Sara

Sara luego de un largo día de trabajo se arregla para ir a un "bar" donde conoce a una chica.

Sara había tenido un día largo y farragoso en la oficina. Quería desconectar. Por eso, se enfundó el corsé de cuero negro, un tanga minúsculo rojo, unas medias de rejilla hasta medio muslo y los zapatos rojos, con tacón de aguja. Se puso encima un vestido rojo, falda con vuelo, justo por debajo de la goma de las medias. Tomó un bolso y se fue para el club, necesitaba beber.

Una vez dentro del club fue a los vestuarios para dejar el vestido en una taquilla, y repasarse los labios con un carmín marrón.

Fue directo a la barra, sin mirar a nadie.

—Un Macalan con hielo —le dijo al camarero.

—Hola, sirve muy lento. Llevo media hora esperando —comentó una rubia con vestido blanco que no paraba de mirarle las piernas.

—Novata. —La rubia afirmó con la cabeza—. Era una notificación.

«Si quiero acostarme con ella, tengo que ser más agradable» pensó Sara.

—¡Camarero! —el chico al oír gritar a Sara fue hacia ella—. Mi amiga quiere tomar algo, atiéndela.

La chica le dijo entre tartamudeos lo que quería y Sara sonreía. Una vez el camarero dejó el vaso a la chica.

—Aquí me dicen S.

—Me llamo María. ¿Cómo puedo agradecerte la bebida?

—¿Un beso y lo que surja?

María le dio un beso a Sara en la mejilla. Ella negó con la cabeza.

—Nos acabamos de conocer.

—Pensaba que al haber entrado buscabas otra cosa, rubia.

María se puso roja, no entendía como una simple frase le hizo mojar el tanga. Se volvió a acercar, le dio un suave soplido en una mejilla y le perfiló los labios con la lengua. Sara dibujó una sonrisa. Utilizando que María tenía la boca abierta le introdujo la lengua y le recorrió todo el paladar, las dos lenguas se cruzaron varias veces dentro de la boca de María.

—Considero que sigo debiéndole el beso, el que me has dado me ha excitado. —Sara sonrió a las palabras de María.

«Seguro que ya tiene los muslos mojados» pensó Sara.

—Eres muy callada —detalló María—. ¿Te has enfadado?

—No, preciosa. —Sara le pasó la mano por la espalda—. Me gusta el escote. —Le subieron los colores a María.

—Con el corsé que llevas casi se te ven las aureolas y el tanga deja poco a la imaginación.

—¿Estás segura? ¿No te preguntas si hay pelo o si lo has mojado? —María afirmó—. Al acariciarte la espalda he notado que llevas ropa interior, seguro que está mojada.

Sara le tomó la mano y le empezó a lamer la palma.

—¿Ahora piensas que te lamo el coño?

María se puso roja, un jadeo se le escapó. Tomó el vaso y bebió, para evitar ver esos ojos verdes que la poseían.

—Si te dijera que aquí o en el baño te sacaras el tanga y me lo dieras ¿qué harías?

A María se le cortó la respiración, se preguntaba cómo podía estar tan excitada. Sara había vuelto a lamerle la mano.

—Eres muy atrevida, me acabas de conocer. Iría al baño. No quiero causar un espectáculo.

Sara le volvió a cojer la mano, esta vez jugo con la lengua y la primera falange.

—¿Piensas que es tu pezón, rubia?

—Sí.

Sara sonrió y con una mano empezó a acariciale el pecho, de la boca de María salió otro jadeo.

—Ahora vuelvo —dijo María y Sara sonrió.

El rato pasó Sara jugaba con los hielos del vaso, cuando le tomaron la otra mano y le dejaron una prenda húmeda en ella. Se la acercó a la nariz, la olió y giró la cabeza.

—Rubia, tienes un olor embriagador.

—Gracias —dijo mientras el color le subía a las mejillas—. ¿Vamos a un privado?

—Nos acabamos de conocer, rubia. No sé si la humedad te baja por los muslos. Desconozco si estás operada.

Sara movió la mano hasta el pecho de María y empezó a acariciarlos. María jadeaba. Le sacó los pechos por el escote.

—¿Qué hace?

—Lo que necesitas, rubia.

Le subió la falda y le empezó a acariciar los labios mayores. Miró al camarero.

—Un vibrador con mando a distancia. Esta zorra rubia quiere correrse. —Casi al momento el camarero lo dejó encima la barra—. Te lo pongo, separa las piernas.

Sara le subió la falda, le separó las piernas y se lo introdujo.

—Estás loca —soltó María y Sara se la quedó mirando—. Creo que me han visto. —Sara lo conectó a una intensidad media.

—Eres la perrita que va más tapada del local y de las pocas que no llevan collar. ¿Quieres qué te lo saque, rubia?

—¡Nooooo! —gimió María.

—Me encantaría si te quitaras el vestido. Antes te habría tenido que dejar elegir entre tanga o vestido—Puso el vibrador a baja intensidad.

—Si tú te desnudas.

—Respuesta errónea, zorra.

Sara giró la cabeza y empezó a conversar con el del otro lado, ignoró a María. Al cabo de un largo instante le cayó un trozo de ropa blanca sobre las piernas, giró la cabeza.

—No están operadas, tienes unas tetas bonitas, me gustan tus aureolas, pero estarían mejor pinzadas.

—No soy tuya, gracias —dijo María mientras Sara reía y levantaba las cejas.

—¿Estás segura, zorra? —Volvió a subir la intensidad del vibrador—. Es una observación, no piropo. Por cierto, rubia, no me molestes que estoy hablando.

Sara volvió a girar la cabeza, ignorando a María. Esta buscó el vestido y vio que estaba en las manos de Sara, mientras que el tanga estaba estirado encima la barra. Notó como aumentaban las sacudidas del vibrador, le costaba mantenerse derecha.

—S, no me aguanto de pie, me corro —dijo María entre jadeos.

—Pues arrodíllate, ibas de dura y ahora tus muslos brillan. —Sara le empezó a acariciar los labios vaginales—. ¿Quieres que te lo saque? Solo tengo que estirar la cuerda. —María negó con la cabeza—. Vas tan salida como las perras de aquí y me gusta. Me iré a un sitio más tranquilo, con menos gente. Si quieres sígueme. Me gustaría de rodillas, pero aquí es peligroso.

María al verla de pie se quedó sorprendida, era muy alta. Miraba a muchos desde arriba. Iba en dirección al baño, pero giró en un pasillo y se paró delante de una puerta. María fue a su lado.

Sara dejó que se apoyara en la puerta y empezó a besarla. María se acercó las manos al coño. Sara las separó y las pegó a la pared.

—Rubia, me perteneces. Has decidido seguirme.

Le pasó dos dedos por los labios vaginales y luego empezó a lamerle un pezón. Según le pasaba la lengua se iba endureciendo. Le llevó los dos dedos que habían visitado el coño a la boca.

—Zorra rubia, chúpalos.

Sara dejó el pezón y se arrodilló delante de María al mismo tiempo que ponía el vibrador a máxima intensidad. Con una mano hizo que separara las piernas. Le introdujo el dedo índice y corazón, buscó el punto g y empezó a acariciárselo mientras le lamía el coño. Los gemidos de María resonaban por todo el pasillo, algunos hombres viendo la situación se la empezaron a cascar.

Cuando los jadeos de María eran casi contínuos Sara se separó.

—Eres una perrita muy buena, en poco tiempo llevarás collar. —María sonrió—. Me he cansado ya de seducirte y ahora me quiero divertir con mi nuevo juguete. —Sara no paraba de mover los dedos dentro del coño de María—. El camarero tiene tu vestido. Si te quieres quedar, y jugar en serio, me seguirás a gatas e iremos a una habitación con otros juguetes.

María notó como el vibrador paraba, que Sara se levantaba y se iba. Lo que le chocó es que Sara se detuviera en una puerta donde salió un hombre muy alto y barbudo, con un pareo. Sara agochó la cabeza, y ese hombre se la levantó, con una suave caricia en la barbilla y la beso, mientras le tocaba el culo. A María le pareció ver qué le introdujo un dedo en el ano. Una vez se separaron, decidió ir con Sara.

—S, no me deje, espéreme —dijo mientras gateaba por el pasillo.

—S sabe elegir bien —comentó el hombre cuando se cruzaron—. Límpialo. —Le dio el dedo que había estado en el culo de Sara y lo empezó a chupar—. Espero que S te comparta.