Sebas en el pinar

Primer encuentro con Sebas en el pinar

No lo había visto nunca las otras veces que fui a ese pinar a las afueras de una ciudad cercana, donde se hacía cruissing. Siempre que podía "escaparme" de la familia, que por desgracia no era con mucha frecuencia, iba a dar una vuelta por allí, porque era un lugar de "caza". No siempre encontraba algo a mi gusto (aunque no soy muy escogido: 45/65 años, mejor gordito, con aspecto de casado), pero había que intentarlo.

La primera vez, hace unos 4 meses (era marzo, y el día, aunque un poco frio, invitaba a "cazar") él estaba con otro tío de su edad (55 años más o menos), también gordito, escondidos en un rincón del pinar chupándosela. Me quedé mirándolos, y como no hicieron ademán de que me fuera, me acerqué a ellos, ya con la polla fuera. Él, Sebas (así me dijo más tarde que se llamaba), se la estaba chupando, inclinado, al otro, con los pantalones en los tobillos, y este le acariciaba las nalgas y le pasaba el dedo por el culete. Ya al lado de ellos empecé a acariciarle la panza y los pezones al otro, mordisqueandolos, y pasándole una mano por el culo. Sebas se giró un poco, y empezó a chupármela a mí, mientras yo se la meneaba al otro. Su polla estaba mojada por la saliva de Sebas, así que la paja se le corría bien. O porque Sebas se la llevaba chupando un rato ya, o porque se excitó demasiado, el tío se corrió mientras yo se la meneaba. Se limpió un poco con pañuelos de papel, y se fue.

Nos quedamos solos Sebas, que seguía chupándomela, y yo. Se puso de pie, y le vi la polla: no era muy grande (me gustan así, eso del mito de la polla grande no va conmigo), y tampoco gorda. Se la empecé a tocar mientras él me la meneaba a mí. Después me agaché y se la empecé a chupar: le pasaba la lengua por la punta, ya con unas gotitas de leche, por los huevos, me la metía en la boca, mojándola bien, le pasaba una mano por las nalgas, separándolas y pasándole un dedo por el ojete. Él bufaba (jeje) de gusto, más de una vez le dije que bajara el tono de los gruñiditos, que nos podían oir. Pero debía de ser más fuerte que él, porque al instante se le olvidaba y volvía con sus bufidos de evidente placer. Se volvió (siempre parece ridículo que nos movamos con los pantalones y los calzoncillos por los tobillos, pero al mismo tiempo, es una escena muy morbosa), ofreciendo a mi ansiosa mirada su culo: unas nalgas redonditas, rechonchas, sin pelos (no era muy peludo en general, y se afeitaba el pubis). Las separé con las dos manos, para verle el ojete, que se contraía como si me hicera guiños, jeje. Le daba besitos en las nalgas, cada vez más cerca de su agujerito, y acabé pasándole la lengua por el ojete. Mmmmmmm. Entonces sí que él arreció con sus gruñiditos, y movía las nalgas adelante y atrás, y a los lados, como una perrita en celo.

Yo me puse en pie, y le daba azotitos en las nalgas (que no sonaran mucho, porque entre las nalgadas y sus grititos, no quería llamar la atención de la gente que deambulaba por el pinar). Le azotaba con la polla, como un látigo, y poco a poco se la fui acercando al ojete. La apoyé contra el culo, presionando un poco, pero sin intentar metérsela, como un juego. Cuando la apoyaba y presionaba un poco, Sebas inspiraba fuerte, como preparándose para recibirla, y entonces yo aflojaba la presión. Me dijo más tarde que le gustaba ese jueguecito, que le ponía en ansia, porque no sabía si se la iba a meter ya, y se relajaba después, cuando yo disminuía la presión.

Después de un rato de jugar así, le escupí sobre el ojete, me mojé con saliva la punta de la polla, y empecé, ahora en serio, a presionar para metérsela. Después de una resistencia mayor de lo que yo esperaba, la polla se abrió camino en su culito. Mmmmm, apretaba, entraba muy justa. La saqué y le pasé un dedo por el culo, lo metía y lo sacaba rítmicamente, girándolo de vez en cuando. Mojé la polla más, repitiendo el escupitajo sobre sus nalgas, y embarrando con la saliva su culo. La puse sobre su culete, presioné, y esta vez entró mejor, resbalando más suave. Seguí presionando hasta que mi pubis presionó contra sus nalgas: ya estaba toda dentro. Sebas había contenido su respiración mientras le entraba, y volvió a respirar agitadamente al notar que se la había metido hasta el fondo. Aguanté así un ratito, hasta que su culo se acostumbró al "intruso", y empecé a retirarme poco a poco, casi hasta salirme. Después, otra vez dentro, y otro momentito sin moverme. Sebas acompasaba su respiración a mis acometidas, conteniendo la respiración al meterla, y resoplando al retirarla. Al cabo de un rato, empecé a follarlo más rápido. Se lo hacía como a mí me gusta: fuerte hasta el fondo, y al llegar al tope, retirarla poco a poco, hasta que el glande casi se sale fuera del culo, pero sin llegar a salirse del todo. Luego, de nuevo hasta al fondo, a tope, y retirarla despacito. Es morboso ver cómo el anillo del culo se sale hacia afuera, cómo se asoma el glande, reluciente y húmedo, y cómo se pliega hacia el interior al empujar la polla dentro. Me estaba gustando el polvete, y a Sebas, por sus gruñiditos, también le estaba gustando. Estaba doblado hacia delante, para exponer mejor las nalgas a la penetración, y yo erguido para ver cómo resbalaba la polla dentro de su culo. Me doblé sobre él, y le pasé el brazo por la panza para meneársela mientras le daba por el culo. La tenia dura dura. Después de un rato así, meneándosela y enculándolo, me empezó a venir el cosquilleo que anunciaba la explosión. Le pregunté entrecortadamente si quería la leche en su culo, y él asíntió con la cabeza (no podía hablar por sus bufidos). Noté que su polla se ponía más tensa, y ya no me dio tiempo a pensar en nada que no fueran las contracciones. Y estas llegaron, en oleadas, mientras notaba que Sebas cerraba el culo, contrayéndolo al mismo ritmo que mis eyaculaciones. ¡Qué rico! Cuando acabaron, me quedé con la polla dentro, notando cómo se iba encogiendo y ablandando. Seguí meneándosela hasta que intensificó los gruñidos, y se corrió, una lechada no muy abundante, pero densa.

Pasado el ardor, mientras nos limpiábamos y nos arreglábamos la ropa, nos presentamos (imagino que los dos con nombre supuesto, pero esto no es importante). Salimos del escondite, charlando como dos viejos amigos, con esas generalidades habituales: que si vamos mucho por allí (yo como dos o tres veces al mes, él algo más a menudo. También Sebas estaba casado, y por lo tanto, tenía que arreglárselas como podía para ir al pinar.

No fue la única ocasión en que coincidimos en el pinar, pero eso será otra historia.