Secreto

Un hombre confiesa la razón por la que su relación con su padres es tan mala.

Secreto.

Cuando yo tenía siete años -comenzó Luismi su relato -mis padres se separaron. Lo habían decidido de mutuo acuerdo. Aunque les habían criado a la antigua usanza tenían mentalidades muy abiertas dada su formación universitaria. Mi madre era enfermera en un hospital, luego siguió estudiando y hoy es cirujano. Mi padre estudió económicas y empezó trabajando en una empresa automovilística, pero con el “boom social de los ochenta”, como él decía, se montó un concesionario por su cuenta, y la verdad es que triunfó.

Al principio yo no entendía por qué mi padre ya no se quedaba en casa. Pero los dos se esforzaron en explicarme la situación y lo hicieron de manera que no supuso ningún trauma para mí. Nunca les vi discutir, ni malos rollos, lo cual fue creando en mí una sensación de que aquello se arreglaría y mi padre volvería a casa algún día.

Él se había ido a vivir a un piso al centro de la ciudad, donde yo pasaba algunos fines de semana. Como digo la relación entre ellos siempre fue muy buena y yo pasaba los días indistintamente con cualquiera de los dos, aunque vivía con mi madre.

Todas mis esperanzas de que se arreglaran las cosas entre mis padres empezaron a desaparecer en la tarde del sábado dieciséis de enero de 1.982.

Ese día había quedado con mi padre en su piso para ver el sorteo del Mundial´82, evento con el que yo estaba muy ilusionado. El tiempo me demostró que aquella tarde empezaron a desaparecer también mis ilusiones de ver a la selección ser campeona del mundo.

A las tres de la tarde, mi madre me dejó a la puerta del edificio para que subiera. Mi padre abrió la puerta y yo entré corriendo hasta el salón para coger el sitio de él en el sofá. Pero al llegar allí me llevé una sorpresa:

-Hola, tu eres Luismi, ¿no?

Ante mi había una mujer que no había visto en mi vida. Era alta con el pelo moreno y corto, ojos color miel, la boca un poco pequeña. Llevaba un jersey de cuello alto claro con rayas horizontales de colores que le hacían un busto bastante bonito. Unos pantalones Levis azul ajustados que marcaban un muy buen culo y unas largas y bonitas piernas. Llevaba unas botas de piel marrón. No era un bellezón pero tenía una cara agradable y un cuerpo de escándalo. Me quedé parado y sin reacción:

-¿Te he asustado? -me preguntó amablemente.

-No... no... ¿Quién eres? -pregunté incrédulo.

-Soy Lorena -se acercó y me dio dos besos.

Yo no entendía nada y mi cabeza era incapaz de asimilar esa información. No encontraba explicación a qué podía estar haciendo en el piso de mi padre:

-Luismi, Lorena es mi novia. Llevamos unos meses saliendo y quería que la conocieras -por fin explicó mi padre.

-Ah, vale -dije con cierta indiferencia y mostrando naturalidad. Pero en el fondo me había sentado fatal porque aquello significaba que mi padre no volvería con mi madre.

Cuando llegué a mi casa el domingo por la noche le conté a mi madre que mi padre tenía novia.

Ella me explicó de nuevo la situación y que no pasaba nada. Que ellos ya no se querían tanto como para vivir juntos pero que sentían cariño el uno por el otro. Pero yo noté como la relación entre ellos se había enfriado y como mi madre era ahora más estricta con mi padre.

Todo esto provocó en mí un sentimiento de rabia y hostilidad hacia Lorena que derivaba en pataletas infantiles cuando estaba con ellos.

El paso del tiempo no hizo sino empeorar  las cosas. Sobretodo tras el divorcio de mis padres cuando yo tenía doce años.

En la adolescencia los choques fueron constantes. Pero tras la explosión hormonal de mi desarrollo mi relación con Lorena fue un caos. Al desprecio que sentía hacia ella uní una atracción sexual morbosa y casi obsesiva. Me masturbaba pensando en ella, en sus tetas, en su culo. Pensé que todo esto sería nada más que una manera de venganza hacia ella, pero mi amigo Jorge no ayudaba. Cada vez que lo veía me recordaba lo buena que estaba la novia de mi padre, las tetas tan ricas que tenía, el culo tan bueno que tenía.

Así fue pasando el tiempo hasta el día D. Era un viernes de primeros de septiembre del año ochenta y ocho. Yo tenía diecisiete años y llevaba desde principio del verano saliendo con una chica, rubia muy guapa, se llamaba Adela. El verano estaba siendo muy caluroso lo que no ayudaba a la calentura natural de mi edad. Pero en esa época no se pasaba del simple magreo y el beso. Así que me mataba a pajas pensando todavía en la novia de mi padre.

Habíamos quedado para cenar fuera los tres, Lorena, mi padre y yo. Sobre las ocho de la tarde había dejado a Adela en su casa con mi vespino. Luego me acerqué al piso de mi padre.

Al entrar vi que la casa estaba a oscuras solo con esa luz de penumbra que da el atardecer al final del verano. Como no había nadie pasé al salón sin encender la luz para ver un poco la tele antes de ducharme.

La claridad de la televisión me permitió ver que había una película en el vídeo VHS. Sin pensarlo dos veces puse el canal 0 y le di al play.

Tras unos segundos con la pantalla en azul aparecieron ante mí las secuencias de una película porno. La imagen lésbica que reproducía el video, el calor de todo el día y la calienta pollas de Adela me estaban provocando una tremenda erección. Me bajé hasta las rodillas el pantalón de baloncesto de los Lakers junto con el slip. Mi polla saltó disparada hacia arriba. Sentado en el sofá y viendo la porno comencé a hacerme una paja lentamente. Enseguida me asaltó la fantasía de Lorena, empecé a imaginar que alguna de aquellas tías era ella, así que mientras me la hacía empecé a nombrarla entre jadeos.

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El día estaba siendo muy caluroso y ella se sentía muy excitada. Tras ir madurando la idea a lo largo de la tarde, por fin decidió relajarse en el sofá haciéndose una paja mientras veía una película porno. Así que se desnudó y se tumbó.

Se había estado calentando durante casi cuarenta minutos viendo imágenes donde unos negros con unas pollas descomunales sodomizaban a jovencitas pelirrojas. Justo cuando comenzaban a hacer un 69 dos rubias impresionantes, ella aceleró el ritmo de sus dedos sobre su clítoris para acabar apretando las piernas una contra la otra en un sonoro orgasmo.

Después de apagar la tele y el vídeo pasó a su dormitorio para darse un relajante baño de espuma. La bañera era muy grande, solo tenía que flexionar un poco las piernas para caber entera. El agua tibia le llegaba a los hombros. La relajación era absoluta...

Sobresaltada por una cabezada se dio cuenta que el agua se le había quedado fría. No sabía cuanto tiempo llevaba en el baño. La espuma estaba disuelta y su cuerpo estaba frío. Se puso  de pie moviendo gran cantidad de agua, quitó el tapón y abrió los grifos de la ducha para conseguir una temperatura que la hiciese entrar en calor.

Al mirarse pudo ver como los últimos restos de espuma se habían quedado prendidos de su cuidadosamente triangulado vello púbico. Echó el cuerpo hacia atrás y dejó que el chorro de agua aclarase su coño, al sentir el agua templada dejó escapar un suspiro de placer.

Cuando terminó de ducharse tomó una gran toalla y comenzó a secarse, luego salió a su habitación para vestirse. Miró el reloj de la mesita de noche, eran las ocho y media de la tarde. Llevaba una hora en la bañera. Le pareció oír algo de fondo en el salón, se asomó por el pasillo y efectivamente oía un ruido pero la casa estaba a oscuras:

-¿Jaime? -llamó a su pareja pero no contestó nadie.

Se envolvió en la toalla anudada por encima del pecho y con cierta preocupación avanzó hacia el salón. A medida que se acercaba los ruidos le parecieron como gruñidos o resoplidos. Ya en la puerta del salón a oscuras podía oír perfectamente como alguien pronunciaba su nombre.

Entró en el salón al mismo tiempo que encendía la luz.

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Al iluminarse el salón me sobresalté en el sofá. Lorena, la novia de Jaime, mi padre, estaba de pie frente a mí -que seguía inmóvil con la polla en la mano -envuelta en una toalla verde anudada por encima del pecho. Su pelo mojado parecía aún más negro y caía sobre sus hombros. Ahora tenía el pelo más largo y la humedad hacía que se le rizase. Me miraba fijamente, su cara era ahora de mujer fatal y me parecía más morbosa que nunca:

-Yo... yo creía... -era incapaz de articular palabra. La situación me tenía atenazado. El rubor se apoderó de mi cara y el sudor frío hizo que mis manos se convirtieran en dos témpanos de hielo en contraste con mi pene que aún se mantenía erguido y ardiendo:

-No. No te disculpes... -me dijo muy seria.

No sabía como interpretar su cara. No sabía si estaba tan cabreada que me tiraría algo a la cabeza o si hablaría con mi padre para que fuese él el ejecutor.

De repente en su cara se fue dibujando una sonrisa maliciosa. Levantó su mano derecha hasta el nudo de la toalla y lo deshizo. En ese instante comprendí que mi padre nunca se enteraría.

Ante mí se descubría el primer desnudo femenino. Lorena tenía un cuerpazo pese a sus treinta y ocho años, una figura espectacular.

Tenía la piel clara, unas tetas nada exageradas que pese al efecto de la gravedad se veían exquisitas. Unos pezones rosados apuntando hacia arriba con los que llevaba años soñando e imaginándomelos solo la mitad de sabrosos que me parecían ahora. Su abdomen estaba completamente liso, un ombligo perfectamente redondo por debajo del cual aparecía el contraste de color que había delimitado la braguita del bikini a lo largo del verano. Su vello púbico era negro y rizado. Estaba alborotado al haberse secado sin la presión de la ropa interior. Estaba perfectamente recortado en forma de triangulo. Sus moldeadas piernas me parecieron espectaculares.

Aún con desconfianza vi como se situaba delante de mí. Se arrodilló y me quitó los pantalones:

-¿Eres virgen, Luismi? -asentí con la cabeza -pues habría que solucionarlo...

Me cogió la polla con la mano derecha y yo suspiré de placer. Tenía la mano cálida y de una suavidad indescriptible para mí en ese momento. Sin dejar de mirarme me la acarició lentamente durante unos segundos, para luego apretar un poco. Liberó mi glande a punto de estallar.

Lorena inclinó la cabeza hacia mi entrepierna y vi como se iba introduciendo mi polla en su pequeña boca. Esa sensación de notar una boca húmeda y caliente sobre mi polla fue tremenda. Sentía como se derretía allí dentro.

Lorena empezó a coger un ritmo más constante. Yo suspiraba y respiraba entrecortado. Era mi primera mamada. Estaba haciendo un esfuerzo por no correrme rápido pero Lorena era una auténtica bomba y tan solo con la boca consiguió que me descargase.

Todo el cuerpo se me puso en tensión, sentía la polla más dura que nunca y un hormigueo en la corona del glande que estaba a punto estallar:

-Aaahhhgggg... -me agarré al asiento del sofá con ambas manos mientras eyaculaba. Seguí aferrado al sofá cuando Lorena, tras retirar la cabeza seguía sacudiéndomela. Pude ver como varios chorros de semen salían disparados en todas direcciones, manchando sofá, alfombra e incluso su pelo.

Después de varios espasmos me rendí en el sofá con los ojos cerrados:

-Vaya corrida, ¿de cuando no descargabas?

-Es que nunca me habían hecho eso -dije con los ojos aún cerrados

-Pero no te duermas que ahora me toca a mí...

Lorena comenzó a subir mientras me besaba el abdomen, mi pecho y llegaba a mi cuello. Yo trataba de parecer tranquilo pero me delataba la torpeza con que le cogía las tetas. No sabía muy bien si amasar, pellizcar o agarrar, así que lo hacía todo a la vez:

-Tranquilo, ahora quiero que me lo comas tú.

Ella se recostó sobre un brazo del sofá y abrió las piernas dejando ver como su coño estaba abierto y húmedo. Yo me arrodillé en el suelo y tumbé mi cuerpo sobre el asiento del sofá de manera que mi cara quedaba a la altura de su entrepierna. No tenía muy claro como se hacía aquello. Así que con ambas manos separé los labios dejando a la vista la raja toda abierta.

Ese olor a sexo era algo totalmente nuevo para mí. Pasé la lengua por toda la vagina saboreando aquel flujo que manaba. Empecé a dar lengüetadas introduciendo la lengua dentro. Oía suspirar a Lorena:

-Tranquilo, más despacio, Luismi -ella me dirigía –sigue, no te pares.

Viendo que yo era incapaz de dar con el punto exacto de su placer, apartó mi cabeza y me miró con cara de lujuria:

-Deja que yo te guíe -se acarició el coño de abajo a arriba -mira, ¿lo ves?, éste es el botón, el clítoris, la pipa o como quieras llamarlo.. Tan solo llegamos al orgasmo por la estimulación de éste. Así que céntrate en él y me llevarás a la gloria.

Puso los dedos índice y corazón de su mano derecha en forma de V invertida y delimitó la zona que tenía que comer. Ante mí tenía un trozo de carne duro, del tamaño de una falange -con el tiempo me di cuenta que Lorena tenía el clítoris más grande que he visto en mi vida.

Me puse a lamer aquello que ella me mostraba y a seguir todas sus instrucciones:

-Sigue chupando, sigue. Un poco más rápido. Tríllalo con los labios. Aaaahhhh. -Era muy excitante para mi oírla -Sí, succiona, aaahhh, si que bien vamos sigue.

Me estaba deleitando y mi orgullo masculino crecía tan rápido como lo hacía mi polla. Cuando noté que me cogía la cabeza y me presionaba hacia ella, supe que lo estaba haciendo bien. Seguí con la presa de carne trillada y moviendo la lengua rápido sobre ella:

-Ahora, ahora, siiii, ahoragggg

Noté como mi barbilla se mojaba por el flujo de ella. Traté de lamer y beber todo lo que salía. Su sabor indescriptiblemente dulce me encantó.

Al levantar la cabeza pude ver como su cara estaba toda roja y sus labios también. Me pidió que subiera. Yo hice una parada en sus bonitas tetas. Lorena tiró de mi y me besó no le importó que mi boca aún con restos de su flujo supiera a coño y eso me excitó, más aún. La miré a los ojos:

-Quiero follarte -le dije con deseo.

-Te voy a desvirgar -me replicó ella con media sonrisa.

Enseguida intenté penetrarla torpemente:

-Tranquilo no corras.

Se acomodó mejor en el sofá. Abrió más las piernas y me guió la polla con su mano hasta la entrada de su coño. Sentí el calor que desprendía y no pude aguantar nada más. Se la metí de un golpe. Aún recuerdo esa sensación de la primera vez, como esa cavidad húmeda y caliente se adaptó perfectamente a mi polla. Que fácil entraba:

-Mmmm -suspiró ella cerrando los ojos al notar mi virgen polla dentro de su vagina.

No me entretuve y comencé a bombear lo más rápido que podía, como si fuera una competición. Sin disfrutar el momento:

-Tranquilo, más despacio... -me decía ella

-No puedo, no puedo. Me corro, me corro, aho.... raaaggggg

En menos de un minuto me corrí dentro de su coño. Lorena me había desvirgado.

Yo respiraba con dificultad, tenía una sonrisa de oreja a oreja. Me sentía en la cima del mundo. Se lo quería contar a todo el mundo pero no podía ser. Aquello tenía que quedar entre nosotros. Un secreto inconfesable. De lo contrario mi padre podría enterarse y tendríamos un problema.

En estas estaba cuando Lorena me avisó que eran casi las diez de la noche y teníamos que ir a cenar con mi padre. Rápidamente nos duchamos -por separado- nos vestimos y fuimos en coche al restaurante donde nos esperaba.

Durante la cena yo no podía dejar de pensar en lo que había pasado y no veía la hora de largarme de allí. Evitaba por todos los medios la mirada de mi padre, pero en cambio trataba de cruzarla con Lorena.

Antes de los postres y con la excusa de haber quedado con Adela me pude escabullir de allí.

Desde entonces mi relación con mi padre se volvió más fría. Él siempre lo achacó a que nunca me cayó bien Lorena sin imaginarse que lo que me hacía sentir así era la sensación de traición que tenía hacia él.

A día de hoy ella tiene cincuenta años y nunca más hemos vuelto a hablar del tema y mi padre a sus cincuenta y siete aún piensa que no la puedo ver.

Tras varias copas en casa, Silvia se había empeñado en que Luismi le tenía que contar de donde venía esa mala relación que tenía con su padre. Siempre que estaban juntos acababan discutiendo.