Sara y Adri (2)

Continuación.

CAPÍTULO II

Una bola de papel de aluminio se estrelló contra la cabeza de Jonathan, el chico de la primera fila. Eso quería decir que la última clase de la semana había terminado.

Era una especie de ritual de purificación. Los Viernes, durante el recreo, los chicos hacían un sorteo. El agraciado debía hacer una pelotita con el papel con el que estaba envuelto su bocadillo y guardarla. Y al final de la última clase del día -ese año los Viernes plegaban a mediodía- la lanzaba con todas sus fuerzas contra la cabeza de Jonathan. Hoy en día a esto se le llamaría acoso escolar -o "bullying", como gustan de decir los papagayos anglófilos.

Esta costumbre había deparado toda suerte de anécdotas memorables. Como el año anterior, un día que la pelota impactó en el ojo de una niña que se levantó en el momento inoportuno. O como la inestimable contribución que la humillación de Jona estaba haciendo a favor de la dieta mediterránea, pues muchos chicos habían renunciado a la bollería industrial para recuperar el tradicional y sano bocadillo.

Todos empezaron a salir alborotadamente de la clase, pensando ya en esa tarde y en el fin de semana.

  • Tía, el cochinillo acuático quiere hablar con mis padres -se quejaba Alicia a Sara, que la escuchaba con cara divertida. "El cochinillo acuático" era el profesor de Matemáticas, al que la naturaleza había caracterizado con mofletes generosos y una nariz algo plana.

Al pasar por delante de Adri Sara le sonrió y le guiñó un ojo. Él le contesto con otra sonrisa y le hizo con la mano el signo de hablar por teléfono. Sara movió la cabeza afirmativamente y se giró de nuevo a Alicia que le contaba por dónde creía ella que el cochinillo debería de meterse la nota que le había puesto en la agenda.

Carlos llegó al lado de Adri. Éste cerró su mochila y se la colgó al hombro. Cuando pasaron junto a Jonathan, Carlos le apoyó la mano sobre la cabeza y la empujó hacia abajo.

  • Venga, Carlos, déjalo -le pidió con algo de compasión Adri.

  • Si él no se enfada. Es nuestra mascota -Jona lo miró de reojo con desprecio.

Adri se despidió de él con la mano y salió hablando con Carlos.

  • Pobre chaval...

  • Que le den. Oye, ¿sabes qué? -cambió de tema Carlos- ¿Sabes con quién he quedado esta tarde? -exhibió una mueca socarrona, que enmascaraba la euforia y la adrenalina que se agitaban en su interior.

Adri le miró a la cara.

  • ¿Al final has quedado con ella esta tarde?

  • ¡Sí, tío! Oye, ¿tú qué le has dicho?

  • ¿Por qué lo preguntas?

  • Porque en el cambio de clase se ha acercado a mi mesa y me ha dicho que antes habíais hablado. Y que si me apetecía hacer algo esta tarde.

  • Pues le he contado que querías salir con ella. Y... bueno, me ha preguntado qué pensabas de ella. Y se lo he explicado un poco.

  • Joder, tío. ¿No le habrás dicho ninguna guarrada?

  • Tranquilo. Hay mucha confianza -explicó Adri alegre, conteniendo una risa-. Además, ¿por qué tienes miedo de que le haya contado guarradas? ¿Acaso tú alguna vez has dicho guarradas de ella o de cualquier otra chica?

Tanta ironía no era lo que Carlos necesitaba en ese momento para conseguir seguridad.

  • A ver, a ver, espera. ¿Le has dicho que quiero salir con ella? ¿No nos estarás haciendo de Celestino? A ver si se va a pensar que voy por ella en serio, se cuela por mí y...

  • Tranqui. Me ha entendido bien. No creo que tengas problemas con eso -Adri evitó decir esa frase con vehemencia. No era por desprecio. Simplemente sabía que Sara no estaba por la labor de que Carlos, ni ningún otro que él conociese, fuese su novio.

  • Bueno, ¿y qué hago? Quiero decir, que tú la conoces bien.

  • No tienes que hacer nada especial. Sé tú mismo -Adri se encogió de hombros.

  • ¿Pero cómo voy a ser yo mismo con una tía así? Algo tendré que hacer. Adri -miró a ver si alguno de los que cruzaban el pasillo hacia la salida podía oírles y bajó la voz-, que quiero follármela, tío. Por cómo se me ha acercado hoy a la mesa, por cómo me ha mirado, yo creo que puedo llegar a algo con ella.

"No sabes bien lo que te espera" pensó para sus adentros Adri.

  • Tanta sinceridad me abruma, Carlitos -se rió y le dio un empujón a su colega-. En serio. No te preocupes -lo atrajo hacia sí-. No sé si llegaréis a nada -"anda que no" rumió- pero os divertiréis fijo. Sara es una tía muy enrollada. Y, si pasa algo, pues pasa.

  • Uf, gracias, Adri. Ya te contaré el Lunes -le guiñó un ojo.

  • No hace falta -se rió; "lo vas a hacer de todos modos" pensó.

Salieron y se despidieron con un saludo.

Unas horas más tarde, en casa de Sara un teléfono móvil vibraba insistente sobre la mesa mientras por el aire flotaba la música de "Baby one more time" por enésima vez. Sara pasó bailando despacito ante la ventana abierta y miró la pantalla. Cuando vio quién era, colgó.

  • Si te acostumbras a pasear desnuda por delante de las ventanas te harán muchas más llamadas no deseadas.

  • Acabo de ducharme, mamá. Iba a vestirme.

  • Lo decía en broma, cariño. Me voy a ir ya al hospital, he quedado un poco antes para tomar un café con un compañero. Volveré tarde porque tengo que recuperar unas horas -se acercó a Sara y la abrazó para despedirse-. ¡Pero que culo más bonito tiene mi niña! -exclamó apretándole levemente una nalga.

Sara se rió y le dio un beso.

  • Lo mismo me dicen todos mis amigos -bromeó con una gran sonrisa ante la cara de escándalo fingida de su madre.

La puerta emitió un chasquido metálico al cerrarse. Sara cogió la toalla y terminó de secarse. La dejó en el suelo y paseó descalza por el piso en busca de su neceser. Se sentó en el sofá como si estuviera sobre la grupa de un caballo y dispuso sobre la mesa desodorante, perfume, esmalte de uñas, trocitos de algodón, vaselina para los labios y un peine de plástico blanco.

La puerta del armario de su cuarto se abrió y el espejo de la cara interior reflejó su bello cuerpo desnudo. Sara se detuvo a observarse. Las uñas de sus manos y pies estaban cuidadosamente barnizadas en un tono rosa pálido. Casi imperceptible pero bonito. Puso las manos en su cintura y sonrió alegre al ver el aspecto que le devolvía el espejo. Se balanceó levemente al ritmo de la música que llegaba desde el cuarto de baño.

Colocó sólo un par de gotas del perfume dulzón que había escogido en sus muñecas y una a cada lado del cuello. Continuó bailando, esta vez intentando que sus movimientos fueran más sensuales, mientras miraba la ropa que esperaba cubrir su cuerpo. Divisó un tejano azul ajustado que las miradas furtivas que la seguían cuando lo llevaba le sugerían que realzaba bien su culo. Esa parte de su cuerpo parecía dibujada por un compás. Respingón y una maravilla geométrica. Se decidió también por una camiseta negra de algodón de tirante ancho.

En su bailecito de seducción al espejo juntó sus dedos índice y corazón derecho y los llevó a su hombro opuesto. Hizo lo mismo con el otro brazo y empezó a balancear la cadera. Colocada así tenía una bonita vista de sus pechos juntos. "Son bonitas" pensó. No eran grandes. Tenían un tamaño armonioso, ideal para caber en la mano cerrada de un hombre o en su boca abierta. Bajó sus manos por sus costados hasta la cadera y las cruzó sobre su vientre en direcciones opuestas, sobrevolando su ombligo con una leve caricia. Desde el cuarto de baño se oía la voz de Dj Kun repitiendo "oigo un grito de guerra saliendo entre tus piernas". Sara sonrió por lo acertado de la coincidencia y se lamió sus blancos dientes mientras se miraba a los ojos en la puerta del armario.

La ropa interior sería una braguita tanga de color blanco luminoso, que quedaría perfectamente disimulada bajo el pantalón. Arriba, la camiseta de tirantes negra sería suficiente para recoger a la vez que exhibir su joven y fresca fruta.

Continuó bailando, ahora ya como si estuviese en una discoteca, saltando y agitándose. Simulando dar una patada con su pie descalzo al espejo y sacudiendo alocada la cabeza. Como aún tenía el pelo algo mojado dejó el espejo perlado de gotitas de agua. Cuando lo vio abrió la boca y se llevó las manos a la cara sorprendida. Miró el reloj del despertador sobre su escritorio. Aún tenía una hora larga para terminar de prepararse y arreglar un poco el piso antes de que llegara Carlos.

Secó el espejo, se miró y se rió. Ensayó una sonrisa seductora. Luego sacó la lengua y se puso bizca. Qué bien se lo pasaba con cualquier tontería. Desde niña, cuando su padre se marchó de casa, se había acostumbrado a pasar tiempo y jugar sola. Miró por última vez su cuerpo menudo, bronceado. Sus tetas altas, morenitas. Se dio un sonoro beso en la palma de la mano y se la puso un instante sobre cada pecho. "Dentro de un rato os besarán bien" pensó mientras la emoción danzaba en su cuerpo. Se decidió por dejarse el pelo suelto.

Ya vestida y peinada pasó corriendo por el comedor dispuesta a ordenar un poco aquello. En pocos minutos trozos de algodón, toallas mojadas, un envase terminado de píldoras anticonceptivas... pinzas, cepillo, ropa sucia... y un sinfín de cosas que habían ido colonizando el suelo del salón y el cuarto de baño fueron desapareciendo. Después de inspeccionar la cocina, envió un mensaje al móvil de Carlos pidiéndole que trajera la merienda.

Colocó estratégicamente una de esas figuritas en las que se calientan aceites aromáticos en un rincón, de manera que ambientaba levemente tanto el salón como su dormitorio. El aroma escogido esa tarde sería "Cerezo". Decidió encender dos velas pequeñas para crear un clima más sugerente. Estaba segura de que Carlos no se iba a dar cuenta, pero lo hacía también para sí misma. Sabía satisfacer de sobra a un hombre sin por ello dejar de satisfacerse ella. Pensó por un momento en los pectorales y los glúteos de Carlos y se olvidó de lo que estaba buscando. Él jugaba en un equipo de fútbol al salir de clase y el buen efecto que esto tenía sobre su cuerpo no le había pasado inadvertido a Sara.

Pensó también en que Carlos fumaba porros de vez en cuando, así que sacó una botella de Coca-Cola de la nevera. No estaba dispuesta a que le faltara la energía de ningún modo. Sonó el timbre. Sara levantó la vista y corrió feliz hacia la puerta. En su cabeza llevaba acostándose con Carlos desde hacía horas. Cuando estaba a punto de abrir se dio cuenta de que aún estaba descalza y frenó como pudo, casi cayéndose.

Carlos esperaba frente al arco de la puerta con una bolsa de plástico de la compra en la mano izquierda. La puerta se abrió a los pocos segundos de picar. Le costó saludar. Si él pensaba que Sara estaba buena, para esto aún no estaba preparado.

  • ¡Hola! Pasa -saludó Sara, tan alegre como de costumbre.

El interior del piso olía bien. La luz era tenue. Sara estaba divina, inmensa. Sólo verla así había hecho reaccionar a Carlos. Ella pasó por su lado rozando su hombro con el suyo. La indicó que la siguiera con la cabeza. A él no se le habría pasado lo contrario por la cabeza. Le pareció percibir una sutil aura perfumada cuando su cuerpo le rozó.

  • Tengo hambre, ¿merendamos? -Sara se pasó la lengua sobre sus blancos dientes, mirando a los ojos Carlos. Él tragó saliva y le tendió la bolsa.

Sara colocó las dos caracolas de chocolate sobre dos platos de postre en la mesa de café que había en el centro del salón comedor. Sirvió dos vasos llenos hasta arriba de Coca-Cola. Carlos se limitaba a mirar cómo danzaba de un lugar a otro. Si en algún momento pensó en llevar la iniciativa ahora se daba cuenta de que no hacía falta. Ella estaba en su terreno. Y él estaba justo donde quería estar.

Mientras merendaban Sara le daba un poco de conversación. Carlos no la escuchaba. Percibía la voz agradable de ella a lo lejos, en un murmullo simpático, entretejido de silencios, risas y de repente alguna pregunta. Entonces asentía -no quería parecer un tonto preguntando "¿qué?". Su oído vagaba lejos. Su atención estaba captada casi por completo por una especie de ritmo primitivo, casi de tambores africanos, inconscientes e instintivos. Su vista estaba concentrada al cien por cien en Sara, eso sí. Y su olfato.

Y su tacto. Esto lo notó cuando ella le dio un golpe en el hombro y casi cayó del sofá. "¡Despierta! ¡Que te estoy hablando!". Carlos la miró sorprendido, casi un poco asustado. Sara empezó a reírse. A muchos chicos les intimidaba su energía. Pestañeó y se acercó a Carlos en el sofá.

  • ¿Te he hecho daño? -Carlos iba a responder que no cuando ella le abrazó fuerte y le besó el hombro donde le había empujado-. No, ¿verdad? Tú estás fuerte -se separó de él y le guiñó un ojo con picardía.

Carlos reaccionó como pudo. Sara le había descolocado. Pero sentir sus tetas posadas accidentalmente a propósito sobre su brazo le había terminado de encender. Notó un dolor creciente en su entrepierna, aprisionada contra los botones y las costuras de su pantalón tejano. Miró a Sara. Los ojos de ella atentos, simpáticos, inteligentes, esperaban que él dijera algo. Carlos estaba desnudo ante esa mirada aunque su ropa aún cubría su cuerpo. Notaba que ella lo leía con facilidad.

Él era un tío con labia y aplomo. Lo único que tenía que hacer era lo mismo de siempre. Tal como le había dicho Adri. Si con una persona como Sara pretendías tirarte el farol ella lo notaría. Carlos se rió. Le explicó que estaba un poco distraído porque había dormido mal la noche anterior.

  • ¿Sí? ¿Quieres descansar? ¿Lo dejamos para otro día? -preguntó Sara fingiendo preocupación.

  • No, qué va. Si estoy bien -el corazón le dio un vuelco. "Sé sincero" se repitió Carlos. "Qué miedo esta Sara", no perdonaba una, no se la quería imaginar dentro de unos años. La miró y se sonrieron.

Recuperada parte de su confianza, Carlos estuvo conversando unos instantes con Sara. Le contó alguna anécdota de clase, de su equipo de fútbol o de algún conocido del barrio. No sabía bien de qué hablarle. Al fin y al cabo ellos no coincidían nunca fuera de clase. Al menos tenía recursos para ir charlando y no parecer aburrido. Ella parecía atenderle, asentía y le sonreía. De vez en cuando le hacía un comentario divertido. Carlos se dio cuenta de que todo esto era mejor de lo que había temido. Era muy fácil hablar con ella.

En medio de alguna frase de él, la captó mirando su camiseta, o su pantalón. Cuando se daba cuenta de que él la veía le sonreía como si la hubiera atrapado haciendo alguna travesura. Esta actitud descarada y a la vez natural turbaba a Carlos. Otras veces, mientras escuchaba, ella se balanceaba. Y con ella sus pechos dentro de su camiseta. La primera vez que lo notó, Carlos casi se interrumpió embobado.

  • Qué nerviosa eres, ¿no puedes estarte quieta? -le dijo en broma. Cachondo perdido, en realidad.

  • No. Soy así -le replicó, jugando con su pelo.

Mientras hablaban Carlos se preocupó por si volvía la madre de ella. Él había dicho en casa que a lo mejor se iba a una discoteca y volvería tarde. Pero el miedo a no poder acostarse con ella le comenzaba a asaltar y a frustrarlo. Sara, como si hubiese leído eso mismo en su rostro, le indicó:

  • Termínate eso -le señaló con el dedo.

Carlos apuró su vaso de cola. Ella recogió los vasos y platos de la mesa. Para ello hizo descender y volver a ascender su escote a escasos centímetros de su mirada. De camino hacia la cocina se giró para ver si él la miraba y le sonrió. Carlos se levantó como si tuviera un resorte y fue en dirección hacia ella.

Se encontraron a la entrada de la cocina. Ella posó su mano en el vientre de él, pudiendo notar su abdomen bien formado a través de la camiseta y lo apartó suavemente para abrirse paso.

  • Ven. Te quiero enseñar una cosa -casi le susurró.

Carlos notó que la adrenalina comenzaba a bombear por su organismo cuando ella le cogía la mano y lo conducía a su dormitorio. Había algunas novelas en una estantería, algunos pósteres en la pared de grupos musicales. Un escritorio junto a la cama, con un ordenador personal. Comentaron alguna novela que habían leído los dos.

Tomó aire y le preguntó, esbozando una sonrisa a lo Humphrey Bogart (aunque él no conocía a Bogart):

  • ¿Qué me querías enseñar?

Ella soltó su mano. Se giró hasta estar de frente. Lo miró fijamente a los ojos con intensidad e insinuando una especie de sonrisa triunfal en sus labios. Rodeó su cuello despacio con la mano derecha y le cogió de la nuca. Al chico estos instantes le parecieron días. Ella acercó su cara mirándole a los ojos. Y juntó sus labios con los de él. Carlos notó como su boca, carnosa y cálida tocaba la suya. Y como, cuando lo hacía, Sara adelantaba sus labios, los ensanchaba.

Pegó su cuerpo al de él. Adelantó el muslo izquierdo y presionó su bragueta. Sintió una gran satisfacción interior al notar que en la zona ya revoloteaban mil diablos. El primer y ansiado beso y esa presión hicieron que en el pecho de Carlos estallara un incendio. Sara retiró el muslo y colocó en su lugar la palma de su mano izquierda, con los dedos hacia abajo. Antes de retirar sus labios de encima de los de su amigo, sacó la lengua y se los lamió, de izquierda a derecha.

Clavó su mirada en la del muchacho, que ya estaba animalizada por la pasión contenida, y esbozó media sonrisa.

  • Te quería enseñar esto. ¿Te gusta?

Carlos pensó que estaba en el Cielo. Asintió con la cabeza y un gesto cachondo. Se acercó a Sara y cogió su carita entre sus manos. La besó en los labios. Ella hizo lo mismo, le mordió el labio inferior y tiró suavemente. Metió sus manos bajo su camiseta y le palpó el abdomen. Sujetó la camiseta y tiró hacia arriba, obligándole a quitársela. Miró su torso y se relamió, como una pantera que acecha a su presa. La camiseta voló por el aire describiendo un arco hasta tocar el suelo. Pero ellos ya no prestaban atención a eso.

Sara pegó sus labios al cuello de Carlos, bajó por su pecho, por su ombligo... Se apartó un paso y se quitó la camiseta de tirantes, dejándola caer al suelo. Se divirtió con su cara admirada. Se acaba de dar cuenta de que no llevaba sujetador. ¡Qué observador! Aplastó su cuerpo contra el de él, de manera que sus torsos se encontraron, se notaron y desearon fundirse en uno. Carlos notaba las tetas de Sara contra su pecho, redondas, llenas, como abrasándole si no llevaba sus manos y su boca hacia ellas. A Sara los pectorales pétreos de su compañero de clase la ponían a cien.

Tanto que llevó inmediatamente su boca a uno de los pezones de él, lo sostuvo entre sus labios apretándolo y comenzó a dar unas deliciosas vueltas rápidas con su lengua a su alrededor. A todo esto, había aposentado sus manos bien abiertas sobre las nalgas del chico. Sujetada a tan buenos asideros, se dedicó a morder y lamer alternativamente los dos pezones de Carlos, que sentía como pequeñas descargas de placer le corrían por la espalda y acababan revoloteando a lo largo de su miembro.

Lo llevó cogido de las manos hasta su cama. Allí se sentaron. Él sobre el colchón, ella sobre las piernas de él, rodeando su cintura con las suyas. Aun a través de la gruesa tela de los pantalones tejanos, Sara pudo sentir en su entrepierna lo abultado de la de su amante. "Qué ilusión", se felicitó para sus adentros. Cogió su cara delicadamente, le besó en los labios y lo guió a sus pechos.

Carlos besó las tetas de Sara con una libidinosa mezcla de ternura y pasión. No se cansaba. Hundía la cara, pasaba la lengua sobre los pezones. Ahora las sujetaba en su mano, ahora pellizcaba entre sus dedos sus dos perfectos botoncitos del placer, girándolos levemente como si quisiera ajustar el volumen de los gemidos de ella, que ya comenzaban a oírse. Mientras le mordisqueaba los pezones, Sara, con la cabeza en su hombro, le acariciaba despacito el cuello y la espalda. Le besaba las sienes, las orejas, incluso se las mordía flojito. Él, con todo esto, estaba como loco de placer.

Sara desabrochó los botones de su pantalón y se descalzó apoyando un pie contra el otro. Acto seguido ayudó a hacer lo mismo a Carlos. Él se sentía flotar, aquello era como un sueño. Ella, como una leona, le sacó los pantalones de un tirón por los pies. Se montó a horcajadas sobre su cintura y le dio un apasionado beso con lengua. Sus lenguas se entrelazaron en un sexual abrazo. Miró el calzoncillo bóxer, de algodón, con una extraordinaria mancha oscura en el centro.

  • Vas a tener que tirarlos...

Los cogió de la goma con la mano izquierda y los bajó unos centímetros, mostrando el pene erecto y bien lubricado de Carlos. Se ensalivó bien la palma de la mano derecha y la bajó hasta el miembro de su compañero. El chico cogió aire y se preparó para sentir.

La mano mojada en saliva de Sara retiró hacia abajo la piel del pene de su amigo y se cerró en torno al glande brillante. Comenzó a masajearlo de esta manera. En círculos, hacia arriba, hacia abajo. Solamente el glande. Cuando se le secaba la mano, volvía a mojarla con su saliva. Carlos creyó que se moría del placer. Por momentos era tan intenso que llegaba a parecerle cosquillas, o incluso dolor. Cuando la miraba y veía que ella imitaba sus caras de placer desmedido con muy buen humor, no hacía sino ponerse más cachondo.

Volvió a chuparse la mano y deslizarla parsimoniosamente por el glande descubierto y rojo de la polla del muchacho. Otras veces también le daba la palma de su mano a chupar al propio Carlos. Con la mano y el capullo tan mojados, aunque intentase apretar no le hacía nada de daño, ya que el instrumento viril resbalaba.

La habitación ya se había llenado de un intenso olor a sexo. Carlos abrió los ojos saliendo de su placentero limbo cuando notó la goma de los bóxer estrellarse contra su vientre. Vio a Sara terminar de bajar sus tejanos y quitarse las pequeñas braguitas blancas. Las hizo una bola y las arrojó a la otra punta de la habitación. Antes de que pudiera recuperarse de la impresión, ya la tenía sobre él de nuevo a cuatro patas.

Sujetó la goma de sus bóxer entre los dientes, su mirada fogosa siempre clavada en la de él. Con paciencia y mordiendo desde distintos puntos, consiguió terminar de quitárselos del todo con el chico tumbado bocabajo. Sólo estuvo así el tiempo habido desde que notó la dentadura de ella hincarse con furia en sus compactas nalgas hasta lo que él tardó en dar la vuelta de un salto.

Allí estaban los dos. Dos amigos, dos compañeros. Y a la vez dos desconocidos. Unidos con cariño y ternura; tanto como con pasión, placer y lujuria. Embriagados con egoísmo y generosidad. Con dificultades para inyectar en sus pulmones todo el aire que parecía caber.

Sara apoyó la palma de su mano en el pecho de Carlos para equilibrarse mientras apuntaba la punta candente de su miembro hacia su amorosa entrada. La dejó allí apoyada sin que entrara. Antes volvió a besarlo en la boca, en el cuello, metió la lengua en su oreja derecha. Sólo cuando retiró su cabeza y dejó su cara frente la de él, separados sus ojos y sus bocas por unos pocos centímetros, comenzó a permitir la lenta penetración.

Iba registrando cada gesto que hacía el otro, por imperceptible que fuese. A la vez, le correspondía mostrándole el placer que ella misma sentía, milímetro a milímetro. Cuando estuvo completamente enterrado en su interior, pasados esos segundos de ebrio aturdimiento, sujetó las manos de él entrelazando sus dedos en los suyos y cerrando los puños. Hincó las manos así contra la almohada, a los dos lados de la cabeza de su amante y comenzó a cabalgarlo.

Viéndola, sintiéndola, Carlos se convenció. Sara era una guerrera indomable, una salvaje. Una de esas rebeldes mitológicas a las que quienes rescriben la Historia se han empeñado en borrar o no incluir en ella. Moviendo su cintura, su cadera sobre y contra la de él. Encerrando su pene. Amasándolo y exprimiéndolo en su interior. Abrasándolo y con ello bendiciéndolo. Tan agresiva y femenina que bajo los cánones culturales establecidos sería enseguida tildada peyorativamente de "machorra", "guarra" y otras lindezas que algunos -¡locos!, ahora él lo veía claro- ya se habían atrevido a proferir contra ella. Cabalgándolo así, esa chica era ¡una guerrera, una pirata, una valquiria, una amazona!

Carlos se sintió próximo al máximo placer del orgasmo. Sara lo intuyó y aceleró sus arremetidas. Su cintura dibujaba extrañas letras y símbolos en el aire. Todos ellos eróticos y hechiceros. Todos ellos desconocidos antes y ahora gozados por él. Su pene aprisionado en el interior de aquella hembra a duras penas podía mantenerse firme, rodeado de su jugoso calor, de su cálida humedad. Del salvaje y efímero amor que le estaba profesando la hermosa gruta de la jovencita morena que lo sujetaba y lo gobernaba.

Él acompañaba con su cintura en cuanto podía el sensual baile que el cuerpo de ella le brindaba. Ella saltaba con la cabeza vencida hacia atrás, la boca abierta para respirar, su pelo volando a uno y otro lado. Carlos tragó saliva y la miró. Lo montaba como si le fuera la vida en ello. Por el piso volaban sus gemidos. Los de ella y los de él. Gritos de placer, aullidos provocados y compartidos. Sara le soltó las manos y le sujetó del cuello con una mientras llevó la otra a su espalda. El chico recogió saliva que caía de la comisura de sus labios, tal era el placer hacia el que Sara lo pilotaba. La mano que había desaparecido tras la espalda de ella fue a alojarse sobre el escroto de su extasiado amante. Lo acariciaba y lo sujetaba mientras continuaba con sus placenteros y sabios vaivenes.

Los muchos gemidos que flotaban por el aire se vieron superados de repente por un grito de Sara. Carlos la vio apretando los ojos y respirando agitadamente, mientras seguía haciendo bascular mágicamente su cadera. Empezó a notar cómo las paredes de su vagina le acariciaban su miembro con un delicioso ritmo final. Pegó su cara a la de él. Estaba teniendo un sabroso orgasmo. Le dio repetidos besitos cortos en los labios. Llegar y estallar con fuerza. Sólo con los labios. Necesitaba el aire.

Le respiraba con fuerza a Carlos en la cara. Le respiraba y le gritaba, cada vez más flojo mientras los movimientos de su cadera y con ellos, los que le procuraba al pene de él, se iban haciendo más cortos y violentos. El chico estaba en el cielo. Recobrando el aire Sara le dijo:

  • Qué rico, mi amor. Si te falta poco te sigo cabalgando. Si aún te queda te lo hago con la mano -y le sonrió cansada. Ver una sonrisa como aquella en tamañas circunstancias le puso más enfermo aún si cabe.

  • Sigue, sigue. Si ya casi estoy...

Sara continuó cabalgándole corto y fuerte, corto y rápido, satisfecha. Había llevado a Carlos a casi no poder articular correctamente las palabras. Y por lo visto él le había dicho la verdad porque empezó a agitarse y a gesticular a los pocos minutos. Los gestos quizá significaban que se apartara porque no quería eyacular dentro de ella. O al menos eso interpretó ella.

  • Puedes correrte dentro. Tomo la píldora -le susurró al oído.

Oír esto a Carlos le pareció mentira. Un sueño. Una barbaridad. Sara continuó meneándose, con su boca pegada a su oído provocándole con murmullos que le privaban de la razón.

  • Vamos, córrete dentro mío, Carlitos -le dijo con un hilo de voz.

Su mano volvió a acariciar sus testículos. De sus labios iban brotando palabras tiernas y lascivas que le iba gimiendo al oído. Las pelotas del chico ahora eran acariciadas por la yema de los dedos de ella, para más tarde ser sujetadas con una leve presión. Carlos, sin habla, abrió desorbitadamente los ojos y comenzó a verter su leche en el interior de la vagina de Sara, que gemía y abría la boca al notarla. Continuó un ratito más con su movimiento, para exprimirlo hasta el final.

Cuando lo dejó salir de su interior, Carlos se sintió vacío de fuerzas. Sara bajó la cabeza hasta la entrepierna de él, sujetó su polla aún erguida con la mano y le dio un lametón con la lengua plana desde la mitad del tronco hasta la punta del capullo. Se metió el glande en la boca, lo rodeó con su lengua y succionó con pasión. Esto hizo retorcerse de escalofríos a su exhausto amigo, que ya había dado todo lo que podía de sí.

Miró a Sara sin palabras. Ella lo observaba cariñosa con sus ojos almendrados atentos. Se abrazaron desnudos y sudados y el sueño los fue meciendo hacia aguas mucho más tranquilas.

La oscuridad sólo combatida por la luz de la farola de la calle dio idea a Sara de que había pasado por lo menos una hora. Las velas se habían consumido y el calor que reinaba en la habitación cuando se estaba apareando con Carlos se había disipado completamente. Se incorporó sobre los codos y miró en derredor para acostumbrar los ojos a la oscuridad.

Había dejado que el sudor se le secase en la piel y ahora sentía algo de frío. Eso hacía que las puntas de sus pechos se mostrasen endurecidas. Los cubrió con sus manos buscando calentarlos un poco. Notó a su lado el cuerpo aún dormido de Carlos. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar, como flashes, el pasional enfrentamiento que habían tenido hacía poco. Puso su mano sobre el pecho de él, casi sin vello, su piel blanca. Pero lo que más le gustaba era su tacto, su textura de carne dura. Qué buen partido se le podía sacar a esos músculos. Bajó la vista hacia su sexo. De la última vez que lo había visto guardaba un recuerdo de potente altivez. Ahora estaba relajado y pequeño, como el de un niño. De repente dio un saltito, en sueños. "A lo mejor está soñando conmigo" se piropeó mentalmente.

Carlos sintió un escalofrío y abrió los ojos. Había luz en la habitación. Recordó dónde estaba. Dónde estaba y lo que había hecho. Una ola de felicidad plena refrescó su pecho. Se sentó en la cama y notó agujetas. Con razón dicen que el sexo es el deporte más completo. Vio pasar a Sara . Llevaba puesta una camiseta interior de tirantes blanca y en las manos unas braguitas de algodón del mismo color.

  • Buenos días, dormilón -saludó.

Metió las braguitas por sus tobillos y comenzó a subirlas. Carlos alucinaba con la belleza que ella mostraba despreocupada. Y más aún con la euforia serena de después del sexo. La blanca prenda superó sus simétricas rodillas y se encaminó, a través de muslos atléticos como balas, hacia su monte. Por primera vez pudo apreciarlo con detalle, a pesar de que ya había tenido sobradas oportunidades de ello esa tarde. Lo llevaba muy bien cuidado, con su vello castaño muy corto, pero no a cuchilla. Ignoraba cómo mantenían tan bello y uniforme las mujeres su jardín. La visión le empezó a calentar de nuevo y, aunque sin fuerzas, se levantó hacia ella con claras intenciones de repetir experiencias. "Ñam ñam".

Sara terminó de ponerse la prenda y se apartó.

  • ¿Pedimos una pizza? -le preguntó mientras salía despreocupada de la habitación.

Él se quedó a medio empalmar con una pose de mímica. A mitad de un paso, los brazos medio extendidos, al igual que su miembro. Sólo pudo limitarse a ver algo frustrado como ella se alejaba caminando descalza hacia el salón, su pelo alborotado ahora recogido en una cola de caballo baja. El contoneo de sus caderas al caminar le hicieron sentirse aún más decepcionado. Y el verla paseando en ropa interior. Vaya que si le estaba apeteciendo repetir.

Cuando salió la vio colgar el teléfono. En la televisión estaba puesto el canal de videoclips musicales.

  • He pedido una tropical. ¿Te gusta, no? -él asintió-. Pues entonces a esperar. Vete vistiendo, no quiero asustar al repartidor -le hizo un gesto divertido.

  • Oye, ¿puedo quedarme a dormir? -le preguntó Carlos cuando ya iban por la mitad de la pizza.

  • Uf, mejor no, Carlos -lo miró simulando un mohín de fastidio- mi madre me ha dicho que volverá pronto y paso de que te vea aquí -mintió aliviando la decepción de su amigo con un fraternal beso en la cabeza.

"¿Cómo podría conseguir...?" cavilaba él.

  • Pero me dejarás ducharme antes de irme a casa.

Sara tomó aire.

  • Verás, es que me voy a meter yo primero y se te hará muy tarde.

  • No, da igual. O si no, ¡nos duchamos los dos juntos! Así ahorramos tiempo.

  • Carlos, mejor no. No me apetece -le miró algo fría-. ¿No te enfadas verdad? -soltó el trozo de pizza que tenía en la mano y se levantó. Él se sintió invitado a hacer lo mismo-. Tú me llamas cuando quieras, ¿vale? -le dijo ella, intentando poner ternura en su voz.

  • Claro, lo haré -intentó sonreír el chico, tragándose el orgullo y la frustración del momento.

Sara lo acompañó hasta la puerta sin decir nada y al llegar le dio un besito en los labios. "Adiós". Cerró la puerta despacio, sin hacer ruido. Menos mal que había conseguido librarse de él antes de que empezase a ponerse pesado. Sopló su flequillo hacia arriba aliviada y se sentó de nuevo en el sofá a terminar la pizza. Olfateó su ropa limpia y comprobó que ya olía tanto a sexo como ella misma. Que pensaba tomar una señora ducha antes de dormir sí era verdad. O mejor, un baño.

Quedó pensativa. Cogió el móvil entre su mano con cuidado y lo miró un rato. Mordió su labio inferior. Dejó el aparato en la mesa y se comió el último trozo de pizza. Terminó su vaso de leche y bajó el volumen del televisor.

  • Hola, Sara -descolgó Adri.

  • Hola. ¿Es tarde? -sonó suave la voz de ella.

  • No, qué va. Acabo de ver una peli. Mis padres se han ido esta noche a bailar, no te lo pierdas, y me he montado un plan yo solo -dijo simpático.

Sara se miró los pies.

  • Adri, ¿te apetece que vayamos mañana a la playa? Ya empieza a hacer buen tiempo.

  • Claro que sí, princesa. Y te cuento un secreto... si me hubieses dicho de ir a la Luna, habría contestado lo mismo -bromeó Adri bajando la voz. Sara se rió.

Sara jugaba a enrollar su flequillo en un dedo y luego estirarlo mientras se despedían. Puso el teléfono en su cargador y se dirigió al cuarto de baño para sumergirse antes de dormir en un reparador baño de espuma. Pasó antes por su cuarto y cogió la novela que estaba leyendo. La calidez del agua tibia rodeando su cuerpo y el aroma a jabón hicieron que olvidase poco a poco dónde estaba y se fuese adentrando en las calles que formaban las palabras del libro que sostenía.