Sara y la extraña familia 2
El reencuentro con mi prima Teresa.
Sara y la extraña familia.
Capítulo 2.- El Reencuentro.
Tras casi dos horas de viaje, llegué a la entrada de la finca de mi tío. "Bienvenido a La Mansión", rezaba un cartel sobre uno de las dos mochetas que delimitaban la entrada a la hacienda. Era el lema que presidía la entrada a la finca, a modo de bienvenida. "Le ha cambiado el nombre", pensé. Desde la entrada hasta la casa, aún quedaban unos diez minutos. El camino estaba jalonado por encinas, chaparros y alguna higuera. Estaba atardeciendo y el sol empezaba a buscar el horizonte. A lo lejos se veía la casa majestuosa. La finca era grandísima, y la casa no le iba a la zaga.
Mi tío vivía allí todo el año junto a sus hijos y el personal de servicio aunque éstos tenían su alojamiento en un edificio aparte. El servicio lo componían: Laura, la sirvienta, una chica rubia de unos 25 años. Salud, la cocinera, una mujer de pelo moreno, racial, de unos cuarenta y pocos años. Emilio, el jardinero un joven de apenas 30 años y Nbongo, el chófer, un guineano de unos 35 años.
El camino y los arcenes se veían cuidados, por lo que deduje que ya estábamos cerca de la casa. Cuando llegamos, me quedé alucinada. No la recordaba así. Mi tío no solo le había cambiado el nombre a la finca, también la había rediseñado al menos en su aspecto exterior y en sus jardines. Sin duda le iban bien las cosas. Los negocios de exportación iban viento en popa. Delante de ella, había una fuente grande, redonda, rodeada de setos y parterres, que tenían que bordear los vehículos que llegaban hasta ella. Rodeando la casa, había unos jardines de flores preciosas, que le daban un ligero aspecto a un cottage inglés.
Nbongo paró el vehículo delante justo de la escalinata que conducía a la puerta de entrada. El chófer bajó pero yo, sin esperar que me abriese la puerta del auto, me bajé. En ese instante se abrió la puerta de la casa y apareció mi tío con un atuendo deportivo. Mi tío estaba muy bien conservado para la edad que tenía. Aparentaba unos 45 años, pero en realidad tenía mas de cincuenta, el pelo algo canoso, 1,76 de estatura y no muy grueso. Hacía algunos años que enviudó de su primera mujer, la cual le había dado dos hijos, Daniel de 31 años y Teresa de 26.
- ¡Querida Sara, que alegría de verte!. Te recordaba todavía con coletas y calcetines, pero veo que te has convertido ya en toda una mujer. dijo mi tío con gestos de alegría.
- ¡Hola tío!. Hacía tiempo que tenía ganas de verte. le contesté yo, acercándome a él y dándole dos besos.
- Deja ahí el equipaje. El servicio te lo llevará hasta tu habitación. Antes te enseñaré todo esto.
En ese momento salió de la casa mi prima Teresa, acompañada de Gisella, la nueva novia de mi tío Alberto. Mi prima presentaba una figura envidiable. Contaba como ya dije con 26 años, morena, ojos azules con unas piernas largas, unos pechos ni muy grandes, ni muy pequeños y un culazo de categoría. Gisella era una mujer que aún se conservaba joven, a pesar de los 38 años de edad que tenía. Su figura, era excepcional. Su piel morena, su melena castaña, con unas tetas bien proporcionadas, un culo respingón y una cara preciosa. Mi tío había sabido elegir a la sustituta de su difunta esposa.
- ¡Prima Sara!. me dijo Teresa, emocionada de verme.
- ¡Mi prima preferida!. le contesté.
- Estaba deseando que llegaras. Lo pasaremos muy bien juntas y te contaré los últimos chismes de la familia. Mira te voy a presentar a Gisella, es la novia de mi padre. concluyó mi prima.
- Encantada. dijo Gisella, dándome dos besos.
- Igualmente. Me alegro de conocerte. le contesté.
- Papá, no te preocupes, Gisella y yo le enseñaremos la casa. Vete tranquilo a tu clase de pádel. Te estarán esperando. le dijo Teresa a su padre.
Mientras hablábamos las tres como si fuésemos viejas amigas, nos dirigímos hacia el interior de la casa. La casa era sencillamente impresionante. Si el exterior me había sorprendido gratamente, el interior era de película. Tras subir unos ocho escalones, te recibía un hall perfectamente decorado, con dos puerta una a cada lado y al frente un arco de medio punto por el que se accedía al salón. La puerta de la derecha daba a una sala dedicada a juegos, presidida por una mesa de billar americano y otras dos cuadradas con un impecable tapete verde y diseñadas para juegos de carta, dominó, etc. y otra a la izquierda, por la que se accedía a una especie de pequeña biblioteca, con un amplio sofá, que cubría todo el testero y dos mesas de estilo isabelino, con cómodas sillas para practicar la lectura y para que las visitas que recibía mi tío debido principalmente a su trabajo, pudiesen esperar allí cómodamente antes de ser atendidas por él.
El salón era enorme, con varios sofás separando los distintos ambientes del salón, un par de mesas grandes, de cristal, con unas sillas de diseño. De las paredes colgaban varios cuadros. Mi ignorancia pictórica es grande, a pesar de ello logré descifrar varios pintores consagrados. Dos cuadros eran, seguro, de Kandinsky y uno de Monet, así como varias esculturas de corte vanguardista. La planta baja de la casa, la completaban la cocina, un par de aseos, una terraza trasera desde la que se divisaba la imponente piscina de verano, una piscina de invierno climatizada y un porche acristalado.
Arriba se encontraban los dormitorios, seis en total, más dos cuartos de baño. Junto a la casa también se encontraba un edificio que como he dicho antes, albergaba las habitaciones del servicio y más alejado hacia el camino que conducía al río, las caballerizas.
Gisella se había marchado a buscar a mi tío a la pista de tenis y mi prima y yo nos quedamos en el salón hablando de nuestras cosas.
- Sara, te mostraré tu habitación. Nbongo y Laura ya han subido tu equipaje. Sin duda te querrás duchar antes de cenar, ¿No?.
- Lo estoy deseando. Llevo dos días viajando y la verdad, el desodorante ya no me hace efecto.
Cuando llegamos a la habitación de los invitados que me habían asignado, me pareció increíble. Estaba cansada. Me senté en la cama y me recosté hacia atrás. Mi prima cerró la puerta y se sentó a mi lado. Se quedó quieta por un momento, observándome. Acercó su mano hacia mi brazo y acariciándolo con los dedos, noté un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. La otra mano la posó sobre uno de mis senos. Me dejaba hacer. Yo no era lesbiana, pero con mi prima Teresa, me sentía distinta. Me hacía llegar a un estado de tranquilidad, no conocido junto a ningún hombre. Sus manos, cada una en uno de mis pechos, jugaban con mis pezones por encima de la blusa. Acercó su cara a la mía y me besó durante varios minutos, de una forma apasionada.
- Te quería dar una bienvenida especial, querida prima.
- Yo también he deseado este momento, desde hace mucho tiempo.
- Tenemos tiempo durante este verano, de recordar aquellas tardes a la orilla del río, dando rienda suelta a nuestra pasión.dijo Teresa, mientras acercaba de nuevo su boca a la mía para sellar aquellas palabras, pronunciadas desde el corazón.
- Pero ahora te quiero ofrecer un anticipo de lo que te espera en estas vacaciones. Concluyó Teresa.
Me subió la blusa y observó mis aureolas rematadas por unos pezones oscuros, suculentos, frescos los succionó uno a uno, con parsimonia, con glotonería. Sin dejar de chupar fue bajando hasta el ombligo. Arqueé el cuerpo para facilitar la maniobra de despojarme del short y empezó a comerme el coño de una forma magistral. Me separó los labios de mi sexo e introdujo su lengua hasta lo más profundo de mi vagina. Con su dedo índice me acariciaba el clítoris, dibujándome pequeños círculos en la entrada de mi coño. Los dedos de la otra mano hurgaban en mi ano, como si pugnaran por penetrarme. No tardó en aparecer el orgasmo, que no fue sino el primero de una serie de ellos, que me dejaron desmadejada y sin fuerzas. En ese momento mi prima se dio la vuelta y colocó su sexo justo enfrente de mi boca. La invitación era clara. Me acerqué hasta tocar sus labios vaginales con la punta de mi lengua y noté como se estremecía y hacía más intensas sus caricias. La bienvenida que mi prima me estaba dando, era formidable. Si bien yo no era lesbiana, siempre había sentido un cosquilleo nervioso cuando mi prima se acercaba y me rozaba, involuntariamente las tetas con sus manos, o cuando me abrazaba, apretando sus pechos contra los míos.
Sin duda el tiempo que hacía que no nos veíamos, contribuyó a que el sesenta y nueve que estábamos haciendo fuese maravilloso y perfecto. Su lengua me hacía vivir sensaciones olvidadas y me transportaba a un mundo olvidado por mí, vividos hace ya algunos años junto a mi prima. Mis caricias se intensificaron cuando empecé a notar la llegada inminente de otro orgasmo. Esto hizo que Teresa arqueara su cuerpo, signo evidente que también estaba sintiendo la llegada del clímax. Sin despegar ninguna de las dos la boca del coño de la otra, nos corrimos de una forma salvaje y bestial, quedándonos exhaustas y sin fuerza, rendidas encima de la cama.
Tras unos segundos dije - ¡Ha sido genial! entre jadeos y con la respiración acelerada.
- Pues, como te comenté, esto solo ha sido el principio. Sara, estas vacaciones no las olvidarás nunca. Afirmó mi prima con una amplia sonrisa y dándome un beso en el pezón.
Me quedé pensativa. Intrigada. Nerviosa. Un poco parada. Aunque yo no era ninguna mojigata, este recibimiento había sido de lo más inesperado y excitante a la vez. Debía prepararme para lo que me estaba ofreciendo mi prima. Unas vacaciones para no olvidar en toda mi vida. No se que me tendrá preparado mi prima, pero estoy segura de dos cosas: que no será nada malo y que sea lo que sea, os lo seguiré contando.