Sauna fuego
Inés abre los ojos y con su mano toma la de Mario y la acerca entre sus piernas. Quiere que la toque. Quiere que la hurgue. Quiere sentir los dedos largos de ese hombre entre sus labios mojados.
SAUNA FUEGO
Aquella tarde había resuelto salir de compras. No era la mejor tarde para vagar por las calles de Madrid. Los casi 40 grados de temperatura cortaban la respiración. Era viernes, un viernes de esos agobiantes en esta ciudad.
Inés necesitaba salir de compras aquella tarde. La temperatura no era su aliada, pero estaba decidida. Ese viernes, comienzo de un fín de semana sofocante, las calles aparecían llenas de gentes buscando un lugar dónde refugiarse del intenso calor y saciar la sed.
Su marido no la acompañaría. El aparato de aire acondicionado venció el posible interés de acompañar a su mujer. El arsenal de cervezas en el congelador y la primera parte de la película "El Padrino" eran suficientes motivos para atarse al sofá.
Inés, elegante mujer de 28 años, cabellos cortos, negros como el carbón, morena de piel, largas y esbeltas piernas que corresponden con su estatura, pechos esplendorosos, como corresponde a su edad, resolutiva en sus decisiones y curiosa a rabiar, estaba dispuesta a rellenar su ropero con algún vestido y varias prendas de ropa interior.
Se dirigió primero a unos grandes almacenes de Madrid, dónde, después de revisar enteramente la sección femenina, cargó con cuatro bolsas llenas de prendas. Dos vestidos y tres juegos de ropa interior, más unos pantalones, dejaron completamente saciada su necesidad. El único pero que supuso su leve disgusto fue no encontrar la camisa que andaba buscando. Maldecía su mala fortuna y se extrañaba que en ese centro comercial no hubiera dado con ella. Si allí no había, presumiblemente no la encontraría en otro lugar.
Incansable, pese al sofoco que provocaba la elevada temperatura, caminó por la calle Alcalá, siempre por la acera de la sombra. De vez en cuando se paraba frente a un escaparate y se imaginaba dentro de tal o cual prenda. El calor agobiaba aún más la necesidad que ella sentía de comprar.
Anduvo casi media hora hasta que divisó una cafetería cuyos cristales tintados no permitían ver quien se encontraba en su interior. Estuvo tentada de entrar. Dudó unos instantes y al final decidió continuar. Pensó que si optaba por refrescarse, sus deseos de seguir mirando escaparates desaparecerían ante el cansancio que ya se dejaba notar en su cuerpo.
Una pequeña tienda, con un minúsculo escaparate, hace que se detenga. Con resolución abre la puerta y una ola de aire fresco mitiga su sofoco. Ya, en su interior, se sorprende de la cantidad de género que alberga ese pequeño local. Después de probarse un par de camisas, una falda y un polo, abandona la tienda con un nuevo cargamento de artículos con el que piensa que ya ha completado sus necesidades.
Ahora sí es el momento de entrar en una cafetería y refrescarse la garganta con algo suave y frío. Lo hace. Entra en una cafería y toma asiento en una mesa cercana a la puerta. Dispone de aire acondicionado y no se está mal. Se acerca el camarero y le pide un zumo de naranja muy frío. Este se lo trae. Enciende un cigarrillo y se queda absorta en sus pensamientos. Piensa en el dinero gastado. No tenía pensado reparar en gastos, quería cubrir sus necesidades al precio que fuera. Se felicita por haber tenido la suerte de encontrar una camisa similar a la que buscaba mientras da una calada a su cigarrillo componiendo cara de satisfacción.
Apura su zumo de naranja, y elevando un brazo, requiere la atención del camarero, al cual solicita otro. Aún se siente sedienta. Piensa, mientras traen la nueva bebida, que tal vez debería llamar a su marido para hacerle partícipe de sus compras. Desiste ante la imágen que acude a su mente. Se imagina a su marido sentado en el sofá, rodeado de botes de cerveza imitando los gestos de Marlon Brando. Sonríe. No le molestará. Sabe que después de tragarse la primera parte de "El Padrino", intentará atiborrarse visionando la segunda.
Bebe un sorbo de zumo y enciende otro cigarrillo. No ha reparado aún en la mesa de enfrente. Está ocupada por una persona que la mira con descaro. Su vecino ojea un papel de publicidad con mucho interés. Saca su teléfono móvil y hace una llamada. Inés, ahora sí, se ha fijado en esa persona, pues la conversación que mantiene por teléfono ha despertado su curiosidad. El habla por teléfono y señala con el dedo algo que está escrito en el papel. Aguarda las indicaciones que le están dando desde el otro lado de la línea y hace gestos de asentimiento con su cabeza. Su gesto ha ido cambiando poco a poco. Se le ve convencido y relajado. Inés, no está escuchando nada más que palabras sueltas de la conversación que mantiene el inquilino de la mesa de enfrente. No puede hilvanar más de dos palabras juntas. Pero la intriga. Y si no fuera porque no conoce de nada a ese hombre, ya le hubiera preguntado. Su curiosidad la excita. El hombre asiente con su cabeza y da las gracias a la vez que se despide de su interlocutor con un "Hasta luego" perfectamente audible para nuestra protagonista. Guarda su teléfono móvil en el bolsillo, extrae un bolígrafo de su chaqueta y anota algo en el papel de publicidad.
Inés, de vez en cuando mira a este hombre, que sigue, ahora, jugueteando con el papel. Parece como si quisiera hacer un avión de papel y lanzarlo al aire para situarse al frente del humo que desprende su cigarrillo. Mira a la mujer y en un gesto instintivo sonríe. Ella corresponde con otra sonrisa. Piensa que sería buena la idea de que le pidiera un cigarrillo, pero su paquete de tabaco está encima de la mesa. Fuego tampoco puede pedirle porque está fumando. Decide que después de tirar ese cigarrillo, y si el hombre está todavía en la cafetería, le pedirá fuego y quizá pueda ver de que se trata ese papel de publicidad. Está intrigadísima. Daría lo que fuera por saciar su curiosidad. Y decide que tampoco la importaría relajarse manteniendo una pequeña charla con su vecino.
Se centra en la figura del hombre. Viste traje gris. Una corbata verde, perfectamente anudada, acompaña a una camisa oscura. Su tez morena, su cabello tintado por algunas canas y su rostro serio le dan un aire extraño. El buen aspecto que muestra su imágen hace que Inés piense que es un tipo interesante. Cargado de pasta. Un ejecutivo de alguna empresa importante. Calcula que rondará los cuarenta y pico años.
Sus pensamientos se ven interrumpidos. El hombre se ha levantado muy resueltamente y ha pagado su cuenta. Sale por la puerta de la cafetería, pero ha olvidado algo, ha olvidado el papel, que descansa encima de la mesa. Vértigo. Inés se asegura que el hombre está fuera de la cafetería y se lanza en pos del papel. Lo toma en la mano y vuelve a su mesa. La maldita curiosidad la mata. Poco importa que la hayan visto actuar así, sin sigilo, con descaro.
Regresada a su asiento lee con atención una frase escrita con bolígrafo, ella supone que es eso lo que escribió el hombre después de hablar por teléfono. En el pasquín se indica la publicidad que se hace una sauna cercana, pues su dirección está anotada allí, y ella comprueba de memoria que esa calle queda cerca de dónde se encuentra. "SAUNA FUEGO, RELAX, MASAJES, SAUNA ORIENTAL, BAÑO TURCO Y DUCHAS DE PRESIÓN". A continuación está escrita la dirección y el teléfono. Encima de este texto se puede leer, escrito a bolígrafo, "Sauna núm. 7, sauna oriental, ésta".
Inés, devorada por la incertidumbre, piensa en ese papel y se imagina a ese hombre en la sauna. Comparte su idea de ir a una sauna, pues verdaderamente hace calor y aunque en la sauna tendrá más, luego el cuerpo se lo agradecerá. Piensa en el relax que obtendrán su cuerpo y su mente. Envidia por un momento a ese hombre. La intriga ese texto escrito por el hombre al pie de la hoja y lo repasa otra vez mentalmente "Sauna núm. 7, sauna oriental, ésta". Decide llamar a su marido por teléfono y avisarle de que va a llegar más tarde, pero en el último momento, con el teléfono en sus manos, desiste de hacerlo. Llama al camarero y muy resueltamente paga sus consumiciones y abandona la cafetería.
Impulsada por su curiosidad se debate en un mar de dudas. Se queda plantada en la acera, delante de la puerta de la cafetería que acaba de abandonar. La indecisión causa desasosiego en ella. Nervios. Está a punto de tomar una decisión. No sabe que hacer. Se debate mentalmente sobre lo conveniente o lo correcto. Sus manos crispadas aprietan las asas de las bolsas que porta. Nota su corazón palpitar más deprisa de lo normal. Siente nervios. Debe tomar una decisión. Y debe ser la correcta. La que después no la haga sentir mal. La que no genere problemas en su mente. La suerte está echada.
Ha decidido ir a la sauna. Pero quiere ir a la sauna num. 7, la sauna oriental. Piensa que si va en ese instante quizá esté ocupada por el hombre de la cafetería. Se imagina al hombre, vestido con su traje gris y su verde corbata. Recuerda su imágen. Es moreno, muy bronceado, estatura elevada y peso normal. Decide visitar otra tienda mientras camina en busca de su vehículo y así perder algo de tiempo. Piensa que esas sesiones de sauna serán de media hora, pues de lo contrario acabarán chamuscados y sin líquidos en el cuerpo. Entra en otra tienda y compra otro conjunto de ropa interior. Mira el reloj y observa que ya ha pasado media hora y decide guardar sus paquetes en el coche y encaminarse a pie a la sauna. Ha decidido ir andando, el coche está bien estacionado dónde lo ha dejado. No hay motivo para moverle. La sauna está a dos manzanas de allí.
Al cabo de unos minutos, y fustigada por el calor, llega a la puerta de la sauna. Entra. La recibe una señorita muy amable que pregunta que desea. Responde que quiere una sauna. La señorita toma de un mostrador unas fichas y las repasa una a una mientras va emitiendo unos ligeros, y apenas audibles, sonidos con su boca. Por fin da con la ficha que buscaba y le dice que será en la sauna núm. 4. Inés responde que no, que ella quiere la sauna núm. 7, la sauna oriental. Comenta que la han hablado de esa sauna y que su amiga ha mostrado mucho interés en que ella haga uso de sus instalaciones. Todo inventado. Todo sin pensar.
La joven advierte que ha de consultar si está disponible, aunque cree que si. Espera que no haya problemas. Toma el teléfono en la mano y marca dos dígitos. La breve conversación se salda con una cara sonriente de la muchacha y un gesto de aprobación hacia Inés. Después de colgar se dirige a Inés, siempre en tono amable, cómplice, como si buscara el reconocimiento a su labor.
-Está disponible-Dice mientras toma una ficha y se dispone a rellenarla-, pero he de advertirle que la sauna núm. 7 es compartida.
Nuestra protagonista hace gestos de extrañeza. No sabe a qué se refiere la muchacha que la habla desde detrás de un mostrador y a la cual considera del rango más inferior en ese local.
-Compartida-Insiste la chica-, quiero decir que es una sauna en la que usted no estará sóla. Y la diré algo más, creo que sólo hay una persona ahora. Y acaba de llegar.
Inés piensa que si acaba de llegar la persona que ocupa la sauna, no será su compañero de cafetería, pues este hace ya una hora casi que abandonó el local dónde ambos saciaron su sed. Se interesa por conocer detalles del lugar que está a punto de visitar.
-Mire joven, me han hablado de esa sauna. Una amiga mía me la ha recomendado. Bueno, en realidad, para no mentirla, ha sido su marido-Dice ante el desconocimiento que tiene de si será una sauna mixta-, puso mucho interés en darme esta nota de publicidad-Insiste a la vez que muestra el papel abandonado en la cafetería por el hombre del traje gris-, por eso he venido, para comprobarlo por mí mísma.
-Ciertamente-Comenta la recepcionista-, es un tanto novedoso el sistema que tenemos. No es una sauna convencional. Aglutina diversas sesiones que tienen por objeto conseguir la relajación del cuerpo. Bueno, su amigo ya se lo habrá comentado .
-¡Oh, si! Descuide. Lo que no me comentó fue el precio ni el tiempo. Dice Inés más relajada.
-El tratamiento, llamémosle así, dura dos horas, y el precio son 120 euros. Por supuesto tiene derecho a vestuario, ducha privada, albornoz, zapatillas y toallas.
-Está bien-Dice nuestra protagonista a la vez que mira el reloj y calcula el tiempo-, me daré esa suna. Creo que me hace falta. ¿Sabe?, me he pasado toda la tarde de compras. Y como no estaba lejos de este lugar, abandoné mis compras en el coche y me he decidido a venir. Hace un calor insoportable.
-Si señora. Madrid tiene estas cosas. De pronto mucho calor y al día siguiente, no diré que hace frío, pero puede bajar la temperatura 15 o 20 grados.
Inés mira a la chica que no ha parado de sonreírla. Ella devuelve el gesto asintiendo y regalando una nueva sonrisa en correspondencia.
-Ahora, si es usted tan amable, necesito unos datos con los que completar su ficha.
-¿Es necesario?. Pregunta Inés.
-Es un mero formulismo-Responde la chica-, no se preocupe, no la invadiremos con publicidad y esas cosas. Sus datos no irán a parar a ningún fichero, excepto al nuestro. Por otra parte, en sus próximas visitas podrá beneficiarse de algún descuento.
-Está bien. Dice Inés.
La chica va tomando nota del nombre, edad, domicilio y teléfono de nuestra protagonista. Por último, pregunta si es hipertensa, a lo que Inés responde que no.
-Bien, pues esto es todo-Dice la joven-, ahora vendrá una compañera y la conducirá a nuestras instalaciones. Ella la explicará con detalle el funcionamiento. Descuide-Dice sonriendo de nuevo-, estará bien atendida.
Toma de nuevo el teléfono en la mano y vuelve a marcar otros dos dígitos. Inés piensa que será otra extensión. La conversación no dura ni cinco segundos. Cuelga el aparato y vuelve a sonreírla.
Sin tiempo para mediar una sóla palabra más, aparece una joven de su edad, calcula que unos treinta años habitan el cuerpo de esa hermosa mujer. Viste bata blanca, lleva el pelo recogido y usa zuecos. Inés la mira con recelo ante la seguridad con que se desenvuelve la mujer.
-¿Me acompaña si es tan amable?
Inés camina junto a ella, ligeramente medio metro detrás. Caminan por un largo pasillo que va a dar a una sala de unos 12 metros cuadrados. Allí se detienen.
-La daré un albornoz, un juego de toallas y unas zapatillas. Podrá cambiarse en la cabina que la enseñaré ahora mísmo. Dice a la vez que entrega a Inés una bolsa con el contenido mencionado.
Abandonan la sala y se adentran en otro pasillo más corto. Apenas diez pasos y llegan a una nueva sala. Inés divisa muchas puertas. Cada una con un número. Todas iguales.
-Tenga-Dice la joven a la vez que tiende una llave sujeta a un llavero que tiene escrito el num. 5-, esta es la llave de su cabina. Se podrá cambiar y yo esperaré aquí. Cuando esté lista, y le ruego sea lo más breve que pueda, la acompañaré a la puerta de la sauna. Nos quedan apenas diez minutos para el inicio de una nueva sesión.
Inés se extraña por la premura a la que se ve sometida por esa bella joven, pero decide actuar con celeridad. Entra en la cabina num. 5. Deja la bolsa encima de un banco y observa con atención el lugar de reducidas dimensiones. Cree identificarlo con las cabinas que sirven de preparación antes de hacerse una radiografía.
Se desprende de su falda en primer lugar. La abandona encima del banco y abre la bolsa. Extrae el albornoz de un blanco impoluto. Lo deja al lado de la falda. Desabotona su camisa y la cuelga en la percha después de sacársela del cuerpo. El sujetador acompaña a la prenda. Por último, su braga es desalojada del cuerpo y se enfunda el albornoz. Se pone las zapatillas de goma y asegurándose de que su bolso permanece oculto tras la ropa colgada en la percha, abre la puerta y se encuentra la cara sonriente de la joven.
-Bien, ahora la explicaré en qué consiste la sauna oriental-Dice la joven mientras caminan de nuevo por el pasillo que las ha llevado allí-, básicamente son varias sesiones cortas de vapor muy intenso. ¿Sabe? Sómos una franquicia de Oriental Paradise, aunque esto a usted no la dirá nada. Pero vámos a tratar de exponer en Madrid lo que con tanto éxito se lleva a cabo en Bélgica. Estamos empezando-Dice con gesto de complicidad-, pero vámos poco a poco. Como decía, empezaremos con varias sesiones cortas de vapor intenso. Luego pasará a los chorros de agua fría y concluirá en nuestra piscina árabe, dónde terminará de relajarse. Si lo desea, podrá darse un masaje de agua con diversos tipos de sales. Pero de esto ya la informará la señorita que atiende los masajes. No se preocupe.
La explicación ha hecho que el camino recorrido por ambas mujeres hay pasado en un lapsus de tiempo y nuestra protagonista no haya prestado atención al lugar por el que transitaban. Ya delante de la puerta que da acceso a la sauna, las dos mujeres se detienen para que Inés reciba la última explicación antes de entrar. Con sorpresa lee en una placa "Sauna núm. 7-Oriental completo". Quiere pensar pero la voz de su acompañante se lo impide.
-Ahora, la dejaré aquí. Entre y se siéntese en un banco. En el interior hay unos altavoces, por dónde de vez en cuando, y al término de cada sesión de vapor, se irá informando de lo siguiente. Presumiblemente, bueno sin presumir, no estará sóla-El vértigo acude a Inés por la revelación que acaba de escuchar. Se pregunta con pudor si el hombre moreno de traje gris también se hallará en el interior de la sauna. Está tentada de preguntar, pero no quiere aparecer como una chiquilla ante una joven que estima tiene su mísma edad-, es posible que se encuentre con alguien más aquí dentro. Pero no debe temer. La gente es muy respetuosa y cada persona va a lo suyo, que no es otra cosa, querida amiga, que relajarse. Puede quedarse con el albornoz puesto si observa que está más cómoda, pero también he de decirle que es posible que las personas que se encuentran en el interior, estén desnudas. En cualquier caso, disfrute del relax que se va a proporcionar. Su cuerpo lo agradecerá. ¡Ah!, una última cuestión-Advierte la señorita-, en el caso de que no se encuentre bien, o quiera interrumpir la sesión, bastará con que pulse un interruptor rojo que hay cerca de la puerta. No se alarme, no ocurrirá nada, pero si lo necesita, lo encontrará sin mayores problemas. Disfrute.
La puerta metálica se abre en silencio y la joven invita a Inés a pasar. De inmediato la puerta es cerrada por la chica. Inés está en el interior de la sauna.
Camina lentamente entre una nube de vapor. Observa la decoración de las paredes. Unos azulejos blancos con algún relieve en el centro de cada pieza, unos bancos de madera aislados unos de otros, unos grifos situados estratégicamente al lado de cada banco, un sin fín de bocanas en la pared y en el techo, dónde también se alojan los altavoces, son toda la decoración de aquella sala.
Inés apenas puede ver. Sus manos van dentro de los bolsillos del albornoz. Camina con temor de tropezar. Procura atravesar el vapor con su vista en pos de descubrir a alguien más dentro de aquella sala. Divisa un banco de madera. De aspecto nuevo, se inclina para sentarse allí. La voz armoniosa emerge de los altavoces "Por favor, se ruega permanezcan sentados con el fin de iniciar la segunda sesión de vapor". ¿Segunda? Se pregunta Inés. Recuerda que la joven dijo que aún quedaban diez minutos para comenzar. Sin darle más importancia trata de relajarse y se mantiene a la expectativa.
De las bocanas comienza a salir vapor que se mezcla con el que hay en la sala. Inés se mantiene sentada sin pensar en nada. El siseo que emite al salir el vapor contribuye a su relax. Una música aflautada, muy baja de volumen, se deja escuchar dentro de la sala. Empieza a sufrir calor. Levanta la vista hacia el techo y se centra en lo que puede ver de los altavoces. La música sigue sonando. Baja, muy baja. El calor aumenta y comienza a preguntarse si no hubiera sido mejor entrar con una toalla liada al cuerpo en vez de hacerlo con el albornoz. No ve a nadie. No escucha a nadie. Ni siquiera sabe como es el lugar, pues cuando ha entrado, el vapor la ha impedido hacer un reconocimiento exhaustivo. El calor sigue en aumento. El albornoz comienza a dar síntomas de humedad. Su rostro refleja sudor y unas gotas acuden a sus mejillas. Por suerte, el flujo de vapor cesa y poco a poco va desapareciendo por las mísmas bocanas que fuera expulsado. Se pone en pie y bebe agua del grifo que se encuentra situado al lado del banco que ocupa. Vuelve a sentarse y divisa una pared enfrente de ella. Hay otro banco, pero está vacío. Ahora recorre con la mirada la sala. Parecen varias salas comunicadas por entrantes en las paredes. Sin tiempo a más, la voz se escucha de nuevo por los altavoces. "Por favor, se ruega permanezcan sentados con el fin de iniciar la tercera sesión de vapor". ¿Tercera?.... ¿Cuántas habrá de soportar?, se pregunta en su interior Inés. Otra vez lo mísmo. Más calor. Más agobio. Sigue maldiciéndose por lo estúpida que ha sido al acceder a ese lugar con el albornoz en vez de con una toalla liada al cuerpo. Al fin y al cabo, piensa, si se asegura que está sóla, acabará mandando a paseo el albornoz. Al menos lo abrirá para que el vapor acaricie su cuerpo. Tal vez alivie el calor. De momento, ha aflojado el cinturón y se ha ahuecado el escote para recibir algún atisbo de aire. La prenda está mojada, pero resulta cómoda, si exceptuamos el calor. Trata de olvidarse del calor y emplea su tiempo en preguntarse en lo que tendrá de especial una sauna oriental. Su pensamiento se traslada a China, a Japón y a mil lugares de oriente. Su cabeza se llena de chinos gordos, desnudos o envueltos con sus toallas a la cintura. Sonríe. "Son sólo Sumos y luchadores" piensa.
El calor es insoportable y se levanta, abre un grifo que está en un extremo de la sala y bebe agua de nuevo. Vuelve a su asiento y decide abrir su albornoz, pues en realidad no le consta que allí haya nadie. Desata el cinturón por completo y abre los dos lados de par en par. Sus pechos brotan entre el vapor, mojados, sus piernas morenas se alargan hasta el suelo como agujas que se fueran a clavar en el. Revisa con la mirada su pubis y piensa que ya va siendo hora de depilárselo nuevamente. Incluso, acordándose de la última vez que se lo depiló, le dan ganas de tocarse el clítoris. Recuerda cómo y dónde se efectuó la depilación y las circunstancias que rodearon aquella tarde. Ensimismada en sus pensamientos no advierte que el vapor va desapareciendo poco a poco. Tiene la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados. Se está dejando llevar. Se encuentra a gusto, aunque con calor.
Un siseo fuerte hace que abra los ojos, y lo primero que ve es la imágen del hombre de la cafetería sentado enfrente de ella. Reacciona tapándose con el albornoz y a duras penas esboza un saludo correspondido por el hombre que está enfrente. El hombre está completamente desnudo, sentado en un banco frente a ella. Inés se pone nerviosa y se pregunta si habrá alguien más. Con la mirada recorre la sala, ahora puede verla, pues el vapor se va diluyendo poco a poco y advierte que no hay nadie más, que están ellos sólos. Por los altavoces del techo irrumpe la voz de una señorita reclamando atención y ella escucha atentamente, no así cómo el hombre que parece distraído. La voz melódica dice "Les ruego por favor beban agua si lo desean, pues vamos a comenzar otra sesión de vapor más intensa, muchas gracias". La voz desaparece e Inés se levanta hasta el grifo y bebe agua otra vez. El hombre no bebe, permanece sentado. Inés siente deseos de ir al baño, pero no sabe dónde hacerlo. El hombre lee sus pensamientos y con la mano indica un cartel que hay sobre su propia cabeza en el cual hay una palabra escrita seguida por una flecha "Aseos". Inés le da las gracias y sin mirarle mucho, pues permanece desnudo, se encamina al baño. Entra y se sienta en una taza azul. Siente como el chorro caliente desciende por su vagina. Termina y observa que no hay papel para limpiarse. Decide usar un pico del albornoz. Sale del baño y regresa a su banco. El hombre sigue allí. Le hubiera gustado preguntarle cuanto iba a permanecer allí, pues su presencia la hace sentirse incómoda. Sin embargo acepta esa circunstancia. Se sienta y mira al hombre que ha cerrado los ojos. Es muy moreno de piel. Tiene el vello justo en el cuerpo. No es feo. Hasta puede resultar más atractivo que vestido. Repara en los pies que le parecen bonitos, pero su mirada se encamina debajo del muslo donde descubre cómo asoma la cabeza del pene de ese hombre. Él está sentado, apoyado en la pared, de lado y con las piernas encogidas. La polla le cuelga flácida hasta tocar con la madera del banco. Ella no puede verla al completo, sólo divisa parte del capullo. Le parece gordo y trata de imaginar la longitud de aquel instrumento según la postura que tiene el hombre. Él abre los ojos y la sorprende mirándole, se sonríe y se gira hacia ella. Ahora está apoyado de espaldas en la pared y ha dejado sus pies apoyados en el suelo. Ahora sí puede ver su polla en toda su extensión, sus huevos y su vello púbico, negro y enredado. Al sorprender ésta imágen, ella gira la cabeza hacia la izquierda un tanto violenta. El hombre, aunque ella no lo ve, sonríe nuevamente, pero no dice nada. Inés cierra los ojos y piensa en esa imágen que acaba de ver, se imagina esa polla cuando adquiera todo su esplendor, cuando la sangre fluya hacia ella y ese capullo se hinche y forme en conjunto un tamaño descomunal. Trata de evadirse de esas imágenes que acuden como una turba a su mente y recuesta la cabeza hacia atrás.
De los agujeros de la pared comienzan a salir chorros de vapor, cada vez más compactos, más intensos. Van cubriendo la sala con una nube blanca y ella empieza a sentir en su cara la humedad. Abre los ojos y se mira los pies descalzos. A duras penas los puede ver, pues el vapor es muy intenso. Trata de intuir si el hombre permanecerá allí sentado pues ya no puede divisarle, aunque un bulto entre la niebla anuncia que aún está sentado allí. Ella siente calor. Cierra los ojos nuevamente pues el sudor chorrea por su cara. Se pregunta cuanto durará esa sesión. Sólo escucha el siseo de los chorros de vapor saliendo por los agujeros, pero un halo de brisa o aire le hace abrirlos nuevamente. Permanece inmóvil y fija su vista en el lugar que ocupaba el hombre, pero no le ve, ni siquiera ve su silueta. Gira la cabeza hacia la derecha y descubre con estupor como el hombre ha abandonado su sitio en el banco y sé ha acomodado al lado suyo.
Nervios. Desazón. Estupor. Sorpresa. Ella quiere protestar, pero la voz del hombre la interrumpe. Él, pide disculpas por haberse situado ahí, pero comenta que en breve entenderá por que lo ha hecho. Dicho esto, se oye la voz de la señorita por los altavoces nuevamente. Con el mísmo timbre de voz anuncia"Por favor, para tomar los chorros a presión, recomendamos se desnuden y se sitúen de cara al aspersor de la pared derecha. Muchas gracias". El hombre mira a Inés y con el dedo índice de su mano derecha señala a la pared donde él estaba situado anteriormente. La voz grave del hombre del traje gris llega a los oídos de Inés.
-Por allí-Dice señalando nuevamente con su dedo el lugar que antes había ocupado-, saldrán por allí. Me he tomado la libertad de sentarme aquí porque no me apetecía marchar a otra sala. Pero si le molesta o incomoda mi presencia, me iré.
-Ah, no no...No se preocupe. Puede quedarse. Yo me marcharé.
-¿No quiere reconfortar su cuerpo con agua fría? Sería lo más conveniente después de haberlo sometido a estos calores.
-No. En serio. Me apartaré y me iré a aquél banco hasta que esto termine. Ya estoy bastante mojada.
-No debió entrar con el albornoz. Nadie lo hace.
Inés reprocha esa frase. No la ha encajado bien. Cree que el hombre la ha tomado por una idiota pudorosa. Manifestando un gesto de enfado, se levanta del banco y se encamina a otro cercano. Toma asiento justo cuando el primer chorro de agua hace su aparición por la bocana que se encuentra dónde estaba el hombre sentado anteriormente a la invasión del banco que ella ocupaba.
El agua comienza a fluir con intensidad. El hombre del traje gris permanece sentado. Inés lo observa con nitidez, pues el poco vapor que quedaba en la sala ya ha desaparecido. Sorprendida ve como el poderoso hombre se ha puesto en pie. Se sitúa cara a la pared con sus manos apoyadas en los azulejos y el chorro golpea su espalda, sus glúteos, sus piernas. El calor asoma de nuevo al cuerpo de Inés y maldice lo estúpida que ha sido. Envidia a ese hombre. Envidia el placer que estarán provocando esos chorros de agua en su espalda. La tienta deshacerse de su albornoz y compartir ese chorro, pero habría de hacerlo en otra sala y no quiere moverse de allí. La imágen la divierte. El hombre voltea su cuerpo y se sitúa cara a ella. La tensión acude al cuerpo de Inés. Con perfecta nitidez puede divisar los cuadriceps de sus piernas perfectamente moldeadas. Su vientre liso. Su pene flácido. Sus dos colgantes abultados. Su vello púbico. Desvía la mirada pese a que el hombre mantiene los ojos cerrados. Pero la curiosidad, otra vez, puede con ella. Vuelve a mirar. Pero el objeto de fijación es el enorme pene que cuelga como una exhalación hasta medio muslo del hombre. Piensa que cuando adquiera las dimensiones de erección medirá al menos 20 centímetros. Se turba ante semejante pensamiento. Sus pezones se hinchan y con sus manos pliega su albornoz más aún hasta sólo dejar ver su cuello.
Los chorros cesan. El hombre se sienta. La voz suena de nuevo por los altavoces "Esperamos que la sesión haya sido de su agrado. Ahora por favor, les rogamos se preparen para la última sesión de la sala. Procederemos a una sesión de calor seco. Después, podrán pasar a la sala de la piscina, donde si lo desean, podrán someterse a un masaje de agua y sales. Muchas gracias y esperamos nuevamente su visita".
Inés se queda en el banco que ha ocupado antes de la sesión de chorros de agua. El hombre permanece en el que ha estado ocupando ella hasta que llegó él. El calor se comienza a notar con excesiva rapidez. Inés suda. Inés está empapada. Su albornoz completamente mojado. Desgraciadamente para ella, ignora que se ha sentado justo encima de una bocana por la cual se expulsa el calor. Ante el excesivo calor que nota, repasa su ubicación y por fín descubre el por qué de sentir ese agobio. Observa el banco que antes había ocupado y descubre que ese lugar, el lugar que ella ocupaba, no tiene bocana para soltar calor. Maldice en su fuero interno. Se ahueca el escote del albornoz a la vez que mira al hombre. Este sonríe de manera que a ella le parece una burla. Desvía su mirada del intruso y nuevo propietario de su banco. El no pierde de vista cualquier gesto que hace Inés. Sus miradas se han cruzado y ese momento ha sido aprovechado por el hombre para hacer un gesto que nuestra protagonista no sabe interpretar. En vista del fracaso, el cuerpo desnudo del hombre se pone en pie y se dirige hacia el banco dónde se encuentra Inés. Por fín habla.
-Venga conmigo al banco aquél-Dice señalando el que ocupaba ella anteriormente a la intromisión de el-, su cuerpo lo agradecerá. Si permanece aquí tendrá un serio problema. Está sentada justo encima de una bocana de aire caliente.
-Gracias, pero estoy bien aquí. Contesta ella.
-Como guste señora. Lo digo por su bien. Yo sabía que aquí-Dice señalando el banco que ocupa Inés-, lo iba a pasar mal. Por eso opté por acercarme al que usted ocupaba. Me sentiría mejor si siguiera mis consejos y retornara a su lugar. Al fin y al cabo es suyo. Usted llegó primero. Y si el problema que tiene es que no quiere compartirlo conmigo, no hay problema, me volveré aquí.
Nuestra amiga se traiciona. De su boca brotan unas palabras que nunca quiso pronunciar. Pero lo hace. Y ya no hay marcha atrás.
-¡De ninguna manera!, aquí no hay quien esté. ¿Durará mucho esto?. Pregunta a su vecino.
-Media hora. Sudaremos de lo lindo. Luego nos reconfortarán en la piscina. Saldremos de aquí nuevos. Las toxinas que vámos a eliminar, no las recuperaremos tan fácilmente. ¡Véngase conmigo!, acompáñeme y evítese este calor. No comprendo como pusieron un banco aquí.
Inés duda. Cree que si abandona el banco que ocupa tiene dos caminos a seguir, abandonar la sauna, para lo cual deberá pulsar el timbre rojo o acompañar a ese hombre y compartir el banco que la pertenecía a ella hasta la intromisión del hombre de la cafetería. Ella sigue dudando ante la pasividad del hombre. Como una chiquilla enrabietada pregunta.
-¿Cuál es su nombre?
-Mario. ¿Y el suyo?
-Inés. Dice dudando si mentir o no.
-Es un placer Inés. Mi invitación sigue en pie. Dice en tono cortés.
-Lo pensaré. Contesta Inés mientras se da cuenta de lo estúpida de su respuesta.
Mario abandona el lugar y se sienta enfrente de Inés. La observa. Ambos se observan. Ella no puede evitar fijarse en sus glúteos ahora que le da la espalda. Piensa que ese tipo tiene un cuerpazo para la edad que le supone. "Debe cuidarse mucho" piensa. Cuando Mario se da la vuelta, la imágen del pene colgando la aturde nuevamente. Mario toma asiento y la vuelve a mirar. Y vuelve a sonreírla. La imágen de esa polla enorme no se aparta de la cabeza de Inés. Decide, en vista de lo insoportable que es el calor, acudir junto al hombre, pero se sienta en el borde del banco. El hombre se desliza por el banco y se arrima a ella.
-Inés, lo va a pasar usted muy mal si persiste en continuar con ese albornoz puesto. No debe sentirse incómoda por mi presencia. Esto es una sauna. Yo ya he acudido varias veces. Como podrá suponer, he visto a muchas mujeres desnudas, aunque pocas realmente tan bellas como usted.
Siente que Mario flirtea con ella. Pero ese hombre tiene algo que ella no logra descifrar. Su presencia no acaba de incomodarla, pero no se siente segura en su compañía.
-Gracias. Yo es la primera que vez que vengo.
-Curioso. Tengo la vaga sensación de que yo la he visto antes en algún lugar.
-No lo creo. Responde Inés.
-Tengo un problema, recuerdo rostros pero no los ubico. Supongo que será el estrés que me acompaña permanentemente.
-Ya. Dice Inés a la vez que baja su cabeza y se entretiene en juguetear con las puntas del cinturón del albornoz.
El calor hace que Inés se ahueque por enésima vez el albornoz a la altura de su pecho. La prenda queda ahuecada y sus pechos muestran sus líneas. Ella sabe que un pecho es visible a los ojos de Mario. Pero decide no cubrirlo. Comienza a divertirla que él aproveche cualquier movimiento para lanzar su vista a ese lugar. Ella descubre con cierto agrado que Mario mira fijamente la oquedad de su escote. Ambos se miran. Sostienen la mirada unos instantes que para Inés son eternos. Pero ella ignora lo que se avecina. Sigue con su divertimento especial. Se siente de igual a igual. Tal vez escuchar en su mente de nuevo, la breve conversación que ha mantenido con él, la ha llenado de seguridad. Una seguridad que desciende vertiginosamente cuando Mario en un alarde sin precedentes se gira y desata el cinturón del albornoz de Inés. Ella lo mira con gesto de desaprobación pero no da tiempo a más. El hombre abre el albornoz y deja su cuerpo al descubierto.
-Perdóneme Inés por mi atrevimiento, pero ha llegado la hora de que se quite esta horrible y empapada prenda. En caso contrario tendrá que salir de aquí en camilla hasta el hospital más próximo- Dice mientras descubre los hombros de Inés y deja caer la prenda por su espalda-, y ninguno de los dos queremos que ocurra eso. No la considero tan chiquilla para un comportamiento así.
Inés está desnuda. Su albornoz queda tras su espalda y preso por sus glúteos. Siente rubor ante su desnudez y rabia. Rubor por mostrarse desnuda ante un hombre que no conoce, y rabia por no haber sido ella mísma quien efectuara la maniobra de quitárselo. Mario la observa y sonríe lo que hace que Inés se sienta más violenta. El hombre examina cada parte del cuerpo de nuestra protagonista con deleite, con vivacidad, con entusiasmo. Inés se siente pequeña al lado de ese titán. Y se siente más minúscula cuando descubre que el miembro de Mario comienza a despertar. Sigue con persistentes miradas hacia el cuerpo de su acompañante, se fija en sus pechos, su vientre, sus piernas. Inés mantiene sus piernas juntas y en ningún momento descubre más allá de la línea que forma el comienzo de un depilado y corto vello púbico.
Siente la presencia de Mario cada vez mas cerca aunque el hombre no se ha movido de su lugar. El calor es manifiesto y el sudor corre por su cara dibujando pequeños riachuelos. Sus pechos también lanzan pequeños afluentes de sudor que van a parar, interrumpidos por su ombligo, entre sus piernas. Mario se fija en esos detalles. Ella cierra sus ojos. No quiere ver como Mario la examina. Se siente abandonada del mundo en aquella sauna. La sensación de miedo se dibuja en su mente poco a poco. Recuerda, con los ojos cerrados, la polla de ese hombre. La imagina vigorosa. Dibuja un glande gigante. Las imágenes acuden sin cesar una y otra vez. Decide pensar en la cafetería. Le recuerda vivaz en su forma de hablar. Lo ve manejando el papel de publicidad y escribiendo "sauna num. 7, Sauna oriental, ésta". Sus pensamientos se ven interrumpidos. Mario ha tocado y acariciado un pecho de Inés. El vértigo se apodera de ella. No quiere verlo. Siente la mano quieta encima de su pecho. Su pezón es aplastado por la mano de Mario. Ella sigue con los ojos cerrados. Como ajena. Sin querer abrirlos y encontrarse con el rostro del usurpador posiblemente sonriendo. Ante la pasividad mostrada, Mario se envalentona y su mano se mueve. Ahora acaricia con mimo, con tiento. El pezón de Inés despierta de su letargo y se endurece para mayor satisfacción de Mario. Baja su mano entre los pechos hasta llegar al ombligo. Nota la agitación de Inés. Su respiración es rápida y nerviosa. Con la punta del dedo hace círculos y continúa bajando más. Inés se estremece, sigue con los ojos cerrados y todos sus sentidos están concentrados en el dedo del hombre. Él llega con la punta del dedo al comienzo de su vello púbico y ella suspira cada vez más agitada, pero de un impulso retira el dedo y subiendo la mano se concentra otra vez en el pezón.
-Es usted encantadora Inés-Susurra a su oído mientras ella permanece con la cabeza vencida hacia atrás y sus ojos cerrados-. Una belleza sin par. Su piel es morena, suave y huele bien. No me puedo vetar la invasión de su cuerpo. Termina diciendo Mario.
Sabedor del domino que ha comenzado a ejercer sobre esa joven, Mario se acerca más al cuerpo de Inés. Su cabeza se agacha y un beso casto, cálido, se mezcla con el sudor de sus pechos. Queda quieto, saboreando su piel, oliendo su sudor que le parece olor a sexo. Inés ha flojeado y sus piernas han dejado su rigidez y ahora están relajadas y ligeramente abiertas. No quiere abrir los ojos. Está imaginando que si los abre se encontrará con aquella polla que ya estará erecta. Vuelve a atormentarla esa imágen, aunque a la vez, la excita. Piensa en el dolor que sufriría una chiquilla al ser poseída por vez primera con una polla así. La mano del hombre se ha posado en su vientre y parece que trata de meter un dedo en su ombligo. Esa mano se ha vuelto más solícita y ha descendido hasta enredarse jugueteando con el poco vello de su pubis. Ella ha abierto ligeramente las piernas para así permitir el descenso más rápidamente. Ha decidido dejar que la hurgue. Se siente invadida. No se quiere privar. Pero el hombre se da un respiro de vez en cuando y regresa a su lugar de origen, su pecho y su pezón. Inés está ansiosa, nota como se hincha su sexo, como se endurecen más sus pezones. Mantiene la boca cerrada pero su respiración es cada vez más agitada. Mario sigue estudiando los movimientos y los mensajes que emite aquél cuerpo. Cree que ya ha conseguido lo más difícil. Se imagina ese coño empapado y su polla comienza a dar los primeros síntomas de despertar. Vuelve con la mano al pecho, ahora al otro, luego al primero, después hasta el vientre. Pasea la mano por la cadera y dibuja su forma, vuelve al vientre y baja lentamente hasta el pubis otra vez. Se detiene a juguetear con el vello como si llamara a la puerta de la grieta. Ella abre un poco más las piernas, siente los labios del coño henchidos, está mojada interiormente, quiere que la toque ya, pero él se resiste y sigue jugueteando con el vello.
Inés abre los ojos y con su mano toma la de Mario y la acerca entre sus piernas. Quiere que la toque. Quiere que la hurgue. Quiere sentir los dedos largos de ese hombre entre sus labios mojados. Mario la mira y sonríe seguro de su conquista. Inés facilita las cosas, separa enteramente sus piernas y ofrece su coño a esa mano. Rastrea el culo hasta el borde del banco para permitir una caricia más profunda. El juguetea en su grieta. Amaga con ir al clítoris pero se detiene inflingiendo un castigo excesivo a la mujer que ya está entregada. Pasea la palma de la mano por encima de sus labios y amaga con introducir un dedo dentro de ella. Inés piensa que la va a masturbar. Lo desea. Desea correrse allí mísmo. En manos de un extraño. En manos del titán que la ha vencido. Jadea empapada. Con la mirada perdida se pregunta si esa mano se centrará en su clítoris. La respuesta es inmediata.
Mario ha posado el dedo corazón en el y lo aprieta ligeramente, lo roza, lo mueve. Ella abre la boca y pide medio jadeante que la bese. Él lo hace inmediatamente sin apartar su dedo del clítoris. El beso es profundo, sus lenguas se entremezclan, sus deseos son los mismos, sus salivas cambian de boca, sus labios se estrujan. Termina el beso y él se incorpora retirando su dedo del coño. Inés queda a expensas de lo próximo. Él se pone de pies y ella ve con ansiedad que su polla ha crecido un poco. Se pone delante de ella y se agacha de rodillas en el suelo, separa sus rodillas y la toma por las caderas. La arrima hacia sí hasta casi dejar su culo en el aire, fuera del banco. Ella está con la espalda arqueada y su cuello compone una forma extraña. Él agacha su cabeza entre las piernas y lame su coño. Lame despacio, con la punta de la lengua juguetea y se entretiene en su clítoris que ya se ha erectado. Mordisquea los labios del coño e introduce en la vagina su lengua. Sube con su lengua en dirección al clítoris y baja. Baja hasta el ano, que no se libra de ser lamido. Ella está estimuladísima. Mario saborea su flujo, ligeramente salado, huele su sexo y se impregna la nariz de sus jugos. Inés ve llegar el orgasmo. Mario introduce un dedo en el coño a la vez que sigue lamiendo su clítoris. Ella le avisa con sus jadeos de que aquello va a acabar. Él para todo movimiento, saca el dedo del coño y se levanta. Inés mira suplicante y Mario pone su polla a la altura de su boca. Inés comprende lo que quiere y sin dilación se introduce ese enorme capullo en la boca. Lo succiona con la lengua y lo masajea con los labios. Ahora ella ha decidido pasar a la acción y toma en una mano esa enorme polla. La chupa, baja y sube el prepucio despacio y con mimo a la vez. La otra mano la ha colocado a modo de bandeja para descanso de sus huevos. El hombre siente placer y levanta la cara hacia el techo, suspira y suspira. Su polla está erecta. Dura. Arrogante. Inés se pone en pie para permitir que el hombre la vuelva a tocar. Él la abraza contra sí, aprieta su polla contra el vientre de ella y posa una mano en su culo, mano de la cual se estira un dedo que se posa en su ano presionándolo a la vez que la besa ávidamente.
Se separa de ella y la contempla. La obliga a tomar asiento en el banco. Mario permanece de pies, y con su mano abraza su polla. Los movimientos masturbatorios estremecen a Inés. La visión del hombre masturbándose delante de ella la provoca desazón. Se pregunta si ese hombre se conformará con masturbarse delante de sus ojos. Inés ya no puede controlar más. Su mirada es una súplica. Su mirada es el pasaporte para que ese enorme cipote la penetre.
Mario la toma del brazo y la obliga a darse la vuelta. Sus manos se pierden entre las axilas de Inés y sus pechos son abrazados a la vez que el titán se posa entre el surco de sus glúteos. Sus cuerpos sudorosos se funden en uno. Inclina la espalda de Inés y separa sus piernas con decisión. Pasea su glande entre las piernas de la joven, por su raja mojada, hasta lubricarlo con una mezcla de flujo y sudor. Con ímpetu descontrolado la gira y la sienta en el banco. Tomándola por la cintura arrastra el cuerpo de Inés hasta el bode. Separa sus piernas y planta la verga sobre la hendidura de ella. Inés desea sentir la carne profundizando en su interior. Mira suplicando a Mario. Desea que no prolongue más la espera. Su coño aparece abierto, deseoso, mojado, limpio de vello. Nota el glande apoyado encima de su clítoris, duda si empujar a ese dios dentro de sus entrañas. Mario inicia un vaivén restregando su pene por encima de la grieta de Inés. Ella se arrima más, con deseo de ser penetrada. Mario se compadece de la joven y se deja caer sobre el cuerpo de Inés a la vez que se va incustrando dentro de su vagina.
Al llegar al fondo de la vagina permanece quieto sintiendo el calor que alberga aquella cueva, regodeándose del placer que le proporciona la suavidad de esa cavidad. Ella lo rodea por la cintura con sus piernas, pero él va más lejos y las toma con sus manos por las pantorrillas e incluso por los tobillos para poder levantárselas más. Ha decidido que esa polla necesita ejercicio y comienza el vaivén con violencia, con fuerza. El culo de Inés se frota contra la madera del banco. Siente que esa enorme polla la va a llegar a la garganta, e incluso siente daño, pero el placer que empieza a experimentar puede con el dolor. Ella trata de agarrar a Mario por la cintura, pero no puede por estar tumbada, trata de levantarse pero los empujones del hombre son muy atrevidos y se lo impiden. Mario extrae su polla del coño y la deposita encima de la raja, que ahora queda de par en par, respira y vuelve a introducirla, provocando en Inés gritos de desesperación. Al cabo de unos quince minutos el hombre da síntomas de explotar. Arrima el culo de Inés hasta el filo del banco y pone su mano izquierda abierta, entre el banco y el culo. Toma con fuerza ese culo y lo aprieta contra sí al tiempo que empuja con el titán hasta el fondo. Ella se retuerce los pezones y se pellizca las tetas. Él emite un bufido y se corre. Se corre con cinco o seis salvas acompañadas de espasmos. Inés siente los chorros de semen golpeando su interior. Inés no se ha corrido, pero la polla del hombre es poderosa y una vez terminada su eyaculación golpea con fiereza en sus últimos intentos antes de quedar flácida, provocando en la joven una corrida espantosa, larga, con estertores que aún permanecen en su cuerpo al retirar él su falo.
Inés se queda tumbada y Mario con la polla aún goteándole, se acerca a su boca y se la introduce en ella para que absorba los restos seminales que aún quedan. Ella la abraza con los labios y con la lengua limpia todo vestigio de semen.
Los altavoces se dejan oír. La mísma voz armoniosa les invita a pasar a la piscina árabe. Allí tendrá lugar el masaje de agua. Abandonando el albornoz sobre el banco, y de la mano de Mario, los dos caminan hacia dónde se terminará la sesión de la tarde.
Al salir a la calle los rayos del sol, que ya van decayendo, hacen que Inés cierre los ojos. Se siente floja. Camina sin entusiasmo mientras va pensando lo que acaba de vivir. Toma conciencia de que ha sido infiel a su marido. Se siente sucia. Se amarga. No sabe como ha podido dejarse llevar. Siente deseos de estar en su casa, junto a su marido. Necesita abrazarlo. Necesita purgar su culpa. Llora. Mira el papel de publicidad y vuelve a llorar. Se siente desgraciada. Toma el papel y lo lanza con rabia al interior de una de las bolsas de su compra. Sus ojos aguados no ven con claridad la carretera. Trata de serenarse. Las pulsaciones se manifiestan en su sien. Se siente destrozada. Arrepentida. Pero toma la decisión de ocultar lo que ha pasado. "Jamás dirá lo que ocurrió" piensa mientras sigue llorando. No romperá su matrimonio. Ella es feliz.
Cuando llega a su casa enseña las compras a su marido. De una bolsa cae un papel. Su marido cree que es un ticket y lo deja estar. Después lo recogerán. Mira complacido el cargamento de ropa que su querida mujer ha comprado. Van camino de cumplir su tercer aniversario de boda. Se reconforta pensando que Inés está feliz a su lado. " ¡Al carajo el dinero gastado!, ella lo merece todo", piensa mientras recoge el papel del suelo y contempla como su amor se aleja en dirección al baño.
Inés se va a la ducha. Su marido queda mirando el papel de la sauna y lee..." SAUNA FUEGO, RELAX, MASAJES, SAUNA ORIENTAL, BAÑO TURCO Y DUCHAS A PRESIÓN". Luego escrito a bolígrafo, Sauna núm. 7, sauna oriental, ésta. La desazón le invade y su corazón golpea frenéticamente en su pecho. Reconoce esa letra por haberla visto muchas veces en los informes de su oficina. El director de la empresa en la que trabaja va todos los viernes a esa sauna. Y hoy es viernes. Un nombre acude a su mente. Mario.
Coronelwinston
Quiero aprovechar desde aquí para desear a esta gran familia que compone la Web de Todorelatos.com, administradores, escritores, lectores y amigos, unas muy felices fiestas. Nos encontramos el próximo año. Ser felices. Un saludo.