Sara y la extraña familia. La llegada.

Sara es invitada por su tío a pasar el resto del verano en su finca junto a sus primos y demás familiares.

Sara y la extraña familia.

Capítulo 1.- La llegada.

Mi Tío Alberto me había invitado a pasar el verano con él y mis primos, en la finca que posee cerca de Cáceres en Extremadura. Yo soy Sara, tengo 29 años y vivo en San Martín de los Llanos, una ciudad al sur de Bogotá, a unos 60 kilómetros, de Villavicencio. El viaje había sido largo y cansino. Sudorosa y algo mareada aún, por el efecto del jet lag, me encontraba en el andén de la estación, esperando no sabía muy bien qué, ni a quién. Recogí el equipaje, dos maletas y un bolso de mano, como pude y me encaminé hacia la salida de la estación.

En dirección hacia mí se acercaba por el amplio vestíbulo de la estación, un chico de color de unos 35 años de edad, de complexión fuerte que, cuando llegó a mi altura me dijo.

  • ¿Es Vd. la señorita Sara Enríquez?
  • Sí, - le contesté.
  • Bienvenida a Cáceres. Me llamo Tomás Nbongo, soy el chófer de Don Alberto. He venido a recogerla y a trasladarla a casa de su tío. Permítame que le ayude con el equipaje.
  • Muchas gracias, muy amable.

El chico cogió el equipaje y lo colocó en el amplio maletero del todoterreno y Sara se acomodó en el asiento del copiloto.

  • ¿Necesita realizar alguna gestión antes de trasladarnos a la finca? – me preguntó amablemente.
  • No. – le respondí.
  • Pues en marcha, aún nos queda más de una hora de camino.

Por si no tenía bastante con los casi dos días de viaje desde mi querido San Martín de los Llanos, hasta Cáceres, de haber utilizado el autobús, el avión y el tren, para recorrer miles de kilómetros, ahora me tocaba "sufrir" mas de una hora de coche hasta llegar a la finca donde me esperaba mi tío.

Emprendimos el camino y rápidamente nos encontrábamos en carretera. El calor de julio pegaba de lo lindo. El coche, menos mal, tenía climatizador y eso hacía más liviano el viaje. Yo iba vestida muy de verano con una camiseta color malva de tirantes muy amplia, un pantalón tipo short vaquero y una sandalias muy veraniegas. Una gorra y unas grandes gafas de sol, completaban el conjunto. Cuando llevábamos recorridos unos 40 kilómetros, el coche deja la carretera en un desvío y enfila un camino angosto y pedregoso.

  • ¿No me digas que es por aquí?
  • Sí. Por aquí es mas corto. Además no podemos seguir por la carretera, debido a las obras de desdoble de la carretera. Llevan varios meses trabajando en este tramo. Lo siento.
  • Bueno, no te preocupes, esperemos que no haya muchos baches.

Resignándome a mi suerte, pensé que todo merecía la pena. Su tío posee una enorme finca, con caballerizas, piscina, solárium, varios jardines y aunque está alejado de cualquier núcleo urbano, ésta tiene todas las comodidades propias de los tiempos que corren, incluso hasta un pequeño helipuerto. En ella pasaría, si no ocurría nada raro, todo lo que quedaba de verano hasta finales de septiembre, concretamente hasta el día de mi cumpleaños el día 29. La finca no tan grande como es ahora, fue una herencia de mis abuelos maternos a sus tres hijos: mi madre, Andrés, otro tío mío que vive en Los Ángeles y del que la familia hace tiempo que no sabe nada, y tío Alberto. Éste llegó a un acuerdo con sus hermanos y previo pago a ambos de lo estipulado, se quedó con ella, la cual fue ampliando hasta convertirla en una de las mayores de Extremadura.

  • Perdona, Tomás – le dije al chófer.
  • Por favor señorita, llámeme Nbongo, todo el mundo me conoce y me llama Nbongo.
  • Pues entonces trátame de tú.
  • No se si debo… --
  • ¿Podrías parar allí, junto a aquellos árboles, por favor? Tengo necesidad urgente de orinar.
  • Claro señorita.

Nbongo paró el vehículo. Bajé del coche y me alejé de él perdiéndome entre los árboles, para ocultarme un poco de la vista del chófer y poder orinar con tranquilidad. Elegí el sitio, me baje el short y el tanga y cuando me disponía a miccionar, oí un ruido como de algo que se movía entre las ramas más bajas de uno de los árboles, miré hacia arriba y algo me cayó encima golpeándome en la cabeza y el hombro. Asustada, grité de inmediato y rápidamente acudió Nbongo, que sólo pudo ver al igual que yo, como algo que me pareció ser una rata de campo, huía aún más asustada yo.

Con el incidente se me olvidó por completo que estaba con la camiseta levantada, y el short y el tanga a la altura de los tobillos. Nbongo no paraba de mirarme y eso me inquietaba y me excitaba a la vez. Se acercó a mí y pude observar un brillo en los ojos y una franca sonrisa que resaltaba los blancos dientes de su tez marrón. Me di la vuelta no sé porqué, casi por instinto, para taparme de la mirada del hombre, en el fondo no quería. Él se acercó aún mas y asiéndome por las caderas me atrajo hacia él y pude notar su miembro, como se estrujaba en mi trasero. Sin decir nada me volví y simplemente con mirarnos, ya sabíamos lo que queríamos. Nbongo me besó en la boca. Fue un beso largo y sensual. Me recorrió con su lengua el interior de mi boca, que me excitó como nunca. Con un –ahora vuelvo—Nbongo se acercó al coche y sacó del maletero una manta que extendió en el suelo, bajo los árboles.

Yo estaba excitadísima. Le desabroché la correa del pantalón y se lo baje junto con los slips. Ante mí salió un enorme falo que en reposo, podía medir unos 20 centímetros de largo y unos 4 de diámetro. Me relamí y empecé a ensalivarlo desde la punta hasta los huevos. No me lo podía meter entero en la boca. Lo lamía una y otra vez. Yo estaba de rodillas ante él. Él de pié y con la cabeza hacia atrás, no paraba de resoplar. Nunca había estado con un chico de color y ahora estaba comprobando que era cierto lo del tamaño del miembro de los negros. Era colosal y todavía no estaba en su máximo apogeo. Se agachó y tumbándome bocarriba sobre la manta, me abrió las piernas de tal manera que mi coño quedó a merced de su boca y de sus dedos. Su magistral lengua, fue recorriendo con curiosidad los pliegues de mi coño, como nunca antes me lo habían hecho. Unas veces con sus dedos y otras con su lengua, iba trabajando la zona que une mi coño con el ano introduciendo lenta y rítmicamente dos dedos en mi agujero trasero. Era maravilloso.

De repente se giró, dejando su herramienta a la altura de mi boca. Colocándonos en la posición del 69. Ante tal invitación probé a tragármelo entero. Ahora era más grande que al principio, por lo que sólo pude tragar la mitad. Su glande golpeaba en mi garganta, hasta el punto casi de asfixiarme. A estas alturas yo ya me había corrido dos veces. Nbongo era un experto. Sabía que su polla era poderosa y sabía como usarla. Se dio de nuevo la vuelta y encarándola a la entrada de mi coño, introdujo con suavidad buena parte de su miembro. Empezó un vaivén lento al principio. La sacaba entera y la volvía a meter lentamente. Ya no había marcha atrás. Su glande llegaba a lo infinito, a sitios de mi vagina que nunca antes habían recibido intruso alguno. Era maravilloso sentirla dentro, llenando todos y cada uno de los rincones de mi sexo. Perdí la cuenta de los orgasmos que tuve, pero el seguía ensartándome con su caliente polla, una y otra vez. Yo arqueaba mi cuerpo queriéndola sentir aún más adentro. Nbongo la sacó y llevándola hasta mi cara se corrió de una forma extraordinaria, llegando restos de semen a mi camiseta, mi pelo, y a mis labios.

Estuvimos un rato acostados, recuperándonos de la tremenda sesión de sexo que habíamos tenido. Yo estaba abrazada a él, como una hembra sabedora de que ese macho le pertenecía.

Minutos después recogimos la manta, nos arreglamos las ropas y me aseé un poco con agua que llevaba en el coche y emprendimos la marcha hacia la finca. Durante el trayecto estuvimos conversando de su vida, de su trabajo en la finca, de mi tío, de todo en general. La experiencia vivida con Nbongo, nos había unido como buenos amigos y prometía un buen verano en aquellos parajes extremeños, pero eso será ya otra historia.