Secretaria de día, puta de noche (6)
..volví a sentir ese estremecimiento por todo mi cuerpo; desde las ventanas, los presos me gritaban de todo: asquerosos piropos, obscenidades inmundas, promesas de violarme, .
Casi un mes había transcurrido desde que humillé a Rodrigo y luego fui violada por él sin ninguna compasión; todos en la oficina acudieron a su boda ese día, pero yo no: tenía cosas más importantes qué hacer: para mis compañeros de trabajo, la señorita Viviana se había perdido la celebración por estar en cama, con un muy fuerte resfriado. La verdad era que "Sheyla" (mi otro yo), había encontrado la manera perfecta de pasarla bien ese jueves en la tarde, en que Rodrigo, aquel que me había casi partido el culo hasta la locura, se unía a Nicolle, la amante del Gerente General, "hasta que la muerte los separe" -¡cuánta hipocresía!, -; por primera vez me atreví a salir como "Sheyla, la puta", ¡a plena luz del día!, y no era para menos: la ocasión lo ameritaba. Tras conversar varias semanas con "Debbie", mi amiga travesti (y la única amiga que yo tenía, en el tórrido mundo de la prostitución callejera), logré que acceda a algo que deseaba desde que comencé a visitarla en la cárcel: tras una serie de movidas con los "capos" del penal y otros acuerdos con los policías que custodiaban la prisión con la "ayuda" de un buen dinero que yo misma le proporcioné-, había logrado que "se hagan de la vista gorda", ese jueves de visitas, podía yo entrar al penal y "ofrecerle mis servicios" a los presos.
Mientras en otro lado de la ciudad, mis compañeros de trabajo lanzaban arroz y daban vítores a los recién casados, yo llegaba del trabajo a mi departamento azorada, corriendo por la sala como una loca, arrancándome con furia mi uniforme de secretaria, ¡el cuerpo me ardía de deseo, ya deseaba ser cogida por esos delincuentes!!! Ya desnuda, dudé en qué ponerme; quería verme espectacularmente para esos brutos animales,... pero la cordura me hizo seguir el consejo de "Debbie". Me calcé encima una vestimenta un tanto sobria: un vestido simple verde, de falda ancha, con vuelos, de una sola pieza y que dejaba a la vista mis hombros y mi pechos, gracias a un amplio escote. A esto le agregué un hilo dental negro y zapatos de taco aguja, ¡y nada más!, me decepcionaba un poco mi vestimenta, pero había un motivo para eso, y yo confiaba en "Debbie", por encima de todo. Con una peluca corta pelirroja y unos lentes oscuros, terminé mi transformación para evitar que los presos me reconociesen, ya que las veces anteriores había entrado haciéndome pasar como la abogada de "Debbie", al visitarla-; el maquillaje lo tomé a las prisas del velador: se me hacía tarde. Me arreglaría en el taxi.
Ya haciendo fila para entrar al penal, mi cuerpo vibraba sin control: el olor a macho de ese recinto me estaba enloqueciendo. Ya advertidos de mi visita, los policías, me dejaron pasar con las dos bolsas que llevaba, repletas de regalos para "Debbie". Sentí yo, mientras las revisaban, el delicioso estremecimiento que me regalaban, mientras esos polis me echaban de cuando en cuando, sendas miradas lascivas, casi acariciando con sus ojos mis piernas torneadas y mi culo, mmm, adoro sentirme deseada. Incluso cuando las mujeres policías me desnudaron y me auscultaron, sentí el loco deseo de abalanzarme sobre esa tipa que me separaba las nalgas, viendo si llevaba algún contrabando oculto: mi raja estaba mojadísima y yo no podía dejar de suspirar con fuerza: su rudeza al revisarme, hacía que me diesen ganas de besar a esa policía, que parecía más hombre que mujer,
Cuidado con que se te borren los sellos, mamita, - me dijo un guardia de la última puerta, tras sellarme la muñeca derecha con un sello: ya me habían puesto otros dos más atrás-, si se te borra uno, no sales de aquí,
¿Quedarme encerrada ahí? ¡QUÉ MÁS YO QUISIERA!!!
Al cruzar entre los pabellones, rumbo al patio, acompañada de las otras visitas, volví a sentir ese gozoso estremecimiento por todo mi cuerpo; desde las ventanas de los pabellones, los presos me gritaban de todo: asquerosos piropos, obscenidades inmundas, promesas de violarme, . mmm, ohhhh!!, ¡aún ahora, de solo pensarlo, me mojo sin remedio, al recordar sus miradas rabiosas y enfermas!! Alcé mi mano y les regalé mi sonrisa de labios, en rojo intenso de puta, y casi contaba los segundos, para ofrecérmeles toda.
Ya sentada en una mesa del patio frente a "Debbie", no pude dejar de sentir pena al verle: le había crecido el pelo y trataba de peinárselo de una manera coqueta y femenina,.. pero era inútil: las prohibiciones del penal se lo impedían. "Debbie" recibió los regalos que le llevé gustosa, pero nada le quitaba esa semblante de pena, soñando a cada segundo con la calle, allá donde era "una diosa del deseo". Casi me olvidé a lo que iba ahí, mientras veía esa tristeza reflejada en su mirada ojerosa.
¡Hay, "Darliiing"!!, -exclamó alegremente, tratando de desentenderse de su prisión-, ¡eres una marrada, perra, sucia insaciable, jijiji!!!,... ¿estás lista para "hacerles el favor" a los chicos?,
Tras aquellas palabras, mi rostro se encendió en un instante, al igual que avivó el calor que llevaba yo por dentro: ¡le respondí sonriente, excitadísima y casi loca de contento!. "Debbie" me fue poniendo al tanto del asunto; como en ese penal no había venusterio, lo haría como lo que ellos llamaban "al paso": en un recodo de la pared pabellón contiguo al patio, dos putas por que en esa visita, yo no era la única-, cogerían una frazada, cubriéndome a mí y a mi ocasional "cliente" de la cintura para abajo, mientras cogíamos; ¡los policías nos podían ver y sabían qué estábamos haciendo! Aquel detalle me encendió a mil, casi le grité desesperada a "Debbie": ¡quería ya vivir de una buena vez aquella experiencia!!
Cuatro reos ya me han pagado por ti, siguió explicándome mi "amiga"-, tres son delincuentes comunes y uno está acá por tráfico de drogas; ninguno por violación, no queremos tener problemas,
Yo la escuchaba con la cabeza hecha un lío de pura excitación, mientras frotaba mis piernas una contra la otra, con mi coño completamente húmedo.
Si alguien me paga para que se la chupes, le atiendes, siempre y cuando nos alcance el tiempo, ¡ah!, y nada por el culo: ese es "mi departamento" aquí, ¡jijiji!!!,
Tras eso, ya no nos quedó más que esperar; mientras tanto, "Debbie" me enseñó cómo colocar un condón en la verga con la boca, ¡era fantástico recibir lecciones de ella, mi maestra en el puterío! De cuando en cuando, veíamos alguna puta gorda y vieja, que se ponía de pie y, seguida por un reo y dos tipas más iban al otro lado del patio, y armaban esa carpita "al paso" y atendía a su cliente. Las veía yo trabajar con curiosidad y sin ningún tipo de ansiedad: de lejos, yo era la más joven y de mejor cuerpo, y sabía que mi turno estaba por llegar.
Pasado un buen rato, un mulato muy musculoso se sentó a espaldas de "Debbie" y le habló a susurros. Tras una seña con la cabeza de mi amiga, el tipo se puso de pie y me tomó de la mano: era mi primer cliente. Temblorosa y súper excitada, le seguí en silencio. Él era el reo por tráfico de drogas, y se notaba su "ascendencia" entre los demás: toda su ropa era de marca: jeans negros, zapatillas importadas, una camiseta de fisicoculturista y un reloj de oro. Su musculatura era perfecta, al igual que los sendos tatuajes tribales que recorrían sus brazos. Era enorme, y a pesar de mis tacones altos, apenas yo le llegaba al pecho en altura. Todo él olía a sudor y a sexo contenido. ¡Me temblaban las piernas conforme nos acercábamos a la pared!; no me dijo absolutamente nada: las dos putas viejas con la frazada se apartaron para que yo me apoyase contra la pared.
El piso alrededor estaba plagado de condones usados y pedazos de papel higiénico sucios: toda esa esquina esa del penal apestaba a sexo, y ese aroma me enloquecía. Ya cubiertos por la frazada, me arrodillé, mientras el mulato se bajaba los pantalones; ¡me sentía yo la más puta del mundo, mientras me quitaba las bragas, teniendo ante mis ojos su verga enorme y ya chorreante!!. Me dediqué un buen rato a observarla con loco deleite: era gruesa y nervosa, casi se podría decir que musculosa. Como toda una experta, me metí un condón a la boca, como si fuera un chicle: tras suspirar, cerré los ojos y tomando su enorme aparato con una mano, abrí la boca y se lo coloqué con los labios, ¡casi me oriné de gusto, al sentir mis labios pegando contra el final de su verga!!, quería quedarme así, chupándosela por siempre, pero no podía: él había pagado por mi concha.
Apenas me incorporé, el tipo ese no me dejó ni un instante de respiro: ¡con una fuerza animal, me tomó de las piernas, alzándome en el aire, abriéndome por completo!!; casi solté un grito de gozo: ¡siii, eso es lo que me gusta: que me alcen como cualquier cosa!, Apenas tardó un segundo, y de un solo golpe me sacó el aire de los pulmones: ¡su verga enorme se me enterró por completo, hasta golpear con fuerza contra mis entrañas!!!; ¡DIOS MÍO, QUÉ ANIMAAALLL!!, con la furia y el desespero del reo encerrado que era, comenzó a martillarme el agujero con su verga, embistiendo sin parar, ..¡aaaahhhh!, ooooohhhh!!!, . Apenas me penetró, me vine de golpe, ¡si no era por los lentes oscuros, se hubiese visto cómo me hizo voltear los ojos!!
¡aaaaahhh!!!, . ¡mmmmhhh!!!, ahhh!, aaahhh!!!-, comencé a soltar ya sin ningún pudor, para deleite del mulato y desagrado de las putas que cogían la frazada.
A pesar de que nos cubrían, cualquiera que nos viese, podía ver sus brazos musculosos sosteniendo mis piernas que se bamboleaban de arriba abajo, con salvajismo, con desespero; ¡me abracé de su cuello, ebria de amor y de deseo, convulsionando sin parar, chorreando jugos a mares mientras me penetraba!! Al poco rato alcé la vista: desde los torreones al frente, los policías hacían como que vigilaban, pero yo podía adivinar bajo sus lentes oscuros, que estaban gozando viendo cómo ese bruto me hacía cabalgar con furia su verga, haciéndome gritar de gozo. Un guardia no me quitaba la vista de encima y eso me excitó aún más: levanté mis lentes, poniéndomelos sobre la cabeza. Quería que vea bien mi cara de puta, mis labios rojos que yo me relamía sin cesar, quería que viese mis ojos volviéndose blancos a cada instante, ¡deseaba que nunca olvidase "Sheyla", la nueva puta del penal!
Hubiese querido que esa primer y fenomenal cogida carcelaria durase eternamente, pero no pude, casi pasados 15 minutos exactos, el mulato finalmente descargó su lívido animal. Lo hubiese disfrutado más si su verga me hubiese inundado el coño, pero debía aceptar las reglas de la prisión. A pesar de todo, mi coño sí descargó toda su furia, mojando a mi cliente por completo, lo cual le dejó a él y a mí, más que complacidos. Nunca dijo una palabra, ni una exclamación: sólo soltó sus jadeos animales. Me encantó por eso: para él, yo solo era un agujero qué penetrar.
Con las piernas temblorosas, pero dichosa, regresé a la mesa donde me esperaba "Debbie": en esa, mi primera cogida penitenciaria, había dejado olvidado mi hilo dental en esa infame esquina, y el resto de presos se percataron de ello: mientras cruzaba entre ellos, sin bragas, sintiendo sobre mi conchita mojada el airecillo de aquella tarde, y las respiraciones pesadas y calientes de todos los presos del patio, descargándose sobre mí,
¿Y que tal estuvo?, -, me preguntó "Debbie" apenas me senté.
.¡Necesito un cigarro!,
Haznos un favor, -me dijo entonces, zurrando-, la próxima vez no grites tan fuerte: nos vas a meter en problemas,
Tuvimos que esperar un buen rato para que yo use de nuevo la frazada "al paso": varias otras putas tenían clientes que atender, pero estaba bien: necesitaba tomar un respiro. Mi segundo cliente en el penal fue más bien para el olvido: era un chiquillo preso por robo de autos. Tenía un pene largo y ciertamente delicioso, pero cometió el error de ser atento conmigo: me preguntó mi nombre y trató incluso de darme un beso; ¡mierda, soy una puta! -me dieron ganas de reclamarle-, ¡úsame y tírame: eso es lo que disfruto! Afortunadamente, terminó pronto y antes que me retirase de la pared, llegó mi siguiente cliente: era un tipo duro, cuadrado y brutal, con el rostro cruzado por una cicatriz; su piel tostada por el sol estaba sudada, vestía una camiseta mugrosa, unos shorts y unas zapatillas hechas casi jirones. Su mirada de depravado me aceleró el corazón a mil por hora.
Ya agachada y cubierta por la frazada, le bajé los shorts, disfrutando teniendo su verga frente a mi cara: era oscura y rugosa, y, . ¡hummmm!!, su olor penetrante a sexo, era tan intenso que me mareaba, a la vez que me excitaba tremendamente. El tipo ese se quitó también la camiseta, luciendo para mí su torso brutal, casi cosido de cicatrices en toda su extensión. Yo estaba azorada, casi imaginándomelo, atacándome con furia, violándome sin compasión, en un callejón solitario. Sin pensarlo dos veces, me descubrí los pechos para él, ¡casi me corro, al incorporarme y sentir mis pezones erectos al máximo, frotándose contra sus ásperas cicatrices, conforme me alzaba! El ladrón ese me empujó con fuerza contra la pared, abriéndome de piernas, ¡como un perro me penetró sin más, empezando un mete-saca demencial!!!
¡No pude evitar casi aullar de gusto!!!; el sujeto ese me montaba con desespero, sudando y jadeando, como si yo fuese una perra, mientras lamía mis pechos con locura!! Mi concha se me inundó sin remedio, al sentir sus manazas apretándome las nalgas con furia; mi espalda descubierta estaba siendo dolorosamente lacerada contra la rugosa pared, a cada embestida suya, ¡pero me encantaba sentir el dolor junto con los embistes de su vergaaaa!!!
Volví a alzar la mirada: otra vez los guardias nuevamente me observaban atentamente, pero ahora disfrutando de mis tetas duras y ensalivadas por la lengua de ese preso; ¡me corrí varias veces, mientras me mordía los pezones con furia!!! Una vez que acabó, casi caí desfalleciente: su ímpetu fue tal que dejó el condón dentro mío: mientras me lo sacaba jadeante, su caliente y espesa esperma recorrió mi pantorrilla, estremeciéndome. El olor agrio de ese tipo me hacía dar vueltas la cabeza: estaba como intoxicada, como drogada: quería más y más sexo.
Mi cuarto cliente nunca vino: estaba encerrado en el "solitario", debido a una pelea, pero no me importó: "Debbie" me anunció que varios presos querían una mamada. Fueron unos seis, si mal no recuerdo. Cubierta por completo por la frazada, me arrodillé y cerrando los ojos, con mi boca pintada, comencé a tragar con loco deleite sus vergas: jóvenes, viejos, gordos, flacos, no me interesaban los reos: sólo sus penes morados, cabezones, nervosos, oliendo a almizcle. Debía hacerlo muy rápido, ya que la hora de visitas se acababa, así que tanto yo como los prisioneros que me regalaban sus piezas de carne, nos apuramos: me introducía sus calientes lanzas de carne hasta la garganta, mientras que sus manos ásperas se me prendían de los cabellos, jaloneándome con loco desespero, ¡estaba yo en la gloria!!!, mi conchita soltaba sus jugos sin parar, mientras les daba gustosa mi boca, cual agujero cálido y húmedo, para sus duros y olorosos aparatos. Estaba yo como embriagada sus aromas, jugueteando con mis dedos con sus bolas, chorreando saliva por mi barbilla sin parar, ¡¡clavándoles las uñas en sus nalgas, tratando de que me la claven hasta la nuca!!!
Por un largo rato, mi universo se convirtió en esa oscuridad y vergas enormes abriéndome la mandíbula al máximo: todo mi ser gritaba de gozo, pero de mi garganta sólo salía lo más delicioso que yo, como la puta que soy, podía decir:
.¡Mmmghmggmmm!!!, ¡hummmm!!!, mmmghhh!!!,
Con el último de los reos que quería atorarme la boca con su pieza, hice una excepción: recordé esa boda que se realizaba en otro lado de la ciudad, y decidí darme un gusto perosnal. El tipo tenía una verga gruesa en extremo. Se la chupé y cando ya iba a venirse, le quité el condón; casi ceremoniosamente, me quité la peluca, y por única vez en mi vida, "Sheyla" dejó su lugar a Vivianita, la tonta secretaria: con su peinadito negro, lacio, su carita de buena, Viviana cogió esa verga negra, palpitante y apestosa de un criminal convicto, lamiéndola, para luego chuparla embelesada. La descarga de leche me inundó la boca, rebalsándola. Con loco placer me acaricié ese aparato divino por todo el rostro, embarrándome con delicia, mi carita idiota de niña buena con la lechada de un negro delincuente. Tragué su semen como el alimento que me daba la vida, para luego ponerme la peluca de nuevo y regresar a mi mundo.
La hora de visitas en el penal estaba por terminar y debía apresurarme. Al reunirme de nuevo con "Debbie", mi amiga travesti me tendió sus manos, llenas de billetes arrugados: tomé algo así como una quincena de mi sueldo y le dejé el resto: sabía bien que "Debbie" lo necesitaba más que yo.
Tras despedirnos, enfilé hacia la salida, casi como flotando en el aire, sintiéndome dichosa de tanto sexo duro recibido. Cuando pasé por en medio de los pabellones, un preso no dejaba de verme desde la ventana de su celda: tenía un corte de pelo estilo militar, y su cara era realmente de un salvaje; tenía la nariz partida y hundida, cicatrices en cada ceja, y un costurón sobre el labio superior. Su mirada era la de un muerto, de alguien que no le interesa si vivía o si moría.
¿Cuándo te dejas conmigo "mamita"?, -, me dijo con una voz realmente atemorizante.
Háblale a mi "marido", -, le dice por pura inercia poniéndome los lentes oscuros de nuevo, y refiriéndome a Gilberto, el taxista (y no a "Debbie", a quién debía conocer)
Siii, -replicó-, la próxima semana de seguro, .
Aquella respuesta, la cual dijo con una seguridad alarmante, se me quedó grabada en la cabeza, y me dejó muy intranquila,
Pensé que mi primera aventura en el penal había terminado ahí, pero no fue así. Cando llegué al puesto de control de la guardia, una mujer policía me hizo entrar a una sala apartada, en la cual sólo había una mesa. Pensé que ella me revisaría, pero no fue así: ¡dentro de esa sala estada un policía!, era uno de los que me había estado viendo desde las torretas, cogiendo con los presos.
¡Ponte en posición, perra! me ordenó con fiereza-, vamos a ver qué llevas ahí,
Empecé a echar de gritos y a manotear para salir de ahí, pero no sirvió de nada. ¡De una cachetada me aventó contra la mesa!!!. Caí boca abajo, y casi de inmediato adopté una posición sumisa: piernas separadas, y la cara y ambas manos apoyadas sobre la mesa. Ya había descubierto yo que la violencia descargada contra mí me excitaba, y ya mi coño estaba mojado de nuevo. No sabía qué quería ese tipo conmigo pero la curiosidad y la excitación, me dominaban por completo; ¡casi grité de gozo cuando me alzó el vestido por completo, hasta la cabeza! El policía ese empezó a rondarme alrededor, cual ave de presa. Disfrutaba obviamente, viéndome en cuatro con mi culo y mi concha al aire. Yo no podía mirarle, pero presentía su deseo de tratarme como un objeto ¡Sus dedos se introdujeron con rudeza en mi raja, sobresaltándome!!!; el tipo ese reía mientras me auscultaba tan rudamente, abriéndome. Grité de nuevo, pero esta vez de gozo, escuchando en mis oídos el eco de mi propia voz, rebotando en esas paredes, . ¡mmmm!, ¡oooohhhh!!!, ¡comenzó a meterme los dedos con furia: no, dos, treeeees!!! Me dilataba con desespero, no buscando algo, sino tratando de abrirme al máximo!,
¿DÓNDE LO ESCONDES: AQUÍ???, ¿O AQUÍ???, ¿O AQUIIÍ, AHHH??!!!, - gritaba como un demente, retorciendo sus dedos dentro de mí con sádico placer.
¡NOOOO: NO TENGO NADA, NADAAAAA!!!,
¡Sentí que la cabeza me iba a explotar: ME METIÓ LOS CINCO DEDOS Y AHORA TRATADA DE INTRODUCIRME TODA SU MANO!!! Poco a poco, me sentí inundada por una marea de fantásticas y casi alucinantes sensaciones: me estaba dilatando a un nivel que jamás hubiese yo creído posible; mi concha descargaba sus jugos como nunca antes lo había hecho, mientras sentía casi crujir mi pelvis. Cuando metió su puño por completo dentro de mí, todo se me volvió primero amarillo intenso, chillón, para luego verme inundada por la más profunda oscuridad: me había desmayado. Tras un buen rato, recuperé el conocimiento; seguí en esa posición, con el vestido sobre mi cabeza, mi concha aún estaba dilatadísima, y mis piernas estaban casi por completo recorridas por mis jugos vaginales. No sé cuántas veces me corrí, pero sí sabía que lo había disfrutado infinitamente.
Nos vemos la próxima semana, puta, -, me dijo mientras se retiraba, lamiendo su mano húmeda de mi.
Cando llegué a mi departamento, mi velador, el celular no paraba de sonar: era Gilberto, el taxista que me ofertaba con sus habituales clientes. Podía haberle contestado y salir a trabajar esa noche, pero no quería: lo apagué. Estaba cansada si, pero no era por eso, dentro de mi nariz, sobre toda mi piel, ¡casi taladrándome la cabeza!, sentía yo ese olor a macho encerrado, a presidio, a criminales apestosos, seguía yo embriagada y lo disfrutaba demasiado: por nada del mundo, dejaría de disfrutar el aroma que me envolvía, de esos brutos que me habían hecho gozar tanto, deseaba que ese olor a sexo me acompañase por siempre,
(CONTINUARÁ, )