Secretaria aplicada

Quería aprender y le enseñé lo que deseaba conocer, pero tuvo que pagar las clases con su ardiente culo.

SECRETARIA APLICADA

-Pero jefe, -me suplicaba ella- yo quiero conocer de eso y se que usted tiene bastante terreno recorrido. ¿Porqué no me enseña? Ande, no sea malito, le voy a quedar muy agradecida.

Ciertamente, mi secretaria andaba cachonda aquel día y me había acorralado de tal manera, que tuve que acceder a sus deseos, aunque no quería involucrarme sentimentalmente con ninguna mujer que formara parte de mi personal, porque luego empiezan las dificultades, pero ella parecía tan inocente, tan sincera, que no tuve más remedio que decirle que sí, que yo sería su maestro, y le enseñaría todo lo que una mujer debe saber.

Con el trato diario habíamos tomado mucha confianza y conociendo ella todos mis secretos, por las llamadas telefónicas de mis conquistas, buscaba siempre un momento en nuestra conversación para preguntarme sobre el resultado de mi aventura del día anterior, de la que le daba pelos y señales, con lo que la ponía mil, con el resultado que quiso aprender "de bulto".

Como buen maestro, dispuse el escenario de mi disertación, sentándola en mi confortable sillón ejecutivo, y acercándome a ella inicié la exposición de mis conocimientos.

-Mira, bonita -principié- todas las mujeres tienen en su cuerpo partes en las que el más leve roce de la piel del hombre, ya sea con los labios o con los dedos, les producen escalofríos y una sensación de bienestar que las va preparando para la entrega de su tesorito. Por ejemplo, si yo te beso en el lóbulo de la oreja, en el cuello, en los ojos, o en la nuca, vas a sentir un cosquilleo agradable, que te hará desear que esta experiencia continúe.

Y poniendo en práctica lo explicado, empecé a besarle el cuello y las orejas, sin dejar de pasar mi lengua por sus divinas orejitas, que se habían enrojecido, merced a las gratas sensaciones que le producían mis caricias.

-Siga, siga, jefe, no pare, siga besándome así, que siento delicioso.

Conteniendo mis ímpetus, como todo un profesional de la enseñanza, terminé esta parte didáctica con una cadena de besos y lamidas a todo su cuello y hombros que la hicieron suspirar repetidamente, y me dispuse a proseguir con el tema.

Desabroché lentamente su blusa, degustando la primicia de observar la carne blanca que se iba descubriendo y luego hice lo propio con el sostén, dejando al aire sus tetas de un tamaño que podía abarcar fácilmente con mis manos, pero redonditas, paraditas, en cuya cima se observaba erguido el rosado pezón, que se antojaba una fresa sobre una copa de nieve.

Al mismo tiempo que le iba explicando, procedí a la parte práctica y acaricié sus blancos globos, masajeándolos suavemente, para después abocarme a pasar mi lengua por el delicioso pezón, que fue mamado por mí delicadamente, mientras ella acariciaba mi cuello y mis hombros, presa de una excitación que iba in crescendo.

Cuando decidí que esa parte de la enseñanza había sido comprendida perfectamente por mi alumna, llevé mi mano a su entrepierna, donde me apoderé de su diminuta pantaleta, misma que fue retirada, deslizándola por sus piernas, dejando ante mi vista un coño de lo más divino, adornado con una fina pelambrera rubia. Los labios coñiles, ya bastante húmedos, palpitaban dándome la bienvenida, deseando ser visitados en su interior.

Siguieron mis explicaciones sobre las sensaciones que empezaban a apoderarse de su cuerpo, mientras con mis dedos procedía a acariciar el erguido clítoris, presionando suavemente en sentido rotatorio, haciendo que ella se revolcara de placer.

Después me arrodillé y metí la cabeza entre sus adorables columnas perniles, acercando mi lengua al clítoris, haciéndola dar un respingo de gusto al sentir el roce húmedo de mi lengua sobre aquel sensible pistilo. Desde luego, ocupada como estaba mi boca lamiendo y succionando, las explicaciones salían sobrando, pues ella se revolvía en el asiento presa de las más divinas sensaciones, que repercutían por todo su cuerpo, que se estremecía violentamente, buscando con desesperación el contacto con aquella lengua que la hacía tan feliz.

Separándome de ella con un gran esfuerzo de voluntad, continué explicándole con voz ronca y agitada:

-Como puedes observar, las mujeres tienen la virtud de excitarnos enormemente, al grado de poder perder la cabeza por ustedes -y sacándome la verga, que se erguía retadora, se la puse frente a su cara para que pudiera contemplarla en toda sui majestuosa virilidad.

-Ahora eres tú la que puedes darme placer, aplicándote a mamarme la verga como yo te lo iré diciendo.

Ella accedió de buena gana, y haciendo caso de mis indicaciones, embelesada, la tomó entre sus manos y besó, lamió, chupó la enorme longitud de ella, conforme le iba explicando, como una alumna obediente a las enseñanzas de su maestro.

Cuando sentí que no podría tener mi verga guardada dentro de aquella boca golosa, la saqué deslizándola fuera de sus carnosos labios, ante la mirada compungida de ella, que sentía que le arrancaban un delicioso caramelo cuyo sabor la había enloquecido.

-Tu talento y aplicación te han hecho acreedora al título de "Experta Mamadora", y en justicia, se te otorgará el premio a la excelencia.

Y sin más preámbulo, la hice inclinarse con los brazos sobre mi escritorio dejándome ver sus hermosas nalgas, que despojadas de las pantaletas, se mostraban en toda su regia esplendidez ante mi vista.

Impactado por tanta hermosura, me dedique a besar aquellos promontorios de carne ardiente, que se estremecían ante mis caricias, que recorrían toda el área de su epidermis, mientras mis manos no dejaban de sobar la piel satinada.

Después de esta deliciosa lamida, que incluyó la penetración de mi lengua en su ano, que cerrándose y abriéndose con deleite, la atrapaba ganosa apretando el esfínter, con la intención de conservarla dentro de aquel maravilloso y excitante círculo.

Apartándome por un instante, abrí uno de los cajones de mi escritorio y extraje un envase de lubricante, que ya había utilizado en otras ocasiones, y tomando una porción suficiente, me la unté en todo lo largo de la verga, procediendo a hacer lo mismo con su ardiente ojete,

que cada vez se ponía más ganoso, ansiando ser penetrado.

-Ahora, bonita, voy a meterte la verga en el culo. Sentirás un poco de dolor al principio, pero poco a poco te irás acostumbrando, hasta que desaparezca completamente y pueda llegar el placer como recompensa.

Y poniendo manos a la obra, mejor dicho, a las nalgas, puse la cabeza de mi verga en la entrada de su orificio trasero, y empecé mi avance lentamente, deteniéndome cada vez que notaba algún malestar en ella, avanzando nuevamente cuando la veía repuesta, pero siempre con la firme intención de recibir mi enorme miembro en su culito, aparentemente virgen, dada la fuerza con la que apretaba mi verga cada vez que avanzaba un nuevo tramo. Con su cooperación, pronto mi afortunado miembro quedó sepultado en todo lo largo de su intestino, y ya convenientemente guardado y observando que no le ocasionaba ninguna molestia, empecé un cuidadoso movimiento de mete y saca, que ella secundó dando un delicioso movimiento rotatorio a sus nalgas, que vinieron a hacer mucho más agradable la introducción.

En cada avance mío, ella echaba las nalgas para atrás buscando que se la metiera más profundamente, inclusive llevó sus manos a sus nalgas para abrirlas y permitir que el invasor penetrara en ellas sin ningún obstáculo. Yo me sentía en la gloria arremetiendo aquel culo prodigioso, que me proporcionaba tanto placer. Ella entornaba los ojos y suspiraba con gran cachondería, concentrada en aquella penetración de su culo,

-¡Ay, jefecito!, ¡Qué cosa más rica estoy sintiendo! ¡Nunca había probado algo así! ¡Sigue metiéndome esa hermosa verga que me llena completamente y hace que me sienta en la gloria! ¡Sigue, por favor! ¡No pares, que me muero de gusto! –exclamaba, tuteándome ya, pues la enormidad de su placer la hacía perder la compostura y olvidar las reglas de urbanidad.

En respuesta a esa entrega tan completa, yo seguía avanzando y retrocediendo, cada vez con mayor velocidad, disfrutando del roce de mi verga con las paredes de su intestino, tratando de que ella disfrutara al máximo, pues cada vez más desinhibida, me exhortaba a seguir con mi placentera tarea.

-¡Así, Así, métemela toda, mi amor! ¡Llégamela hasta la garganta! ¡Destrózame el culo! ¡Anda, que soy toda tuya!

Quien puede negarse a obedecer orden dada en forma tan perentoria. Sus palabras y gritos eran un acicate para mí, que me desvivía por complacerla, poniendo a la jodienda todas las ganas y las energías de que era capaz, tratando de que ella disfrutara al máximo de la felicidad de ser poseída completamente.

Cansado por tanto esfuerzo y sintiendo que no podría soportar más el orgasmo que ya veía llegar, dejé de contenerme y me abandoné a la delicia de una venida fabulosa, que hizo derramar toda la leche guardada en mis cojones, depositándola en el interior del conducto anal de mi secretaria, que gritaba loca de placer al sentir el torrente de semen ardiente que le inundaba placenteramente las maltratadas paredes de su intestino.

Loco de placer, seguía arremetiendo su fogoso culo, entregando en cada embestida una nueva carga de liquido seminal, el que, ya habiendo saturado la vía anal, empezaba a rebosar deslizándose hacia fuera de su culo, mojándole las piernas, hasta alcanzar el suelo, para formar un gran charco.

No deseando abandonar la placentera gruta de su culo, todavía seguí embistiendo sobre sus nalgas primorosas, hasta que mi pene fue perdiendo su dureza, con lo que se deslizó fuera de aquel anito sonrosado, que escupía leche a borbotones.

_ ¡Qué gloria! –Exclamó ella alborozada.- ¡Esto tenemos que repetirlo!

Y acercándose a mí insinuante, con su cachonda mirada y una sonrisa que me derretía, preguntó: ¿O no, mi amor? Creo que a una alumna aprovechada se le debe premiar siempre. Yo estoy dispuesta a aplicarme más para tener la oportunidad de recibir muchos premios.

Desde luego, tuvo el tiempo necesario para demostrarme su aplicación y yo, como buen maestro de tan excelsa alumna, no dejé de otorgarle los incentivos necesarios, a los que por merecimientos se hacía acreedora y para que siguiera su aprendizaje con el mismo entusiasmo siempre.