Sandra y aurora

Una historia real

Los antecedentes:

La consulta de un 'naturópata' a la que había ido a acompañar a una amiga. La sala de espera, con seis o siete personas, donde no se podía fumar. Yo saliendo al pasillo para encender un cigarrillo. Una mujer, con un niño, que me miraba cuando pasaba por la abierta puerta. Miradas que se cruzan. Y empieza mi 'actuación'.

Los hechos:

Hice unos gestos con la lengua, como de lamer algo, esperando que ella se mostrase ofendida y molesta. Cual no sería mi sorpresa cuando su reacción fue señalarse discretamente el sexo y hacer un gesto interrogatorio con los ojos. Yo afirmé con la cabeza y ella puso un gesto de éxtasis.

«Animado» por aquella inesperada actitud puse mi mano en mi entrepierna agarrándome el bulto del sexo como ofreciéndoselo. Ella se cubrió un poco con un periódico que tenía en las manos y se metió tres dedos en la boca mamándoselos con fruición. Señalé de nuevo mi sexo y ahora fui yo quien hizo el gesto interrogante. Ella respondió que sí con la cabeza. Todo a base de gestos, como puedes entender, le pregunté si querría follar conmigo y volvió a responder afirmativamente. Entonces le llegó el turno de pasar a la consulta.

Cuando salió, y como las hermanas iban justamente detrás de ella, dije que las esperaba en la puerta de la calle para así poder fumarme un cigarrillo, lo que me sirvió para bajar con la mujer y el chico en el ascensor. Allí me puse detrás de ella para que el hijo, que estaba junto a la puerta, no pudiese fijarse en mí. Ella aprovechó para apretar su culo contra mí, poner su mano en mi entrepierna y pasarme una nota en la que había escrito: "Me encantaría chupártela y follar contigo" seguido de una dirección de Alcalá de Henares y un número de teléfono.

Una vez en la calle se alejó rápidamente con el chico sin darme oportunidad de hacer ni decir nada más. Para qué voy a decirte cómo me había puesto el incidente.

En cuanto llegamos a casa, bastante tarde, por cierto, pretextando que tenía que comprar tabaco, salí disparado a una cabina para marcar el número que me había dado. Era evidente que, ya que no otra cosa, tenía que hablar con aquella mujer tan inusualmente «lanzada».

Una voz de mujer contestó al teléfono. Supuse que era ella pero no podía estar seguro, por lo que intenté actuar con discreción.

— Hola —Dije—. Alguien me ha dado una nota con ese teléfono...

— ¡Ah. Eres tú! Te he estado esperando.

— No estaba solo, como sabes. Pero te he llamado en cuanto he podido.

— Me alegro mucho de que lo hayas hecho.

— ¿Cómo estás?

— Como me has dejado: Cachonda perdida.

— A mí me pasa lo mismo.

— ¿Desde dónde me llamas? ¿Puedes hablar?

— Claro.

— Y... ¿Puedes meneártela mientras hablas?

— Estoy en una cabina, pero seguro que me la menearé esta noche pensando en ti.

— ¡Que ilusión! Me pongo más cachonda de pensarlo. Quiero hablar mucho rato contigo. Si no tienes monedas ve a por ellas y vuelves a llamarme. ¿Puedes?

— Por supuesto. Espérame cinco minutos mientras voy a por cambio.

— Vale. Así me tumbo en la cama, desnuda, y me voy masturbando pensando en ti. En esa preciosa polla que tienes que tener.

— No me digas eso que tengo envidia de tus dedos. Quisiera que fuese mi lengua la que se hundiese en tu coñito.

— ¡Ooh que gusto! ¡Sentir tu lengua en mi coño mientras yo lamo tu polla! ¡me corro sólo de pensarlo!

— No te corras todavía. Espera que vuelva a llamarte.

— Me puedo correr un sinfín de veces pensando en cómo vas a follarme. Venga, te espero impaciente.

Fui a hacer acopio de una buena cantidad de monedas. Presentía que la conversación con ella iba a ser larga. Habían pasado apenas cinco minutos cuando volvía a llamarla.

— Hola —Dije cuando contestó—. Soy yo otra vez.

— Hola mi vida. Estoy en la cama, con un picardías y metiéndome un consolador en el coñito. Cachonda perdida pensando que es tu polla.

— Mi polla tendría que pasar por muchas partes de tu cuerpo antes de meterse en tu chocho.

— ¡Sí, sí! ¡Sobre todo por mi boca para que te corrieses en ella y me ahogases con tu leche caliente!

— Eres deliciosamente guarra, putita.

— La más guarra y la más puta del mundo. Pero por tu causa. No creas que soy siempre así. Me encanta el sexo, no lo niego, pero no hago esto con cualquiera. Tú me gustas. Me encharcas el coño, pero sobre todo me ha puesto a cien tu atrevimiento en un lugar público. Me hubiese gustado que me follases allí mismo, delante de todo el mundo.

— Lo mismo me ha pasado a mí. Cuando he visto que te tocabas el coño con esa cara de deseo he estado a punto de correrme.

— ¡Uyyyy! Me hubiese gustado que lo hubieses hecho. Que me hubieses salpicado con tu semen la cara y el vestido. Oye, me llamo Sandra, ¿Y tú?

— José Luis.

— Hola Jose. Me encanta estarme corriendo contigo por teléfono como una cerda, pero quiero saber cuándo vas a venir a metérmela de verdad.

— En cuanto pueda, te lo aseguro. Me vuelven loco las golfas viciosas como tú.

— ¡Que bien! ¿Me la meterás también por el culo?

— Te follaré por todos los agujeros de tu cuerpo.

— ¡Ooh, oooh! ¡Me vuelve loca que me den por el culo! ¡Ahora me estoy metiendo el vibrador por él mientras me pellizco el clítoris! Me voy a matar a pajas hasta que pueda tenerte entre mis muslos.

— Oye Sandra, te escucho con un poco de eco.

— Es que tengo puesto el manos libres para poder restregarme el coño con las dos manos. ¿Tú te la puedes menear?

— Ya lo estoy haciendo. Estoy en una cabina bastante escondida.

— Mójate la mano con saliva y piensa que te estoy haciendo una buena mamada.

— ¡Ummm! Estoy a punto de correrme en tu boca.

— ¡Sí! Lléname la boca con tu leche caliente y espesa. Me la tragaré toda.

— Te ahogaré con mi leche, cerda cachonda, mientras te lamo el clítoris y meto la lengua en tu chorreante coño.

— ¡Ayyy! ¡Que bueno eres en esto! Estás haciendo que me corra viva ¡Me corro! ¡Me corroooo! ¡Ay que gustoooo!

Escuché unos fuertes jadeos y gemidos.

— ¿Ya te has corrido putita?

— ¡Sí, síiii! Me he corrido como una perra. Pero soy muy puta y estoy aún más cachonda que antes. Quiero correrme muchas más veces. Y quiero que te corras tú también.

— Para eso, escuchándote, hace falta poco. Me estoy aguantando para no correrme ya mismo.

— ¡Por favor, por favor. Tienes que venir a verme para follar como locos!

— Estoy deseando hacerlo. ¿Vives sola? Lo digo por compaginar el horario.

— No vivo sola, pero si me llamas media hora antes de venir, yo me encargo de arreglarlo. Además, dispondremos de todo el tiempo que quieras, hasta que me mates a polvos.

— Mejor, porque te advierto que cuando vaya lo haré con la polla en la mano.

— Y yo estaré de rodillas para chupártela en cuanto entres por la puerta.

— Descríbeme cómo estás ahora y qué estás haciendo exactamente. Eso me excita mucho.

— ¿Tienes la polla en la mano?

— Claro.

— ¡Que envidia! ¡Con lo que yo necesito esa polla! ¿La tienes muy tiesa y caliente?

— Está que revienta.

— Menéatela muy lentamente mientras te hablo. Como si la estuvieras metiendo, muy despacio, en mi chocho, o en mi culo.

— Ya lo hago. Te la estoy clavando por detrás. La saco de tu coño para meterla en tu culo, y al revés.

— ¡Aaah! ¡Síiii! ¡Jódeme, fóllame bien fuerte! ¡Quiero sentir tu polla por todas partes!

— Venga golfa. Dime qué estás haciendo.

— Estoy tumbada en la cama. Sólo llevo un picardías muy cortito, pero ahora lo tengo subido hasta el cuello —Se notaba que ella misma se iba excitando a medida que hablaba, pues sus palabras eran entrecortadas y me llegaban mezcladas con jadeos—. Estoy boca arriba y tengo las piernas muy abiertas. Tengo el consolador enterrado entero en el culo. Tres dedos de mi mano izquierda metidos en el coño y con la palma de la mano derecha me froto el clítoris y los labios. ¡Ay, ay, ay que gustazo! ¡Estoy empapando la sábana de lo que me chorrea el chocho!

— ¡Sigue zorra, sigue!

— Subo y bajo las caderas apoyando los talones en la cama. Con eso el consolador se mueve y entra y sale un poco de mi culo. También meto y saco los dedos de mi coño y me froto salvajemente. ¡Como desearía que mis dedos fuesen tu polla! Creo, ¡síii! ¡Creo que me voy a correr otra vez!

— Ahora tendría que estar yo ahí. Además de meterte la polla en el coño te estaría lamiendo los pezones y moviendo más rápido el consolador.

— ¡Ahhh! ¡Hazlo, hazlo! ¡Destrózame con tu dos pollas! ¡Arráncame los pezones a mordiscos! ¡Como me gusta ser una puta guarra! ¡Como me gusta follar! ¡Como me corro! ¡Uy madre mía que gustazo me da! ¡Que bien me corrooooooo!

Yo tampoco pude resistir más y solté mi semen por toda la cabina.

— Yo también me estoy corriendo putita mía. Mira como sale la leche de mi polla.

— ¡Más! ¡Más! ¡Échamela en la boca! ¡En las tetas! ¡En mi vientre! ¡Báñame el coño con tu leche —Sus palabras eran gritos salvajes—. ¡Llámame puta! ¡Dime guarra asquerosa! ¡Me corro más! ¡Me corro máaaas!

— Así, así zorra.

— ¡Dime, dime quién es la más puta!

— Tú eres la más puta, la más guarra, la más cachonda que me he encontrado nunca.

— ¡Sí, sí lo soy! ¡Y tú el cabrón que mejor me ha follado!

— Ahora te estaría lamiendo el coño para saborear tus jugos mezclados con mi semen.

— ¡Ayyyy que no puedo parar de correrme!

— Pero eso lo dejaré par ala próxima ocasión. Ahora voy a tener que colgar. Se me están terminando las monedas.

— Sí mi niño. ¿Te has corrido bien? ¿Te ha gustado?

— Ha sido estupendo.

— Te lo suplico, no tardes en venir a verme para hacer esto realidad. Yo voy a estar en una paja constante recordándolo y anhelando que llegue ese momento. Me muero por tenerte dentro de mi coño. ¿Verdad que vas a venir pronto?

— En cuanto pueda, te lo aseguro. Pero no puedo darte una fecha fija.

— Lo comprendo. Mientras, ¿podrías darme tu teléfono para llamarte de vez en cuando y repetir esta estupenda sesión? Mientras llega el momento de tenerte será un consuelo.

— Lo siento, no puedo darte mi número porque...

— Lo entiendo, es natural. Pero al menos prométeme que me volverás a llamar tú a mí si tardamos un poco en vernos.

— Eso sí puedo prometértelo. Dime a qué hora te viene bien que te llame.

— A la que tú puedas escaparte. Si estoy en casa me apañaré para poder volverme a correr con tu voz masturbándome. Pero casi mejor que sea de noche, para que, si tú estás en una cabina, te puedas hacer una paja al mismo tiempo.

— Y si no me reservaría para la noche para meneármela.

— O te follas a tu mujer, o a quien sea, pensando en mí y en mi coñito húmedo. Es casi seguro que yo estaré tocándome al mismo tiempo, ya te he dicho que me voy a destrozar a pajas pensando en ti.

— O puedes hacerte follar por tu marido mientras te imaginas que su polla es la mía.

— No tengo marido que me folle.

— Pues, como tú dices, quien sea.

— Me encanta el sexo. Me vuelve loca follar y me excita que me llamen puta y guarra mientras me la meten, pero no lo soy tanto en realidad. Me tiene que gustar mucho un tío para tirármelo. Tú me gustas una burrada y creo que voy a estar totalmente encoñada contigo. Me tendré que conformar con hacerme doscientas pajas al día hasta que te vea.

— Como lo veas.

— Pero tú, si puedes, sí que podrías follarte a otras pensando en mí. Eso me encantaría, sobre todo si luego me lo cuentas.

— Bueno preciosa, pues hasta la próxima ocasión.

— Hasta pronto cachondo mío. Por favor procura sacar tiempo para venir a follar conmigo lo antes posible. Mi coño está ansioso de ti.

— Seguro que lo intentaré. Hasta pronto Sandra.

— Hasta cuando quieras José Luis. Cuida tu pollita para mí.

Colgamos. Todavía me quedaban algunas monedas, pero ya hacía demasiado tiempo que estaba por la calle y no quería enfrentarme a preguntas de Pepa.

- 2 -

Ya he hablado con Sandra. Ha vuelto a ser increíble. Cuando he llamado eran las tres y media, por lo que me temía que, o bien no estuviese en su casa o, si estaba, no pudiese entregarse a una conversación como la anterior, pero en cuanto me ha reconocido me ha dicho:

— Jose, mi amor, vuelve a llamarme dentro de un cuarto de hora, ¿puedes? Voy a tratar de colocar al niño en alguna parte.

— Si quieres lo dejamos y te llamo otro día.

— ¡Noooo! Estaba deseando oírte —Y bajando mucho la voz—. Tengo el chochito irritado de tanto tocármelo pensando en ti. Llama en diez minutos, te lo ruego.

— De acuerdo.

dejé pasar veinte minutos para darle tiempo a que hiciese lo que creyese oportuno. Cuando volví a llamar suspiró:

— ¡Que susto! como tardabas pensé que ya no ibas a llamar.

— ¿Ya estás solita?

— Sí. Toda para ti. Como es San Fermín quiero tener unas buenas corridas. ¿Tú podrás meneártela a estas horas?

— Sí, te estoy llamando desde mi casa. Estoy en la cama, desnudo y empalmado.

— ¡Ayyyyy! ¡Ya me corro de imaginarte tumbado en tu cama y con tu polla entre las manos! ¡Como me excita pensarlo!

— ¿Tú estás en la cama?

— Sí. Es el único sitio donde tengo un manos libres. Me estoy empezando a desnudar para ti...

- 3 -

— ¿Sandra?

— ¡Hola mi vida! —Había reconocido mi voz de inmediato—. Otra vez lo mismo: ¿Me llamas dentro de quince minutos?

— No.

— ¿No? ¿Por qué?

— Porque lo que quiero hacer es pasar a verte.

— ¡¡¿Quieres venir? ¿Ahora?!!

— O a la hora que me digas.

— ¿Estás en Alcalá?

— Estoy en Madrid.

— Pues vente para acá. En lo que llegas ya estaré lista.

— No sé lo que tardaré. Calculo que de tres cuartos de hora a una hora.

— ¡No tardes tanto! Te espero en media hora. Coge un taxi. Si quieres yo lo pago.

— No digas tonterías. Sólo quería darte un poco más de tiempo.

— Es que estoy impaciente por revolcarme contigo. Venga, cuelga ya y ven. ¿Tienes la dirección?

— Creo que sí, pero dámela de todas formas, por si acaso.

— Calle de la estación 11. 4º F. Ya estoy esperándote.

Fue ella misma la que colgó el teléfono sin más preámbulos. Yo me subí hasta "Arturo Soria" para coger un taxi que fuese en la dirección adecuada.

Durante el trayecto, aparte de notar que me estaba excitando tremendamente ante la perspectiva de aquel encuentro, pensé que el sistema de vida de Sandra era bastante peculiar por el hecho de poder estar disponible siempre y a cualquier hora.

Con taxi y todo me costó algo más de media hora llegar a mi destino. Eran cerca de las nueve menos cuarto cuando llamaba a su puerta. Noté que miraba por la mirilla antes de abrir.

Me sorprendió agradablemente ver que, contra lo que había esperado dada su carácter tan lanzado, no me recibía desnuda ni nada parecido, sino con un elegante, aunque muy sugerente, vestido azul de algo parecido a la seda o el satén, sin mangas ni hombros y deliciosamente corto. La prenda se pegaba a sus redondeces de forma tentadora. No había olvidado los zapatos de tacón. Pese a no ser muy alta, el conjunto resultaba excitante.

Tampoco se lanzó a por mí de forma procaz en cuanto me vio. Se limitó a sonreírme, cogerme de la mano para tirar de mí hacia el interior de la casa mientras decía con tono mimoso:

— Has tardado mucho. ¿Estaba muy mal el tráfico?

— No demasiado mal, aunque a mí me ha parecido que tardaba una eternidad.

Hasta que no estuvimos en el salón no me abrazó, apretándose mucho contra mi cuerpo, eso sí, y puso su boca contra la mía rozando con su lengua mis labios. Cuando intenté corresponder introduciéndole la mía, se retiró coquetamente.

— Perdóname amor, pero es que, pese a todo, no puedo evitar estar un poco nerviosa. He deseado tanto este encuentro que me parece un sueño que estés aquí y no sé cómo reaccionar.

— No te preocupes. A mí me pasa un poco lo mismo.

— Hola José Luis, mi cachondo amante telefónico.

— Hola Sandra, mi ardiente interlocutora.

— ¿Quieres tomar una copa?

— No me vendrá mal. Whisky, si tienes.

— Claro. ¿Cómo lo quieres?

— Con hielo y agua, gracias.

— Siéntate. Ahora lo traigo.

Me senté en el cómodo sofá de tres cuerpos colocado en medio del amplio salón. Mientras esperaba que volviese; al parecer había ido a otra habitación, supongo que la cocina, a preparar las bebidas; pensé que había estado bien que el encuentro no hubiese comenzado de forma demasiado «impetuosa», pero sabiendo a qué había ido y lo que quería, me pareció que habría que empezar a calentar el ambiente cuanto antes, aunque quería darle la oportunidad de que fuese ella quien tomase la iniciativa porque era más excitante para mí.

Volvió con los vasos y se sentó junto a mí. La verdad es que no me hacía falta que me excitase con mucho más que su sola presencia. Al sentarse, el corto vestido dejó al descubierto la casi totalidad de sus muslos. Además la tela se pegaba a su cuerpo marcando sus senos, evidentemente sin sujetador.

Ella tampoco parecía tener intención de demorar mucho más los trámites iniciales, porque levantando su copa dijo:

— Por todas las veces que voy a correrme disfrutando de tu polla.

— Por el gusto que me va a dar follarte hasta reventar.

— ¡Ummm! Te iba a decir que me pones cachonda, pero la verdad es que he estado cachonda constantemente desde el día del naturópata.

— Pues no veas como estoy yo —Apreté descaradamente con mi mano el bulto de mi miembro por encima del pantalón. Ella me la apartó para sustituirla por la suya.

— ¡Oh, oh! ¡Que mamada te voy a hacer, bonita! —Dijo como si se dirigiese directamente a mi pene —. Me he hecho tantas pajas desde entonces que las manos se me van solas al coño, mira.

Apartó la mano de mi entrepierna para llevarse las dos a su sexo. No llevaba bragas tampoco.

— Quieta, quieta —Dije—. Ahora estoy yo aquí y ese chochito es cosa mía.

— Es todo para ti. No he traído nada para picar con la bebida porque he pensado que a lo mejor preferías comerte un poco de coño jugoso.

— Ahora mismo. Estoy hambriento.

Hice ademán de arrodillarme ante ella para acceder con mi boca a su sexo.

— ¡Sí, sí! Pero sácate antes la polla. Quiero ver lo que me espera.

Me puse en pie para desabrocharme la bragueta y dejar al aire mi pene que, como es natural, estaba ya en plena erección.

— ¡Aaaah, que preciosidad! ¡Quiero chuparla un poquito! —Unió la acción a la palabra y empezó a pasar la lengua por la punta de mi polla, húmeda por el fluido de la excitación—. ¡Que rica, que rica! ¡Me la voy a tragar entera!

La dejé que chupase un poco, con evidente fruición, mientras gemía y movía las caderas, antes de decirle:

— Bueno, bueno. No seas glotona. Ahora quiero yo sorber de tu coño.

No pudo decir nada porque tenía gran parte de mi pene metido en la boca, pero se tumbó en el sofá, puso ambos pies sobre el asiento y separó mucho las rodillas ofreciéndome su sexo (con tal habilidad que hizo todo eso sin sacarse mi miembro de la boca). Tenía el vello púbico rasurado de forma que solo quedaba una franja, de poco más de un centímetro de ancho, de pelo casi rubio, a lo largo de toda la vulva.

Por la postura en que habíamos quedado tras su maniobra, era evidente que pretendía que la chupase el coño sin dejar de hacer lo propio con mi polla; el clásico 69; pero yo sabía que si continuaba un poco más con su experta mamada me correría en pocos minutos. Y todavía no quería hacerlo, por lo que, retrayendo las caderas, saqué mi pene de entre sus labios.

— ¡No me la quites! ¡No me la quites! —Protestó—. ¡Quiero que me ahogues con tu leche mientras me lames el coño!

—No guarra, no. Tú puedes correrte cien veces, pero yo no. Y quiero que esto dure horas.

— ¿Tanto tiempo tienes para mí?

— Bastante.

— ¡Que gozada! ¿Te gusta mi almejita?

— Me encanta. Es muy bonito el «peinado».

— Me lo he hecho para ti. Me he corrido como una cerda mientras me lo hacía pensando en que pronto iba a tener tu polla dentro.

— Desde luego eres una golfa viciosa.

— Soy una puta guarra, cachonda y caliente. Como a ti te gusta. Anda, cómeme el conejito que estoy deseando sentir tu lengua recorriéndolo.

— Podemos poner esto perdido...

— Que le den por culo. Mejor, así olerá a sexo y podré lamer la mancha cuando tú no estés. ¡Chúpamelo ya por favor!

— De mil amores.

Me puse en el suelo y me acomodé entre sus muslos. Quise comprobar, antes que nada, el grado de su excitación por la humedad de su sexo, por lo que, suavemente, metí mis dedos entre sus pequeños labios. Estaba totalmente encharcada. Su reacción ante el contacto fue fulminante: lanzó una especie de alarido y levantó las caderas tensando su cuerpo como un arco. Puse las manos por debajo de ella y me agarré a sus nalgas, acerqué mi boca a su sexo, pero antes de llegar a él lamí suavemente sus muslos e ingles. Gimoteó roncamente mientras movía el cuerpo como una serpiente intentando poner su coño bajo mis labios. Yo esquivaba el contacto y seguía pasando la lengua por las proximidades.

— ¡Aaaah! ¡Ya por favor! ¡No me hagas sufrir más! —Movía la pelvis de forma tan convulsiva que me resultaba difícil poner la boca donde quería. A pesar de que yo apretaba sus nalgas con tal fuerza que sentía mis dedos enterrados en sus carne—. ¡Mete ya la lengua en mi chocho!

Decidí dejar los circunloquios y dije:

— Sí zorrita. Te lo voy a devorar ya. Ábretelo con tus dedos.

No me había dado cuenta de que se estaba estrujando salvajemente las tetas, actividad que abandonó de inmediato para llevar sus manos hasta el sexo y separarse los grandes labios brutalmente.

— ¡Chupa, chupa, chupa! ¡Voy a correrme en tu boca!

La sentía tan salvajemente excitada que estaba seguro de que llegaría al orgasmo en cuanto mi lengua rozase su clítoris, pero quería prolongar el momento. Me puse a golpear ligeramente con la lengua en los turgentes y enrojecidos labios menores ( 1 ) .

— ¡Qué gusto! ¡Qué gustazo me da! —Sus palabras eran gritos entrecortados—. ¡Cómetelo entero, guarro! ¡Es que me corro vivaaa!

Ya sabes que lo que más me excita es contemplar a una mujer excitada. Sandra lo estaba hasta el paroxismo, por lo que yo mismo tenía una erección tan fuerte que empezaba a resultar dolorosa. Quise acelerar aquello para metérsela después. Así que, tras hacer una pasada de arriba a abajo e insinuar una presión en el clítoris; lo que provocó un estertor y que sus muslos se cerrasen violentamente sobre mi cara; hundí la lengua en su vagina y empecé a moverla adentro y afuera.

— ¡Ayyyyyy! ¡Uyyyyy! ¡Me vas a matar de gusto! ¡Que bien me follas con la lengua! ¡Quiero correrme! ¡Voy a explotar de placer!

Sus movimientos habían dejado de ser convulsivos para convertirse en un vaivén de las caderas acompasado al de mi lengua. Era el momento de que llegase al orgasmo. Sustituí mi lengua por dos de mis dedos en el interior de su coño y empecé a lamer y succionar su clítoris.

— ¡Me muerooo! ¡Me corrooo! ¡Me matas, cabrón! ¡No pares! ¡Sigue así! ¡Sigue asíiii!

Su vientre y sus muslos habían empezado a temblar como una hoja y el resto de su cuerpo se retorcía en estremecimientos espasmódicos, señal inequívoca de que el orgasmo estaba muy próximo. Aumenté un poco la velocidad de mis lamidas y de mis dedos en su interior.

— ¡Como me haces gozar! ¡No puedo más! ¡Voy a correrme! ¡Me corro ya! ¡Me corro! ¡Mira como me corro como una cerda! ¡Muérdeme el coñoooo! ¡Yaaaaaaaa! ¡Oooooooh!

Las dos últimas exclamaciones fueron un grito que debieron escuchar todos los vecinos del inmueble. Se tensó y distendió como atacada de un ataque epiléptico. Siguió así a pesar de que yo ya había retirado mi cara de su sexo para poder contemplar sus espasmos. Tenía el rostro desencajado y babeaba entre gemidos estentóreos. Se estiraba de los pezones o estrujaba brutalmente sus pechos. Esta situación duró casi un minuto, y yo estuve a punto de correrme sólo de ver el espectáculo que ofrecía dominada por aquel bestial orgasmo.

Cuando, por fin, se derrumbó desmadejada sobre el sofá; aunque con los dedos seguía acariciándose el coño, creo que de forma inconsciente; le dije:

— Ahora quiero meterte la polla, putita. Reviento de ganas de follarte.

— Sí, si. Fóllame, pero mejor en la cama. Me tiemblan las piernas y tengo que recuperarme un poco de esta corrida tan salvaje. No tiene nada que ver el masturbarse; ni siquiera contigo por teléfono; con esto. Creí que me moría de gusto, ¡Y quería morirme mientras me corría!

— Pues vamos. Ahora soy yo quien quiere correrse dentro de tu chocho.

— ¡Ummm! Sí. Yo también quiero que me jodas a tope. Vamos a la cama.

Mientras se levantaba se desprendió del vestido, que tenía hecho un gurruño alrededor del cuello, dejándolo sobre el sofá. Completamente desnuda, a excepción de los zapatos que no se había quitado en ningún momento, pude ver que tenía una espléndida figura a despecho de su corta estatura. Me apoderé de uno de sus pezones con mis labios.

— ¡Joder que cachonda me pones! Ven, corre a la cama.

Me cogió de la mano y me condujo fuera del salón. La habitación; a diferencia de la otra estancia de la casa que yo había visto, bastante neutra; estaba decorada de una manera hartamente sensual. La cama, grande y sin colcha, estaba cubierta con sábanas de satén azul celeste. Aparte de una coqueta y una cómoda butaca descalzadora, lo que más llamaba la atención eran los cuadros que decoraban las paredes. Eran fotografías, muy difuminadas, de parejas en las diversas posturas que describe el Kamasutra. No pude, como comprenderás, fijarme en aquellos momentos en la totalidad, pero era evidente que la habitación pertenecía a una mujer, cuando menos, absolutamente liberal.

Mientras me desprendía precipitadamente de la ropa, Sandra se puso sobre la cama, boca abajo, las rodillas y la cara apoyadas, con lo que me ofrecía el culo, que movía insinuantemente mientras se acariciaba los pechos.

— ¿Te gusta mi chocho? Ven. Fóllame. Clávamela hasta las entrañas. Estoy deseando sentir tu polla dentro de mi coño.

En los tiempos que corren, y aunque siempre resulta un tanto desagradable, no tuve más remedio que preguntar:

— ¿Qué me dices de un preservativo?

— En la mesilla hay, si los quieres. Yo, pese a todo, prefiero que no te lo pongas. Me gusta sentir la carne de polla directamente en la piel. Pero si quieres tomar tus precauciones...

— Yo por mí no —Respondí—. No soy tan pusilánime en estas cuestiones, y no me importa un poco de riesgo, es como más morboso. Lo decía por ti.

— A mí méteme la polla en vivo. ¿Qué mejor que morir a causa de un buen polvo? Vamos, fóllame te lo ruego. ¿No ves que me muero de deseo?

Ya estaba desnudo. Me acerqué a la cama quedándome de pie en el borde y la hice aproximar su culo a mí.

— Ven guarra, que te voy a follar como a una perra.

— ¡Sí! ¡Oh, sí! ¡Atraviésame con tu rabo!

Busqué con la punta del pene la entrada de su vagina. El simple roce de esta operación la arrancó gritos desaforados:

— ¡Que polla! ¡Dámela! ¡Dame toda tu polla! ¡Traspásame entera!

Se la fui metiendo lentamente. De su garganta se escapaban gemidos incontrolados.

— ¡Más! ¡Más! ¡Fuerte! ¡Fóllame más fuerte!

Se retorcía como una serpiente mientras intentaba mover el culo para ser ella la que marcase el ritmo de la penetración. Yo me agarré a sus tetas y enlentencí, en lo que pude, su espásmodico movimiento. Después de todo lo anterior estaba a punto de correrme y no quería hacerlo demasiado pronto.

— ¡Así! ¡Estrújame las tetas! ¡Qué gusto! ¡Cómo me pinchas! ¡Cómo me gusta follar!

— Tranquila reina. Te follaré todo lo que quieras.

— ¡Que bien me follas! ¡Me vuelvo loca! ¡Voy a correrme otra vez!

— ¡Yo también! ¡Yo también me corro! ¡Quiero correrme contigo!

— ¡Yo ya me corroooo! ¡Aaaaah! ¡Córrete amor! ¡Inúndame el coño con tu leche! ¡Ay como me corrooo!

— ¡Toma polla cerda! ¡Me corro en tu chocho!

Eyaculé en su interior como una explosión. Vi como mordía la almohada. Se agitaba con tal fuerza que me costaba mantener el pene en su vagina.

— ¡Ayyyy! ¡Qué gustazo! ¡Qué calentita tu leche! ¡Me voy a morir de gusto! ¡Me corro más! ¡Máaaas! ¡Me matas cabrón!

Tras el orgasmo me percaté de que, sin darme cuenta, había estado clavando mis uñas en sus pechos. Se las solté y las puse sobre sus caderas.

— ¡No te salgas! ¡No te salgas aún! ¡Déjamela en el coño hasta que se salga sola!

Después de tanto tiempo de excitación mi erección tardó bastante en remitir. Me había quedado quieto y era ella la que se movía como en círculos haciendo que sus paredes vaginales frotasen mi pene. Apretaba mi miembro con sus músculos vaginales haciéndome sentir maravillosas sensaciones.

— ¡Aaah! ¡El sexo es lo mejor del mundo! ¡Si por mí fuese me estaría follando todas las horas del día! —Gimoteó sin dejar de moverse.

Fueron casi cinco minutos de este delicioso juego, en los que extrajo de mí hasta la última gota de semen, hasta que, falta de consistencia, la polla se salió de su húmeda guarida. Exhausto me dejé caer de espaldas en la cama.

— ¿Te ha gustado el polvo, amor?

— Delicioso. Eres una maestra en esto de follar.

— Eso es porque me pones muy cachonda. Todavía lo estoy.

— Me alegro, pero tendrás que darme un respiro.

— Tú no te preocupes y déjame hacer a mí. Desde luego no te marchas sin darme por el culo.

— Eres una viciosa.

— Sí. Me encanta que me follen por todos los lados. Deja que te limpie la polla. Quiero lamer los restos de semen.

Sin esperar respuesta se colocó entre mis piernas y se puso a lamerme el miembro pasando la lengua por todo él y por los testículos.

— ¡Esto me pone como una moto! —Dijo.

Dejó de chupármela y se dedicó a acariciarla con la mano mientras se metía los dedos en el chocho y los lamía con expresión de éxtasis.

— ¡La madre que me parió, que cachonda estoy! ¿Te importa que me meta algo en el coño mientras se te pone dura de nuevo?

— Métete lo que quieras, zorrita.

Pensé que iba a coger el consolador de que me hablaba en nuestras conversaciones eróticas, pero en lugar de eso fue hasta la coqueta y, cogiendo un cepillo del pelo, se puso a meterse el mango.

Verla meter y sacar de su chocho aquel instrumento mientras no dejaba de gemir y meneármela, hizo que entrase de nuevo en erección antes de lo que yo mismo hubiese previsto.

— ¡Ummmm! ¡Mira que rica! ¡Ya se está poniendo gorda otra vez!

— Me ponen muy cachondo tus guarradas.

— Te gusta que sea así de puta y guarra, ¿verdad?

— Me enloquecen las mujeres ardientes y cachondas.

En ese momento, sin nada que permitiese preverlo, se abrió la puerta del dormitorio y apareció ante nosotros una mujer joven, entre 25 y 30 años, vestida con un top y una faldita minúscula, con una figura mareante; tal vez con un par de Kilos de más sobre la norma, lo justo para volver loco a un tío. Mi sorpresa fue tal que la incipiente erección desapareció por completo.

— ¡Oh! Perdón —Dijo la «aparecida» sin ningún tipo de aspaviento —No sabía que estabas ocupada.

Para mi sorpresa, y cuando pude percatarme de ello, me di cuenta de que Sandra no había cesado ni un momento de meterse y sacarse el mango del cepillo ni de acariciar mi pene.

— ¡Vaya! ¡Mira lo que has hecho! —Dijo mi acompañante señalando mi miembro que había decrecido en tamaño.

— Lo siento —Dijo la otra. Pero la verdad es que no parecía sentirlo nada.

— Es igual. Enseguida lo arreglo. Es mi hermana Aurora. Este es José Luis.

— Encantada de conocerte, José Luis —Respondió la otra y se inclinó sobre la cama para besarme en las mejillas.

Lo insólito de aquella situación, de aquella presentación tan formalista en una situación tan peculiar, me resultó tan morbosa que mi erección volvió al instante con más fuerza que antes.

— ¡Mira! Ya le tienes otra vez a tono —Exclamó Aurora al verlo.

— A lo mejor es por ti —Luego se dirigió hacia mí— Está buena, ¿verdad?

— Ya lo creo —Respondí, todavía un poco cortado —Buenísima, diría yo.

— Ya. Pero no digas que se te ha puesto tiesa por mí, con el sobo que te está dando Sandra.

— Tú tranquilo, amor —Cambió de tema Sandra—. A mi hermana le gusta tanto follar como a mí y no le importan estas cosas.

— No me importan —Respondió la aludida—, pero pueden ponerme cachonda perdida.

— Bueno. ¿Qué querías para entrar aquí de esa manera? )Inquirió Sandra.

— Voy a tomar un baño y no encuentro las sales. ¿Sabes tú dónde están?

— En el armarito pequeño del baño.

— Vale. Pues nada, seguid pasándolo bien. ¡Joder que envidia!

Sin más salió de la habitación como había entrado.

A mí me pareció que todo aquello no era normal, pero opté por dejar las cosas así, sin comentarios. Sandra pareció, simplemente, ignorar el suceso. Se limitó a decir:

— ¿Me vas a dar por culo ahora que la tienes dura otra vez?

— No sé cómo tienes tú el culo, pero no creo que tenga consistencia suficiente todavía para metértela ahí.

— Mi culo es amplio. Me vuelve loca que me den por detrás. Pero voy a ponértela más dura todavía.

Se sentó a horcajadas sobre mis rodillas, sin sacarse el cepillo de la vagina. Dejó caer saliva sobre mi pene y la esparcía luego con los pezones. Desde luego se me estaba poniendo cada vez más y más tiesa, tanto por sus manipulaciones como por el recuerdo de la escena con la hermanita.

Como si mi recuerdo hubiese sido un conjuro, Aurora volvió a entrar en el cuarto. Esta vez se cubría con un albornoz corto y se había soltado la melena rubia.

— Lo siento Sandra, pero no encuentro las malditas sales. ¿No las habrás puesto en otro sitio?

— ¡Coño con las sales! Iré yo a buscarlas. Pero mira como está Jose. Procura que siga así, o mejor, cuando vuelva. Quiero que la tenga bien tiesa para que me la meta en el culo.

— No te preocupes. ¡Yo me encargo encantada!

Sandra saltó de la cama para salir de la habitación y, para mi regocijo, Aurora se abrió el albornoz dejándome ver su espléndido cuerpo desnudo, se sentó en la cama y aplicó los labios sobre mi polla.

— ¿Te gusta así? —Dijo separando la cara y mirándome—. ¿O prefieres alguna otra cosa?

— Me conformo con la especialidad de la casa —.Respondí.

— ¡Ah! Mi especialidad es una buena cubana. ¿Te apetece?

— ¡¿Cómo no?!

— Pues venga, monta encima de mí —Se desprendió del albornoz y se tumbó de espaldas juntando sus tetas con las manos—. Vamos, métela aquí y verás como te chupo el capullo cuando salga por arriba.

Hice lo que se me pedía pensando que, con aquel tratamiento proporcionado por aquel monumento de mujer, no iba a tardar nada en correrme en su boca. Sus tetas eran tan suaves como el terciopelo, y su lengua titilaba en mi glande, con cada empujón, depositando en él mares de saliva.

La reentrada de Sandra, con un frasco rosa en las manos, evitó lo que me parecía inevitable.

— ¡Eh, eh putona! ¡Que te he dicho que lo mantengas cachondo, no que lo vacíes!

— Un poco más, por favor —.Suplicó la otra.

— De eso nada. Toma tus sales y ve a bañarte.

— ¡Egoísta! ¡Seguro que tú ya te habías corrido antes!

— Unas cuantas veces. Y voy a seguir corriéndome cuando me tome por detrás.

— También podíamos pedir su opinión, ¿no? —.Discutió, pero ya se había levantado de la cama.

— Bueno. ¿Qué quieres tú hacer, Jose?

Ya me había percatado de las reglas del jueguecito y decidí seguir con él.

— La verdad es que Aurora está para echarle un buen polvo, y que me estaba encantando su cubana, pero tú no estás para desperdiciarte precisamente. He venido por ti y te quiero dar por el culo ahora mismo.

— ¡¿Lo ves?! —Exclamó triunfante—. ¡Ale, a tomar tu baño!

— ¡Pues sí que me voy buena! ¡Tendré que hacerme un par de pajas!

Contra lo que esperaba, se marchó realmente.

— ¡Será zorra! —Dijo Sandra—. ¡Quería aprovecharse de esta preciosa polla! ¿Me das por el culo, amor?

Estuve a punto de decir que podíamos llamarla para que participase, pero decidí que siguiesen las cosas como, sin duda, ellas las habían planeado.

— Claro que sí, reina. Te la voy a clavar en el culo hasta los cojones.

— ¡Síiiiiii! ¡Encúlame ya! ¡Métemela hasta los huevos!

— ¿Tienes vaselina?

— ¡No, no! ¡Sin nada! ¡Quiero que me hagas daño! ¡Que me destroces con tu polla!

Se había puesto a cuatro patas, atravesada en la cama y me ofrecía el culo mientras se tocaba el coño con una mano. Me arrodillé a mi vez detrás de ella, apunté el pene en su culo y empecé a empujar. Sólo ofreció una pequeña resistencia al principio. En cuanto logré vencerla, la polla empezó a entrar suavemente, aunque deliciosamente ajustada.

— ¡Aaaaaah! ¡Qué rico! ¡Qué bien! ¡Fóllame, fóllame el culo! ¡Así! ¡Asíii! ¡Cómo me gusta!

Mientras movía las caderas no dejaba de frotarse el coño con la mano. Yo tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no correrme de inmediato.

Como esperaba, aunque no sabía cuando sería, la hermana hizo acto de presencia de nuevo. Esta vez completamente desnuda y con un plátano de buen tamaño en la mano.

— Me habéis puesto más cachonda que una perra en celo y no me aguanto. Por lo menos dejadme que me haga una paja aquí mientras os miro.

— ¡Síiii, cacho puta, sí! ¡Siéntate ahí y métete el plátano en el coño viendo como me corro con la polla de Jose en mi culo!

— A ti no te importa —Se dirigía a mí—, ¿verdad mi vida? Es que no me apetece correrme sola en el baño sabiendo que tengo aquí este espectáculo.

— Me parece de maravilla. Me gustará ver como te masturbas mientras me follo a tu hermana.

Fue a sentarse en la descalzadora, chupó el plátano y, separando mucho las piernas, se lo introdujo en el chocho con una mano mientras se pellizcaba un pezón con la otra.

— ¡Fuerte! ¡Dame fuerte! —Gemía Sandra—. ¡Que vea esta puta asquerosa como me corro!

— ¡Aah! ¡Fóllala bien! —Aurora también empezó a gritar y a menear el cuerpo—. ¡Dale bien por el culo a esa cerda!

Me mordí fuerte los labios para tratar que el dolor cortase momentáneamente mi inminente eyaculación ante el espectáculo de las dos mujeres gimiendo y gozando como locas. Lo conseguí el tiempo suficiente. Sandra empezó a berrear como una bestia mientras se corría. Aurora, que también debía estar cachonda a tope, se corrió a su vez enterrando todo el plátano en su interior mientras gritaba:

— ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Necesito un cipote en mi coño! ¡Folladme! ¡Me corrooooo!

— Yo también me corro —Exclamé—. ¿Quién quiere beberse mi leche?

Saqué el pene de su culo y, al instante, tuve a las dos mujeres tumbadas debajo de mí abriendo ávidas sus bocas muy cerca de la punta de la polla esperando el chorro de semen.

No tuvieron que esperar mucho. Al momento eyaculé sobre sus caras. Fue como si se pelearan por tragarse cada gota del espeso líquido. Lo lamían la una de la cara de la otra y Aurora, sin reparar para nada donde había estado metida anteriormente, se metió toda la verga en la boca y empezó a succionar con desesperación.

Mis rodillas se negaron a sostenerme por más tiempo y me derrumbé en la cama. No por eso dejaron de lamerme y estrujarme el pene, simplemente cambiaron de postura para hacerlo. Cuando se dieron cuenta de que no podían sacar nada más de mí, se tumbaron cada una a un lado jadeando y riendo al mismo tiempo.

Sandra tenía una buena figura, pese a su corta estatura, pero el cuerpo de Aurora, pleno de juventud y rotundidad, era como un sueño a mi lado.

—Aurora —Se me ocurrió decir—, si quieres puedes acostarte con nosotros y participar de esta orgía.

— ¡Ya era hora de que lo dijeses! —Bromeó—. Pensé que me ibas a tener toda la noche castigada en esa silla viendo como gozaba de ti la guarra de mi hermana.

— Una curiosidad: todo esto lo teníais preparado, ¿verdad?

— Bueno, no —Era Sandra la que hablaba—. Yo sabía que Aurora iba a llegar de un momento a otro, y ya había hablado de ti con ella. Pero no sabía que ibas a venir hoy ni que fuese a entrar en la habitación cuando llegase.

—Es cierto —Corroboró la aludida—. No habíamos planeado nada porque no teníamos ni idea de que fueses a venir, aunque sí habíamos imaginado algo parecido en ocasiones. Pero, entre que yo venía ya bastante caliente del gimnasio, y que escuché los gritos de placer de ésta cuando entré, me decidí a venir a ver como estaba el panorama. El ver como te empalmabas de pronto en mi presencia hizo el resto. Me puse tan cachonda que me dije que tenía que participar de esta polla. Lo demás fue un juego tácito.

— ¿Y soléis hacer esto con mucha frecuencia?

— ¡Más quisiéramos! Sandra es una estrecha que nunca trae tíos a casa. Se destroza el coño a pajas, eso sí (con frecuencia nos masturbamos juntas, sobre todo últimamente cuando me contaba vuestras charlas), pero ya ni se acuerda de la última vez que se la metieron.

— ¿Y tus tíos?

— Bueno, yo follo bastante más que ella, pero tampoco suele ser aquí. Además, no creas que todos los hombres saben participar en estos juegos. La mayoría se cortan como gilipollas.

— ¿Y os masturbáis juntas, o la una a la otra?

— Las dos cosas. ¿Te pone cachondo hablar de esto?

— Bastante.

— Pues me alegro, porque pienso follarte yo también y necesito tu polla tiesa de nuevo.

— Lo estoy deseando, pero el cuerpo no siempre responde a los deseos de la mente. No sé si podré.

— Verás como sí. ¿Tú sigues cachonda, hermanita?

— Cachonda perdida.

— Pues yo estoy que me subo por las paredes. El coño me chorrea como una fuente. ¿Nos hacemos unas corriditas entre las dos para que lo vea Jose y se anime?

— Pues no sé. Para que luego te lo tires tú...

— ¡Venga, no seas egoísta! ¿Cuántas veces te has corrido ya?

— Cinco o seis, pero quiero más.

— Pues yo sólo una. Y necesito una polla dentro o me suicido. Yo haré que te corras otras cuantas veces mientras Jose se pone a tono para clavármela. Además, a él también le apetecerá probarme a mí, ¿no?

— ¡No veas! ¡Estás para morirse follándote!

— ¡Todos los tíos sois iguales! —Dijo Sandra, aunque su tono era jocoso—. En cuanto se os pone delante una zorra que esté buena sólo pensáis en beneficiárosla.

— Y a ti te gustará ver como me destroza el chocho a pollazos.

— Bueno, la verdad es que sí. Me pone a cien ver como gozas cuando te corres.

— ¿Lo hacemos?

— Sí. Pero antes mira a ver lo que tengo aquí —Se tocaba el clítoris—. Me pica mucho.

— ¡Claro viciosilla!

La joven pasó por encima de mí y se puso entre los muslos, muy abiertos, de Sandra. Sus dedos empezaron a explorar el sexo de la otra arrancándola gemidos y grititos.

— ¡Con la lengua! ¡Busca con la lengua lo que me pica!

— ¡Me gusta tu coño, putona! —Exclamó Aurora antes de empezar a lamerle el chocho a la hermana con placentera dedicación.

La escena lésbica que se desarrolló ante mis ojos fue alucinante. Las dos mujeres parecían anguilas retorciéndose, cambiando de postura, chupándose, besándose, acariciándose. Gritaban como posesas y de sus labios salían mil obscenidades que elevaban más aún la temperatura.

— ¡Qué bien folla esta guarra! —Dijo Aurora—. Si quieres puedes participar haciendo lo que quieras con nosotras, amor.

Pese a mi estado de agotamiento, el espectáculo era tan excitante que noté como me volvía la erección poco a poco. Me sumé a las dos mujeres y pronto nuestros cuerpos fueron un amasijo de carne, fluidos, suspiros, gemidos y un sinfín más de cosas indescriptibles.

— ¡Quiero follarte ya, Aurora! —Dije incapaz de contener por más tiempo mi deseo de atravesar el coño de aquella espléndida hembra.

— ¡Sí! ¡Oh, sí cariño! ¡Hazme feliz! ¡Métemela ya en mi ansioso chochito!

Se tumbó de espaldas y levanto las piernas separadas hacia el techo ofreciéndome la delicia de su húmedo sexo.

Me coloqué entre sus muslos y se la clavé con un sólo empujón de la pelvis.

— ¡Yaaaaaa! ¡Empuja, empuja! ¡Fóllame! ¡Mátame! ¡Jódeme! ¡Atraviésame con esa polla divina!

Tenía la vagina mucho más estrecha que la de la hermana. Sus paredes se abrazaban a mi pene con ansia. Sus movimientos eran tan acompasados que apenas si hacía falta que yo me moviese. Era tan enloquecedora que, normalmente, hubiese conseguido que me corriese de inmediato, pero, al haberlo hecho dos veces antes, supe que podía aguantar mucho tiempo sin eyacular aunque me estuviese muriendo de placer.

— ¡Toma polla, hija de puta!

— ¡Dámela! ¡Dámela toda! ¡Me estoy corriendo! ¡Me corro de gusto!

Sandra se había colocado sobre mi espalda y pasaba las manos entre nuestros cuerpos como si quisiese comprobar que, efectivamente, mi polla estaba clavada en el coño de su hermana.

— ¡Que cachonda me ponéis cabrones! —Vociferó—. ¡Quiero correrme!

— ¡Yo no paro de correrme! ¡Este tío es una máquina de follar! ¡Ven que te coma el coño, hermanita. Así nos corremos las dos!

Sandra se sentó sobre la cara de Aurora y está la lamía el coño mientras seguía agitándose bajo mis embestidas. Las dos mujeres entraron en una especie de orgasmo continuo. Sus gritos debían oírse en toda la casa.

Como yo me daba cuenta de que, al no correrme, mi erección podía durar mucho, quise experimentar algo que había visto en una película porno.

— Quiero follaros a las dos a la vez —Dije—. Poneos a cuatro patas una junto a la otra, en el borde de la cama.

Hicieron lo que les pedía y yo me puse en pie en medio de los dos culos juntos. De inmediato se la metí a Sandra.

— ¡Dios qué gusto! ¡Yo me desmayo!

Bombeé en su interior tres o cuatro veces, se la saqué y la metí en el coño de Aurora para repetir la operación. Fui alternando la polla entre los dos coños una y otra vez.

Aunque parezca mentira, después de un buen rato en que las mujeres no pararon de dar gritos de placer, ellas se agotaron antes que yo. Seguían aceptando mis embestidas, pero ya apenas si se movían y de sus labios solo salían gemidos apagados. Al final, ya con el cuerpo, y el miembro, dolorido de semejante desmadre, me corrí cuando la tenía dentro del coño de Aurora y me dejé caer, boca abajo, entre ellas en la cama. De inmediato se derrumbaron junto a mí. Estuvimos cerca de cinco minutos inmóviles y en silencio. Fue Sandra la primera en hablar:

— ¡Joder! ¡Estoy muerta! Me he corrido por lo menos cien veces.

— Pues yo me he estado corriendo desde el mismo momento en que me la metió la primera vez —Argumentó Aurora—. No puedo ni moverme.

Por el reloj de la mesilla vi que eran las cuatro y media de la madrugada. Tenía que hacer acto de presencia en "Toni". Ya que me había «escapado» de aquella forma, al menos, si preguntaba Pepa, que le dijesen que sí había estado allí. De forma que después de un rato que empleé en recuperarme un poco, dije:

— Chicas, ha sido maravilloso, pero yo me tengo que marchar ya.

— Bueno. Ya nos has dejado destrozadas, así que puedes irte —Dijo Sandra en broma.

— Pero que prometa antes volver otro día. Esto hay que repetirlo. He disfrutado como una bestia.

La despedida fue un tanto larga. Mientras yo me vestía ellas seguían desmadejadas sobre la cama. Les dije que me pidiesen un taxi por teléfono.

Cuando llegó el taxi, las dos, desnudas, me acompañaron hasta la puerta. Entre otras cosas quedé en llamar por teléfono para seguir con nuestras corridas a distancia con cualquiera de las dos "Y si estamos las dos, mejor" Remachó Aurora.

Me subí al vehículo y le di la dirección de "Toni".

FIN