Secretaria y amante (2)

Cuando Rodrigo creyó que ya estaba preparada, se situó sobre mí, separó mis nalgas y guió su erecta verga hasta mi ano.

SECRETARIA Y AMANTE 2.

Despertarme allí, sobre mi cama, atada, me produjo cierta impotencia, pero a la vez, saber que Rodrigo estaba allí me tranquilizaba.

Buenos días, zorrita. – Me saludó.

¿Por qué me has atado? – Le pregunté.

¡Oh, no te preocupes querida, es sólo un juego, un divertido juego! – Dijo Rodrigo con total tranquilidad, lo que hizo desaparecer todos mis temores, pues encontrarme atada en aquella cama me había producido también cierta desazón.

Rodrigo estaba desnudo y al levantar la cabeza para observarle, pude ver su miembro erecto. Sin duda verme allí atada, desnuda y expuesta para él le había excitado.

Se levantó y se acercó a la cama. Me miró con deseo y dijo:

Seguro que quieres volver a gozar como anoche, ¿Verdad, zorrita?.

Asentí y Rodrigo acercó su boca a la mía y me besó. Deslizó su mano hasta mi sexo y lo acarició suavemente haciendo que me excitara enseguida. Se recostó a mi lado y me preguntó:

¿Quieres que te haga mía, putita?

Sí.

Me besó apasionadamente haciendo que su lengua penetrara en mi boca. Seguidamente, descendió lamiendo mi cuello hasta llegar a mis senos que chupeteó y mordió a su antojo. Continuó bajando mientras seguía estrujando y masajeando mis pechos, hasta llegar a mi sexo. Se concentró entonces en lamer mi clítoris, en hacer que mi cuerpo recuperara su excitación. Su lengua se adentró en mi vagina y todo mi cuerpo se estremeció. Sentí como la usaba como un pequeño pene, haciendo que entrara y saliera de mí. Empecé a gemir y a sentir como mi vagina se contraía deseosa de algo más.

Rodrigo se colocó de nuevo sobre mí, me dio otro beso que sabía a mis jugos y sentí su verga pegada a mi sexo. Luego empezó a restregarla por mi vulva, húmeda por el deseo, haciendo que cada vez le deseara más.

Quieres tenerla dentro ¿Verdad, zorrita? – Me preguntó.

Sí – Afirmé con la voz entrecortada y excitada.

Y entonces guió el glande hasta mi agujero y lo introdujo levemente. Yo quería empujar hacía él, abrazarle con todo mi cuerpo, pero no podía, las cuerdas me lo impedían, así que él tenía todo el control de la situación, por lo que sacó el glande y volvió a restregarlo por toda mi vulva y volvió a introducírmelo. Repitió la operación varias veces, haciendo que el deseo creciera cada vez más en mí, hasta que diciendo:

Toma, zorra, toma mi verga. – Me la introdujo por entero de un solo empujón.

El gemido que lancé producto del placer, estoy segura que se escuchó claramente en la habitación de mi vecino que estaba pared con pared de la mía.

Roberto empezó a cabalgar sobre mí cada vez más rápido y arremetiendo con fuerza una y otra vez, mientras yo seguía atada sin poder abrazarle con mis piernas. Me sentía impotente, pero también me excitaba aquella situación de no poder hacer nada. Estaba a punto de alcanzar el orgasmo cuando Rodrigo volvió a sacar su verga de mí y la frotó de nuevo por mi vulva. Yo sentía como los jugos salían de mí produciéndome una agradable humedad entre las piernas.

Volvió a penetrarme con brusquedad y otro gemido escapó de mi garganta, y de nuevo su sexo entrando y saliendo de mí a aquella velocidad, con fuerza y sin pausa, rozando las paredes de mi vagina y haciendo que el placer se concentrara en ella. Y otra vez, apunto de lograr el orgasmo, Rodrigo sacó su polla de mí. Me desató las piernas y las muñecas y me ordenó:

Ponte boca abajo.

Obedecí y volvió a atarme las muñecas a los barrotes de la cama. Sentí su sexo rozando mis nalgas y pregunté curiosa:

¿Qué vas a hacer?

Nada, no te preocupes, preciosa, te gustará.

Tras eso, me hizo abrir las piernas y se situó entre ellas, guió su erecta verga hasta mi vagina y volvió a penetrarme, pero esta vez con suavidad. Se recostó sobre mi espalda, guió sus manos hasta mis senos y empezó a masajearlos suavemente, mientras a la vez, se movía con lentitud, haciendo que su sexo entrar y saliera de mí. Poco a poco fue acelerando sus movimientos, hasta que logró que me corriera entre espasmo y gemidos de placer. Entonces sacó su verga de mí, oí una especie de papel rasgarse y me giré. Vi como se colocaba un condón y le pregunté:

¿Qué vas a hacer?

Tranquila, cielo, voy a desvirgarte ese culito tan lindo que tienes, pero no te preocupes por nada.

No me agradaba demasiado la situación, pero tampoco podía negar que más de una vez me había sentido atraída por probar aquello, así que le pedí:

Sé cuidadoso ¿Quieres?.

No te preocupes.

Descendió hasta mi culo y mordió mis nalgas, primero una y luego la otra; seguidamente, sentí como introducía su lengua entre ellas y seguidamente, abriéndolas, trataba de alcanzar mi ano. Su húmeda lengua empezó a masajear el borde de mi agujero trasero y una agradable corriente eléctrica atravesó mi cuerpo. A continuación sentí como intentaba introducir uno de sus dedos. Poco a poco, mi ano fue cediendo a la presión y logró insertarlo. Sentirme penetrada por esa parte de mi anatomía era algo diferente que nunca antes había sentido. Rodrigo movió su dedo dentro de mí y al ver la aceptación que tenía por mi parte, decidió meter un segundo dedo. Yo me sentía cada vez más excitada, aquellas caricias me estaban gustando incluso más que si fueran en mi clítoris.

Cuando Rodrigo creyó que ya estaba preparada, se situó sobre mí, separó mis nalgas y guió su erecta verga hasta mi ano. Yo estaba algo nerviosa pero a la vez excitada, sentí como empezaba a penetrarme, como su glande entraba despacio, y mi ano se contraía tratando de atraparlo a la vez que sentía un pequeño dolor. Rodrigo se detuvo y permaneció quieto un rato, esperando a que mi culo se acomodara a la nueva situación. Tras unos segundos, trató de introducir un poco más y de nuevo se detuvo permaneciendo inmóvil. Hasta que finalmente empujó logrando que entrara toda su verga. Permanecimos quietos un instante, hasta que Rodrigo dijo:

Bien, zorrita, ahora empezaré a moverme y verás como te gusta.

Colocó sus manos sobre mis senos y empezó a moverse dándose impulso con estos. Al principio sentí un poco de dolor, que poco a poco fue desapareciendo en la medida que el placer iba aumentando. Rodrigo deslizó una de sus manos hasta mi clítoris y empezó a masajearlo mientras iba aumentando el ritmo de sus embestidas. El placer iba subiendo de intensidad gradualmente, y poco a poco me iba sintiendo en la gloria, como nunca antes me había sentido. Empecé a gemir y a empujar hacía él, tratando de sentir aquella vara, más y más adentro de mí. Las sensaciones se multiplicaban y poco a poco el placer empezaba a concentrarse en aquella zona. No tardé mucho en alcanzar un demoledor orgasmo como jamás en mi vida había sentido. Rodrigo siguió empujando un poco más hasta que también él se corrió.

Después descansamos un rato, tras el cual nos levantamos, nos vestimos, desayunamos y salimos a pasear. A mediodía comimos en un pequeño restaurante y tras eso, él tuvo que irse, ya que tenía que ir a buscar a su mujer al aeropuerto.

El resto de la semana fue bastante tranquila, después del trabajo él venía a mi casa y hacíamos el amor apasionadamente e incluso a veces lo hacíamos en la oficina.

Yo vivía en una especie de nube, llena de ilusión por un futuro juntos. Y durante las siguientes semanas todo fue bien, hasta que llegó aquel fatídico día y aquel momento en el que debí haberlo dejado pero quizá el amor que le tenía me obligó a permitirle aquello y mucho más y ese fue el principio del fin.

Aquel día, parecía un día más. Llegué feliz y alegre a la oficina. Junto con Rodrigo, repasamos la agenda del día. A las doce tenía la visita de un cliente muy importante. El señor López.

El señor López era un hombre de unos cincuenta años, no era muy atractivo pero tampoco estaba mal. Era alto, moreno, delgado, de abundante cabello castaño. A la hora acordada llegó el Sr. López, el culpable de muchos de mis dolores de cabeza desde aquel día.

Buenos días, Srta. Carla.

Buenos días, Sr. López. – Me levanté y le tendí la mano. Y al sentir como la estrechaba..., no sé, noté algo diferente. Le miré a los ojos y también en ellos noté algo diferente a otras veces en que habíamos estado cara a cara, pero no supe determinar que era. – Enseguida le digo al Sr. González que está usted aquí.

Me acerqué a la puerta del despacho, seguida por el Sr. López y llamé a la puerta con los nudillos. Abrí y anuncié:

El Sr. López está aquí, Sr. González.

Esta bien, hazle pasar. – Me indicó Rodrigo.

Pase Sr. López. – Dije cediéndole el paso hacía el interior del despacho. Este pasó y yo iba a marcharme como hacía habitualmente cuando Rodrigo me dijo:

No, Carla, no te vayas, quédate y cierra la puerta con llave.

Me quedé extrañada al oír aquella indicación pero obedecí sintiendo que algo extraño, diferente, podía pasar en los siguientes minutos en aquel despacho...

Erotikakarenc (del grupo de autores de TR y autora TR de TR).

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