Sara me masturba con las fotos de su hija

Una madurita me pilla mirando una foto de su hija universitaria y me pajea mientras me enseña más

Os hablaré primero de Sara. Cuando yo la conocí, acababa de cumplir 48 y se había divorciado un par de años atrás. Era rubia, teñida, con una melena de pelo ondulado que le caía hasta los hombros, ojos marrones, labios gruesos y una barbilla redondeada. Algo rellenita, normal para su edad, pero conservaba un cuerpo bien proporcionado, con unos pechos generosos y unas piernas fantásticas que terminaban en un culo algo grande.

La conocí en un chat de sexo. Estuvimos unos meses conversando , compartiendo fantasías, masturbándonos a través del chat. Ella ya había superado su separación y ahora quería disfrutar de su sexualidad liberada. Por suerte yo, que era un jovencito recién llegado a la adultez, me puse en su camino.

Quedamos un par de veces, follamos. En la cama era una bestia desatada, no tenía miedo a probar nada y averiguar lo qué le gustaba y lo que no. Es más, tantos años de matrimonio abocado al fracaso, habían hecho que acumulase una serie de fantasías pendientes que se empeñaba en probar conmigo. Por supuesto, yo estaba encantado.

Un fin de semana me invitó a su casa. A sus hijos les tocaba ir con su padre y, en aquellas ocasiones, Sara aprovechaba para desmelenarse. Yo no era el único con el que se desfogaba, claro. Pero tampoco me importaba, poder disfrutar del cuerpo de aquella madura de la edad de mi madre ya era un regalo para mi.

Estuvimos tomando una copa antes de ponernos al lío. Sara se había puesto un vestido de falda corta que dejaba sus piernas libres hasta los muslos y, además, llevaba unos tacones que realizaban su figura. Su escote, aunque no demasiado atrevido, me permitía apreciar sus pechos abultados. Se había pintado los labios de rojo intenso. Le gustaba sentirse sensual vistiendo así, quería resultarles irresistible a los hombres. Y desde luego lo conseguía.

Ella se pegó a mi. Con sus dedos juguetones recorría mi cuello, mi pecho. Yo acariciaba sus muslos, con lentitud, hasta poner las manos sobre su culo. Entonces nos besamos. Sabía al gintonic que se estaba tomando, su lengua cálida buscaba la mía en mi boca. Me apretó contra ella. Sentí sus pechos aplastándose contra mi torso.

-Ahora vengo -dijo ella. Se levantó y fue al baño.

Yo aproveché para apurar mi copa de ron. Entonces mis ojos se fijaron en una foto de Sara con su hija. No me había hablado mucho de Almudena, en realidad, lo único que sabía es que era un poco mayor que yo y que iba a la universidad, pero ahora que la veía por primera vez, me pareció una preciosidad. Había sacado algo de la belleza de su madre. Tenía la misma sonrisa, las facciones redondeadas, aunque los ojos eran distintos. Me acerqué a la foto para verla mejor. Desde luego, ambas eran atractivas.

-¿Te gusta mi hija?

Me sobresalté al escuchar la voz de Sara a mi espalda. Cuando miré, vi que estaba desnuda. Solo llevaba puestos los tacones. Se acercó a mi con un paso marcadamente lento, sensual, pero se preocupaba mucho de que sus tetas, algo caídas ya por la edad, botasen suavemente a cada paso.

-Solo estaba mirando -me excusé.

-Ya lo veo. Pero te he preguntado si te gusta mi hija -dijo cuando se puso junto a mi.

Yo no respondí al momento, ella fue más rápida. Pasó sus dedos por mi paquete. Lo apretó. Me mordisqueó el cuello.

-Mmm ya veo que sí te gusta.

-Uff, sí -estaba ya muy caliente.

-¿Quieres que te enseñe fotos suyas?

No tarde en asentir. Ella me sentó en el sofá y buscó su tablet. Vi que entraba en Facebook y buscaba el perfil de su hija. Directamente fue a la sección de fotos. Luego me lo tendió para que yo lo sujetarse.

En la primera foto vi a Almudena de fiesta con unas amigas. Estaba preciosa, con una camiseta que marcaba sus tetas que, ahora veía, había heredado de su madre. Llevaba una faldita vaquera y se podía intuir por debajo de las rodillas unas botas altas.

-¿Qué te parece? -Sara abrió mi pantalón y dejó libre mi pene. Comenzó a acariciarlo. Sentía sus dedos, algo fríos, recorrerme desde los testículos al glande, que ya palpitaba.

-Es una preciosidad.

-¿Crees que esa noche se follaría a uno?

Aquella pregunta me puso a cien. Su propia madre hablando así de su hija mientras comenzaba a masturbarme.

-Mmm seguro.

-Tiene un poco pinta de guarrilla, ¿verdad?

-Lo habrá sacado de su madre.

Sara soltó una risita y luego atacó mi boca. Me besó lento, con mucha lengua. Luego mordisqueó el lóbulo de mi oreja.

-Pasa a otra.

Estuve recorriendo las fotos de Almudena hasta que llegué a un viaje a la playa que había hecho a principios de verano. Con gafas de sol y en un bikini que me dejaba admirar sus preciosos pechos. Sara gimió a mi lado al verla.

-¿Te gustan sus tetas?

-Me encantan. Son enormes.

-Mm son como las mías. Tenemos la misma talla -Me las puso en la cara para que pudiese catarlas. Yo hice lo que sabía que le gustaba. Lamí sus pezones, los marqué con los dientes y tire suavemente de ellos. Ella bajó su boca por mi pecho hasta que llegó a mi polla. Lamió mi glande, dejó escapar algo de saliva para lubricarme y comenzó a mamar. Oí los ruidos de su felación, sorbidos, gemidos…

-Dime que la harías -dijo con la boca llena.

-Mmm me comería esas tetazas -Sara gimió al escucharme-. Mordería sus pezones como hago contigo, la llenaría de mis babas.

-Sigue.

-Luego me comería su coño.

-¿Cómo crees que lo tiene?

-Seguro que estrecho. Con los labios cerrados. Delicioso.

-Ufff si.

-Y después haría que me la comiese.

-Mmm.

-Así -apreté la cabeza de Sara, guíe su manada unos movimientos. Ella gemía como una loca, con la boca llena y babeando sobre mí rabo.

-¿Le gustará mamar? -dijo cuando dejé que respirase un poco.

-Tiene cara de comepollas.

-Uff, ¿si?

-Como su madre.

-Mmmm.

-Seguro que le encanta que se corran en su cara.

-Uff a mi me gusta.

-Mm ya lo sé.

Sara siguió chupando mientras yo pasaba fotos de su hija. Llegué hasta una que me puso mucho. Almudena estaba con un vestidito escotado que se ajustaba a su cuerpo y realzaba su figura. Sus curvas eran una delicia. La cámara estaba por encima de su cabeza, así que no sólo podía disfrutar de sus tetas, si no que casi podía imaginarla de rodillas frente a mi. Lancé un fuerte suspiro. Sara me interrogó con la mirada. Le enseñé la foto.

-Ufff.

-Joder como me pone tu hija.

-Mmm que cabrón. Yo comiéndotela y tu mirando fotos de Almu.

-Quiero follármela.

-¿Cómo?

-A cuatro.

Sara de apartó de mi rabo y se puso sobre el sofá. Su culo frente a mi cara.

-¿Así?

-Mmm sí -dije mientras comenzaba a lamer su raja. Sus labios gruesos estaban empapados. Dejaban escapar un fuerte aroma cálido.

-Fóllame como lo harías con mi hija.

Me puse detrás suyo mientras, desesperado, trataba de ponerme el condón. Acaricié sus labios con mi glande. Ella gimió con fuerza. Empecé a meterla. Estaba tan lubricada que no tuve problemas en meterla hasta el fondo. Comencé a moverme, ella recibía con largos gemidos.

-Seguro que a Almudena le gusta esto -dije mientras le daba un azote. A Sara no le gustaba que palmease sus nalgas, me lo había dejado muy claro en nuestro primer encuentro.

-Uff que cabrón -dijo entre jadeos.

-Dejaría rojo el culo de tu hija.

-Mmm… ahh… síii.

Luego se puso con las piernas abiertas, sentada en el sofá. Yo puse mi cuerpo entre sus muslos. Nos besamos muy cerdos. Nos lamimos el uno al otro, juntando nuestras lenguas, chupándonos, haciendo ruidos obscenos. Yo aprovechaba para agarrar sus tetas. Ella me apretaba el culo contra ella.

-Uff me voy a correr -dije cuando estuve a punto.

-Mmm espera -a tientas buscó la tablet y encendió la pantalla. Vi de nuevo la fotografía de Almudena que tanto me había puesto. Ella la amplió hasta que la cara de su hija fue lo único que podía verse.

-Córrete en su cara.

Obediente, saque la polla de su coño y tras desenfundarme el preservativo, comencé a masturbarme frente a la tablet.

-Uff llénala -me dijo.

-Mmm síii.

No tarde en correrme. Eché un buen chorro por la cara de Almu hasta quedarme seco.

Sara entonces clavó en mi una mirada viciosa. Sin quitarme los ojos de encima, comenzó a lamer la leche con la que yo había manchado la cara de su hija. La recogía con la lengua y luego tragaba.

-Y ahora me toca a mí – dijo una vez hubo limpiado la tablet.

El resto de la noche me dedique a satisfacerla,  como debe ser. Ni siquiera tuve tiempo de volver a pensar en Almu.