuando llegó a la adolescencia y al despertar sexual noté que se empezaba a fijar mucho en mí. Me pareció normal, yo era la mujer que tenía más “a mano” y acababa de pasar los 30, así que tenía la misma edad que muchas de las modelos y actrices sex-symbols del momento que veía en televisión. Además biológicamente no éramos nada y en nuestra familia la confianza era grande, nos paseábamos con poca ropa y hasta desnudos unos delante de los otros, nos saludábamos y despedíamos con un beso en los labios, etc. Que pudiera excitarse conmigo por accidente no tenía nada de extraño. Me hacía gracia sorprenderle mirándome las tetas embobado o azorarse cuando nos abrazábamos o hacíamos un cariño y apretada a él notaba su virilidad pujante crecer. Una noche que estaba haciendo el amor con Rita me pareció ver una sombra en la puerta entreabierta. En casa solo estaba José y se había acostado al menos una hora antes que nosotras, lo lógico es que estuviera durmiendo y nuestros gemidos no bastaban para despertarle, ya no éramos tan escandalosas como antes y él tenía el sueño pesado. La lengua de mi amante en mi coño me distrajo de esas tribulaciones y ya no pensé más en ello. La vez siguiente que jugueteamos me aseguré de que la puerta estuviera cerrada y no le di más importancia. Sin embargo unas semanas después la puerta volvía a estar entreabierta y yo volvía a ver una sombra mientras Rita me comía el coño. Esta vez me fijé con más curiosidad que preocupación y allí distinguí a José espiándonos. Debía tener unos 16 años y estaba graciosísimo mirando estupefacto. Cuando sus ojos iban a posarse en los míos retiré la vista para que no se sintiera sorprendido. Procuré también que su madre no se diera cuenta y seguimos enzarzadas a lo nuestro. No sé porque actué así. Mi instinto era encubrir las travesuras del crio, como había hecho siempre, para proteger nuestra relación especial, aunque fueran de una naturaleza tan especial. Además estaba cachondísima, saber que José nos miraba me había excitado enormemente. Continué haciendo el amor con su madre más excitada que nunca. Hasta ella lo notó, aunque no supo a que atribuirlo. Pensaba hablar al día siguiente con él, reconvenirle cariñosamente y asegurarme de que no volviera a pasar, pero llegado el momento lo dejé para el día siguiente, luego para el siguiente y finalmente me confesé a mi misma que no lo iba a hacer, que en el fondo me gustaba que mirase.

Unos días después Sandra, la prima de José, se quedaba a dormir en casa. Eran compañeros de juegos habituales, casi de la misma edad. La niña se había convertido en una joven guapísima: Su pelo castaño caía sobre sus hombros y dejaba ver un escote sublime. Esa noche Rita estaba cariñosa y yo no supe negarme. Dejé la puerta entreabierta a propósito, a ver lo que pasaba, y mi niño no me defraudó, al cabo de un rato, aun en los primeros besos y caricias apareció, esta vez acompañado de su prima. La había convencido de que participara en este juego voyeur que se llevaba, la había hecho cómplice de su espionaje sexual. Me calenté de inmediato. Hice lo que pude para que la madre de él y tía de ella no reparase en la presencia de ambos. Aquello se repitió muchas noches. Prefería que nos miraran los dos juntos. Imaginaba que luego en la habitación tendrían sus primeros escarceos sexuales, inspirados por lo que habían visto. Eran hermanastros, pero ellos se creían primos. ¿Se limitarían a masturbarse cada uno en su cama, o se lo harían el uno al otro? ¿Llegarían a algo más? ¿Miraban solo por curiosidad y luego no hacían nada? Me decía a mi misma que tenía que pararlo, contárselo a Rita, y a María y Julio, hablar con los chicos, dejar de seducir a Rita cuando se quedaba Sandra a dormir, cerrar la puerta, no sé, algo, pero no hacía nada, dejaba que mirasen una y otra vez y procuraba que ni los chicos supieran que yo lo sabía ni que Rita lo advirtiera. Finalmente me armé de valor, y una noche mientras jugueteaba con Rita y los chicos espiaban, miré hacia Sandra y le guiñé un ojo. Hacerla de este modo participe de ello, que supiera que yo lo sabía, era lo más a lo que me atrevía. Por la actitud de José que no cambió hacia mí en los días siguientes deduje que ella no se lo había dicho. Se había establecido así una conexión especial entre nosotras, una magia entre chicas.

Pasaron algunos meses en que las sesiones de espionaje se repitieron, cada vez, eso sí, con menor frecuencia. Un buen día encontré a Rita preocupada.

  • ¿Qué te pasa?- le pregunté.

-He hablado con Julio- me dijo- no sé como no lo he visto venir. Él y María sí se lo imaginaron- Parecía consternada.

  • ¿De qué hablas?- insistí.

  • José y Sandra están liados.

  • ¿Qué?- Me lo contó despacio. Sandra le había confesado a su padre, con el que tenía especial confianza, que ella y su primo llevaban algún tiempo liados y que querían hacer público su noviazgo- Pero, son hermanos- me atreví a objetar.

  • Sí, pero ellos no lo saben- respondió Rita- Según Julio, cuya extrema racionalidad me resulta muy irritante, lo que hay que hacer es decirles que tienen el mismo padre biológico y dejar que ellos decidan si quieren estar juntos o no- Esta familia siempre me sorprendía.

-¿Y tú qué opinas?- le pregunté.

  • No lo sé- contestó meditabunda- La palabra incesto no me hace ninguna gracia.

  • Pero tú y tu hermana- osé insinuar.

-No es lo mismo- se limitó a decir sin aportar mayores argumentos- Pero es verdad que para mucha gente lo que hacemos es una aberración, desde que estemos juntas dos mujeres a la forma en que fue engendrado mi hijo, con el marido de mi hermana. Si esa gente supiera que son hermanastros… pero ellos no lo saben. Es un secreto de familia que solo nosotros conocemos. Supongo que Julio tiene razón. Tienen derecho a saberlo y a decidir por sí mismos. Sería una hipócrita si me escandalizara.

Un rato después llegó José. Su madre le dijo que quería hablar con él y lo llevó a su habitación. Salieron un rato después. Ella parecía seria y él abatido. Cenamos en silencio y nos acostamos. Al día siguiente por la tarde fuimos a casa de Julio y María a hablar con ellos. Julio estaba irritantemente racional, como Rita decía, y las madres, más pasionales, discutían los pros y los contras del asunto con vehemencia. Sandra llegó del instituto y nos sorprendió en plena deliberación, pero se retiró a su cuarto. Al cabo de un rato me escabullí yo también y llamé a su puerta. Me invitó a pasar con timidez, tal vez esperando a José. Pareció aliviada de que fuera yo. ¿Qué pasa cariño?, le dije. Pareces  disgustada. Me dijo que estaba cansada, pero insistí. A tu edad a veces las cosas parecen confusas. Asintió en silencio. Le hablé de cuando me enamoré de su tía, con todo lo que ello trajo a mi vida. Le aconsejé que siguiera a su corazón y la besé en la mejilla para reconfortarla. Ella me atrajo hacia si agradecida y me abrazó. Me devolvió el beso, esta vez en los labios. Luego nos besamos otra vez. Estaba mareada, con los pezones de punta y las bragas mojadas. Rita me llamó y me levanté lentamente. No me sorprendía que José la quisiera, esa niña era una bomba.

Esa misma noche llamaron a la puerta. Fue a abrir José y desapareció hacia su habitación. Al cabo de un rato Rita me dijo que me asomara a ver lo que hacía. Llegué a su cuarto y me detuve en la puerta. Abrí una rendija lentamente y observé sin ser vista. José y Sandra se besaban. Parecía que ya había veredicto. Se lo iba a decir a su madre corriendo, pero me quedé petrificada mirándoles amarse. Era un curioso cambio de rol, ahora era yo la espía. Practicaron el sexo con emoción. Parecía que era la primera vez que llegaban hasta el final. Después de correrse Sandra miró hacia mí. Nos sonreímos.

Le comuniqué la buena nueva a Rita y nos acostamos. Estaba muy caliente y con ganas de sexo, pero ella no, por los nervios de la jornada, así que me masturbé sola. No pude evitar recordar a los críos follando como los había visto un rato antes, evocar sus besos y caricias, sentirme como Sandra perdiendo la virginidad con José, como José poseyendo a Sandra, imaginar que era yo la que se comía ese chochito, imaginar que era a mí a quien mi niño penetraba… estallé en una corrida brutal. Era la primera vez que me excitaba la idea de estar con un hombre… ¡Y era el hijo de mi compañera, como un hijo para mí!

Los meses siguientes fueron una delicia y a la vez una tortura. Me excitaba solo de verlos, a cualquiera de los dos, y más aun si era a los dos juntos, cosa que, dado que vivía con José, era casi todos los días. Entraban y salían con toda libertad, dormían juntos, se besaban y achuchaban en nuestra presencia… Yo estaba contenta de verlos tan felices y, a la vez, me ponía caliente de pensar lo que harían, de recordar lo que había visto, de imaginarlos a los dos… o a mí con cualquiera de ellos. Me sentía culpable por ello: ¡Por Dios, les había cambiado los pañales! Pero no podía evitarlo. Además José, centrado en su relación, cada vez me hacía menos caso. Ya no le sorprendía mirándome las tetas ni intentaba frotarse contra mi cuando nos cruzábamos. Creí que eso me aliviaría, pero me ponía celosa. Un día me sorprendí a mi misma paseándome en ropa interior delante de él para que me mirara. Otro, para felicitarle por una buena nota en un examen, me lancé sobre él y me lo comí a besos, restregándome contra su cuerpo todo lo que pude. Estos episodios me dejaban cachondísima pero a él no parecían afectarle. También con Sandra se producían situaciones de ese tipo. Desde la escena de su habitación en que la había aconsejado seguir con José (aunque sin mencionarle) y nos habíamos besado nuestra confianza y complicidad aun eran mayores, aumentadas por el hecho que ambas nos habíamos sorprendido espiando a la otra en la intimidad y nos habíamos guardado el secreto. Nunca hablábamos de ello, era un asunto de entendimiento tácito y sobreentendidos. Aquí era ella la que buscaba abrazarse y besuquearse conmigo, como si supiera lo loca que me volvía y pretendiera hacerme perder el juicio del todo.

Una noche que Rita había salido estaba viendo con José un desfile de modelos. Las chicas eran guapísimas y se lo comenté a mi acompañante. A mí me gustas más tú, dijo él con el candor que yo creía perdido. Le atraje hacia mí y le besé. Nuestros labios se rozaron tenuemente. Pensé que si todos los hombres fueran así tal vez no me habría hecho lesbiana y se lo dije. Enrojeció un poco. Cuando se levantó pude ver que había reaccionado físicamente a nuestra cercanía. Sonreí satisfecha. No le era tan indiferente al fin y al cabo.

Otro día entre en la cocina y sorprendí a la parejita besándose. Les saludé y Sandra vino hacia mí en ademan amistoso como solía. ¿A qué mi novio es el más guapo del mundo? Respondí que el más guapo y el más bueno y que se merecía un besó, así que lo besé en la boca. Pensé que me había excedido y que ella se molestaría o se pondría celosa. En absoluto. Dijo que yo tenía razón y lo morreó de nuevo. La erección del pobre ya era evidente. Luego se volvió hacia mí y, como para completar el círculo nos besamos también ante la atónita mirada de su novio. Nuestras tetas se pegaron y su lengua se coló tímidamente en mi boca. Cuando acabó se fue como si nada. Lo dicho, entre los dos me iban a volver loca.

Además de estos roces, que me encendían como a una cafetera, otra cuestión atribulaba mi alma. Un día me quedé mirando el carrito de bebe de José con nostalgia y entonces me di cuenta. A mis treinta y tantos  mi reloj biológico comenzaba a hacer notar su tic-tac impaciente. Nunca antes había pensado en tener hijos. Entre mi lesbianismo y mi experiencia de madre postiza adolescente, por así decir, creía tener esa faceta suficientemente satisfecha y nunca había valorado la posibilidad de ser madre. Ahora, sin embargo, tenía la impresión de estar perdiéndome algo. Algo maravilloso. Pasé los siguientes meses dándole vueltas a todo esto en silencio. Un día Rita, que hacía tiempo que me notaba rara, me preguntó abiertamente por mis inquietudes. Confesé que quería ser madre. ¿Estás pensando en la inseminación artificial?, me preguntó.  Respondí que no, que, como a ella, me parecía poco natural. ¿Tienes algún ligue masculino por ahí?, volvió a preguntar mal-disimulando los celos. Me reí ante su ocurrencia. Le expliqué que nunca me había sentido atraída por un hombre. Nunca, con la única excepción de… ¿De quién?, insistió ella. No, le dije, es una tontería. ¡Qué descuidada había sido al dejar que algo así se me escapara! Estaba pensando en voz alta. ¿Qué pensaría de mí si supiera que quien me excitaba era su propio hijo, también como un hijo para mí? Si quieres, continuó ella, puedo hablar con Julio. Lo que hizo por mi podría hacerlo por ti. Seguro que a él le encantaría follarte, lo que no se es lo que le parecería a María, hace mucho que no hacen esas cosas. Volví a reírme y le pregunté si estaba loca. Nunca había visto a mi “concuñado” de esa manera. Se me quedó mirando pensativa. El hombre que te atrae es José, ¿verdad?, dijo acusadora. Me puse a titubear como una boba, o más bien como una culpable sorprendida en plena fechoría, como los asesinos en las novelas y películas de detectives, cuando el protagonista resuelve el caso y explica su plan y, sin poder creer haber sido descubiertos, farfullan torpes excusas. Por un segundo imaginé que me echaría de casa, que me impediría volver a verlo. Vamos Lorena, que no me chupo el dedo, siguió ella hablando. Yo también vivo aquí. Sé que siempre ha estado embobado contigo y que últimamente tú no le quitas ojo. Y yo que creía que enamorarse de su hermanastra era lo peor que podía hacer. En fin, la solución parece clara. Tener un hijo con él.

Esa familia no dejaba de sorprenderme. Por supuesto le dije que estaba loca, que aquello no tenía sentido, que solo por pensarlo me sentía como una pervertida, que como se le podía ocurrir algo así, siendo su madre, y un montón de cosas más, pero la verdad era que lo deseaba con todas mis fuerzas, que solo pensarlo me hacía más feliz de lo que hubiera imaginado ser nunca. Esa misma noche, haciendo el amor, ella me susurró al oído: “soy José”, y simulando ser su propio hijo, me masturbó haciendo sus dedos de falso pene, como había hecho el día que regresó de su encuentro con su ex novio. Mi corrida en su mano fue brutal.

Aun pasaron varios meses de dudas y cavilaciones. José cumplió 18 años y eso me animó a planteármelo en serio. Por supuesto antes lo consulté con Sandra. Si ella se oponía o siquiera me daba la sensación de que estaba un poco celosa lo apartaría de mi mente. No iba a hacer nada a sus espaldas. Logre quedarme con ella a solas unos días después y se lo plantee sin rodeos. Vas a pensar que soy una guarra, le dije, y tienes derecho a ello. Por supuesto, si no estás de acuerdo no pasará nada de esto, pero quiero tener sexo con un hombre y quiero tener un hijo… y quiero que el padre sea José. Ante mi sorpresa saltó de alegría y me besó atrapando mi labio superior entre los suyos. Dijo que eso a su novio le haría muy feliz, y que él fuera feliz era lo que ella más deseaba en el mundo. Siempre ha estado enamorado de ti, añadió. No, respondí yo. Esta enamorado de ti. A mí me quiere mucho y siempre le he gustado, pero es a ti a quien ama. Para agradecer mis palabras volvió a besarme. Esta vez noté la humedad de su boca en mis labios. El caso es que siempre te ha adorado, prosiguió, y estar contigo le volverá loco. Yo misma estoy cachonda solo de pensarlo. Me sonrió y me acarició la cara con la mano. No me extraña que le hechices, eres preciosa, añadió. Y a mi no me extraña que te ame. Eres maravillosa. Le devolví el cumplido siendo totalmente sincera y nos besamos de nuevo. Nuestras lenguas batallaron ya en nuestras bocas sin reparo. Nuestras tetas estaban apretadas y mi mano acarició su culito adolescente. Nunca había besado así a una chica, dijo cuando terminamos. ¿Te ha gustado?, pregunté con toda la naturalidad que pude para ocultar mi azoramiento. Asintió con la cabeza.

Finalmente, con los permisos obtenidos, le propuse a José que hiciéramos el amor y tuviéramos un hijo. Tardó unos días en contestarme, días en los que apenas pude dormir de los nervios. Cuando me dijo que sí una explosión de felicidad se produjo en mi interior. Los detalles de nuestra unión son otra historia. Nos besamos, lamí su miembro por vez primera, lo recibí dentro de mí… fue maravilloso. Desde entonces nos acostábamos juntos casi todos los días, aunque siempre reservábamos un día a la semana para nuestras respectivas parejas. Al cabo de unos meses quedé embarazada, como quería. Desde entonces se redujo la frecuencia de nuestros encuentros sexuales, pero no desaparecieron por completo. Al saberse mi feliz estado toda la familia se volcó conmigo. Todo eran regalos y atenciones. Aunque lo disimulaban se que tanto Rita como Sandra sufrieron con todo aquello, José y yo compartíamos algo muy especial a lo que ellas eran, siquiera en parte, ajenas. Veía como luchaban contra los celos, como intentaban no disgustarme por nada del mundo. Ciertamente son grandes mujeres, se comportaron ejemplarmente. Además esos celillos no menguaron su interés por mí. Como estaba menos con Rita, siempre era especialmente ardiente y a la vez delicada en nuestros encuentros. Parecía que me deseaba más cada día y eso me alagaba. Tal vez intentaba competir en la cama con su hijo, tal vez, simplemente, me echaba de menos. Los roces eróticos con Sandra también continuaron. Sabía que José la hacía participe de nuestros encuentros sexuales narrándoselos con detalle, porque el mismo me lo había contado. Encendían su pasión hablando de lo que los días anteriores él había hecho conmigo. Me había convertido en referente de su sexualidad, como cuando no hacía tanto tiempo me espiaban haciendo el amor con Rita. Sandra siempre estaba cariñosa conmigo, me besaba y achuchaba, y todo eran abrazos y caricias. Mi tripa fue creciendo. No me sentía especialmente atractiva, aunque todos a mi alrededor: José, su madre, Sandra, María, todos me repetían siempre que estaba preciosa, que el embarazo me daba una luz especial. Esos días me dio por recordar cuando era Rita la embarazada de José y yo la adolescente que la adoraba, como ahora Sandra parecía adorarme a mí, a pesar de estar robándole la atención de su novio.

Así llegamos a la reunión familiar en la que nos besamos de nuevo, excitándonos las dos, mientras la familia nos esperaba. En la cena se sentó a mi lado. Como en la mesa estábamos apretados a veces nos rozábamos sin querer. Cada vez que pasándole el pan o la salsa nuestros dedos se tocaban o que para recoger la servilleta apoyaba la mano en mi rodilla me encendía. Durante la conversación comenté que me dolía la espalda. Sandra da unos mensajes estupendos, dijo María. Mañana no tengo clase en la facultad por la mañana, intervino la aludida. Puedo pasarme un rato. Rita sonrió y dijo que eso estaba muy bien, que así yo no estaría tanto rato sola. Solo pude darle las gracias sonrojada ante la idea de  que al día siguiente nos quedáramos las dos solas, y encima para darme un masaje. Bajo la mesa me cogió la mano. Se la apreté fuerte.

A la mañana siguiente llamó al timbre antes de lo que esperaba. Le abrí y me besó en los labios para saludarme. Sandra estaba preciosa, radiante. Me quedé en sujetador y braguitas y me tumbé bocabajo. Ella me quitó el sujetador, según dijo, para poder darme el masaje mejor. Sabía lo que hacía, al cabo de un rato estaba completamente relajada y me sentía mejor. Al acabar se tumbó sobre mi espalda y me besó en el cuello. ¿Qué haces?,  pregunté risueña. Se incorporó y me miró las piernas. ¿Las tienes pesadas? Le dije que un poco y las masajeó también llegando a las braguitas. El relax dio pronto paso a la excitación. Me pidió que me diera la vuelta y lo hice sin intentar taparme las mamas, hinchadas por el embarazo. Hubiera resultado raro en el ambiente liberal en el que vivamos. Me sentí alagada al ver cómo me miraba las tetas pasmada. Están enormes, murmuró. Me sobó los muslos a placer. Cerré los ojos y la dejé hacer. Los volví a abrir al notar que ahora me los estaba besando. Quise decirle algo pero no me salieron las palabras. Lentamente se fue acercando a mi entrepierna. Noté sus labios en la cara interna de mis muslos, sobre mis bragas… me las quitó despacito sin que yo opusiera resistencia. Coló su naricilla entre mis ingles y dejó salir la lengua de su boca. Para no haberlo hecho nunca lo hacía muy bien. Además la excitación de saber que era ella la que estaba entre mis piernas me hacía disfrutar aun más de todo aquello. Me masturbaba con el dedo y me lamía los labios sonrosados de mi vulva con pasión, con entusiasmo. Cuando me corrí en su cara subió besándome la tripa, los pechos, que ciertamente tenía enormes a aquellas alturas de embarazo, el cuello y, finalmente, los labios. Le metí la lengua en la boca y nos estuvimos morreando un rato. Aproveché para desnudarla y comerle yo esas tetitas adolescentes, tiesas, divinas. Le pregunté si quería que le comiera el coño también. Como me dijo que sí me tumbé bocarriba y le hice sentarse sobre mi cara con las piernas abiertas. Juntamos nuestras manos y comencé a devorarla. Movía la lengua de un lado a otro dentro de su vagina, le aprisionaba el clítoris con los labios y lo empapaba en saliva… hasta le dibuje el alfabeto con la lengua en su intimidad como Rita había hecho conmigo tantos años antes, cuando ella era solo un bebé. Se corrió una vez en la F y otra en la W, y después de llegar a la Z, le chupé el clítoris hasta que se corrió una tercera. Desfallecida se tumbó junto a mí. Estuvimos besándonos un rato de nuevo. Ha sido maravilloso, murmuró cuando nos tomamos un respiro. Con la cara aún empapada por sus flujos no pude menos que darle la razón.


Este relato es la tercera parte de "Secreto de Familia: Lorena", publicados todos en esta categoría. A su vez, los tres forman parte de la saga "Secreto de Familia", cuyos demas relatos se pueden encontrar aqui: http://www.todorelatos.com/perfil/179374/

No obstante, todos los textos son autoconclusivos y se pueden leer por separado, o como saga, en cualquier orden. En ellos se puede encontrar más información de las relaciones entre todos los personajes.