Sandra y el sexo. Cap. 9 El doctor Murkherjee II

Espatarrada sobre la camilla, sintiendo cómo mi chochito latía compulsivamente, húmedo e incandescente ; mirando a aquellos dos, el doctor y su enfermera, que iban comentando no sé qué sobre la diosa Laksmi... y mi cabecita que funcionaba a todo trapo, imaginando a qué diablos se refería al decir que quería probar algo conmigo

SANDRA Y EL SEXO

CAPITULO 9

EL DOCTOR ARYAN MURKHERJEE

PARTE II

Espatarrada sobre la camilla, sintiendo cómo mi chochito latía compulsivamente, húmedo e incandescente ; mirando a aquellos dos, el doctor y su enfermera, que iban comentando no sé qué sobre la diosa Laksmi... y mi cabecita que funcionaba a todo trapo, imaginando a qué diablos se refería al decir que quería probar algo conmigo :

  • Doctor... Estoy en ascuas... ¿Qué desea probar conmigo ? Acerté a preguntar, cuando lo que quería decir era ¡Fólleme, por Dios !
  • Sandra... ¿Has oido hablar del sexo tántrico ?
  • No, la verdad es que no...
  • Se trata de una práctica que se basa en el Tantra, una filosofía de vida de origen oriental con más de 4.000 años de antigüedad, que utiliza la energía sexual para conseguir una conexión con uno mismo. Y pienso que tú tienes un potencial de energía sexual desbordante...
  • ¿De veras ? ¡Oh, gracias, doctor !
  • No hay de qué... Si lo deseas, puedo hacer que alcances el nirvana...
  • No sé lo que es, pero suena tan bien y me siento tan a gusto...
  • En la sociedad y en el momento en que vivimos es muy difícil dejar de lado el reloj. Siempre estamos pensando en la lista de la compra, el trabajo de mañana, la cena de esta noche o en todas las cosas que tenemos que hacer. Pero para practicar el sexo tántrico el tiempo se ha de olvidar. Hay que tener la cabeza y todos los sentidos en ese momento sin preocuparnos de nada más, para poder vivir esa experiencia al cien por cien. ¿Te sientes preparada para vivir esta experiencia ?
  • ¡Hummm ! ¡Sí ! Sí ! ¡Sí !
  • Bien, Sandra... En el sexo tántrico, cada parte de tu cuerpo es un receptáculo de sensaciones... Marta, ¿le apetece preparar a nuestra Laksmi para el amor cósmico ?
  • Con mucho gusto, doctor.

Voy a intentar reproducir con palabras lo que ocurrió a partir de ese momento. Intento mantener la cabeza fría para no dejarme llevar por el torrente de imágenes, de percepciones alucinantes que van afluyendo de mi memoria. Me paro, me acaricio, me masturbo, me corro para poder relajarme y seguir escribiendo serénamente. Este es mi noveno relato y ya he tenido que parar de escribir dos veces. Por favor, Sandra, concéntrate, me digo, pellizcándome los pezones... Y sigo escribiendo...

El doctor Murkherjee cedió el rol protagonista a su asistenta. Esta, empezó por sacarme las sandalias que aún llevaba puestas. Acto seguido, mientras el doctor corría las cortinas, apagaba las luces de neon y encendía unas velas, Marta bajó el respaldo de la camilla, de tal manera, que mi cabeza quedó ligeramente por debajo del nivel de mi torso. Es importante que la sangre fluya hacia el cerebro, me dijo. Al mismo tiempo, me ayudó a desprenderme de mi camiseta y de mi sujetador.

  • Vamos a vendarte los ojos, Sandra -dijo el doctor. Es importante que te concentres en tu cuerpo, en las caricias que vas a recibir. No importa quién sea la persona que te las prodigue. Debes sentir... Con cada poro de tu piel... Relájate y pon los brazos alrededor de tu cuerpo, así, las palmas de las manos hacia arriba... Bien...

Marta me ató un pañuelo alrededor de los ojos. Me quedé a ciegas. Me sentía ligéramente mareada, por el olor de aquel incienso, por el perfume de Pachulí que llevaba la enfermera, por la tremenda calentura que mi cuerpo desprendía...

  • Sandra... De vez en cuando te pediré que hagas determinadas cosas... Déjate llevar por mi voz y concéntrate en el efecto que lo que hagas y hagamos te produzca en ti. Aún estás a tiempo de echarte atrás...
  • Lo sé, doctor... No tengo miedo alguno... Estoy enteramente en sus manos.

Lo primero que sentí fueron unas manos sobre mi vientre, húmedas, untadas de algo que no acertaba a saber qué era pero que estaba frió. Quise pensar que se trataba de las manos de Marta. Mi excitación era tal que no me hubiera importado que fueran las de cualquier hijo de vecino. Esas manos se fueron deslizando sobre mi vientre en movimientos concéntricos, que iban terminando con una ligera presión en el interior de mi ombligo y se iban haciendo cada vez más amplios, hasta rozar mi pubis o la base de mis senos.

  • Es agradable, dije a media voz.
  • Lo sé, Sandra... Pero debes mantenerte en silencio. Siente. Es todo lo que debes hacer. Me dijo el doctor con su voz profunda y melosa.

Las manos pasaron a ocuparse de mis pechos. La frialdad de aquel gel balsámico produjo un efecto inmediato en mis pezones que se pusieron erectos como puntitas de flecha. Con suma lentitud, las palmas de aquellas manos reprodujeron sobre ellos los mismos movimientos que segundos antes habían realizado sobre mi vientre. Poco a poco, la presión se hizo más fuerte y los dedos se fueron cerrando sobre mis tetas, amasándolas. Me concentré en el olor de aquel cuerpo que tenía a unos centímetros de mí y tuve la certeza de que se trataba de Marta. Y me gustó...Al mismo tiempo, el doctor, supuse, manipuló los estribos de tal manera que mis piernas quedaron abiertas en un ángulo de casi 180 grados. Y entonces, fueron cuatro manos las que se encargaron de acariciarme :

  • Tienes unos pies muy bonitos, Sandra. Me dijo el doctor mientras procedía a masajearme uno de los dos. - En la planta de los pies tenemos una multitud de puntos érogenos que conectan directamente a nuestro centro neuronal... Dime que sientes cuando te presiono aquí...
  • Aaahhh ! Ooohhh ! Meee... Me gustaaa... Muuuchooo...

Marta se puso a pellizcarme los pezones, como si quisiera hacer con ellos bolitas de papel. El doctor siguió presionando diversos puntos de mis pies, en esta ocasión, de ambos a la vez. Tuve la impresión que en mi cerebro se producía un pequeño cortocircuito :

  • ¡Doctor ! ¿Qué me está pasando ? ¡Mmmmmm ! Es como si...¡Aaaaahhh ! Como si me viniera...¡Mmmmmmmmm !

Mis muslos se pusieron a temblar. Una especie de maullido lancinante me salió del alma. ¿Era eso el orgasmo cósmico ? En cualquier caso, era un orgasmo, real como la vida misma. En un acto reflejo, mis manos se dirigieron directas a mi coño, mis deditos a mi clítoris. El doctor me riñó :

  • No, Sandra, no... Debes mantenerte pasiva... Sentenció, apartándome las manos de mi sexo.
  • Pero... Es más fuerte que yo. Le repliqué tímidamente.
  • Es importante que sigas al pie de la letra mis instrucciones. Sólo acabamos de empezar...¿Quieres que te atemos las manos ?
  • Creo que... sí, es lo mejor...

En un santiamén, me encontré con ambas manos ligadas a los barrotes laterales de la camilla y los piernas atadas por los tobillos a los estribos. Y, de repente, unas ganas incontenibles de orinar :

  • Lo siento, doctor... Pero necesito ir al baño.
  • Marta...¿Has olvidado de pedirle que pase por los lavabos antes de entrar en la consulta ?

La enfermera no respondió. Oí que se alejaba, un instante y que al cabo de pocos segundos volvía.

  • Hazlo ahora, Sandra. Me sugirió, el doctor.
  • ¿Aquí ? ¿Ahora ? Pregunté con las primeras gotitas que se me escapaban coño abajo.
  • Marta te ha puesto una palangana... Puedes orinar tranquila.

Unos dedos me abrieron la vulva...Y ...¡Hostias, si lo hice ! Me salió un chorrazo de pis de lo más potente. Tanto que lo primero que escuche fue el improperio que salió de la boca de Marta :

  • ¡Me cago en su puta madre ! ¡Me ha puesto la bata perdida !

Pero yo ya no podía parar de mear. Suerte, para ella, que rectificó enseguida la inclinación de la palangana y pude vaciar en ella toda mi vejiga. ¡Qué alivio y qué gustazo ! Si no hubiera estado maniatada me habría sacado la venda sólo para ver la cara que se le había quedado a la zorranca esa.

  • No te sulfures, Marta... No es culpa suya, la pobre. Comentó sarcásticamente el doctor. - De todas maneras, estás mucho mejor sin ella, ¿no ?
  • ¡Ay, doctor ! Usted siempre tiene una palabra de consuelo...

Durante un largo momento, no se escucharon más palabras. Agudicé el oído, intentando adivinar que se estaba cociendo. Un leve ruido que identifiqué como el de la ropa de la enfermera, que imaginé desnudándose. Y, de nuevo, la voz del doctor :

  • Ahora quiero que juegues con tu boca... Que lametees y chupes...

Primero fue la punta de una uña, larga, la que me acarició los labios. Los entreabrí y uno de los dedos de Marta se me introdujo en la boca. Sabía a mi propia orina. Lo lamí y succioné como si fuera un pequeño pene. Lo extrajó y me introdujo otro de sus dedos. Este sabía a coño, y no al mio. Lo volví a lametear con fruición. Me introdujo un segundo y un tercero, moviéndolos dentro de mi boca como si fueran anguilas... Aquello duró un buen minuto. Y entre los murmullos de mis chupeteos, se iba escuchando la voz del doctor, recitando una especie de mantras, como si fuera el gurú de una secta :

  • Aaa Ooo Ummm... Aaa Ooo Ummm...

A decir verdad, mi interés por aquel tipo de prácticas era más bien limitado. Ya me estaba cansando de chupetear dedos. Lo que quería es que alguien, quien fuere y cómo fuere, se ocupara de mi coño. Vamos, que quería que me follaran de una vez. Justo cuando iba a protestar, me encontré con un señor pezón en la boca :

  • La diosa Durga te ofrece su néctar divino... Aaa Ooo Ummm...Aaa Ooo Ummm

Como tonta nunca lo he sido, del todo, no tardé en comprender que lo que aquella « diosa » me estaba dando era de mamar. Succioné aquel enorme pezón y de aquella mama empezó a brotar leche materna, tibia y de gusto insípido. Hacía más de 17 años que no mamaba, pero, igual que no se olvida el ir en bicicleta, me dediqué lo mejor que pude a ese menester y a bien que no debí hacerlo del todo mal porque la enfermera diosa Marta Durga me llenó la boca de tanta leche que fui incapaz de tragármela toda. Y como seguía en aquella posición que me dejaba la cabeza inclinada hacia abajo, la leche que desbordaba se me metía por toda la cara. Así que le mordí el pezón :

  • ¡Ayyy ! ¡Será cabrona ! Exclamó, retirando automáticamente la ubre inagotable.
  • ¡Sacadme la venda ! ¡Desatadme ! ¡Quiero ver ! ¡Quiero tocaros !
  • Está bien... Dijo el doctor con pasmosa suavidad. - Quítale la venda... pero no la desates, todavía.
  • Y levantadme el respaldo, por favor.

Dicho y hecho. Marta levantó el respaldo hasta dejarlo en posición horizontal, un poco más hacia arriba. Y me quitó la venda. La primera cosa que apareció ante mi vista fueron sus impresionantes tetas. Jamás había visto nada parecido. No solamente eran énormes sino que además eran de una palidez casi traslucida. Cientos de venas azules, como meandros amazónicos, surcaban su dermis lechosa. Pero lo más impresionante eran sus pezones, protuberantes, gruesos, hermosos y... babeantes. Y yo que estaba archi convencida de que aquella pájara era lesbiana. O quizás lo era y lo único que había hecho era copular con el doctor-gurú. Habria de saberlo, pero no ese día...

  • Doctor, creo que esta mocosa se merece un castigo. Sentenció la vaca sagrada.
  • No temas, Sandra... El cástigo al que se refiere te va a gustar.

Y al decir eso, desvié mi mirada hacia el punto dónde él se encontraba y lo que vi me gusto muchísimo. El doctor Aryan Murkherjee se había desnudado, por completo. Y su cuerpo era, a mis ojos, el paradigma de la perfección masculina, versión hindú : esbelto, atlético (pero para nada hinchado de anabolizantes), fibroso, imberbe por todas partes menos en su pubis, y con una maravilla espectacular que le colgaba entre las piernas... Un pene de unas dimensiones -para los ojos de una novata como yo- pura y simplemente équinas. Creo que los ojos me bizquearon sólo de imaginar el tamaño que aquella boa alcanzaría con una buena erección. Marta percibió mi interés e hizo un comentario que me llenó de inquietante excitación :

  • Lo que estás mirando con lascivo interés es la representación terrenal de Kamadeva, el dios del amor y del sexo.

Me dieron ganas de echarme a reir y de contestarle : ¡ Lo que estoy mirando es un tio que está como un tren y que tiene el pollón más extraordinario del planeta tierra !

Pero Durga, la diosa de las enfermeras amamantadoras, siguió su discursito pseudo místico :

  • Su falo sólo puede entrar en las entrañas de una diosa, capaz de acogerlo y satisfacerlo hasta …
  • Marta, por favor... No asustes a nuestra invitada... Verás, Sandra... Cuando te he realizado la exploración he podido constatar que la profundidad de tu cavidad vaginal era bastante superior, en longitud, a la de la mayoría de las mujeres. De hecho, es muy similar a la de las mujeres que ya han fecundado, como Marta.

Otra vez los detalles médico-fisiológicos. ¿Qué me estaban diciendo ? ¿Que si me penetraba me iba a salir por la boca ?

  • Aryan (¡Vaya, ahora lo llamaba por su nombre!)...Sabes muy bien (y le tuteaba, uy, uy, uy) que sólo yo puede acoger tu …
  • No seas vanidosa, Marta...

Entonces, asistí a una escena surrealista. Maniatada de pies y manos, no podía hacer más que contemplar lo que aquel par de iluminados me ofrecían. Y no tuvo desperdicio. Marta se arrodilló ante él y empezó a mamarle la polla. Yo me forzaba para no perder detalle, intentando desligarme de las ataduras. Mientras ella le trabajaba aquella asta, él me miraba con una mirada de una lubricidad

hindú.

¡Jopetas ! ¡Qué tontería que acabo de escribir ! Me miraba, simplemente, como diciéndome, ahora voy a por ti Laksmi. Ella en cuclillas, de espaldas a mí, sólo me permitía ver el movimiento oscilante de su moño y la expresión de goce, un tanto estoico, del doctor. ¡Qué tortura, por Dios !

  • ¡Desatenme las manos, al menos ! Grité con todas mis fuerzas, cabreada y caliente, si ambas cosas pueden ir a la par.

Marta se incorporó, se dió la vuelta y, por espacio de unos segundos, me permitió apreciar las dimensiones contra natura del pene del doctor « John Holmes » y la rotundidad de las formas de Marta : sus enormes mamas, sus preponderantes caderas, sus robustos muslos y su pubis y vulva totalmente rasurados. No tuve tiempo para más. La enfermera se inclinó hacia mí, posando sus manos sobre mis muslos, levantando como pudo su popa, ofreciéndosela a nuestro gurú particular. Nuestras miradas se cruzaron, con una intensidad sexual bien distinta. La de Marta era la de una hembra sumisa, una yegua en celo lista para ser montada por su semental. La de él, soberbia, penetrante. La mía, suplicante : ¡Yo también quiero !

El doctor la asió por las nalgas y la penetró de una sola y profunda embestida. Marta abrió la boca en un mugido ensodecedor. Los ojos se le salían de sus orbitas. Su rostro era la viva expresión de esa mezcla misteriosa entre el dolor intenso y el placer inmenso que tantas veces habría de experimentar en mis propias carnes. Por mi parte, en ese momento, fui el receptáculo de la intensidad de su goce pues, la mala puta, me clavó las uñas en la delicada piel de mis muslos :

  • ¡Aaaarrrrrgggggggg ! - chillé como una loca, debatiéndome para poder desligarme de las ataduras y abofetear a aquella perra que me estaba cortando la piel.
  • ¡Uuuuaaaaauuuujjjj ! - relinchaba la bestia, mirándome sin verme. - ¡Mmmmmmmuuuuaaaaarrrrjjjj ! Mugía la vaca sagrada a cada embestida de su minotauro.
  • ¡Aaa ooo ummm ! Aaaooo ummm ! Mantreaba el dios fálico, imprimiendo un ritmo creciente a sus embestidas.

Acerté a ver como unas gotitas de sangre se escurrían de los pequeños cortes que las uñas afiladas de la enfermera me habían producido. Visión que duró muy poco porque, como si quisiera hacerse perdonar, ella se puso a ejercer de Durga, diosa del cunnilingus. Primero, de manera anárquica, lamiendo con toda la superficie de su lengua todo cuánto encontraba a su alcance, moviendo la cabeza de un lado a otro, adelante y atràs, siguiendo el ritmo de la chingada de su Kamadeva. De hecho, me estaba comiendo el chochito como lo haría un perro, a golpes de lengua babosa que se deleita del manjar que se le ofrece. ¡Uy ! Me parece que estoy haciendo spoiler de relatos que todavía no he escrito... Así que vuelvo a la trama...

Y, poco a poco, aplicándose en la tarea, jugando con la punta de la lengua, haciéndola pasear como una babosa de mi ano a mi clítoris, succionándolo, chupándolo, mordisqueando mis labios menores ; o metiéndola toda en mi más que dilatada vagina.

Fueron unos minutos de intensísimo placer. La estancia se llenó de una multitud de aromas lúbricos, de un concierto de jadeos, gemidos y chillidos impúdicos. Y así, como quien no quiere la cosa, me llegó el segundo orgasmo :

  • ¡Siiiiiiiii ! ¡Siiiiiiiiii ! ¡Me corrooooooohhhhhh !

Los espasmos que recorrieron mis muslos fueron tan fuertes que conseguí aflojar las fijaciones de los estribos de tal manera que, de estar despatarrada al máximo, pasé a convertir mi muslamen en unas tenazas de carne que atenazaron la cabeza de Marta contra mi sexo. La escena pareció complacer a nuestro doctor pues reacionó cogiéndola por el moño, tirando de ella hacia arriba y redoblando la brutalidad de sus embestidas. Pero la ley de la gravedad es inexorable. Sin las manos de Marta sobre mí como punto de apoyo, terminaron los dos proyectándose hacia delante, cayendo sobre la camilla o, lo que es lo mismo, sobre mí, que apenas tuve tiempo de volvir a abrir mis piernas para que la cabeza con moño deshecho quedara entre mis tetas y los suyas aplastadas contra mi vientre. Imperturbable, el doctor se irguió de nuevo y siguió taladrando el altar de éxtasis de su Durga. Le hice un gesto con la mirada que significaba ¡Desáteme de una puta vez ! Y en esta ocasión, accedió a mi demanda. Primero, las correas de las manos y justo después, las de los pies.

Quise zafarme del peso de Marta pero no hubo manera. Conseguí incorporarme un poco para verle la cara, que seguía reposando ladeada entre mis senos. Y me asusté un poco, la verdad. Tenía los ojos abiertos, en blanco ; la boca medio abierta y un hilillo de baba que le salía por la comisura de los labios...Pero no estaba ni muerta ni se había desmayado porque emitía una especie de gorgoritos guturales que acentuaban el carácter surrealista de aquella escena :

  • Joorrrggg...joorrrggg...joorrrg...joorrrggg
  • ¿Qué le pasa, doctor ? Pregunté al follador incansable.
  • Marta está experimentando el orgasmo tántrico...
  • Ya... ¿Y va a estar mucho rato aplastándome ?

Por primera vez, me miró con un cierto desdén. Comprendí que le había ofendido y me quedé con la sensación de que acababa, sin quererlo, de poner fin a la sesión de sexo hindú. Sin embargo, al ver mi cara compungida, metamorfoseo la suya y recuperando aquel extraño dulzor, me dijo :

  • La vivencia del verdadero orgasmo nos remite a la escena del mismo nacimiento, al recordatorio por excelencia de nuestros orígenes y no la consecución de un placer efímero.
  • ¿Puede decírmelo en cristiano, por favor ?
  • ¡Cuánto tienes por aprender, Sandra ! Marta está viviendo el orgasmo desde fuera hacia dentro... Es una explosión que nace en su vagina y se propaga hacia el interior de todas las ramificaciones nerviosas de su cuerpo.
  • Lo siento, mi querida Durga... Ahora ha llegado el momento de iniciar a nuestra Laksmi.

Dicho esto, el doctor Murkherjee se retiró del yoni de su amante asistenta y la tomó delicadamente en sus brazos, poniéndola de pie. El rastro que Marta había dejado en mi cuerpo se hizo palpable : goterones de saliva entre mis pechos y charquitos de leche sobre mi vientre. Me levanté y busqué con la mirada algo con lo que poder secar toda aquella húmedad. Bueno, casi toda. Me dolían las ingles, los tobillos, las muñecas y el cuello, de tanto querer alzarlo. Pero me sentía feliz. Poco importaba si iba a alcanzar el orgasmo cósmico sideral ese. Lo único que yo deseaba era que me taladrara con aquella monstruosidad que seguía iniesta como la espada de un torero, presta a entrar a matar.

  • Puedes irte, Marta. Nos vemos esta tarde.

Por increíble que pueda parecer, aquella mujer se había transformado radicalmente. Ahora, parecía otra, sin rastros de su mal carácter ni de su agresividad. Sumisa, con la cabeza gacha, cogió su ropa y se acercó a mí. Puso una mano sobre mi mejilla y me dijo :

  • Siento haberte hecho daño, Sandra... ¿Me perdonas ?
  • Por supuesto...

Me besó en los labios y salió de la consulta. Me quedé mirándola un instante, perpleja ante su reacción, y cuando me giré, me encontré con que el doctor se había estirado en el suelo enmoquetado, apoyándose con los codos :

  • Ven, Sandra
  • ¿Qué quiere que haga ? Pregunté, de pie junto a él, un tanto idiotizada, todo hay que decirlo.
  • Lo que desees... Soy tu instrumento de placer... Soy el barquero que te conducirá al nirvana.

Me puse de rodillas, a la altura de su vientre, con las piernas pegadas a sus caderas. Le cogí la polla con la mano y me la acerqué hasta la entrada de mi coño. El sólo me miraba. Sus ojos brillaban como estrellas en la noche :

  • ¡Ahora, Laksmi !

Me empalé en él hasta que sentí que la punta de su falo percutió en lo más profundo de mi vagina. En aquel momento no pude experimentar lo que se siente cuando una mano entera con todo su antebrazo se adentra en tus entrañas. Todavía no había vivido esa experiencia. Pero fue como si la hubiera vivido. Aquel pedazo de carne turgiente me había colmado de placer, con tan sólo esa primera penetración. Fue el orgasmo más rápido de mi existencia :

  • ¡Santo Dios ! ¡Me muero de gustooooooohhhh !
  • Tranquila... Controla tu respiración... Quiero sentir como el interior de tu vagina se contrae sobre mi verga...
  • ¡Hummmmm ! ¡Ooooohhhh !

Con toda su polla dentro de mi, apoyé mis manos en su pecho, y fui balanceándome de atrás hacia adelante, frotando mi pubis contra el suyo, sintiendo como mi clitoris se regalaba con la caricia de su frondoso vello púbico.

Cambiamos varias veces de posición. Siempre siguiendo sus instrucciones. Me tomó de lado, frente a mí y de espaldas. Me hizo sentarme en cuclillas sobre él, estando él de rodillas. Sentados una sobre el otro, abrazados, besándonos. A cuatro patas, cogiéndome los pies o chupándomelos en la posición del misionero... Parecía que reproduciamos las diferentes litografías que adornaban las paredes de la consulta, como pasos de un virtual « via crucis » sexual. A pesar de la intensidad del placer que recibía mi cuerpo y mi mente, tenía todas las articulaciones doloridas, como si hubiera hecho de Nadia Comaneci, sin ningún entrenamiento previo.

  • Y usted, ¿no tiene ganas de... ? Es que yo... ya no sé cuantos llevo...
  • ¡Ja, ja, ja ! -era la primera vez que lo veía reirse de aquella manera, tan occidental- Mi placer es el tuyo, querida Laksmi.
  • Es que estoy medio muerta, doctor...
  • ¿Quieres mi simiente ?
  • ¡Con toda mi alma !
  • Entonces... ¡La tendrás !

Se puso en pie y me pidió que me arrodillara ante él. La escena tenía un cierto aire religioso. Sandra, la penitente, arrodillada ante el altar majestuoso, ante el dispensador de semen celestial. Quise chupársela pero me lo impidió con un suave gesto, posando su mano sobre mi frente, echandome delicadamente la cabeza hacia atrás. Llevé mis manos a mis pechos, acariciándomelos, ofreciéndoselos para recibir la descarga de su virilidad.

Aryan Murkherjee, doctor en ginecología, ostetricia y no sé cuantas cosas más ; alias Kamadeva, dios del amor y del sexo, se estaba haciendo una paja ante mi carita de ángel, como el más normal de los mortales, bombeando su falo a ritmo de cumbia :

  • Abre la boca, Sandra
  • ¡Sí, mi amo !

Pensé para mis adentros, abriendo la boca y sacando la lengua. * ¡Yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhh !

¡Virgen santa ! Un cordón de lefa blanca salió propulsado de su glande con tal fuerza que lo sentí percutir mi frente como si me hubieran disparado un balín de papel mojado. ¡Qué corrida ! Os juro que el resto de su leche cayó en mi boca, en mi lengua. Y fue mucha, muchísima. Y estaba, simplemente, riquísima. Me tomó por los hombros y me hizo levantar. Con la yema de sus dedos, recogió el semén que todavía impregnaba mi cara y me lo fue dando para que lo sorbiera. Una delicia...

  • Eres una diosa, Sandra... Una verdadera diosa.

Minutos más tarde, ya vestidos los dos, la receta de los anti-conceptivos en mi bolso, a punto de decirnos adiós, le insinué a modo de pregunta :

  • Esto que ha pasado hoy...
  • Es la primera vez que llegó tan lejos con una de mis pacientes, si es eso lo que quieres saber...

En los casi dos años que estuve en París, volví tres veces a su consulta. Las tres veces, Marta me dió hora para que fuera la última, o de la mañana o de la tarde. Las tres veces tuvimos sexo, los tres. Pero ya no fue tan impactante como la primera. Entre tanto, Sandra Laksmi, o sea, yo, había tenido una gran cantidad de experiencias, totalmente occidentales.

Próximo capítulo : Sexo en París.