Sandra y Marta (1). Primera experiencia.
Marta siempre tuvo fantasías masoquistas y, al fin, consigue hacerlas realidad con Sandra, una chica lesbiana con quien tiene muchas afinidades, que tiene mucha experiencia en el tema de dar azotes.
A Marta, una chica bisexual que tenía fama de ser persona sensible, razonable y comunicativa, muchas veces, le habían preguntado como era posible que encontrara otras chicas con las que compartir el sexo, teniendo en cuenta que lesbianas y bisexuales declaradas eran solo un pequeño porcentaje. Se lo había tenido que pensar, a ella nunca le había costado, quizás porqué usaba estrategias múltiples de de todas maneras no incluían cosas como buscar por los foros de internet o ir a los bares de ambiente. No, siempre se había guiado por lo que manifestaban las perdonas que le podían interesar, por algunos indicios indirectos, y y escuchando a terceros.
Pero su primer contacto sexual con Sandra no fue por ninguno de estos procedimientos, sino por encontrarse casualmente en una situación favorable.
La universidad donde estudiaba Marta, tenia un grupo de excursionismo, quizás sería mejor decir varios grupos relativamente independientes, pero que se organizaban a partir de un foro en la web oficial de la universidad. Estas excursiones, normalmente eran culturales más que deportivas, muchas veces un profesor hacía de guía, a menudo en cuestiones de historia o geografía, pero también en temas científicos.
Sandra era una profesora joven de la facultad de geología, y en una ocasión organizó una excursión de dos días a una zona de cierto interés respecto a las rocas y formaciones que allí se encontraban. Se apuntó mucha gente, más de cincuenta, y no solo de ciencias, más mujeres que hombres, como era habitual. Por la noche, no era en absoluto que estas excursiones degeneraran en orgías, pero siempre había quien aprovechaba para ligar, y más si se disponía de un refugio o albergue en exclusiva para el grupo.
Marta no tenía ningún interés especial en Sandra, la organizadora de la actividad, pero su idea cambió cuando se dio cuenta de su tendencia sexual: la manera de mirar o de tocar a dos de las chicas con las que estaba hablando después de cenar no le dejaba duda: eran lesbianas o al menos bisexuales. Se unió al grupito y terminaron las cuatro en una de las habitaciones, aunque lo que sucedió fue más un conjunto de flirteos que una orgía a cuatro.
Pero Marta no averiguó aquella noche todos los secretos de Sandra, uno muy importante no salió en la conversación, aunque a posteriori vio que podía haber deducido alguna cosa. No, lo averiguó por terceros. Siempre se había comunicado bien con Abel, de su misma facultar, gay totalmente declarado y militante. Precisamente por su tendencia sexual era posible hablar con él de temas de relaciones, sin la posible interferencia de los deseos mutuos, y al comentarle que había ido de excursión con Sandra, Abel le contestó inmediatamente:
—¿Supongo que te diste cuenta de que solo le gustan las chicas, y que además le gusta azotarlas?
—Sí y no —fue en esencia la respuesta de una Marta que, súbitamente, encendió todas sus alertas.
Marta era masoquista, lo sabía perfectamente, pero los cuatro ensayos con otras personas que había hecho hasta el momento, habían sido fracasos. O la persona resultó no tener el componente sádico complementario al masoquista de ella, o lo tenía pero mezclado con una tendencia a la dominación o humillación que no soportaba: masoquista sí, pero dominada o humillada, jamás.
Marta se había dado cuenta de que era masoquista —y también bisexual— desde la adolescencia, mucho antes de tener cualquier tipo de contacto sexual con terceros. Por algún motivo, sus héroes o heroínas imaginarios —que le eran muy importantes en aquella etapa— siempre recibían castigos corporales y los soportaban con valentía. Nunca tuvo una teoría de porqué tenía esta inclinación por el tema, más allá de la influencia de alguna escena que hubiera leído en novelas románticas del siglo XIX, a las que era muy aficionada desde pequeña.
Además, Sandra no le había parecido en absoluto dominante, las pocas horas que estuvieron cerca se comportó siempre con el más absoluto respeto y complicidad.
Quizás sabiéndolo podría tener una nueva oportunidad de probar una experiencia que resultara positiva, quizás podría recibir de ella unos azotes más interesantes que los que tantas veces se había autoinflingido, a menudo con resultados relativamente buenos respecto a la excitación sexual, pero medianos emotivamente.
De todas maneras, no sabía como volver a aproximarse íntimamente a Sandra y no se le ocurría un plan para que saliera el tema en caso de encuentro. Una cierta casualidad, digamos que un poco dirigida, llegó en su auxilio.
A finales de abril, en el foro de las excursiones, se había propuesto una para ir a descubrir un determinado volcán inactivo, de unos cien mil años de antigüedad —bastante joven según los geólogos, todo es relativo—. Confiando en que Sandra se apuntara, ya que era un tema de su carrera, Marta también se apuntó. Pero el sábado a primera hora, por la red social, le llegó el mensaje que la excursión se anulaba por previsiones de lluvia. El comentario de Marta en la red fue rápido:
—Qué fastidio, a ver si por cuatro gotas tenemos que quedarnos en casa, también se puede hacer una excursión con un poco de lluvia, al menos a mí me gusta, lo encuentro incluso romántico.
Antes de cinco minutos, Sandra que tenía su teléfono desde su anterior encuentro la llamó:
—A mí también me gusta la lluvia, si quieres podemos ir con mi coche.
—Sí, me gustaría muchísimo —enfatizó Marta rápidamente.
—Te propongo prolongar un poco la excursión, si no tienes qué hacer el domingo, la zona es muy bonita y la podemos visitar con calma, te puedo enseñar bastantes cosas.
—Seguro que sí —aquí Marta estaba pensando en otras cosas, a parte de peculiaridades geológicas o paisajísticas de la zona.
—Conozco un hotelito barato, en las afueras de un pueblo, que en esta época del año seguro que estaremos sin aglomeraciones, además, es barato, se come bien y me conocen, que les he enviado bastantes clientes.
—De acuerdo, a qué hora quedamos.
—¿Donde vives?
—En la calle Palermo, 35, queda cerca de la carretera de salida.
—Pues dentro de una hora te paso a buscar, si te parece bien…
—Perfecto, hasta pronto.
Bajo una suave lluvia, Marta y su mochila entraron en el coche. El beso de bienvenida, ya fue más allá del de amigas, era como los que se habían dado la noche que pasaron cerca cuando la anterior excursión.
Sandra conducía con prudencia. Y estaba habladora, especialmente preguntona.
—Me gustaste la otra vez, lástima que estuviéramos cuatro, pero hoy estamos solas las dos…
—Sí —respondió Marta muy lacónicamente—. Tú, también me gustaste mucho a mí, aunque quizás no lo supe manifestar.
—Oye ¿te lo montas solo con chicas o también hombres?
—Soy bisexual, pero seguro que tiro más a lesbiana que a hétero. De todas maneras, no creas, mis amores son limitados, no soy de ligue fácil y, además, odio el llamado ocio nocturno, o sea que por aquí, nada de nada.
—No, yo tampoco soy de salir a bailar o beber con la esperanza de encontrar un rollo.
La conversación continuó mucho rato en estos términos, pasando de vez en cuando a temas más profesionales o de aficiones. Resultó que compartían bastantes. También resultó que votaban lo mismo cuando había elecciones. Hablaron de las familias —la de Sandra muy grande y tradicional, y la de Marta totalmente atípica y actualmente mínima—, pero al final la mirada de Marta hacia su amiga era ya más importante que las palabras. Sandra se dio cuenta por mucho que no apartaba aparentemente nunca la mirada de la carretera, quizás fue que interpretó las pausas o el tono de la voz.
Para llegar a su destino, se tenía que pasar por una zona boscosa, un pequeño puerto de montaña para superar unas lomas. En aquel momento ya no llovía.
—Me voy a desviar para entrar en este camino que va a una fuente con el agua muy buena, y sin contaminar, ya que no vive nadie aguas arriba ni hay ganadería que pueda contaminar el freático —no podía evitar usar términos de su profesión.
Lo hizo, se detuvo en la explanada de la fuente, dentro de un bosque de hayas, y sacó dos garrafas de la parte trasera del coche. Entonces fue cuando Marta se dio cuenta, el coche no tenía asientos de atrás, incluso una de las puertas no se podía abrir, el espacio estaba ocupado por una especie de colchoneta que llegaba hasta la puerta trasera del vehículo, y también por unos armarios o cajas con material diverso: básicamente herramientas de geólogo y de excursionista. También, dobladas, un par de mantas grandes acolchadas.
Cuando volvieron al coche con las dos garrafas llenas de agua fresca, Marta entró por la puerta trasera y se quedó dentro, mirando a Sandra expectante. Esta, se dio cuenta de inmediato de la propuesta, también entró por detrás, cerró la puerta posterior, corrió unas cortinillas, y se tendió junto a Marta, había el espacio justo que seguro que no era la primera vez que se usaba para esto.
El interludio no duró más de diez minutos, ni siquiera se desnudaron o desabrocharon la ropa. Y hablaron muy poco. La complicidad fue total. Pero hubo algo que Marta se apuntó mentalmente: en un momento dado, Sandra le había dado unas cuantas zurras cariñosas, pero relativamente fuertes. Seguro, lo de Abel tenía que ser cierto.
Reanudaron el camino, sin ir directamente a su destino, se detuvieron un pequeño pueblo para comer y buscaron un bar en el que servían platos combinados.
Allí, mientras comían, Marta sacó a la conversación el tema que hasta aquel momento no había sabido o se había atrevido a tocar; ahora, con la escena del coche en la fuente, Sandra le habían dado pie:
—Me ha gustado que me zurraras, lo encuentro muy cariñoso.
Larga pausa. Muy larga mientras Sandra miraba fijamente los ojos de Marta como si quisiera preguntarle algo sin voz.
—A mí me gusta mucho pegar, de manera amorosa, que se entienda…
—Me gustaría mucho probarlo —respondió Marta que no pudo controlar el enrojecimiento de sus mejillas. Sandra, sentada frente a ella, se dio cuenta.
—Vamos a hacer lo que tú quieras… Esta noche —y aquí se cortó el tema, ya había quedado bien entendido sin muchas palabras.
La zona del volcán estaba muy mojada aunque no llovía desde hacia unas horas. Cuando dejaron el coche, en vez de meterse por el sendero del bosque, entre las ramas empapadas, Sandra se decidió por una pista forestal, cerrada a lo vehículos particulares, que ascendía suavemente hasta la cima dando un rodeo bastante grande. Durante el paseo, le iba comentando los diversos tipos de terreno, desde coladas basálticas a zonas de tefra y otros piroclastos . También los relieves causados por la interacción de la lava del volcán con el agua subterránea de la zona… Marta pensaba que se le parecía mucho: ella también era incapaz de callar cuando se trataban los temas de su carrera.
Se agarraron de la mano mientras continuaba el camino ascendente, hasta un punto elevado, cercano a la cima del volcán. La cima destacaba por encima de los árboles y era un mirador magnífico de aquella parte de la comarca. Hicieron muchas fotos, no con el teléfono sino con cámaras réflex, que en esto también coincidían.
Bajaron lentamente al coche, mano contra mano, miradas sugerentes y algún beso esporádico, el interés por las piedras había estado substituido por otro más visceral y personal. Marta intentaba no especular mentalmente sobre azotes: tema aplazado hasta la noche.
El hotel. La patrona hizo grandes alegrías cuando vio a Sandra. A Marta le dedico una sonrisa, digamos que enigmática, como diciendo: «ya sé que venís a hacer».
—Hay poca gente, si queréis ir al segundo piso, estaréis solas…
Sandra asintió con la mirada, la señora le dio unas llaves, y las dos chicas tomaron sus mochilas y empezaron a subir.
—La cena es a partir de las nueve ¿Supongo que cenaréis aquí?
—Sí, sí, hasta ahora —respondió Sandra desde la escalera.
La habitación era rústica, en el sentido positivo, con muebles antiguos y cortinas pesadas. La cama de matrimonio, era más grande de lo normal según el criterio de Marta, y también bastante alta. Fuera casualidad, fuera a petición de Sandra, furia complicidad de la hotelera, le gustó muchísimo aquel lecho.
—Me voy a duchar que vengo algo sudada y sucia del bosque ¿Entras conmigo?
Marta asintió con la cabeza mientras la seguía al baño. También era antiguo, con la ducha instalada en una gran bañera de hierro.
Se dio cuenta entonces, que no se habían visto desnudas, y aunque ella no era precisamente muy visual en el sexo, tuvo ganas de poder contemplar aquello que hasta el momento solo había imaginado.
Se desnudaron las dos simultáneamente, sin ceremonia. Sandra era alta, con un vientre musculoso envidiable, de piel clara y con ligeras marcas apreciables de bikini, los pechos eran pequeños, y cónicos más que hemisféricos. Comparativamente, Marta, era más baja y no se podría decir en absoluto gorda, sino más bien de complexión robusta, ancha de caderas y con los muslos de buen tamaño; los pechos, todavía menos que su amiga, de hecho usaba una copa AA de sujetadores, y esto cuando los llevaba que no era siempre, de todas maneras, cuando se excitaba sexualmente, los pezones se le hinchaban muchísimo, destacando más que si hubieran estado en unas tetas más normales. Su piel era bastante más oscura que la de Sandra, y no presentaba ninguna marca del sol, entre otros motivos porqué su color era natural, no de morena.Tampoco, ninguna de las dos iba depilada, entre su grupo social, y especialmente entre lesbianas, no estaba en absoluto de moda, salvo casos extremos de pilosidad descontrolada, o más allá de recortar los pelos que salieran fuera de un biquini, la opinión de ambas —otra coincidencia— era que la depilación era una imposición machista y, además, algo perversa.
Entraron juntas en la bañera, tiraron la cortina, y casi sin darse cuenta, se encontraron enjabonándose la una a la otra, luego frotándose, luego acariciándose y finalmente abrazándose mientras deslizaban sus pieles lubricadas con jabón. En todas las posiciones posibles. Más tarde, con la ducha abierta otra vez, el jabón se fue aclarando, pero siguieron abrazadas hasta que la temperatura del agua —instalación antigua—, empezó a bajar.
Cada una por su parte, mientras bajaron a cenar, tenía en la cabeza el tema de los azotes. Sandra, que tenía la experiencia de haberlo probado con chicas muy distintas, porqué quería saber qué es lo que a Marta le gustaría y hasta donde aguantaría. Marta, dudando sobre si la realidad colmaría sus expectativas sobre recibir una azotaina por parte de otra chica, mil veces fantaseara; también, temiendo no comportarse adecuadamente y creando un fracaso en su nueva relación. Pero mientras cenaban, el tema continuó sin salir en la conversación.
Apareció en la escalera cuando volvían a la habitación. Con un cierto sonsonete Sandra habló:
—¿Ya eres consciente de que pronto vas a tener el culo rojo como un tomate?
Marta se estremeció. Sí, ciertamente había tenido horas para pensar en los azotes que iba a recibir, pero curiosamente el tema del enrojecimiento no lo había pensado hasta aquel momento.
—Sí, claro —dijo con una cierta voz de duda—, no será la primera vez, pero sí la primera que no me lo haya puesto rojo yo sola.
—¿Quieres decir que alguna vez te has azotado a ti misma? —pregunto algo intrigada.
—Pues sí, bastantes veces, me excita mucho. Y desde hace muchos años.
—¿Y nunca te ha azotado otra persona?
—Sí, también, unas pocas veces, pero no funcionó ninguna de ellas. Fracasos. Demasiado flojo que no me excitaba, o una conversación que me producía rechazo.
Llegaron a la habitación.
—Mira, a mí me encanta azotar, pero también hacerlo pasar bien a la pareja. Entiendo que no te gustó que te quisieran dominar.
—Sí, es esto. A lo mejor soy demasiado sensible…
—No, mujer, de sensibilidad nunca sobra. Te prometo que te voy a tratar con el máximo respeto, con cariño, y si lo quieres decir así, con amor. Pero te va a doler. Supongo que te das cuenta de que si no duele, el juego pierde interés.
—Sí ¿pero como tienes pensado hacerlo?
—Bien, te engañaría si te dijera que no lo he pensado, pero me gustaría hacerte algunas preguntas para saber lo que te puede gustar: ¿cuando te azotas tú, con qué lo haces?
—Pues con una correa, una cuerdecita, a veces una regla…
—¿Con la mano no?
—No, con la mano me parece como hacerse cosquillas una misma: no funciona.
—¿Y con un cepillo o una paleta?
—Algo he probado, pero no es el tipo de dolor que me excita, prefiero el cinto…
—Está bien, yo había pensado también en el cinto. Duele lo suficiente, las marcas, al menos tal como lo manejo yo no duran demasiado y permite variaciones. Por cierto, donde te has azotado.
—Básicamente en el culo, pero también, con el cinto y la cuerdecita, en la espalda o en los muslos,
—¿Estás excitada? ¿Quieres hacerlo ya?
—Sí, me muero de ganas desde que lo hemos hablado a la hora de comer.
—No voy a intentar dominarte, pero tendrías que seguir mis instrucciones. Si hay algo que no te gusta, me lo dices. No hace falta poner una palabra de seguridad, te voy a hacer caso. Ven aquí.
Las dos estaban de pie en la habitación, Marta se acercó, y Sandra la abrazó. Se besaron, se apretujaron un ratito.
—Venga —dijo Sandra separándose un poco—, te lo voy a hacer en la cama, me gusta que la persona que zurro se encuentre cómoda y relajada. Y lo haremos con mi cinturón, que por cierto casi seguro que te va a doler bastante más que cuando te lo haces tú. En el culo. Prefiero no hacer inventos la primera vez. Normalmente es el sitio más excitante. Y no te voy a decir cuanto durará, de hecho no lo sé, lo decidiré según tus reacciones. Si tienes ganas, llora, pero esto no me va a entenebrecer, la única manera de parar, es que me lo digas con palabras y entones hablaremos.
Marta estaba, literalmente, temblando. Se iba a hacer realidad su fantasía número uno. Decidió «portarse bien», era igual el dolor que sintiera, iba a aguantar, se mordería los labios si era necesario.
—¿Y cuando terminemos?
—A mi me gustaría hacer el amor inmediatamente, si me permites esta expresión. Para mí, sexo dando y recibiendo amistad, es amor.
—Si claro ¿como me pongo?
—Desnúdate del todo, y acuéstate en el centro de la cama boca abajo, con las piernas un poco separadas.
Lentamente, la chica lo hizo. Cuando quedó allí inmóvil, con la cabeza tumbada hacia Sandra vio como esta se desnudaba, primero de cintura para arriba, y vio como entonces se sacaba lentamente el cinturón del pantalón: largo, pesado y flexible. Lo dobló por la mitad y con las dos manos lo hizo chasquear. Se acabó de desnudar. Avanzó hacia la cama y con la mano libre acarició suavemente las nalgas de Marta, como indicando el objetivo de su arma. El contacto le erizó toda la piel, su estado mental era insólito, nunca se había encontrado en una sensación de excitación, mezclada con miedo e incertidumbre. Apretó la cabeza contra la almohada, separó los brazos y se relajó.
Sandra blandió el cinturón, y pronto envió el primer azote.
Sonó un chillido de la víctima del golpe, tanto por la sorpresa como por el dolor. Inmediatamente tuvo miedo de que la oyeran desde el piso de abajo, y mordió el almohadón. El dolor fue ardiente, mucho más que cuando ella se había azotado. Pero también había notado en su bajo vientre algo que no era dolor: estaba excitadísima.
Más azotes. Iban llegando pausadamente, Sandra, que internamente los contaba, intentaba al principio no tocar la zona enrojecida por los impactos anteriores. Luego, cuando ya estuviera tocado todo el culo, empezaría con azotes encima de los anteriores, más fuertes y dolorosos. Y esta idea la excitó en extremo. Marta lo soportaba bastante bien, mejor que la mayoría de las chicas que habían recibido las atenciones de Sandra en su primera sesión; sin botar demasiado, sin chillar, aunque sí gruñir y, sobre todo, sin poner las manos o intentar huir. No, para este tipo de castigos no la tendría que atar. Pero se le ocurrió alguno que estaba segura que solo lo soportaría si estaba inmovilizada, más adelante, cuando la conociera mejor ya se lo propondría.
Sandra sabía que tenía bastante margen de potencia, podía azotar bastante más fuerte y se había reservado la zona de la frontera entre nalgas y muslos, que es la más dolorosa para hacerlo al final de la sesión. Le excitaba buscar el límite de lo que Marta podía soportar, estaba deseando, en su excitación, que se pusiera a llorar, y todavía le excitaba más, pensar que entonces le pegaría los azotes finales, los más dolorosos posibles, para pasar súbitamente a consolarla. Mientras azotaba pensaba que como que aguantaba mejor de lo esperado, la siguiente vez, la azotaría con la vara; si se comportaba como hoy, lo soportaría.
En un determinado momento, Marta levanto la cabeza, parecía como si fuera un movimiento de huída. Pero no, se había levantado para volver la cabeza hacia Sandra y sonriere.
Sandra le miró directamente a los ojos, y volvió a azotar, le encantaba la mueca que el dolor causaba en el rostro de Marta. Después de tres o cuatro azotes así, vio como alguna lágrima brotaba de los ojos de la azotada, que rápidamente volvió a hundir su cara entre las almohadas.
Hacia el azote número cincuenta y cinco, Marta no pudo contener el llanto, pero se mantuvo en posición, el dolor que sentía en la piel, estaba conviviendo con un placer interior, como adictivo, un placer al que no quería renunciar fueran las que fueran las consecuencias. Sandra decidió que le daría veinte cinturonazos más, los más duros ciertamente. Y lo hizo a un ritmo más pausado, no dando el próximo azote hasta que los estremecimientos del anterior hubieran cesado. Ahora sí que el llanto y los chillidos contenidos de Marta estaban al límite. Azote setenta y cinco. Decidió darle cinco más. Marta, en estos, se retorció y chilló muy fuerte. Ochenta, los azotes cesaron súbitamente.
Marta sintió como la abrazaban, entre sollozos, abrazó ella también. Las manos de Sandra le masacraron el culo, de manera experta, y el dolor disminuyó rápidamente. Notó algo frío, que después averiguó que era crema hidratante que su amiga tenía preparada. Mientras sucedía esto, las dos bocas se habían fundido en un beso que a su vez había cortado los sollozos.
—Ven, aquí, ponte encima. No así no, al revés —dijo Sandra cuando vio que los espasmos y sollozos internos de la chica habían cesado.
En unos segundos, estaban en posición de sesenta y nueve. La lengua de Sandra empezó a explorar la vulva de su amiga, realmente era experta en esto. Marta también tenía la boca a pocos centímetros del clítoris de su compañera, pero todavía estaba algo aturdida por los azotes y el llanto, y algo le impedía empezar ella también con el cunnilingus, se mantenía quieta y receptiva.
Marta no era de orgasmo difícil, pero en esta ocasión ocurrió algo extraordinario, en menos de medio minuto, entró en trance: oleadas de placer le inundaban el bajo vientre, el calor real de la piel de las nalgas pareció como si desapareciera substituido de manera instantánea por un calor que abarcaba desde la vagina y los labios menores hasta los ovarios, con un máximo ardiente en el clítoris y ramificaciones que notaba especialmente fuertes en los muslos. Se convulsionó entre los espasmos, quizás quince, pero Sandra no la soltaba. La lengua le producía una sensación que en otras circunstancias hubiera sido, incluso, dolorosa. Se retorció, intento relajarse, pero inmediatamente, le llegó otro orgasmo. Y luego se encadenó un tercero… un cuarto… Diez minutos de orgasmos, temblores y contracciones como nunca los había tenido antes.
Entonces, ocurrió algo insólito. Sandra, que pese a tener la vulva cerca de la boca de su amiga, no había recibido sus lametones, notó que casi se le venía el orgasmo, de pura excitación. En un movimiento rápido que casi hace caer a Marta, se salí de debajo, giró y la abrazó mientras la besaba. Entonces le viso el orgasmo, tan fuerte que los temblores llegaron a Marta que a su vez, volvió a explotar. Seguramente, los orgasmos entre chicas deben ser un poco contagiosos.
Un brazo se extendió desde la cama buscando el interruptor de la luz. Quedaron a oscuras. Y no hablaron, o no recordaron haber hablado.
El siguiente recuerdo que tenían era que ya era de día, seguían desnudas y muy cerquita la una de la otra. Marta, que fue la primera en despertarse, alargó la mano hasta la vulva de Sandra, como masturbándola. Sandra se despertó.
—Te debo una, ayer por la noche no te lamí, ahora me toca hacerlo. Sube un poco en la cama que yo me bajo.
Sandra, en silencio, se levantó un poco, casi sentada con la cabeza en la cabecera de la cama y puso las piernas muy separadas. Marta se estiró entre ellas muy rojo. Su lengua empezó muy suave a lamer. Curiosamente la posición se parecía a la de la noche anterior y se dio cuenta, un escalofrío de ansiedad, y excitación la recorrió, mientras iba dando placer a su amiga, notaba la piel de sus nalgas que le escocía aun ligeramente cuando se fijaba; le gustaba, ya tenía deseos de volver a ser azotada. Otro día, claro. Sandra también veía el culo rojo de Marta, y también tenía deseos de volver a azotarla. Decidió que no le mencionaría el tema, pero la siguiente vez le esperaría la vara.
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Sucede muchas veces que me gusta reivindicar mis puntos de vista en mis personajes. En este caso ninguna de las dos protagonistas soy yo, pero ambas comparten algunas cosas con mi personalidad, o al menos con el carácter que me gustaría tener; incidentalmente las dos chicas son científicas como yo, sencillamente me son más fáciles de imaginar que personas de letras, a las que admiro y respeto mucho, pero que quizás tienen visiones del mundo desde puntos de vista que me son más difíciles. De momento, con ellas, solo he escrito esta historia y otra que tengo a medias, de momento no coherente del todo con la primera. Si tiene éxito, voy a seguir desarrollando, tanto las historias como los personajes.
En alguna ocasión, en otras historias, se me ha pedido que describa más detalles. Quizás no es la manera que tengo de ver o imaginar las tramas, me parece que normalmente prefiero dejar margen a la imaginación del lector para que decida los pequeños detalles que yo no he escrito. Al fin y al cabo, los actos sexuales son siempre muy subjetivos, los detalles que explicaría yo, pueden no ser los relevantes para otra persona. A parte de la dificultad intrínseca de expresar sensaciones, como puede ser la de que es lo que siente una protagonista durante un orgasmo.
Sí, los nombres vienen de Ma-soquista y Sa-dica . Es una broma literaria muy sencilla, quizás demasiado, pero al menos a mí, poner nombres a los protagonistas que sean juegos de palabras me ayuda a no confundirme tanto al escribir, que a menudo soy distraída y cambio el nombre a los personajes.
También tiendo a escribir extensamente, y no por poner muchos calificativos, sino por un cierto detallismo y no dar demasiados puntos por sobreentendidos. Cuando leo, me gusta así, tengo más tiempo para recrearme en las intenciones del texto. Además intento no poner detalles superfluos, intento que todo lo que escribo tenga función en la trama o como mínimo en la ambientación, no sé si lo consigo.
Personalmente tengo una cierta dificultad de redacción y léxico debido al hecho de ser trilingüe. Perdón si hay alguna construcción gramatical rara o palabra errónea. Dicen que el multilingüismo ayuda a la creatividad pero, al menos en mi caso, he de pagar el precio de algunas confusiones. Escribiendo esta historia he tenido que consultar el diccionario un par de veces, por ejemplo, no recordaba como se decía la palabra «chasquido», no me salía en español. Tampoco sé si sé escribir correctamente en idioma estándar o empleo dialectalismos que puedan ser difíciles de entender para muchas personas, aquí también he consultado un par de veces el diccionario de la RAL para asegurarme que la palabra que para mí es normal, fuera de todo el ámbito de la lengua, pero no siempre me doy cuenta y consulto, seguro.
Espero que este cuento le guste a algunas personas, o por lo menos que a mí me haya servido como ejercicio en esto de escribir, que nunca me ha parecido fácil.