Sebas el padrastro, Dani el no tan inocente

Sebas, el padrastro; Dani, el adolescente no tan inocente. La noche en la que se descubren las cartas no habrá nada más entre ellos que lo compartido. Relato reescrito y ampliado.

Daniel y yo estábamos sentados en el sofá, cada uno en una punta. Mientras yo pasaba los canales de la televisión, le pregunté si no le parecía que estaba muy lejos de mí.

—Mira —dije—, estiro la pierna y casi no te toco.

En efecto, los dedos de mi pie rozaban su pantorrilla.

—Aquí estoy bien —dijo.

—Pero estarías mejor más cerca —insistí—. Anda, ven aquí.

De mala gana, se levantó y se sentó unos centímetros más cerca.

—Aquí —repetí, golpeando suavemente el asiento del sofá—, más cerca de mí, hombre, que no muerdo.

Dani frunció el ceño. Sin dejar de mirar la pantalla del televisor, se sentó a mi lado, con los brazos cruzados. Su muslo tocaba el mío.

Estuvimos unos instantes en silencio, pasando un canal tras otro. El silencio nos rodeaba como una niebla, opacando incluso el volumen del televisor. Era una situación muy incómoda.

—Mira, Dani —comencé a decir para ablandar la situación—, Carlos me ha dicho que habéis estado hablando...

—No le he pedido que lo haga, que lo sepas.

—Vale, vale. El caso es que ahora entiendo por qué me rehuyes... Yo... Yo no puedo decir que esté enamorado de ti, ¿eso lo comprendes?

—Pues vaya descubrimiento. Eso ya lo sé yo.

—No quiero jugar con tus sentimientos, darte unas esperanzas que no van a verse cumplidas.

—Tengo veinte años, no soy estúpido. De verdad, sobra que me digas estas cosas.

—No, no sobra. Me quedo tranquilo si te lo digo.

Daniel me arrebató el mando de la televisión y la apagó.

—¿Qué me quieres decir exactamente, Sebas? —preguntó, molesto.

Le quité el mando y lo dejé sobre la mesita. Luego, le puse una mano sobre su rodilla. Me sorprendió comprobar que yo estaba temblando más que él.

—Varias cosas. La primera, que con las indirectas tienes que aplicarte un poco más. Los tíos somos muy palurdos para pillarlas.

—Dirás algunos tíos... —dijo, y se sentó sobre sus rodillas.

Subí mi mano por su muslo y la metí por debajo de su camiseta. Tenía el vientre suave, plano, cálido.

—La segunda: que sí, que disfruté mucho follándote la otra noche. Como un cerdo. Pero aún no sabía que yo te gustaba.

Dani se quitó la camiseta, quedándose solo con su bañador negro. Subí los dedos por su pecho imberbe hasta acariciar sus minúsculos pezones. El tacto suave y duro activó mi instinto sexual. Un instinto animal muy profundo que en mi vida había sido capaz de domeñar en contadas ocasiones.

—¿Alguna cosa más? —dijo desafiante, con un brillo de rabia en la mirada—. Vamos a follar como si no hubiera un mañana, porque para nosotros no lo va a haber, ¿no?

—Esa no es la cuestión, Dani.

—Entonces —me susurró al oído—, llévame a la cama... y allí me lo explicas.

Me levanté del sofá, notando cómo, con el movimiento, mi polla tiraba bajo la tela de mis vaqueros, tensándola. Me quité el polo Ralph Laurent y lo tiré sobre el sofá, al lado de Dani, que seguía sentado sobre sus rodillas. La sala se llenó del aroma viril a madera de mi perfume.

Esperé unos segundos frente a él, con los músculos de mi velludo torso en tensión. Mi paquete estaba a escasos centímetros de su cara.

Dani cogió el polo, hundió la cara en él y aspiró profundamente.

—Papito... —dijo—, qué bien que hueles.

Interpreté eso como la señal de que no iba a dar marcha atrás. Como había hecho la noche anterior, lo tomé entre mis brazos, lo llevé a su habitación y lo dejé caer suavemente sobre el colchón de la litera inferior.

—Papito... —repitió.

—Ssshhh...

No era momento de seguir charlando. Ya estaba todo acordado.

Me quité los jeans. Me quedé con los slips blancos que mi virilidad rellenaba.

—Me encanta verte así, papito, a medio desnudar —susurró.

Me agaché para entrar en la litera. Gateando, rodeé su cuerpo y me situé tras él. Pegué mi espalda a la pared y con el brazo lo atraje hacia mí. Él se acomodó delante, adaptándose a las curvas de mi torso de toro.

Nuestros cuerpos quedaron pegados, como un cucharón sobre su cucharita.

—Me vuelve loco sentir cómo encajas en mí —dije.

—Encajo porque soy de tu talla, papi.

Se apretó más contra mí, de manera que quedé hecho un sándwich entre su espalda y la pared. Pasé una mano por debajo de su cabeza, rodeándole el cuello con el antebrazo, y la otra por su cintura, y lo abrigué entre mis brazos.

—Ahora que te he cazado —dije, abrazando su cuerpo con vigor mientras empujaba mi slip contra sus nalgas, para que sintiera la firmeza de mi deseo—, voy a hacerte gozar. Lo primero que me voy a comer son tus ricas tetillas...

Manteniéndonos como dos cucharas acopladas, subí la mano que sujetaba sus caderas y la dejé, con los dedos separados, en mitad de su pecho. Sentí su respiración agitada, su corazón bombeando sobre las yemas.

—Tú eres el hombre de mi vida, papi —susurró—. Desde que tengo uso de razón, siempre me he sentido atraído por ti... Eras el hombre en el que yo pensaba, con catorce años, cuando empecé a hacerme pajas —continuó, muy bajito—. Luego, cuando venías a casa a visitarnos, me moría de la vergüenza. Creía que cuando me cogías para darme dos besos lo notabas...

—Claro que lo notaba, Dani —contesté, también en susurros—, veía en ti a una futura hembrita caliente.

Mientras le hablaba, pasaba mi mano de un lado a otro de su pecho, buscando que mis dedos rozaran sus rosados pezones.

—Da igual si haces las paces con mamá y vuelves a ser mi padrastro o te casas con otra y te vas, siempre me voy a sentir tuyo.

Daniel cogió mi mano y la detuvo en el centro de su pecho, bajo los pezones. No creo que, en ese momento, fuera consciente de la fuerza con la que me la apretaba.

—Ya sé que tú no sientes lo mismo por mí —continuó—. Pero por ti firmaría que no fuera ilegal estar con alguien de dieciséis años...

Volvió a apretarse a mi pecho, sus nalgas en bañador sobre mi miembro endurecido. Yo ya no podía retroceder más, me encontraba aplastado, literalmete, entre su espalda y la pared.

—Soy tu padrastro —dije—. Mi primera experiencia fue a los quince, pero contigo era distinto...

—Lo sé. Lo entiendo. Yo también he hecho cosas. Con un compañero del instituto, en los baños. Sé que es distinto. Durante el divorcio traté de enterrar mis sentimientos por ti, de verte solo como la figura paterna que eras, que sigues siendo y que serás... Sé que esto no va a ninguna parte, pero déjame bailar con el más guapo de la fiesta, déjame sentir qué es temblar de emoción, de excitación y de amor... Deja que lo sienta otra vez, esta noche, por lo menos.

Liberé mi mano de la suya. Empujé sus caderas para separar unos centímetros su cuerpo del mío, lo suficiente para meter los dedos por la goma de su bañador y, con su ayuda, deslizarlo por sus piernas, muslos abajo, hasta sacarlo por sus pies.

Luego, metí los dedos por la goma de mi slip y me lo bajé hasta medio muslo. Un suspiro de alivio se me escapó al liberar mi erección.

—Dejemos la charla, ¿te parece bien? —le pregunté al oído; él asintió en silencio. —Ahora, ven, que va a empezar la música.

Situé mi mano sobre su cadera y, tumbados de lado como estábamos, volví a abrazarlo.

Apretándolo entre mis brazos, recosté mi miembro en la rajita que formaban sus nalgas. Quería que lo sintiera antes de penetrarlo. Por mi experiencia, sé que el ano de los pasivos tiende a relajarse cuando siente cerca la dureza de una buena polla.

Como queriendo darme la razón, metió su mano entre nuestros cuerpos, agarró mi miembro y él mismo introdujo el glande entre sus glúteos.

Fuera, las cigarras cantaban a las estrellas. La habitación estaba a oscuras, aunque nuestros ojos ya se habían acostumbrado a las penumbras.

Otras personas dormían en dormitorios contiguos, pero no tenían por qué entrar.

—¿Te acuerdas —dijo, palpando mis testículos con los dedos—, cuando me enfadé contigo?, ¿cuando te grité que ya sé lo que tengo entre las piernas y para qué se usa? —no respondí, solo entreabrí los muslos para dejarle hacer—. Era mentira. Nunca me habían penetrado.

Lo dijo tan bajo que a penas le escuché.

—Lo siento —añadió—, no quería que nos peleáramos.

—No debes preocuparte, eso ya pasó. Ahora solo debes pensar en lo que estás viviendo, lo que estás sintiendo y lo que te voy a hacer sentir. Sin dolor, te lo prometo.

Sus dedos en mis testículos me producían un cosquilleo muy placentero, pero había que avanzar. Le saqué la mano de mis muslos, le apreté con la que aún rodeaba su cuello y con la otra mano sujeté su cintura.

Empujé despacio. Sentí mi glande deslizándose entre las suaves carnes de sus nalgas, abriéndose paso hasta su ano.

—Relájate, ¿vale?

—Sí, papi...

Volví a empujar. Frente a mi miembro se alzaba un muro de nervios y tensión.

—Lo siento, papito... Lo estoy desando... pero estoy nervioso...

Aflojé la artillería pesada, pero mantuve firmes mis brazos.

—¿Quieres que te diga un truco? Debes pensar en el agujero de tu ano como en un coñito...

—¿Lo dices en serio?

Le besé en el cuello, bajo el lóbulo de la oreja.

—Hazlo... mientras yo empujo despacito. Haz caso a papi. Debes pensar que eres una hembrita linda en los brazos de un macho al que le vas a entregar tu conejito... Eso debes pensar de tu ano. ¿Lo entiendes, mi hembrita?

—...sí, papito...

—Entonces, repíteme la frase completa.

—Soy una hembrita, papi, una hembrita linda... y quiero entregarte mi coñito...

Volví a apretarle entre mis brazos, a empujarle mis caderas.

—Otra vez, por favor...

—Soy tu hembrita —dijo con un sollozo—, soy tu hembrita y quiero que me hagas tuya, que me folles el coñito y me hagas sentir el ser más feliz del mundo, papi...

Empujé un poco más. Mi miembro rígido atravesó el ano de mi hijastro con un plop.

Me quedé inmóvil, para no perder la postura de la cucharita que tan deliciosa le resultaba.

—¿Ves qué fácil? Ya la tienes dentro...

—La siento, papi, la siento... muy dura... —susurró.

—¿Pero te duele?

—No...

—Voy a sacarla y volverla a meter, ¿vale? Tú piensa que tu coñito está hecho para esto, que la naturaleza te dotó para esto, para recibir la verga de papi.

—Vale.

—Si te duele me lo dices.

—No me duele.

—Pero, ¿estás llorando? —susurré.

—De placer, papi, y porque sé que esto no...

—Ssshhhh... —le interrumpí—. Ya está todo dicho, no sabotees tu momento. Ahora solo déjate llevar y disfruta de lo que sientas.

—...vale...

Arqueé la espalda. El tronco de mi miembro se deslizó hacia fuera de su ano.

Apreté y volvió a entrar.

Repetí el movimiento dos o tres minutos, penetrándolo muy despacio.

Entonces, dijo:

—Papi, ¿puedes ser más duro?

—¿Quieres más duro?, ¿seguro...?

—...sí...

—Está bien, nenito. El primer consejo era sobre tu coñito, el segundo sobre cómo debes hablarle a tus papis.

—...dime cómo, enséñame...

—Debes acostumbrarte... a pedir las cosas con las frases completas.

Le metí mi carne hasta el fondo y detuve mis embestidas. Mis brazos seguían rodeando su pálido cuerpo.

Le besé entre los hombros, sin prisa, esperándole.

—...vale... —dijo con un hilo de voz; luego pareció escoger las palabras, porque tardó un poco en añadir: —Papi, ¿me puedes follar más duro, por favor? Estoy preparado... mi coñito está preparado y abierto para... tu polla... —al nombrarla, le tembló la voz.

Yo besaba sus omóplatos, dejando que se tomara su tiempo. Estaba creciendo entre mis brazos, como una flor en la tierra húmeda del campo. Todo debía fluir desde él y para él.

El Dani que había conocido, el que había llevado a la cama, desaparecía ante mis ojos; otro más adulto, más maduro, estaba tomando su cuerpo, ocupando su lugar.

Me sentía honrado de acompañarle en su transformación.

—...para tu polla... —repitió con más seguridad; su voz había bajado medio tono—, y me muero de ganas... de sentirme bajo el pecho de un macho como tú...

Escuché sus palabras, las entendí. Pedía hacer el amor conmigo encima, en la postura del misionero. Si no cambiábamos de cama, sería imposible: en la litera de abajo no podía incorporarme sin golpearme en la cabeza con la de arriba.

—Ven, subamos a la otra litera.

Abandonamos el colchón. Le había tenido tanto tiempo pegado a mi cuerpo que, al separarnos, sentí su ausencia en mi piel como algo casi físico. Nos miramos. Sí, su expresión ya no era la misma.

Sin hablarnos, le cogí de la cintura. Él pegó un brinco y lo aupé a la cama de arriba. Luego, me acabé de quitar mi slip, que lo llevaba aún por las rodillas, y subí desnudo los escalones de la escalerita lateral. Mi hijastro me esperaba desnudo, sentado sobre sus rodillas, con una erección perfecta entre los muslos. Ya tenía un buen físico, como buen deportista. Solo le faltaba que le saliera vello más allá de las axilas y el pubis.

Me miraba con los ojos brillantes. Advertí una lágrima detenida en la mejilla. Me la llevé con la yema de mi dedo pulgar.

Me abalancé sobre sus rosados labios. Él puso sus manos en mi cuello y, sin dejar de besarme, se dejó caer de espaldas sobre el colchón, conmigo encima.

Sin interrumpir los juegos de nuestras lenguas, separé sus rodillas con las manos y me acoplé emtre ellas. La diferencia de tamaños era evidente: mi cuerpo de toro cincuentón, aún duro, cubría por completo el blanco y delicado de Daniel.

Con cuidado, dejé que el peso de mi cuerpo descansara sobre el suyo. Luego, puse mis manos tras sus hombros, para sujetarle por la nuca, mientras me comía sus besos húmedos.

—...papi... ay... papi... —susurraba, de nuevo, con voz aguda—, ...mi papito..., mi macho...

Yo meneaba mis caderas entre sus muslos, meciéndome como si lo poseyera. Él encogió las rodillas y me abrazó con las piernas mientras acariciaba el vello de mis pectorales con sus finos dedos.

Tan entregado estaba, que me sabía mal dar el siguiente paso. Pero, al final, acerqué mis labios a su oreja.

—Ahora —le susurré, rozando con mi áspera barba su mejilla—, tu ano tiene que volver a ser tu coñito, ¿entiendes?, tienes que visualizarlo entre tus nalgas, rezumando jugos para la polla de papi, ¿lo has entendido?

—...sí, papi —respondió, obediente—, mi coñito te espera para que me poseas... me hagas sentir que soy tuya... rebosando de jugos... por favor, papi, penétramela ya...

Su error al expresarse no podía ser más enternecedor. Era precioso verlo así, tan entregado que se le atragantaban las palabras.

Incorporé mi torso apalancando los puños a los lados de su cabeza, sobre la almohada de tela blanca. La mitad superior de mi cuerpo, hasta mi cintura, quedó separada del suyo. Mis caderas continuaban incrustadas entre sus muslos.

—Mírame, nene —dije—, mira a papi a los ojos...

Con la expresión de encontrarse en otro mundo, abrió lentamente los ojos y enredó sus dedos en el vello de mi tripa.

—Pequeñín —dije—, voy a penetrarte ahora...

—...penétrame el coñito, papi...

—¿Te sientes preparado?

Asintió con la cabeza. Luego se humedeció los labios.

—...gracias por esto, papi...

Estuve a punto de decirle que el que se sentía agradecido por la vida era yo, pero me callé.

—Hermosa putita —dije—, voy a penetrarte con mi barra... Si te duele me lo dices, si te molesta algo por dentro o quieres que pare por la razón que sea, lo dices, ¿vale?

—Sí, papi...

—Solo tienes que decirlo y pararé...

—Gracias, papi...

Agachando la cabeza entre mis hombros, para no pegarme contra el techo, me arrodillé entre sus piernas y lo atraje hacia mí hasta que sus nalgas tocaron mis muslos. Luego se las levanté, enpujándolas por las corvas, y su culo quedó a mi vista, bañado por la luz lechosa de la luna que entraba por la ventana. Por instinto, Dani bajó las manos a sus nalgas y las separó.

—Tienes un coñito hermoso, nunca lo dudes... ¿Quieres sentir los besos de papi en él?

—...sí... ...quiero...

—...pues pídelo...

—...papi... —susurró—, ...besa mi coñito, papi..., por favor, morrea mi coño...

Acerqué la cara a su ojete, que palpitaba como un pez fuera del agua. Olía a suavizante de lavanda y a talco. La piel de las nalgas era muy blanca, y la que rodeaba al ano era del mismo carmesí que sus encías.

Le di una primera lamida, apenas un roce con la punta de la lengua. Sus testículos, de color rosa pálido, que le colgaban entre las piernas rodeados de pelos negros, se contrajeron de placer.

Repetí el movimiento con la lengua una, dos, tres veces, estimulando su agujero a veces en círculos, a veces lamiendo más arriba, hasta alcanzar su escroto. Con cada lamida en sus gónadas, Dani suspiraba de placer.

Pasados unos minutos, el agujero casi no boqueaba porque ya no se cerraba. Entonces, volví a poner mis manos a ambos lados de su cabeza. Él, que se apercibió de mis movimientos, se aferró a mis muñecas y forzó más sus piernas hacia arriba.

—¿Estás listo? —le susurré.

—Sí, papá... Estoy listo para que me folles...

Llevé una mano a mi polla y la apunté a su orificio anal. Puse el glande encima y empujé. El ano se lo tragó con facilidad. Le miré a la cara. No encontré ninguna expresión de dolor, al contrario.

Dani se sujetó a mi cuerpo agarrándome de la cintura y separó más sus piernas.

—Ahora —anuncié—, voy a ir moviéndome... para darte placer... Si sientes molestias o dolor, avísame...

Apoyando las rodillas en el colchón, le cubrí con mi cuerpo. Mi polla se fue abriendo paso por su culo. El glande recibía los masajes de las rugosidades de sus suaves entrañas.

—...más adentro, papi...

—¿...más...?

—...más...

Seguí empujando despacio, pendiente de no toparme con algo en el interior de sus intestinos que impidiera una penetración total. Algo como pliegues o restos de heces, por ejemplo. Pero mi sexo se escurría hacia el fondo de su ano con tal facilidad que parecía que algo desde su interior lo absorbiera.

Mi polla se deslizó por su húmedo ano hasta la base, hasta que sentí mis testículos chafarse contra sus blancas nalgas. Ya no podía penetrarlo más profundamente, pero mi hijastro tenía tal gesto de gozo en su carita que lo intenté. A pesar de que mi escroto estaba aplastado contra su culo, yo le seguí apretando.

Entonces, me incorporé un poco. Mi intención nada inocente era, con mis inminentes vaivenes, conseguir masajear sus testículos con mi pubis, rozarlos para que sintiera placer en ellos al mismo tiempo que estimulaba su joven próstata.

Sin olvidar el estímulo para el placer mental. Porque Dani me acogió entre sus piernas como si no fuera su primera vez; porque fui lento y cuidadoso con él, puse toda mi experiencia y ternura en hacerle gozar, sin olvidar que era su primera penetración y que debía hacerle sentir vivo, deseado, amado y, también, follado.

Por eso le decía lo hermoso que era y cuánto se merecía que lo amaran de verdad, como aman los hombres buenos.

Mientras, él no paraba de repetir:

—Fóllame, papi, folla mi coñito... así... así, fóllame así, papá...

No sé cuántos minutos estuvimos así, follando lentamente, trabajandome un ritmo pausado, dando tiempo a que se crearan en su espíritu esas sensaciones y emociones añadidas al placer físico que todos deberíamos sentir alguna vez en la vida, las sensaciones de amar estando enamorado.

Tanto rato estuvimos aislados en nuestra esfera de placeres que se me empezaron a cansar los brazos. Me apoyé con los codos, en lugar de con las manos, para que mis cien quilos de peso no le impidieran respirar.

Mi polla ya entraba y salía de su ano con total naturalidad, como si no hubiéramos hecho otra cosa en la vida más que follarnos. Entonces, acerqué mis labios a su oído y le susurré:

—Voy a ir aumentando la velocidad y, a menos que lo pidas, ya no voy a parar...

Pasé mis brazos por debajo de los suyos para sujetarme de sus hombros. Dani me abrazó con las manos a la espalda y las piernas a la cintura. Entre nuestros pechos no cabía ni un alfiler. Sus uñas arañaban mi espalda y el nacimiento de mis nalgas, porque sus brazos no alcanzaban más allá de esos hoyuelos que nacían en mis lumbares.

Aumenté el ritmo un poco.

—...ay... ...papi... ...ay...

Dani no dejaba de gemir de gozo.

—...mi hembrita, mi pequeña putita...

Un poco más rápido.

—...aypapi... ...ayquégusto... ...ayquégusto...

—...voy...afollarte...hastahacerte...explotar...elcoñitodegusto...

—...sípapi...sípapi...

—...quieres...sentir...queexplotasdegusto...

—...sí...hazmesentirqueexploto...queexplotodeplacerpapi...

Me quedé echado sobre Dani, con las piernas replegadas, cubriendo su cuerpo en un abrazo total mientras lo penetraba a gran velocidad.

—Papi...tefolla...comounconejo... —bufé empapado en sudor.

—...aypapi...aypapi...ay...ay...

—...abrázame...ynotesueltesdepapá...

—...nomesuelto...nomesuelto...nomesueltestú...

Estábamos lo que yo llamo bien acoplados: abrazados en la postura del misionero, con mis piernas levemente flexionadas y su cuerpo debajo, follando a buena velocidad el culo virgen de mi hijastro Dani. Al menos, a la buena velocidad que mis caderas cincuentonas me permitían.

—...voy a hacer algo...para que nunca me olvides...—dije aminorando el ritmo para que me entendiera bien—, ...voy...a hacerte correr por el culo...

—ay...ayporfavor...quieroeso...

—...te voy a dar...tu primer orgasmo por el culo...

—...hazlo...papi...házmelo...

—...solo...déjate ir...

De repente, sentí un subidón de calor. La cara me ardía. Una gota de sudor rodó por el puente de mi nariz y cayó desde la punta sobre sus labios entreabiertos.

Me limpié el sudor con los dedos y se lo di a beber, metiéndoselos en la boca.

Mientras me chupaba los dedos, empujé con más y más rapidez. Tenía la convicción de que su primer orgasmo anal no tardaría.

—¿Sientes... el placer... Dani...? —le susurré con voz ronca.

—...sí...sientoque...queme...ardeelculo...

—...concéntrate en esa sensación... Dani... sé consciente de ella...

—...mearde...meardedeplacer...sientoquemevienepapi...quemevoyacorrer...porelculo...enelculo..., ...papi...papiiii...mecorroporelculo...

—...puedo parar...si quieres...

—...nooooo...cabrón...noparesporfavor...noparesahora...noparespapinopares...mecorrooooo...

Empujé tan rápido que me dolían los gemelos, pero Dani estaba a punto de caramelo.

—...ay...ay...ay...aaaayyyyyy...

Entonces, su cuerpo empezó a temblar bajo el mío. Apretó sus piernas a mi cintura y hundió su cara en mi pecho. Yo aún tardé un poco en bajar el ritmo, y, cuando por fin reduje la velocidad, los empellones que le daba seguían siendo duros, profundos, a una velocidad de uno por segundo.

¡Pam!

Uno.

¡Pam!

Dos.

¡Pam!

Tres...

Conté hasta treinta empellones contra su culo antes de parar. Luego, me incorporé. Me di con la cabeza en el techo de la habitación.

Me escupí en la mano. Con el chichón surgiendo en la coronilla y sin sacársela, le cogí el encogido miembro y lo masturbé. Fue cosa de segundos que empezara a escupir su líquido viscoso y blanco entre mis dedos.

—Ahora que te has corrido —dije—, me toca a mí, te voy a bautizar como mi hembra, para que nunca me olvides.

No esperé su respuesta. Me eché de nuevo sobre él y me dejé arrastrar por las sensaciones. Mis testículos estaban a rebosar y no necesité más que otra media docena de empujes para soltarle todo lo que tenían acumulado dentro.

Me vacié en sus intestinos con no sé cuántos chorros que sentí salir con gran intensidad, y luego no se la saqué, sino que le seguí penetrando, exprimiendo mi bolsa testicular hasta que me noté seco.

Entonces, me di cuenta de lo cansados y sudados que estábamos. Había sido muy intenso para mí, pero más para él, que aún se apretaba fuerte contra mi cuerpo y se recuperaba entre jadeos.

—ay, papi..., ay, papi...

—Necesito ir al baño, Dani —le susurré—, tengo que mear y traer toallitas para limpiarte.

—El coñito, papi, necesito que me limpies el coñito...

—Vale, pero tienes que soltarme...

Poco a poco, aflojó sus brazos y sus piernas. Pude levantarme y se la saqué con cuidado.

Bajé de la litera. Fui al baño y me lavé. Me alegré al ver mi sexo limpio de sangre y con muy pocos restos de heces. Luego, regresé a la habitación, toallitas en mano.

Dani se había quedado dormido, boca abajo, con las manos bajo la almohada. La curvatura de su espalda, sus redondas nalgas y sus blancos muslos eran una postal preciosa a esa hora de la madrugada.

Como pude, para no despertarlo, le pasé unas toallitas entre los glúteos y por los muslos. No conseguí darle la vuelta para limpiarle el pubis y los testículos. Decidí dejarle una toalla pillada entre las nalgas. Para cuando expulsara el semen, si no lo había hecho ya.

Por unos días no podría cerrar bien el ano, por mucha fuerza que hiciera.

Luego volví al saloncito, abrí el sofá cama y me acosté en él a dormir. Por la mañana hablaríamos.


Cerca de las cuatro y media de la madrugada, Daniel despertó. Volvió al mundo real sintiéndose ligero, como si alguien lo depositara en su cuerpo desde una nube de algodón. Le dolían las piernas y le escocía en ano, pero su cuerpo vibraba con una energía de dicha y felicidad que no había conocido.

Se despertó porque se estaba orinando. Estaba soñando que lo hacía en una esquina y casi se lo hace en la cama. Bajó de la litera y, al tocar suelo, se dio cuenta de que tenía una toallita húmeda entre los glúteos. Se agachó y con dos dedos tiró de ella para sacársela del culo. Fue hasta la cocina y la tiró a la basura.

Entró al baño y orinó. Al salir, pasó por el saloncito donde Sebas dormía en el sofá cama. La luz de la luna caía sobre su cuerpo desnudo.

No podía creer que, finalmente, hubiera accedido a hacer el amor con él, después de todas las tonterías que había dicho y hecho en los últimos días. Pero Sebas era así, distinto a los demás. Hasta en eso tenía mala suerte.

Se acercó al sofá cama. Sebas estaba de espaldas, dormido sobre su costado derecho. Dani observó su cuello de toro, su espalda ancha y el culo grande y duro. No le extrañaba que, tiempo después de abandonar el deporte, lo siguiera teniendo así. Las embestidas que daba al follar lo mantenían firme.

Con una mano dibujó su silueta. La piel estaba firme y caliente. Se acercó a olerla. Ahora, al perfume se sumaba un suave olor a sudor. Se sintió orgulloso de haber aguantado a ese toro, ese semental. Su semental.

Mirando su cuerpo, recordó lo que le había hecho sentir estando debajo, lo cuidadoso que había sido con él, y también lo cabrón. Se había propuesto darle un orgasmo anal y no había parado hasta lograrlo.

Los recuerdos erizaron la pálida piel de Dani, que sintió que su energía sexual volvía a encenderse. Con veinte años, normal. Seguramente, cuando los sentimientos por Sebas se enfriaran, se haría muchas pajas recordando las dos noches con él, especialmente esta segunda. Pero ahora una paja ni siquiera era una opción a valorar. Demasiado poco.

En el sofá, Sebas roncaba suavemente. No creyó que pudiera despertarlo. Tocó su espalda con la yema de los dedos y el hombre ni se inmutó. Las bajó por la columna hasta el nacimiento de las nalgas, y nada de nada. Aun en la oscuridad, con una postura que no era la mejor, los hoyuelos se adivinaban en la zona lumbar.

Se levantó. Su cuerpo flaco se reflejó en el cristal oscuro de la pantalla del televisor. Era un chico hermoso, siempre sería hermoso, ya nunca lo iba a olvidar. Con un buen coño y una polla que ahora se erguía orgullosa entre sus piernas.

Qué pena que no te despiertes, pensó, para volver a follar. Sebas se revolvió en el sofá cama, como si, de alguna manera inconsciente, quisiera aportar algo. No despertó, pero se quedó boca abajo.

Como si le ofreciera el culo.

—No hace falta que despiertes —dijo.

Subió al sofá y se sentó a horcajadas sobre Sebas, dejando caer su sexo sobre el culo de su padrastro. Las redondas y peludas nalgas del hombre contrastaban con el rosáceo de la piel de su polla erecta.

Se sentó un poco más atrás, sobre los muslos. Con el dedo pulgar empujó su pene tieso y se lo metió en la raja del culo. Solo la puntita, como suelen decir los heteros. Un pinchazo de gusto le golpeó el glande con un gotarrón de precum. A pesar de la reciente corrida, sus testículos no paraban de crear semen.

Empujó. El glande se hundió entre los peludos muslos. Hizo como había visto hacer en las películas: escupió sobre su polla, más por la necesidad que por el morbo. Pero esa noche se permitía cosas que cuando saliera el sol no volvería a tener, como una Cenicienta traviesa, así que volvió a escupir y empujó, sacando su propioculo hacia arriba.

Sebas se revolvió de nuevo. Dani creyó que despertaba, pero no solo continuó dormido, sino que, además, bajó las manos y se las metió bajo el cuerpo. ¿Sería posible que se hiciera una paja mientras dormía? Nunca había oído eso.

La polla de Dani resbalaba por los muslos de Sebas, que no despertaba, a pesar de que ya no disimulaba los movimientos de sus caderas. Se estaba follando los muslos de su padrastro, y porque no podía meterle la polla, porque, aunque él se sintiera pasivo, tenía unas ganas horribles de correrse en su culo. Él también necesitaba bautizarlo, también merecía que nunca le olvidara.

Se dejó caer sobre su espalda. Pegó su pecho a esos músculos duros y anchos de esa parte de su anatomía trasera. Luego hundió su cara en la cabellera y aspiró. Qué dulce y masculino era su olor, algo que parecía no encajar mucho, en él lo hacía.

—Como encaja tu cuerpo con el mío —dijo.

En el fondo, aquello no dejaba de ser un favor, una despedida. Así que se dejó de sentimentalismos y aumentó el ritmo de las embestidas. Mantenía su cuerpo pegado a la espalda de su padrastro mientras era su culo el que subía y bajaba, para darle gusto en la polla y los testículos.

Se folló los muslos de su padrastro con prisa, con fuerza, para sentir el placer arrollarlo como un tsunami que surgiera desde su escroto e invadiera cada célula de su cuerpo.

Ni se molestó en sacar la polla cuando se corrió. Ni en tratar de limpiarle.

Pronto amanecería, y, cuando lo hiciera, todo habría terminado entre ellos. Como cuando en el cuento de Cenicienta llegaba la media noche. En este cuento, era el príncipe el que salia corriendo, desaparecía, y le dejaba con la sensación de vacío que le empujaría, en el futuro, a salir al mundo a descubrir cuántos como Sebas había ocultos por esos reinos de príncipes y sapos.


Gracias por leerme. Después del parón estival, retomo los relatos con esta escena, sin demasiado contexto, que me rondaba por la cabeza y que espero que os guste.