Sara en la medina de Asilah (1)

Sara cuenta cómo se dejó llevar por la perversión de esa pareja de adolescentes mientras recorría la medina de una ciudad de Marruecos.

Sara en la Medina de Asilah (I)

Hacía calor, mucho calor. Sudaba continuamente y caminaba junto a mi chico y un grupo por las calles coloridas y sucias de la medina de Ashila, una ciudad del norte de Marruecos. Me había adelantado unos metros por delante del grupo acompañada de un chaval adolescente que se había convertido en nuestro guía desde hacía dos horas. Se llamaba, como casi todos, Mohamed, y era muy listo y guapo, de los que parece que no han roto un plato en su vida. La zona no tenía tiendas ni puestos de artesanos. Unos chicos de alrededor de 20 años reían sentados bajo el quicio de una puerta y, desde otra situada unos metros más allá, dos chicas muy jóvenes nos miraban descaradas. Sobre todo, a mí que iba destacada de todos. Parecía que fueran putas a pesar de su juventud, algo que el guía me confirmó mientras me miraba curioso. Había percibido quizás que me daba mucho morbo hacer la pregunta y que no rehuía sus miradas. Y ellos ¿ellos son.... ? le pregunté, sí, sus amigos y protectores, me contestó. Unos y otras parecían disfrutar de su juventud y su trabajo sin ningún remordimiento.

Me separaban 25 metros del grupo y el guía me preguntó si quería conocerlas. Él las conocía bien, eran sus amigas. ¿Las conoces bien? Lo pregunté con la doble intención de la que quiere saber si... pero no hizo falta que me contestara, su cara de chulo indicaba que habían sido suyas varias veces. Me las presentó y, mientras lo hacía, una de ellas me dio la mano y la retuvo. Me miraba a los ojos y reía y decía palabras en francés y árabe. Mohamed contestaba mientras entre ellos parecía existir una relación extraña. Sus manos se rozaban en un juego mientras ella retenía la mía. Los dos se miraban y parecían hablar de mi a la que miraban como alguien mayor a pesar de mis treinta y pocos años. Unos metros detrás llegaba el grupo que absorbió todas sus miradas en el que iba mi marido. Entonces Mohamed tiró de mi para indicarme que le siguiera. Vi a Miguel, mi marido, distraído mientras seguía al guía unos segundos. Giró a la derecha por un estrecho y pequeño callejón que culminaba en una escalera ascendente. Subió a lo que parecía ser una azotea. Le seguí dudando si ascender o no, sentía curiosidad y nervios, todo me parecía muy extraño, subí un par de peldaños. Cuando me paré apareció él otra vez, arriba. Me miraba en silencio desde lo alto y me tendió la mano. Subí. Era, efectivamente, una terraza desde la que se divisaba la calle y otras terrazas. Vi a Miguel y a otros tíos del grupo hablando interesados con ellos y ellas.

No sabía qué otra cosa hacer, miraba y disfrutaba del paisaje. Cuando me di la vuelta Mohamed estaba apoyado en la pared de enfrente, a tres metros escasos. Me miraba sin decir nada hasta que levanté los hombros como preguntándole qué hacíamos allí o qué es lo que quería mostrarme. Como contestación se levantó su chilaba hasta la cintura y me mostró su cuerpo completamente desnudo. Quería lucir su polla ante mí, mostrármela a mí sola. Dijo: mira. Me dio por sonreír aunque estaba entre sorprendida y nerviosa por la situación. Estaba semi excitado y bamboleaba su cuerpo ligeramente a derecha e izquierda. Me quería mostrar sus poderes, era una manifestación de machismo juvenil, una exhibición ingenua de sus atributos. O quizás algo más perverso que no podía prever. Algo, mi actitud, mi nerviosismo, cierto morbo que había puesto en las preguntas le había hecho pensar que tenía posibilidades. Volvió a hablar, dijo a qué esperas. Le dije que si estaba loco que mi pareja estaba debajo. No te preocupes y disfruta, ellos están distraídos y tu lo estás deseando. Nos miramos a los ojos unos segundos. Me gustaba esa mirada de chulo excitado. Parecía muy decidido.

No sabía qué hacer pero tenía ganas de seguir jugando un poco. Me acerqué a él despacio mientras miraba a la calle para ver qué hacían los otros: aunque no veía a Miguel pude confirmar que el grupo seguía más que distraído. Entonces le toqué sin pudor, como un juego. Era muy suave y cálida y cuando levante la vista tenía cara de que le daba mucho gusto, algo exagerado quizás, pero no hacía nada. Solo esperaba que siguiera. Seguí. Le empezó a crecer y se convirtió en unos pocos segundos en algo muy grande, un pollón enorme con un color ligeramente aceitunado. Entonces me agarró la cara y me dijo que era más puta que su amiga. Que lo había sabido desde el primer momento. Me pellizcó un pezón y me ordenó que le chupara. Sentí un trallazo por su chulería.

Me incliné y mientras descendía mis labios hacia su polla me di cuenta que sabía lo que hacía, que lo tenía muy ensayado, que sabía elegir a sus víctimas, que me consideraba una española putita que la gustaría sentirse sometida a un chaval de 17 años, que sabía que me iba ese rollo perverso y que había apostado con su chica a que me seduciría.

Se inclinó él también y me azotó en el culo con una mano mientras forzaba mi cabeza con la otra a metérmela toda en la boca. Me estaba excitando con el juego, me gustaba su provocación y me puse a chupar con vehemencia hasta hacerle sentir una convulsión. Ahora que me sentía excitaba no quería que se corriera enseguida. Olía sus muslos y su sexo y me entregaba con gusto a chupar y lamer su piel, algo que no podía durar mucho pero cuyo final quería demorar al máximo. Me apetecía obedecerle pero también dominarle, hacerle sufrir. Le mordía para hacerle daño y, después, le acariciaba los huevos suavemente y le pasaba la lengua por las ingles. Subía una de mis manos por su cuerpo para sentir su vientre y su pecho tan suave y delgado. Le pellizcaba sus pezones. Me gustaba su piel. El me llamaba puta y me rozaba mis bragas y mi coño con sus pies descalzos. Yo estaba en cuclillas y mi vestido vaporoso se había levantado y allí veía los dedos hurgando sobre mi sexo. No estaban limpios pero en ese momento me daba igual. Pasaba de sentir placer por estar sometida a un crío cabrón a disfrutar provocando los ritmos de su sangre golpeando las paredes de su polla. Le apretaba sus huevos y le miraba a la cara: veía unos ojos muy abiertos, daba gusto ver cómo disfrutaba con lo que le hacía. Seguía en cuclillas y él seguía restregando, como podía, mi coño con sus pies. Aunque su postura no le permitía mucho movimiento lo que hacía me encantaba. Me separé un poco las bragas para facilitarle el camino y me sentía en la gloria. Di un gritito cuando consiguió meterme el dedo gordo de su pié derecho dentro de mi coño. Me comencé a mover sobre ese dedo para que rozara mi clítoris. Con un pequeño giro conseguí sentir todos los dedos de su pié sobre mi empapado chocho.

Seguí así unos minutos: gozando de esa masturbación y chupando y provocando y evitando, al tiempo, que se corriera sobre mi cara. Cuando levanté la vista estaba muy rojo, a punto de escupirme su semen. Sus ojos miraban a la derecha. Cuando seguí su dirección lo entendí todo de golpe: allí estaba ella, su amiga la pequeña puta, gozando de lo que veía. Pero yo seguí mientras pensaba que la cosa estaba pasando de la ralla. Y que debía irme ya... pero quería correrme antes, quería sacar todo el gusto a la situación, ya no podía parar. Me retiré un poco y le apreté los testículos para que no se corriera. La cara de ella reflejaba placer y perversión. Se acercó muy lentamente y puso su mano derecha sobre la base de la polla de su amigo y amante. Y después sobre mis labios. Estaba ya a su lado, pegada completamente a su cuerpo, apoyada en la misma pared, con su vestido suelto casi rozando mi cara.

Era muy guapa y descarada. Miraba cómo pasaba la lengua por la polla y miraba mi coño visible con las bragas a un lado cómo era masturbada por ese pie. Me excitaba su naturalidad. Cuando volví a chupar la polla, ella colocó otra vez su mano sobre su base y me dio a chupar sus dedos que olían a sexo y a especias, que olían a Marruecos. Con la otra mano se levantó el vestido y me enseñó sus muslos. Hasta arriba. Ante mí tenía los cuerpos desnudos de dos chavales que estaban muy buenos, eran un tío y una tía muy buenos de no importaba qué edad y los tenía para mí. Ella no llevaba bragas y tenía un olor muy rico. Tenía unos muslos fibrosos, redondos y fuertes. Olía a limpio. Se comenzó a masturbar delante de mis narices y de mis ojos mientras seguía con su otra mano en la base de la polla de su amigo. Me excitaba mucho lo que veía, olía y sentía. Chupaba sus dedos. Estaba a punto de correrme, me restregaba como una loca sobre esos pies y esos dedos que se metían aleatoriamente en mi coño y disfrutando el final de una corrida gloriosa.

De repente ella me cogió la cabeza, quiso que la chupara allí. Yo no sabía si resistirme o no pero su amigo sí que se resistía a que le abandonara: no quería perder el suave roce de mis labios sobre su polla. Su forma de palpitar me anticipaba que ya estaba todo hecho, que en cualquier momento iba a recibir un salivazo sobre mi cara. Me sentía pasiva. Peleaban por mi boca y por mi lengua, movían sus cuerpos para sentir el roce de mis labios que, por un instante, se posaron sobre los muslos de ella. Me agarraban de los pelos y me insultaban para que eligiese su sexo pero yo no hacía nada. Solo me restregaba sobre esos pies descalzos. Entonces ella tiró de mi hasta levantarme, me besó en la boca y me agarró con fuerza el sexo. Comenzó a masturbarme justo al ritmo que yo exigía. Me sentía en la gloria, deseada locamente por los dos. En un instante el se dió la vuelta, me retiró a un lado y metió su polla de golpe en el coño de su amiga. Ella chilló fuerte. La folló como un loco delante de mí mientras me corría a su lado con mis propios dedos acompañados de la mano de la chica. Mis convulsiones y sus convulsiones se juntaron.

Ellos doblaron juntos sus rodillas dando un grito de placer y cayeron al suelo. Y yo también. Los tres estabamos allí, con los muslos juntos o entrelazados mientras seguían corriéndose y seguía saliendo semen de esa polla tan rica. Prolongué mi orgasmo tocándome con mi mano derecha mientras pasaba la izquierda sobre los sexos de ella y de él y percibía el olor de los flujos mezclados con semen. Olían también a Marruecos.