Sara (03: La hora de la verdad)
Sara empieza a descubrir la verdad oculta de Juan... y a sufrirla.
Era viernes y Sara estaba tremendamente nerviosa. Ese día expiraba el mes de prueba que Juan le había dado y no sabía si este la contrataría definitivamente o no. A lo largo del mes se había hecho con las riendas del trabajo. Aprendió a llevar la agenda de Juan, a revisar y tener siempre a punto sus cuentas personales, a redactar los informes y demás documentos tal y como su jefe deseaba... mil cosas.
Lo cierto es que el trabajo no le había resultado duro. Exigente si, no estaba acostumbrada al ajetreo diario de una oficina y al principio se sintió algo perdida. Pero con el apoyo de Juan y su dirección pronto empezó a tener claras sus obligaciones y pudo llevarlas con fluidez y eficacia. Su jefe era muy exigente, era cierta la advertencia que le hizo y a menudo había tenido que quedarse en la oficina hasta mucho después de la hora de salida. Pero la satisfacción del trabajo bien hecho y, cómo no, el aumento que correspondía en su nómina le hacía llevadero el trabajo extra.
Descubrió que Juan era una auténtica máquina de trabajar. Su empresa tenía intereses en mil lugares diferentes y era costoso, por no decir casi imposible, que una sola persona pudiera controlar el aspecto global de aquel "monstruito", como lo llamaba ella en broma. Pero Juan, de algún modo, conseguía que todo funcionara y nunca trabajaba menos que los demás. Por ello, su exigencia resultaba justa aunque en ocasiones, para ella fuera agotadora.
También había descubierto otra cosa en aquel mes: su jefe la vigilaba como un halcón a su presa. Casi siempre que levantaba la vista de su trabajo, encontraba los ojos de Juan clavados en ella y su mirada la hacía estremecer. A menudo, cuando cometía algún fallo, Juan la amenazaba con castigarla por su falta; Sara siempre se tomó esta amenaza en broma, pero en ocasiones le dio la impresión de que Juan no bromeaba. Y Sara sentía que era muy capaz de hacerlo.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la llegada de su jefe. La jornada normal había terminado hacía casi dos horas ya, pero al coincidir el fin de semana con el fin de mes, había asuntos que no podía dejarse para el lunes y Sara tenía que dejarlos en orden. En esos momentos estaba terminando con el último y la llegada de su jefe coincidió con la orden que dio en su ordenador de guardar el documento.
Así me gustan a mí las asistentes. Cumplidoras y fieles a su trabajo. Sara, en este mes has llevado adelante más trabajo que en los 6 meses anteriores y por fin todos mis asuntos están al día. De ahora en adelante, tu trabajo será menos pesado y las horas que le dediques también serán menos.
Eso quiere decir... que me aceptas en tu equipo. ¿Estoy contratada, he pasado la prueba?
Si, Sara, has pasado la prueba con sobresaliente. Estás contratada, enhorabuena. Y para celebrarlo... ¡tachánnn!
¡¡¡ Gracias, gracias, gracias !!! Tenía miedo de que me dijeras que no valía para el puesto...
Sara se quedó callada al ver que su jefe sacaba una botella de cava y dos copas del pequeño refrigerador que había en un rincón del despacho. Sabía que su relación iba un poco más allá de la de simple jefe y empleada, no en vano habían seguido asistiendo ambos al mismo gimnasio y habían profundizado un poco más su amistad. Pero no creía necesario que su jefe celebrara de aquella forma su contrato. Al fin y al cabo, el que la contrataba era él.
Ajeno a estos pensamientos, Juan dejó las dos copas en la mesa de reuniones que había en un lado del despacho y descorchó la botella de cava. En su cabeza, no sólo celebraba haber encontrado por fin la asistente deseada; también celebraba que hoy iba a empezar otra parte del entrenamiento de Sara, la parte que él más deseaba... aunque ella aún no lo sabía.
Llenó ambas copas y con un gesto indicó a Sara que se acercara y brindara con él. Ella se acercó un poco indecisa, pero cogió la copa y la chocó con la suya, brindando por su trabajo y por su jefe. Juan esbozó una sonrisa y aceptando el brindis bebió un sorbo. Después, dejó la copa sobre la mesa, quitó a Sara la suya, rodeó su cintura con ambas manos... y la besó, le bebió la boca. ¡Qué bien sabía aquella mujer! Llevaba un mes volviéndose loco de deseo, conteniéndose para no hacer lo que estaba haciendo en ese momento. Pero ya se había acabado el mes de prueba y podía dar rienda suelta a su deseo.
Sara se quedó perpleja. Lo que menos hubiera esperado era recibir aquel beso de Juan, pero no se quejaba, en absoluto. Ella también llevaba un mes de deseo contenido. Pensó que el roce diario borraría el anhelo que sentía por Juan, pero había sido todo lo contrario, había aumentado. De hecho, se había enamorado como una idiota de su jefe y ahora... aquel beso. Se perdió en la sensación de su boca contra la suya, de la lengua que entraba sin pedir permiso y recorría hasta el último rincón, de sus manos apretándola contra su cuerpo duro y bien definido. Tan bien definido como la erección que notaba contra su vientre, durísima y al parecer de una largura y grosor fuera de lo habitual... y ella sabía algo sobre el tema.
De repente, Juan la separó de su cuerpo, la echó hacia atrás, miró profundamente sus ojos, con una mirada dura e intensa... y la abofeteó. Su cabeza giró hacia un lado y un quejido brotó de su boca. Se llevó la mano a la mejilla enrojecida y sin poder creer lo ocurrido preguntó:
¿Por qué? ¿A santo de qué viene este bofetón? Primero me besas como si estuvieras muriéndote por hacerlo y luego... me das el bofetón de mi vida. Explícamelo y hazlo pronto, porque estoy a punto de salir por esa puerta y no volver jamás.
No Sara. No vas a salir por esa puerta hasta que a mi se me antoje. Y vas a seguir viniendo a cumplir con tu trabajo. Sólo que tu trabajo abarca un poco más que estas cuatro paredes. De hecho, tu trabajo consiste en cumplir todas mis órdenes, sean cuales sean. ¿Recuerdas que te dije que quería tu obediencia ciega, pidiese lo que pidiese? Pues desde este momento, reclamo esa obediencia, tanto en el trabajo como fuera de él.
¿Qué me estás pidiendo, Juan? ¿Qué sea tu esclava? ¿Qué esté a tu disposición las 24 horas del día? ¿Pero que piensas, que por haberme contratado eres mi dueño?
No solo lo pienso, Sara. Lo afirmo. Si realmente estuvieras enfadada conmigo, ni siquiera estaríamos discutiendo... Habrías hecho lo que has dicho, abrir esa puerta y no volver más. Pero en el fondo, quieres que sea tu dueño. He visto cómo me mirabas durante este mes, el anhelo en tus ojos y la firme renuncia que hacías en demostrar tus deseos. Lo sé porque no he perdido detalle, porque quería ver hasta cuándo aguantabas... y confirmar que el deseo que siento por ti, era correspondido. Sólo que mi forma de disfrutar del sexo es un poco menos convencional que la tuya. Yo exijo entrega absoluta, en todo y para todo. Y no acepto un "no" por respuesta. Cada "no" que pronuncies a partir de ahora, será castigado... castigado físicamente, quiero decir.
Sara no podía pronunciar palabra, ni siquiera para llamar de todo a aquel hombre que le hablaba tan duramente. Su mejilla ardía, el bofetón no había sido una caricia, precisamente. Pero mientras escuchaba lo que Juan decía, algo dentro de ella gritaba que él tenía razón, que era su dueño, que podía hacer con ella lo que deseara. Y ella lo asumiría con gozo, pues lo único que deseaba era que Juan disfrutase con su cuerpo y con su sumisión. Quería ser su esclava, obedecer ciegamente todas sus órdenes y aceptar todos los castigos que él considerase que mereciera. Estaba loca, pero al mismo tiempo, el bofetón había liberado su fantasía más oculta: que hubiera un hombre que la dominara, que se impusiera a ella. Y si ese hombre iba a ser Juan, mejor. Además, estaba enamorada de él.
Veo que no dices nada, Sara. Tampoco veo que hagas nada por irte ni te veo protestar. Tengo razón ¿verdad? Quieres entregarte a mí, ser mi esclava, mi puta, hacer todo lo que te ordene, cuando te lo ordene y con quien te lo ordene. Contesta Sara, ¿lo quieres?
Sí, Juan. Quiero ser tu esclava, obedecerte en todo, ser tu puta si así lo deseas. El único problema es que no sé como hacerlo. En mis relaciones, casi siempre he llevado yo la iniciativa, he sido yo la dominante y ahora no sé cómo voy a reaccionar ante tu mandato...
No te preocupes, Sara. Tu entrenamiento empieza ahora mismo, ese bofetón ha sido la primera prueba y la primera muestra de mi dominio. Sé muy bien cómo han sido tus relaciones hasta hoy; si no recuerdas mal, hace apenas tres meses, te aseguraste que todos lo supieran. De ahora en adelante, jamás volverás a presumir de ese modo de tu vida sexual. Ese terreno queda bajo mi dominio exclusivo y cualquier indiscreción será castigada. Y hablando de castigos, recordarás que a lo largo de este mes he amenazado muchas veces con castigarte por tus faltas en el trabajo ¿verdad?
Sí, Juan. Pero creí que eran simples amenazas, una forma de decirme que no cometiera de nuevo aquel error. Y he procurado no hacerlo.
En efecto, te corregías enseguida y no volvías a cometerlo. Eso me dio una pista de lo sumisa y obediente que podías llegar a ser. Pero la amenaza era en serio. No he contado los fallos acumulados, por lo que el castigo será general. Pero se cumplirá y será esta misma noche. Este fin de semana no vamos a salir de esta planta. Ahora mismo, pasaremos a mi casa, que como sabes, está aquí al lado y comenzará tu entrenamiento como mi esclava. No va a ser fácil para ti, Sara, pero te aseguro que llegarás a disfrutarlo.
Con estas palabras, Juan agarró a Sara por la nuca y la obligó a arrodillarse en el suelo. Luego, con un leve empujón en su cabeza, la puso a cuatro patas y ordenándole que caminara de esa forma tras él, abrió la puerta que comunicaba con su apartamento y la cerró tras Sara cuando entraron en él.
Caminando delante de ella, la llevó hasta su dormitorio. Una vez allí, ordenó a Sara que se pusiera en pie y sin mirarle directamente a los ojos, se desnudara. Sara se quitó toda la ropa y quedó desnuda delante de su dueño. La vergüenza pudo más que su deseo de agradar y se tapó con las manos. Otro bofetón, este en la otra mejilla, fue su castigo.
De ahora en adelante, jamás ocultarás tu cuerpo, ni a mí, ni a nadie. Tu cuerpo es solamente para mi placer, así que deberás mostrarlo siempre. Claro que mirándolo bien, no me extraña que te de vergüenza mostrarlo... necesita mejoras, muchas mejoras.
Con voz fría, empezó a enumerar las partes que debían mejorarse: los pechos deberían ser levantados un poco, a pesar de estar bastante bien formados, su peso hacía que cayeran levemente; su abdomen y vientre serían remodelados con técnicas punteras en liposucción y mejoramiento de la piel, así como sus muslos y glúteos. De esa manera, la celulitis rebelde que la aquejaba sería eliminada. También vio pequeñas varices incipientes que afeaban sus piernas; también serían tratadas. Todo ello se realizaría en la clínica estética de la que era socio, una de las más modernas y seguras del país.
Y, naturalmente, haremos desaparecer todo rastro de pelo que no esté sobre tu cabeza o tus ojos. Es decir, se te hará una depilación definitiva de todo tu cuerpo, de cejas hacia abajo. Otra cosa, ¿qué método anticonceptivo usas? ¿Deseas tener hijos algún día?
No, Juan, no deseo tener hijos. Creo que tener que cuidar de mis hermanos desde tan joven ha saciado y matado todo el instinto maternal que pudiera tener.
Bien, porque yo tampoco deseo tenerlos. Esta es la única cuestión en la que podrás decidir. Si te ofrezco la oportunidad de ser esterilizada, ¿aceptarías? Por cierto, cuando contestes, dirígete a mi como Amo o Señor. Sólo me llamarás Juan en la oficina o cuando yo te lo indique así, ¿entendido?
Si, Amo. Acepto la oportunidad que me ofrece.
Bien, putita. De momento eso es todo. Seguirás yendo al gimnasio de Luis tras tu remodelación. Hay que mantener elástico, firme y en forma ese cuerpo para que puedas aguantar los castigos que te serán aplicados. Ahora, voy a probar tus habilidades tan cacareadas. En principio, desnúdame.
Sara se acercó a su Amo con la mirada adecuadamente baja. Con rapidez y eficacia desnudó su cuerpo y al quitar la última prenda pudo ver por fin la forma que se había pegado a su vientre durante el beso. No se había equivocado, jamás había visto un pene tan largo y grueso. Tendría sus buenos 25 cms de largo y el grosor era tal que dudaba que pudiera abarcarlo con su mano. Poco duró su inspección. Su Amo la tomó por la nuca y empujó hacia abajo. Cuando estuvo de rodillas ante él, ordenó:
Empieza a chupar, zorra. Mételo bien adentro, quiero que lo dejes reluciente de saliva. Y pobre de ti como note el más mínimo roce de tus dientes...
Sara empezó a lamer despacio aquel miembro que la tenía fascinada. Lamió despacio todo el tronco, desde la base hasta la punta, sin dejar ni un centímetro sin recorrer con su lengua, notando como los ojos de su Amo vigilaban su trabajo. Temía el momento de tener que meterla en su boca, dudaba mucho que cupiera y más aún, no rozarlo con sus dientes. ¡Era demasiado gruesa y su boca no era grande!
He dicho que te la metas, ¿acaso no hablo claro, puta? Me ha gustado cómo la has lamido, pero quiero sentir tu garganta en la punta de mi polla. Si no lo haces a mi gusto, no te preocupes, yo te ayudaré...
Al oír esto, Sara se armó de valor y rodeo la cabeza del pene con sus labios. Poco a poco fue metiéndose la polla en la boca, pero aún no había llegado a la mitad y ya notaba que no cabía más. En ese momento, la mano de su Amo, que no había abandonado su cabeza durante todo ese tiempo, la sujetó con más firmeza y de un empujón seco, la metió casi entera. Sara pensó que se ahogaba, no podía respirar y notaba la punta del pene más atrás de su campanilla. La arcada fue involuntaria e inevitable.
Juan esperaba aquella reacción. Sabía que su polla no era fácil de albergar en una boca sin el entrenamiento adecuado, pero quería comprobar hasta dónde llegaba la sumisión de Sara. Cuando notó la arcada, aún dejo un instante más la polla en el fondo de la garganta y luego se retiró casi por completo. Sara inhaló todo el aire que pudo, pero no hizo ningún intento de sacarse la punta, que era lo que quedaba dentro de su boca. Juan sonrió, era mejor esclava de lo que había soñado.
Muy bien, Sara, aprendes rápido. Ahora, quiero que mantengas la boca todo lo abierta que puedas. Voy a follarte la boca y me correré en ella. No quiero que desperdicies ni una sola gota, ¿me has oído? Ni una sola...
Juan empezó un mete-saca lento, que fue incrementando el ritmo poco a poco. Realmente, Sara no le estaba haciendo una mamada, era él quién estaba follando su boca como si fuera un coño; ella sólo tenía que mantener la boca abierta y dejarse follar. En unos minutos, Sara notó que la polla de su Amo se estremecía y a los pocos segundos, recibió en su boca una de las corridas más abundantes de su vida. Sorprendida por la cantidad de semen, apenas pudo retener toda la leche en su boca, pero consiguió que no cayera ninguna gota.
Después y sin que su Amo se lo ordenara, empezó a lamer la polla que acababa de follarla hasta que no dejó ningún resto de semen. Juan se sintió muy complacido por la iniciativa que Sara demostraba, pero no podía pasar por alto que no obedecía órdenes, que lo hacía por decisión propia. Pensó que era el momento de empezar a castigar a Sara por sus errores.
Bien Sara, eso que acabas de hacer, limpiar la polla de tu Amo después que este la usara en ti, deberás hacerlo siempre. Pero has cometido un error, otro más. Tu Amo no te había ordenado hacerlo, lo has decidido tú sola. Y no tienes capacidad de decisión, Sara, no en ese terreno ni en ningún otro que tu Amo no indique. Así que... ha llegado el momento en que empieces a pagar por tus errores, putita. Y tienes unos cuantos en la lista, el castigo será duro. Por esta vez, por ser la primera, tienes permitido gritar si así lo quieres. En adelante, la única forma en que podrás manifestar tu dolor, será con tus lágrimas, ¿está claro?
Si... Amo.
La voz de Sara sonó vacilante y temerosa. Jamás la habían castigado físicamente, a lo más que habían llegado sus amantes había sido a darle algún azote mientras la follaban o después en plan juguetón. Pero si alguna vez había sentido dolor, se lo había reprochado. Ahora sabía que sus reproches sólo servirían para que el castigo fuera mayor. Recordaba los bofetones, habían picado y dejado calientes sus mejillas; aún sentía el calor. No sabía qué iba a usar su Amo para castigarla, pero sabía que su culo o sus tetas acabarían tan calientes como sus mejillas
Juan agarró a Sara por las muñecas y la puso a cuatro patas sobre la cama. Le ordenó que no se moviera de esa postura mientras él no se lo indicara y abrió la puerta lateral del armario empotrado que ocupaba toda una pared de la habitación. Tras ella apareció toda una colección de objetos sexuales: consoladores, esposas y tobilleras de cuero, mordazas, pinzas, pesas, candados... todo lo que un Amo podría necesitar para someter a sus esclavas. Y colgados en el fondo, todo un surtido de fustas, látigos, palas y otros instrumentos de azote. Juan se quedó pensativo, decidiendo qué iba a usar con su nueva esclava... con su esclava más querida.