Sandrita, la puta, y su esclavo cornudo
Te llamabas Sandrita y eras su secretaria. Eso me dijiste. Lo deseabas, era su puta, pero él estaba casado. Me escribiste para contestar a mi contacto y quedamos en una cafetería. Allí me explicaste que tenías 20 años, que eras su secretaria, su puta particular, su coño privado y que te morías de ganas por seguir siéndolo porque ser su puta era para ti un sueño. Pero también quería casarte y necesitabas un marido cornudo que lo aceptara.
Te llamabas Sandrita y eras su secretaria. Eso me dijiste. Lo deseabas, era su puta, pero él estaba casado. Me escribiste para contestar a mi contacto y quedamos en una cafetería. Allí me explicaste que tenías 20 años, que eras su secretaria, que eras su puta particular, su coño privado y que te morías de ganas por seguir siéndolo porque ser su puta era para ti un sueño.
Porque él tenía 51 años ya que a ti te gustaban los hombres muy mayores y además estaba casado y por eso eras su amante. Te pagaba un buen sueldo y además te había comprado un chalé en una urbanización en la que vivías y lo esperabas cuando él podía ir. Te llamaba por teléfono para avisar que llegabas y tú te ponías desnuda a cuatro patas delante de la puerta para que al entrar, lo primero que viera fuera tu coño de puta ofrecido, expuesto y dispuesto para ser usado por él. para ser usada por él como su puta.
Estabas loca de deseo por él, era tu hombre, tu macho y siempre sería así. Lo deseabas con locura y a mí sólo podrías tenerme cariño. No podía hacerme ilusiones de tener algo más. Por eso habías puesto el anuncio buscando a un hombre sumiso mayor. Porque yo era mayor, te llevaba 20 años y además era sumiso y cornudo. Eso era lo que buscabas porque tus padres habían sospechado de tu relación con él y querías casarte con algún sumiso al que dominar para que aceptara los cuernos, para que tu familia no sospechara nada raro. Así él podría venir a nuestra casa a follar contigo cuando quisiera sin levantar sospechas. La excusa perfecta.
Y además querías tener hijos, te gustaban los niños, pero querías tenerlos con él, con tu macho, con el hombre que te trataba como una puta y al que deseabas precisamente por eso. Él te había sugerido que buscaras a algún chico sumiso para casarte con él y ponerle los cuernos. Había muchos por la red. Y buscaste y me encontraste. Te gusto mi decidida vocación de cornudo, pero había algo más.
Tú querías tener un hijo, pero con él, con tu macho, con tu macarra, con el hombre que te chuleaba y trataba como la puta que tú siempre habías querido ser. Yo tendría que darle mi apellido a vuestro hijo, educarlo y criarlo como si fuera mío. Y había más, porque él no quería que el marido de su amante follara con ella, era sólo para él, y yo jamás podría follarte. Habíais pensado en un cinturón de castidad y él se llevaría la llave, para tener la garantía de que no follaba contigo.
Por supuesto que la noche de bodas la pasarías con él, aunque me dejarías mirar. El tenía mucho dinero, varias empresas punteras y gozaba de una alta distinción social. No quería divorciarse porque quería a su mujer y ella era accionista de sus compañías, junto a sus suegros. Quería mantener la imagen de chico educado, culto y de buena familia y no empañarla con una amante. Por eso sería todo secreto.
Además se haría cargo de todos nuestros gastos, seguiría pagándote a ti el sueldo, me metería a mí en nómina como empleado suyo con un buen sueldo y con un generoso plan de pensiones, aunque no tendría que ir a trabajar porque mi trabajo sería cuidarte y atenderte para él, fregando, lavando, planchando y cocinando para que tú no te cansaras, estuvieras fresca y lozana y con tus manos muy cuidadas.
Por supuesto llevaría siempre el cinturón de castidad y sería castigado por cada cosa mal hecha, mediante unos latigazos que me darías en el culo, con el fin de someterme más a ti porque tú eras muy severa y estricta con los demás y te gustaba dominarlos, aunque fueses tan dulce y puta con él. Siempre habías sido dominante con todos, pero con él te derretías y eras muy puta. Un zorrón portuario que estaba loca por él y que te hacía comportarte como una puta porque incluso te había llevado a follar con sus amigos en una despedida de soltero de uno de ellos.
Tú habías sido la puta de todos ellos y te habían magreado, sobado, chupado y follado entre todos. De hecho de vez en cuando vendría a casa algún amigo suyo para follar contigo, con su permiso, e incluso lo acompañarías en sus viajes y follarías con sus futuros clientes para convencerlos de que hicieran negocios con él. Serías su puta particular para todo. De hecho ya lo estabas haciendo cuando nos conocimos.
Era tu macho, según me dijiste. Pero sólo él o sus amigos y clientes, porque yo llevaría siempre bragas para que me recordaran constantemente que yo era el cornudo sumiso y él el macho dominante, aunque cuando él viniera en vez de bragas luciría tanga para parecer más puta sumisa y que él se excitara más.
Esa sería mi misión. Protegerte, mimarte y aparentar en sociedad como tu marido y cuidarte para que él pudiera disfrutarte mejor. Tú, también claro, porque me dejabas muy claro que eras su puta y él era tu chulo y jamás renunciarías a él. Jamás podrías dejar de ser su puta o la puta de quién él quisiera. Que me lo pensara y decidiera.
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Y estuve pensándolo. La verdad es que la proposición era dura, pero tentadora. Tú eras una chica muy joven (como tu amante) y me gustabas mucho con unos pechos pequeños pero tiernos y un tipazo de modelo de alta costura pues era alta, muy alta para ser mujer y con unas piernas preciosas. Y además eras guapísima con unos labios carnosos y sensuales y unos ojazos tremendos. Un bombón. Y además eras muy joven: sólo 20 añitos. Y muy puta.
Me lo habías advertido: Te gustaba follar y sobre todo con hombres mayores que tú, con adultos como tu jefe. Y te gustaba ser puta con ellos, someterte a ellos. Por eso se había fijado él en ti y te había ascendido a secretaria particular. Yo tendría a una de las mujeres más jóvenes, putas y tía buena que nunca había conocido, pero no podría follar con ella. Sólo me permitirías lamerte el coño o el culo para excitarte, tenerte excitada y que él te pudiera follar mejor. Pero follar contigo jamás.
Estuve varias noches sin dormir. Tentado y con dudas, pero al final te llame: Acepto, te dije. Y a partir de ese día todo fue más sencillo porque empezamos a salir juntos durante muchos días, nos conocimos más y me enamoré de ti con locura, como siempre había soñado, aún sabiendo que eras muy puta. O quizás precisamente por eso. Y entonces empezamos los preparativos de la boda que fue espectacular puesto que la pagó él.
Y luego, tras el convite, llegó mi noche de boda "vuestra" noche de bodas que pasasteis follando sin parar porque eres tan puta que vuelves loca a los tíos, sabes cómo hacerlos gozar. Te gusta ser puta y zorra con ellos porque desde la butaca en al que me sentaba para mirar y pajearme, os veía follar como locos. Al día siguiente salimos de viajes de novios, (que él pagó) y al día siguiente llegó al hotel (en un viaje de trabajo) para pasar la luna de miel contigo, follarte sin parar por todos los rincones de la isla, pero siempre delante de mí.
A él lo que le daba morbo era ser corneador, poner los cuernos y para eso requería siempre mi presencia. Y cuando volvíamos al hotel él te follaba sin condón, y luego se apartara para que yo te follara con el condón puesto. Era la única vez que lo haría (y con condón) porque una vez preñada jamás volvería a follar contigo. Esos días eran una una gentileza de él, según me dijiste, para que en mi viaje de novios, al menos, pudiera follar una vez contigo.
- Aunque en realidad lo que haces al follarme con condón es empujar más adentro su semen y que me quede preñada antes de él. Ayudas a que me quede preñada de otro macho -me aclaraste.
Y tuvo que ser así porque a los pocos días de regresar me dijiste que estabas embarazada de él y me abrazaste. Estabas muy feliz. Tuviste a su hijo y yo lo reconocí como mío. Y lo cuidé como si fuera mío. Pero un día viniste enfadada porque me dijiste que te habías enterado de que no eras la única. Que había cuatro parejas más como nosotros y que él tenía ya cinco hijas con las mujeres de distintos maridos cornudos.
ÉL te lo había reconocido y te había pedido que lo aceptaras, porque eso no cambiada nada y seguiría todo igual. Tú te cabreaste y lloraste, pero cuando quise consolarte me dijiste que no podías dejarlo, que necesitabas su polla, follar con él, que te hiciera puta y sentirte como tal. No podías pasar sin ser su puta sumisa.
Y cuando te llamó avisando que venía a casa para que tú le dieras tu respuesta, vi como te arreglabas apresura, te vestías muy sexy y te arrodillaste en la entrada, frente a la puerta para esperarlo. Y cuando entró te abalanzaste sobre él para bajarle los pantalones, chuparle la polla y decirle que aceptabas. Que aceptábamos.
(Para Sandrita, con todo mi cariño)