Sandra y el sexo. Cap.5 Un año de transición
1979-1980 Durante ese periodo de mi vida, se cerraron algunas puertas pero se abrieron otras. Siempre con el sexo como nexo de unión, como "modus vivendi". Iba aprendiendo que no sé vivir la vida de otra manera.
SANDRA Y EL SEXO
CAPITULO 5
AÑO DE TRANSICION
En agosto de 1979, con 17 años y el diploma de bachillerato en la cartera, me matriculé en la Facultad de Letras de Lyon, especialidad « Lengua y literatura española ». Edouard hizo lo propio y se matriculó en la Facultad de Derecho de la misma ciudad, repitiendo su primer año, pues no había dado ni golpe el curso anterior. Como había obtenido muy buenos resultados en mi bachillerato, me dieron una beca de estudios y eso me permitió instalarme en Lyon por mi propia cuenta. Con Edouard, estuvimos buscando un apartamento para poder compartir el alquiler y los gastos domésticos. Lo encontramos en el centro de esta bella ciudad. Pero no íbamos a estar los dos solos.
Había también una chica, una camboyana, de nombre Malis, que significa « flor de jazmín ». Nunca había conocido a una persona asiática ; no personalmente. Era una chica menuda, de rasgos muy finos, con una larga melena de pelo negro y lacio que se ataba siempre en una especie de moño, utilizando un lapicero para sujetárselo. De tez mate, parecía que toda su piel había sido lacada con aceite de oliva. Hablaba con una voz cantarina y siempre en un tono más bajo que nosotras, las francesas. Sin ser una belleza, había algo en ella que atraía las miradas, tanto de los hombres como de las mujeres.
Sus padres regentaban un restaurante asiático en Bourg-en-Bresse, a unos 50 kilómetros y aunque no veian con buenos ojos que su hija estuviera lejos de su vigilancia, no tuvieron otro remedio que aceptar su ausencia. Estaba matriculada en la facultad de biología y nos contó -en un excelente francés- que quería hacer sus estudios superiores en Francia para poder ganarse la vida y no tener que volver a su país. En aquellos años, había cientos de camboyanos que habían encontrado asilo político en Francia. Eran otros tiempos en los que mi país era una « tierra de acogida ». Hoy en día, las cosas han cambiado mucho.
No tardé mucho en darme cuenta que Edouard era un chico muy diferente de David. Aunque yo no estaba enamorada de él, me esperaba que él lo estuviera de mí. Puro egoismo de mi parte. Edouard era lo que se llama « un bala perdida ». Cuando estaba conmigo en la cama, se comportaba como el mejor de los amantes. Me hacía el amor con deleite. Me decía mil y un cumplidos. Estaba a la escucha de mi cuerpo, de lo que éste le pedía. Pero, a la que salíamos a la calle, era otra historia. No le gustaba que fuéramos cogidos de la mano, ni que le diera besitos ni le hiciera arrumacos. Eso me desconcertaba. Estaba acostumbrada con David, siempre enganchado a mí como una lapa, siempre sobándome en cualquier parte, a la mínima ocasión. En resumen, podría decir que con David me ponía cachonda fuera de casa y que una vez en la cama, el soufflé se desinflaba. Mientras que con Edouard era todo lo contrario : puro fuego en la cama, puro hielo en la calle.
Yo me tomé muy a pecho aquel primer año de universidad. Iba a todas las clases, hacia todos los ejercicios, estudiaba horas y horas en casa. A Malis casi no le veía el pelo. Se levantaba pronto, se lavaba y vestía con una ropa que la hacía parecerse a una colegiala nipona, desayunaba unas cosas rarísimas y se marchaba a la universidad. Todos los intentos de conversación que quise mantener con ella terminaban en cuanto me respondía su letania particular : Très bien, merci !
. Yo la observaba llena de curiosidad. Podía quedarme largos minutos contemplando sus manos mientras escribía o leía. Tenía unas manos delicadas, con largos dedos coronados de largas uñas que nunca pintaba. Siempre iba descalza. Y yo le miraba los pies con envidia. Eran pequeños, redonditos como los pies de una muñeca de porcelana ambarina. Yo ocultaba los mios, largos y huesudos. La veía desnuda muy a menudo, normalmente en la ducha. No parecía que sintiera pudor alguno en esconder su cuerpo. Cuando entraba en el baño para lavarme los dientes, por ejemplo, primero picaba a la puerta y ella siempre respondía :
Entre !
La miraba a través del espejo del lavabo, enjabonarse, enjuagarse, secarse... Todo lo hacía con una mezcla de naturalidad y erotismo, exento de exhibicionismo. Tenía muy poco pecho. No obstante, sus oscuras e insignificantes aureolas estaban coronadas por unos pezones anchos y largos, del tamaño de la tercera falange de mi dedo meñique. Tenía un vientre liso en el que resaltaba su ombligo, un agujerito perfecto que contrastaba con el mío, más prominente. Su pubis frondoso y negro azabache, brillaba casi con la misma intensidad que sus cabellos. Me sentía atraída por aquella joven misteriosa, de la que no sabía nada, de la que nada emanaba que pudiera darme pie a pensar en otra cosa que en su sensual e hipnótica belleza.
A Edouard, tampoco le veía el pelo demasiado. Sabía que no iba mucho por clase y que se había hecho unos nuevos amigos con los que pasaba la mayoría de las horas del día. Y de algunas noches. Sin embargo, nunca quiso presentármelos. Me decía que no sería conveniente para mi carrera. Yo más bien pensaba que no quería que viese lo que hacía con ellos. En realidad, me daba igual. Siempre que cumpliera en la cama conmigo... Y en ese aspecto, no podía quejarme.
Si volvía pronto y me encontraba estudiando en nuestro cuarto, se acercaba por detrás y miraba lo que hacía por encima de mi hombro. Era como un ritual. Yo hacia ver que trabajaba sin que me hubiera apercibido de que estaba allí. Entonces, deslizaba sus manos bajo mi blusa o mi camiseta, liberaba mis tetas del sujetador, si lo llevaba aún puesto, y me las sobaba como si fuera un panadero preparando la masa para hacer pan. Yo echaba la cabeza hacia atrás y me ponía a maullar como una gatita. Seguidamente, me pellizcaba los pezones hasta que éstos se endurecían y me los retorcía hasta que poniendo mis manos sobre las suyas le rogaba que parase. Entonces, giraba la silla, le sacaba la polla y se la chupaba :
- ¿La niña quiere su ración de vitaminas ? Me preguntaba cada vez que iniciábamos este ritual.
Unas veces, no le contestaba y segúia comiéndole la verga hasta que se vaciaba en mi boca. Bebía un sorbo de té (siempre tenía a mi lado un termo con té calentito) y le pedía que me dejara seguir estudiando. Otras veces, le contestaba :
- No, querido... Hoy toca otra cosa.
Entonces, le hacía sentarse en la silla (muchas veces sin siquiera sacarse los pantalones), me quitaba lo que llevara puesto, y me sentaba sobre su polla, dándole la espalda :
- A ver, ¿por dónde íbamos ? - le decía como si me hablara a mi misma ; y me ponía a leer en voz alta los apuntes que tenia sobre la mesa.
Me encantaba ese tipo de juegos. Con David, desgraciadamente, duraban muy poco. Pero con Edouard, la máquina de follar, como yo le llamaba, se hacían divinamente eternos.
- ¡Qué interesante ! Sigue leyendo, que me pone...
Tuve un montón de orgasmos leyendo fragmentos de Calderón, de Lope de Vega, de Cervantes... Edouard se burlaba de mí cuando se me entrecortaba la voz en mitad de una estrofa :
- Canta pájaro amante en la enramada... ¡Oh, síiiii !
selva a su amor, que por el verde suelo... ¡Diossss, que buenooooo !
no ha visto al cazador que con desvelo... ¡Aaaaaaaaaaahhhh !
le está escuchando, la ballesta armada.... ¡Me cooorrrroooooo !!!
En la cama, era él quien mandaba. Su pasión : mi culito. Su posición preferida : a cuatro patas. Un día, llegó al apartamento con un espejo de pie que había comprado por cuatro francos en un mercadillo :
- Quiero verte la cara cuando lo hacemos a lo perrito.
- Mmm... Tú, menos estudiar... ¡ Ideas no te faltan !
Me sorprendió que me gustara tanto, el invento del espejo. La primera vez que me ví, me costó reconocerme. ¡Qué cara de vicio, por Dios ! Y él taladrándome por detrás, con esa sonrisa de macho satisfecho. Y mis tetas balanceándose como tocinillos de cielo... Hicimos de todo, delante del espejo. En la cama, en el suelo, de pie... Una vez, incluso lo pajeé e hice que se corriera sobre el cristal. Acto seguido, me puse a lamer los goterones de lefa como un gatito haría con el platillo de leche que su amo le ofreciera. Por suerte o por desgracia, según se mire, en aquel tiempo no se hacían fotos como ahora.
Un día, estando sola en la habitación, quise masturbarme mirándome al espejo. A pesar de que la postura me era incómoda, creo que me calenté más con la imagen de mí que me devolvía el espejo que con las caricias que mis dedos prodigaban a mi húmedo coñito. Y en esas :
- ¡Uy, perdón ! Pensaba que estabas estudiando... Susurró « Flor de jazmín », dándose media vuelta para no mirar el espectáculo indecente que su compañera de piso le ofrecía.
- ¡Uf, qué vergüenza ! Perdóname tú a mí... No sabía que estabas en casa – mentí, haciéndome la inocente e incorporándome y poniéndome en una posición más conveniente.
Malis seguía en la puerta, sin mirarme pero sin moverse. Como yo he dicho anteriormente, esa chica era un misterio para mí. Me atraía y al mismo tiempo, no sé si por la diferencia cultural que existía entre nosotros o por esa frialdad serena que emanaba de su actitud, no sabía cómo comportarme con ella. Me vino a la mente mi prima Nathalie, los momentos tórridos que habíamos pasado juntas, la naturalidad con la que nuestros cuerpos se daban placer mútuamente.
- No te vayas, Malis... Por favor...
Agarré la camisola que tenía a mano y me la puse. No quería que mi desnudez la perturbara. No quería que se marchara :
- Ven, siéntate a mi lado...
La chica se giró y asintió levemente. Se acercó a la cama y se sentó a cierta distancia de mí. Llevaba puesto lo que para ella debía ser el atuendo de estar por casa : una camisa blanca de cuello « Mao », abrochada hasta arriba y un pantalón de lino, holgado, del mismo color.
- ¿Tú no te masturbas, Malis ?
- Yo... - la cabeza gacha, un ligero rubor en su tez.
- Perdona... no quiero ofenderte...
- No me ofendes, Sandra... - levantó la cabeza y, por primera vez, vi en sus ojos un destello que podía ser interpretado como de excitación.
Hay algunas situaciones que no se resuelven con palabras sino con actos. Me dije : ¿Qué puedes perder por intentarlo ?. Me acerqué a ella y le acaricié el pelo :
- ¿Sabes que eres muy bonita ? - le dije mientras deshacía su moño. - Tienes un pelo tan sedoso...
- Gracias... El tuyo también es muy bonito... ¿Por qué lo llevas tan corto ?
- ¡Oh ! Cosas que pasan... Pero ahora lo voy a dejar crecer. Le contesté pasando mis dedos entre sus lacios mechones.
Esa carita era como un imán que me atraía hacia ella, irremediablemente. La besé en la frente. Mis labios se posaron sobre sus párpados cerrados. Sobre su naricita respingona. Sobre sus mejillas de ámbar. Sobre sus finos labios carmesí. Malis temblaba como las hojas de un fresno acariciadas por una leve brisa. La puntita de mi lengua le picoteaba los labios que se iban entreabriendo poco a poco. No me rechazaba. Se estaba abandonando paulatínamente a mis caricías. Mis dedos no cesaban de arrullar su pelo. Mi lengua buscaba la suya. Y al encontrarla, se fundieron las dos en un espasmo, breve pero intenso.
Con suma delicadeza, le desabroché la camisa. Botón a botón. No quería que se asustara. Cuando sus pequeños senos aparecieron ante mis ojos, una ola de deseo me recorrió todo el cuerpo. Posé mis manos sobre ellos, con extrema suavidad, las palmas sobre sus pezones turgentes, rozándolos apenas, en movimientos oscilantes. Malis echó su torso hacia atrás, apoyándose con las manos sobre la cama.
- Sandra... Yo nunca...
- Nunca has hecho el amor, quieres decir...
- Nunca me han besado... Nunca... Nadie...Nada...
Malis tenía 19 años. Por múltiples razones, muchas de ellas ligadas a su cultura y a su relación familiar, nunca había tenido la ocasión de despertar a la sexualidad. Me confesó que había empezado a tocarse, a masturbarse gracias a nuestra llegada, escuchándonos noche tras noche, imaginándose lo que hacíamos, sin tener la mínima idea de lo que era. Iba a ser yo la que la iniciara en los placeres del sexo. Me sentí profundamente orgullosa :
- No temas nada, Malis... Déjate llevar por el placer.
Había demasiada luz en mi cuarto. Apagué la lámpara del techo. Corrí las cortinas y encendí la lamparilla de la mesita de noche. Le pedí que se acostara en la cama. Le saqué el resto de su vestimenta. Le dije unos cuantos cumplidos sobre su cuerpo. Me despojé de mi camisola y me acosté sobre ella, apoyada en los codos. El contacto de nuestra piel nos produjo una increíble descarga eléctrica. Nos fundimos en un beso apasionado. Mi lengua en su boquita se deslizaba cual serpiente marina entre las rocas de sus dientecitos. Su boca sabía a té, a hierbabuena, a gengibre. Nunca he dudado del poder erógeno de un buen beso. Y aquel lo era.
Me dediqué a ella en cuerpo y alma. Empezando por sus tetillas, lamiendo, chupando, succionando sus maravillosos pezones. Eran como caramelos, dulces y duros, suaves y apetitosos. Se los mordí repetidas veces, atenta a su reacción. Gemía de una manera muy particular. Emitía unos arrullos agudos, como un pajarillo al cantar. Bajé hasta su vientre. Le besé el ombligo y hundí la punta de la lengua en él. Se retorció de gusto pero me pidió que parara porque le daba cosquillas. Le pedí que se acercara al borde la cama. Me puse de rodillas sobre la moqueta de la habitación. Le separé los muslos, acariciándoselos al mismo tiempo. Malis gimoteaba. Una especie de gorgoritos guturales llenaban el aire de notas lancinantes. Acerqué mi boca a su sexo. Aspiré profundamente su perfume. Una fragancia intensa, penetrante. ¡Qué maravillosa sensación ! Aquella fruta exótica, ofrecida por primera vez, para mï ; solamente para mí goce y disfrute.
Le abrí la vulva con delicadeza. Sus labios menores, de un marrón oscuro, seguían pegados, arrugaditos. Un hilillo de fluido transparente manaba de su coño. Malis jadeaba y movía la cabeza de un lado a otro, como si dijera No, no, no... Alcancé sus manos y se las dirigí hacia su sexo :
- Abrételo para mí, Malis -le ordené.
- ¿Qué vas a hacerme, Sandra ? -murmuró entre jadeos.
- Algo que te va a encantar, mi pequeña flor de jazmín.
Prensó sus labios menores entre sus finos dedos y ante mis ojos apareció su cueva, enteramente recubierta de su himen virginal. Suavemente, descubrí su clítoris, rojizo y del tamaño de un garbancito. Cuando perdí la virginidad con Jürgeng, apenas sangré, pues, como muchas otras mujeres, la membrana de mi himen ya había sido perforada por mis propios dedos, los de mi prima Nathalie y los tampones que periódicamente me ponia con su correspondiente aplicador, Malis era totalmente virgen. Y no iba a ser yo quien la desflorara.
Fue mi segundo coño. Y me deleité como si me lo comiera a mí misma. Le lamí su botoncito. Se lo succioné. Se lo chupé voluptuosamente. El almizcle de su sexo me inundaba las papilas. ¡Qué manera de chorrear !
- ¡Hiiiiiiii ! ¡Hiiiiiiii ! ¡Hiiiiiiii ! - chillaba de manera ininterrumpida, como un ratón.
Y cuando le hundí uno de mis dedos en el ano, siguiendo uno de esos proverbios tan cristianos de « Haz al prójimo lo que quieras que te hagan a ti » (sí, ya sé, no es exactamente así, pero ya me entendéis, ¿no ?, la chiquilla explotó :
- ¡Hiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii ! ¡Chaaaaaaaaaaa ! (que significa Sííí en camboyano)
Pero tanto me sorprendió la manera de expresar su goce, como la rociada, de lo que en principio me pareció orina, y que me dejó la cara empapada :
- ¡Virgen Santa ! (nunca mejor dicho, lo de virgen) ¡Qué manera de correrse !
- ¡Orkurn, Orkurn, Orkurn !
- No sé qué me dices, Malis...
- Merci, Sandra... ¡Merci beaucoup !
- De nada... Ha sido un placer... Pero,¡ ahora te toca a ti !
El timbre de la puerta sonó repetidas veces. Vaya, pensé, ¿Quién diablos viene ahora a tocarnos las narices ? Malis se asustó :
- Deben ser mis padres... Siempre me dicen que van a venir a verme...
Malis salió pitando de mi habitación y se encerró en la suya. Yo me sequé la cara con la sábana y me puse de nuevo la camisola. Me dirigí a la puerta y pregunté, antes de abrir :
- Sí... ¿Quién es ?
- Policiía... Abra, por favor.
Nunca he hecho nada malo pero, no sé si por educación o por algo subconsciente muy propio de los franceses (el miedo al gendarme), la verdad es que me puse muy nerviosa e incluso se me acabó escapando alguna gotita de pis. Entre los nervios, el miedo y todo lo demás, no caí en la cuenta de que mi atuendo no era el más apropiado para abrir a los representantes de la autoridad : mi camisola, medio transparente, dejaba ver más de lo que era oportuno en ese instante. Pero abrí la puerta :
- ¿Vive aquí Edouard S. ? Me preguntó el que llevaba la voz cantante, un hombre seco como un palo y alto como un San Pablo.
Noté como un cordoncito de orina se deslizaba entre mis muslos. Instintivamente, apreté las piernas, en ese gesto ridículo que hacemos las mujeres cuando nos aguantamos el pipi. El otro policia me miraba de arriba a abajo sin ninguna delicadeza.
- Sí... pero ahora no está... ¿Para que desean verlo ?
Lo que sucedió a continuación me pareció, en aquel momento, surrealista. Sin pedir permiso (lo de la orden de registro debía aparecer sólo en las películas) se pusieron a registrarlo todo. Primero, la entrada y el salón-comedor ; luego, nuestra habitación. Me morí de vergüenza al ver el estado de las sábanas. Pero mo pareció que le dieran importancia. Sí que se la dieron cuando, al abrir uno de los cajones de la mesita de noche, encontraron una pipa de fumar hachis y un par de barritas de « chocolate ».
- ¿Y esto ? - me preguntaron enseñándo lo que habían encontrado como si hubieran encontrado el arma que mató a JFK.
Tuve tanto miedo, tanto, que la única cosa que se me ocurrió decir fue :
- Yo no fumo... Debe ser de...
- Señorita... No nos tome por idiotas. Hemos venido a buscar a Edouard S. ¿Es su novio ?
- Sí -de tan bajito que lo dije me o hicieron repetir- Sí, es mi novio.
- ¿Sabe a qué se dedica su « novio », señorita ?
- Es estudiante, como yo...
- Estudiante... ¡Y una mierda ! ¡Es traficante !
En ese preciso instante, apareció Malis, vestida con su habitual indumentaria, mitad kimono, mitad sari, en el umbral de la puerta :
- No es su novio. Dijo con una voz mucho más firme que la que yo le conocía.
- ¿De dónde sale ésta ? Preguntó el policia más joven, el que no cesaba de mirarme obscenamente.
- Digo que Edouard no es su novio... Sandra y yo... Somos pareja.
- ¡Anda ! ¡Encima tortilleras ! Exclamó el poli cachondo mirándo fijamente lo que la transparencia de mi camisola le dejaba ver.
- ¡Cállate, idiota ! Le replicó su superior. - Vamos a dejarnos de tonterías. Ustedes dos -dirigiéndose a nosotras- vístanse. Vamos a aclarar todo esto en la comisaría.
Os voy a resumir cómo acabo todo aquello. A Malis y a mí, nos soltaron sin cargos. A ella, porque no se creyeron su historia y a mí, porque era menor y me vieron tan acojonada y perdida que se apiadaron de mí. El policia joven llegó, incluso, a pedirme para salir con él. Decía, el muy jeta, que había sido gracias a él que me habían soltado. Se quedó de piedra cuando le repliqué que a mí sólo me gustaban las mujeres.
Los padres de Malis vinieron a buscarnos a la comisaría. Ni que decir tiene que la apartaron de mí inmediatamente. También se pusieron en contacto con mi padre. El pobre no ganaba para disgustos. Con respecto a Edouard, no le pillaron. El muy zorro se había largado a París y no supe de él hasta unos meses más tarde:
- Sandra... Soy yo
- ¡Pedazo de cabrón ! Si te tengo delante...
- Mmm... Deseo tenerte delante...
Dejé la universidad y me puse a trabajar como secretaria en la gestoría donde trabajaba mi padre. Hasta el día en que recibí la llamada de Edouard. Acababa de cumplir 18 años. Mayor de edad. Una maleta con mis pocas pertenencias y un billete de tren Lyon-París.
Fin del quinto capítulo.