Sara (02: La entrevista)
Sigue la historia de Sara. Aún no sabe dónde se ha metido...
Sara se presentó en la empresa de Juan con 10 minutos de antelación. Siempre le había gustado ser puntual y en aquella ocasión esta puntualidad era aún más necesaria. Por ello, había empezado a prepararse casi hora y media antes. Una ducha prolongada seguida de un cuidado especial al secar su cabello y maquillarse. Sabía que estos cuidados no eran demasiado necesarios, pues Juan la había visto sudorosa y cansada en el gimnasio, pero le gustaba causar buena impresión.
Se sonrió con cierta amargura: sabía que a Juan le gustaban las mujeres altas, bien proporcionadas y rubias a ser posible. Nada más alejado de ella misma: apenas un metro cincuenta, con unas curvas más que exageradas por su constante problema de peso y morena. Asistía al gimnasio de Luis para ver si podía poner en forma su redondeado cuerpo. Luis, desde la segunda vez que acudió, le puso las cosas claras:
Sara, tienes unos ojos increíbles y tu cara tiene unas facciones irregulares pero con un atractivo innegable. Lo que nunca conseguirás en un gimnasio, ni en el mío ni en ningún otro, es moldear tu cuerpo para conseguir parecerte a una modelo de alta costura. Lo siento, pero tu constitución es la de una "maggiorata", ya sabes, curvas, curvas y más curvas.
Sara enrojeció, Luis no le decía nada que ella ya no supiera, pero en su interior se había auto convencido que si se aplicaba con las pesas y demás, conseguiría que sus caderas y su cintura, sus piernas y sus brazos, tuvieran aquella firmeza y delgadez que se asociaban con el atractivo físico en la sociedad.
Lo sé, Luis. Pero quería al menos conseguir que mi cuerpo estuviera más firme, más definido. Siempre, desde niña, fui una persona gordita y mis padres no pusieron ningún freno a mi apetito desmedido por los dulces. Así que ya ves los resultados: he conseguido adelgazar hasta presentar un aspecto bastante normal, pero mi cuerpo ha quedado fláccido, con celulitis marcada y no hay manera de que mi piel se mantenga firme.
Mira Sara, lo que tu quieres sólo se puede conseguir con cirugía. Conozco esteticistas, a los que avalo personalmente, que podrían arreglarte esos problemas. Además, tu asistencia regular al gimnasio seguiría siendo imprescindible. Ellos pueden ayudarte con tu cuerpo, pero tú debes mantenerlo.
¿De veras, Luis? Pero claro, esos tratamientos serán carísimos. Yo no podría permitírmelos.
Si Sara, esos tratamientos son caros. Además, tú necesitas un tratamiento completo, a excepción de tu cara y tus pechos. Pero déjame mirar si hay una posibilidad... tengo buena relación con estos médicos.
Sara empezó a sospechar de la solicitud de su entrenador. Tenían buena relación personal, pero de ahí a ofrecerse a intermediar en una remodelación completa de su cuerpo... Una remodelación carísima, además.
¿Por qué harías eso por mí, Luis? Dudo mucho que ofrezcas lo mismo a todos tus alumnos... esa clase de favores piden algo a cambio. Y yo no tengo nada que ofrecerte.
Aaayyy Sara. No seas tan susceptible, mujer. Confieso que sí hay algo que te pediré a cambio, pero no es lo que tu piensas, ni seré yo quien te lo proponga. Yo sólo seré quien te ayude a conseguir que tu cuerpo sea lo más perfecto posible... pero ya he hablado demasiado.
En ese momento, otro de los alumnos de Luis reclamó su atención y ninguno de los dos volvió a referirse a ese tema. Sara continuó acudiendo al gimnasio, esforzándose tanto como podía en los ejercicios que Luis le marcaba y poco a poco, consiguió que su cuerpo fuera más esbelto. Pero las curvas no desaparecieron, ni la flaccidez. Sara llegó a olvidar la conversación.
Hasta este momento... En la puerta de las oficinas de la empresa de Juan, Sara recordó la propuesta de Luis. Nunca llegó a saber a qué se refería su entrenador, pero le hubiera gustado en aquel momento tener mejor físico. Juan le producía un efecto intenso: cuando miraba sus ojos marinos, toda su piel se erizaba y sus jugos empezaban a brotar. Sus ojos le producían un efecto curioso: la excitaban y al mismo tiempo le daban miedo. Veía en ellos algo oscuro, algo que no estaba muy segura de querer descubrir.
Se miró en la puerta de cristal de la oficina. Tenía bastante buen aspecto, dentro de sus posibilidades. Los pantalones de verano oscuros, la camiseta de manga francesa roja y la chaqueta ligera también oscura, le sentaban bien. No eran marcas caras, no podía permitírselas, pero ocultaban los defectos de su cuerpo y la hacían sentir guapa. El conjunto se completaba con unas sandalias negras, sin demasiado tacón, sus pequeños pies no le permitían llevar tacones altos, pues al poco tiempo casi no podía ni andar.
Respirando hondo, abrió la puerta de las oficinas de Juan. Estaban situadas en un edificio de cuatro pisos, similar a todos los que componían el barrio. Ella misma vivía a sólo dos manzanas de allí, en un edificio similar. Sin embargo, este edificio sólo tenía como vivienda la planta superior; las otras tres servían de oficinas para las diversas empresas de Juan.
Estas empresas eran de lo más diverso; mas bien, Juan se dedicaba a invertir en proyectos que tuvieran buen porvenir económico, proyectos que necesitaran un empuje. Había recibido una cuantiosa herencia a la muerte de sus padres y siendo hijo único, se había visto con la vida resuelta y sin necesidad de trabajar para su mantenimiento. Así que para no aburrirse, decidió dedicar parte de su herencia y sus estudios de Económicas a ayudar a poner en marcha proyectos con futuro, pero a los que los bancos no daban su apoyo. Así, era socio en el gimnasio de Juan, prestaba asesoramiento en inmobiliarias dedicadas a construir casas a capricho del cliente y en muchos negocios, que con el apoyo adecuado y un poco de paciencia, acababan por dar unos beneficios sustanciosos.
Se dirigió al ascensor que estaba situado frente a la puerta de entrada. Juan le había dicho que a esa hora ya no habría nadie en la oficina y que subiera directamente a su despacho, situado en la última planta. Allí se encontraba también su apartamento en la ciudad, puesto que su residencia oficial estaba a las afueras y no le resultaba cómodo trasladarse todos los días desde allí. De esta forma, podía trabajar el tiempo que quisiese sin necesidad de salir y conducir una vez terminado el trabajo.
Entró en el ascensor y pulsó el botón de la cuarta planta. Tenía el estómago alborotado y las piernas le temblaban ligeramente. No es que temiera la entrevista en si, sino a quien se la iba a hacer. Sara sabía que estaba preparada para el trabajo, pero no estaba tan segura respecto quien podría convertirse en su jefe.
Llegó a la puerta del despacho y la encontró abierta. Al fondo se veía a Juan, concentrado en la lectura de algún documento; no se había dado cuenta de su llegada, pero algo le hizo levantar la cabeza y sorprenderla mirándole desde el umbral:
Hola Sara, no te he oído llegar, estaba intentando descifrar lo que mi última secretaria llamó "informe preliminar" y que, en realidad, se parece bastante poco a lo que yo indiqué que debía hacerse. Míralo tú misma...
Sara se acercó hasta la mesa del despacho y cogió los papeles que le tendía. Empezó a leer y enseguida una sonrisita se formó en su boca. Si eso era lo que las secretarias habituales de Juan sabían hacer, no le extrañaba lo más mínimo que estuviera desesperado por encontrar a alguien competente, aunque no tuviera un físico despampanante. Aquellos folios estaban llenos de errores ortográficos, gramaticales y... ¡por Dios!, Si hasta tenían correcciones con tipexx... y eso que se veía claramente que eran documentos realizados con un procesador de texto.
Vaya, es la primera vez en mi vida que veo un documento de Word corregido con tipexx. Juan, ¿tu última secretaria no sabía que un documento se puede imprimir más de una vez? la risa se escapaba incontenible de los labios de Sara.
¿Ves a lo que me refería, Sara? Desde que la vieja secretaria de mi padre se jubiló hace seis meses, no he conseguido tener en mis manos un folio decente. Y eso que he cambiado de secretaria cada mes, más o menos.
Sí, ya he visto la clase de "secretarias" que tenías. Me cruzaba con ellas y contigo a la salida del trabajo, ¿recuerdas? Como decoración eran impresionantes pero ya veo que no servían para mucho más.
No seas mala, Sara. Eran chicas inteligentes, un par de ellas incluso tenían carrera universitaria. Pero su especialidad no era el trabajo que yo les ofrecía. Las contraté por ayudarlas a empezar en el mundo laboral, pero como ya te he dicho, al mes ya me veía obligado a decirles que esto no era lo suyo. Las ayudé a encontrar trabajo en sus especialidades respectivas y... después de la última, me encontré contigo. Espero que tú sí respondas al perfil que necesito.
Bueno, dime exactamente qué es lo que necesitas y yo te diré si encajo en el perfil...
La mayor parte ya te la comenté en el gimnasio... Necesito una asistente personal, que sea capaz de realizar informes, llevar la correspondencia, vigilar mis cuentas personales... Lo que normalmente hace una secretaria administrativa. Pensarás que tengo personal capacitado en la oficina y es cierto, pero necesito una persona dedicada en exclusiva a mi servicio. Mis negocios son muy diversos y necesito a alguien que sea capaz de hacerme un resumen de todos ellos y ayudarme a vigilarlos en conjunto. Que me ayude a tener una visión global de mi empresa, en resumen. ¿Te ves capaz?
Hombre, Juan, ya sabes que mi experiencia es muy corta... pero supongo que con tu asesoramiento y tu ayuda, seré capaz de llevar a cabo el trabajo. Espero que tengas paciencia conmigo.
Si, Sara, seré paciente. También te dije que no quería a nadie con experiencia previa. Quiero moldear a mi asistente personal a mi gusto y para eso es imprescindible que esta sea en cierto modo "virgen".
Bueno, en cuestiones profesionales, te aseguro que se podría decir que lo soy. También quisiera saber qué duración tendrá la jornada laboral, los horarios... esas cosas.
Sara, de momento el primer mes estarás a prueba; el horario empieza a la hora habitual, las 9 de la mañana pero no tiene hora fija para terminar. Depende del trabajo que se acumule a lo largo del día. Por supuesto, las horas fuera del horario normal, se te pagarán como extras ¿Estás de acuerdo? Y tu salario será de...
Juan mencionó una cifra que a Sara le pareció casi obscena. ¿Tanto dinero por ayudar al jefe a ordenar sus papeles? En su vida habría soñado ganar tal cantidad de dinero en su primer trabajo, sería una gran ayuda para empezar su nueva vida y hasta para irse a vivir sola, si así lo deseaba. Pero Juan le estaba diciendo algo que le hizo prestarle aún más atención.
Ya sé que te parece un sueldo alto, Sara, pero es que mi asistente personal tiene que estar a la altura del puesto. Esto implica que tu vestuario, tu maquillaje y tu peinado habrán de ser siempre perfectos y adecuados a la situación. Y esto incluye las fiestas, comidas, cenas y demás reuniones de trabajo a los que deberás asistir en mi compañía. Por eso el sueldo es tan elevado.
¿Quieres decir que debo comprarme ropa, zapatos, cambiar mi peinado y esa clase de cosas? ¿Mi imagen no es adecuada para el puesto? Las mejillas de Sara enrojecían por momentos, parecía a punto de estallar de furia.
Tranquila Sara, no digo que vayas hecha una pordiosera, pero tendremos que asistir a muchas reuniones con gente importante y ellos esperan cierta imagen que tú aún no tienes. Solamente te pido que compres trajes chaqueta, con pantalón si quieres, en vez de falda (no recuerdo haberte visto nunca con ella), que te hagan un corte de pelo más sofisticado y que tus complementos sean de calidad. Por supuesto, los primeros gastos corren de mi cuenta.
Bien, pensé que estabas diciéndome que mi imagen era inadecuada. Ten en cuenta que jamás me he movido en estos ambientes y no sé muy bien cómo comportarme ni qué vestuario debo llevar.
No te preocupes, yo te ayudaré. Y como estamos a viernes y quiero que empieces a trabajar el lunes, te propongo una cosa. ¿Qué te parece si salimos de aquí y nos vamos a comprar lo básico? Aún son las 6 de la tarde y nos quedan un par de horas. Así podrás empezar el lunes tu nuevo trabajo, con nueva ropa. Empezarás a meterte en tu papel...
Sara accedió y cogiéndola del brazo, salieron ambos a la calle. La excitación por la excursión en busca de nueva ropa y por quién la acompañaba, hacía que los ojos de Sara brillaran aún más de lo habitual. Juan la miró y tuvo que contener el impulso de morder aquellos labios y empezar a enseñarle quién era el jefe, no sólo en la oficina sino en toda su vida. Pero habría tiempo para ello, el lunes Sara iba a empezar a conocer a Juan en su faceta más escondida y exigente. La llevó hasta su coche, aparcado en una calle lateral y una vez dentro, puso dirección al centro de la ciudad. En el camino, siguió poniendo al día a Sara de sus obligaciones como su asistente y le hizo una advertencia final:
Sara, ya te he explicado lo que deseo de ti como empleada y también te he dicho que te ayudaría. A cambio pido la lealtad más absoluta, la obediencia más ciega, te pida lo que te pida y tu disposición a cualquier hora y en cualquier momento. ¿Estás dispuesta a dármelas?
Sara miró a Juan con un brillo de expectación en los ojos y asintió con la cabeza. Estaba dispuesta a hacerse imprescindible en su nuevo trabajo y, si se atrevía, también en la vida personal de su jefe. Por ello, le aseguró con una voz un poco temblorosa:
Si Juan, estoy dispuesta a darte mi lealtad, mi obediencia y a estar disponible para ti. En la escuela de administración, una vieja profesora tenía un dicho de cómo debía ser la secretaria perfecta: como los monos de gibraltar, ver, oír y callar.
Exacto Sara, eso es lo que quiero de ti. Y ahora, vamos a renovar tu vestuario.
Llegaron al centro de la ciudad y durante dos horas, Sara se probó mil y un trajes, camisas, camisetas, zapatos... Hasta la ropa interior pasó antes por la aprobación de su jefe. Como quería que estuviera espectacular, los trajes eran ajustados y de tejidos ligeros por lo que las bragas y los sujetadores en ocasiones se marcaban. Así, se vio obligada a elegir tangas minúsculos, que apenas tapaban lo imprescindible y que dejaban sus glúteos en contacto directo con el pantalón. No compraron faldas, las piernas de Sara no estaban en muy buena forma y no le quedaban bien. Juan le aseguró que también le ayudaría a arreglar ese problema y todos los demás problemas estéticos que tuviera. A partir del lunes, convertir a Sara en la asistente perfecta para él era su nuevo reto.