Sandra y el sexo. Cap. 2. El final de la inocencia

Un año después de nuestro primer encuentro, volví a ver a Jürgeng, en el mismo cámping. Estamos en Julio de 1978. Y una servidora acababa de cumplir 16 añitos. Sin embargo, habían pasado muchas cosas que hacían que todo, o casi, fuera diferente.

SANDRA Y EL SEXO

CAPITULO 2

El final de la inocencia

1978

Un año después de nuestro primer encuentro, volví a ver a Jürgeng, en el mismo cámping. Estamos en Julio de 1978. Y una servidora acababa de cumplir 16 añitos. Sin embargo, habían pasado muchas cosas que hacían que todo, o casi, fuera diferente.

Para empezar, mis padres se habían separado. Iba a tardar muchos años en saber qué había pasado. De hecho, no lo supe hasta poco antes de la muerte de mi padre, hace cinco años. Durante el verano del 77, Mi padre había descubierto que su mujer, mi madre, se tiraba a medio cámping a sus espaldas. Me quedé de piedra, al oirlo, pues yo estaba allí, con ellos, y no me había dado cuenta de nada. Claro que yo tenía otras preocupaciones, como la de correr detrás de Jürgeng para que me hiciera cositas. Y si debo ser fiel a la realidad de los hechos, no conseguí absolutamente nada de él en los quince días que siguieron a esa primera noche.

A principios de setiembre del 77, mi padre se marchó de casa. Solamente un mes más tarde, otro hombre ocupaba su lugar. Nada que ver con mi padre. Sea como fuera, de entrada no me gustó. Era pretencioso, zalamero en exceso, siempre haciendo bromas pesadas que sólo hacían reir a mi madre ; besuqueándola sin ningún decoro ni pudor, en cualquier momento, en mi presencia...Mi madre se transformó y empezó a comportarse, y duele decirlo, como un putón verbenero. Ese hombre... En fin, no adelantemos acontecimientos.

Y el otro acontecimiento es que conocí a un chico, David, dos años mayor que yo, un empollón... Pero me gusta bastante. Era alto, guapete, muy discreto... Y me miraba como si fuera « Miss Mundo ». Cuando le dije, unos días después de que me pidiera para salir, que quería acostarme con él, casi le da un infarto. Como digo, era adorablemente ingénuo.

En el camping, mi madre y su gigolo,

como lo llamaba yo, ocupaban una de las dos « habitaciones » de la tienda. La otra, David y yo. Después de pelearme con mi madre varias veces, ésta había aceptado que viniera con nosotros, algunos dias. Fue mi condición « sine qua non » : o lo dejaban venir o ya se podían olvidar de verme en todo el verano. Lo que ninguno de los tres sabía, era que lo único que me preocupaba es que Jürgeng no estuviera o que sí, pero como los horribles quince días que siguieron a mi desvirgue, ni me hiciera caso. No es que David no me gustara. Era un chico guapo, atlético, bien formado, tierno. Pero no sé cómo decirlo, yo había empezado a jugar al tenis con Bjorn Borg y ahora me tenía que conformar con el número uno del club de tenis de mi pueblo.

Me había pasado un año entero soñando con Jürgeng, en sus brazos, su vientre, su cuello, su cuerpo de arriba a abajo ; su olor y su gusto... En su manera de mirarme, de hacerme el amor.

Los tres primeros días en el camping se desarrollaron normalmente. Durante el día, a eso de las diez o las once, íbamos a la playa los cuatro. El nuevo amante de mi madre, al que llamaré T a partir de ahora para no desahogarme en adjetivos descalificativos,

era un auténtico cerdo calentorro. No paraba de sobar a mi madre, lanzándome sin cesar guiños lúbricos, estuviéramos dónde estuviéramos. Mi madre se dejaba tocar, riñéndole de manera poco convincente. Y oyendo sus gémidos y sus grititos de goce, por la noche, de madrugada, estaba convencida que se lo pasaba a lo grande.

Hoy, con la perspectiva del tiempo pasado, las cosas que descubrí y sin que ella esté ya en este mundo, me doy cuenta que la juzgué despiadadamente. Era una mujer como yo : natural, libre y caliente. Y había sido una buena madre, a pesar de todo.

Por la noche, David y yo íbamos a bailar, a la discoteca. Debo confesar que la presencia de mi novio me molestaba más que otra cosa. Yo sólo tenía una idea en mente: divertirme, bailar y tontear con chicos extranjeros. El, en cambio, sólo pensaba en volver al cámping, acostarse sobre mí, penetrarme y correrse en dos pequeños minutos. Qué cansino que era pidiéndome una y otra vez ¿Vamos ? Tengo ganas de ti, mi pulguita.

Si me cogía de buen humor, salíamos un momento de la disco, y en la parte de atrás del local, un poco apartados de otras parejas que se pegaban el lote, le sacaba el pirulí y lo pajeaba hasta calmar su impaciencia. Así podíamos volver a entrar y me dejaba en paz un ratito. Pero, bueno, tampoco quiero ser injusta con él ; estaba enamorado de mí.

Al quinto dia, vi desembarcar a Jürgeng y su familia. Sus padres, habían dejado de venir, aunque no recuerdo la razón. De hecho, ni siquiera sabía si iba a volver a verlos, ni a ellos, ni a su hijo. Que la tienda siguiera allí, plantada, me permitió contemplar y guardar la esperanza que la aparición se produciría. Sin embargo, mi primera reacción fue de frustración, al verlo acompañado de su mujer y de sus hijos. Pero me duró poco. A la que estuvo cerca de mí y vi cómo me miraba, se me pasaron todos los males. ¡Me devoraba con sus ojazos azul cielo ! A la que tuvimos ocasión de estar mínimamente solos, me dijo :

  • Te has cortado el pelo... Todavía estás más guapa.
  • Y tú has hecho muchos progresos en francés... Le contesté simulando que me eran indiferentes sus miradas y sus piropos.
  • Gracias... Lo he estudiado todo el año... Ya sé decir muchas cosas. Me replicó, risueño.
  • ¿Ah, sí ? ¿Y qué sabes decir ?
  • Yo... Tengo... Muchas...Ganas...de...Ti

No pude contestarle porque David se presentó, interrumpiendo la conversación, no asi, el goteo imparable de mi chochito, al oir aquellas palabras y la manera cómo las había dicho. Esa tarde, le pedí a David que hiciera la siesta conmigo. Estaba exultante. Las veces anteriores, cuando él me lo pedía, yo le espetaba un calla, vamos a la playa,

que lo dejaba taciturno un buen rato. En la tienda, quiso montarme enseguida, pero le supliqué ronroneando que me comiera el coñito. Eso sí que sabía hacerlo bien. Cerré los ojos y me puse a fantasmear que mi nibelungo me tomaba, una y otra vez. Unos minutos más tarde, cuando David me penetró, diciéndome que me quería con locura, yo ya me había corrido un par de veces. Sin abrir los ojos, le contesté :

yo también, mi amor.

Después de la cena, al final de la tarde, me fui a fregar los platos. David se había quedado jugando a cartas con mi madre y T. Jürgeng llegó y se puso a hacer lo mismo en el fregadero de al lado. No estábamos solos, por lo que se puso a hablarme bajito :

  • Veo que tienes un amigo... ¿Haces el amor con él ?
  • Sí... hago el amor con él.
  • ¿Cuántos años tiene ?
  • Menos que tú...
  • Ja, ja, ja... Eso ya lo veo, pequeña.
  • 18, tiene 18 años
  • Parece muy buen muchacho...
  • Lo es...
  • ¿Te gustaría hacer el amor conmigo, Sandra ?

Se me cayeron los platos de las manos. Suerte que la vajilla de plástico era irrompible. Se echó a reir y puso sus manos sobre las mías en la pica, tomándolas entre las suyas.

  • ¿Eso quiere decir que sí ? Me preguntó acercando su cara a pocos centímetros de la mía.
  • Me muero de ganas, Jurg. Pero las cosas no son cómo el año pasado.
  • Lo sé... Pero tengo una idea...

Su idea me pareció arriesgada, pero en aquel entonces yo tenía un tal grado de descaro y me sentía a tal punto excitada, que hubiera ido a buscarlo directamente a su cama. Quería que fuera a su encuentro, hacia la medianoche en la lavandería del cámping, que seguía abierta toda la noche pero en la que no habría nadie puesto que estaba prohibido poner una lavadora durante las horas de reposo.

David iba de sorpresa en sorpresa. Primero, por la tarde, sesión de sexo inesperada, en lugar de playa. Y ahora, por la noche, nada de discoteca. Nos acostamos pronto y así podemos repetir lo de la tarde, ¿Vale ?

Le dije susurrándeselo como una gatita. Un acontecimiento imprevisto favoreció el buen final de mi estrategia. A eso de las siete, mi madre y T se marcharon a cenar fuera y al casino, nos dijeron. Los dos sonreímos de pura alegría, aunque por motivos distintos. De reojo, miré a la parcela vecina. Estaban los cuatro cenando. Desde su mesa, lanzaron un « buenas noches » a los que se iban y me pareció adivinar una furtiva mirada de Jürgeng hacia mí, llena de sobreentendidos.

Calculé el tiempo necesario para que a la hora pactada mi novio estuviese ya en brazos de Morfeo. Pensé, si ceno ahora con él, va a querer pasar al acto enseguida y la que se iba a quedar dormida iba a ser yo. Y tampoco era cuestión de poner el despertador. Así que le dije si le apetecía un bañito antes de cenar, a lo que se apuntó sin rechistar. En la playa, varias veces tuve que pararle los pies, o mejor dicho las manos. Pero le dejé que jugando en el mar me metiera mano. Y terminé, como siempre me pasaba con él, calmándolo con una discreta paja submarina.

Si bien es cierto que David tenía muy poco aguante y que eyaculaba con prontitud de conejo, también lo es que tenía una soberbia capacidad de recuperación. Por ello, nada extraño fue que, después de cenar, y ya una vez sobre el colchón hinchable, volviera a estar empalmado, como un potrillo juguetón. Me desnudé y le mostré lo que quería de él. Y me volvió a comer el chochito divinamente. Mi mente iba maquinando. No quería que David me follara. No. Eso deseaba que lo hiciera Jürgeng. Así que le dije que esperara que quería hacer una cosa con él. Le hice acostarse sobre la espalda, me puse en cuclillas sobre su cara, pero también de espaldas a él. Fui bajando lentamente las nalgas hasta que mi coñito quedó pegado a su boca. Me recosté sobre él hasta que la mía entro en contacto con su verga. Para no precipitar acontecimientos, me entretuve lamiendo sus testículos, jugueteando con la lengua en su perineo, buscando golosamente su agujerito. Todo él tenía gusto a yodo y sal. Cuando estaba corriéndome, David se solidarizó conmigo y me ofreció una dosis más de su caudal reproductor. Trás los « je t'aime, ma puce » de rigor, terminó durmiéndose como un bebé. Esperé unos minutos, me puse una camiseta larga, cogí una toalla y el jabón y me fui para las duchas.

Me lavé a conciencia y fresca como una rosa de Mayo, me dirigí a la lavanderia. Eran las doce menos algo. Y Jürgeng ya me esperaba delante de la puerta. Llevaba puesto un albornoz. Me tomó de la mano y juntos entramos en la sala de las lavadoras. Cerró la puerta tras de si y corrió el pestillo. Algunas luces estaban encendidas en modo « emergencia ». Un halo rojizo daba al lugar una atmósfera de película de terror. Dentro, hacía un calor sofocante. Se sacó el albornoz. Acto seguido, me tomó en sus brazos y me levantó con suma facilidad. Mis muslos aferraron su talle. Sus manos se posaron en mis nalgas. Y nuestras bocas y lenguas se reencontraron en un beso tórrido. Un segundo más tarde, siempre de pie, me penetró profundamente. Su boca, pegada a la mía, ahogaba mis gritos de éxtasis. Me folló con sacudidas violentas que denotaban la fuerza de su deseo. Me sentía como una garrapata, clavada en su verga, ligera como una muñeca de trapo. El orgasmo me llegó con la misma violencia que su martillo pilón percutaba mi útero.

Me depuso en el suelo y me sacó por encima de la cabeza mi camiseta. Me temblaban las piernas y a penas me mantenía en pie. Me observó de aquella manera lúbrica que tanto me excitaba.

  • ¡Dios del universo ! Eres … ¡ Magnífica !
  • ¿Has visto ? - le pregunté con un hilillo de voz jadeante, levantando los brazos- Ya no parezco una alemana...

Ya hacía meses que me depilaba las axilas. También empecé a rasurarme un poquito el pubis y la vulva ; pero no mucho, aún estábamos lejos de la moda « sin pelo ». Se acercó a mi sobaco y se puso a lamerlo :

  • ¡No seas guarro, Jürgeng ! He sudado como una marrana.
  • ¿Marrana ?
  • ¡Para, para ! Me haces cosquillas.

Sin más palabras, hizo que apoyara mis manos sobre una de las lavadoras. Separó mis muslos y volvió a penetrarme, tomando mis tetas en sus manos, retorciéndome los pezones :

  • No grites, Sandra...

Pero como yo no paraba de chillar y gemir a partes iguales, me amordazó la boca con su manaza de mecánico. Se recostó sobre mí y entonces pude sentir su cálido aliento en mi cuello. Me lamía y mordisqueaba esta parte de mi cuerpo, la nuca ; mi talón de Aquiles. La mano que me amordazaba aflojó su presa y dos de sus dedos se introdujeron en ella. Se los chupé con el mismo ahinco que si hubieran sido su verga.

  • ¡Oh, verdammmt ! (que viene a significar algo así como ¡Oh, mierda!

) * ¡Nooo ! -acerté a exclamar- No te corras todavía, Jurg. * ¿Corras ? - preguntó sorprendido.

Dos meses de relaciones con David no me habían dado tanto gusto que ese pequeño cuarto de hora con Jürgeng.

  • Eyaculación, no, por favor. Le dije sin que hubiéramos cambiado ni un milímetro nuestras posiciones.
  • Voy a eyacular fuera de ti, no te preocupes.
  • ¡Ja, ja, ja ! -me reí con ganas ; no había comprendido lo que quería decir- Tomó la píldora... Contraceptivos.
  • ¿Entonces ?
  • Entonces, eyacula dónde quieras, cómo quieras... ¡Pero no ahora !

Todo este bla-bla-bla sin cesar un sólo instante de maniobrar su taladro alemán con una cadencia creciente en mi conejito, el cuál, agradecido del trato recibido, no paraba de exhalar fluídos viscosos, efluvios de sexo ardiente que tapizaban con su olor acre las paredes de la lavanderia :

  • ¡Sí, por favor ! ¡Siiiii ! ¡Más ! Mááásss !
  • ¡Ayyyy ! - soltó cuando le mordí el dedo que tenía en la boca- No me muerdas tan fuerte...
  • ¡Perdón ! ¡Per... Ohhh... Perdón ! Por favor, no te pares, mi vida...

Si entre mis lectores hay alguna lectora y tiene la suerte de ser como yo, multiorgásmica, sabrá que nada en el mundo puedo compararse con este goce. Los orgasmos llegan uno tras otro, como un motor turbo que se propulsa al llegar a una cierta velocidad y que nos dejá la espalda enganchada al asiento. Una se siente desprovista de voluntad. Una no pueda que dejarse ir y gozar de esta eléctrica excitación que nos invade, desde la raiz de nuestros cabellos hasta la última uñita de los pies.

Me dejé caer hacia delante, exhausta, mis pechos y mi cara contra la superficie metálica de la lavadora. Su falo seguía en mí, duro como una broca de titanio, quemándome las entrañas. Fue entonces cuando sentí que salía de mi coño y, antes de que pudiera protestar por aquella vil retirada, sentí como sus manos me asían y separaban las nalgas y su lengua como se ponía a lamerme el ojete.

  • Sí, amor... Sí... ¡Me gustaaa !
  • Y a mí... Voy a tomarte por detrás... ¿Me dejas ?

Me giré para mirarle a la cara. Y creo que lo que vio en mirada le hizo comprender que yo estaba preparada, que podía hacer conmigo lo que quisiera, que era su muñequita de trapo ; porque se enderezó, mojó de saliva la palma de la mano, la extendió sobre su polla y colocó el capullo a la entrada de mi ano.

. Yo... - le dije susurrando en un balbuceo- … No lo he hecho nunca, por aquí.

  • Tranquila... No te haré daño... ¿Tienes ganas, verdad, pequeña ?
  • Sí... Muchas... Puedas hacerme lo que quieras, Jurg.
  • ¡Eres maravillosa, pequeña ! Ahora... ayúdame.
  • ¿Cómo ?
  • Con tus manos... Abrete el culo para mí
  • ¿Así ?

El dolor fue intenso. Como si me hubieran desgarrado el ano. Grité y le pedí que parara. Lo hizo. Entonces, volvió a lamerme esa zona. Jugó unos instantes con la yema de los dedos en mi ojete. Me pidió que me relajara. Que pensara en el placer que le estaba dando... Y volvió a la carga.

Esa noche, el placer bajo todas sus formas había acudido a la cita y yo no tardé en volver a sentir aquella sensación de plenitud, de goce infinito. El avanzaba en mis entrañas, lentamente. Se quedó clavado hasta el fondo, un instante, dejando que mi esfínter se dilatara lo suficiente para adaptarse al asta que lo atravesaba. Yo sentía su respiración que se acelaraba progresivamente. Podía, incluso, sentir como su polla vibraba en mi culo. Entonces, me agarró los brazos por mis muñecas y los atrajo hacia él, haciendo que mi pecho se levantara como un resorte. E inició una dansa infernal. La metía y la sacaba de mi culito, con embites cada vez más profundos, cada vez más brutales... Eramos como dos bestias salvajes y lúbricas, dos fieras hambrientas de sexo : él, el macho alfa ; yo, su hembra sumisa.

Jürgeng se corrió dentro de mí. Quizás el tiempo transcurrido ha falseado la precisión de mis recuerdos, pero os prometo que tuve la impresión que su semen me quemaba las entrañas. No me corrí, pero me sentía feliz, inmensamente feliz. Se quedó dentro de mí un momento, pero me dejó libre los brazos. Me dejé caer de nuevo sobre la lavadora. Finalmente, extrajo su verga, me levantó y me giró hacia él. Me abrazó. Su torso estaba empapado de sudor, pero me daba igual. Pegué mi mejilla contra su pecho y inhalé su perfume, totalmente extasiada.

  • Ich liebe dich, Jürgeng... Je t'aime, je t'aime, je t'aime !
  • Ma petite Sandra... Ma toute petite Sandra.

Nos besamos y nos despedimos antes de regresar cada uno a su tienda. No sin antes darnos una cita para el día siguiente: misma hora, mismo lugar.

Desgraciadamente, al dia siguiente iba a ocurrir algo que haría que David y yo nos marcharamos, casi corriendo, del cámping.

FIN DEL CAPITULO 2