Sandra y el sexo. Cap. 10. Sexo en París

Acabo de celebrar la llegada de la primavera con una « Soirée sans tabous » en nuestro club privado, con mi marido y algunos amigos, conocidos o por conocer. No os voy a contar, aquí y ahora, lo bien que me lo pasé ; ello queda para otro capítulo... Pero espero que os guste lo que sigue. Besitos

SANDRA Y EL SEXO

CAPITULO 10

SEXO EN PARIS I

Acabo de celebrar la llegada de la primavera con una « Soirée sans tabous » en nuestro club privado, con mi marido y algunos amigos, conocidos o por conocer. No os voy a contar, aquí y ahora, lo bien que me lo pasé ; ello queda para otro capítulo. No obstante, una de las cosas que hice sí que me sirve de introducción para este capítulo. Se trata de la « Dark room », una habitación totalmente a oscuras, en la que te metes vestida (bueno, vestida pero no como si fueras a esquiar) y sales desnuda y con un calentón de campeonato. Lo recomiendo a todas aquellas que nunca lo hayan probado : es una gozada. Manos desconocidas que te tocan, te soban, te magrean...Bocas anónimas que te lamen, te chupan, te mordisquean...Dedos furtivos que te hurgan, te palpan, te penetran... ¡Uf ! ¡Qué puta que te sientes ! Pero volvamos a aquella época...

Como ya os dije, mi estancia en París duró casi dos años. A los tres meses, entré a trabajar como administrativa en una empresa de recambios de automóvil. Por muy raro que pueda parecer, no tuve ninguna historia con nadie, ni jefes ni empleados. Bueno, sí que hice alguna guarrería. Con un chico que trabajaba en el almacen. Estaba super acomplejado porque era muy bajito y gordinflón. Y me miraba con unos ojitos de becerro degollado cada vez que me veía aparecer por el mostrador donde preparaban los paquetes de recambios. Un día, por la San Valentín, me ofreció un encendedor con un corazón y me dijo que estaba enamorado de mí. Y como me han educado para ser agradecida, le ofrecí mi manita, que lo consoló momentáneamente, entre dos estantes de bujías, alternadores y filtros de aire. A la tercera vez que el chico me declaró su amor, le hice entender que se lo agradecía por última vez, que yo ya estaba compremetida. Y por ser la última, dejé que me sobara mientras le hacía mi trabajito manual. Una es así, de buena persona.

Sin embargo, el trabajo sí que me permitió emanciparme económicamente de Edouard, cosa que era muy importante para mí. El, por su parte, trabajaba en una agencia de detectives y, si bien me decía que no tenía nada de apasionante (nada que ver con aquellos detectives a la Mike Hammer, resolviendo asesinatos y esas cosas), si que le permitia pasearse arriba y abajo con su moto. Esa misma moto que iba a ser su perdición.

A pesar de que viviamos como una pareja y que teníamos sexo muy a menudo, no tardé en darme cuenta que las pasiones de Edouard eran otras. La moto, la principal y la música, la guitarra, en particular. Fue él quien me enseñó a tocarla. Algo que le agradeceré eternamente... Había dejado por completo el trafiqueo de drogas, pero no el consumo. Con él descubrí y probé un sinfín de variantes de hierbas y pastillas ; de hongos y de ácidos. La única cosa que nunca quise probar fue la heroina. Siempre he detestado las inyecciones. Además, tuve la desgracia de ver morir a algunos amigos y ese es el mejor antídoto. Y si tenía sexo con otras mujeres a parte de la casera (una vez a la semana, cosa sana, repetía cada vez que bajaba a hacer su trabajo de fontanero), se guardó bien de contármelo. Y no porque ni el uno ni el otro fuéramos celosos, al contrario. Fue un acuerdo tácito que nos convenía a los dos.

Edouard tenía un muy buen amigo que se llamaba Fabien. Era el único que tenía un piso digno de ese nombre, en las afueras de París. Allí nos reuníamos los fines de semana, un grupo bastante fiel de amiguetes, para escuchar música, tocar la guitarra, cantar, fumar, beber... y follar. A veces, nos juntábamos una veintena, la mitad desconocidos que unos u otros habíamos conocido de aquí y de allá y, en general, la proporción de chicos era muy superior a la de chicas. Hoy recuerdo con mucho cariño aquellas orgías, por lo que tenían de naturales, de espontáneas...Nada que ver con la idea que uno se hace actualmente de este tipo de situaciones, descontextualizadas y manipuladas por culpa de la pornografía que ha convertido el acto sexual en un negocio, un espectáculo para voyeurs.

Algunos de nuestros amigos vivían la política con pasión e incluso eran militantes de partidos de extrema izquierda. Y, con ellos también, se me fue despertando la conciencia política. Junto a estos amigos y amigas viví la noche del 10 de Mayo de 1981, en la que Miterrand fue elegido presidente. Uno de los momentos más emotivos de mi juventud. Pero ya está bien de política, ¿no ?

Unos meses más tarde...

Septiembre de 1981. Edouard y yo delante del cine X. Mi primera y casí última experiencia en este tipo de salas. Proyectaban dos películas en sesión contínua : Tras la puerta verde y El sexo que habla. Sólo vi parte de la primera.

  • Dos entradas, por favor.
  • No está autorizada para los menores...
  • ¿Perdón ?

La mujer que reinaba en aquel trono grotesco que era la taquilla, se dirigió de malas maneras a Edouard, pero mirándome de arriba a abajo, a mí. Apenas se le entendía lo que decía, con un cigarrillo en la comisura de los labios y la boca casi cerrada, en un rictus inquisitorio cargado de desdén.

  • Tengo diecinueve años, le respondí orgullosa.
  • Pues a mí no me parece que tengas más de quince. ¡Enséñame tu carnet de identidad !

No era la primera vez que no se creían que tuviera la edad que tenía. También es cierto que, en aquella ocasión, me había hecho dos coletas que le daban, a mi cara, un aire de colegiala angelical. Y me acuerdo que me vestí con una blusa blanca y una falda escocesa azul marino, de estas que se abren por delante y llegan hasta la rodilla. Unas botas de caña alta y una chaqueta corta, de pana azul, que se llevaba por aquella época. Total, que debía parecer que mi hermano mayor me llevaba a ver una peli de dibujos animados.

Una vez hubo comprobado que tenia la edad legal para entrar, se dirigió a Edouard en estos términos :

  • No sé si sabes dónde vas a meter a tu chica...
  • La conoce muy poco, señora...
  • ¿Por qué le dices esto ? - le pregunté arreándole un codazo. - A ver qué se va a pensar de mí...

Por ser la primera vez que iba a ver una película porno, no se puede decir que Edouard escogiera el mejor cine de París. Era un antro de cuidado, como salido de una pintura de Toulouse-Lautrec ; por fuera, más parecía un burdel de principios de siglo que un cine moderno. Una vez franqueado el hall , nos dirigimos hacia la entrada, cubierta toda ella por unas cortinas de terciopelo granate que debían ser las mismas que las del dia de su inauguración.

  • ¿Qué quería decir la taquillera con eso de si sabías adónde me ibas a meter ? Le pregunté agarrándolo por el brazo.

Un carraspeó hizo que me girara. Un hombre de mediana edad, bien vestido pero de aspecto bastante desaliñado nos miraba fijamente.

  • No sé, Sandra... Me imagino que no está acostumbrada a ver jovencitas por aquí...
  • Ya... ¿Has visto cómo nos mira, este tiparraco ?
  • Sí... Bueno, creo que te mira a ti, preciosa.

Finalmente, nos decidimos a entrar. La primera sorpresa fue de ver que la peli ya estaba empezada.

  • ¡Eh ! No nos ha dicho nada... No me voy a enterar de qué va. Comenté burlonamente, como si el argumento fuera de importancia capital.

En la pantalla, una chica rubia estaba tumbada en una especie de camilla y otra mujer le acariciaba los pies. Me dejé guiar por la mano de Edouard que nos llevó, más o menos, hacia la mitad de la platea, por un pasillo central. Eché una ojeada furtiva a la sala y no tardé en darme cuenta, al menos en aparencia, de dos cosas : la primera era que aquel cine era muy pequeño, y la segunda, que estaba casi vacío. Casi. A derecha e izquierda, pude distinguir algunas cabezas, solitarias. Ninguna me pareció que fuera femenina.

  • Edou... Aquí sólo hay tíos... Le susurré antes de sentarnos en sendas butacas maltrechas, en mitad de la fila, de la misma tela de las cortinas y con un relleno que de tanto sufrir el peso de cientos de culos hizo que el mío se quedara clavado al sentarme. Edouard levantó el apoyabrazos abatible que le separaba de mí y puso su mano sobre mi pierna :
  • No temas, vida... Estás conmigo...
  • Ya... ya... Y qué calor hace aquí... Añadí quitándome la chaquetilla.

Me volví a fijar en la pantalla. La rubita ya estaba en pelotas y la llevaban, un grupo de mujeres vestidas de negro, hacia el escenario de lo que parecía un cabaret bizarro. La cámara hizo un barrido horizontal para que viéramos al público. Unos cuántos hombres vestidos con trajes oscuros y antifaz. Unas cuantas mujeres con vestidos de noche, con peinados y maquillajes exagerados. Una de esas mujeres hizo que me echara a reir :

  • ¿De qué te ríes, Sandra ? Me preguntó Edouard, sobándome el muslamen.
  • No me habías dicho que tu Maryse salía en la película. Le contesté cogiéndole la mano sobona y dejándosela sobre su pierna.
  • ¡Qué brutica que eres ! Maryse no está tan gorda...

La película nos mostró entonces a la protagonista, de pie, con los brazos en cruz. Las bocas de las mujeres de negro le lamían los senos, mientras otra lengua se aventuraba en su rubia pelambrera. Si he de ser sincera, me esperaba algo mucho más guarro. Pronto iba a comprender que no sería la película la que me lo proporcionaría...

  • Edou... Mira... ¿No es el mismo hombre que ha entrado al mismo tiempo que nosotros ?

A mi izquierda, a cuatro butacas de las nuestras, se acababa de sentar el que me pareció ser el mismo tipo. Lo miré y él también lo hizo. A pesar de la escasa luz que iluminaba nuestras caras pude dislumbrar un destello lúbrico en sus ojos. Ya empezaba una a tener cierta práctica en el reconocimiento inmediato de este tipo de miradas y de lo que llevaban de implícito. Incluso me pareció que se relamía los labios.

  • Sí, es el mismo. Confirmó Edouard, volviendo a la carga con sus manoseos. - Déjale, no le hagas caso... ¡Mira ! Ahora aparece el negro... ¡Vaya tranca que se gasta !

Volví a mirar al frente. Efectivamente, un hermoso ejemplar de macho con piel de ébano y un colgajo de palmo y medio balanzeándose entre sus piernas salió de la famosa puerta verde y se dirigió adonde yacía la chica, sujetada por tobillos y muñecas por las mismas mujeres de negro. Iba a responderle que sí, que tenía una señora polla, cuando un recuerdo intenso se metió en mi subconsciente, haciéndome revivir, como flashbacks hipnóticos, mi última visita a la consulta del doctor Murkherjee (la que fue mi segunda). En un acto reflejo, separé mis muslos. Edouard, ajeno a mis pensamientos, lo interpretó como el pistoletazo de salida de su particular carrera hacia mi coño.

  • ¡Joder, Sandra ! ¡Estás empapada !

Eché la cabeza hacia atrás y avancé mis caderas. Enseguida sentí la mano de Edouard deslizándose por dentro de mis bragas, acariciándome el clítoris para acabar penetrándome con sus dedos.

  • Siii, amor...Mmm... Síii...

Cerré los ojos y me dejé llevar por las sensaciones placenteras que los dedos de mi novio me procuraban. Me abandoné al efecto lúbrico que me producía el saber que otros hombres podían estar

viéndonos. Susurros, jadeos, gemidos, provenientes de los altavoces inundaban mis oídos...

  • Mira, Sandra...
  • Hummm... ¿qué ? Pregunté en un murmullo mirando levemente hacia la pantalla.

La protagonista estaba rodeada de cuatro hombres blancos, ataviados como si fueran trapecistas. Tenía la polla de uno de ellos en la boca. Otra se la estaba follando por detrás y con sus dos manos pajeaba otras dos.

  • No, no me refería a la película... ¡Mira ! - exclamó gesticulando con la cabeza para que observase al hombre que teníamos a un par de metros, en la misma fila. Se la estaba meneando. Sin sacarme el ojo de encima. - Parece que le gustas más tú que la película.
  • ¿Qué haces ?
  • Sacarte las bragas, cielo... Me molestan... Y a ti, también.
  • No, por favor, Edou... Protesté con tan poco convencimiento que ni yo misma me creía.
  • Tranquila, cariño... Tranquila...Ya verás, te lo vas a pasar muy bien. Concluyó al mismo tiempo que se levantaba, se ponía entre mis piernas y se bajaba los pantalones y los calzoncillos.
  • ¡Oh, Dios ! ¿Qué vas a hacer ?

Como si de una muñeca de trapo se tratara, Edouard me reposicionó en la butaca, con las piernas abiertas, las botas apoyadas en los respaldos de delante. Me agarró por debajo de las nalgas y me levantó unos centímetros de la butaca, lo que hizo que me volviera a quedar la cabeza colgando hacia atrás, pues en ese cine no habían descubierto que hay una cosa que se llama reposacabezas.

Entonces, sentí unas manos detrás de mí que me acariciaban el pelo, que me sujetaban por las coletas, forzándome a inclinar mi cabeza aún más hacia atrás. Al mismo tiempo, otra mano conducía una de las mías hacia un terreno bien conocido por mí : una polla, monda y lironda ; haciendo que la asiera y se la cascara. Edouard seguía martilleándome el coño, con sus manos bajo mis nalgas, en una posición a todas luces incómoda pero, a ciencia cierta, de una morbosidad hyper excitante.

Respira, respira... pensé, recordando las consignas de mi maestro tántrico. Volví a cerrar los ojos y me concentré en mi vagina. Podía sentir cómo ésta acogía plácidamente la verga que tan bien conocía. Mi mano me transmitía las vibraciones lúbricas que aquel pollón caliente le proporcionaba. Creo que me corrí enseguida. Discreta pero intensamente.

  • ¡Edouard ! ¡Haz algo ! ¡Te lo suplicoooaaaaaahhhh !
  • ¡Así, pequeña, así ! ¡Más fuerte, más fuerte ! ¡Aaaajjjj, qué buenoooo !

No conocía esa voz, pero deduje que se trataba del tipo que se había sentado cerca de nosotros. Se la estaba pelando a un desconocido, como una pajillera cualquiera.

  • ¿Qué haaaaceeee ? Pregunté al cielo en un gargarismo ahogado, al sentir que las manos que antes me acariciaban el pelo, ahora me estaban desabrochando la blusa.
  • Sandra, cariño...Estos señores quieren ver lo buena que estás. Esta sí que era la voz de Edouard, regodeándose de la situación.

No sé cómo se lo hicieron, aunque intuyo que yo les debí ayudar un poco, pero la cuestión es que un santiamén me encontré prácticamente en cueros, únicamente con las botas puestas, cómo en aquella vieja película de Errol Flynn, sólo que yo no iba a morir, vamos, al menos literalmente.

  • ¡No pares, pequeña...Aaaajjjj ! ¡Sigue, sigue, sigueeee ! Se quejó el desconocido número 1 porque había interrumpido mi bombeo manual por culpa del desconocido número 2.
  • ¡Qué tetas, Señor ! ¡Qué par de tetas ! Exclamaba jubiloso el número 2 dirigiéndose al Todopoderoso, mientras me las magreaba como si fueran bolas de plastelina.

Todavía no me había fijado en qué cara tenía éste. Podía seguir con los ojos cerrados o arriesgarme a ver cómo era. La curiosidad ganó la partida. ¿Qué esperabas ?, me dije, ¿que fuera un Robert Redford ? Hubiera hecho mejor de mantenerlos cerrados. Entre que lo miraba de abajo arriba, con la cabeza medio colgando hacia atrás, y la poca luz que había, tuve la impresión que aquellas manos que, ahora, me retorcían los pezones como si quisieran desenroscar bombillas, eran las de mi abuelo. ¡No era una cara, era un pergamino !

  • ¡Qué cosa tan bonita, Señor ! ¡Qué carita divina ! Exclamó aquella momia paleo-cristiana.
  • ¿Verdad que está estupenda, mi Sandra ? Preguntó al vuelo mi incansable follador.
  • ¡Fantástica ! - respondió el que estaba masturbando.
  • ¡Divina ! - reafirmó el viejo, acercando su boca a la mía y metiéndome su lengua babosa hasta media garganta.
  • ¡Siiiii ! ¡Buenísimaaaa !
  • ¡Cojonuda !
  • ¡Cómo folla, la guarra !
  • ¡Qué suerte tienes, cabrón !

¿Qué demonios estaba pasando ? ¿De dónde salían todas esas voces ? Conseguí zafarme de las manos del desconocido número 2 y en mi gesto, algo brusco, hice que la polla de Edouard se saliera de su nido. Ahí los tenía a todos, detrás, delante, al lado. Los seis hombres que había en la sala estaban todos a mi alrededor, todos con la pinga en la mano, ajenos a la película. Y Edouard en el centro, sujetándome las piernas bien abiertas, por las botas :

  • Cielo... ¿Has visto cómo nos tienes a todos ? Dijo el que debía protegerme.
  • Yo ya estaba a punto de correrme... Protestó el número 1
  • ¡Pues yo quiero tirármela ! Exclamó otro, no demasiado feo, comparado con los demás.

Fue entonces cuando fue consciente de hasta que punto las cosas se habían salido de madre. Aquello llevaba visos de convertirse en un gang-bang improvisado, sólo que por aquel entonces no se utilizaba ese término. Aún hoy en día, sé que hay algo en mí, como una especie de compuerta de una presa que se abre dejando ir todo el caudal del embalse sin que se pueda volver a cerrar... Un punto de excitación que cuando se atraviesa ya no hay vuelta atrás... Una línea divisoria entre la Sandra prudente, comedida, paciente y la otra, la que ha perdido el control sobre sus pulsiones, y se deja, se abandona, se ofrece... Unas veces lo veo venir...Me voy preparando física y mentalmente. Otras, como me estaba pasando en ese momento, el maremoto llega de repente, como si fuera brujería. Mi madre me hubiera dicho que tenía el diablo en el cuerpo a lo que le hubiera respondido : ¡Satanás, tómame !

  • ¡Folladme ! ¡Folladme todos ! ¡Venga ! ¿A qué esperáis ?

Por increíble que pueda parecer, la manera cómo se lo dije, la brutalidad de mis palabras, les dejó boquiabiertos...Y paralizados :

  • ¿Qué os pasa ? ¿Por qué le miráis a él ? Les pregunté haciendo referencia a Edouard. - ¿Y tú ? -dirigiéndome a mi novio- ¿No dices nada ? ¿No era eso lo que querías ?
  • Yo... Sandra... Balbuceó Edouard.

Me incorporé y me dirigí al viejo que tenía detrás :

  • Abuelo... ¿Quiere ser el primero ?
  • Será un honor, señorita... Me contestó sin asomo de duda.

Salté a la fila de atrás, dejándoles a todos con un palmo de narices y la polla en la mano. Reclinamos las butacas, me apoyé sobre mi vientre, en el respaldo de delante, con las tetas colgando y mi cara mirándolos a todos. El viejo se bajó los pantalones y me clavó su verga sin preámbulo alguno :

  • ¡Uauuuu ! ¡Joder, abuelo ! ¡Usted sí que saaaabeee !
  • ¡Mmmmmmm ! ¡Aaaarrrrgggg !

Aquello fue un festival de corridas. Por suerte, no fueron simultáneas, que sino hubieran sido mi primer bukkake, otra palabreja que no se utilizaba en aquellos tiempos. El primero que me presentó su polla fue el desconocido número 1. Medio de rodillas sobre la butaca, me roció la mejilla con unas gotitas de semen. El cabrón debía cascársela quince veces al día. El segundo apuntó tan mal que dejó la butaca echa un asco. Cuando iba a ser el turno del tercero, sentí como el ancianito follador empezaba a desfallecer :

  • ¿Qué pasa, abuelo ? Le pregunté, con la punta de la polla del tercero a dos centimetros de mi boca.
  • ¡Ooohhh ! Ya me he corrido...
  • Pues, vaya, sí que estamos listos...

Entonces fue cuando apareció mi « super » Edouard. Hizo como yo, se pasó a la fila de atrás y conminó al viejo a que le cediera el puesto :

  • Para algo es mi novia, ¿no ? Dijo como conquistador amarando en el Nuevo Mundo.

Sólo que Edouard no quiso adentrarse en mi caverna maternal, no... Se escupió en la mano, se refregó el glande con su saliva y me sodomizó.

  • ¡Bestiaaaaaaaaahhhhh !

Abrir la boca y encontrarme una polla dentro, fue uno. Y yo sin poder acariciarme el clítoris, como me gusta hacerlo cuando me toman de esta manera.

  • ¡Bestia, bestia, bestiaaaaaahhhh !
  • ¡Me corrooooo ! - exclamó el número... No, no era el 3, ya que éste se había apartado para no recibir el reguerazo de semen que...
  • ¡Nooo ! ¡En la cara, nooo ! Grité sin poder hacer nada más que cerrar los ojos, mientras sentía como varios chorros de esperma me dejaban la cara pringada.

Faltaban dos... O tres... No lo sé, la verdad... Lo único que recuerdo con fidelidad fotográfica es que Edouard, imitando lo que que el viejo había hecho minutos antes, me agarró por los coletas, haciendo que mi cara siguiera erguida, para que, uno tras otro se posicionaran ante mí y se vaciaran los huevos en mi rostro, en mi cuello. Una auténtica ducha de esperma.

Cuando se encendieron las luces mortecinas de la sala, hubo un momento en el que debíamos parecer a estos hombres y mujeres que se lanzan el reto del Mannequin Challenge, todos parados, incluso Edouard, que seguía con la verga metida en mi culo, se quedó de piedra. ¿Se había terminado la película ?

Fue entonces cuando vimos a la taquillera avanzar hacia nosotros como un sargento de Marines. Llegada a la altura de nuestra fila, con los brazos en jarra, espetó :

  • ¡Tú !

Todos giramos nuestras caras hacia ella. También yo lo hice, aunque apenas podía abrir los ojos de tan llenos de lefa que los tenía.

  • ¡Llévate a tu zorra y largaos de aquíii !

Estaba claro a quien se dirigía. Nadie salió en mi defensa. Aquellos hombres a los que había complacido sus pulsiones más bajas y que me hubieran follado gustosamente aún sabiendo que para todos ellos yo podría ser como su hija o incluso su nieta, se evaporaron cobardemente. Edouard salió de mí y se recompuso la ropa como pudo. Me sentía vejada, ultrajada, denigrada... Es posible. Pero también me sentía muy pero que muy cachonda, caliente, guarra... Una verdadera ninfómana, una Mesalina insaciable.

Al llegar a casa, no hizo falta tener conversación alguna. Me metí en la ducha y Edouard me siguió sin rechistar. Mientras me follaba me repitió hasta diez veces :

  • ¡Te quiero !

Era la primera vez que me lo decía e iba a ser la última. Dos semanas más tarde, falleció en un accidente de moto. Su adorada BMW le abandonó cuando más lo necesitaba.

Fin del capítulo 10.