Sandra: Lecciones de Ortografía

La historia de siempre. Como un anuncio de contactos: “Ejecutivo ambicioso busca rollo duro con administrativa jovencita y viciosa”.

Sandra: Lecciones de Ortografía

(Hay errores que no deben perdonarse, ni sensaciones que puedan olvidarse)

Primera Parte: El Garaje

Le había echado el ojo desde el primer día -de esto hace… cinco meses-: Allí, con su blusa blanca, sentadita, con las piernas cruzadas. Parecía una chica modosita…, Pero, no sé, quizás fuera su mirada. Toda ella destilaba sexo. Ni siquiera me fijé en el resto de candidatas. Al fin y al cabo, uno de los privilegios de mi cargo es el de poder elegir mi equipo de trabajo. Además, sus tareas no iban a ser muy complicadas. Aunque sólo fuera para tenerla contestando el teléfono o removiendo papeles… En una televisión como ésta, te "debes" permitir el lujo: añade imagen. Además, se ha convertido en una garantía. Ningún varón que pase por delante de su mesa entra a mi despacho indiferente. A puertas cerradas, ninguno puede evitar hacer algún comentario… y de lo más soeces casi siempre. De hecho, nada hubiera pasado de no ser por Dylan, el responsable de Retransmisiones.

  • ¿Te la imaginas? Dándola por detrás… toma…, toma…, toma…, agarrándola del pelo, y ella, ahí, chillando como una perra…, toma, toma… hasta que se corra.

  • Para llevar cinco años en España, se te ha pegado pronto el carácter latino.

No pude menos que sonreír, aunque hice un gesto mitad cómplice, mitad dándole a entender lo exagerado que era.

Pero la idea se me clavó en la cabeza. Fue como una patada en el estómago, un chute de adrenalina como nunca en la vida. Cada vez que llegaba al despacho o me cruzaba con ella, la polla se me salía de los boxers.

Empezar la jornada empalmado no se lo deseo a nadie, pero la chiquilla no tenía la culpa (eso creía yo…). No iba a despedirla por estar buena; y la pela -aunque fuera de un contrato basura- le serviría para pagarse los estudios de enfermería o salir de casa de sus padres. Además, era el arma perfecta para tener controlado a Dylan.

  • Sandra, por favor, ¿puedes traer los gráficos de share de ayer y los informes de audiencias de lo que va de semana?

Y a Dylan le cambiaba la cara.

  • ¿Te la has tirado ya?

  • ¡Qué burro eres! -Yo recalcaba lo de burro-

La verdad es que verla moverse por el despacho era todo un espectáculo. No iba muy pintada. Lo justo. La falda "un poco corta", como hubiera dicho Berta, la de personal -ella siempre tan del Opus-. Me hubiera gustado que llevara zapatos de tacón más alto pero, para ser sinceros, no hubiera pegado con su edad -ni era su estilo- y, para trabajar, no deben resultar nada cómodos. Unas piernas preciosas… Pero lo que más me excitaba era su boca, con esos labios carnosos. Cuando mordía el bolígrafo y veía moverse aquella lengua, incluso yo estaba a punto de perder los papeles. Me tengo por una persona con mucho autocontrol. Si algo me ha servido para subir en esta empresa (trepar, dicen algunos) es no perder nunca el temple -ni en las perores circunstancias-. Pero aquella cría… Me la imaginaba lamiéndome el capullo y mirándome tímida a los ojos. ¡Maldito Dylan!, ¿para qué tuvo que meterme aquella imagen en la cabeza?

Pero la culpa no es solamente de Dylan, ni de los babosos que entran al despacho a comentar las salvajadas que harían con ella. La culpa la tiene un gilipollas -que no sé ni como se llama-, que trabaja en Producción. Un guaperas, que va de listo por la vida y al que ya me encargaré yo de pararle los pies.

Cada vez que me acuerdo de la vez que les sorprendí, me…, me… Le…, le hubiera dado a él… "con la mano abierta". Era viernes. Y en verano a esas horas de la tarde no queda ni un alma por la tele. ¿Para qué están, si no, los programas de refrito?

Aunque los directivos tenemos nuestros privilegios, yo prefiero aparcar en el sótano, cerca de los ascensores exclusivos para el Staff. Cuando salí y giré camino de mi coche, me quedé petrificado. Menos mal que sólo llevaba las llaves en la mano. Estoy seguro que se me hubiera caído el portafolios. Allí la tenía acorralada el muy cabrón. Se les oía muy bajo, pero con esa extraña reverberación que tienen los espacios grandes cerrados. Cerca de una columna, entre el coche de Forlán (que parece que vive en la tele. ¡No tiene vida propia!) y la pared.

Los tenía casi de frente, sobre todo a ella, Él le estaba metiendo mano por todas partes. No parecía muy dispuesta. Frente a mí, vi a Sandra con la espalda pegada a la pared, mientras el muy cabrón la acechaba como un animal. La devoraba a lametones; sus manos ya habían logrado colarse por debajo de la minúscula falda. Bruscamente le abrió la blusa. Sandra, respiraba agitada, intentando alejar a aquella bestia, pero no conseguía más que aquella boca se fuera adueñando de sus pechos. Los chupaba. Se los mordía casi hasta hacerle daño. Con una mano había conseguido bajarle las bragas. A medio muslo, la goma del diminuto tanga blanco iba a tardar poco en saltar por los aires. Él muy capullo llevaba las de ganar. Le tenía el brazo aferrado a su espalda para poder sujetarla bien por la cintura; con el otro iba y venía, palpando bien su culo.

Pero ella no se quejaba. No gritaba pidiendo ayuda, cuando conseguía zafarse de su boca, mientras el tipo mordía su cuello o apretaba sus tetas. Algo no encajaba… hasta que me di cuenta de que el amo de la situación no era él: era Sandra; que sus movimientos -que su resistencia- eran pura provocación, el arma utilizada para ponerle aun más cachondo, más burro (¡como si su cuerpo no bastara!). No era la víctima: era el depredador.

No sé. No lo he hablado con ella. Pero hubo una fracción de segundo que lo cambió todo. Él seguía a lo suyo, magreando sus tetas, mordiendo sus pezones, con cara de no ceder ni un palmo del cuerpo conquistado de su presa. Pero en un instante concreto, Sandra se dio cuenta de que yo estaba allí. Me había visto medio escondido tras el coche. Se quedó quieta, sorprendida. Como a una niña cuando la encuentras robando el chocolate de la nevera. Le cambió la cara. De repente, vi en sus ojos la mirada más perversa. La punta de su lengua humedeciendo sus labios. Comenzó a mover sus caderas, suave, insinuantemente, mientras la mano del tipo había logrado apoderarse de la parte más caliente de aquella zorra. Jugaba con su coño, la excitaba aun más, hasta el límite.

Los gemidos de Sandra eran profundos, pero no muy fuertes. Sabía que podía oírlos, pero era evidente que no parecía importarle. Al contrario. Con la mano de aquél en su coño, la muy zorra no se movía cada vez más deprisa. Lo hacía adelante y atrás, con espasmos, como una verdadera salida, disfrutando de cada una de las embestidas de los dedos del gilipollas ese, tan concentrado él en su faena que no se daba cuenta de que yo seguía allí y me percataba de que Sandra, a su modo, nos controlaba a los dos.

  • ¿Te está gustando, ¿eh?, puta -Le escuché decirle a él, resoplando-.

  • Eres un cabrón -La voz de Sandra parecía rabiosa, encendida-.

Lo dijo mientras me miraba. Mientras me miraba con toda la lujuria del mundo, mientras el tipo agarraba el tanga enrollado en las rodillas de ella y tiraba de él hasta terminar de romperlo.

Para enfado del tío, ella no se dejaba besar fácilmente. Él intentaba meterle una y otra vez la lengua, pero Sandra conseguía zafarse a veces. Yo creo que para mirarme y ver que aumentaba mi excitación. Lo que hubiera dado por ser yo quien la trataba así, quien la insultaba a cada una de sus negativas.

La agarró por la cintura y la volteó bruscamente con la cara contra la pared. Ella intentaba girar la cabeza pero él se lo impedía. Era un espectáculo ver a Sandra a punto de ser ¿violada?, con los brazos extendidos casi en cruz, la falda enrollada en la cintura y su culo perfecto a disposición del que pasara por allí.

En ese momento es cuando me di cuenta de que ese tipo era totalmente gilipollas. Yo la hubiera tirado sobre el capó del coche de Forlán (¿no presume tanto de coche caro?, pues ¿qué mejor sitio para tirarse a una zorra de lujo como aquélla?).

-Ahora viene lo bueno. Mira como me la has puesto. Te tengo ganas

Se la metió de un solo golpe. Tan mojada estaba que al cretino de mierda no le costó nada lograr que sus huevos chocaran una y otra vez con el culo de Sandra, mientras, desde atrás seguía apretando sus senos. A cada embestida, ella se obligaba a contener un grito, como si la clavaran contra la pared, levantándola casi del suelo. Ya no me miraba. Estaba con brazos en aspa y los ojos cerrados, mordiéndose los labios -esos labios carnosos que tanto me habían obsesionado- .

No quise saber más. Si hubiera estado seguro de que aquel cretino la estaba violando, juro que hubiera intervenido. Pero la forma de mirarme de Sandra no parecía decir lo mismo. Lo confieso: Eché la vista al suelo y me escabullí como pude. Cuando me metí en mi coche, fue un verdadero esfuerzo no sacármela y cascármela allí mismo. Me temblaba el pulso cuando giré la llave de contacto. Arranqué el motor y aceleré fuerte un par de veces antes de meter la marcha. Para incordiar, creo yo. Metí primera y salí chirriando rueda lo más que pude. Pasé de prisa delante de ellos, sin mirar, como si no ocurriera nada. Seguro que se dieron cuenta. Imagino que el guaperas acabaría poniéndola de rodillas y hacíéndole tragar toda su leche, obligándola a chupársela hasta hartarse. Tonto será si no lo hizo. Pero ahí estaba yo, conduciendo como un autómata, empalmado, recordando aún como se movían aquellos senos, aquellos pezones grandes y duros…, torturándome con lo que estaría pasando en ese momento en el garaje y con los boxers mojados como un crío.

Segunda Parte: El Despacho

Esa noche, a solas en mi cuarto, deseé tenerla a mi lado en la cama; recorrer con mi lengua todo su cuerpo, desde la punta de los pies hasta la nuca; lamer su ombligo. Hubiera mordido sus pezones con toda la delicadeza del mundo. La hubiera adorado. Le hubiera hecho el amor con toda la ternura de la que es capaz un hombre ¿enamorado? ¿encoñado? Me hubiera perdido entre sus piernas hasta verla, jadear, gemir, una y otra vez, agotada, pidiéndome una tregua que no le hubiera dado

Pero cada vez que me asaltaba el recuerdo de lo que había visto en el garaje me encendía aun más. Me cabreaba. Se me ponía dura como una piedra. ¿Celos? ¿De aquel gilipollas? ¿A estas alturas? Eran como fotogramas de una película. En mi mente todo ocurría a cámara lenta: Sandra de rodillas. Obligada a chupar "el capullo de aquel capullo"… o en el capó del coche de Forlán, abierta de piernas, con él agarrando fuerte sus tetas, sujetándola por las caderas y embistiéndola bien…, repitiendo una y otra vez "¡toma!…, ¡toma!…, ¡toma!...".

¡Maldito Dylan!

¿Cómo es que una putita como aquélla podía llevarme tan por la calle de la amargura? ¡Putita! Era la primera vez que le aplicaba ese apelativo a una mujer. ¡Qué coño!: ¡Una PUTA, con todas las letras!

Los siguientes días aun fueron peores. Entre el verano, la bajada de audiencias y la posibilidad de volverme a encontrar a "la pareja" follando en el garaje… se me hicieron muy cuesta arriba. No le pasaba ni una. Era muy estricto con ella, aunque trataba de que no se me notase. Cada vez que la tenía delante, veía la película que yo solo me había montado. ¡Lo que es la imaginación! Ya no era el capullo el que le obligaba a chupar. Ahora era yo el que la tenía de rodillas, mientras -en mi fantasía-, ella me miraba con igual lujuria que lo hizo en el garaje. Cierto es que la pobre no hacía nada por provocarlo, pero nadie es perfecto

Recuerdo perfectamente el día en el que "se desencadenaron los acontecimientos" (¡qué bien suena!, así, tan grandilocuente). Era un martes 16 de agosto; justo después del puente. Elena -la secretaria que habitualmente se encargaba de pasar a limpio mis informes al Consejo de Administración- había comenzado sus vacaciones. Sandra se quedaba en su lugar. Total, iban a ser quince días en un verano en el que no estaban previstas grandes movidas. Ya llegaría septiembre y entonces sí. Bueno…, como todos los septiembres.

La llamé por el interfono para que me trajera el resumen de prensa y dictarle el borrador de propuesta de nuevos programas. Estaba encantadora. Iba vestida casi igual que el día del garaje, con la misma blusa color salmón que tantas veces había recordado en mi cabeza. JURO que no lo hice adrede, que no pude evitar el comentario.

  • ¡Qué bien te sienta siempre esa blusa!

¡SIEMPRE!. Dije "siempre". Ese "siempre" fue mi perdición -o la suya, según se mire-. Era como reconocer algo que hasta entonces había quedado ahí, en el aire: que yo había sido testigo del polvazo que le habían echado. Noté como se puso tensa. Ella también se había dado cuenta. Yo jamás había hecho el más mínimo comentario al respecto (¡uno es un señor!). Me cabré conmigo mismo, pero mi polla es más sincera que yo. Mi erección debía ser más que evidente y Sandra era "todo" menos tonta.

Como pude, le pedí que se sentara para dictarle las notas que acompañarían al informe. Trataba de mirar los monitores con los que hago el seguimiento de las diferentes cadenas, pero no había nada interesante. O, desde luego, nada más interesante que aquellas preciosas piernas. No estuve muy brillante, no. Seguro que me extendí demasiado. Era una forma de controlarla, de tenerla allí el tiempo que yo quisiera -a mi disposición-, de demostrarle que, si se le había pasado por la cabeza, alguna vez, que haber visto como se la follaban le daba algún poder sobre mí, se equivocaba. Ya puestos, yo también puedo ser tan cabrón como el gilipollas del garaje. Terminé de dictar (un rato largo, eh) y se fue caminando hacia su mesa. Me fijé en el movimiento de sus caderas -no lo había hecho hasta entonces-. Me pareció que se regodeaba, que sabía que la miraba y que las movía con toda la intención. Preferí pensar que era otra putada de mi mente. Pero el resto de la mañana no quise saber nada de nadie. Ni contesté el teléfono, ni los correos electrónicos. Nada. Nada más que pensar en Sandra chupándome la polla.

Cuando salí del despacho, ella ya se había bajado a la cafetería de la tele a comer. En su mesa se había dejado abiertos los apuntes de alguna asignatura que tuviera colgada para septiembre. No es que me molestara, pero debería haber tenido el detalle de cerrar la carpeta. No da buena imagen que alguien pase y se crea que en esta Subdirección nos tocamos… las narices todo el día. Mi cabreo iba en aumento, aunque más conmigo que con ella, para ser francos.

Cuando volví de comer con Dylan ("... ¿¿¿Te la has tirado ya??? ..."), Sandra ya había vuelto. Imagino que, cuando nos oyó llegar, cerró deprisa sus apuntes e hizo como que estaba ocupada en otras cosas, chupando el dichoso bolígrafo en su boca. Dylan se metió en su despacho y yo me quedé de pié, como un tonto, delante de su mesa. Traté de ser amable.

  • Hola. ¿Ya has comido? -preguntar lo evidente es de gilipollas. Ya lo sé- ¿Tienes ya el informe de esta mañana?

Comencé a leerlo mientras entraba en mi despacho. No llevaba ni tres párrafos cuando se me cayó el alma a los pies. Reconocía mis palabras, mi forma de redactar, pero allí no había ni un puto acento, ni una coma en su sitio y los puntos-y-aparte estaban dejados caer -como el que le echa pan duro a las palomas-… De verdad que costaba leerlo. Para según que cosas, soy muy clásico y aquello era imposible pasarlo a la firma de todo un Consejo General, con políticos de por medio. Ni me senté.

  • Sandra. ¿Puede venir un momento?

Le debió extrañar que la tratara de "usted". Yo había sido el primero en insistir que nos tratáramos de "tú", como forma de dar confianza. Entró pálida.

  • Cierre la puerta. ¿Ha sido usted la que ha pasado a limpio este informe?

No dijo nada, sólo movió afirmativamente la cabeza. Me apoyé en la mesa y extendí el brazo.

  • Tome. Léalo delante de mí.

Se acercó. Lo tomó y comenzó a leer. Estaba tan nerviosa que no daba pie con bola. De vez en cuando levantaba la vista como pidiendo que parara el suplicio. Casi se lo arranco de las manos. Extendí los primeros folios en la mesa (siempre he sido muy teatral, te ayuda a ganar tiempo…) y la cogí del brazo.

-Lea aquí.

Su voz sonaba bastante temblorosa.

  • Límite Inversiones del 2.005.

-¿Límite Inversiones del 2.005? Querrá decir "li-Mí-te inversiones del 2.005".

Me miró sin comprender cuál era la diferencia.

  • El acento, señorita, ¡el acento! -Ella permanecía atónita ("atónita", con acento; por ser palabra esdrújula y todas las esdrújulas se acentúan sin excepción)-. Yo seguía intentando hacerle entender la diferencia. -una diferencia que en este caso podía costar millones de euros (exagero un poco, pero…)-.

Me dio tanta rabia que la cogí del brazo y la acerqué hasta los folios. Tenerla así inclinada, con la falda subida un poco por la posición y su trasero todo para mí… No pude evitarlo (¿o no quise?). Le di un cachete en el culo ("Plass" -más sonoro que fuerte-) y le ordené seguir leyendo. Sandra intentaba leer tan deprisa como podía, pero las "prisas son malas compañeras" y no conseguía más que atragantarse con las palabras. Cada vez que se equivocaba, una palmada en el culo: ¡Plass!. Sin pasarme; lo justo para que reconociera su error. Al principio por encima de la falda. Pero a la altura del tercer párrafo, la falda era ya un guiñapo en su cintura. Una gozada sobar aquel culo de golfa mientras esperaba la próxima equivocación. Cuando llegamos al segundo folio ya tenía su diminuto tanga blanco a la altura de las rodillas.

Pasé mi mano por su entrepierna -una y otra vez-. Ella tenía las suyas encima de la mesa. Intentó cubrir su trasero con una de ellas, pero le sujeté el brazo y le repetí casi al oído -sin gritar, aunque muy serio- "siga leyendo". Cuando metí un par de dedos en su coño se estremeció. El tacto de su clítoris era una sensación electrizante. Empecé a masturbarla por instinto, mientras Sandra abría los ojos como platos y buscaba un aire que no llegaba a sus pulmones. De vez en cuando desviaba la vista de los folios y me miraba con expresión de sorpresa y de pedir clemencia. Yo aprovechaba para acelerar el ritmo de mis dedos y con un gesto le indicaba que siguiera leyendo.

Curioso: leía más despacio, más pendiente de mis dedos -jugando con su clítoris-, que del informe de marras. Yo también. Es cierto: se me escaparon algunos acentos que no estaban donde debían, pero cada vez me importaban menos.

En el fondo, lo que me cabreaba ahora era comprobar que empezaba a ceder; ver como dentro de aquella cría se escondía la más puta de todas zorras que he conocido (y por esta casa han pasado bastantes…).

  • Tanto follar en los garajes y tanto chupar pollas y ni un puto acento (¿qué tendrá que ver una cosa con otra? -pensé para mí-. Pero son ideas que se escapan).

Fue en esa milésima de segundo cuando me di cuenta que me la iba a acabar follando esa tarde (un 16 de agosto). Quisiera ella o no. La puse de pie. La blusa estaba ya medio abierta con tanto movimiento. Tiré de los botones que faltaban, que no tardaron en ceder, y me encontré un sujetador blanco que le duró puesto lo justo para que Sandra terminara de entender lo que iba a pasarle. La senté en la mesa (encima de la página dos del informe, para ser más exactos) y le mordí los labios, luego los pezones hasta ponerlos aun más tiesos. Cuando la miré, ella no retiró la vista.

  • Eres un cabrón ("cabrón" lo dijo con rabia, sí, pero con acento -porque todas las palabras agudas acabadas en vocal o en "ene" o en "ese" llevan acento, como "pendón", "provocación", "sumisión"…-. "Control" no, ¿ves? "Control" no acaba ni en "ene" ni en "ese").

Aquella frase -que ya había escuchado de su voz en el garaje- acabó con lo poco que me quedaba de cordura. Ahora sí -petita Sandra- ahora sí que no te me ibas a escapar "viva" de allí. Además, ¿qué era eso de llamarme de tú?

La agarré por la cintura y la dejé en el borde. Acerqué mi polla hasta su coño y lo paseé por delante de él un rato. Justo antes de metérsela le dije.

-Ven, zorra. Te voy a enseñar esta tarde lo que no has aprendido en tu puta vida.

Se la ensarté de golpe. Sandra estaba más mojada de lo que hubiera pensado. Para ser una chica a la que están intentando forzar… estaba salida la muy guarra. No la dejé parar ni un momento. Me la llevé al sofá -ese de cuero negro que nunca uso (…usaba)- sólo para verla botar y agarrarla bien por las caderas. Uno tiene sus trucos. Cuando estaba a punto de correrme, se la sacaba y le daba un repaso de lengua que le hacía estremecerse. Verla explotar me ponía a 1.000. Y volvía a empezar: volvía a follármela, metiéndole el rabo con fuerza, hasta los huevos, sin piedad.

  • Anda, cuenta. ¿Cuántos te has follado ya en esta casa? Seguro que el del garaje no ha sido el primero… ni el último… Eres la puta de todos.

Pero por más que la humillaba no conseguía que dijera palabra. Gemía, se mordía el labio, decía cosas inconexas, pero la muy golfa no soltaba prenda.

Pero lo mejor estaba por llegar. Me faltaba probar su boca. Esa boca golosa con la que había estado soñando todos estos meses. El premio final. La descabalgué de la polla. Debió entender mis intenciones porque ella misma se puso entre mis piernas. Me miró unos segundos y sin chistar, sacó su lengua y empezó a recorrerme el rabo de arriba abajo. Si seguía así no iba a tardar en correrme. Preferí agarrarla del pelo, levantar su cabeza y besarla. Besar esos labios de los que acababa de tener el anticipo de lo que son capaces. Chupé su lengua, me entretuve en sus orejas, en su cuello, mientras veía como su espalda se arqueaba, sobre todo cuando estiraba lentamente sus pezones. Y entonces sí, entonces pensé que merecía mi premio. Sujeté fuertemente su nuca y se la hice tragar, hasta el fondo, sin llegar a ahogarla (tampoco hay que pasarse como en las películas…).

¿Existe el Nirvana? ¿Existe el placer total? Si es así, se llama Sandra.

No voy a ponerme filosófico, pero sentir su lengua, el calor de su boca envolviendo mi polla y su respiración va más allá de los cinco sentidos. Hubiera querido estar el resto de mi vida allí clavado. Pero el material del que estamos hechos los humanos es efímero… y yo era muy humano en ese instante. Me corrí en su boca. Me corrí como hacía años que no lo hacía. Temblando más que ella antes. Sin poder mover un músculo y con la mente en blanco. Pero ella no hizo un ademán de querer levantarse. Se quedó allí, mirándome a los ojos, con un mohín de victoria; relamiendo, de arriba abajo, todo el esperma que aun salía a borbotones. No hay palabras. Pero el azar " es lo que tiene ". Nuca puedes saber qué es lo que va a ocurrir un minuto después. Mientras Sandra terminaba de limpiar mi polla, se abrió la puerta y entró Dylan (siempre tan discreto, sin hacer ruido -muy inglés el chico-). Se quedó estupefacto. Con los ojos fuera de las órbitas. Hizo un gesto con la mano pidiendo perdón y ademán de retirarse. Pero yo soy más perverso. Sandra no se iba a salir de rositas, pensando que, a su modo, había ganado. Fue pura inspiración. Sujeté la nuca de Sandra para que siguiera chupando, y le hice un gesto a Dylan: "sírvase usted mismo".

De algo tiene que servir la moqueta cara del despacho. Dylan se fue acercando despacio. Sin hacer el más mínimo ruido. A cada paso que daba, mi cuerpo volvía a reaccionar como nunca hubiera pensado. Yo sujetaba con fuerza a Sandra para que no levantara la cabeza y se diera cuenta de lo que se le venía encima. Debió pensar que estaba ante el "hombre bala" porque aquel miembro flácido en la que se había quedado mi polla empezaba de nuevo a dar síntomas de vida inteligente. Levantó un poco los ojos, sorprendida. Más lo estaba yo, pero la situación me desbordaba y no iba a dejarla pasar. Sandra iba a tener su castigo por partida doble. No hay nada más significativo para demostrarle a una zorra que eres su dueño que cederla a otro cuanto y como te apetezca.

No se que pasó por su cabeza cuando sintió las manos de otro aferrando sus caderas. Pegó un respingó. Me miró un segundo con pánico y trató de girarse para ver. Inútil. Yo estaba prevenido. Sujeté aun más fuerte su cabeza y la obligué a chupar. Ahora sí. Ahora sí movía los brazos intentando escapar de aquella trampa. Era la doma que le faltaba. Su verdadera humillación: aquella que no ves venir, que no esperas: no saber "quién", pero darse cuenta de "cómo". Mi rabo había recuperado con creces la rigidez de las primeras erecciones (tampoco es para tanto -lo que pierdes con el tiempo lo ganas en experiencia-). Pero verla allí, moviéndose como un pez fuera del agua, con Dylan a punto de de hacérsela por el mismo agujero por el que me la había follado yo -¡y con mi polla en su boca!- colmaba mis fantasías más burras.

El inglés no lo dudó. Se la fue metiendo despacio para que Sandra no tuviera duda alguna de que se la estaba tirando. Trataba de adivinar quién era su follador. Seguro que por su mente pasó la idea de que yo podría haberme puesto de acuerdo con el cabrón del garaje. Me hubiera gustado tenerlo allí delante, sólo mirando, para que supiera él la tortura que supone ver follar a Sandra y no poder tocarla.

Cuando Dylan le metió, además, un dedo en el culo se quedó quieta. Supo que íbamos a hacer con ella todo lo que quisiéramos. Y Dylan se la folló "impecablemente" -al estilo inglés- como se monta a una yegua: de vez en cuando un azote para animar la marcha.

No pude evitarlo. Me pierde la lengua. Le levanté la cara y la miré a los ojos

  • Ahora sí, guarra. Ahora tienes lo que te mereces. Por zorra, por llevarme caliente todos estos meses. La mosquita muerta

Embestida por los dos a la vez: ¿Qué mejor lección para la petita Sandra?

Pero Sandra me sorprende (y lo sigue haciendo…). Antes de que le volviera a obligar a que me chupara la polla, la muy puta aun tuvo tiempo de decir: "Sois unos cabrones… y tú más que él". No sé si se refería a Dylan y a mí, al del garaje o a los hombres en general, pero en sus ojos me encontré el mismo brillo de lujuria que vi en el parking, cuando estaba dejándose empalar por el cretino de Producción.

Me hubiera gustado que nunca se hubiera enterado de quién era el otro hijo de puta que la estaba taladrando, pero cinco años por estas tierras hacen que todo se contagie.

  • ¡Toma…! ¡Toma…! Toma…! -Y soltó algo más en su lengua que no entendí, pero que me sonó a "palabra de cuatro letras", como dicen ellos-. Y se corrió.

Yo, a estas alturas…, tardé un poco más -tampoco tanto, eh-. Pero se lo tragó todo -absolutamente todo-, sin rechistar, recogiendo las gotas que caían por su barbilla y las que salpiqué sus senos. Como la niña dócil que iba a empezar a ser desde aquel 16 de agosto.

El informe lo entregué con algunos días de retraso. A nadie del Consejo le importó -la mayoría seguía de vacaciones-. Sandra hizo horas extras, y yo no me separé ni un milímetro de ella, comprobando su ortografía.

A fin de cuentas, tiene su gracia que también se la haya tirado el baboso de Dylan. Fue él quien puso la idea en mi cabeza (¡toma..!, ¡toma…! ¡toma…!). Desde entonces, Sandra se encarga de pasar todos mis escritos -aunque no ponga acentos-. Cuando me la follo, le obligo a que me llame de usted (cuando hacemos el amor, no). A Elena la he re-situado en otro puesto con el pretexto de darle más responsabilidad. No sé si a "mi niña" se la sigue tirando también el cabrón del garaje. No se lo he preguntado (…aun). Imagino que sí, aunque tampoco me importa. Pero si me entero de que "no la mima como yo", le quedan dos telediarios en esta casa. Textual.

Últimamente, me acuerdo mucho de mi profesor de "Gramática y Ortografía", de sus dictados y de su " AHÍ HAY un hombre que dice ¡AY! "... Debo ser yo cuando me corro en la boca de Sandra.

Nota final: Dedicado a la verdadera Sandra que se esconde debajo de ese nombre y a LuciaX (¿in memoriam?)