Santi en manos de Lara

Era su turno de dominio. Breve sesión.

SANTI EN MANOS DE LARA

Llegué de trabajar a las nueve de la noche, tras un arduo día que había concluido fatal tras una discusión con mi compañera. Deseaba llegar cuanto antes y ver a mi chica Lara para relajarme y aliviar la tensión acumulada. Entré y la vi en el pasillo. La saludé con un beso en la mejilla y con una retahíla de quejas después por el día que tuve. Ella me miró con rostro serio.

<< Así que estás cansado. >>

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Desde ese momento mi espíritu sumiso me poseyó. Como habíamos acordado, cada noche uno haría el papel de sumiso y el otro el papel dominante. Así pues, me convertí en un muñeco en sus manos y tuve que obedecerla en todo.

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Ella se dirigió hacia allí y yo detrás, siguiéndola como un fiel perrito.

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Con la cabeza gacha y la vista apuntando al suelo, me fui quitando la ropa poco a poco. El jersey rojo, la camisa azul, el pantalón blanco,...al llegar a este punto, en el que sólo me quedaban el calzoncillo blanco de algodón tipo slip y los calcetines negros, ella me detuvo.

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Estaba de pie, con la vista hacia abajo y los brazos caídos pegados a mi cuerpo. Me besó en la boca, un beso apasionado, recio, pornográfico. Me comió la boca con ganas, su lengua invadió todo mi interior. Con las manos me fue acariciando todo el cuerpo. Primero el cuello, luego los hombros, después el pecho y el abdomen. Ella acariciaba suavemente mis músculos, y los marcaba con sus dedos, me apretaba y me acariciaba a intervalos. Mi piel se estimuló, comenzó a excitarme ante el recital de caricias sensuales que me repartía por el tronco. Jugaba con mis pezones de manera cruel, los estiraba y acariciaba, amasaba con su mano todo el pectoral, sus dedos me arañaban y después acariciaban. Todo eso sin dejar de besarme.

Poco a poco fue bajando sus manos a mi abdomen, pasando sus dedos a escasos milímetros de mi piel, lo que me provocaba una excitación insoportable. Su boca se despegó de la mía y pasó a comerme el cuello. A partir de ese momento, mi polla apuntó al techo, y no dejó de hacerlo en todo momento. El calzoncillo apenas podía retenerla. Comencé a expulsar líquido preseminal, y mis testículos se pegaban cada vez más a mi cuerpo. Ella me besaba con pasión, moviendo los labios a lo largo de la carótida del cuello, una zona de especial sensibilidad. Mi cuerpo se estremecía, temblaba de excitación. Ella lo notó y me susurró al oído "tranquilo". No podía más, allí de pie, inmóvil, terriblemente excitado, con Lara comiéndome completamente...cada vez más insoportable. Mi capacidad como sumiso estaba a prueba, se me hacía difícil soportar la tensión de su boca y de sus manos.

Lo peor vino después, cuando sus dientes mordisqueaban mis pezones y sus manos recorrían mi ombligo y por debajo de él. Respiraba muy fuerte, la excitación me estaba volviendo loco, respiraba por la boca frenéticamente. Cuando ella me llenó el vientre y el pecho de saliva, me miró desde abajo y me dijo.

<< ¿Estás excitado, perrito?>>

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Agachada y sin dejar de mirarme a los ojos, sujetó la goma del calzoncillo con ambas manos y comenzó a bajarlas despacio. Mi cuerpo quedó al fin libre de toda prenda, con la polla totalmente enhiesta y mojada por los fluidos. Ella se quedó unos instantes observándome satisfecha. Después se desplazó hasta ponerse detrás de mí, de modo que no estaba a mi vista. Yo seguía inmóvil.

Pasaron unos segundos hasta que noté sus manos en mis nalgas, acariciándolas y sobándolas.

<< Pon las manos en la nuca, el torso bien recto, saca el culo,…bien perrito, bien. Abre las piernas. Buen chico. >>

Mi posición era rígida, no podía moverme nada. Mi agujero estaba expuesto ante ella, sentía su aliento en él. Era un tormento.

Sentí su húmeda lengua repasar los bordes interiores de mis nalgas abiertas. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y lancé un gemido. Ella prosiguió con su acometida, cada vez con la boca más pegada a mi agujero. Abrió los labios abarcándolo y me introdujo su lengua. A partir de ahí no dejé de gemir, la excitación rebosaba mi cuerpo. Comencé a sudar, abundantemente. Me dolía la polla por la tensión de soportar la erección sin posibilidad de alivio. Estaba expulsando líquido, cada vez más espeso. El trabajo de Lara era primoroso, me estaba volviendo loco. Exclamaba gritos de angustia ante la imposibilidad de darme la vuelta y responder a su provocación, pero era su sumiso esa noche. Debía aguantar.

Tras unos minutos de intenso trabajo anal, Lara se levantó y se puso ante mí, con cara desafiante. Yo estaba jadeando, mi boca parecía incapaz de llenar mis pulmones lo suficiente. Ella estaba desnuda, completamente. Mis ojos, involuntariamente, la ojearon, recibiendo por ello una bofetada por atrever a mirarla.

<< Bien perrito, aguantas bien y eso me gusta. Ahora siéntate en el sillón. Vamos.>>

Me empujó y caí en el sillón. No podía levantar la vista y mirarla a los ojos, era lo acordado. En todo momento el sumiso no puede mantener contacto visual directo con los ojos del dominante. Cogió un preservativo y me lo colocó despacio. Después me embadurnó la polla con un gel lubricante. Estaba listo para entrar en ella. Se sentó encima de mí, haciendo que mi polla se abriese camino en su coño rasurado. Poco a poco iba bajando, haciendo más profunda la penetración.

Estaba desesperado, no podía tocar su espectacular cuerpazo, como buen sumiso que era. Me acariciaba el pecho mientras yo entraba en ella. Hasta que sus muslos se asentaron en los míos y mi polla estaba toda dentro de ella. Sentía su calor, era increíble, respiraba fuerte y gemía, igual que yo. Se movía rítmicamente, cada vez más rápido, me cabalgaba con ansia. Yo apretaba los dientes, no podía aguantar más, no iba a conseguirlo, me correría sin remedio. Como si me leyera el pensamiento, Lara me dijo entre jadeos.

<< Noo…te corrassss….ahhhh…perrito…aaaa>>

Mi cuerpo se encontraba en una enorme tensión. Los músculos contraídos, las mandíbulas apretadas dejando escapar algo de saliva, el cuerpo de ella sudoroso botando encima de mí…demasiado para aguantar, pero aún así lo hacía. No sabía cuanto tiempo más podría soportarlo, deseaba que ella se corriese cuanto antes para así darme permiso a mí. Sus uñas me laceraban la piel, me deparaban surcos blancos por el pecho y los hombros. Sus gritos dieron paso a las primeras protestas de los vecinos, que aporreaban las paredes ante el escándalo que estábamos protagonizando.

Ella se corrió. Su cuerpo se convulsionó, tuvo que abrazarse a mí para sujetarse y no caerse. Su vagina se contrajo y me apretó más la polla. No podía soportarlo, deseaba pedirle que me dejase correrme pero no podía hacerlo.

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Me corrí como nunca lo había hecho, con contracciones salvajes de mis músculos y una cantidad de semen expulsada en ingentes cantidades.

Al final de la sesión, los dos cuerpos quedaron recostados, resplandecientes por el sudor y agotados por el esfuerzo.