Se lo hice a la madre de mi amigo de la facultad
Hola, me llamo Antonio y tengo dieciocho años; y quiero relatar la experiencia que he vivido con la madre de un amigo, porque ha sido algo ¡digno de contar! Cambio todos los nombres excepto el mío.
Hola, me llamo Antonio y tengo dieciocho años; y quiero relatar la experiencia que he vivido con la madre de un amigo, porque ha sido algo ¡digno de contar! Cambio todos los nombres excepto el mío.
Desde que estoy en la universidad, muchas tardes estudio en casa de mi amigo Juan, él tiene una habitación muy grande, y da gusto estudiar allí; además su madre nos pone unas meriendas "que parecen un cumpleaños". Los dos estudiamos medicina; hacer medicina era mi sueño, ¡desde siempre!, y se me está dando bastante bien, también en lo personal, haciendo amigos y amigas como por ejemplo Juan. Su madre, Claudia, tiene unos cuarenta años y está muy bien para su edad.
Un día, hará un mes, llegue con Juan a su casa después de que hiciéramos deporte los dos, su madre puso la merienda mientras mi amigo se daba una ducha. Ella se acercó y dejó la merienda por mi lado de la mesa, posando un pecho sobre mi hombro al inclinarse para poner las cosas, "como sin darle importancia", y pensé yo, ¡habrá mesa!; Claudia no llevaba sujetador bajo la bata, me di cuenta por cómo se aplastaba su pecho contra mí como un flan, ¡al instante sentí como crecía mi pene!, ella vio el bulto en mi pantalón de deporte y se excitó; "me lo dijo su mirada".
Después de ducharse Juan me duché yo también. Mientras me enjabonaba la recordé restregando su teta contra mi hombro, y mi pene se terminó de empalmar del todo bajo el agua caliente, ¡marcándose las venas!, en ese momento escuché abrirse la puerta del baño, y me sofoqué por mi desnudez, ¡no sabía quién era! Con una mano me quité el jabón de los ojos, y con la otra intenté tapar mi miembro, ¡pero sin éxito!, mi mano era "un vestido pequeño" para un pene de veinte centímetros, ¡en apogeo! Al abrir un ojo, ya sin jabón, vi frente a mí a la madre de Juan mirando mi pene, el cual la apuntaba inflexible. Claudia se llevó las manos a la boca en señal de sorpresa, pero sin apartar su mirada de mi miembro. Me tapé el pene con la cortina de plástico de la ducha, la cual se levantó como una "mini tienda de campaña", eso resultaba cómico y más incómodo aún; ¡qué vergüenza sentí!
— ¡Perdón señora!, creía que había echado el cerrojillo de la puerta —le dije avergonzado; y ella apartó las manos de su boca y me respondió:
— ¡Antonio perdóname tú a mí!, he abierto yo el pestillo con la llave porque recordé que no quedaban toallas para secarte. ¡Pero Antonio!, ¡que grande la tienes!, ¡y qué gorda!, no creía que un chico tan joven pudiera tener algo así; ¡anda toma una toalla que me has puesto nerviosa! —me dijo visiblemente sonrojada, lo que la hacía más bella aún.
—Siento haberla molestado con mi desnudez —dije sonrojado.
—No pasa nada Antonio, ¡después de todo me has alegrado la vista!, y además fui yo la que abrió la puerta —dijo al tiempo que salía del baño dando un último vistazo a la cortina "alzada" de la ducha.
Aquella tarde sus miradas hacia mi fueron de un claro deseo disimulado, también la vi nerviosa. Juan se burló cuando su madre le comentó el incidente del baño, entonces el, que no me ha visto desnudo, ¡sin pudor alguno!, le dijo a su madre:
— ¿Es verdad que la tiene grande?, como dicen las chicas en la facultad —y ella le respondió:
— ¿Eso dicen?, ¡pues sí hijo!, tu amigo Antonio está bien "armado", ¡pero deja ya el tema!, que Antonio se está poniendo colorado y yo también, no te tenía que haber dicho nada, ¡guasón!
Desde entonces y hasta hace dos semanas todo fue relativamente normal en casa de Juan, a excepción de cómo viste Claudia, que ya no va en bata, ahora cada tarde luce ropa elegante y atrevida.
El padre de Juan, que se llama Eduardo, regresó de Londres que es donde trabaja; hacía un me que no venía y organizó un viaje cerca de nuestra ciudad. Me invitaron a ir con ellos a comer a un restaurante y a visitar un museo medieval. Eduardo es mayor que Claudia, tendrá sobre los sesenta años. Se le ve una persona que adora a su mujer y a su hijo; pero en todo el día que estuve con la familia de Juan, ni una vez siquiera le dio un abrazo de amor a su esposa, o un beso, ¡después de un mes sin verla!, aun así Claudia y él se trataron con mucho respeto y cariño; pero ella ese día me miro con deseo varias veces.
Eduardo quiso que Juan pasara el fin de semana en Londres con él, también quería que fuera yo pero no quise aceptar, tampoco iría Claudia, ya que trabajaría en su despacho en casa para acabar algo que no podía esperar. El sábado, estando Juan en Londres, lo tuve que llamar por teléfono.
— Juan no encuentro mis apuntes de anatomía por ningún lado y los necesito para estudiar, pero sobre todo tengo mucho tiempo invertido en ellos, muchas horas de notas; ¿Juan tú me los devolviste cuando te los presté? —le dije ansioso después de dos horas buscándolos en mi casa, y me respondió:
—Antonio, ¡perdona tío!, los estuve repasando antes del viaje y olvidé devolvértelos, los tengo en mi cuarto sobre el escritorio, ve a mí casa y mi madre te los dará, nos vemos el lunes.
Antes de ir a su casa llamé por teléfono, porque estando Claudia sola era lo correcto; quedé a la seis de la tarde, aunque me dijo que estaría trabajando en casa todo el fin de semana.
Al llegar toqué al timbre y salió al momento. Estaba como diría un pijo, ¡divina!, de pies a cabeza: Pies descalzos, piernas desnudas con restos de cera de depilar, una toalla en la cabeza de la que salían algunos mechones húmedos, una camiseta blanca algo mojada que dejaba ver unos pechos muy firmes para su edad, ¡con los pezones de punta!; la camiseta llegaba poco más abajo del monte de Venus, tapándolo por los pelos.
Viendo como mis ojos la recorrían de arriba abajo, con ese brillo que me sale en ellos cuando "mi pajarito" quiere salir del nido de mi pantalón, me dijo:
—Antonio guapo, ¡que puntual eres!, me has pillado en el baño.
—Perdone Claudia, creía que estaba usted trabajando en su despacho —dije con naturalidad.
— ¡No te disculpes hombre!, quedamos a esta hora, y sí, estaba trabajando pero lo he dejado hasta mañana; quiero cenar relajada y ver una película, pero lo primero era la ducha, ¡y ya está! Pasa para adentro hombre no te quedes en la puerta, ¡que ya hay confianza! —me dijo con una mirada casi juvenil "con sus más de cuarenta años". Se la veía excitada por la situación, pero disimulándolo bien con sus palabras.
Penetré (quiero decir que entré, "los nervios"), y me acompañó al cuarto de Juan, donde recogí los apuntes dándole las gracias, cuando me despedía de ella me habló:
—Antonio, hoy ceno sola, ¡te apuntas!, ¡te invito a cenar y a ver una película!; que no quiero la soledad, estando mi marido y mi hijo en Londres, ¿no te gustaría estudiar aquí los apuntes en lugar de en tu casa?, y después vemos la película y cenamos juntos y me haces compañía, me harías muy feliz, ¡claro está!, si no has quedado —me dijo con una gran sonrisa.
—Será un placer señora, no he quedado con nadie ("era mentira", pero con un wasap lo arreglaba yo, ¡volando!) —dije con un pellizco en el estómago, porque me sentí excitado, pero a la vez algo asustado por lo que pudiera pasar.
Estudié los apuntes en el comedor, me parecía más correcto que irme al cuarto de Juan solo. Mientras estudiaba se paseó delante de mi varias veces, añadiendo a su vestuario unas zapatillas de paño y quitando de su cabeza la toalla. En uno de esos paseos abrió una alacena delante de mí, en cuclillas, buscando algo que no encontró; pero al agacharse la corta camiseta se levantó por la postura, ¡dejándome ver su culo hasta la mitad de los cachetes!
La visión de su culo desnudo me puso el corazón a mil. Después ella bajó más la espalda rebuscando en el fondo de la alacena, "con la cabeza casi metida dentro del mueble"; ¡su bello culo se alzó más aún!, ¡viéndosele un poco el coño por debajo!, mi pene dio un latigazo dentro de los pantalones y se empalmó, ¡de golpe!, quedando amordazado entre los pliegues de mis vaqueros. Claudia se volvió hacia mí al tiempo que se ponía de pie y la camiseta volvía a tapar sus partes íntimas; entonces mostrándome una sonrisa pícara mientras miraba el bulto de mi pantalón me dijo:
— ¡Nunca encuentro lo que busco Antonio!, quería poner el candelabro de plata en la cena, pero estará en otro sitio —me dijo a la vez que daba un tirón de su camiseta tapándose más las piernas. Con ese tirón mirándome a la cara, me dejó claro que quería que yo supiera, ¡que su culo no lo vi por casualidad! Pero eso yo ya lo sabía.
Me raye y no pude seguir estudiando, vi la tele muy excitado hasta que ella volvió.
Mientras la esperaba no dejaba de recordarla en pompa y sin bragas delante de mí, "con su coño asomando por detrás", un coño de pelo castaño recortado y enmarcado en un culo perfecto.
Regresó al cabo de una hora (ya eran casi las ocho de la tarde). Vestía una blusa blanca de seda y una minifalda gris de vuelo, también llevaba unas medias negras y unos zapatos de tacón de aguja, todo eso en un cuerpo diez y una cara preciosa; ¡cuánto detalle cuento!, ¡lo mismo me estoy enamorando!
Me dijo de ver primero la película y cenar después, yo le dije que perfecto. Dos sofás y un sillón había en el salón, ¡y se sentó en el que yo estaba!, y muy pegada a mí. Después cruzó las piernas, poniendo la derecha, que estaba junto a mí sobre la izquierda, asomándosele un poco el filo de una liga de encajes negros, ¡cómo me pone la lencería!, me vio mirando su muslo y me preguntó:
— ¿Te gustan mis medias con liga?
—Son preciosas Claudia, me molan mucho, ¿las lleva usted a juego con la ropa interior?, ¡si le parezco fresco no se coma el tarro y no me lo diga! —le dije muy curioso, y ella me respondió:
—Lo primero es que no me trates más de usted, ¡que me haces mayor!, y no, no me pareces fresco, me pareces un encanto Antonio. Las llevó a juego con el sujetador solamente —me dijo guiñándome un ojo y yo decidido le di mi opinión:
— Claudia creo que lo bonito es el conjunto entero del mismo color, "lo de en medio también" (me dio fatiga decir bragas) —entonces ella me explicó:
—Antonio mis bragas no son de otro color, ¡es que no llevo!, quise estar cómoda hoy.
Me quedé en silencio mientras galopaba mi corazón, entonces me lancé y le dije:
—Como me gustaría ver el contraste de las ligas con tu cuerpo desnudo, porque saber que estás aquí sentada, con esa faldita "y sin bragas", ¡me ha puesto a mil por hora!, y perdona si me he lanzado de más —ella me miró claramente excitada y me habló:
—No me ofendes, ¡al contrario!; me siento muy halagada de que un joven de dieciocho años esté aquí deseando verme desnuda, en lugar de estar con la juventud. ¡Te concedo el deseo!, ¡pero con dos condiciones! Una que me des tu palabra que de esto no dirás nada a Juan, y la otra condición es que si yo me quito la falda tú te quites el pantalón para no sentirme incomoda, "además es por tu bien", ¡qué vas a reventar!, con ese bulto apretado.
Deseaba tanto ver su coño desnudo, que le dije:
— Claudia si me dejas verte desnuda, ¡te juro que no le diré nada a Juan!, ¡y si!, me quitaré los vaqueros aunque me de vergüenza.
Ella se puso de pie y se desabrocho la falda, lanzándomela, después dio varias vueltas en redondo exhibiéndose y mostrándome su culo y su coño desnudos, ¡su bollo era una delicia!, y los cachetes de su culo "brincaban al girar", mientras ella sonreía con las mejillas rojas como un tomate. Se quedó de pie delante de mí con las piernas separadas, "mostrándome su sexo abierto y desnudo", enmarcado entre su blusa de seda y las medias negras de encaje.
Devoré con la mirada aquel bello coño de pelos recortados y afeitados a los lados, me desabroche el pantalón y bajé la cremallera, después me lo quité despacio, dejándome puesta la ropa interior; "mi pene libre de la presión creció a tope", (parecía un revólver dentro de mis calzoncillos, que la apuntaba como un gánster de peli antigua).
Nos sentamos en el sofá y de reojo miré el vello de su pubis desnudo, junto a la parte superior de sus muslos, abrazados más abajo por las ligas de encaje negro, ¡qué fuerte era aquello coño! Ella apagó la luz y la televisión, acurrucándose en mi hombro. En ese momento mi pene podría haber servido para partir nueces, ¡que subidón!
Tras unos minutos en silencio y sin luz, Claudia introdujo su mano en mis calzoncillos agarrando mi pene con fuerza, después lo soltó y, "me lo acarició como si fuera un perrillo". Mi vientre se tensó y mis muslos también, entonces le dije:
— Claudia, ¡por el amor de Dios!, ¿qué me hace usted?, ¡que me mata de gusto!
No contestó, solo siguió acariciando mi polla morada, y dura como un bastón. Mis veinte centímetros de pene erecto eran rozados suave y constantemente por la mano derecha de Claudia, después deslizó su mano y agarró mis huevos con delicadeza y los movió con sus dedos, como si fueran bolas de cristal "calientes".
Al mismo tiempo yo le metí la mano entre las piernas, "agarrando su coño con fuerza", y metiéndole después dos dedos entre sus húmedos y calientes labios menores, ¡hasta clavarlos en su vagina! Entonces ella gimió y me dijo:
— ¡No te muevas ni un milímetro!, ¡que te voy a hacer un hombre!
Se levantó nuevamente y encendió la luz del techo, después sacó algo de un cajón y se acercó a mí, y de un tirón me sacó los calzoncillos por los pies, con tanta fuerza, ¡que casi me tira del sofá! Se arrodilló delante de mí y abriendo la boca "atrapó el glande de mi polla", y lo apretó con sus labios quedando su boca muy dilatada (mi glande es "cabezón"), después y haciendo un esfuerzo "abrió aún más la boca", y atrapó la punta de mi capullo con sus dientes, apretándolos un poco mientras me miraba desde abajo fijamente a los ojos.
Me quise correr en su boca, pero aguanté, verla de rodillas delante de mí con mi polla en su boca; ¡me volvía loco de gusto!
Cogió lo que sacó del cajón (era un bote pequeño como de crema), se echó en las manos un chorro de algo y me untó el pene y los huevos; olía a fresa y casi quemaba, lo aplicó fácilmente ya que yo me afeito todo, "desde el pubis hasta el culo". Después me lamió la polla, sacando mucho la lengua, y dándome pasadas como si chupara el jugo que escurre de un helado, ¡uff!, luego apresó mis huevos distendidos en su boca, ¡de un sorbetón!, y los chupó y absorbió como si fuera a tragárselos, ¡que gusto!
Bajó después la lengua y lamió el ojete de mi culo, ¡coño que placer sentí!, ¡nunca me habían hecho eso! Volvió a por mí polla y se tragó casi media (unos diez centímetros) adentro y afuera, adentro y afuera, ¡joder coño que gusto más grande!
La cogí de la cabeza y la apreté contra mí, "metiéndole mis veinte centímetros de polla gorda en la boca", dio una pequeña arcada pero la mantuvo "enterita" dentro (notaba yo como mi glande se acoplaba a su garganta), después me moví "sacando y metiendo polla", ¡intensamente!, mientras veía su boca más abierta "que la boca del metro".
Se la saqué de la boca y la tumbé en el suelo, "y le comí el coño ", sus labios menores bailaban en mi boca, "gordos como la cresta de un gallo". También mordisqueé sus labios mayores bellos y grandes como un bollo suizo (Nunca le había comido el coño a una cuarentona), ¡cuánto me gustó!, qué coño más grande y más rico. Después de comerle el coño me llevó a su dormitorio. Por el camino se desprendió de la blusa y del sujetador, dejándose solo las medias y los zapatos de tacón de aguja.
Allí se echó en la cama y abrió tanto las piernas "como una bacalada en sal". Me subí encima, y sin preludios "le metí el pene hasta los huevos" y me moví con la misma energía "que si fuera en bicicleta". Claudia daba gritos de placer, y su gran coño me salpicaba flujo en las piernas "como si fuera una fuente", mientras se corría varias veces dando alaridos. Me sentía poderoso montándola en su cama y en ese momento no tenía ningún remordimiento, ella dejó de gritar y me dijo:
—Antonio guapo no te corras dentro de mi coño que no tomo la píldora, ¡métemela por detrás!, ¡por el culo!, que hace años que no me lo alegran.
Nunca había tocado culo alguno, ¡nunca!, ¡ni de hombre ni de mujer!, no era algo por lo que hubiera sentido atracción, pero en ese momento un sentimiento de dominio me hizo desear "abrirle el culo también" y hacerla feliz; y le dije:
— ¡Ponte en pompa Claudia!, sobre la cama, que te voy a poner el culo colorado, si eso es lo que quieres.
— ¡Ahora mismo Antonio! —respondió al mismo tiempo que le saqué el miembro del coño.
Se puso en pompa con el culo, ¡bien alto! Escupí en su ojete (para humedecerlo) y le metí un dedo en el culo para dilatarlo, "girándolo y ahondando a la vez". Saqué el dedo y puse la punta de mi polla en la entrada de su culo, la cogí por las caderas y, ¡apretando!, pude meterle el glande. Noté que su ano se contrajo un poco, atrapando mi glande en su interior, ¡como un anillo! Lo deje así mientras le magreaba las tetas y le pellizcaba sus negros y gordos pezones inclinándome hacia adelante. Cuando noté su ano más dilatado le fui metiendo paquete hasta que en la quinta arremetida le metí la polla entera, pero algo apretada. Tras cabalgar su culo unos minutos su ano se puso tan excitado que mi pene parecía nadar en el mar, haciendo ruidos húmedos; poco antes de correrme, me dijo con voz apagada:
— Por favor Antonio, ¡córrete en mi boca!,.
Le saqué el pene del culo y le dije que se diera la vuelta. Ella se sentó en el filo de la cama abriendo la boca, yo me puse de pie delante de ella y me la meneé frente a su cara hasta correrme con tres chorros de semen. El primer chorro cayó en sus tetas, el segundo le dio en la frente escurriéndose después hasta el lagrimal de su ojo izquierdo, haciéndola parpadear. El último fue más intenso "y más íntimo"; le introduje la punta de mi pene entre sus labios descargando el chorro sobre su lengua, ¡cómo me corrí dentro de su boca!, noté salir mi semen "como un torrente". Cuando acabé saqué mi polla ya más destensada, después Claudia apretó sus carrillos y tragó todo el semen depositado dentro de su boca, mientras me guiñó el ojo manchado con mi leche.
Después de ese día no he vuelto a tocarla ni a buscar la ocasión, pero Claudia me manda frases de pasión y fotos desnuda, con las que a veces me masturbo frente al ordenador.
—FIN—
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