Sara y Adri (3)

Continuación. En donde Adri rememora sus tardes picantes con su ex novia y Sara sale de cacería por la noche.

CAPÍTULO III

El balón polvoriento rodó por el suelo y se detuvo junto a una de las dos mochilas que improvisaban una portería imaginaria en la arena. Un grupo de niños de unos diez años jugaba al fútbol bajo el Sol. Probablemente eran los hijos de algunas de las pocas familias madrugadoras que habían acudido esa mañana a la playa.

La temperatura era agradable. Aún no pasaban de las diez y el Sol de Mayo no calentaba demasiado. Había diseminados aquí y allí varios grupitos de personas. Un matrimonio con sus hijos pequeños, un par de veinteañeros que dormían reponiéndose de la noche en algún bar musical de la zona, una pareja de ancianitos bajo una vetusta sombrilla de colores... En la orilla del mar tres niños pequeños jugaban chapoteando. El agua aún estaba fría para bañarse.

En poco menos de una hora comenzaría a llegar el grueso de la gente que tomaría el Sol allí ese Sábado. Para entonces los que ahora estaban empezarían a recoger e irse en una espontánea transición. La playa quedaría llena sin apenas espacios donde sentarse. Eso coincidiría más o menos con el momento en el que el Sol comenzase a ser más abrasador. Curiosa paradoja. Ésa es la manera en la que nos gusta ir a la playa a la mayoría de los españoles: apretados y cuando el Sol más nocivo para la piel hace su aparición.

Adri miró a Sara, que yacía boca abajo a su lado sobre la toalla. Habían llegado hacía casi dos horas. Se habían dado un chapuzón y ahora tomaban el Sol. Sus ojos pasearon por la bien formada espalda de ella, recta y ya bronceada por naturaleza. Era mucho más morena que él. No es que fuese pálido, pero a diferencia de Sara, para coger algo de color tenía que tomar el Sol como mínimo durante un mes.

Ella se dio la vuelta. Llevaba un bikini de color negro, de esos con copas triangulares que se atan a la espalda y al cuello con cordeles del mismo color. Lo cierto es que le sentaba muy bien. Puede que el publicista al que se le ocurrió que los anuncios de cereales integrales debían mostrar una chica probándose un bikini tuviese su idea tras ver la silueta de Sara. Se dio la vuelta y se incorporó sobre los codos.

  • Vaya, si no hubiera tanta gente -miraba a su alrededor- haría un rato de top-less. ¡Que no quiero que me quede la marca del bikini!

  • Por mí no te cortes, ya sabes -Adri levantó las manos despreocupado.

  • Qué va, paso. Hay mucha gente. Sobre todo por esos críos de ahí atrás. Paso de que se pongan a molestarme -resopló.

Su pelo ondeaba hacia atrás empujado por una ligera brisa. Adri se la quedó mirando. Su perfil se recortaba contra el cielo azul. La mirada de ella, soñadora, perdida en el infinito. Su pelo castaño, despejado de la cara, casi dorado por el Sol. Sus labios rellenos se juntaban, dejando un pequeño claro por el que apenas pasaría un chorro de agua. Se sentó cruzando las piernas una sobre otra y se giró hacia su amigo.

  • Oye, Adri -éste despertó de su ensimismamiento- ¿me das crema en la espalda? No quiero quemarme el primer día.

  • Vale. Pero luego me das tú -Adri se acercó a ella con el bote de leche solar-. Recójase el pelo, por favor, Lady Sara -se rieron.

Adri le comenzó a extender un charquito de crema blanca por los hombros y el cuello. Tenía la piel lisa y suave. A medida que las manos de él la recorrían iba quedando cubierta de blanco luminoso. Sus manos viajaron desde su nuca hasta sus hombros, los rodearon y allí cambiaron de destino para terminar recorriendo su esbelto cuello. Tuvo que repetir el masaje varias veces hasta que la piel absorbió bien la crema.

  • Mira. Un juego. A ver si sabes qué escribo.

Sara asintió. Con un poco de crema en la palma de su mano, Adri usó su dedo índice de pincel y empezó a dibujarle letras mayúsculas en la espalda.

  • Ah. Me hace cosquillas -Sara tenía los ojos bien abiertos e intentaba captar todos los movimientos que notaba en su espalda.

  • ¿Qué he puesto?

  • Mmm... -Sara dudaba pensativa. Una sonrisa iluminó de repente su cara-. Has escrito mi nombre, ¡qué original! -inclinó la cabeza a un lado, en un gesto pretendidamente infantil.

  • Premio. ¿Me pones tú a mí? -Sara se arrodilló tras la espalda de Adri y se dispuso a untarle.

  • ¿Quieres que te dibuje un Sol como el del anuncio? -se rió.

  • Mira qué graciosa -se giró Adri frunciendo el ceño.

El año anterior, un día que Adri se quedó dormido en la arena Sara le había dibujado en el vientre el Sol del anuncio de leche protectora que repetían a todas horas por televisión. Se lo dibujó y no extendió la crema. De manera que la mitad de ese verano Adri tuvo tatuado un Sol sonriente en su abdomen con su propio bronceado.

  • No te enfades. Si fue muy divertido -le arrulló con la boca junto a su oído. Le rodeó con el brazo por la cintura y acarició con la mano su abdomen, justo donde el verano anterior había llevado él su dibujo. Adri no pudo fingir más tiempo su enfado y acabó riéndose.

» ¿Cómo te fue ayer a ti la noche? -cambió Sara de tema.

  • Bien. Muy tranquilo. Ya te conté un poco por teléfono. Mis padres se han apuntado a clases de baile de salón los Viernes por la noche. Yo no tenía ganas de salir y me quedé viendo una peli del videoclub. ¿Y tú que hiciste? ¿Saliste con Carlos?

  • Al final no salimos -hizo una pausa y miró con picardía a Adri.

  • ¿Visteis algo? -Adri giró la cara hacia atrás extrañado y captó su mirada entonces-. Ah. Vale.

  • Qué va. Llegó y, bueno, nos enrollamos.

  • O sea que en cierto modo todo fue bien -dijo él, alegre.

  • Muy bien -corroboró Sara casi orgullosa. Ambos rieron. Podían hablar de lo que les apeteciese sin reservas. Se sentían comprendidos el uno por el otro.

Cuando toda la crema estuvo bien distribuida, se sentaron el uno junto al otro, cada uno en su toalla, mirando al mar.

  • Y tú ¿cómo estás de lo de Rosa? Cuéntame -ella puso su mano izquierda en el hombro derecho de él.

Adri vio como una niña pequeña lloraba en la orilla porque su hermano le había tirado arena a la cara. Su madre los regañaba.

  • Con Rosa, bien. Ahora, me refiero. Hemos quedado como colegas. Es buena tía.

  • Eso es lo mejor -se apresuró a decir Sara. Sintió una envidia sana. A ella le resultaba casi imposible romper de manera amistosa con los chicos con los que salía. Y eso que se esforzaba-. Ojalá yo pudiera decir lo mismo de la mayoría de mis ex -esta vez fue el hombro de ella el que fue arropado por la mano amistosa de Adri.

Quedaron un rato en silencio, con la vista en el mar.

  • Voy a darme un baño. Ahora vengo. Luego nos vamos, ¿vale? -Sara se levantó y corrió hacia la orilla.

La vio llegar al trote hasta donde rompían unas tranquilas olas y saltar sin pensárselo dos veces estirando brazos y piernas. Su cuerpo surcó el aire describiendo una grácil parábola y se sumergió en el agua fría. A los pocos segundos, su cabeza emergió unos metros más allá del círculo de espuma dibujado donde había penetrado. Tenía el ceño fruncido y miraba en su dirección. Cuando lo divisó sonrío y saludó estirando la mano y agitándola. Desde la distancia Adri podía distinguir el blanco de su jovial sonrisa. Cogió aire y volvió a desaparecer en el azul marino que la envolvía.

En la mente de Adri volvió a aparecer Rosa. Habían ido juntos a clase desde que eran pequeños y jamás habían tenido relación alguna. Hasta este año. De vuelta a clase tras las vacaciones de verano, durante el reencuentro con los compañeros, se cruzaron y les pasó algo que no esperaban. Quizá se vieron con distintos ojos: relajados, más morenitos y sonrientes, más crecidos también... Esas cosas pasan. No lo esperaban pero tampoco lo rehuyeron, ni tenían por qué. Esos primeros días de clase, algo más ociosos que el resto del curso, aprovecharon para coincidir a menudo. Solían conversar. Se conocieron algo mejor. Y empezaron a salir.

En muy poco tiempo se dieron cuenta de que encajaban en ciertas cosas. Y desde el principio entendieron lo que les decían los ojos del otro cuando conectaban con los suyos. La pasión los había inundado a la vez y en cuestión de días compartían sus camas y sus cuerpos además de su tiempo libre. Adri resultó ser un amante atento y tierno a la par que apasionado y hábil. Rosa le demostró ser una chica agradable, muchísimo más fogosa de lo que su carácter tímido podría hacer suponer, lo cual ya suele suceder.

Y su historia amorosa vivió con buena salud desde Septiembre hasta el invierno. Pero pasadas las fiestas navideñas algo había cambiado. La pasión comenzó a agotarse. Ellos empezaron a mostrarse más distraídos y hacia Febrero, donde antes habían ardido llamas ahora sólo quedaba aprecio y compañerismo. Su fuego se había extinguido. Decidieron de mutuo acuerdo romper y ser simplemente amigos. Ahora se llevaban bien y aunque no pensaban revivir ese capítulo íntimo, de él les había quedado un afecto permanente. Adri lo rememoraba así al menos, no tenía una sensación de pérdida.

Debido a la poca publicidad que hicieron de este asunto muy pocos se enteraron de que estuvieron juntos. Rosa congeniaba con poca gente en clase. Y Adri era extremadamente reservado en estos temas. Se lo contó a Sara, por supuesto. Y los chicos de su grupo acabaron sabiéndolo. Aunque como él no le dio más importancia ni hizo los alardes habituales en muchos, pocos se imaginaron hasta dónde llegaba lo ardiente de su tiempo en común. Ya se sabe, "perro ladrador"... y al revés. Por el contrario, en algunos círculos femeninos sí cazaron la historia al vuelo. Y si Adri ya estaba bien visto, por cómo se trataban él y Rosa, algunas pasaron a suspirar secretamente por él.

Su cabeza voló hasta una de las muchas tardes que pasaron juntos. La cabellera rizada y pelirroja de Rosa se extendía sobre el pecho desnudo de Adri. Ambos se recuperaban del esfuerzo de hacía apenas media hora y en sus mentes aún se oía la voz del deseo.

Estaban en casa de ella. Sus padres estaban cambiando los muebles del comedor y habían ido a los grandes almacenes para escoger los nuevos. Así que estarían fuera hasta la hora de cenar. Y ellos dos habían planeado aprovechar eso para pasar toda la tarde en cama. Ya tendrían más tardes para salir. Ésta, con toda la casa para ellos solos, había que aprovecharla. Pensaban darse un buen atracón de mimos y placeres.

Merendaron en la cama y se tomaron unos minutos para recobrar fuerzas.

Rosa se apoyó sobre el colchón sobre sus manos y sus rodillas, de frente a Adri. Él miraba hacia el techo tumbado hacia arriba. Cuando captó el brillo de deseo en sus ojos tomó aire y se rió. Se incorporó sobre sus codos y se recostó en el respaldo de la cama, preparándose para pasar de nuevo a la acción.

Ella se acercó gateando por el centro del colchón, mirándolo con intención. Se besaron en los labios despacio, saboreando al otro, paladeando la dulzura juvenil que les era ofrecida. A Adri los rizos de ella le hacían unas agradables cosquillas en el cuello. Cogió un mechón y lo sostuvo ante sus ojos. Era de un color rojo oscuro, reluciente, como una apetecible mezcla de frambuesa y chocolate.

Mientras se besaban él notaba los pechos de ella acariciar su torso, rosados, suaves. Sólo el primer beso y su contacto ya le habían devuelto parte de sus fuerzas a su miembro, que comenzaba a alzarse airado más abajo. Cuando en su ascenso tocó el vientre de Rosa, dejando su marca brillante en él, ella decidió ayudarlo a levantarse del todo. Se despidió de Adri con un último beso, sujetando el labio superior de él entre los suyos y acariciándolo con su lengua mientras lo succionaba con suavidad.

Sus bucles bajaron por su pecho rozándole con un cosquilleo juguetón hasta que estuvo frente a la codiciada herramienta. Apoyó las palmas de sus manos en los muslos separados del chico, acariciándolos de vez en cuando con las yemas de los dedos, y le plantó un suave besito en la base del mástil. Éste dio un saltito involuntario al notarlo. Rosa miró a Adri divertida y ambos se rieron. Volvió a acercar su cara lentamente al falo y volvió a tocarlo con sus labios juntos, esta vez en la mitad de su longitud. De nuevo aquél tuvo un espasmo de emoción, de ansiedad creciente y desde el capullo bajó una gotita transparente. Rosa la recogió con el dedo y se la llevó a la boca. Era salada. Le recordó a una lágrima. Lágrimas de placer.

El juego llegaba a su parte emocionante. Adri veía su paciencia ante las lentas atenciones de su amante recompensada por un placer acentuado cada vez que ella lo tocaba, o mejor dicho, lo rozaba. Se sentía parecido a cuando de pequeño cerraba los ojos para notar como su oído se tornaba más agudo. Los labios de la chica emprendieron su camino para volver a besar casi de pasada el pene de su amigo, esta vez sólo unos milímetros por debajo del tirante frenillo. A estas alturas aquello ya había recobrado con creces su dureza inicial, la que ella esperaba, la que necesitaba. Y palpitaba de vez en cuando, ya incluso sin necesidad de que lo tocara. Los dedos de la joven acariciaban deliciosamente la cara interna de sus muslos. Rozaron disimuladamente la base de los testículos y oyó un gemido suspirado. El vello castaño que los recubría se erizó. La respiración de Adri era pesada. Su pecho comenzaba a alzarse arriba y abajo. A ella le encantaba premiar su autocontrol. Acarició otra vez su escroto con los dedos. Desde el otro extremo de la cama volvieron a suspirar.

Entretenerse tanto en él, darle tanto placer, ya tenía a Rosa bastante agitada. Tanto por la hipnótica visión de ver como el otro responde a los cuidados que tú le haces, de saber que está así por ti, como porque sabía que Adri le correspondería a ella con tanta dedicación o más. Sentía una humedad creciente en su entrepierna.

Se quedó en silencio mirándolo, esperando que él abriese los ojos, que tenía apretados por las ardientes sensaciones.

  • ¿Quieres que me la meta en la boca ya? -preguntó dulce cuando él lo hizo.

Adri resopló. A esas alturas le costaba mucho elegir entre alargar el placer de aquella minuciosa tortura o culminar el ansia que inundaba su pecho. Para ayudarlo a decidir estiró el brazo y le pellizcó un pezón. Adri sintió un placentero calambre y gimió. Acarició con su mano izquierda un pecho de Rosa, sujetó su rosada punta y la apretó levemente. El placer que notó le hizo darse cuenta de lo cachonda que estaba ya y determinó ella misma la respuesta a su provocativa pregunta.

Sujetó el pene suavemente por las pelotas, abrió su boca y lo hizo pasar hasta que no le cupo más. Sacaba un poquito y lo volvía a tragar, haciendo rebotar su cabeza hacia abajo. Adri cogió todo el aire que le cabía en los pulmones. La sensación de estar en la boca caliente de ella le nubló la vista. Tenía tantas ganas...

Tras tres o cuatro repeticiones se la sacó y la sujetó fuerte por el tronco. Era el momento de acariciarle el glande con la punta de la lengua. Moviéndola como una serpiente sobre el capullo, dándole de vez en cuando una pequeña estocada en su abertura, le iba sacando brillo con deleite. Adri notaba como bajo su piel, donde ella tocaba, la adrenalina circulaba con exceso de velocidad. El corazón le iba a cien.

Metió el capullo entre sus labios y lo envolvió con su lengua. La retorcía en torno a él, le acariciaba la punta, le hacía lo mismo que le gustaba hacerle a la lengua de Adri cuando se besaban. Comenzó a mover arriba y abajo la mano que le sujetaba el tronco mientras hacía eso. Lo pajeaba lentamente mientras su lengua le frotaba y acariciaba el glande dentro de su boca. Si no fuese la segunda vez que hacían el amor esa tarde y ella hubiese querido acelerar lo que hacía con su mano y su lengua, probablemente él se habría corrido en su boca en ese instante. Rosa lo intuyó por cómo jadeaba y aflojó el ritmo. Le besó con delicadeza las pelotas y lo ayudó a incorporarse.

Adri se le acercó. La estrechó entre sus brazos y le dio un beso tan agradecido como apasionado mientras le acariciaba la espalda. Los dos de rodillas sobre la cama, abrazados, bien parecerían dos hermanos pequeños que acaban de despertarse si no fuese por su evidente desnudez y porque él le besaba los pechos a Rosa con fruición. Ante tanto esmero y ardor colmando de atenciones sus bonitas tetas, la chica sólo podía inclinar la cabeza, ronronear y deshacerse de placer halagada. Después de largos minutos recibiendo entregada la cuidadosa lengua del muchacho, ambos ya deseaban copular.

Rosa estaba realmente mojada desde hacía mucho rato. Adri tenía el miembro duro y alzado como una lanza de combate. Ella le dio la espalda y, a cuatro patas sobre el colchón, le ofreció coqueta su amorosa entrada lista para recibirlo. Lo miró de reojo por encima de su espalda en un gesto muy incitante. Al verla así, agazapada como una gacela que desea ser apresada, Adri no se contuvo de asirse a sus bien formadas nalgas y besar su vulva y su ano. En la vorágine del deseo anhelaba fundirse y untarse con cada milímetro de su piel. Cuando volvió a erguir la cabeza en sus labios brillaba la sabrosa miel femenina.

El abdomen duro, tenso del chico entró en contacto con las posaderas de su amiga. La punta mojada de su rabo, cubierto ahora por un simpático condón rosa, le rozó el clítoris. Rosa emitió un gemido ahogado y dio un respingo. Adri le rodeó la cintura con el brazo y colocó su mano entre las piernas de ella. Mientras le estimulaba el clítoris con la punta de su miembro le acariciaba muy despacio sus labios mayores, mojados con sus propios flujos. La espalda de la chica tiritaba de placer. Después de frotarse de esta manera durante unos segundos, quiso vengarse un poco y provocar juguetón a su amante obnubilada por el placer.

  • ¿Quieres que te la meta ya o sigo acariciándote más, cariño? -le susurró. Rosa abrió los ojos, borracha de gusto y recordó por qué se lo decía.

  • Guarro -le contestó entre molesta y divertida. En el rostro de Adri se dibujó una risa satisfecha.

  • Te quiero -le dijo mientras hacía resbalar su pene hacia atrás, hacia su entrada, sobre los labios hinchados de Rosa, que temblaba por todas las sensaciones que sentía.

En cuanto llegó allí, casi sin pretenderlo le entró sin dificultad alguna. Ella estaba bien lubricada y dilatada debido a la excitación de los prolegómenos qua habían tenido. Notarse de nuevo, él acogido en su gruta caliente y mojada -mojadísima- y ella alojando a tan fornido huésped, fue como una liberación que los transportó a un estado mental primario. De repente, más que dos chicos de ciudad que estudiaban juntos, eran simplemente macho y hembra apareándose. No por su agresividad o rudeza, sino porque el lado instintivo de su cerebro había asumido el control de sus actos. El más mínimo gesto de la cara del otro era percibido: cómo se ensanchaban las fosas nasales, una mirada de gozo profundo... Los olores cobraban una nueva dimensión. La piel del otro, su aroma sexual, penetrante e hipnótico...

Cada vaivén, cada embestida les regalaba una corriente eléctrica que nacía en sus sexos y remolineaba por su cuerpo entero hasta perderse en su espalda. Se iban meneando a un ritmo moderado. Les estaba resultando muy gustoso. Una nube de gemidos envolvía la cama, flotaban a su alrededor, los respiraban. Estaban bien sincronizados. Empujaban con suavidad y se alejaban en un goloso ejercicio que los tenía embrujados. Sentían el cuello arder, las sienes les latían.

Unos minutos después, Adri sacó el pene de la vagina de la muchacha, que se sintió como si perdiera un amigo. Se giró buscando explicaciones para la tragedia y encontró la boca de su chico para consolarla. La empujó suavemente con las manos en los hombros indicándole que se tumbase sobre la cama. Sus piernas quedaron abiertas, a los lados de Adri, que se instaló en el centro y besó su vientre. Siguió un camino de dulces y mojados besos, construidos tanto con sus labios como con su lengua, que paseaba en torno al ombligo de Rosa, seguía por su monte, se desviaba hasta su ingle -con estudiado cuidado, pues sabía que ella tenía cosquillas- y proseguía por el muslo hasta llegar al tobillo. Rosa se relamía con los ojos cerrados apuntando al techo porque creía que sabía bien dónde acabaría el peregrinaje de su novio.

Cuando hubo regresado muslo arriba, la lengua de Adri se hospedó efectivamente en la posada que ella había predicho. El fresco de su saliva a lo largo de su pierna no hacía más que enardecerla. Los besos de él barnizaron y saborearon sus labios vaginales antes de ascender un poco más, como pretendían desde el primer momento. Le acarició el clítoris con la punta de su lengua durante unos segundos y, satisfecho cuando oyó que los gritos de Rosa subían más y más de volumen, lo sujetó entre sus dedos índice y corazón y lo sometió sin piedad a un experto ataque de su boca impúdica. Ante tal comida de coño, la joven estudiante vivió un orgasmo como un torrente: desbocado la recorrió de arriba a abajo y la dejó extasiada. Adri le dio dos o tres chupadas más y la abrazó mientras su espalda se contraía.

  • Éste ha sido corto. Aún lo tengo ahí -le suspiró exhausta en su oído-. Si me la metes puedo llegar otra vez. Pero muévete tú que yo estoy sin fuerzas -su voz sonaba moribunda.

Adri, motivado porque él aún no había llegado al orgasmo desde que reanudaron sus juegos, no se hizo esperar. La besó en la frente sudorosa y se preparó para continuar. Ella quedó acurrucada de lado, frente a él, con la cabeza apoyada a los pies de la cama. Él junto a la cadera de ella, asentado sobre sus rodillas. Si se hubiese trazado una línea uniendo el perfil del chico y la espalda de la chica tumbada se habría dibujado la letra "ele" mayúscula, "L".

Desde esa posición la penetración le resultó tremendamente exquisita. En sus acometidas su vientre chocaba contra la cadera de su novia. La presión que recibía en el abdomen al chocar le resultaba placentera sin saber por qué. Al tener ella las piernas encogidas, le llegaba muy al fondo. Podía verle la cara de gozo sabroso y pasivo. Y con la mano con la que no se equilibraba sobre la cama le masajeaba dulcemente las tetas.

Tras unos pocos minutos de estar follando así, Adri sintió como el goce hacía acto de presencia y se derramó dentro del colorido condón entre espasmos.

  • ¡No pares ahora! -le suplicó Rosa.

Él apretó los dientes y bombeó. Mientras aún la tenía dura, siguió empujando un poco más, ya vacío de fuerzas. Efectivamente, ella tenía razón y podía llegar otra vez al clímax. Porque llegó en pocos segundos. ¡Y cómo! Su segundo orgasmo -si contamos desde la merienda- ya no fue corto e intenso. Fue largo... y muy intenso. Sus aullidos debieron ser suficientes para que intentar mantener en secreto a sus padres que esa tarde había estado acompañada resultase inútil. Debieron de oírla en todo el bloque. Las contracciones que masajearon la polla de Adri fueron un gratificante premio a su último esfuerzo.

El joven se acercó a ella y la besó en un pecho, evitando ya esta vez el contacto con las zonas erógenas. Abrazados y desnudos, siguieron besándose en la boca con adicción, completamente agotados, acostados en la cama del revés, con los pies sobre la almohada y la cabeza en el otro extremo.

Estos gratos recuerdos tenían a Adri absorto hasta que Sara, que acababa de regresar de su baño en el mar, se lanzó sobre él y lo aplastó contra la toalla.

  • ¿Está fría? -gritaba divertida mientras forcejeaban-. ¡Estás atontado! Ni me has visto llegar.

Adri no sabía qué le había causado mayor impresión, si el inesperado y agresivo choque, el agua fría que resbalaba desde el cuerpo de ella empapándolo o el hecho de tener encima las torneadas formas de Sara mientras él pensaba en cuando se acostaba con Rosa. Cuando se recuperó del sobresalto inicial de repente se dio cuenta de que tenía que expulsarla de encima suyo inmediatamente. Mientras rememoraba sus tardes picantes con Rosa, en su bañador se había conformando una saludable erección. Y lo último que quería ahora era que Sara la notase y pensara que la había provocado ella.

Sara, por su parte, se defendía con todas sus fuerzas de los brazos de su amigo, que intentaban apartarla. Lo abrazó más aún, apretándose pecho contra pecho y frotándose para terminar de mojarlo.

  • Pero... ¡eres tonta! ¡Quieres quitarte de encima! -gritaba furioso. Sara ni podía responder de la risa que le entraba al notarlo tan enfadado.

En su brega, rodaron por la toalla y Adri consiguió sujetarla de los brazos y apartarla un poco, pero se le escapó dándose la vuelta y sentándose encima de él. Adri, visiblemente enfadado, la empujaba cómo podía rugiéndole que se estaba poniendo pesada.

  • Pero no te enfades tanto -decía entre risotadas, jadeante por el esfuerzo- ¡si sólo es agua!

Cuando terminaba de decir eso aprovechó que Adri aflojaba la presa para zafarse de sus brazos, recoger su melena encharcada y escurrirla como si fuese una toalla sobre el pecho de él. El chico se quedó sin aire de la gélida sensación. Aunque en realidad eso era lo que menos le preocupaba en ese momento. ¿Habría notado su erección? Era probable, porque había frotado con fuerza su cuerpo entero contra el suyo. La idea lo atormentaba. Sara le tendió la mano y, satisfecha, lo ayudó a incorporarse ahora que ya estaba bastante mojado. Si había notado algo no dijo nada.

Adri la miraba entre enojado y preocupado. El alborozo empezó a dejar un poso de culpabilidad en ella.

  • Oye... ¿no te habrás enfadado de verdad?

  • Voy a las duchas -respondió lacónico.

Sara lo siguió con la mirada mientras recogía. No entendía por qué se había enfadado. Otras veces se habían hecho bromas parecidas y siempre habían terminado riéndose. Lo que ella pretendía era armar algo de gresca y que fuese divertido. Miró a Adri, serio. El chorro de agua a presión le caía por la cara. Debía de estar fría porque tenía la piel de gallina. Su pelo castaño, que normalmente llevaba peinado con raya, se aplastaba bajo el líquido del surtidor. El agua resbalaba por su pecho, por su abdomen, hasta el bañador negro. Su cuerpo mediano aparecía en tensión por la temperatura.

Se le acercó con cierta angustia culpable. Pensaba disculparse. Lo quería demasiado para que una tontería así cobrase importancia. Parecía pensativo, más tranquilo, al salir de la ducha.

  • Yo también me voy a quitar la sal -le dijo cuando pasó por su lado-. Oye... -sus ojos se miraron- perdona por lo de antes. Sólo era una broma.

Parecía algo triste. Adri se dio cuenta de que, avergonzado porque ella pudiese pensar que lo había excitado, a lo mejor había sido brusco ante algo que normalmente les parecía divertido. A fin de cuentas, ellos dos se tenían mucha confianza. Y aunque él estaba pensando en Rosa, ¿iba a pensar algo malo Sara si creyese que su erección era por ella? Ella había sido la que se le había tirado encima. Además, debía estar muy acostumbrada a notar que excitaba a los chicos. Y seguro que si se hubiese percatado de algo se lo habría dicho. Empezó a repasar la escena mentalmente pero la expresión alicaída de ella le ahorraba el trabajo.

  • No te preocupes. Y, bueno, perdona tú también. Es que no me lo esperaba.

Ambos sintieron un alivio instantáneo. Sin mediar palabra se fundieron en un abrazo silencioso.

  • Tengo hambre. Vamos a comer algo- dijo Sara mientras se secaban.

Sentados a la sombra de la terraza de un bar de la playa, uno de los pocos sitios en los que se puede comer vestido sólo con bañador, el sonido del teléfono móvil de la chica interrumpió su animada conversación. Comían en el único local abierto de toda la playa. Sería muy distinto a partir de Junio, en plena temporada vacacional. Entonces lo difícil sería encontrar un local cerrado. Al ver de quién era el número Sara colgó.

  • Qué pesado. No quiero volver a hablar con ese tío.

  • ¿Es quién me pienso? ¿Aquel chico con el que te vi? -Sara asintió con la cabeza-. Pues me alegro. Ya sabes que me parecía un poco idiota.

Viniendo de él, Sara sabía que no había maldad en la frase. Es más, tenía bastante razón. Su amiguito, ahora vetado, resultó ser más rana que príncipe. Por otra parte, ella parecía tener esta suerte más a menudo de lo que le gustaría. Lo cierto es que conocía e intimaba con muchos chicos. Y la cantidad de ellos que valía la pena le parecía demasiado pequeña. A veces creía que tenía una maldición para atraer al tipo de hombre equivocado. A lo mejor era un precio por su belleza. ¿Belleza maldita? Le pareció demasiado melodramático.

Adri bromeaba con la situación. Sara lo escuchaba divertida con el tenedor colgando de la boca al revés.

  • ¡Eres terrible, Sara! Si fueses jefa, los despedías a todos.

  • Salvo a los que trabajan bien -replicó ella maliciosa-. Verás, ¿para qué quiero yo a alguien en mi vida que no me aporta nada?

Él se quedó valorando la idea.

  • A veces estoy con algún chico. Nos acostamos, ¿vale? Y al poco tiempo... No sé, se vuelve como indiferente. Egoísta incluso. ¿Qué pasa?, ¿lo anterior era un espejismo? -Adri asentía como si supiese de qué se quejaba-. Por eso si me gusta me acuesto y me lo paso bien con él. Pero si luego es rarito y no aporta nada a mi vida no va a formar parte de ella -se justificaba. A él podía hablarle con toda franqueza.

  • Sé de qué me hablas -contestó él con la mirada perdida.

  • Y cuando me aparto todavía alguno se ofende. A veces parece que crean que soy suya. Si no engaño a nadie. Siempre lo dejo todo muy claro al principio.

A Adri se le excitó el pensamiento crítico y quiso hacer un poco de abogado del diablo.

  • ¿Y eso no es utilizarlos, Sara? -ella quedó pensativa, seria por el desafío moral de la pregunta.

  • No -contestó tras evaluarlo-. Porque les doy lo mismo que me dan a mí -Adri le regaló una mirada de admiración-. Mira, tengo ganas de hacer cosas, planes. Y los que formáis parte de mi vida vais a estar ahí porque voy a poder contar con vosotros. No porque nos hayamos enrollado.

  • Me encanta que pienses así, Sara -la felicitó. A ella sí que le encantaba que él estuviese de acuerdo.

  • No sabes lo difícil que puede ser encontrar a un chico que piense como tú -le devolvió el cumplido.

Simulando un gesto solemne, alzaron sus vasos de cartón llenos de Coca-Cola burbujeante, brindaron y bebieron. El líquido fresco los confortó. Se sentían afortunados de entenderse mutuamente, alegres de poder confiarse ideas liberales, puede que hasta transgresoras.

Mientras Adri bebía de su refresco y Sara devoraba con hambre leonina lo que le quedaba de su hamburguesa americana la conversación viró por senderos mucho más banales. Los dos amigos charlaban y se reían con sus bromas sentados en la terraza. Los que les rodeaban se entregaban a actividades muy diversas. Unos comían, otros conversaban y algunos simplemente disfrutaban relajados de la música latina del local. Incluso un ligón, al menos así se consideraba él, intentaba camelarse a la joven camarera argentina del local. "Qué moscón" pensaba mientras le sonreía como buena comerciante; qué ganas tenía de cambiar de turno y librarse de él. Había pasado casi una hora y fuera la arena comenzaba a llenarse nutrida por una continua procesión de los playeros menos madrugadores.


La capital costera tenía ahora, donde en otros tiempos estuvo el puerto industrial, un centro comercial seguido de una hilera de locales musicales: discotecas, pubs, bares musicales... Si el primero abría a su público durante el día, los segundos atendían al suyo cuando caía la noche.

Los cuerpos se agitaban y contorsionaban, algunos con la maestría que sólo proviene de la religiosa práctica semanal, al ritmo que dictaba la ensordecedora música que atronaba en el local. Las columnas de potentes altavoces estaban sitiadas por doquier por una muchedumbre -bien perfumada y engominada, eso sí- que poco menos que se agolpaba en el repleto local. En ese original ecosistema, cotidiano en las noches urbanas, cada uno hacía lo suyo. Unos bailaban, aunque el espacio no sobrara. Otros bebían, pese a que el alcohol no fuese de calidad ni de buen precio. Unos pocos intentaban hablar, si bien era casi imposible por el ruido. Y también había algún canalla que aprovechaba su hora punta para hacer negocios, aun sabiéndose fuera de la ley.

En medio de la oscuridad reinante, surcada por rayos láser de colores y chispeada de luces parpadeantes al ritmo de la música, todos se miraban. No fijamente, eso podría entenderse como un desafío. Pero todos miraban quiénes había. Tanto los que bailaban, como los que bebían, los que ligaban y los que vendían. Nadie había ido allí para hacer en soledad lo que estaba haciendo. Y no pocas de esas miradas habían reparado en la muchachita de pelo largo que iba bailando de un lado para otro por el centro de la pista.

Tenía sólo diecisiete años y hacía por lo menos un par que era asidua al local la noche de los fines de semana. Un poco de maquillaje, su don de gentes con quiénes debía -y las políticas comerciales de estos locales- le servían como una llave maestra para sus propósitos. Allí podía encontrar en un mismo sitio sus dos grandes pasiones. Música y chicos guapos y prestos para la acción. Eso explicaba que acompañada de sus amigas o sola, como esa noche, fuese común verla danzando por allí. Su sensual y enérgico contoneo en el centro de la humeante pista atraía la atención de muchos ojos. A pesar de todo, esta noche no se le estaba dando del todo bien.

Se divertía bailando, pero aún no se había cobrado ninguna pieza de su instintiva cacería. Le habían entrado dos o tres chicos a lo largo de la noche y los había aguantado algunas canciones. Pero no le gustaban y había terminado por espantarlos con cualquier pretexto cuando habían empezado a tener las manos largas. La paciencia empezaba a flaquearle. No veía a ninguno que la atrajera y los que ella atraía no se atrevían a ir por ella. Las chicas guapas tienen una dificultad propia para ligar que a veces pasa inadvertida al resto de los mortales: a muchos hombres les asusta seducirlas. Por algún extraño motivo tienen la absurda creencia de que las mujeres hermosas son más inaccesibles o difíciles de conquistar. Eso a veces provoca que éstas acaben siendo seres solitarios. Ella lo sabía y ponía especial atención en sonreír a todos, en destacar abiertamente su naturalidad. E incluso le resultaba familiar ser ella quien diera los primeros pasos para allanar el camino. Pero la falta de acierto de esa noche empezaba a agobiarla.

Se marcó un plazo. Tres canciones más y si no encontraba a nadie con quien jugar, se iría a casa. No estaba dispuesta a hacer rebajas. Se sentía traviesa, pero no desesperada. A fin de cuentas, la noche anterior ya había tenido una buena batalla con un compañero de clase. Por los altavoces sonaron las inconfundibles primeras palabras de la conocida canción de Gloria Gaynor, "I will survive", tantas veces versionada. Esta vez por la Hermes House Band. La sala entera se emocionó. La buena música trasciende las épocas.

En medio del ambiente húmedo por los cuerpos en febril actividad, la joven distinguió a alguien que se le acercaba y comenzaba a bailar a su lado. Cuando lo vio sintió que su paciencia había tenido una recompensa. El chico tendría tres o cuatro años más que ella. Y a simple vista, debía de ser el más corpulento de todo el local. Si le hubiese dicho que trabajaba en la seguridad del negocio le habría creído. Ella se giró y empezaron a bailar juntos, de frente. La miraba fijamente, señal inequívoca de que había ido directamente hacia ella buscando probar suerte. Le dedicó una de sus sonrisas resplandecientes para hacerle saber que era bienvenido. Muy bienvenido... Le dio un repaso de arriba a abajo y lo que veía le gustaba: pelo muy corto cortado a máquina, camiseta sin mangas que dejaba ver un cuerpo musculoso, tatuaje en el brazo derecho, pantalones militares de camuflaje gris... Quizá estaba demasiado cachas para su gusto pero eso no era suficiente para rechazarlo.

  • ¿Cómo te llamas? -le gritó él para que lo oyese cuando terminó la canción.

  • Sara -le contestó.

Sonaron dos canciones más y los movimientos entre ellos comenzaron poco a poco a hacerse más acalorados. Bailaban más juntos, se iban rozando. A ella le gustó que él parecía entender el ritmo de la seducción. Cada cosa a su tiempo, no todo de golpe. Si cuando acabase la canción confirmaba su impresión, pensaba premiarlo en lo que a la vez sería un premio para ella misma. Ella se le insinuaba y él le exponía su cuerpo de guerrero. Sara se relamió.

» Todo eso para mí sola -pensó glotona.

Había llegado el momento de estrechar el cerco. La chica le dio la espalda y empezó a frotar su espalda contra el pecho de su acompañante al ritmo de la música. Restregaba su cadera contra la pelvis de él. Echó los brazos hacia atrás y le rodeó el cuello, entrelazando sus dedos en la nuca. Le miró por encima del hombro poniéndole cara de gata en celo. Le dejó el cuello expuesto y se complació al notar a través de su faldita que su estaca ya estaba en pie de guerra. Notó los labios mojados de él recorriendo su yugular. Delicioso. Se estremeció. Empezaba a estar cachonda, el deseo brotaba de sus venas y el bombeo de los altavoces le llegaba como el tam tam de tambores rituales mientras su cintura ejecutaba convulsiones cual danza sexual ancestral. Le encantaba que la besaran en el cuello.

Se giró para besarlo apretujando sus tetas contra los pectorales fornidos de él para que pudiera notarlas y las deseara más. Le devolvió sus húmedos besos en el cuello con pasión. Su lengua recorría toda su anchura escoltada por sus carnosos labios. Cuando llegó arriba juntó su boca con la de él y le metió la lengua dentro. Sabía a alcohol y tabaco. Sus lenguas se abrazaron, se entrelazaron y se estrujaron. Cuando se separaron tenían las miradas encendidas.

  • Tengo sed. ¿Me invitas a un cubata? -le preguntó ella con mucho vicio en la mirada. Él dijo que sí con la cabeza y le hizo un gesto para que se encontraran en la barra.

Sara se dirigió al guardarropía y recuperó su bolso y su chaqueta. Solicitó una llave para un reservado de la discoteca, unos cuartitos anexos que se podían utilizar para ganar intimidad. El dependiente la miró aburrido.

  • ¿Eres mayor de edad?

  • Sí -contestó sin pensarlo.

  • Ten -el otro le dio la llave despreocupado.

Encontró al cachas en la barra con su cubata. Nada más acercarse a él volvió a besarlo, como si pretendiese recordarle por dónde iban. Recogió su bebida y le indicó que la siguiera. Fue tragando la consumición en su camino a la segunda planta, donde estaba la puerta que su llave abriría. El chico la seguía mirándole el culo, que la falda cortita insinuaba y hasta dejaba entrever. El final del camino hacia el reservado lo hizo con su mano bajo la falda.

Una vez dentro Sara cerró la puerta con llave y la guardó en su bolso. Unos brazos fuertes la sujetaron con afán y la hicieron girar sobre sus pies. Se encontró la boca del otro pegada a la suya antes de que pudiera reaccionar. Le devolvió el beso como pudo. En una pausa para coger aire, tiró sus cosas a un lado en el suelo. Mientras se morreaban, iban sacándose la ropa, de manera que antes de llegar al sofá que había pegado a la pared del estrecho cuartito habían dejado un rastro de prendas que marcaban el camino de regreso.

Los bellos pechos de Sara se agitaban en el aire delante del otro mientras los dos se metían mano por todas partes. Ahora que estaba desnudo, ella podía apreciar bien su cuerpo. Debía de pasarse muchas horas a la semana en el gimnasio. Y los músculos que su ropa dejaba a la vista no eran los únicos de buen tamaño. Como si le leyera el pensamiento, él contuvo una sonrisa orgullosa y se tensó más para exhibirse. En su impetuoso revolcón habían ido a parar sobre el sofá. Sara estaba de rodillas sobre el asiento. El chico se puso de pie frente a ella. Ella lo miró a los ojos, le sonrió y se dispuso a darle lo que esperaba.

Extendió su mano izquierda y la apoyó contra el abdomen de él. Para equilibrarse y para deleitarse con el tacto de aquel vientre poderoso, marcado como una enorme y suculenta tableta de chocolate. Se acomodó el pelo detrás de las orejas y con su mano diestra le sujetó la polla por su mitad. Echó la piel hacia atrás hasta que tiró, dejando a la vista un brillante glande hinchado. Ya estaba mojado de flujo. Sara le acercó sus labios separados y lo engulló. Empezó a trabajarlo moviendo su cabeza arriba y abajo lentamente tal como lo tenía cogido. Lo acogía en su boca mojada y le restregaba la lengua mientras bajaba y subía la cabeza despacito. A él se le escapaban los suspiros. La felación siguió con la cabeza de ella subiendo y bajando cada vez más rápido.

Las piernas le temblaban del placer. Intentó agarrarle la cabeza para marcar él el ritmo de la mamada, que ya iba bastante rápida, pero Sara se zafó como pudo. No le gustaba que la sujetaran cuando la chupaba. Cuando lo hacía ella era la dueña absoluta de todo. Su amante entendió esto cuando al segundo intento de empujarle la cabeza recibió un palmetazo en su mano. Con todo el placer que estaba recibiendo no se atrevió a ponerse a discutir por eso. Se la estaba mamando de muerte, que lo hiciera como quisiera. Al cabo de unos minutos, ella se la sacó de la boca, brillante de saliva e inflamada por la excitación. La sacudió con su mano rápido un par de veces, de una manera que a él le hizo estremecerse.

Con la polla palpitante aún rodeada por su mano, Sara se reclinó hacia atrás en el asiento. Él la acompañó, bien sujeto, hasta el brazo del sofá donde ella recostó la cabeza. Cuando estuvo cómoda, se volvió a llevar su verga a la boca. Colocado así pudo distinguir su joven sexo, apretado, de vello recortado. Aparecía todo brillante y con los labios algo hinchados. Tanto frotarse y tocarse también la tenía bien cachonda a ella. Mientras ella le comía el pene y se lo iba pajeando con la mano él se acomodó para chuparle el coño. Notó cuánto le gustaba y cuánta falta le hacía porque desde que sus labios besaron los que ella tenía entre las piernas y desde que su lengua empezó a guerrear con su botoncito, la mamada de ella se hizo más apasionada, más irregular. Ella tenía la boca bien llena pero a la vez gemía. Ya no controlaba igual de bien el ritmo. Tragaba más que chupaba y cuando él succionaba su perla rosa su espalda se sacudía y sus piernas se contraían.

Sintiendo cada vez más oleadas de placer por sus sexos besados y chupados en aquel fogoso sesenta y nueve, el cuerpo empezaba a pedirles más. Su interior ardía y ambos deseaban ya ponerse a follar como leones. Separaron sus bocas de sus entrepiernas y sus manos se buscaron para no perder el contacto del otro mientras consumaban la unión. Él sacó un condón de la cartera y la volvió a lanzar junto con sus cosas. Sara le dio la espalda apoyando sus manos en el respaldo del sofá. Sus rodillas descansaban sobre los cojines del asiento y su joven culo le era ofrecido en alto a su amante, que se le acercó para tomar tan preciado presente y corresponderle a ella con algo suyo.

Tomó airé cuando notó que le apoyaba la polla cuidadosamente a la entrada de su coño, como si estuviese apuntando. Con un solo empujón entró toda con facilidad. Los dos estaban mojadísimos. De la boca de Sara salió un rugido. Estando encerrados en el reservado de una discoteca donde atronaban columnas de altavoces de mil vatios podían gritar lo que les apeteciese. Entraba y salía con rapidez y con fuerza, deslizándose perfectamente gracias a la abundante lubricación. Sara notaba con cada embestida cómo le abrasaba su interior. Parecía que iba a estallar, que iba a partirse en dos. Después de eso se sentiría dolorida pero ahora no le importaba, todo lo que viniese luego valdría la pena por esto. Ella también empujaba hacia atrás con el cuerpo, para conseguir que cada empellón hundiese más el duro manubrio. Lo quería en el fondo. ¡Se sentía tan llena cuando lo tenía dentro ... y sin embargo ansiaba que se la hincase aún más!

Los gritos y gemidos de ambos iban sucediéndose con un lujurioso compás. De repente Sara se sintió presa. La sujetaba por el pelo mientras la seguía embistiendo. Agarrada así no podía moverse igual. No podía desfogarse. Se sintió rabiosa. Ceder la posición dominante no estaba hecho para ella. La idea de que la sujetaran de la melena mientras follaba no la había seducido nunca. Pero ahora que lo probaba... a la vez que furiosa por ser retenida, por ser tomada y guiada; notar la potencia del otro mientras le proporcionaba placer a ella la ponía cachonda. No estaba tan mal después de todo. Así siguió, rabiosa y fogosa durante las siguientes arremetidas.

De todos modos, cambiaron pronto de posición. Tumbó al chico en el sofá y se montó a horcajadas encima de él. Ahora llevaría ella la iniciativa. Lo anterior también era placentero, pero así, viéndolo desde arriba, botando sobre él con sus fuerzas, con su propio ritmo, se sentía realmente libre, poderosa, imperial. Se sabía ardiente e irresistible. Los brazos musculosos de él la sujetaban de la cintura acompañando sus enérgicas subidas y bajadas. Se lanzaba hacia arriba y se dejaba caer ensartándose hasta las entrañas con tanto o más brío que cuando era él quién embestía. De vez en cuando paraba para masajearle el miembro contrayendo las paredes de su entrenada vagina. O para efectuar algún lento movimiento rotatorio de caderas que les producía a ambos un cosquilleo terriblemente placentero que viajaba desde su bajo vientre a todas las terminaciones nerviosas de sus cuerpos. Entonces le sujetaba por detrás la cabeza y se miraban a los ojos, degustando la satisfacción que se proporcionaban el uno al otro. Pero pronto volvía a su agresiva cabalgada. A su sexual estampida, que a ella le inundaba deliciosamente el interior al enterrarle la polla del chico. Y a él se la hacía estallar exprimiéndosela arriba y abajo mientras se la calentaba y mojaba con su flujo.

En medio de tan gustosas heroicidades Sara supo que se iba a correr cuando su amante procedió a estimularla con sus dedos al mismo tiempo que ella saltaba sobre su falo empinado. De esta guisa, estirado el muchacho bajo su cuerpo, se lamió los dedos mojándolos de saliva. Posó la mano sobre su vientre para evitar choques dolorosos y una vez allí el dedo gordo empezó a acariciar el clítoris. Lo hacía con maestría, ahora despacio ahora rápido, en círculos electrizantes. Lo tenía rosa y crecido. Ella sintió que las fuerzas comenzaban a faltarle. Sus piernas le temblaban. Y a la vez una fortaleza enloquecida renacía en ella para seguir cabalgando y que aquello no acabase nunca. La otra mano disponible del fornido chico le rodeó la cintura y fue descendiendo hasta que su dedo corazón entró entre sus nalgas. Eso ya fue demasiado. Su dedo barnizado en saliva tanteó la apretada entrada trasera de la gozosa hembra que se lo follaba como una loba. Su precioso ano estaba bañado en los flujos de los dos y debido a tanta excitación no ofrecía mucha resistencia. Así que el dedo se abrió paso tranquilamente en su interior. Sara no paraba de aullar.

Y ese fue el fin. Hubiese deseado que él le besara las tetas y la abrazara, pero no le dio más tiempo de nada. La estimulación máxima a que la sometía la hizo empezar a correrse con gran intensidad. Su espalda se sacudía y agitaba. En unos segundos, los dedos que había deseado que nunca se fueran le parecieron molestos intrusos y los apartó de sí. Apoyó su cabeza revuelta contra el pecho de él esperando recuperar la razón. El corazón le iba a mil. Le faltaba el aire. Y con la cabeza en el pecho del cachas pudo comprobar que él estaba parecido. Si hubiesen seguido follando él tampoco hubiese durado mucho tiempo más.

Se bajó de él, que continuó tumbado en el sofá, su cuerpo aún embriagado por el placer. Se puso sus braguitas y se sentó en el suelo a su lado. Le retiró el condón y lo tiró a la papelera, en la que ya había varios. Con la mano diestra empezó a pajearlo rápidamente a la vez que con la izquierda le acariciaba su abdomen, la cara interior de sus muslos, sus huevos, el perineo... La respiración de él, que se recuperaba, volvió a entrar rápidamente en ebullición. No podría resistir mucho mas. La mano de Sara se la cascaba implacablemente. Rápida, sabiendo que él estaba a las puertas del orgasmo. Pocos segundos después, en los que la actividad frenética de la mano femenina se mantuvo, la garganta del chico emitió un gemido ronco y prolongado y de su férrea polla salieron disparados al aire tres o cuatro cañonazos de líquido semen. Sara detuvo su mano cuando ya no salía más.

Mientras el satisfecho muchacho se recobraba, aprovechó para vestirse y recoger sus cosas. Con un pañuelo de papel limpió las dos manchas blancas que encontró en el suelo y lo tiró a la papelera. Él, que se había sentado en el sofá, ya con la bandera a media asta, la miró saciado y le dirigió una sonrisa de súper estrella.

  • ¿Me das tu teléfono?

Sin decir nada, Sara lo anotó en una hoja de su agenda que arrancó.

  • Te llamo.

  • Vale -contestó lacónica. Se arregló un poco la ropa y sin saber qué más decir se despidió y salió.

Al abrir la puerta una bocanada de aire cargado le dio en la cara. El estruendo que en el interior del cuartucho parecía aplacado, quizá por tener la puerta cerrada, quizá por tener ellos su atención en sus propios gritos y jadeos, volvió a rodearla.

Cansada y sin ganas de bailar más, devolvió la llave y salió del local.

Adentrándose en la noche húmeda de la ciudad portuaria, la joven morenita de pelo largo paró un taxi que la llevara a casa. Estaba agotada. Los oídos aún le zumbaron un buen rato por la ensordecedora música de la discoteca. Sentada en el asiento trasero se olfateó su ropa y su pelo. Apestaba a tabaco y a sexo. Deseó que el taxista no lo notase y se rió para sus adentros.

Tenía ganas de estar en casa. Cuando llegase tomaría una ducha rápida y podría descansar.