San - Renaciendo de sus cenizas

Cual Ave Fénix... nuestra niña sigue creciendo.

Que se yo la de cosas que me han pasado en estos últimos tiempos. La realidad, en ocasiones, supera la ficción. Si es que, al final, lo mío no va a ser encontrar gente normal.

En fin, lo que yo supuse sería un gran amor para toda la vida, resultó un verdadero fiasco. Y, lo peor de todo, es que no puedo culparla a ella, a Ruth… la culpa, una vez más, ha sido culpa mía. Realmente me he dado cuenta de que tener una pareja es mucho más difícil de lo que yo pensaba.

Siempre creí que, una vez que encuentras a "esa" persona especial, todo iría sobre ruedas. Se habla, se comenta, se explica y luego cada una obtiene ese puntito de libertad. Tal vez no me di cuenta de que, para algunas personas, la libertad, cuando tienes pareja, es otra cosa.

Y, que puedo decir del resto de mi vida. Las cosas, a medida que vas creciendo, se hacen cada vez más y más complicadas. Pero, como me dicen constantemente, problemas los tenemos todos y cada uno tiene que cargar con los suyos. Y yo añado: "Y, en ocasiones, con los de los demás".

Vidas con historias. Me da la sensación de haber vivido (y estar viviendo) varias vidas con varias historias y que todas ellas han acabado (y posiblemente sigan acabando) en un momento extrañamente solitario para mi.

Me he quedado sin novia y lejos de mi familia y de mis amigos. En un lugar nuevo donde no conozco a nadie. Ni nadie me conoce a mí. Un nuevo destino donde renacer de esas cenizas en las que me he convertido, cual Ave Fénix. Aunque, si sigo como hasta ahora, me acabaré convirtiendo en uno de esos seres ermitaños que se van a vivir a parajes inhóspitos e inhabitados. Y, en momentos como este, realmente me gustaría.

Pero, para que negarlo, no es que este nuevo lugar se caracterice por su gran cantidad de habitantes… es un pueblo pequeño perdido en algún lugar donde la montaña y el gran río que lo surca, son sus protagonistas. Cuando sales de casa, te da la sensación de estar entrando en una de esas postales "recuerdo de mis vacaciones".

Todavía me pregunto qué hago aquí, por qué elegí este destino y no aquel otro que me empujaba directa a la ciudad. Supongo que, una parte de mí, prefería alejarse y no dejar mucha opción a las buenas comunicaciones por carretera… lo cierto es que, la primera vez que vine tardé en llegar como 4 horas por carreteras estrechas y sinuosas.

¡Y todo para venirme a un hospital pequeño perdido en medio de un bosque lejos de todo lo que conozco! Pero, aunque resulte curioso, me gusta mucho esta tranquilidad. El olor de los árboles, el ruido del río, el aroma de las vacas… en fin, uno de esos lugares para meditar, pensar y aclarar ideas. Aunque, trabajar y vivir en un lugar así, no es algo demasiado "divertido".

Tal vez la culpa es mía por no integrarme como una persona normal y rechazar siempre las invitaciones de mis compañeros de trabajo y demás vecinos. Necesito pensar, necesito aclarar mis ideas y empezar a encontrar soluciones… bueno, realmente, siendo franca conmigo misma, estoy tan decaída que no tengo ganas de nada. Solo disfruto del paisaje cuando hago la ruta apartamento-hospital y viceversa. El resto del tiempo lo empleo en llorar, compadecerme de mi misma y de mis problemas.

Creo que ni yo misma soy capaz de explicarme lo que me pasa. Me fui para poder salir de un pozo oscuro y me da la sensación de seguir arrastrándome por la mierda. Nunca he llorado tanto en mi vida. Nunca he llorado tanto por mi vida. Y no hay cosa que mas me moleste que cuando alguien se compadece de mi; pero peor llevo lo de compadecerme yo de mi misma.

Es que, parece mentira que, sabiendo como soy, haya llegado a este punto y, encima, me enfade. Si ya sabía que era defecto del animal y que no tardaría demasiado en liarla.

Pero bueno, lo que importa es seguir hacia delante e intentar salir del lío mental en el que me he metido. Así que, es hora de pensar, recapacitar, recordar y… borrón y cuenta nueva. Al fin y al cabo, todos estamos solos y solos tenemos que crecer.

Tres años de relación. Tres años de noviazgo. Uno de ellos de convivencia. Y el caos más absoluto. Y el problema con mis padres (gracias a mi hermana), y la marcha de Víctor, mi único apoyo en casa. La marcha de Alba del hospital y mi obligación de cambiar de destino.

Y todo eso en seis meses. ¿Cómo leche voy a superar algo así? Pues, intentándolo supongo.

Ahora, cuando me encierro en el apartamento que he alquilado, voy echando la vista atrás, tratando de analizar lo que me ha pasado, intentando entenderlo para mitigar mi dolor.

¿Cuándo? ¿Cómo? Por qué

Tengo tantas preguntas y tan pocas respuestas que me da la sensación de que me voy a volver loca de remate. Y, si fuera decir que tan aislada estoy físicamente como "comunicativamente" todo sería mucho más fácil. Pero no, las nuevas tecnologías llegan a donde nunca te lo esperas.

Y lo peor de todo es cuando, por puro placer de sentir dolor, te dejas influir, te dejas llevar por esas llamadas o por esos correos que las personitas te los envían. Y, claro, como yo no se decir que no y dejar sin responder a nadie, lo sigo pasando mal.

En días así echo de menos a Alba, mi consejera, la única que me escuchaba. Pero, después de todo lo que pasó, entiendo que tomara la decisión de irse. La suerte, porque realmente ya se merecía tener esa suerte, es que no se fue sola.

Cuando ocurrió… pues mi declive empezó cuando Ruth me pidió que me fuera a vivir con ella. Ya llevábamos dos años de relación y, aunque últimamente habíamos empezado a tener algunos problemillas, decidimos dar ese gran paso. Pero, claro, todo gran paso tiene consecuencias y, en mi caso, esas consecuencias fueron nefastas.

Recuerdo perfectamente ese día. El día en el que les dije a mis padres que me iba. Es curioso, no tenía pensado marcharme ese mismo día, pero, cosas de la vida, acabé huyendo con una pequeña maleta llena de recuerdos y con la plena convicción de que no volvería más.

"Hola San, ¿cómo te ha ido el día de hoy?"

"Hola mamá, bien. Escucha, tengo algo que deciros a papá y a ti."

"Bien, ¿que te parece si lo hablamos durante la comida? Creo que hoy viene tu hermana."

"Oh, bueno. Preferiría hablar con vosotros dos a solas…"

"Mujer, Nadia es tu hermana, no deberíais tener secretos. Así que, en media hora, la comida estará lista."

Si es que no podía ser más traumático. Mis padres, que todavía no sabían (aunque si sospechaban) que yo era lesbiana y que tenía pareja desde hacía dos años, iban a descubrir que me iba de casa. Mi intención no era la de decirles lo de "mamá, papá, soy lesbiana", iba a alegar que me iba para poder independizarme y estar más cerca del centro y del hospital. Pero, con mi hermana en medio, solo viviendo el momento sabría lo que podía pasar.

¿Cómo empezaría a contarlo? ¿Por qué coño no lo había hecho antes? Y, lo que es peor, ¿Por qué tenía que estar Nadia? Lo malo era que ya le había dicho a mi madre que tenía que hablar con ellos y ahora no era el momento para mantener la boca cerrada. Así que, con un par, ponte delante del toro, agárralo por los cuernos y, con un poco de suerte, acabará curándote las heridas esa mujer tan bella que te espera.

"Gente, ¡a comer!"

"Mira que suerte, tengo a todas mis mujeres favoritas a la mesa"

"Cariño, San quiere decirnos algo. Pásame la ensalada".

"Bueno… esto… si, tengo que deciros algo." – Nadia me estaba mirando fijamente, muy seria. No me perdonaba que me gustaran las mujeres y nunca hizo nada por intentar entenderme. Se lo había tomado como una ofensa y a penas me hablaba.

"Pues, venga, empieza".

"He encontrado un piso cerca del hospital. Es un piso compartido y…"

"¿Un piso? ¿No estás contenta en casa, cariño?".

"No es eso, mamá, pero ya tengo 25 años, tengo trabajo y puedo mantenerme yo sola. No se, creo que es un buen momento para independizarme."

"Ya, un piso compartido…" – Nadia me miraba con esa cara que tanto odio – "Y, si no es mucho preguntar, ¿con quién lo vas a compartir?"

"No creo que eso sea asunto tuyo, preferiría que no te metieras en esto".

"Ya, lo que pasa es que no quieres decir las cosas como son…"

"¡Cállate Nadia! ¡Esto no es asunto tuyo!"

"San, ¿qué es lo que pasa? Tu hermana y tú siempre os habéis llevado bien, pero, en los últimos meses no hacéis más que discutir y gritar. ¿Acaso te vas a vivir con algún novio?"

"No, papá, no me voy a vivir con ningún novio, eso te lo aseguro... y lo de Nadia, no se, supongo que somos incompatibles." – Y ella es una gilipollas que nunca me ha respetado.

"Jajaja, claro que no se va a vivir con ningún novio, papá, se va a vivir con una chica."

"¿Y que tiene eso de malo? Tu también te fuiste a compartir piso con tu amiga Gisela."

"Ya, mamá, pero, a diferencia de mi hermana, yo no me acost…"

"¡Joder, Nadia! Esto no es asunto tuyo, ¡coño! ¡Deja de meterte en mi puta vida! Papá, mamá, me voy a vivir con mi novia. Si, estoy saliendo desde hace dos años con una mujer y la quiero mucho. Así que…. En fin, será mejor que recoja mis cosas y me vaya."

Mi madre rompió a llorar mientras mi hermana la abrazaba y le decía que lo "mío" tenía tratamiento. Mi padre se levantó de la mesa, me miró con un gesto que desconocía y no supe interpretar, y se fue. Yo subí a mi cuarto, agarré una mochila y metí lo justo para marcharme de allí lo más rápido posible.

Se que no está bien que una huya de sus problemas, pero, en aquel momento y tal y como sucedieron las cosas, lo único que quería era largarme de allí apresurada y no mirar atrás.

Los sollozos de mi madre se escuchaban en la puerta principal de la casa. Mi padre estaba sentado en la entrada, en el pequeño banco. Cuando crucé el umbral mi padre me miró de nuevo de aquella manera y torció la cara para no ver como me alejaba. No se ni como fui capaz de llegar a casa de Ruth, no era capaz de ver nada, tenía los ojos totalmente inundados e hinchados.

Timbré en su portal y en seguida me abrió. Me recibió en la puerta con una cara que demostraba una mezcla de sentimientos. Por una parte de sorpresa y por otra parte de miedo. Creo que ese día empezó el gran declive. No es que todo nos hubiese ido sobre ruedas en los últimos tiempos, pero tampoco se podía decir que no hubiese amor entre nosotras. Pero las cosas estaban cambiando y nosotras decidimos dar este paso para intentar no perderlo todo.

"San, ¿qué ha pasado?"

"Pues, que… Nadia ha venido a comer… yo les iba a decir lo de que me mudaba… todo se volvió loco… y les acabé diciendo lo nuestro… mi padre, su cara…"

"San, cariño, cálmate. Ya está, vamos, deja de llorar… ahora estás aquí, conmigo."

"No se que ha pasado… no tenía que pasar así… esto no tenía que haber sucedido así…"

No se cuanto tiempo estuve allí sentada llorando. No entendía lo que había pasado. Había sido como una especie de sueño y todo estaba borroso. Ruth me abrazaba tratando de calmarme, pero, al mismo tiempo, no dejaba de preguntar si, realmente, me iba a quedar con ella o si lo acabaría arreglando con mis padres.

Era todo tan extraño. Surrealista. Cuando me repuse un poco, me metí en la ducha y no podía dejar de darle vueltas a mi cabeza. Me sentía totalmente perdida, desorientada. Pero esta ensoñación me iba a durar muy poco, sobre todo cuando la puerta estaba sufriendo un aporreamiento histórico.

"San, ¿estás bien? Llevas mucho rato encerrada y estoy preocupada."

Salí de la ducha y me envolví en la toalla. Estaba agotada, realmente cansada. A penas podía mantener los ojos abiertos. Abrí la puerta y vi la cara de preocupación de mi pareja. En aquel momento pensé que quizás si, quizás si había alguien que, realmente, se preocupaba por mí. Lo que no me imaginaba era que su preocupación se debía a mi estancia en su casa. Y eso que ella me lo había pedido

Me arropó con sus brazos y me llevó hasta el dormitorio. Siempre había sido yo la fuerte, la que la había arropado. Pero últimamente me sentía cada vez más débil. Quizás eso era lo que estaba minando nuestra relación, pero no lo queríamos ver así. Yo no quería verlo así.

En aquel momento necesitaba todo el amor y el cariño del mundo, sin embargo, Ruth permanecía distante y nerviosa. Esquivaba mi mirada aunque notaba sus manos en mi piel, sujetándome, arropándome. Nos sentíamos raras las dos. Pero yo necesitaba algo más, necesitaba sentirla para que me hiciera sentir algo de fuerza.

Busqué sus labios y, aunque al principio sus besos eran ligeros, se fueron tornando un poco más intensos. Tomó mi cara entre sus manos, a penas me miró directamente dos segundos y volvió a besarme una vez más.

Mis lágrimas volvieron a rodar sobre mis mejillas y ella las notó en sus manos. Se apartó un poco y me miró directa a los ojos.

"No te preocupes, todo va a salir bien."

Necesité creerla, necesitaba saber que todo iba a salir bien. La creí. Sus labios volvieron a los míos en pequeños besos locos. Me besaba y me decía que no me preocupara. Me volvía a besar y me decía que todo iba a salir bien. Una y otra vez. Después su boca se empezó a abrir un poco más y su lengua a juguetear con mis labios. Yo me dejaba hacer, necesitaba sentir algo positivo.

Mis lágrimas no cesaban y mi mente seguía estando nublada. Sentía mi piel hipersensible y cada roce de Ruth se multiplicaba. Empezó a desenrollar la toalla que cubría mi desnudez y, aunque yo no tenía fuerza para desnudarla, quería su reconfortante piel sobre la mía, y me dejé llevar, dejé de luchar con todo, con todos y dejé que mi cuerpo y mi mente sintieran todo lo que quisieran.

Como por telepatía, Ruth se separó un poco de mí y me fue acomodando sobre la cama. Mi pelo estaba empapado, al igual que mis mejillas. Mi compañera, mi novia se empezó a desnudar mirándome con la misma cara con la que miras a una niña pequeña que se acaba de hacer daño y la vas a curar. A pesar de que la estaba mirando, no era capaz de verla, solo podía adivinar su silueta. Cerré los ojos con miedo, estaba muy asustada.

Ella no me decía nada. Sentí su cuerpo al lado del mío y su mano acariciándome tranquila. Mis vellos se pusieron de punta con cada una de sus caricias sobre mi abdomen. Sentía cerca de mi cara sus pechos y sus labios sobre mi frente en una posición extraña.

Comenzó a acariciar mis pechos haciendo despertar mis pezones. En mi interior una extraña mezcla de sentimientos. Tristeza casi infinita y excitación al final del túnel. Mi cuerpo no era mío pero su sensibilidad si. Sentía hormigueo en mis extremidades y las manos de mi mujer sobre mi cuerpo.

Sentí nuevamente sus suaves labios sobre los míos y su juguetona lengua tratando de despertar a la mía. Sentí su mano agarrando con decisión mi pecho tratando de hacerme despertar de mi ensoñación. Haciendo un gran esfuerzo pasé mis brazos alrededor de su cuello y ella se acomodó un poco mejor.

Mis lágrimas volvieron a correr descontroladas en el mismo momento en el que noté sus dientes en mi pezón y sus dedos sobre mi clítoris. Crispé mis dedos entre su pelo mientras ella besaba con saña mis sensibles pechos. No estaba siendo tan suave como al principio, ahora sus gestos estaban siendo casi violentos. Yo seguía sin poder casi moverme a causa de ese estado que se había instalado en mí y no podía dejar de llorar y no podía evitar que todo diese vueltas a mí alrededor.

Una vez más mis labios recibieron los suyos, mi boca dio cobijo a su lengua y mis piernas se abrieron en un acto casi involuntario para resguardar los dedos de mi amante en su interior más secreto. Una descarga eléctrica atravesó toda mi columna vertebral y mi cabeza se echó hacia atrás para que mi cuerpo quedase arqueado y a su merced.

Aunque mis ojos estaban cerrados, sabía que no me estaba mirando. Sabía que ella también tenía cosas en la cabeza. Intuía que me estaba haciendo el amor para posponer la conversación. Pero, daba igual lo que mi mente se empeñara en atormentarme, en aquel preciso momento mi cuerpo iba por libre y tenía más poder que todo lo demás.

Sentía mi propia humedad haciendo que los dedos de Ruth se lubricaran una y otra vez, invitándola continuadamente a seguir adentrándose en mí, y así lo hacían. Mientras su pulgar continuaba con un masaje sobre mi clítoris haciendo que mi respiración no fuera suficiente para cargar mi cuerpo del oxígeno necesario.

Me ahogaba y, aún así, mi cuerpo se negaba a dejar de estar excitado, a desear seguir siendo castigado. Supongo que la taquicardia que empecé a sentir también era debido a eso.

Pero mi compañera no quería acabar tan pronto, no quería enfrentarse a lo que se nos venía encima, ninguna de las dos quería. Así que, en camino descendente, siguiendo aquel sendero que tan bien conocía, dejó de castigarme por un momento con sus diestros dedos, para premiarme con su sabia lengua.

Cruzó mis dedos con los suyos con fuerza y enterró su cabeza en mi pubis. Era una deliciosa sensación. Todavía me quemaba la zona por la fuerza y el empeño que puso con sus dedos, y su lengua me estaba sanando, me estaba refrescando, me estaba calmando. De vez en cuando sus labios atrapaban mi clítoris succionándolo delicadamente, de vez en cuando pasaba su lengua de arriba abajo, en otros momentos soplaba delicadamente haciéndome arquear la espalda una y otra vez.

La delicadeza volvió como por arte de magia. Supongo que las dos queríamos disfrutar de ese momento de tranquilidad que hay siempre antes de una gran tormenta. Comenzó a serpentear sobre mi cuerpo y me besó lentamente para buscar la posición ideal en la que nuestras otras bocas pudieran besarse también. Sentir así ambas humedades, ambos ríos desbocados, la lucha de esos dos clítoris hinchados. Los suspiros huidos de nuestras gargantas, sus manos aferradas a mis piernas y las mías extendidas sobre la cama.

Me gustaba ver como se movía, pero mis ojos se negaba a abrirse y mis lágrimas a dejar de correr. Podía sentir claramente esos contoneos constantes que hacía sobre mi, esos que tanto me gustaban. Me gustaba sentir su mano sobre mi pecho cada vez que podía soltarse un rato de mi pierna. En mi imaginación ser repetía la imagen que tan bien conocía de su cuerpo estirado, perpendicular al mío, su cabeza hacia atrás y su cabello acariciando su espalda. El ir y venir de su cadera sobre la mía. El cóctel de esencias que estábamos creando entre las dos.

Esa extraña excitación, esa extraña sensación, esa nube en mi cabeza, la habitación dando vueltas. Su mano en mi vagina de nuevo. Su hinchado y mojado clítoris en batalla contra mi muslo. Sus dientes en mi cuello. Nuestras manos entrelazadas. La explosión final.

Mi cuerpo experimentó un clímax final tan apoteósico que mi cuerpo me dejó sin respuesta durante un largo par de minutos, mientras Ruth, que se corrió poco después de mi, se quedó petrificada, besando mis mejillas, tratando de que yo reaccionara.

Y tanto que reaccioné, mis jadeos extasiados se transformaron en llanto. Me abrazó y nos quedamos así durante horas.

Ahora que lo recuerdo desde la distancia me doy cuenta de varias cosas. Una de ellas es que, desde aquel momento, lo nuestro fue de mal en peor. Y mi vida empezó su pesadilla particular. Me miro ahora al espejo, con bastantes quilos menos y con nuevos cambios en mi aspecto y pienso en lo que todavía me queda por cambiar.

Me asomo a la ventana y veo esas montañas, veo ese valle, a la gente, los animales rodeándolo todo… y me siento tranquila. Después de tanto tiempo, siento paz en mi interior. Una tranquilidad y una paz que se que se deben al cansancio. El cansancio de mi cabeza sufridora. A la lejanía que me impuse de todo lo que me importa. La distancia que necesito para encontrarme, conocerme y volver a empezar.

Se que debo escribir una nueva historia, descubrir a una San que no conozco, una niña que ha de crecer, que ha de reponerse sola. La reina de espadas. La única dueña de su camino.

"¿Hola?"

"Hola, ¿Alejandra?"

"Si, soy yo."

"Te llamo del hospital, ha habido un accidente y necesitamos que vengas a echarnos una mano. ¿Podemos contar contigo?"

"¡Claro! Ahora salgo para ahí."

No recordaba mi nombre, y ya va siendo hora de utilizarlo. A cambiar se ha dicho. Ahora ya puedo crecer. Ya no quiero pensar en esa San niña. Ahora me toca ser una mujer.