Secreto de Familia: Lorena 1
Estaba embarazada y me sentía fea y gorda. Como adivinando mis pensamientos Sandra me quitó el pelo de la cara en un gesto afectuoso y me dijo: Estas preciosa. Sonreí y la besé en los labios.
Estaba embarazada y me sentía fea y gorda. Como adivinando mis pensamientos Sandra me quitó el pelo de la cara en un gesto afectuoso y me dijo: Estas preciosa. Sonreí y la besé en los labios. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. La volví a besar pero esta vez nuestras lenguas se rozaron, casi imperceptiblemente. ¿Qué hacéis? La voz de Rita, mi pareja, rompió el hechizo. Nos separamos, culpables, y mis mejillas enrojecieron un poco. Nada, murmuré, y volvimos al comedor con todos. Estos momentos de intimidad con Sandra cada vez eran más frecuentes. Notaba que nos atraíamos y no sabía que pensar sobre eso. Ella tenía 18 años y yo pasaba de los treinta. Además ella era la novia de mi hijastro… que era de quien yo estaba embarazada… Un poco raro sí. Mi vida es un poco complicada, ya lo sé. Además tenía cierta gracia, cierta simetría, que tontease con Sandra ahora que estaba embarazada de su novio. Cuando yo me enamoré de Rita tenía 16 años y ella debía tener la edad que tengo yo ahora, más o menos. Por si fuera poco, ella entonces estaba embarazada de José, el que luego sería novio de Sandra y el padre de mi hijo. Que yo me excitara con Sandra, ahora que era yo la embarazada, era como cerrar el círculo. Lo explicaré más despacio:
De adolescente era una chica solitaria. No me llevaba bien con mis padres y no tenía muchas amigas. Tenía mucho éxito con los chicos, porque decían que era muy guapa: alta, rubia, delgada pero con curvas, ojos claros… pero no me atraían demasiado los hombres, así que eso me daba igual. Me parecían intimidantes y violentos, no me gustaba su mundo. Además cada vez que un chico se interesaba en mí, su novia, o la chica que aspiraba a ser su novia, o por la que él había estado interesado antes, pasaba a odiarme, como si fuera culpa mía. Era horrible. Entonces conocí a Rita. Ella parecía ver lo que otros no veían. Era mi profesora de filosofía e historia. Alta, guapa, pelo corto rojizo, carita graciosa, ojos intensos. Ella no parecía mirarme con deseo, como los hombres, ni con hostilidad ni envidia, como las mujeres. Parecía que sinceramente le importaba todo lo referente a mí. Como si yo fuese la persona más interesante del mundo. Además era tan atractiva, estaba tan segura de sí misma, le importaba tan poco lo que pensaran los demás, llevando su embarazo de padre misterioso con tanto orgullo… Pasó lo que tenía que pasar, quedé colgadísima por ella. Nunca me había planteado mi orientación sexual, asumía que mi desinterés por los chicos era desinterés por el sexo en general, no que me gustasen las chicas, de hecho no me había sentido antes atraída por ninguna. Sin embargo cada vez que Rita me sonreía, cuando rozaba mi mano, cuando me besaba la mejilla… mis bragas se empapaban.
Un día me llamó a su despacho. Mis notas habían bajado. Le expliqué que tenía problemas en casa. Fue muy comprensiva conmigo, un cielo. Luego me invitó a tomar algo en la cafetería. Me contó lo de su embarazo, que entonces aun no se le notaba. También me dijo que era bisexual, que en la universidad había tenido una novia y más recientemente una relación con un ex alumno. Yo estaba alucinada. Así que, por una parte, había tenido una relación con un alumno y por otra también le gustaban las mujeres. Eso quería decir que tal vez… no, no podía ni pensarlo… pero para mi sorpresa tenía las bragas empapadas ante la mera posibilidad.
Pasaron los meses y su barriguita fue creciendo, como lo hace ahora la mía. Yo era su “ojito derecho”, su preferida. Algunos me acusaban de pelota por ayudarla a llevar los libros o quedarme hablando con ella después de clase, pero la verdad es que no me importaban las notas, lo hacía porque estaba a gusto con ella. Un día me encontraba especialmente desanimada, había tenido bronca con mis padres la noche anterior y no tenía ganas de nada. Rita lo notó y me invitó a tomar café en su casa después de clase. Vivía sola, su casa era bonita. Me la enseño y tomamos algo en la cocina, ella café y yo manzanilla. Le referí la bronca con mis padres y se me escapó alguna lagrimilla, ella me la secó y me acarició la mejilla con la mano. No pude evitar mirar su escote mientras lo hacía. ¿Qué me estaba pasando? Me decía a mi misma que mi obsesión con ella era simplemente admiración, amistad, pero cada vez era más obvio que no era solo eso. Su mano en mi mejilla me había removido por dentro. La visión fugaz de sus pechos hinchados por el embarazo había logrado que sintiera un picor entre las piernas. Entonces ella empezó a decir lo fea que se encontraba y yo, con toda sinceridad le dije que no, que era la mujer más atractiva que conocía. Sonrió y me besó en los labios. Gracias cariño, tu sí que eres preciosa, me dijo, pero yo estaba extasiada por haber sentido sus labios en los míos, aunque fuera tan brevemente. La mitad de la ropa ya no me sirve ¿quieres probarte algo? Con esta invitación la acompañé a su cuarto y abrimos el armario. Seleccionó algunas prendas y dijo, no sé si esto me cabrá, y acto seguido se quedó en ropa interior para probársela. Yo estaba como en una nube. Ves, siguió diciendo, estoy demasiado gorda, póntelas tú, y se quitó la blusa y la falda y me las dio. Tímidamente empecé a desnudarme. Si ella lo había hecho delante de mí, yo no podía ser menos. Noté que me miraba y, en cierto modo, me gustó no pasarle desapercibida. Después de estar probándonos su ropa un rato comenzó a hacerme cosquillas. No sé como terminamos tumbadas en su cama, de lado, en ropa interior, mirándonos. Le di las gracias y la besé en la mejilla. Ella me devolvió el beso, muy cerca de los labios. Esta vez fui yo la que me atreví y rocé sus labios con los míos. Nos volvimos a besar, pero esta vez su lengua se abrió camino en mi boca tímidamente. Atrapé su labio superior entre los míos, luego el inferior y, finalmente colé mi lengua en su boca hasta tocar la suya. Estuvimos un rato besándonos. Literalmente me derretía. Me besó el cuello y yo empecé a acariciarle esos pechos que me estaban volviendo loca. Su mano se había deslizado hasta mis braguitas y se colaba entre mis piernas. Le quité el sujetador y comencé a chuparle las tetas con más deseo del que había tenido nunca por nada. Estaban gordas y eran maravillosas. Me aferré a sus pezones, primero uno y luego el otro mientras ella me seguía masturbando, volviéndome loca con sus dedos. Paró un momento para quitarme el sujetador y devolverme la cortesía con mis pechos. ¡Dios, eres preciosa! La oí murmurar y eso me enervó más. No sé como movía la lengua por mis senos que me mojaba aun más. A su lado me sentía torpe, incapaz de devolverle todo el placer que me estaba dando, pero a ella no parecía importarle. Rodeaba mis pezones con los labios, los succionaba, los lamía… Continuó bajando su lengua por mi tripa, estremeciéndome hasta llegar a mi monte de Venus, aspiró su aroma y jugueteó con mi vello íntimo. Me besó en la cara interna de los muslos, en las ingles y llegó a mi vagina. Llenó sus labios externos de besitos, luego coló la lengua entre ellos y pude ver el paraíso. Voy a dibujarte el alfabeto con la lengua, me dijo, a, b, c… movía su lengua en mi intimidad dibujando las letras mientras yo creía morir del gusto. Ni que decir tiene que me corrí antes de llegar a la zeta. Se arrastro sobre mi cuerpo con los labios aún mojados con mis flujos y me besó. La abracé y continué besándola un rato más. Estaba muy agradecida del placer que me había hecho sentir y quería retribuirla, aunque no me sentía muy capaz de hacerla volar tan alto como ella a mí. Mi lengua jugueteaba con la suya y nuestras tetas chocaban, frotándose nuestros pezones. Con la mano le acariciaba el chocho, metiendo los dedos en la raja, tratando de atrapar el clítoris. Voy a hacértelo yo, le dije. No tienes porque, respondió ella. Quiero hacerlo, zanjé la discusión. Comencé a lamer su clítoris mientras la masturbaba con los dedos. Le pasaba la lengua lo mojaba con saliva, lo rodeaba con los labios, lo chupaba, lo succionaba… Mi mano iba cada vez más rápida en su rajita, toda mojada. Al final explosionó entre gritos y yo supe que lo había hecho bien.
Las semanas siguientes las pase entre las nubes. Me levantaba contenta sabiendo que la iba a ver. Estaba distraída, contaba los segundos hasta que llegara la hora de su clase o el recreo para escaparnos juntas. Íbamos cogidas de la mano al baño, tratando de disimular la emoción, a enrollarnos y a masturbarnos o, cuando estábamos más calientes y éramos más osadas, comernos las chichis. Casi todas las tardes al salir de clase pasaba por su casa y hacíamos el amor como es debido, tumbadas en la cama, desnudas y tomándonos todo el tiempo del mundo. Los fines de semana me era más difícil verla, así que en lugar de ansiar durante toda la semana, como mis compañeras, que llegara el viernes, yo lo temía, y pasaba los sábados y los domingos deseando que llegara el lunes. Mientras tanto su tripa seguía creciendo. Eso no impedía que yo continuara deseándola sexualmente. De hecho, desde entonces me excitan un poquito las embarazadas con sus curvas, sus tetazas y su pose maternal. Un día después del sexo, mientras le acariciaba el pelo, comenté sin darme cuenta de lo que decía: espero que estemos juntas siempre. No solía pensar en el futuro, simplemente me dejaba llevar, pero en cuanto lo dije supe que era verdad, que era con ella con quien quería pasar toda mi vida. Rita me sujeto la cara con las manos en un gesto amoroso y me miró con benevolencia. Yo también estoy sintiendo cosas por ti, me dijo. Pero esto no puede ser, eres muy joven y mi vida muy complicada. Soy tu profesora, si en el colegio se enteraran me despedirían. Además voy a tener un hijo. Y también me gustan los hombres. Eres maravillosa, estar contigo es fantástico, pero mereces alguien mejor, que no te complique. La abracé y me puse a llorar. Le dije que la quería, que quería estar con ella, criar a su hijo con ella, que no me importaba si quería tener aventuras con hombres de vez en cuando mientras luego volviera conmigo. Sonrió y me dijo que le recordaba a su hermana. Nos besamos. Yo también te quiero, continuó. Por eso no quiero hacerte daño, ni liarte la vida, ni que por mi desperdicies las oportunidades que tendrás, porque eres una joya. Mi mejor oportunidad, le dije, es estar contigo. Dejamos ahí la cosa, pero yo seguía decidida a convencerla de que valía la pena intentarlo, de que lo nuestro tenía futuro.
Seguimos con esa rutina de sexo hasta prácticamente que ella se puso de parto. Poco antes me había presentado a su familia: su hermana mayor, a la que, por alguna razón, yo le recordaba, aunque no podíamos ser más distintas, ella era extrovertida y se comía el mundo, yo más bien tímida y apocada. También me presentó a su madre, una señora guapísima, y a su cuñado, que me confesó, era el padre biológico del niño que llevaba en el vientre. ¿Inseminación artificial?, pregunté yo ingenua. Ya te dije que mi vida era un poco complicada, respondió ella. Es una historia muy larga. María (el nombre de su hermana) y Julio (su marido) son una pareja muy… moderna. A veces he estado con ellos. A los dos les pareció bien mi idea de tener este niño con la ayuda… natural de mi cuñado. Quedé petrificada ante la noticia. Rita se había acostado con su cuñado, con el consentimiento de su hermana, para quedarse embarazada. Su audacia no dejaba de sorprenderme.
Durante el parto y en los primeros días de José, como llamó a su hijo, yo parecía una más de la familia. La visitaba en el hospital primero y en su casa después siempre que podía, la ayudaba a cambiar pañales o preparar biberones. Trabé amistad con María y en general con toda su familia que me trataba con excepcional amabilidad. Estuvimos varios meses sin tener sexo, pero no me importaba, algo maravilloso estaba pasando en la vida de Rita: su maternidad, y yo tenía el privilegio de estar compartiéndolo. Desde luego era cansado, mis amigas iban a divertirse con sus novios y yo a limpiarle el culo a un mocoso, hijo de mi profesora, pero valía la pena. Cuando nos volvimos a acostar estaba claro que aquello ya no era un calentón: teníamos una relación.