Sara 3

Otro paso más en la esta serie de preversión en que los tres se han precipitado. Sara comprende que nunca ha gozado tanto como con ese hombre que besa su sexo.

Autor: Salvador

E-mail: demadariaga@hotmail.com

La experiencia vivida con Sara y David fue tan intensa y con tanto detalle que resulta a ratos difícil de contarla cronológicamente, por ello en algunos pasajes pareciera haber saltos en el tiempo. Espero su comprensión y si piensan en todos los eventos que acontecieron en esa cama esa tarde, se darán cuenta que no es fácil poner orden en ellos. Y es mejor que así sea.

Sara

Capítulo 3

Abriendo las piernas

Las piernas de Sara se abrieron ante sus ojos sedientos del deseo de besar la vagina que entre ese par de maravillosos muslos se mostraba húmeda de excitación. El espectáculo de sus albos muslos coronando sus extremidades enfundadas en medias negras hacía un contraste que aumentó aún más el deseo de Salvador. Acercó su rostro a su bikini negro, en el que se delataban manchas producto de la excitación que la invadía por la proximidad de lo que sabía debía ocurrir. Apartó la seda y metió la lengua entre sus labios vaginales, completamente húmedos. Un estremecimiento recorrió todo el cuerpo de la muchacha cuando sintió la tibieza de su lengua recorrer sus paredes íntimas. "Sigue, mi cielo" dijo entre sollozos de placer mientras apretaba la cabeza de él contra su entrepierna. Desesperado, Salvador se apretó a ese hermoso y tan deseado sexo y metió más profundamente la lengua, intentando llegar a lo más profundo . Deseaba alcanzar su clítoris, para despertar en ella todo el placer que albergaba en su interior.

Un fuerte estremecimiento de la muchacha le dijo que había alcanzado su objetivo.

Solamente hacía un par de horas que se habían conocido, en el café a la vuelta del hotel donde estaban ahora los tres. Esa mujer era la misma que esa mañana era un ideal irrealizable para Salvador, alguien que él dudaba que acudiera a la cita, ya que, según le confidenciara David, se había mostrado tímida y renuente ante la posibilidad de formar parte de la trama que habíamos urdido los dos varones. Fue David quien se encargó de derribar las barreras de la muchacha, con paciencia y muchos argumentos, en que no faltaron las mentiras disfrazadas de verdad.

Finalmente, después de mucho batallar contra su oposición inicial, Sara accedió a acompañarnos en la aventura. Y lo hizo con bastante entusiasmo ante la perspectiva de que el tercer participante era un desconocido al que después del encuentro no volverían a ver. Pero llegar a ese punto fue un proceso que demoró varias semanas.

Todo empezó como una fantasía que pensaron que nunca se haría realidad: que alguien los observaba. Estaban haciendo el amor cuando David le susurró que imaginara que eran observados, lo que excitó a la muchacha, aunque inicialmente no quiso reconocerlo, pero David era un avezado observador que comprendió inmediatamente que si bien ella no aceptaba de buenas a primera el morbo, su interior reaccionaba por sí solo. Era cosa de convencerla que aceptara que el morbo no era malo, que en él podrían encontrar nuevos rumbos en su vida sexual. Y para ello se encargó de introducir en su mente la idea de que aunque no había nadie observándolos, hicieran el amor como si realmente tuvieran un testigo mientras tenían sexo. Cada vez que le susurraba al oído que había alguien mirándolos, introducía un nuevo elemento, de manera de aumentar la excitación de la muchacha. Primero le conversó de Salvador, el escritor de quien habían leído algunos relatos, después le dijo que lo había conocido, que era él quien los observaba, que estaba sentado a un costado de la cama, estaba desnudo, en fin, fue aumentando el morbo y con cada paso la niña reaccionaba positivamente, aunque la parte más dura de conseguir fue que aceptara que el morbo le agradaba. Cuando finalmente logró su aceptación, el camino quedó expedito. Y finalmente, cuando se dio la posibilidad de que el espectador imaginario se convirtiera en un ser de carne y hueso, ella aceptó entusiasmada, sin trazas de su renuencia anterior, aunque David dudaba del cambio operado en ella y creía que a última hora podría arrepentirse.

El viaje de Salvador a Barcelona precipitó las cosas y lo que era un sueño se cambió a una hermosa realidad, que ahora estaban viviendo en esa pieza de hotel. David le comentó a Sara lo del viaje y de la posibilidad de hacer realidad sus fantasías sexuales. Ella aceptó aunque no mostrando demasiado entusiasmo, lo que el muchacho mal interpretó como un resabio de su timidez. Lo que él no comprendió en ese momento era que Sara no quería mostrarse entusiasmada en demasía, lo que podría hacer fracasar el encuentro, en que había cifrado muchas esperanzas, ya que estaba decidida a liberarse completamente en lo sexual. David no imaginaba los alcances de su estrategia: había despertado a la hembra dormida, sedienta de sexo en todas sus formas.

David y Salvador se dijeron por internet todo lo que pensaban hacer cuando estuvieran juntos, tal vez por ello el encuentro en el café resultó tan natural. Sara, para sorpresa de los dos varones, se encargó de romper la tirantez inicial cuando se presentó haciéndole una broma a Salvador. Y fue ella quien llevó la conversación inicial al tema que los había reunido. Si no hubiera sido por Sara probablemente ese primer encuentro hubiera sido un fracaso, debido a la actitud de los dos varones, buenos para conspirar y tramar ese encuentro pero pésimos en su actuar cuando llegó el momento.

Pero Sara tuvo la prestancia suficiente como para superar la timidez de los varones y hacerlos sentir cómodos cuando se plantearon ir al hotel a hacer realidad sus fantasías: la de ellos hacer el amor con alguien observándolos y la de Salvador verlos hacer el amor. Pero los tres sabían que finalmente terminarían haciendo el amor los tres.

Sus formas, su rostro, su belleza, contribuyeron a anidar en el pecho de Salvador un deseo inmenso por poseerla. Y ella estaba consciente de que la deseaba y que terminarían teniendo sexo. Por eso cuando salieron del café, ella entre ellos dos, abrazados, ella sabía que tendría sexo sin límite, con David y con Salvador

Sara no es una mujer fácil ni desinhibida. Era más bien tímida. Pero como todo ser humano, poseía una vida interior a la cual los demás no tenían acceso. Sus deseos interiores, sus fantasías, eran de ella y de nadie más. Incluso se había negado a si misma que tuviera escondidos deseos que pugnaban por salir. Hasta que conoció a David, quien hizo aflorar en ella, como una flor en primavera, todo lo que su corazón se empeñaba en esconder. Y no fue tarea fácil que reconociera a la mujer que había dentro de ella. Todo empezó como un juego en el que se encontró envuelta casi sin darse cuenta. Y cuando se dio cuenta de ello ya era tarde para retroceder, pues se encontraba muy a gusto haciendo salir la hembra que había en ella, la que tenía apetitos que ni siquiera sabía que tuviera. Y David era el artífice del cambio, el que se había ganado su confianza al punto de ser depositario de sus más recónditos secretos, deseos y fantasías. Por eso no le resultó escandaloso la proposición de él de hacer el amor con alguien viéndolos. Y tampoco le resultó chocante cuando él le dijo que ese alguien tenía nombre: Salvador.

Sara respondió una carta que Salvador le enviara por intermedio de David y así, entre los tres, empezaron a hilvanar la trama del encuentro. La malicia de David y Salvador lograron que la muchacha se entusiasmara con el proyecto y deseara participar en el mismo. Su curiosidad y la naturaleza misma de su ser hicieron el resto.

Por ello es que aceptó conocer a Salvador, logró dominar la situación inicial de tirantez en el café, fue ella la que los tomó del brazo e inició el camino al hotel y es la misma que ahora permite a Salvador estar ahora entre sus piernas, sorbiendo los jugos que destila su chochito.

Cuando entraron al cuarto, pidieron unas tapas y suficientes cervezas para aliviar la sed que la emoción les había producido.

Al cabo de media hora la tensión inicial había desaparecido y empezaron a hacer planes para vivir la fantasía que los había reunido.

"Sara, ¿estás decidida?"

"No te preocupes Salvador, que no me echaré atrás"

"¿Y tú, David?"

"Tranquilo, hombre, que si estamos aquí es porque estamos decididos"

"Bueno, tengo entendido que quieren hacer el amor con alguien que les mire, ¿verdad?"

"Si, esa es la idea que me dio David"

"¿Entonces?"

"¿Y si tu te vas un rato al baño para que empecemos David y yo y después entras a mirar?

Cuando estuvieron a solas, David empezó a desnudar a Sara, cuyo hermoso cuerpo empezó a surgir de entre la ropa que iba quedando en el suelo, hasta quedar completamente desnuda, con sus hermosos senos enhiestos, desafiantes, pidiendo un adorador de su hermosura.

Se acostó en la cama y abrió las piernas para recibir al visitante que lucía completamente parado en la mano de David. Este lo puso a la entrada de la vagina de Sara y empujó hasta alojar su herramienta completamente en el túnel de amor de la muchacha. Empezaron a moverse como acostumbraban hacerlo, rutinariamente, casi mecánicamente. Fue este hacer el amor sin la pasión inicial fue lo que los movió a buscar alicientes, hasta llegar a este momento, con Salvador, el que esperaban reavivaría la llama de la pasión que sentían algo apagada. Ambos sabían que se exponían a que las cosas se salieran de madre, pero era un riesgo que estaban dispuestos a correr por la posibilidad de volver a tener sexo con la pasión inicial. Pero Sara sabía que ese hombre que estaba entrando en sus vidas no se limitaría a mirar y que ella tendría que decidir si hacer el amor con el o no. Y sabía bien que si estaba ahí era porque ya había tomado su decisión, la que se había hecho más firme cuando lo vio en el café y la miró con la intensidad que lo hizo. No solo aceptaría su requerimiento sino que lo deseaba.

Cuando Salvador Salió del baño, lo hizo silenciosamente, para no interrumpirlos. Los cuerpos de los amantes se movían acompasadamente. En sus movimientos no había pasión, lo que confirmó sus sospechas: la llama del fuego se estaba extinguiendo y por eso habían aceptado vivir esta fantasía como una manera de echar leña al fuego. Pero también sabía, por experiencia, que esa muchacha buscaba una nueva fogata donde quemarse y que él le proporcionaría ese fuego.

Se sentó a un lado de la cama y los observó. Cuando ellos se dieron cuenta, sus movimientos se hicieron más rápidos, al compás de una excitación nueva: la de saberse observados.

"¿Te gusta, Sara?"

"Si, mijito. Me gusta"

"Nos están mirando mi amor"

"Si. Me gusta que me miren"

"¿Mientras haces el amor?"

"Si. Mientras follamos"

"Esta muchacha promete mucho" se dijo Salvador. " Tiene mucho morbo acumulado"

Se acercó a la cama y tomó con una de sus manos una de las piernas de Sara. Con suavidad, pero firmemente. Inmediatamente la muchacha se envaró y todo su cuerpo se tensionó mientras un prologado quejido daba muestra de la rendición de su cuerpo al orgasmo. David no se percató de que fue la mano de Salvador la que logró que Sara acabar tan estrepitosamente como lo estaba haciendo, apretándolo, emitiendo quejidos fuertes y sacudiéndose como descontrolada, mientras de su sexo fluía un torrente de eyaculación.

"¿Les gustó" Preguntó Salvador una vez que los cuerpos de los amantes se hubieron calmado. Ambos le miraron, sonriendo, satisfechos, afirmando con sus cabezas.

"¿Esto es lo que querían?" Volvió a preguntó nuevamente y ellos volvieron a asentir.

"Inténtenlo nuevamente" Agregó y los amantes se miraron y abrazaron. Sus cuerpos empezaron a moverse , algo cohibidos por la presencia de Salvador.

"David, ponte de espalda. Sara, siéntate en su verga dándole la espalda"

Sin mirarse, David y Sara hicieron lo que les pedía. Salvador estaba tomando las riendas de la situación y ellos lo aceptaban. Sara quedó sentada sobre el instrumento de David, dándole la espalda y mirando a Salvador que estaba frente a ella, sentado, mirándola fijamente. Al ver la sonrisa con que Salvador la miraba, ella comprendió inmediatamente que los había puesto así para poder verla a la cara mientras follaba, para que ella comprendiera que la deseaba, que quería hacerla suya. Y la idea le gustó.

" David, tómala de las cadera y súbela y bájala sobre tu verga. Sara, tócate los senos".

Sara miró sorprendida a Salvador: "¡ El muy fresco quería verla gozando, tocándose los senos y siendo penetrada !". Se sonrió y gustosa se prestó a la maniobra, tocándose los senos y cerrando sus ojos mientras subía y bajaba de la verga de David, mostrando una cara de gozo increíble, producto del morbo que le producía el saberse mirada por ese hombre. Cuando abrió los ojos, Salvador se estaba desnudando y lucía ante ella una verga impresionante, la que movía con una mano mientras la miraba fijamente. No pudo evitar pasar su lengua por los labios y mirarlo. El mensaje era claro.

Salvador se paró y se acercó a la cama, poniendo su verga al alcance de la mano de Sara, que subía y bajaba con el instrumento de David en su entraña. Sin decir nada, ella alargó la mano y se apoderó de la polla que se le ofrecía. Su mano la recorrió desde la cabeza a las bolas, acariciando ese tronco que palpitaba de deseo. Salvador se acercó y la besó a lo que ella respondió con los labios abiertos y una lengua que se perdió en la boca de él.

La situación fue demasiado para Sara, que empezó a subir y bajar descontroladamente, mientras sus grititos de gozo inundaban la habitación. David empezó a mover con desesperación su cuerpo y la regaló con una acabada de proporciones, mientras Sara inundaba su verga y su estómago con sus efluvios, que caían copiosamente. Sin cohibirse por mi presencia, la muchacha se echó a un lado de su pareja, respirando agitadamente por la emoción que le produjera la reciente acabada. Salvador, por su parte, se quedó parado a un lado de la cama, con su verga en la mano, completamente parada.

David le miró entre confundido y satisfecho.

"Me gustaría participar, si no les molesta"

David miró a Sara, que le devolvió la mirada y con una sonrisa aceptó.

Sin decir palabra, David se apartó para dejar lado a Salvador junto a Sara.

Así fue como me encontré entre las piernas de Sara, dándole la mejor mamada que alguna vez le dieran, como me confidenció al dia siguiente, cuando nos vimos a solas.