Sandra
La nueva empleada de la casa tiene un eextraordinario modo de terminar su jornada laboral.
Andrés gustaba mucho de ver revistas con mujeres en ropa interior. Como su mamá compraba ropa por encargo, tenía a su disposición los catálogos, que quedaban puestos en algún lugar de su casa. Acostado en su cama, Andrés pasaba las hojas que mostraban a mujeres hermosas, de grandes senos redondos y cinturas delgadas. Pasaba las hojas en busca de aquellas fotografías con la lencería más transparente. De cuando en cuando, lograba distinguir un pezón oscuro que se mostraba difusamente en la fotografía, o el agujero de la vagina de una de las mujeres, delatado por las depresiones de la ropa interior, que buscaba introducirse en las modelos.
Este era todo el material del que disponía Andrés para fantasear durante el día, pues su edad y principalmente su timidez- le impedían conseguir revistas con pornografía verdadera. No obstante, los catálogos le permitían sentir su pene endurecerse bajo el pantalón. Cuando notaba esto, se acostaba unas veces boca-abajo, con el fin de sentir la presión de su cuerpo descansar en su miembro. Otras veces, pasaba su mano libre sobre la protuberancia, para lograr una sensación cosquilleante en la punta del pene, justamente donde él había visto que la piel tendía a retirarse cuando se frotaba al bañarse.
Cuando finalmente sentía que su ropa interior comenzaba a humedecerse, iba disimuladamente al baño. Cerraba con cuidado la puerta y se arrodillaba frente al sanitario. Entonces sacaba el pene de su pantalón y comenzaba a frotarlo con la mano derecha, primero suavemente, pero incrementaba la presión hasta sentir la mano caliente y la respiración entrecortada. Tras unos momentos de frotar y pensar en las mujeres del catálogo el semen salía expulsado de su cuerpo y era entonces cuando frotaba su miembro con más fuerza. Al terminar, sentía un intenso cansancio que recorría su cuerpo y se sentaba en el frío piso del baño, recuperando la respiración.
Tenía ya diecisiete años- iba a cumplir la mayoría de edad en menos de dos meses- y recordaba masturbarse desde, por lo menos, cinco años. Eso sí, procuraba aguantar un par de días entre cada masturbación, pues de lo que más le gustaba era sentir el semen tibio correr por su mano. Muchas veces lo había olido y sentía deseos de lamerlo, aunque fuera con la punta de la lengua, pero un extraño temor lo embargaba entonces.
Otras noches, cuando sus padres se ausentaban de la casa y él quedaba solo en su casa, revisaba uno por uno los setenta canales del cable, con el fin de buscar programas que mostraran desnudos, para poder alimentar su imaginación, bastante activa, por cierto. Cuando tenía mayor éxito, era cuando algún canal de películas pasaba películas pornográficas alrededor de las once de la noche. Andrés veía con los ojos muy abiertos cómo cualquier situación terminaba en desnudos y gemidos.
Le gustaba especialmente cuando enfocaban a las mujeres de vaginas depiladas solo dejaban un pequeño rastro de vello- se tocaban y masturbaban solas o unas a las otras. Veía como una rubia de grandes pechos, sentada en el asiento delantero de un automóvil, frotaba el pubis de una morena y seguía frotando con mayor fuerza hasta ser correspondida. Entonces, frente al televisor, Andrés sacaba su pene y comenzaba a masturbarse sin quitar los ojos de la pantalla. Frotaba y frotaba hasta sentir salir el semen y lo veía correr sobre el piso de su casa. Momentos después limpiaba todo bien y se iba a dormir.
Estas eran las únicas experiencias sexuales de Andrés, hasta que una semana todo cambió. Sus trabajaban durante el día, por lo cual decidieron contratar una empleada que hiciera los trabajos de la casa durante el día. Andrés vio como una mujer pequeña, de aproximadamente veinticinco años entró a trabajar en su casa. A veces, mientras él estaba en la sala viendo televisión, miraba de reojo a la mujer. Tenía el cabello corto, negro con rayos azules, siempre amarrado en una cola de caballo. Era de piel no muy morena y tenía los ojos negros. Andrés miraba con atención los pechos de la mujer cuando barría, y sentía un poco de desilusión al notarlos más bien pequeños, y no se bamboleaban con el movimiento de ella.
Sandra, la mujer, no notaba para nada las miradas del muchacho, y seguía imperturbable con su labor. Tan poca atención prestaba, que las tiras del sostén se deslizaban con frecuencia sobre sus hombros, cuando con más energía hacía sus labores. Andrés sentía un poco excitación al verla hacia el final del día, cuando volvía del colegio a comer a su casa, pues notaba el sudor que caía por su cuerpo. Sin embargo, nunca se le había ocurrido hacerla parte de sus fantasías, pues la comparaba con las mujeres de las películas de las noches, y la encontraba anodina y sin atractivo alguno.
Todo cambiaría un día en el que, por la ausencia de uno de sus profesores, llegó a su casa horas antes de lo acostumbrado. Entró a su casa y dejó la mochila sobre su cama, como siempre hacía, y pensó en dirigirse a la cocina, cuando oyó un rumor apagado. Ubicó el sonido y se dirigió hacia la habitación de sus padres, que tenía la puerta entreabierta. Por la pequeña hendidura vio como Sandra, únicamente vestida con el sostén, estaba acostada de espaldas sobre la cama matrimonial, con las rodillas dobladas y las piernas muy abiertas. Tenía la cabeza echada hacia atrás y, con sus pantaletas metidas en la boca, procuraba ahogar los gemidos de deleite que profería.
Con su mano izquierda empuñaba un objeto blanco y largo, bastante grueso, que introducía en su vagina constantemente. Andrés observaba cómo el objeto, desconocido para él, desaparecía dentro de Sandra, desaparecía entre la espesa maraña de vello oscuro. La mujer lo metía y sacaba de su agujero con regularidad, algunas veces aumentando la velocidad, y Andrés observó como líquidos transparentes salían del peludo pubis de ella, y se escurrían hasta la cama, donde caían sobre una toalla, colocada para borrar evidencias.
La firme mano de Sandra empuñaba con fuerza el objeto blanco, y lo introducía con tanta fuerza que toda ella temblaba. Sus senos, apenas cubiertos por el sostén blanco, temblaban a cada embestida del objeto de su goce, y los ahogados gemidos llegaban a oídos del muchacho.
Sandra manipulaba el objeto blanco mientras con el dedo índice de su mano derecha frotaba el clítoris, haciendo círculos pequeños. De pronto, Andrés vio como el mismo dedo índice se desplazó hacia las nalgas de la mujer, quien se acostó de medio lado. Con su dedo empapado en líquidos tibios, Sandra acariciaba su ano, ejerciendo una presión moderada. Pronto el dedo subió hasta su boca, y con delicia Sandra lo lamió, mojándolo aún más. Tras un momento dentro de su boca, el dedo volvió a su ano, lo acarició un tiempo más y terminó por introducirse suavemente en él, al tiempo que la mujer exhalaba un gemido más fuerte y movía todo el cuerpo para mejorar la penetración.
Pronto finalizó y se dejó caer exhausta sobre la cama. Sus ojos cerrados estaban bañados en lágrimas, pero Andrés observó una gran sonrisa en sus labios, todavía con la ropa hecha un motete dentro de su boca. Andrés se devolvió con cuidado a su habitación y se encerró, hasta que oyó minutos más tarde, a la hora de salida, Sandra abandonaba la casa, como todos los días. Al quedarse solo, Andrés se dirigió al baño y, reconstruyendo en su imaginación lo que acababa de ver, tuvo la mejor masturbación que podía recordar.
Al día siguiente, en el colegio, Andrés hervía de impaciencia por saber si la escena se repetiría al día siguiente. Cuando no pudo más, llenó rápidamente una boleta para ausentarse como su madre confiaba plenamente en él, siempre le dejaba algunas boletas previamente firmadas, para alguna eventualidad. De este modo, Andrés salió de la institución y se dirigió a su casa, que no distaba mucho del colegio.
Al llegar, un poco antes que el día anterior, procuró hacer el menor ruido posible, y se dirigió a la habitación de sus padres... que estaba vacía. Desilusionado, iba a entrar a su cuarto, cuando advirtió la puerta entreabierta y a Sandra, con las piernas abiertas, ¡masturbándose en su propia cama!
Como la vez anterior, tenía la ropa interior en su boca, mientras un consolador entraba y salía de su vagina, haciéndola gemir de gozo. Andrés se quedó espiando a través de la puerta el acto de la mujer. Sin darse cuenta, comenzó a frotar su endurecido pene sobre el pantalón, mientras observaba la deliciosa tarea de Sandra sobre su cama..
Y cuando la vio terminar, se escondió en el cuarto de sus padres mientras la mujer salía. Ahora comprendía el afán de la mujer por hacer las tareas domésticas rápidamente. Sin duda, terminaba temprano para poder dedicar cerca de una hora a su goce personal.
Cuando Sandra salió, Andrés entró a su habitación y se acostó boca abajo en su cama, buscando el calor dejado por el cuerpo de la mujer. Pronto notó la calidez y el perfume dejado por ella sobre sus mantas. Palpó con cuidado en la semi-oscuridad del cuarto y encontró lo que buscaba: un pequeño pozo de líquido, aún tibio. Sin saber si era proveniente de la vagina, o si era solo sudor, Andrés lo lamió con fruición, con la certeza de que se trataba de fluido corporal de Sandra. Era lo único que importaba. Mientras lo lamía, se puso en cuatro patas sobre la cama y sacó el falo del pantalón. Decidió hacer caso omiso a la regla de los dos días, y se masturbó sobre su cama. Era la primera vez que lo hacía ahí, por lo cual se turbó un poco al ver su semen espeso formar un charquito en su cama. Acercó su cara y lo olió. Intentó lamerlo con la punta de la lengua, pero no tuvo valor y buscó papel higiénico para limpiar la evidencia.
Andrés estaba realmente impresionado por lo que había visto en su casa. Nunca imaginó que Sandra dedicara tanto tiempo a su placer, y gozaba al imaginar cuántas veces había dormido, sin saberlo, en el lugar elegido por la mujer para masturbarse y encontrar el placer, pues su rostro al terminar no indicaba mas que deleite. En verdad lo disfrutaba.
Esa noche, apenas durmió Andrés, recordando la imagen de Sandra haciendo uso del consolador. En su mente pasaban imágenes, y sentía impulsos para faltar al colegio al día siguiente y volver a disfrutar del espectáculo gratuito que había descubierto. Sin embargo, decidió aguantarse dos días más y esperar hasta el fin de semana, con la esperanza de que sus padres salieran en el transcurso de la mañana, pues la muchacha tenía libre desde la tarde del sábado hasta el lunes siguiente.
Llegó el sábado y, como lo esperaba, sus padres planearon un viaje familiar. Él logró faltar inventando que había quedado con sus amigos para ir a otra parte, pero convenció a sus padres de que fueran de todas formas. Salieron en la mañana y él salió poco después, anunciándole a Sandra que no volvería hasta la tarde. Cerca de su casa, esperó tres horas y volvió sigilosamente a su casa. Abrió con cuidado la puerta, y procuró no hacer ruido mientras de desplazaba a su habitación.
Efectivamente, Sandra se encontraba allí, de pie junto a la cama. Por la puerta entreabierta, Andrés observó a la mujer quedarse un momento de pie, sin moverse. Extrajo de su bolso el consolador blanco, largo y grueso que acostumbraba utilizar. Después, se sentó sobre la cama y se quitó la blusa azul de tirantes, revelando los senos cubiertos por el sostén blanco, transparente, que dejaba ver los pezones duros y oscuros. Sandra comenzó a acariciar el canal entre sus pechos con la mano derecha. Con la punta de los dedos seguía el camino entre sus protuberancias y el contorno de los senos. Se detuvo en los pezones, los cuales acarició con el dedo índice. Abrió la boca para emitir el primer gemido.
Sandra se despojó entonces de sus zapatos y medias. El pantalón de mezclilla fue el siguiente en ser removido, y las piernas morenas, bien torneadas de la mujer vieron la luz. Aun sentada en el borde de la cama, con los pies sobre el frío piso, Sandra tomó el consolador y, con la punta, acarició la entrada de su vagina, a través de la tela de sus pantaletas. Lo movía en círculos pequeños, y buscaba introducirlo entre sus piernas, con suavidad. La ropa interior comenzó a humedecerse.
Al notar esto, la mujer se despojó de sus pantaletas y las acercó a su cara. Aspiró con deleite el aroma que tenían y, tras unos instantes de lamer el líquido sobre ellas, las colocó hechas un puño dentro de su boca. A continuación se acostó de espaldas sobre la cama, con las piernas bien extendidas y siguió acariciándose los senos cubiertos por el sostén, ahora utilizando el mismo consolador humedecido.
Esto duro poco tiempo, pues pronto el consolador comenzó a bajar. Se detuvo unos instantes en su ombligo, y continuó el viaje hasta su destino: la vagina de Sandra. Unos momentos estuvo apenas acariciándose el pubis con la punta del objeto, con la intención de lubricarse con sus propios fluidos corporales. Pronto estuvo apunto y flexionó las piernas, apoyando las plantas sobre la cama. Ahora sí, el consolador cumplió su objetivo y se introdujo con fuerza en la mujer. Sandra gimió con fuerza. Lo sacó lentamente, tratando de detenerlo con los músculos de la vagina, y volvió a introducirlo con fuerza. Lo sacó, lo metió de nuevo; lo sacó, lo metió, lo sacó...
Durante más de diez minutos Sandra estuvo únicamente introduciendo y sacando el consolador, y al finalizar estaba bañada en los líquidos provenientes de su interior. Descansó unos instantes y, con el dedo índice, acarició el clítoris, haciendo pequeños círculos y los gemidos se multiplicaron.
Andrés, observado desde la puerta, comenzó a acariciarse el pene. Al notar la distracción y embelesamiento de Sandra, tuvo la audacia de sacar el pene del pantalón, y comenzó a frotarlo, a masturbarse de pie.
Mientras veía a Sandra continuar con su juego, tuvo la eyaculación, pero al intentar recoger el semen con la mano para que no cayera al piso, golpeó accidentalmente la puerta y la abrió. Al oír el ruido, Sandra se detuvo y se incorporó, y vio la figura de Andrés de pie, con el pene en la mano derecha y la izquierda llena de semen. Estaba jadeante.
Sandra se levantó de la cama, tomó en su mano derecha su ropa y se dirigió provocadoramente hacia Andrés. Al llegar junto a él, alzó la mano izquierda sobre la cara del muchacho y dio un fuerte bofetón.
-Pervertido- dijo.
Sandra terminó de vestirse en el baño, y ese mismo día llamó a los padres de Andrés para presentar su renuncia. Andrés, pensando en que nadie le creería, calló todo lo que había visto y continuó utilizando el recuerdo para sus masturbaciones.