Santiago, un sumiso

Santiago yacía boca abajo, con las rodillas recogidas, las nalgas levantadas y la cabeza de lado reposando sobre la superficie de la cama.

Santiago yacía boca abajo, con las rodillas recogidas, las nalgas levantadas y la cabeza de lado reposando sobre la superficie de la cama. Sus nalgas estaban surcadas de marcas rojas y todas convergían en el mismo punto, su palpitante culo abierto, rosado, hinchado, del cual escurría un líquido viscoso.

Su semblante se veía agotado, sus ojos hinchados por lo que había llorado, de su boca un hilillo de saliva hacia contacto con la cama. Quería levantar la cabeza pero estaba simplemente demasiado débil para ello. En cualquier momento recibiría otro golpe con un cinto sobre sus nalgas, sobre su culo, el cualquier momento volvería a suplicar que le metieran la verga que calmara sus ansias.

En medio de esto, entre golpe y golpe, entre grito y grito, y entre momento de placer y momento de gozo, su mente divagaba y recordaba, apenas el jueves se dirigía al banco en donde labora, un buen trabajo, buen ambiente de trabajo, un sucursal pequeña ubicada sobre el boulevard principal de Tijuana.

Como era habitual entro con paso firme, bromeando a su paso con sus compañeros, se encontró con Martha que una vez mas le dijo lo rico que olía. Era un día más, hasta pasados unos minutos de las 11, en que Él entro y el mundo de Santiago se tambaleo. En el banco no sospechaban su orientación sexual, o al menos eso era lo que él pensaba. Pero en ese momento no importaba. De aquel hombre emanaba un aire de autoridad de magnetismo, cuando estuvo frente a su escritorio simplemente lo miro, con aquellos ojos grandes y oscuros de mirada tan fuerte que Santiago no pudo evitar bajas la cabeza en señal de respeto, mientras murmuraba apenas audiblemente -¿en que le puedo servir?, el hombre guardo silencio lo que obligo a Santiago a levantar la cabeza para encontrase con aquella mirada que parecía que se metía a lo mas profundo de su alma.

Y entonces escucho una voz grave que simplemente dijo, - puede ser, puede ser-. Santiago sin saber porque sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas y claramente pudo sentir como una gota de sudor comenzaba a deslizarse por su espalda. Turbado le dijo –por favor tome asiento- El hombre empezó a hablar, sobre una cuenta en dólares, sobre cifras, sobre negocios, pero Santiago no lo escuchaba, miraba su piel, miraba sus enormes manos, mientras gesticulaba, miraba su costosa camisa y el vello a través del cuello de esta. Reacciono hasta que el hombre con una media sonrisa, le dijo -¿veo que esta distraído, quizás deba ir con otra persona?, que realmente me atienda- Santiago mas turbado aun se disculpo y mientras abría un cajón de su escritorio, trato de ordenar sus pensamientos. Después de aproximadamente 40 minutos y de proporcionarle formas y firmas y una vez concluida la diligencia, el hombre le dijo mirándole fijamente a los ojos, - te espero a las 6 de la tarde en el bar del restaurante de enfrente, no me gusta que me hagan esperar.- y sin decir más se levanto y salio.

A partir de las 6 de la tarde, todo fue muy rápido, todo fue confuso, tenía casi dos días en ese departamento, prácticamente dos días sobre esa cama, prácticamente dos días recibiendo verga, por la boca, por el culo, dos días siendo usado y lo disfrutaba, ahora se daba cuenta que lo necesitaba.

Como en imágenes recordaba apenas como subió al automóvil de Ernesto, como entraron a un lujoso departamento, con vista a un campo de golf, como prácticamente con la mirada, le ordeno que se desnudara, como en sueños recordaba como le pregunto -¿te gusta que te cojan?, Santiago mintió, prácticamente siempre había sido activo, pero respondió –Si Señor-, -¿te gusta que te peguen?, en su vida se imagino respondiendo, -si señor-, pero lo hizo. Y después aquel pantalón que se abría, aquel miembro inmenso, carnoso, de un grosor impresionante. Y ahí estaba, un nuevo golpe lo saco de sus pensamientos y apretando los dientes, sintió como el calor se difundía desde su culo, primero a sus nalgas, después a su espalda y a sus piernas.

Los golpes siguieron lentamente, muy lentamente, casi suplicaba que siguiera, casi, porque antes de hacerlo, un nuevo golpe, Ernesto solamente decía, -ábrelo, ábrelo-, y el abría su culo, entregándolo a cada golpe, con la esperanza de volver a sentir el dolor de la verga desgarrándole el culo.

Los golpes cesaron, sintió como le pasaron una toalla por el culo, - para que te arda mas, le dijo- y de nuevo aquella presión en su culo, ¿era una mano? ¿Era un dildo gigantesco?, era increíble que pudiera entrar, pero más increíble que deseara sentirla muy adentro. Su culo, relajado por los golpes, pero irritado por las horas de constante fricción, se contrajo dolorosamente y al sentir el golpe de aquellos huevos inmensos chocar con sus nalgas, de nuevo eyaculo a través de su empequeñecida verga.

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