San - Viejos y nuevos tiempos

Para mi no es lo mejor que he leído, pero entiendo que te pueda llamar la atención este tipo de literatura. Aunque, entre tu y yo, los mejores párrafos son los que tu y yo, a veces, escribimos a escondidas...

“Papá, la tía Inés... ¿era tu tía?”

“Si, más o menos... era tía de mi madre, la más joven. Fue la que se hizo cargo de la casa cuando mi abuelo fue llamado a filas durante la guerra civil. La verdad, de no haber sido por ella y por su pareja, en este pueblo muchos habrían muerto de hambre durante la posguerra.”

“¿Pareja? Siempre pensé que la tía era soltera.”

“Porque nunca se llegaron a casar... El doctor era republicano y ateo. Todavía no me explico como sobrevivieron a la dictadura...”

“¿Por qué no hay ninguna foto de él ni nadie habla nunca de eso?”

“Murió poco antes de que tu nacieras y nunca supe donde fue enterrado. La tía Inés guardó todos sus recuerdos, decía que le causaban mucho dolor. Y ya no volvimos a saber nada más.”

“Ella era maestra, ¿verdad?”

“Si, la primera maestra del pueblo. Era una mujer con mucho carácter... durante los años más duros de la posguerra daba de comer a todos los niños del pueblo antes de empezar la clase. Muchos de ellos (por no decir todos), era la única comida que hacían al día.”

“No debió ser fácil para nadie... y para una mujer mucho menos. ¿Nunca tuvieron problemas con la 'ley'?”

“Alguna vez si... pero tanto los agentes del orden como los miembros de la Iglesia tenían demasiadas cosas que esconder e Inés, como ya te dije, tenía mucho carácter. Una de las cosas que recuerdo era la cantidad de guardias y curas que visitaban al Doctor de noche para que les recetara algo para las ladillas... o a saber que cosas... Lo importante era que nadie se metía porque eran muy necesarias para este pueblo y siempre se caracterizaron por ser personas discretas.”

“Vaya historia...”

“Para no dormir, hija... ¿A que viene tanto interés en estos temas ahora?”

“La verdad es que he encontrado un baúl lleno de libros de la tía y los he empezado a leer. Me han sorprendido mucho algunos de ellos y me ha entrado la curiosidad. Tengo muchos recuerdos de la tía Inés y son todos muy buenos... pero poco precisos. Y ya que ahora estoy aquí, me gustaría saber la historia de esta casa y de sus moradores. Más si cabe, cuando eran de mi familia.”

“Inés siempre te quiso mucho... por eso me dejó la casa en herencia. Sabía que acabaría siendo tuya algún día. Aunque, bueno, ya sabes como están hoy en día las cosas y no quería que tus hermanos...”

“Tranquilo papá, me gustó poder comprártela. Así la siento más mía. Además, hoy en día comprar una vivienda no es barato y con el gran descuento que me has hecho la he podido arreglar. Y a Víctor y a Nadia les ha venido de maravilla esa pequeña ayuda que les has dado.”

“¿Lo sabías?”

“¡Claro! Los dos me llamaron para preguntarme si podían hacer algo para ayudarme con esta aventura...”

“Tengo tres hijos que son tres soles... Y... ¿Qué tal van las cosas con Lúa?”

“La verdad es que Lúa me ha cambiado la vida para mucho mejor. Es una mujer maravillosa y me hace muy feliz.”

“Me encanta esa chica. ¡Y a tu madre también! El domingo pasado insistió en que la invitase a comer... pero prefiero que esas cosas salgan de vosotras.”

“Gracias papá. Lúa no es mucho de reuniones familiares. Aunque cuando vienen los sobrinos a casa se vuelve loca con ellos.”

“Bueno, pero ya lleváis mucho tiempo juntas... tu hermana y tu hermano vienen con sus parejas y me gustaría que tu, algún día...”

“¡Hola San!” - Salvada por la campana.- “Haz sitio en la mesa que te he traído una cosa que llevabas tiempo esperando...” - Mi padre y yo nos quedamos mirando a la muchacha que entra por la puerta haciendo malabares con una caja envuelta en papel de regalo. - “Hola Víctor... no sabía que estabas aquí...” - Se ruboriza, deja la caja en la mesa y se acerca a mi padre para darle un beso. - “Espero no haberos interrumpido. Si queréis me voy y vengo más tarde.”

“No hace falta mujer, el que se va soy yo... creo que me va a caer una buena bronca por llegar a estas horas a cenar.” - Mi padre mira el paquete con mucha curiosidad al tiempo que se acerca a la puerta... Lúa me mira y sonríe.

“Espera Víctor, así tu también podrás ver lo que he traído. San, ¿te importa abrir ahora el paquete?”

Me faltó tiempo para saltar del sillón y comenzar a destrozar el papel de regalo. Abrí la caja y me encontré con el precioso zapatero de la tía Inés. Casi tres años esperando... Lo saqué con cuidado de la caja de cartón. Lúa había hecho un trabajo increíble. Parecía casi nuevo, aunque mantenía el mismo halo de misterio que cuando lo encontré.

“¡Que trabajo tan bueno hija! Déjamelo tocar San... es increíble Lúa... nunca pensé que aquel trasto viejo podría quedar tan bonito. ¿Has tallado el dibujo que tenía?”

“Gracias Víctor. La verdad es que me ha costado mucho restaurarlo, pero el resultado ha sido mejor de lo que me esperaba. Si, he tallado el dibujo, no me atreví a pintarlo de nuevo... temía no conseguir que quedase bien. Así que le robé la plantilla que había hecho San y la tallé con cuidado en la madera ya arreglada.”

“Pero estaba muy deteriorado y le faltaban algunos trozos...”

“Como tuve que arreglar algunos muebles más, aproveché trozos de madera vieja, de la misma clase, para que no quedase demasiado desentonado.”

“Has hecho un milagro, niña.” - Papá no paraba de sonreír. Dejó el zapatero sobre la mesa y nos abrazó a las dos, besando nuestras frentes. - “Y ahora me voy antes de que mamá aparezca por la puerta para tirarme de las orejas.”

Lo acompañamos a la salida para despedirnos y después de cerrar la puerta, Lúa me abrazó y me besó profundamente. Nos miramos, como siempre, la una perdida en los ojos de la otra. Más de tres años juntas y seguimos tan enamoradas (o más) que cuando empezamos.

“Así que por fin tenemos el zapatero terminado...”

“Lo tengo listo desde hace unos días...”

“Ha quedado precioso cariño...”

“He descubierto que tiene un falso fondo... y también que escondía algo en su interior. No me atreví a mirarlo, prefería esperar a traértelo para que lo vieses tu primero.”

“¿Falso fondo?”

Lúa abrió la tapa lateral, tiró con cuidado de una de las tablas interiores que tenía una pequeña muesca y me lo acercó. Dentro había un papel amarillento doblado en cuatro partes. Lo saqué con cuidado y al palpar el interior encontré una pequeña llave incrustada en el fondo.

12 de abril de 1941

Querida Inés,

He recibido tu carta y me siento muy feliz de que se haya podido abrir de nuevo la escuela. Esos pobres niños necesitaban estar entretenidos y poder olvidar, aunque solo durante unas horas, los horrores de este sinsentido que ha dejado tras de si esta guerra.

No voy a tardar mucho en alcanzar el objetivo que un día tu y yo nos prometimos aquel precioso día de primavera al lado del lavadero. Guardo tu pañuelo cerca de mi corazón y estoy seguro de que sigue latiendo por tu influencia.

En Barcelona están con las celebraciones de la Semana Santa... aunque no he podido salir a ver las procesiones debido al gran número de enfermos que están llegando de muchas partes debido a, entre otras cosas, la pobre dieta venida del racionamiento. Sin proteína y con tan las raciones tan escasas, son muchos los que mueren de hambre.

Es muy triste ver como la calle se llena un día de niños huérfanos, y al día siguiente encontramos al lado de un camino tierra removida... Me duele el alma al saber de las barbaries que me rodean y que poco o nada puedo hacer. También me han llegado noticias de que han muerto al Doctor Nicolás... y me ha hecho replantearme la lucha que estoy teniendo aquí. Cada vez tengo más miedo de que descubran mi verdad y de no poder cumplir la palabra que te di.

Con todo esto te adelanto que esta será la última carta que te escriba desde aquí, se que cada vez es una práctica más común abrir el correo de los que estamos vigilados. Así que será mejor que no me escribas más y que tengas paciencia durante las próximas semanas.

Un fuerte abrazo, querida mía y recuerda que pronto nuestros ojos se saludarán de nuevo y retomaremos nuestro amor para no dejarlo ir nunca más.

Dr. J.M. Colomer.

“Antes de que llegaras, mi padre y yo estuvimos hablando de la tía Inés y me contó que tenía una pareja que era doctor. Supongo que esta es la confirmación de que, efectivamente, tenía un novio médico.”

“Vaya... ¿y esta llave?”

“Pues no tengo ni idea... pero tengo tiempo de buscar por toda la casa por si encuentro alguna cerradura que se le asemeje...”

“Que intriga... de todas formas, dado a que la época en la que tu tía y el doctor estaban juntos, deberías mirar si algún otro mueble tiene un doble fondo o algo así.”

“Si... por ahora las cosas de la tía que he encontrado estaban bastante bien guardadas. Pero hay una cosa que no me acaba de cuadrar...”

“¿Sigues pensando que tu tía Inés era lesbiana?”

“No es que lo piense, estoy convencida. Por eso no me cuadra que tuviera novio...”

“Tal vez no era lesbiana... no todas las mujeres inteligentes lo son (aunque deberían).”

“No pienso que todas las mujeres inteligentes sean lesbianas, mira mi madre o mi hermana. Pero con la tía es otra cosa. Los libros escondidos que encontré en el baúl, el proyector y las películas... no se, no me cuadra.”

“Y tu padre, ¿que te dijo?”

“Que tenía un novio doctor con el que nunca se casó y que murió poco antes de que yo naciera. Que después mi tía guardó todos sus recuerdos porque le hacían daño. Pero dejó claro que era un hombre.”

“Pues, San... blanco y en botella... Además, la carta... se nota que el doctor y la señora Inés tenían algo especial y que era mutuo.”

“Y, ¿lo nuestro?” - meto de nuevo la carta y la llave en el zapatero y me siento en el regazo de Lúa.

“Lo nuestro también es especial y mutuo. En esta casa se respira mucho amor y ese es un recuerdo que tengo desde pequeña, cuando venía a verte...”

“¿Y que te parece seguir dándole amor a esta casa?”

“Me parece que me merezco un poco de eso después del regalito que te he hecho...”

Nos besamos con ganas y cuelo mis manos bajo su camiseta. Ya no sufrimos de esa prisa clamorosa del principio, aunque el simple contacto de nuestras pieles desnudas desate el fuego que tenemos dentro. Llámalo química, llámalo atracción... llámalo como quieras, pero lo que hay entre nosotras va más allá de cualquier nombre. Mi boca se apodera de su cuello y noto como deja su cuerpo relajado sobre el sillón.

Con mimo y con la calma que se que la desespera la desnudo mientras dejo que mis manos y mi boca cubren esas partes desnudas. Me gusta cerrar los ojos para escuchar como su respiración va cambiando según la zona que ocupo, sentir como su excitación y sus ganas aumentan con cada minuto que demoro sobre ella sin acabar de llegar a donde Lúa quiere. Desesperándose con cada caricia, su olor y sus gestos me indican que ya está bien de tanta demora.

Mis dedos suavemente recorren su monte de Venus para abrir a su paso sus labios. Toma mi cara y la levanta para que vea esos ojos oscuros llenos de fuego mientras me apodero ya de su húmedo clítoris. Cierra los ojos y deja escapar un profundo suspiro mientras su cara refleja el placer que está recibiendo. No aguanto las ganas y lanzo mi boca a donde antes estaba mi mano. Su sabor es el mayor afrodisíaco que mi lengua ha degustado jamás.

Acaricia mi cabeza mientras me afano en la tarea de hinchar más su clítoris y no dejar que sus fluidos se escapen de mi boca. Agarra mis manos y las coloca sobre sus ansiosos pechos. Las aprieta e hincha el pecho para que el contacto sea lo mayor posible. Pone sus piernas sobre mis hombros y aprisiona, más si cabe, mi boca contra su incontrolable excitación interna. Se que se va a correr más pronto que tarde y también se que quiero ver como se deja ir. Como puedo, y con sus piernas todavía rodeándome, me incorporo y cambio mi boca por mi mano y su salada humedad por el dulzor de su lengua. Mis dedos buscan incansables su punto G mientras la tormenta se desata en ella.

“Te quiero, te quiero mucho... mírame, mira que ahora te quiero más...”

Después de la primera lucha llega siempre ese momento de tregua en la que los mimos y arrumacos consiguen que el orgasmo dure unos minutos más... y de nuevo la guerra empieza, aunque esta vez soy yo la que yace sobre la alfombra esperando a que amada contrincante se apodere de mi campo de batalla.

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Un día más de trabajo en el centro de salud. A veces parece que quiero echar de menos trabajar en esos grandes hospitales de esas grandes ciudades... pero luego pienso en la suerte que tengo de poder seguir dedicándome a lo mismo al lado de casa con la que está cayendo en España y se me pasa. Lo de este país ya no tiene nombre. Ahora ya no hablamos de “la niña” del presidente... en realidad no podemos hablar de nada gracias a leyes que nos prohíben hacerlo bajo multas millonarias y riesgo de cárcel.

Mi padre me dice que estas cosas pasaban cuando el era pequeño... pero cuando el era pequeño vivían una dictadura y ahora... bueno, ahora es una dictadura también, pero camuflada por una democracia casi inexistente. Lo peor es que no se trata de un solo país jodido por unos gobernadores incompetentes, se trata de un ente llamado Europa dirigido por el país que llevó el fascismo a sus últimas consecuencias.

Tal vez la historia de mi tía Inés me hace plantearme muchas cosas que ella vivió y que ahora nos toca vivir de nuevo bajo un mismo manto, aunque de distinto color. Es increíble que teniendo a nuestro alcance tal cantidad de información y de historia a nuestras espaldas, sigamos cayendo una y otra vez en este tipo de políticas corruptas y despóticas. Leer esa carta del doctor me dejó impresionada por la dureza de sus palabras, aunque lo que más me impresiona es pensar en que, si bien no tan extremo, hoy por hoy sigue pasando lo mismo.

“Alejandra, ¿estás muy ocupada ahora?”

“Estoy acabando de hacerle la analítica a la señora Ramona y después ya me quedo libre.”

“Bien, porque tenemos una chica en urgencias que necesita unos puntos de sutura. Nada grave, ya la he examinado y le he recetado unos antibióticos... pero me acaban de llamar para salir a una casa y...”

“Tranquilo, ya me hago cargo.”

“Aquí te dejo su historial.”

“Gracias doctor. Bueno señora Ramona, esto ya está. Apriete un ratito esta gasa para que no sangre y ya se puede ir.”

“Hija mía, da gusto tratar con chicas como tú. Clotilde era mucho más bruta y siempre me dejaba un moretón en el brazo. Desde que viniste ya no me da tanto miedo hacerme las pruebas.”

“Gracias señora Ramona, es usted muy amable. Y ahora me voy a ver que puedo hacer por esa chica.”

Dejo mi consulta y me voy a la zona de urgencias a buscar a la paciente. Miro su historias y veo que vino desplazada de Compostela hace un par de meses. Águeda Villas... no me suena ese nombre, aunque si el apellido. Recuerdo que en el pueblo había una confitería preciosa que hacía los mejores pasteles de la comarca. Mi madre dijo que había cerrado por jubilación de la dueña y que así se había quedado... luego me soltó una retahíla de sucesos a los que no presté atención.

“Águeda Villas.” - Una chica morena de pelo rizo se levantó sujetando unas cuantas gasas sobre su antebrazo. - “Ven conmigo que vamos a poner solución a ese corte. ¿Te encuentras bien?”

“Si, más o menos... soy un poco aprensiva y ver sangre me pone fatal.”

“Bueno, no te preocupes. El doctor me ha dicho que solo necesitas unos puntos y eso se cura enseguida. ¿Como te lo has hecho?”

“Intentando arreglar la casa materna... he heredado la confitería familiar y he decidido continuar con el negocio. No tengo mucho dinero, así que he preferido hacer yo sola todo lo que pueda... pero soy algo patosa... para muestra, un corte en el brazo.”

“Se a que te refieres, hace no tanto tiempo me decidí a arreglar la casa familiar, donde vivo ahora, y los principios fueron terribles. Si te sirve de consuelo, todo acaba llegando a alguna parte. Así que pastelera...”

“¡Que va! Hasta hace medio año me dedicaba a las telecomunicaciones. Pero esta mierda de crisis me dejó en paro... y otras muchas cosas de las que ahora no quiero hablar... Así que he decidido tirarme de cabeza al vacío y tratar de recuperar mis raíces e intentar seguir construyendo mi futuro de vuelta en el pueblo.”

“Siéntate ahí y déjame ver ese corte. Si quieres mira para otro lado. Bueno, te confirmo que no vas a perder el brazo... aunque te voy a poner una dosis de anestésico para poder darte los puntos. Duele un poco, pero lo agradecerás más tarde.”

“Joder... si que duele.” - veo un par de lagrimillas rebeldes asomando en sus ojos.

“Tranquila Águeda, son solo unos minutos y verás como después no te queda marca. Eso si, deberías darle descanso al menos dos días para que no vuelva a abrir la herida.”

“¿Eres de aquí?”

“Si, aunque estuve muchos años por el mundo. He vuelto definitivamente hace un par de años, cuando me concedieron el traslado. Aunque tampoco me gusta pensar que vaya a ser algo definitivo de todo, siempre queda la puerta entre abierta.”

“Me arde la herida...”

“Lo se, es por la anestesia. Vamos a dejarlo unos minutos para que te haga efecto y luego remendamos el brazo.”

“Me siento fatal...”

“¿Te mareas o algo? ¿Quieres tumbarte en la camilla?”

“No, no es eso... me siento un poco inútil con todo esto. Y tampoco es que tenga muchas amistades por aquí. Los que más y los que menos se han ido y, me pasa un poco como a ti, he pasado mucho tiempo fuera y me da la sensación de que nadie se acuerda de mi. Y por otra parte, estar delante de un ordenador no es lo mismo que ponerme manos a la obra y me está costando mucho más de lo que me esperaba.”

“Escucha, hay una carpintera muy buena en el pueblo que restaura muebles y otras cosas. Si quieres te puedo dar su número y hablas con ella.”

“Creo que va a ser la mejor opción.”

“Y con este punto, tu herida queda cerrada. Ahora te voy a poner un vendaje y listo. El doctor me ha dicho que ya te ha recetado unos analgésicos para el dolor. Para las curas solo necesitas agua y jabón. Procura descansar unos días para que no se abra y no la tapes mucho, se curará mejor al aire.”

“Quitando la anestesia, no me ha dolido nada y tu has sido muy amable conmigo. No se como agradecértelo.”

“No tienes que hacerlo, es mi trabajo.”

“Aún así...”

“¿Qué te parece si mañana por la tarde quedamos para tomarnos algo? Este es un pueblo pequeño y así te puedo enseñar unos cuantos sitios donde nos reunimos algunos amigos. La verdad es que en los últimos años hemos sido muchos los que hemos vuelto y no solo por navidad.”

“Me parece genial, creo que necesito relacionarme con alguien más que médicos y muebles viejos.”

“Vaya... estaba pensando en lo mismo, jajajaja. Hasta mañana Águeda.”

“No me has dicho tu nombre.”

“Alejandra, pero puedes llamarme San.”

“Hasta mañana San.”

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Mi querida Inesiña, espero que sea de tu agrado este libro que con tanta ansia me pedías. Para mi no es lo mejor que he leído, pero entiendo que te pueda llamar la atención este tipo de literatura. Aunque, entre tu y yo, los mejores párrafos son los que tu y yo, a veces, escribimos a escondidas... Te quise, te quiero y te querré.

Ya no veo los libros de la tía igual que antes. Ahora no dejo de buscar notas, dedicatorias y todo lo que puedan esconder entre las páginas. Para muestra, un botón... más bien, una pequeña nota usada en su momento, seguramente, como marca páginas. Siempre supe que Inés era una voraz devoradora de libros, algo que me inculcó a mi también y, si bien todavía se conserva esta gran biblioteca llena de títulos más que conocidos de la literatura española y latinoamericana, los títulos que me hacen cavilar más, son los que estaban bien guardados en el baúl de su habitación. Donde encontré El pozo de la soledad y esa pequeña nota.

A mi también me costó encontrar y conseguir ese libro y, como bien dice la nota, tampoco fue lo mejor que leí en mi vida. Lo que me sorprende es que lo tuviese mi tía junto a otros títulos como Orlando, Zezé o los Diarios de Virginia Wolf. También en el baúl conservaba panfletos y publicaciones feministas y republicanas. Y diversos libros, luego prohibidos, de las mujeres del 27.

Todavía no he acabado de revisar todos los recuerdos que he conservado de esta mujer y espero encontrar más retales de su vida. Y eso que, a medida que voy revolviendo y cotilleando entre sus cosas a mi mente empiezan a venir recuerdos de mi infancia que ya daba por perdidos. Recuerdo que un día me colé en su alcoba, la que ahora es mía, y abrí este mismo baúl para descubrir algún tesoro. Encontré estos mismos libros, un sombrero y una corbata. Me puse el sombrero e hice un nudo en la corbata para pasearme delante del gran espejo que presidía la habitación imaginando que yo era uno de esos caballeros de bombín que salían en las películas.

“¿Se puede saber que haces María Alejandra?”

“No me llamo María Alejandra, me llamo Jack y soy detective privado.”

“Ah... bueno.” - recuerdo que relajó el tono y la cara de enfadada. Se sentó en la cama y se me quedó mirando. - “Entonces, señor Jack, ¿podría decirme quien ha abierto mi baúl y donde está mi sobrina?”

“Pues, según mis pescadas, creo que el baúl lo ha abierto su sobrina y se ha ido de casa para que no le riña.”

“Será según sus pesquisas...”

“Bueno, si, pesquisitas o pescaditas... pero bueno, es mejor que no le riña a su sobrina... creo que es buena niña.”

“Si, es una buena niña, aunque un poco traviesa. Anda, señor detective, ven aquí.”

“¿Estás muy enfadada?”

“¿Por qué no me has preguntado si podías jugar con el baúl?”

“Porque es más divertido así... pero no quiero que te enfades. No he roto nada...”

“Bueno, pero no quiero que busques mis secretos sin antes decírmelo a mi. Anda, acércate que te voy a enseñar a hacer un nudo de corbata en condiciones, señor Jack.”

“Tía, ¿de quien son estas cosas tan chulas?”

“De mi gran amor...”

Seguramente del doctor. Tenía toda la pinta. Recuerdo que mi tía tenía una mezcla de melancolía y alegría al verme con aquellas prendas y nunca más las volví a ver. También es cierto que nunca más volví a andar en las cosas de mi tía sin antes decírselo. Durante aquellos primeros años de mi vida pasé aquí mucho tiempo. Mi tía me enseñaba a leer, a escribir y luego mirábamos juntas muchos libros sobre plantas y flores. Recuerdo también hacer conservas y usábamos el hórreo para secar las plantas medicinales que íbamos encontrando.

Cuando me ponía enferma siempre miraba en su libreta, iba al hórreo y después me hacía algún tipo de infusión. Me mandaba acostarme en su cama y me contaba alguna historia hasta que me quedaba dormida. A veces, cuando se enfadaba, me echaba fuera de la casa y me decía que me fuera a pensar. Ahora que lo pienso, seguramente esto último tiene algo que ver con las anécdotas que me cuenta Lúa, cuando venía a verme yo le decía que estaba pensando.

Mirar atrás también implica pensar en el futuro. ¿Mis sobrinos guardarán buenos recuerdos de su tía? Tengo que empezar a decirle a mis hermanos que tienen que venir más por aquí y traerme a los críos. Nosotros pasamos gran parte de nuestra infancia por aquí y sería bonito que ellos también tuvieran esa oportunidad. A Lúa no le hace mucha gracia estar cerca de los pequeños. No le gustan demasiado.

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Malena se ha apoderado de mi cocina y yo me dispongo a preparar un par de gintonics para acompañar la cena. Como siempre, sin contar, ha aparecido en la puerta con dos bolsas repletas de verduras de su huerta y decidida a cocinar algo. No nos conocemos desde hace mucho, pero ha entrado en mi vida dispuesta a quedarse para siempre. Una gran persona, una gran amiga.

Nos conocimos cuando empecé a arreglar la casa. Llevaba tiempo buscando a algún cantero que pudiese arreglar el pequeño muro de la casa sin mucha suerte, hasta que una vecina me habló de ella. Si bien no era profesional, había hecho varios cursos y prácticas que tenían que ver con el tema y, además, se encontraba sin trabajo.

Al día siguiente apareció una mujer rubia y rellenita delante del muro mirando a un lado y al otro con cara de concentración. Me acerqué y le pregunté si la podía ayudar con algo y su respuesta seca y borde me dejó planchada. Aunque soy de las que piensan que lo que mal empieza mal acaba, en este caso me equivoqué.

“No se si tu me podrás ayudar a mi... estás demasiado delgada para levantar estas piedras. Además, creo que necesitaré por lo menos un remolque de tractor con más material si quieres que esto vuelva a parecerse en algo a lo que un día fue.”

Al principio me daba un poco de miedo porque era muy ruda en sus contestaciones y cuando me intentaba acercar, se apartaba o, directamente, me decía que no la molestara. Y que decir de cuando Lúa empezó a venir por casa... Entonces salía la fiera que tenía dentro y encendía el modo destructivo. Durante mucho tiempo pensé que era homófoba y de ahí sus respuestas.

Hasta el día que acabó con el dichoso muro. Ese día no lo olvidaré en toda mi vida. Por la mañana me dijo que al final de la tarde quería hablar conmigo a solas. Acabó pronto y se quedó sentada sobre el muro de espaldas a la casa hasta que el resto de trabajadores se marcharon. Yo me quedé en la cubierta de la entrada disfrutando del único día de tregua después de varios días de lluvia incansable para disfrutar de un tranquilo atardecer.

Se acercó tímidamente y ocupó una de las sillas de la terraza y me miró sin decir nada. Le ofrecí una copa de vino y la aceptó bebiéndolo de un solo trago. Volví a llenar su copa y nos quedamos unos minutos en silencio.

“Me imagino que ya sabes lo que te voy a decir.”

“¿Que te tengo que pagar más de lo que acordamos?”

“No, aunque seguramente me lo merezca...”

“Entonces, no se...”

“No me para de dar vueltas la cabeza.”

“Será por haberte bebido el vino de un solo trago...”

“Ojalá fuera eso, pero tampoco...”

“¿Me lo vas a decir o tengo que jugar a las adivinanzas?”

“Creo que me gustan las mujeres...” - su cara cambió por completo. Se puso muy colorada y sus ojos se llenaron de lágrimas. Se empezó a mover nerviosa en su silla y pensé que en cualquier momento saldría pitando. Agarré su mano con cariño para que no se sintiera mal.

“Bueno, eso no es malo... a mi también me gustan.”

“Tu me gustas mucho... y hasta ahora no se lo había dicho a nadie porque temía que no me entendieran y que intentaran seguir anulándome como persona, como siempre hicieron. Hasta que llegué aquí nadie me había dicho cosas como buen trabajo o gracias... y tampoco nadie me había tratado tan bien. Nunca había conocido a una mujer como tu. Eres lesbiana y ni te escondes ni eres rarita. Eres muy normal y haces cosas de chica normal, de mujer de nuestra edad. Y sin embargo yo me siento encerrada y acojonada y ya no quiero seguir estando así.”

“¿Otra copa de vino?”

“Si, por favor...”

“Malena, deberías tranquilizarte un poco. Ser lesbiana no es nada malo.”

“Ahora lo se, porque ahora lo veo, porque te veo a ti y no tienes pinta de ser un bicho raro. Pero hasta ahora yo no tenía un espejo en el que mirarme. He leído muchos libros y también he visto muchas películas, pero nunca me sentí identificada con ninguno de esos personajes. Es más, me daban bastante miedo... pero te conocí y volviste mi mundo patas arriba.”

Aquella conversación acabó a altas horas de la madrugada. Ella dijo todo lo que tenía que decir y yo me mantuve a su lado sin soltar su mano y demostrándole todo el apoyo que necesitaba. Me impresionó conocer a una mujer de mi misma edad pasando el trance de salir del armario sin saber lo que le esperaba fuera, con ese sufrimiento que me mostraba con cada palabra.

“Tierra llamando a San.”

“San respondiendo a la Tierra... ¿Ya está la cena lista?”

“¡Pues claro! He hecho unas verduritas salteadas. ¿Estabas en los mundos de San?”

“Algo así... Estaba recordando nuestra primera conversación seria.”

“Mi apoteósica salida del armario... que día. Nunca me gustaron las atracciones de feria, pero aquella charla se pareció más a una montaña rusa que a una conversación adulta.”

“Jajajaja, cierto amiga.”

“Quien me iba a decir que mi vida iba a cambiar tanto en tan poco tiempo. Pasar de ser un patito feo encerrado en una jaula, a ser un gran cisne al que hasta el océano se le queda pequeño...”

“Y una vez más, te doy la razón.”

“No se yo si lo hubiese podido hacer sin ti.”

“Yo no hice nada, solo te escuché y te dije que estaba bien. El gran paso lo diste tu sola y nunca más miraste atrás.”

“Y eso fue más que suficiente. ¿Te das cuenta de que ya no soy ni un poquito parecida a cuando me conociste?”

“Bueno, para mi no has cambiado tanto. Yo veía que tenías posibilidades...”

“Jajaja, cierto. Venga, vamos a cenar. Esta noche es noche de marujeo.”

“¿Qué has hecho esta vez?”

“¿Yo? Si soy una santa... son ellas las que me vuelven locas. No se si te conté que he conocido a una chica de la zona de Pontevedra...”

“Si, una tal Marta...”

“No, esa era de Ourense...”

“Entonces Cristina...”

“No, esa es de Compostela...”

“¿Lucrecia?”

“Tampoco, esa era de Lalín...”

“Joder, amiga, ya me he perdido. Dime quien es porque me puedo pasar así toda la noche.”

“Exagerada... Gema, se llama Gema y trabaja de domadora de caballos.”

“¡Ah! Vale... la que tiene una ex que está loca.”

“La misma. Pues nada, pensé que lo de la ex ya estaba más que fuera de nuestra órbita, pero resulta que no. Ahora le da por perseguirnos cuando quedamos y acojona a Gema mandándole fotos de nuestros coches aparcados en sitios íntimos.”

“Yo también me acojonaría...”

“Pero la última es que me ha empezado a mandar mensajes al Facebook en plan ex novia despechada. Que si la tengo que hacer feliz, que si ya he conseguido lo que quería... vamos, una loca de la colina.”

“¿Y no has pensado denunciarla?”

“Que va, perra ladradora... solo pienso en que es mejor que no me la encuentre porque igual del primer guantazo le cambia el color de pelo. Además, no me quiero meter en ese tipo de terrenos. Le he dicho a Gema que si quiere estar conmigo debería dejarle las cosas claras a esta chica.”

“Tu ten cuidadiño de no meterte en líos... que no es la primera vez ya.”

“Parece que encuentro a todas las desequilibradas de Galicia, hija. Pero es que esta me gusta mucho.”

“Amiga, todas te gustan mucho, se sincera. Has pasado de ser casta a casquivana en menos de tres años. ¿Por qué corres?”

“Porque he perdido mucho tiempo y pienso que merezco hacer las locuras que no había hecho de joven.”

“Ya lo decía mi abuela, quen non tolea de novo, tolea de vello.”

“Pues eso mismo. Y eso que ahora intento que las mujeres que entran en mi vida pasen más de una noche de amor descontrolado. Y esta es una de esas. Lo que pasa es que cada vez que damos un pasito para adelante, acaba reculando un kilómetro.”

“Tu no deberías recular.”

“Tranquila, no soy de esas. Lo que pasa que se me está acabando la ilusión y ahora voy con pies de plomo cuando se trata de ella. No te voy a negar que la quiero mucho, pero no me gustan las cosas que hace con la gente que la rodea. No piensa en ella y eso no me gusta. ¿Como me va a querer si ella no se quiere?”

“No tengo nada que decir, ya lo has dicho tu todo.”

“Pienso mucho en ti... todos los consejos y advertencias que en su día me diste se están cumpliendo. Eres como una enciclopedia de bolleras.”

“Jajajaja, ya me gustaría saber más de lo que se. Pero mis hostias me he llevado para saberlo.”

“Te quejarás tu con esa pedazo novia que tienes.”

“Mujer, después de una vida repleta de corazones rotos, ya me tocaba encontrar a alguien que no me diera tanto que hacer. Y, si te digo la verdad, con Lúa me ha tocado la lotería.”

“Como odié a esa mujer cuando apareció en tu vida... y que rápido me conquistó a mi también.”

“Es un cielo de chica.”

“No como su novia, que es una impertinente, una bocazas y siempre pretende tener la razón.”

“Gracias bonita...”

“Las gracias debería dártelas yo a ti. Nunca había conocido a nadie que se convirtiese en mi familia en tan poco tiempo. Eres como mi hermana mayor.”

Acabamos de cenar en silencio y nos servimos dos licores de café con hielo. Tanto nos gustan las buenas conversaciones como los cómodos silencios. A diferencia de ella, a mi ya no me preocupan las historias interminables del mundo femenino, mis momentos he pasado. Nunca pensé que tener una relación como la que tengo podría resultar tan positivo y podría llegar a cambiar mi vida para mejor en tan poco tiempo.

Cuando escucho a Malena contarme esas cosas sobre esas chicas que va conociendo, no dejo de pensar en como pude aguantar tantos años yendo de unos brazos a otros. Un poco si me pasaba como a ella: todas me gustaban mucho y siempre me enamoraba, al menos, durante unas horas de cada una. Ahora mi corazón está ocupado solo por una y si que, aunque busque y rebusque (que no es el caso), no podré encontrar otra igual.

“Por cierto, mañana he quedado con una muchacha que conocí esta mañana en el centro médico. Se llama Águeda y es una retornada a la vida tranquila del pueblo. ¿Por que no te animas a venir?”

“¿Está buena?”

“Malena, por el amor de las diosas, ¿no eres capaz de dejar de pensar con el coño un momentito? Me pareció muy maja, y dudo mucho que sea lesbiana. Vamos a intentar no caer en la tentación de liarnos con todo lo que se mueve... Además, ¿no tienes suficiente movida con Antonia, la domadora de caballos?”

“Jajajaja, tienes razón... y no se llama Antonia, se llama Gema.”