Sara se atreve
Tras una semanas desde su iniciación con Q, Sara se atreve a contactar con él de nuevo. Continuación de la serie de relatos "Un regalo para Sara" https://www.todorelatos.com/relato/139607/
Hola a tod@s una vez más. Este relato es la continuación de los tres que componen " Un regalo para Sara " y cuyo primer capítulo fue https://www.todorelatos.com/relato/139607/. Recomiendo la lectura previa de los tres primeros antes de leer tanto este, como los siguientes que suba. Quiero dar las gracias a las lectoras que se pusieron en contacto conmigo por email deseando y animándome a que continuara las historias de Sara, dándome su opinión sincera sobre mis relatos, y compartiendo conmigo sus vivencias. Muchísimas gracias. Sigo abierto a cualquier tipo de comentario, opinión, o crítica. Me motiva a seguir escribiendo.
Contacto: unenoirceur@gmail.com
SARA SE ATREVE
Habían transcurrido dos semanas desde que Sara había vivido su experiencia con Q, cuando él le había entregado su regalo. Durante esas semanas, Sara había intentado seguir haciendo su vida normal. Sin pena ni gloria realizaba sus tareas cotidianas, iba a su trabajo día a día, seguía teniendo sus problemas en casa con su familia, y se mantenía cerrada a cualquier tipo de relación, lo de siempre.
No había vuelto a tener contacto con él, pero lo ocurrido se había convertido para ella en una obsesión. Pensaba en ello día tras día, durante su jornada le venían a la mente los recuerdos, como flashes pornográficos que no podía controlar. Por las noches, en la tranquilidad de su dormitorio, su cabeza volaba y recordaba las sensaciones que había vivido semanas antes en esa habitación de hotel. El olor a incienso y el perfume de Q, la humedad de su saliva, la suavidad de sus manos, el tacto del corsé en su cuerpo, el dolor dulzón de cada azote. Sara recordaba mientras se excitaba, chupaba sus dedos intentando recuperar en ellos el sabor a Q. Acariciaba su cuerpo añorando las sensaciones que el maltrato de Q le habían provocado. Nada era igual. Cada noche Sara cerraba sus ojos y sus sábanas se empapaban con su sudor y su flujo mientras se masturbaba abrazada a sus recuerdos. Algo en su vida había cambiado y esa nueva obsesión y necesidad no iban a desaparecer.
Por un lado, Sara temía dar el siguiente paso. No tenía ni idea de lo que prepararía Q si volvía a tener contacto con él y eso le asustaba un poco. Por otro lado, cada día que pasaba su excitación acumulada se acrecentaba, no podía dejar de pensarlo y de revivir mentalmente las imágenes de su iniciación.
Fue entonces, en esa noche de la recién estrenada primavera, mientras que tumbada desnuda en su cama recordaba rozando con sus dedos su ya húmeda entre pierna, cuando se armó de valor y cogiendo su móvil decidió contactar de nuevo con Q.
- Buenas noche Señor. Tengo que hablar con usted. – escribió Sara mientras la luz de la pantalla se reflejaba en sus ojos claros en la oscuridad de su cuarto.
El simple hecho de tomar al fin la decisión de escribir este mensaje a Q, después de darle tantas vueltas durante todos esos días, hizo que la excitación de Sara aumentara de golpe. Miraba fija la pantalla esperando deseosa una respuesta inmediata que no llegaba. Dejó su móvil sobre su cama y sin apartar la vista de él con su mano izquierda Sara comenzó a acariciar sus pechos, sus pezones se habían endurecido como por arte de magia justo en el momento en el que había pulsado el botón de “Enviar”.
Sara se incorporó, babeó su mano, y mientras apoyaba su cabeza sobre el colchón hizo que su cuerpo tomara una posición que facilitaba que con su otra mano sus dedos se deslizaran libres entre sus glúteos. Porque eso era otra novedad para ella, desde su encuentro con Q había descubierto el morbo y el placer que le provocaba el juguetear con esa parte de su cuerpo que antes había estado vetada para sus antiguos compañeros de cama. Sara había continuado experimentando por su cuenta, y en los innumerables momentos de intimidad durante esas dos semanas, en los que en su habitación se masturbaba y llegaba al orgasmo, había incorporado su aún poco experimentado ano a sus momentos de ardor. La sensación de haber sentido con Q como su culo permanecía lleno mientras él usaba a su antojo su empapado coño se había vuelto otra obsesión para ella, pero no había conseguido sentir lo mismo en su solitario consuelo, aunque lo había intentado.
A cuatro patas sobre su cama, Sara frotaba su mano derecha con su empapado coño, sus dedos desaparecían en su interior mientras la palma de su mano rozaba su abultado clítoris. La otra se deslizaba desde su coxis introduciendo la punta de su dedo corazón abriendo levemente su culo. Cerraba sus ojos dejando que las imágenes vividas en esa añorada habitación de hotel se sucedieran una tras otras en su mente. Entonces sintió la vibración de su móvil y Sara paró en seco y lo cogió.
- Buenas noches perra. ¿Qué quieres decirme? – leyó Sara aliviada mientras sonreía nerviosa
- Me lo he pensado bien y he decidido que quiero ser de nuevo su perra, Señor. – contestó Sara de inmediato.
- No te equivoques, no has dejado de ser mi perra desde tu iniciación. No estoy muy contento con que hayas dejado pasar tantos días hasta asumirlo, así que no creo que estés dispuesta a todo realmente – respondió Q haciendo que Sara comenzara a sentirse intranquila.
- Lo siento mucho Señor, tenía miedo a contactar de nuevo con usted, pero sí estoy convencida de aceptar todo lo que me tenga preparado – escribía nerviosa Sara olvidando del todo sus anteriores miedos. Sus temores habían sido sustituidos en su mente por su necesidad.
Sara miraba la pantalla de su móvil anhelando una contestación. Los segundos pasaban sin respuesta de Q. La ansiedad iba adueñándose de ella. Nunca pensó que Q pudiera despreciar que ella volviera acceder a sus deseos, pero así estaba sucediendo. Tras los que fueron unos interminables instantes para ella, su móvil volvió a vibrar.
- No lo creo. – respondió Q mientras los ojos de Sara se abrían como platos a leer dicha frase.
- Señor, le prometo que estoy dispuesta a todo, necesito que me use a su antojo – contestaba rápidamente Sara presa de una angustia que nunca antes había experimentado.
- Por favor, Señor. ¿¿Cómo puedo convencerle?? – volvía a escribir Sara de una manera desesperada al ver que volvían a pasar los segundos sin recibir la esperada respuesta.
Sara observó el doble check que certificaba que Q había leído su mensaje. Ante su ya total desasosiego volvían a pasar los segundos en la nada. Además, el estado de Q ya no figuraba como “En línea”. Sara no podía dejar de mirar su móvil, congelada, esperando, deseando leer que Q estaba escribiendo algo al menos, pero no era así. Pasaron varios minutos sin cambios mientras la zozobra de Sara alcanzaba sus máximas cotas. Asumió que Q no le iba a contestar más si ella no intentaba algo.
Entonces recordó algo. Sara levantó su cuerpo desnudo, puso sus pies en el suelo a toda velocidad, y se acercó al espejo de cuerpo entero que estaba situado en una de las esquinas de su cuarto. Comenzó a arrastrarlo hasta situarlo justo delante de su cama. Volvió entonces a sentarse sobre el colchón frente al espejo. Empezó compulsivamente a sacar fotos con su móvil a su reflejo. Iba viéndolas, pero ninguna le convencía. En su momento y durante mucho tiempo, en sus largas conversaciones nocturnas con Q que solían tornarse en sexuales, él le había pedido que le enviara alguna foto morbosa. Ella en todas las ocasiones se había negado a ello. Ahora, agónica, pensaba que esto era su última oportunidad para convencerle. Ahora le daban igual sus anteriores reticencias, lo único que quería es que él aceptara el volver a hacerla suya.
Miró fijamente su cuerpo desnudo en el espejo intentando calmarse. Sus pezones continuaban estando erectos. En su pubis rasurado se intuían los restos de su anterior humedad. Como en su anterior encuentro con Q él se había alegrado al encontrárselo sin bello alguno, Sara lo había seguido manteniendo así ya que inconscientemente seguía queriendo complacerle. Empezó a pensar qué tipo de foto le podría gustar más a Q, con cuál tendría más probabilidades de convencerle.
Intentó calmarse y se concentró. Se arrodilló en su cama, dejó reposar su trasero sobre sus pies, escupió en la palma de su mano derecha, y comenzó a extender su saliva sobre sus pechos desnudos. Miraba al espejo mientras frotaba su piel y sus pezones consiguiendo que la humedad fuera visible sobre toda la extensión de sus tetas. Separó sus rodillas y así sus muslos, introdujo dos dedos en su interior recogiendo con ellos parte del flujo que aún encharcaba su coño que apenas hacía media hora ardía. Al igual que con sus pechos consiguió a base de extender su humedad que todo su pubis brillara húmedo en su imagen en el espejo. Sin más volvió a coger su teléfono y lo enfocó hacia el espejo. Bajó la mirada cómo Q le había exigido en su iniciación y mientras con su otra mano separaba con sus dedos sus empapados labios vaginales, sacó una sola foto. Sin más pulsó “Enviar” y se quedó petrificada esperando ansiosa alguna posible reacción de Q. El paso de los segundos se hacía interminable
- Veo que intentas convencerme y eso está muy bien, perra. ¿Estás segura de seguir con esto? – leyó Sara mientras sonreía realmente contenta y aliviada.
- Claro que sí, sin duda Señor, estoy dispuesta a todo lo que me tenga preparado. – contestó ella rápidamente.
De nuevo pasaron unos segundos que a Sara se le hicieron eternos, pero estaba claro que Q disfrutaba con la situación por la que intuía que ella estaba pasando. Podía oler su nerviosismo y sentía como ella estaba en sus manos después de haber recibido una foto al fin como la que tantas veces le había pedido.
- Antes de que tome una decisión quiero que me contestes con sinceridad, perra. Esto es muy importante y quiero que recuerdes lo que más disfrutaste el otro día. Te voy a dar dos opciones, y tienes que elegir una rápidamente, sin más. – Sara leía extrañada en la pantalla lo que parecía ser un nuevo juego.
- ¿Humillación o Dolor?
- Humillación. – contestó ella sin pensárselo. Tenía muy claro el morbo que había sentido al sentirse así de humillada por primera vez en su vida. A pesar de que el dolor también le había producido placer, durante esas dos últimas semanas había repasado una y otra vez en su mente los momentos en los que se había sentido más humillada, disfrutándolos de nuevo
- Está bien. Mañana a las 22:00 en punto te quiero limpia, perfumada, maquillada y preparada en tu portal, pasará a recogerte un coche. La ropa que lleves me es indiferente, ya te pondrás la que yo desee cuando nos veamos. Si subes a ese coche no hay vuelta atrás, tenlo presente. Lo que sí te exijo es que en esta ocasión lleves el piercing de la lengua, en nuestro anterior encuentro no lo llevabas puesto y me decepcionaste. Esta vez lo vas a necesitar. – esto último era cierto, ya que Sara solía quitárselo en ocasiones cuando estaba en casa por comodidad. Cuando fue raptada por Q no lo llevaba ya que no esperaba “necesitarlo”.
- Muchas gracias, Señor. Estaré preparada a la hora indicada.
Sara estaba feliz. Había conseguido convencer a Q. Su felicidad se mezclaba con su excitación mientras pensaba lo que podría vivir la noche siguiente. La tensa espera a las respuestas de Q había sido como una leve tortura para ella, y sinceramente lo echaba de menos. Soltó su móvil sonriendo y sin más volvió a penetrarse con dos de sus dedos. Ambos llegaron a lo más profundo de su interior abriéndose paso en su ya más que húmedo coño. Mientras se masturbaba imaginaba su próximo encuentro. ¿Qué pasaría? ¿Cuáles serían sus nuevas vivencias? ¿Qué prepararía la viciosa mente de Q para humillarla? Sara se masturbaba sin parar mientras con su otra mano acariciaba y pellizcaba uno de sus pezones. Fue aumentando el ritmo hasta que terminó en un explosivo orgasmo que le dejó sin respiración. Después de esto cayó profundamente dormida.
Al día siguiente Sara se despertó relajada. Fue a trabajar y realizó sus tareas diarias sin dejar de pensar en lo que le esperaba por la noche. Cada minuto que pasaba estaba más nerviosa, pero también su impaciencia se sumaba a su progresiva excitación. En cuanto llegó a su casa esa tarde fue directa al baño a prepararse. Aunque no lo necesitaba volvió a depilarse entera, no quería dejar escapar ningún pequeño detalle que hiciera enojar a Q. Luego se dio una larga ducha, eligiendo cuidadosamente uno de sus geles cuyo aroma era su preferido, secó y peinó su oscura melena, y se maquilló con tonos oscuros, cómo cuando lo había hecho para Q en ese añorado hotel.
A pesar de que Q le había dicho que se vistiera como ella quisiese sin darle importancia, Sara eligió cuidadosamente su indumentaria. Cogió de su armario un conjunto de sujetador y tanga negros que a ella le encantaban y se los vistió. Hacia buena temperatura, así que cubrió su cuerpo con un vestido fino de algodón también negro cuya falda cubría sus muslos por encima de la rodilla. Se calzó unas zapatillas de cordones para estar más cómoda y completó su atuendo con una cazadora corta de cuero negro. Se miró fijamente al espejo y se veía muy guapa. Luego abrió una cajita de madera que tenía en la estantería, se colocó cuidadosamente en su lengua una barrita de metal quirúrgico que la atravesaba y que coronó con la pequeña bola de color negro que completaba el piercing.
El móvil vibró de repente a falta de diez minutos para la hora señalada.
- Espero que estés ya preparada. Vas enviarme ahora mismo una foto para que vea cómo vas vestida. – Sara obedeció al instante, se sacó una foto en su espejo y se la envió a Q.
- Veo que ya estás dispuesta y eso está muy bien. Me gusta tu elección de ropa. Supongo que bajo ese vestido hay unas bragas que sobran. Así que ya sabes lo que tienes que hacer antes de bajar al coche. Ya te está esperando, así que obedece y no olvides el teléfono.
Tras un leve momento de duda, Sara bajó por sus piernas su bonito tanga y lo dejó sobre su cama sin más miramientos. Guardó su móvil en su cazadora y bajó a su portal. Delante de él había un gran coche negro con cristales tintados, abrió la puerta y se subió en él. El conductor inició su marcha en cuanto Sara cerró la puerta. Sara sintió el frío del cuero del asiento en sus nalgas lo que hizo que ajustara la tela de la falda de su vestido a modo de barrera. Él no dijo nada, pero podía apreciar como la miraba y repasaba su cuerpo de arriba abajo por el espejo retrovisor del interior del coche. De nuevo su teléfono vibró.
- Quiero que subas la falda de ese vestido tan bonito que llevas hasta tu cintura y que abras bien los muslos. Vas a hacer que el chofer que te he enviado sea un poco más feliz mientras te trae ante mí. Si no obedeces lo sabré. Obedece, perra.
- Como ordene, Señor. – contestó ella.
Sara se moría de vergüenza, pero pensó que si desobedecía a Q luego sería peor. No tenía ni idea de cómo podría enterarse él, pero no quería comprobarlo. Así que lentamente fue subiendo su falda hasta sus muslos, dio un pequeño saltito para que la tela se liberara de debajo de su trasero, y volvió a sentir la piel animal del asiento pegada a la suya. Los ojos de Sara permanecían fijos en el espejo del conductor que parecía seguir atento a la conducción. Cuando su falda rodeaba al fin su cintura dejando la desnudez de la suave piel de sus muslos a la vista, fue abriendo poco a poco sus piernas mientras su rostro se tornaba rojo de vergüenza. Justo en ese instante el coche paró en un semáforo y pudo apreciar desde el espejo como los ojos del chofer se clavaban de nuevo en su cuerpo. Él de inmediato comenzó a ajustar el espejo con su mano para tener una mejor visión del espectáculo. Un espeso silencio llenaba el habitáculo del coche. Sara tenía claro que el tipo se había dado cuenta y ahora su mirada se clavaba directamente entre sus piernas. La situación, nueva para ella, hacía que su vergüenza confrontara en su interior con la excitación que de manera incomprensible estaba comenzando a notar. No sabía por qué, pero así era. El viaje continuaba a buen ritmo atravesando las afueras de Madrid y el chofer aprovechaba los semáforos para depositar su mirada una y otra vez entre los muslos de Sara que permanecían abiertos.
- Muy bien, perra. Lo estás haciendo muy bien – pudo leer en el nuevo mensaje que llegaba a su móvil. Estaba claro que de alguna forma Q lo estaba viendo todo.
- Ya estáis llegando, pero antes vas a chuparte dos de tus dedos. Quiero esos dos dedos bien mojados y que luego te sobes con ellos tu coño. Tengo la sensación de que ya debe de estar un poco mojado. ¿No es así, perra?
- Un poco, Señor. – contestó Sara. Q tenía razón. Desde que los ojos de su compañero de viaje se clavaron entre sus muslos ella se había comenzado a mojar.
- Pues ya sabes lo que quiero. Recompensa el viaje con un bonito espectáculo, puta. En cuanto lleguéis al destino y tengas tus dedos bien mojados con tu flujo quiero que se los des a probar. Luego te vas a follar con ellos hasta que te corras para él, haz que disfrute del espectáculo.
Sara, aún avergonzada, acercó sus dedos a su boca y empezó a chuparlos mirando fijamente al retrovisor. Los ojos del conductor luchaban entre prestar la atención a la carretera, y fijarlos en el espejo centrando su vista en la jugosa boca de Sara. La lasciva mirada del tipo había conseguido que ella comenzara a disfrutar mucho con la situación mientras su lengua rozaba ambos dedos. Sus babas los embadurnaban extendidas por la pequeña bolita del piercing.
Entonces el coche se detuvo. Sara miró por la ventanilla y reconoció rápidamente el lugar, era el mismo hotel del primer encuentro con Q. El conductor no dijo ni una palabra, tiró del freno de mano y giró su cuerpo para contemplar directamente a Sara. Hasta entonces ella no había podido verle bien. Era un cincuentón de pelo corto canoso y rasgos duros. Un traje gris vestía un cuerpo con exceso de delgadez. Sus ojos oscuros reflejaban una violenta mirada que ahora permanecía fijada directamente en los de Sara.
Sin más, ella sacó sus dedos de su boca llenos de su saliva y los apretó contra su ya completamente mojada vagina. Él siguió el movimiento de Sara mientras los dedos desaparecían completamente en su interior. Sin dejar de mirarle, y tras un suave movimiento dentro de su coño, Sara los volvió a sacar a la luz empapados por su flujo y extendió la mano hacia el rostro del conductor. Él inmediatamente, y sin retirar su mirada, los atrapó con su boca y los empezó a chupar saboreándolos. Ella notaba como la lengua de ese desconocido realizaba un intenso baile con sus dedos. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Sara y en su mente la vergüenza vivida unos instantes antes ya era sólo un recuerdo, ahora lo que imperaba era una sensación de intenso morbo. Tras unos segundos los sacó de la boca de su acompañante y volvió a acercarlos a su coño.
Sara comenzó a masturbarse mientras se percataba de como el tipo se bajaba la cremallera del pantalón de su traje y hacía que su ya erecta polla asomara. Ella pudo ver perfectamente entre los dos asientos del coche como de ese pantalón cientos de canosos pelos púbicos aparecían rodeando un oscuro rabo de tamaño normal, aunque especialmente ancho, y como él comenzaba a acariciar su piel que estaba adornada por unas dilatadas venas. Sin dejar de jugar con sus dedos en su interior, Sara no podía apartar la vista del luminoso y ya húmedo glande coronado de líquido pre seminal que su chofer frotaba rítmicamente. Sara comenzó a jadear mientras se penetraba. Acercó su otra mano a su raja abierta y empezó a frotar con fuerza su clítoris. Su flujo comenzaba a mojar el cuero del asiento. Iba acercándose a su orgasmo mientras él seguía aumentando el ritmo de su paja, clavando sus ojos en las manos de Sara. Así iban pasando los segundos y mientras ella incrementaba la velocidad del movimiento de sus manos, él acompasaba su masturbación a la de ella. En el preciso instante en el que ella llegaba al clímax, Sara pudo observar nítidamente como varios chorros de semen se proyectaban con fuerza desde esa polla que no podía parar de mirar. Mientras ella sentía todo su cuerpo agitarse y mantenía sus dedos clavados empapándose en su interior, surcos grumosos de leche se acumulaban en la mano con la que aún seguía la paja su espectador. Los ojos del conductor se clavaban en los de Sara mientras ríos de brillante semen chorreaban pos esa mano que iba disminuyendo sus movimientos.
La calma volvió al interior del coche y entonces el conductor acercó sin más su mano pringosa y cubierta de líquido espeso a la cara de Sara. A pesar de que no había sido una de las exigencias de Q, ella presa del calentón acercó su boca a la mano y comenzó a recoger con su lengua toda esa leche acumulada. Mirando fijamente a sus ojos, fue chupando dedo a dedo y luego engulló los restos que aún manchaban la palma, saboreando el néctar amargo hasta dejar completamente limpia la mano del conductor.
- Ya estás aquí, perra. Veo que has disfrutado del viaje. Reconoces perfectamente el lugar así que en cuanto subas las escaleras y entres ya sabes dónde está el baño. En los armarios del último día encontrarás lo que tienes que ponerte. Ya sabes lo que debes hacer. – Sara leía el último mensaje de su móvil mientras bajaba del coche, colocando de nuevo su vestido en una posición más púdica sin mirar atrás, y comenzaba a subir por las escaleras del hotel hasta su añorada habitación.
Sara abrió la puerta y de inmediato el fuerte aroma a incienso golpeó su cara. Por su mente pasaron rápidamente todos los recuerdos de lo que había vivido antes en esa habitación de hotel y se estremeció. Cerró la puerta tras de sí, y pudo observar la figura de Q sentado en el sillón en la sala al fondo del pasillo. Ella obediente abrió la puerta del baño que quedaba justo en la entrada a la habitación. De nuevo los focos de la estancia la deslumbraron y tras un par de segundos pudo reconocer los dos armarios que en su momento ya había utilizado. Se miró al espejo y se percató de que algún pequeño resto de semen manchaba la comisura de sus labios. Se dispuso a limpiarlo, se enjuagó la boca con un colutorio que encontró junto al lavabo, y se retocó un poco con su pintalabios. Su aspecto y el morbo vivido en el trayecto hasta el hotel hicieron que se sintiera casi segura de estar preparada para lo que Q dispusiera para ella.
No tardó en descalzarse, quitarse su cazadora, y en dejar caer su vestido a sus pies. Desabrochó su bonito sujetador negro y repasó su cuerpo desnudo frente al espejo. Estaba muy excitada, la experiencia vivida en el coche la había activado claramente, se había quedado con ganas de más. La visión de ese desconocido machacándosela por ella le había subido la lívido al máximo. Sus duros pezones apuntaban hacia el techo de ese baño y su entrepierna se mantenía aún húmeda. No podía dejar de acariciar sus pechos mientras se miraba al espejo.
Entonces abrió el armario buscando la ropa que Q le había dejado preparada para vestirse en esta ocasión. Para su sorpresa, dentro del armario lo que encontró fue simplemente el precioso collar con argolla de la anterior vez, unas bonitas medias negras con encaje similares a las de hacía dos semanas, y unos zapatos de tacón negros brillantes a juego. Abrió el otro armario, pero no encontró nada más. Extrañada comenzó a ponerse las medias lentamente, le encantaba su tacto y junto a los zapatos hacían que sus piernas parecieran más estilizadas. Después de esto colocó alrededor de su cuello el precioso collar y se lo ajusto a la nuca. Le hipnotizaba ese collar, su tacto, el terciopelo del interior, su color, pero sobre todo lo que implicaba.
Sara se dio un último repaso frente al espejo y salió del baño. Unos pasos más allá se encontraba la habitación en la que tanto placer había vivido. Cruzó el marco de la puerta y ahí se detuvo firme y de pie, mostrando su desnudez a Q. Ya no sentía atisbo de vergüenza al estar desnuda ante él. Podía verle a unos metros de ella, con un traje oscuro y una camisa del mismo tono, sentado en el sillón, bebiendo de una copa con hielos, y disfrutando una música suave mientras que de su cigarrillo el humo creaba un hermoso baile en el ambiente retorciéndose juguetón junto al del incienso.
- Buenas noches, perra. Por fin llegaste. – le dijo Q mientras repasaba con su mirada su cuerpo de arriba abajo.
- Buenas noches, Señor. – respondió ella.
- Has sido bastante obediente de camino hasta aquí, y eso me complace. Lo que no he entendido es lo que has hecho justo antes de bajar del coche, y que yo no te había ordenado. ¿Puedes explicarme por qué he visto como limpiabas así la mano de tu conductor si yo no te lo había permitido? – le inquirió Q mientras ella permanecía en silencio a la entrada de la habitación.
- No lo sé, Señor, no sabía qué tenía que hacer… - respondió Sara avergonzada.
- Yo sí lo sé, perra. ¿Acaso no estás cachonda como la cerda que eres?
- Sí, Señor. – respondió ella mientras bajaba su mirada.
- Así que mi perra como está cachonda ha decidido tomar sus propias decisiones. – le respondía Q mientras se levantaba del sillón.
Q apagó su cigarrillo en el cenicero que tenía al lado del sillón y caminó lentamente hasta el lugar en el que Sara permanecía de pie. Ella sin levantar la mirada pudo volver apreciar el perfume de Q cuando él ya estaba a escasa distancia, le encantaba ese olor. Sin mediar palabra, Q acercó su mano a la entrepierna de su esclava e introdujo dos dedos en su coño de golpe que no tuvieron la más mínima resistencia debido al exceso de humedad que ella acumulada ya ahí. Sara sorprendida suspiró y de su boca escapó un pequeño gemido. Con su otra mano Q agarró la cara de Marta y la apretó con fuerza acercándola a la suya
- Ya veo que has disfrutado tanto del trayecto como el conductor, cerda. Que sea la última vez que tomas tus propias decisiones sin pedirme permiso– dijo Q mientras movía los dos dedos a su antojo en el interior de la húmeda vagina de Sara.
- Sí, Señor. Lo siento mucho, Señor. - contestó ella.
Tras unos instantes, Q sacó los dedos de dentro de Sara, para meterlos directamente en la boca de su presa.
- Me has manchado la mano, perra. Pero veo que hoy si llevas el piercing de tu lengua. Límpiamela como has hecho antes, se te veía experimentada.
Sara comenzó a succionar los dedos de Q, daba lametones con su piercing mientras él jugaba y los metía y los sacaba de su boca a su antojo deformándola. Q, mientras ella se aplicaba con la boca, sacó de su bolsillo la misma cadena que ya conocía Sara. Con un sutil movimiento unió el enganche de la cadena a la argolla del collar de su esclava. Un escalofrío recorrió el interior de Sara cuando escuchó el “clic” en su cuello.
- Vas a tener que compensar tu desvergüenza al tomar tus propias decisiones, ya veremos cómo. Al suelo de rodillas, perra. – le exigió Q
Sara se arrodilló en el acto, permaneciendo con la mirada baja como ya sabía que le gustaba a su Señor. Él comenzó a caminar sujetando la cadena con su mano y obligando a que Sara le siguiera a gatas hasta el sillón. Cuando llegaron hasta él, Sara se detuvo mientras él se volvía a sentar. Q dio un pequeño tirón de la cadena indicando que ella avanzara un poco más, quedando así situada de rodillas entre las piernas de Señor. Ella seguía sin mirarle a la cara manteniendo su cabeza baja. Q dio un sorbo al whisky con hielo que se alojaba en su copa. Absorbió uno de los hielos y con su mano lo sacó de su boca. Acercó su mano a uno de los ya erectos pezones de Sara y comenzó a rozarlo con el hielo. Sara dio un pequeño respingo al sentirlo mientras su pecho reaccionaba, su pezón llegaba a su máxima erección y su aureola se contraía a su alrededor. El brillo húmedo que ahora emanaba uno de sus pechos fue directamente igualado cuando Q decidió pasar directamente el hielo por su otro pezón. De nuevo Sara dio otro respingo. Q observaba las reacciones de ella sonriendo mientras el hielo se derretía y el agua chorreaba por el estómago de Sara.
- Así que estás cachonda, perra. Supongo que también te has quedado con hambre. ¿No es así?
- Sí, Señor. – respondió cabizbaja Sara.
- Muy bien, hoy te vamos a dejar satisfecha para que no pases hambre en mucho tiempo. Primero quiero certificar que ciertamente estás hambrienta como dices. Ya que el otro día lo hice yo todo, por el momento hoy te vas a servir la comida tú sola. Quiero comprobar qué tal se te da, así que ya sabes lo que tienes que hacer. Pero lo primero de todo es que quiero que me descalces.
Sara comenzó a desenlazar los cordones de los zapatos de Q y una vez desabrochados sus cordones retiró primero un zapato y después el otro con extrema suavidad. Un instante después ella se esmeró en quitar ambos calcetines desnudando del todo los pies de su Señor. Ella no se había fijado hasta ese momento, pero eran unos pies bonitos, aunque de un tamaño bastante grande debido a su alta estatura. Las uñas estaban cortadas con cuidado y la piel era suave.
- Lámelos. – le ordenó Q.
Sara agachó su cabeza hasta el suelo elevando su trasero desnudo al hacerlo y comenzó a pasar su lengua por los dedos de los pies de su Señor.
- Mírame mientras lo haces, puta.
Ella elevó su vista buscando la mirada de Q que se clavaba en sus ojos. Mientras chupaba uno a uno los dedos, los metía en su boca, jugaba con ellos, y recogía sus propias babas secándolos. La bolita de su piercing recorría cada centímetro de los pies de su Amo. Así estuvo varios minutos mientras Q disfrutaba de la escena.
- Muy bien, perra. Sí que tienes hambre, ahora sírvete el plato principal tú misma.
Sara entendió el mensaje. Dirigió sus manos a las rodillas de Q , que se encontraban a cada lado de su cuerpo, y fue acariciando lentamente la tela del pantalón mientras las movía hacia su objetivo recorriendo los muslos de su Señor. Pudo entonces palpar cómo bajo la cremallera de ese pantalón la polla de su Amo se encontraba ya bastante animada. Comenzó a masajear el bulto que se intuía bajo el tejido con una de sus manos, mientras que la otra la llevo a la hebilla del cinturón para abrirla. Sin parar su masaje desabrochó el botón del pantalón. Q la observaba desde arriba como un sátiro risueño. Poco a poco fue bajando del todo la cremallera del pantalón. El bulto que masajeaba Sara iba en aumento, aunque ahora ya sólo le impedía su contacto directo la fina tela del boxer negro de Q. Tres imposibilitaban que asomara lo que se encontraba en su interior.
- Estos botones los vas a abrir con la boca, si tu habilidad va pareja a lo cerda que eres no será para ti gran problema. Si consigues abrirlos te lo pondré más fácil después.
Sara acercó su boca al primer botón, el más cercano a la cintura de Q. Al respirar tan cerca de su cuerpo pudo disfrutar plenamente de una bocanada de aire repleta de la fragancia del perfume de Q. El simple hecho de disfrutar de ese olor tan cerca hizo que de nuevo Sara se mojara un poquito más. Empezaba a estar realmente excitada. Con un poco de esfuerzo y utilizando sus dientes y su lengua consiguió desabrochar el primer botón.
- Muy bien perrita, lo estás haciendo muy bien. – le felicitó Q.
Ella masajeaba con constancia el bulto de la entrepierna de Q mientras que poco a poco, y mediante suaves mordiscos, conseguía desabrochar los dos botones del bóxer que quedaban cerrados. Sara cogió con ambas manos la cintura del bóxer y del pantalón y tiró hacia abajo despojando por completo a Q de su ropa. Él colaboró lo justo levantando su trasero del sillón en el que permanecía sentado.
- Muy hábil, cerda. Ahora demuéstrame lo que sabes hacer. Aliméntate de mí...
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