Se me despertó el deseo por mamá
STodos codiciamos lo que vemos. Cierto día presencié cómo se follaban a mamá y desde ese día la deseé.
Se me despertó el deseo por mamá.
Todos codiciamos lo que vemos. Cierto día presencié cómo se follaban a mamá y desde ese día la deseé.
Se codicia lo que se conoce, lo que se frecuenta, lo que se ve, y cierto día vi como se follaban a mamá delante de mis narices, y la deseé. Nunca tuve sueños ni pensamientos eróticos acerca de mi madre como mujer, como hembra, pero la vi joder, la vi cómo se la follaban, la vi cómo disfrutaba, la vi cachonda y la escuché gritar de placer, y me puso cachondo, muy cachondo, y me dio placer, mucho placer ver cómo jodía mi madre, verla con esa intensidad, verla tan concentrada que ni siquiera reparó que yo podría estar viéndola, pero lo que más me impactó fue su descomunal corrida. Se corrió de tal manera, con tanta intensidad que me prometí a mi mismo que yo también la quería disfrutar.
Mi madre como objeto de deseo, ¿qué quieren que les diga? jamás hubiera creído que eso podía sucederme a mí, pero ya saben que una imagen vale más que mil palabras y verla tan entregada a un chico que habitualmente nos sirve las bebidas alcohólicas al almacén, me despertó un deseo brutal, un deseo animal por follar con aquella hembra, de montarla, de sobarla, de besarla, de comerle el chumino, de metérsela, deseaba ardientemente metérsela a mamá.
Hola, soy Pablo, tengo 28 años, soy cocinero profesional, tengo un negocio propio dedicado al mundo del gourmet en la ciudad de Madrid, en una zona residencial. Trabajan conmigo dos dependientas y muy a menudo mi madre viene a ayudarme en el mostrador y a veces también en la cocina, le pago media jornada, aunque la mayoría de las veces esta todo el día conmigo.
Vivo independiente muy cerca de la tienda y actualmente vive conmigo una de las dependientas, aunque no somos novios, pero a veces, sólo a veces follamos. Ella es de un país del norte de Europa y trabaja el salmón y el caviar excelentemente y nuestra relación es sobre todo profesional, yo soy su jefe y ella la dependienta. Mi madre vive en la casa familiar con mi padre y dos hermanas menores que aún quedan en casa. Mi madre es una mujer de 51 años, muy guapa, distinguida y con glamour, y hasta hace unos días creía que era una mujer conservadora y fiel a su esposo, mi padre, pero como les conté al principio, cierto día la vi en el almacén de la tienda, después de cerrar, follando como una fulana con el chico que nos sirve las bebidas.
Bueno, para ser exactos no sólo la vi yo, también la vio Karen, la dependienta que vive en mi casa. Los dos estábamos en el despacho y vimos que entraba mi madre al almacén desde la tienda, se dirigía al portón de entrada y lo abría. Nada más abrir entró el repartidor con un carro lleno de bebidas y lo depositó en el lugar destinado a tal fin. Mi madre le firmó el albaran de entrega y el chico, nada más recogerlo, le metió mano a mamá, de una manera descarada, a su entrepierna.
Yo me quedé literalmente pasmado, aunque para pasmo el que me dio al ver que mi madre, en lugar de arrearle un bofetón le metía mano a la cremallera del pantalón y le sacaba la polla para, inmediatamente, arrodillarse delante de él y metérsela en la boca. Obviamente no era la primera vez, porque mi madre y el chico actuaban de manera casi rutinaria, hacían algo que ya con anterioridad habían hecho porque se les veía desenvueltos y decididos, nada de remilgos o improvisaciones.
Mi madre de rodillas chupándole la polla al repartidor, yo alucinado por lo que estaba presenciando, Karen haciéndome señas para que me callase y les dejase que prosiguieran y el repartidor, el cabrón del repartidor metiéndosela a mi madre hasta la garganta. Le daba cada envite que muchas veces mi madre se quejaba y se la tenía que desencajar de la boca para poder respirar. Estaba seguro que la estaba haciendo daño, pero estaba aún más seguro que el zorrón de mi madre estaba disfrutando como una poseída.
Al cabo del rato el chico se la saca de la boca de mi madre y la pone de pie, a la vez que se agachaba para sacarle las bragas a mamá y meterle la lengua en su chumino, pero no, no parecía la intención del repartidor chupárselo, porque apenas unos lengüetazos y se incorpora, con las bragas de mamá en la mano, para iniciar una nueva pillería.
Ahora el muy jodido había puesto las braguitas de mama entre los labios de ambos y los dos se liaron a lamerlas con sumo deleite. Mamá mamándose sus propias braguitas, el repartidor mamándole las braguitas a mama, y Karen, mi casi novia, la chica más bonita que nunca jamás había conocido en mi vida, abrazada a mis hombros y susurrándome al oído, "tranquilo cielo, tranquilo".
Yo no sabía qué hacer, si salir al almacén y echar al repartidor a patadas, si dejarle que siguiera follándose a mamá, o si sencillamente cogía a Karen y le hacía lo mismo que el repartidor le estaba haciendo a mama, pero me contuve y seguí observando, y lo que vi no me gusto nada, no señor, no me gusto lo que el repartidor ahora le estaba haciendo a mamá, o mejor dicho, le estaba metiendo a mamá.
El repartidor con su espalda pegada a la pared, mamá abrazada a él y él apretujando las nalgas de mamá con sus manazas. Una de ellas comenzó a juguetear con el culo de mama y se veía como le introducía un dedo en el culo. Mamá se quejaba, pero no hacía ninguna intención de retirarse, al contrario, se encajaba más y más, se apretujaba contra el chico, y pronto nos dimos cuenta que se la estaba metiendo.
Mamá hacía malabarismos para mantener la polla dentro del chocho y el dedo dentro de su culo. El repartidor la poseía como un contorsionista, la tenía absolutamente atrapada entre sus piernas, entre sus brazos, metiéndosela y sacándosela con vigor y el dedo entrando y saliendo del culito de mamá. Se corrieron como unos cabrones, mamá se restregaba como una guarra pero se corría como una burra, Karen me acariciaba el pelo y me besaba tiernamente, muy tiernamente la cara, yo estaba preso de la excitación y respiraba agitadamente.
Me calmé cuando vi que nuevamente mamá abría el portón y el repartidor salía a la calle. Mamá tardó algo más, buscó sus bragas por el suelo, las sacudió un poco y se las calzó parsimoniosamente, como recreándose en el recuerdo del polvo que se había echado. Se colocó ligeramente el pelo y la ropa y salió andando pausadamente para salir del almacén. Al pasar a la altura del despacho, donde Karen y yo habíamos estado presenciando la aventura sexual de mamá, vimos que echaba una ligera mirada hacia la cristalera del despacho. No puedo asegurar que nos viera dentro a Karen y a mí, pero si lo hizo, se hizo la loca y continuó a su aire. Al cabo del rato vimos que salía de la tienda y cerraba la puerta por afuera.
Karen seguía abrazada a mi y acariciándome el pelo. Yo estaba que explotaba y sin ningún miramiento, caballerosidad o galantería, tumbé a Karen en la moqueta del despacho, me subí encima de ella, le bajé las bragas y se la metí. Ella no dijo nada, se dejó hacer, yo sí que hice algo, hice el canalla, porque Karen no se merecía un trato tan frío como el que le estaba dando. Realmente yo lo único que buscaba era el chocho de mamá y echarla un polvo como hizo con ella el repartidor, pero ni mamá estaba allí, ni Karen era mi madre, ni yo el repartidor, de modo que la cosa terminó de la peor manera posible: no me llegué a correr, apenas se la había metido a Karen tuve un gatillazo y terminé desplomándome sobre Karen sin saber qué decir y sin atreverme a mirarle a la cara.
Karen, en lugar de echarme una bronca, volvió a acariciarme la cara y el pelo, me miró, me sonrió y me dijo:
-No te preocupes, estas demasiado excitado
Fue entonces cuando la miré a la cara y me vi reflejado en sus bellísimos ojos azules, profundos, limpios, bellos, endemoniadamente bellos. Karen era una chica preciosa, una mujer encantadora, pero sobre todo era una compañera excelente. Recordé en ese momento el día que vino a la tienda para ofrecerse a trabajar, su carta de presentación era que sabía manipular muy bien el salmón y que había venido de vacaciones a Madrid y quería quedarse a vivir una temporada.
Recordé que le pregunté dónde vivía y ella me dijo que estaba en un hotel, pero que quería buscar una habitación para compartir. Yo quedé prendado de ella al instante y me entraron celos de que otro pudiese compartir a Karen y le ofrecí una habitación en mi casa. Ella aceptó al instante pero me puso una condición:
-Compartimos la casa pero cada uno en su habitación-
Yo acepté en barbecho, aunque no siempre cumplí la condición, llevábamos un año viviendo juntos y por dos veces hice el amor con ella. Hoy no, hoy no hice el amor con Karen, hoy sencillamente quería follar a mi madre y el único chocho que tenía a mano era el de Karen, quizás por eso tuve el gatillazo, con Karen podría encontrar amor, pero en ese momento lo que yo quería era el morbo, y eso, eso sólo cuando se la metiese a mi madre podría saciarlo.
Nos levantamos del suelo del despacho y me abracé a Karen, le di un beso muy tierno en sus preciosos labios, la miré a los ojos y me sonreía, siempre que la miraba me sonreía, yo la abracé fuerte, muy fuerte y en voz baja y al oído le pregunté:
-Karen ¿tu eres mi novia verdad?-
Ella volvió a sonreírme, me besó, me apretujó entre sus brazos y me dijo: claro que si cielo, claro que soy tu novia.
Al llegar a casa la cogí en brazos y la llevé a mi dormitorio. Dormimos toda la noche abrazados e hicimos el amor, aunque esta vez si, esta vez no fue sexo, fue amor.
Al día siguiente mi madre entró en la tienda como si nunca hubiese roto un plato. Elegante, desenvuelta, amena y belicosa, jodidamente belicosa. Le pregunté qué tal estaba y me contestó:
-Radiante ¿no se me nota?- a la vez que me hacía un guiño de complicidad.
Aún no sabía si era consciente que Karen y yo la habíamos visto follar con el repartidor, pero todo hacía presagiar que así era. Y así pasaron unos días, mi morbo por metérsela a mamá creciendo cada día y ella lanzándome puntadas, dándome culadas cada vez que nos cruzábamos tras el mostrador.
A veces era yo quien le rozaba el culo descaradamente, otras era ella quien me lo rozaba a mí, el caso es que ambos nos estábamos retando a cada instante hasta que cierto día, poco antes de cerrar la tienda, nos quedamos los dos solos porque Karen ese día daba clases de español a funcionarios de su país en la embajada.
Nada más echar el cierre mi madre y yo, solos en la tienda, nos miramos con ojos de complicidad y le hice una proposición deshonesta:
-Quieres que vayamos al almacén- obviamente no hacía falta explicar la finalidad, creo que ambos sabíamos lo que pasaba en el almacén, pero ella no estaba dispuesta a facilitarme las cosas, antes quería seguir guerreando.
-Al almacén a qué- preguntó desafiante.
-Al almacén a follar, como la semana pasada con el repartidor- le dije desafiante también.
Ella no dijo nada, pero comenzó a repetir la faena de aquel día, me metió mano a la entrepierna, me bajó la cremallera del pantalón, me sacó la polla, que como ustedes podrán suponer estaba que reventaba, y sin más contemplaciones se la metió en la boca y comenzó a chapármela.
Yo noté al instante cómo mi polla crecía más y más dentro de la boquita de mamá, pero era tanta mi excitación que enseguida me arrodillé delante de ella, le subí la falda, le bajé las bragas, se las quité y me incorporé con las braguitas en la mano.
Recordé cómo el repartidor y mamá la semana pasada mamaban las braguitas y ambos, mamá y yo nos dedicamos a mamar las braguitas color lila que mamá calzaba ese día. Desprendían un más que embriagador olor a chuminito, lo que me hizo buscar con la lengua su chochito y frotárselo, mamárselo y juguetear con su abultado clítoris. No, no hacía falta que mamá me confirmase que estaba cachonda, pero lo hizo de forma clara y contundente para que no quedara la más mínima duda.
-Cabrón qué hacías el otro día mirando cómo me follaba el repartidor, qué querías degenerado, querías follarme tú, haberlo hecho gilipollas, yo soy demasiado hembra como para no poder echarme dos polvos seguidos, por qué no saliste del despacho después del repartidor, te dio vergüenza, te dio miedo, te hiciste una paja.
Las preguntas se le amontonaban, pero enseguida me di cuenta de una cosa: no sabía que Karen estaba conmigo, de modo que se lo aclaré.
-No, no me dio miedo, es que Karen estaba conmigo en el despacho-
Ella se quedó literalmente pasmada y explotó encolerizada:
-Qué, ¿que Karen me ha visto joder con el repartidor? Pero cómo eres tan hijoputa, cómo has permitido que Karen me vea follar con un chico, como eres tan cabrón-
Mamá estaba salvaje, la ira la hacía condenadamente atractiva, nos besábamos y nos mordíamos a la vez, nos abrazábamos y nos rechazábamos, la desnudé completamente y me tiré encima de su cuerpo para besarlo, tocarlo, acariciarlo, apretujarlo, se me despatarró y me hundió la cabeza dentro de su chochito, busqué afanosamente su culito, sus redonditas nalguitas y le metí un dedo hasta enterrarlo todo en su culo, ella se retorcía de rabia y de placer hasta que me agarró la polla y se me montó encima con la polla enterrada en su chocho.
La cabalgada que mamá se metió fue inenarrable. Se sucedían los envites y los insultos, los: te voy a joder bien jodido cabrón, con los: que bien jodes hijoputa. Yo también combinaba los: que rica estas mamá, con los: que golfa y que guarra eres mamá.
Mamá ya no jadeaba, mamá bramaba como una becerra en celo, pero cuando comenzamos a corrernos, eso amigos, eso es para vivirlo, no para contarlo. Mamá estaba presa de la más placentera agonía, yo a la vez disfrutaba de una pequeña muerte, estábamos endiabladamente calientes y nos follábamos como un par de malditos pervertidos, mamá no enloqueció de placer, pero lo bordeó, yo no sucumbí de placer, pero les aseguro que a punto estuve.
Le he pedido a Karen que se case conmigo y aceptó. Le dije a mamá que tenía que ser mi madrina de boda, pero me dijo que eso me iba a costar, que ya me diría el precio. Los negocios me iban bien, pero no se si podré volver a pagar un precio tan elevado como me temo que me pedirá.