San - No me quieras tanto

El momento en el que el instinto de supervivencia nos hace volver a lo que somos. Individuos que luchan por ser felices en un mundo que, a veces, se empeña en mostrar su cara más amarga.

Esta mañana, al llegar al hospital, me encontré con un gran revuelo. Justo cuando empezaba mi turno estaban llegando dos ambulancias con heridos por un accidente de tráfico.

Me cambié a toda prisa y la Dra. Navarro me vino a buscar para realizar una cirugía urgente de la pierna de uno de los heridos. Cuando pasan cosas así el servicio de urgencias se vuelve un estrés continuo. Tenemos en nuestras manos vidas humanas que debemos salvar.

Es curioso, cuando llevas tiempo en esto, se te olvida que cada día haces un poco más feliz a alguien. Es duro y tiene mucha responsabilidad, pero es reconfortante.

Cuando llegamos a la entrada vimos como bajaban apresurados la camilla de la ambulancia. Todo eran tubos y cables, un montón de gente apretujada en un metro cuadrado y una pobre muchacha tumbada con cara de miedo y dolor. Tenía el pelo revuelto y su ropa estaba rasgada. Tenía machas de sangre por varios sitios y su mirada estaba como perdida.

Debe ser un shock pasar de estar tranquilamente paseando por una carretera y al cabo de un rato estar rodeada de gente a la que no conoces y con el miedo metido en el cuerpo.

La doctora escuchaba atenta las instrucciones de nuestros compañeros mientras yo me ponía al lado de la camilla para echar un vistazo a lo que teníamos delante. Miré a mi compañero mientras me decía que le habían suministrado cuando sentí algo en mi mano.

Su mirada asustada me hizo fijar la mía en ella. Me sujetaba la mano y trató de quitarse la mascarilla. Me agaché acercando mi mano al oxigeno.

"No te la quites, tranquila. Estás en el hospital y vamos a curarte. No te preocupes…"

Agarró mi mano de nuevo cuando la colocaron en la camilla y empezó su exploración. Tenía fractura de tibia y peroné y varios cortes y hematomas. A simple vista no parecía demasiado grabe. Pero sus ojos estaban asustados y su cuerpo estaba en completa tensión. Era como si los medicamentos no hiciesen todo el efecto que debiesen hacer.

La doctora le administró más medicación y todo comenzó a relajarse un poco más. Cuando redujimos la fractura y decidimos que lo mejor era operarla sin demora, me quedé a solas con ella. Tenía que asearla un poco y tratar los cortes que tenía.

Todavía nos quedaba saber el resultado de algunas de las pruebas, pero no revestía demasiada gravedad.

"Te vas a poner bien. ¿Te duele?" – es una pregunta que hago mucho para saber si es necesario administrar algún calmante.

"Me siento mareada… y tengo sed. ¿Ha llegado ya Carlos? Es mi novio, íbamos juntos en el coche… el estaba bien…"

"No lo se. Cuando acabe de curarte iré a enterarme. Ahora no te muevas, voy a tener que darte algunos puntos de sutura."

"Le dije que fuera más despacio… estábamos discutiendo y, de repente, todo se volvió oscuro…"

"Tranquila, ahora estás aquí." – la miraba a los ojos. Se notaba que estaba muy asustada. Según su ficha tenía 31 años.

Comencé por los cortes más profundos, no tenía demasiados, pero se había llevado un buen repaso. Tenía la frente tapada con gasas y la cara cubierta de sangre. Humedecí una pequeña esponja y comencé a limpiársela. Tenía varios hematomas en la cara y algún que otro arañazo. Quité las gasas y vi un pequeño corte paralelo a la ceja derecha.

"Voy a tener que darte unos puntos aquí. No te va a quedar marca, no te preocupes. Si te molesta o te hago daño dímelo, ¿vale?"

"Vale."

Preparé el kit de sutura y me volví hacia ella otra vez. Seguía teniendo miedo, pero ahora estaba más tranquila por los medicamentos. Desinfecté la zona y pude ver un pequeño hematoma en su ojo. El corte no era demasiado grande pero si un poco aparatoso. Las heridas de la cara suelen ser bastante aparatosas por la sangre que sale de ellas.

Cuando estaba a punto de empezar un hombre irrumpió en el box. Tenía algunos arañazos en la cara y su ropa estaba sucia.

"¡Lorena! ¡Cariño! ¿Estás bien? ¿Te duele?"

"Si, tranquilo, ella está bien. Está un poco sedada. Por favor, cálmate…" – me miró como si le molestara mi simple presencia.

"¡Amor mio, lo siento! Te juro que no quería que pasara…" – Lorena le miraba y sus ojos reflejaban una mezcla de sentimientos. Por una parte alivio, por otra parte el susto del accidente, y por otra parte algo que no sabía explicarme.

"Carlos… estoy bien… ¿Tú estás bien?"

"Si, la policía me ha interrogado y me han hecho la prueba de alcoholemia." – se acercó a la camilla y tomó la mano de su novia. Ella giró la cara hacia mí pero sin fijar la vista en ningún punto concreto. – "Lorena, mi vida, perdóname por favor. No se lo que me pasó… perdí la cabeza…"

"Es mejor que salgas afuera. Tengo que acabar de curarla y luego nos la llevaremos a quirófano. Será mejor que vayas a la sala de espera y, en un rato, irá la doctora a hablar contigo." – las lágrimas de la chica me decían que no quería que ese hombre estuviese allí.

"No, yo de aquí no me voy. Está así por mi culpa…" – me puse de pie y me acerqué a él. Las normas son las normas y, por otra parte, la chica se había puesto más nerviosa desde que él había llegado.

"Señor, por favor, salga de aquí. Son las normas del hospital. No me obligue a llamar a seguridad…"

"¡¿Cómo dices?! Mira, mocosa, tú no eres quien para darme órdenes, ¿entiendes? Esta es mi novia y no pienso dejarla sola… no te busques más problemas y haz tu trabajo si rechistar… o, quizás, prefieres enfrentarte a mí…" – me quedé paralizada. Me estaba amenazando. Pulsé el botón de pánico para avisar a seguridad. – "¿Se puede saber que estás haciendo?"

"Señor, cálmese, he llamado a una compañera para que le acompañe. Por favor, déjeme hacer mi trabajo…" – se levantó y se vino hacia mí.

"¡Le estoy diciendo que de aquí no me sacan!" – me agarró de la muñeca y me empujó hacia la camilla. – "¡Haz tu puto trabajo!"

Miré a la paciente y vi que las lágrimas corrían incansables por sus mejillas y tenía los ojos cerrados. Si yo tenía miedo, ella tenía más. Era como si ya lo supiera y estuviese resignada. No decía nada, solo apretaba los puños y lloraba.

Me puse de pie de nuevo y me encaré a ese impresentable. Nadie me puede tratar así por mucho miedo que me de. Soy una mujer, no un trapo, y estoy en mi trabajo y quiero hacerlo.

"No me vuelva a poner la mano encima y, por favor, se lo pido una vez más, salga de aquí y vaya a la sala de espera." – podía ver el odio en sus ojos. Su cara se puso colorada y sudaba mucho.

"Te la estás ganando muchacha… haz tu trabajo antes de que te parta la cara…"

"Usted no me va a partir la cara señor…" – se abalanzó sobre mí.

Sentía sus empujones y sus golpes. Yo me defendía con uñas y dientes y se que le di algún golpe que otro. Tenía que haberme ido de allí y haber esperado a los guardias de seguridad, pero no quería dejar sola a la paciente. Tuve que hacerlo

Llegaron mis salvadores y lo sujetaron entre los dos. Lo echaron al suelo y, mientras la chica se sentaba sobre el para inmovilizarlo, el hombre llamaba por el teléfono de su cinturón a la policía.

Lo sacaron afuera y rápidamente me giré para comprobar como estaba Lorena. Tenía los ojos cerrados y los dientes apretados. Temblaba sobre la camilla del mismo modo en el que yo temblaba por el susto. Tomé mi cara entre sus manos e hice que me mirara.

"Tranquila Lorena, todo está bien. Ya se ha ido…"

"¿Tú estás bien? Lo siento mucho, yo…"

"No es culpa tuya. Tu no has hecho nada… vamos, cálmate, ahora te voy a acabar de curar." - Agarró mi mano y se echó a llorar con fuerza. – "Vamos, no llores, se te van a abrir las heridas."

Me sentía asustada e indignada. Pero no iba a dejar que eso me apartara de mis obligaciones. Tomé aire y decidí que mi prioridad era coser esa herida y tratar de controlar la situación. Después tendría tiempo de tomar medidas contra mi agresor.

"Íbamos discutiendo en el coche… él está enfadado porque en su trabajo no le tratan bien… y yo… tal vez…" – yo la miraba, sus ojos me estaban explicando lo que le pasaba. Nos han preparado muchas veces para esto, pero siempre resulta difícil. – "Fue como si hubiese sacado a un demonio que tenía dentro… sus ojos era como si tuvieran fuego…" – no paraba de llorar y a mi me temblaban las manos por la tensión de lo vivido y lo que estaba escuchando. – "Solo quería que se tranquilizase…"

"Lorena, tranquila, ahora estás a salvo. Mis compañeros se encargarán de que no se vuelva a acercar aquí…" – y si pudiera iba yo y le cosía una mano a la otra. – "Debo preguntarte algo… ¿te pegó?"

Se echó a llorar de nuevo y su cara reflejaba un gesto de dolor. De ese dolor profundo de quien siente que han destrozado parte de su ser. De quien se ve inferior por culpa de que otra persona se quería sentir mejor. De quien ha perdido algo.

Acaricié su cara y le dije alguna palabra de aliento. Me entró mucha rabia en el cuerpo, rabia que no sabía como canalizar. Quería salir de allí, agarrar a ese impresentable y darle de hostias hasta que se le pasara la tontería. ¿Cómo alguien que te quiere te puede vejar así?

Acabé de coser su pequeña herida y seguí limpiando su cara.

"Escúchame, si te ha pegado deberías denunciarle. Nosotros te podemos ayudar a dar los pasos. No vas a estar sola, no debes tener miedo."

"Es un buen hombre… no lo hace a propósito…"

"Pero lo hace…" – no me quieras tanto, quiéreme mejor

Entró en el box la chica de seguridad, una mujer muy femenina con un traje muy masculino. Venía agarrándose la muñeca y tenía cara de preocupación.

"¿Estáis bien? Hemos llamado a la policía… Álex, si quieres voy a buscar a alguien que te sustituya. Puedes ir a la comisaría y…" – le hice un gesto para que no siguiera hablando.

"Estoy bien, y Lorena también. Ahora la voy a llevar a quirófano… ¿me echas una mano?"

"Claro, para eso estamos."

"Así, contigo aquí, nos sentimos más protegidas…" – le sonreí y miré a la paciente. Seguía asustada. – "No es tu culpa. Pero, ahora no te preocupes más. Dentro de un rato te vamos a dormir para arreglar esa pierna."

"¿Estarás cuando despierte? Me gustaría mucho…"

"Estaré, no te preocupes." – la muchacha de uniforme me miró y entonces entendió lo que no habíamos dicho con palabras en su presencia.

Caminamos por los pasillos hacia el quirófano. Ya nos estaban esperando. María había agarrado la camilla por detrás y yo me había puesto al lado de la paciente tomándola de la mano. Al verme acercar, la Dra. Navarro salió disparada hacia nosotras.

"¡Alejandra! ¿Estás bien niña? Me han contado lo que pasó… ¿Te ha hecho daño?"

"Estoy bien, de verdad. No se preocupe. Vamos a curar a esta mujer…"

Me quedé con ella hasta que se durmió por la anestesia. Los doctores se pusieron manos a la obra y me pidieron que saliera a descansar un rato, a pesar de que les había dicho que no.

Fuera me esperaba María, la seguridad. Seguía sujetándose la muñeca y tenía un poco de cara de dolor. Reconozco que seguía tensa y sentía un pequeño ardor en mi mejilla.

"Vaya, te va a salir un moratón en la cara… ¿te duele?"

"No, estoy bien."

"Oye, es mejor que denuncies a ese cabrón. Me ponen enferma los impresentables así, a veces me dan ganas de meterles la porra por…"

"Lo voy a hacer, pero primero quiero ver tu muñeca y… después tomarme un café." – me miró extrañada y sonrió.

"No es nada, en serio. Me he hecho daño durante el forcejeo. Le tuvimos que engrilletar y todo… no veas las ganas que me entraron de partirle la cara."

La llevé a la sala de curas y, por el camino, la examinó el traumatólogo de urgencias. Tenía un esguince de muñeca y había que inmovilizarle la mano.

"Al final vas a tener vacaciones por haberme salvado hoy…"

"Vaya vacaciones, con una mano inútil. Ese cabrón te ha dado un buen golpe en la cara. Es mejor que le pongas algo…"

"¿También eres médico? Se supone que la que te va a curar soy yo…" – a pesar de que estaba más tranquila, todavía guardaba ese sentimiento de impotencia en mi ser.

"Oye," – me agarró la mano con suavidad – "has sido muy valiente enfrentándote a él tu sola, pero deberías tener un poco más de cabeza. Ese tipo de personas, cuando están fuera de control, son muy peligrosas."

"Lo se, por eso no voy a dejar que esto quede así. De todas formas, hice lo que hice por la mujer que estaba en la camilla…"

"Eso me lo imaginé… ¡ay!"

"¿Te he hecho daño? Lo siento…"

"No pasa nada, soy un poco quejica… pero, bueno, si me invitas a un café te perdono."

"Eso está hecho. Y luego tú me acompañarás a poner la denuncia… cuando despierte la paciente, claro. Espero que ella también le denuncie…"

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Mi cara está amoratada. Ahora tengo cara de malota. Hoy he abierto los ojos de nuevo al mundo que me rodea. Y me siento mal.

He visto el odio de cerca. He vivido el miedo en primera persona. Pero ahora estoy en casa, y no tengo que seguir viviéndolo. Y me jode saber que hay mujeres que lo están pasando mal ahora porque sus parejas las "quieren demasiado".

No entiendo esa necesidad de propiedad de algunas personas (por llamarlas de algún modo). O para mí o para nadie. No lo entiendo, de verdad. Y me siento impotente de ver que hay otras personas que permiten ese tipo de comportamientos. Entiendo que nos podemos llegar a sumir bajo el poder de otro, pero no deberíamos permitir que nos anulen.

Es como si nuestro propio miedo nos impidiera vivir. Como si estuviésemos paralizados por nuestros propios sentimientos. Y se que son situaciones complicadas… pero mi mente no las alcanza a entender.

Cuando fui a la comisaría a poner la denuncia pude ver como la gente allí siente rabia cada vez que una mujer se presenta para denunciar una agresión. Pero, lo ven como algo cotidiano. En mi trabajo veo muchas cosas cada día y se que acabamos por acostumbrarnos, pero no deja de ser algo duro que no depende de nosotros mismos.

Lorena decidió esperar para denunciarle. Cuando despertó de la anestesia yo estaba a su lado y me dijo que quería hablar con Carlos, que quería perdonarle… intenté convencerla de que era mejor denunciar, de que no tenía por qué seguir viviendo así, pero ella no veía nada de lo que tenía delante.

Me decía que le quería, que era buen hombre, pero cuando se ponía nervioso, perdía el control. Como todos, ¿no? No entiendo como hay personas capaces de hacer algo así. No entiendo como, a estas alturas del siglo XXI el mal trato sigue existiendo.

Y, a nuestros oídos, cada día, nos llegan noticias sobre este tema… y yo me pregunto por los que no llegamos a conocer. ¿Por qué dejamos que nos quiten nuestra independencia? Siempre lo he dicho y siempre lo diré, compartir es amar y no somos propiedad de nadie.

Ahora mismo me siento mal. Siento como si no pudiera hacer nada. María, la chica de seguridad, me dijo que había sido muy valiente al enfrentarme así a él. Pero no ha servido de nada

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Me pongo ropa cómoda y voy en busca de su compañía. Sofía está por ahí y yo no quiero estar sola esta noche. Esa chica… no se, es como si siempre que necesitara algo, la tuviese. Y me lo hace saber con detalles insignificantes.

Es como si fuese una especie de ángel de la guarda. Le estoy tomando mucho cariño a esa mujer.

"¡Álex! Que bien que has venido. La verdad, no se hacer comida solo para uno y… ¿Qué te ha pasado en la cara?"

"Nada, gajes del oficio. ¿No sabías que ser enfermera es un deporte de riesgo?"

"No me jodas, ¿qué ha pasado?"

"Luego a lo mejor… en serio, no te preocupes, estoy bien y no ha sido nada que no tenga solución. No tengo muchas ganas de hablar de esto, en serio."

"Vale, no te preocupes. He hecho fideos… para 200. Creo que voy a comer pasta toda la semana. Anda, ponte cómoda en el sillón y yo te sirvo la comidita, mi princesa." – se acerca y me abraza con fuerza. Yo me dejo, necesito sentir a alguien rodeándome con sus brazos pero sin intenciones de matarme.

Me siento en el sofá y dejo la chaqueta colgada en una de las sillas de la cocina. Trato de relajarme, pero tengo mucha rabia dentro. Y me siento triste. Y no es por mí. Y lo que más me jode es la impotencia… no puedo hacer nada.

"Al, cariño, te ha sonado la chaqueta." - Me la acerca mientras hace malabarismos con los platos para que no se caigan. También trae una botella de agua y dos vasos… está muy graciosa y colorada. – "A ver mujer, no te quedes ahí mirando como un poste de la luz, ¡échame una mano!"

Cojo los vasos y el agua y lanzo mi chaqueta al sofá. Nos empezamos a reír, la verdad es que, no importa lo mal que estés, hay cosas con las que tienes que reírte y dejar de pensar. Mientras ella coloca cada cosa en su sitio sobre la mesita de la sala, yo miro los bolsillos. Pensaba que había dejado el teléfono en casa

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"¿Es de tu trabajo?"

"No… bueno, si, es una compañera del trabajo." – Para qué ponerme a explicar ahora nada… - "Esto tiene muy buena pinta, pero no se si tendré operativos los tres estómagos para poder comérmelo todo…"

"Jajaja, que graciosa. Aunque, deberías comer más, has adelgazado mucho últimamente. ¿La mala vida?"

"O la buena, según se mire." - <>

"Me lo imagino… bueno, que, ¿comemos? – me acabo de dar cuenta de que está molesta.

Cenamos casi en silencio y no es como las otras veces. Ella está a la defensiva y yo estoy ida. Me mira de vez en cuando y yo sonrío, pero se ha dado cuenta de que me pasa algo y que no se lo quiero contar. Mi teléfono vuelve a sonar.

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"Estás muy solicitada, ¿no?" – la miro y le sonrío. No tengo ganas de drama hoy. – "No hablas nada hoy."

"Siento incomodarte Sofía, pero el día ha sido un poco duro. Si quieres me voy y mañana vengo a cenar las sobras."

"No, no te vayas… Es que, no se si es que lo estoy haciendo muy mal o es que tú no te enteras… o tal vez si te enteras pero te haces la loca." – ¿? – "Álex, me gustas y quiero que sepas que estoy aquí."

"Lo se." – nos miramos fijamente y se acerca para besarme. Me dejo hacer. Me rodea con sus brazos y atrapa mis labios con los suyos. Me gusta su forma de besar, me gusta como me hace sentir.

Comienza a darme besitos por la cara y acaricia mis brazos, mi pelo, mi espalda. Me reconforta, pero no se si quiero sentir esto ahora. Sigo pensando en Lorena y en lo que me pasó esta mañana.

"Álex, quédate a dormir aquí hoy. No se que te ha pasado, pero no quiero que estés sola. Te prometo que solo te abrazaré."

Unas veces por tanto, y otras veces por tan poco.

..

Durante unos días seguí sintiéndome mal. Visité un par de veces a Lorena y me contó que su novio estaba detenido por mi agresión. Tenía antecedentes y estaba a la espera de juicio. Me miraba con una mezcla entre perdón y súplica. Quería que retirara mi denuncia

Pero no lo pude hacer. No podía dejar que ese sinvergüenza se fuera de rositas. Luego le dieron el alta y se fue a casa con él.

"Buenas noches señorita enfermera. Te he traído un poco de café."

"Buenas noches agente del orden. ¿Te toca hacer turno de noche?"

"Si, las aves nocturnas adoramos la oscuridad…" – nos sonreímos de manera cómplice. Desde que me había pasado eso, esta chica siempre estaba pendiente de mí en el hospital. Me traía cafés, o me secuestraba para ir a la cafetería, pero siempre tenía algún detalle conmigo. – "¿Te tomas un respiro ahora o prefieres que venga más tarde?"

"Si espero se me enfriará el café…"

"¿Por qué no vamos a la sala de enfermeras? Me han dicho que tenéis un sofá muy cómodo…"

"Claro, allí estaremos más cómodas. Espérame aquí, voy a avisar a mi compañera."

"Aquí estaré."

Cuando regresé ella estaba en Babia, mirando las paredes con los dos cafés en la mano. Resultaba muy graciosa ver a una mujer así con esa cara de cría. Nos dirigimos a la salita y nos acomodamos en el sofá. La una al lado de la otra. Me sentía relajada con ella.

"¿Todavía te duele la muñeca?"

"Un poco, pero casi nada. Ya estoy deseando que me quitéis esta mierda. Es muy difícil desenvolverse con esto." – agachaba la cabeza y a penas me miraba a los ojos.

"¿Quieres que le eche un vistazo? A lo mejor lo podemos aflojar para que no te moleste tanto." – tomé su mano entre las mías y comencé a aflojar la venda que yo misma le había puesto.

"Sabes, tienes las manos muy suaves…" – dijo eso y se sonrojó. Me hizo gracia el comentario.

"Gracias María. Oye, ¿has sabido algo más de la chica del accidente?"

"La verdad es que no. Intenté buscar su número para llamarla e interesarme, pero no lo he logrado. Es una pena que siga habiendo cosas así."

"Lo se, es algo muy malo. Me parece increíble que haya personas capaces de someter así a otros para hacerlas de su propiedad y verse con el derecho a hacer lo que le venga en gana. A veces nos volvemos ciegos por voluntad y permitimos, de una manera casi involuntaria, que otro imponga su ley en nuestra vida. ¿Por qué tanto rencor? Y luego, claro, lo ves así y no puedes hacer nada, porque no puedes meterte en la vida de otra persona para salvarla si esa persona no quiere ser salvada…"

"Es terrible… sabes, Álex, tienes unos ojos muy expresivos." – me sonrojé. Estaba hablando demasiado y yo sola. Si, siempre me pasa eso cuando trato temas que me hacen pensar. Hablo y hablo sin parar. – "Tengo que decirte que me impresionó mucho como reaccionaste ante aquella situación. Muy pocas personas se enfrentan así a las cosas y, de una manera u otra, siempre acaban perdiendo." – me quedé muda. Me miraba con humilde admiración y, al mismo tiempo, con timidez. Se sonrojaba y hacía que yo me sonrojara también. – "Si hubiera más personas como tú, este mundo sería un poco mejor…"

Guau, nadie nunca me había dicho algo tan bonito. Y lo había dicho sinceramente, lo podía ver en sus ojos. Me sentía impresionada por esa muchacha. Por lo que me había dicho.

"Me has dejado sin palabras… no creo que sea para tanto…" – me entró la timidez y me puse muy nerviosa. Siempre me pasa lo mismo… - "Tú lo haces cada día y eso si que es de admirar."

"Pero yo estoy preparada para eso. Es mi trabajo y me gusta estar preparada para todo lo que pueda pasar. Sin embargo, tú reaccionaste instintivamente, de forma fría y contundente. No te dejaste intimidar y defendiste tu territorio. Y, siguiendo ese mismo instinto, y sin perder la cabeza con todo el follón, atendiste a la paciente consiguiendo tranquilizarla y curarla."

"Mi trabajo es curar a la gente, no puedo olvidar mis obligaciones…"

"Lo se. Eres una mujer fuerte Álex."

Nos quedamos en silencio, ambas estábamos cortadas. No se qué, pero algo había pasado. A penas nos conocíamos. En los días anteriores nos habíamos contado algunas cosas sobre nosotras, pero yo no había sentido nada especial por ella. Sin embargo, en aquel momento, algo en mí se despertó.

"Creo que deberíamos seguir trabajando, aunque preferiría seguir charlando contigo."

"Si, tienes razón. A mi me pasa lo mismo." – no dejábamos de mirarnos. Me puse de pie y ella me imitó.

"Oye, María…" – la miré a los ojos, quería agradecerle lo que me había hecho sentir. Sabía que las palabras se quedarían cortas. Me acerqué a ella, tomé su cara entre mis manos y la besé en los labios. – "Gracias."

Ella se quedó allí de pie, mirando como me alejaba con una leve sonrisa y algo perpleja. Yo me sentía bien después de tantos días, me sentía halagada y quería disfrutarlo.

Al cabo de una hora recibí un mensaje: <>. No sabía que contestar. Me empecé a preguntar de qué iba todo eso. Volví a mi realidad con las mujeres. Las mujeres que aparecían en mi vida y como es mi relación con ellas.

Nunca me había parado a analizarlo, siempre me había dedicado a vivirlo y recordarlo (revivirlo) emocionalmente.

Sentí curiosidad. Quería estar a la expectativa de lo que podía ocurrir con esa chica. Decidí no dar ningún paso, dejar que fuera ella la que lo hiciera. Hasta que punto estaba interesada en mí. Me atraía.

<>

Mi corazón latía apresurado. De repente, me sentí como una adolescente de nuevo. Y, al mismo tiempo, como una mujer. Es curioso como te cambia a veces la percepción de las cosas. Supongo que eso es crecer.

Mientras esperaba en la puerta pensando en el encuentro, vi aparecer a Lorena por el hospital. Tenía las ojeras muy marcadas y estaba pálida. Estaba temblando y un poco desorientada. Caminaba despacio apoyada en sus muletas.

"¡Lorena! ¿Estás bien?"

"Si… bueno, no… necesito ayuda." – me miró a los ojos con desesperación y rompió a llorar.

"Tranquila, ahora vamos a hacer algo. No estás sola."

Desde el accidente no le había vuelto a pegar ni a gritar. Ella pensó que había cambiado, una vez más, que ya no le volvería a hacer más daño. Realmente le quería y creía que él también lo hacía.

Aquella noche el había vuelto tarde. Cansado porque había tenido un día muy duro en el trabajo. Ella intentó que él se sintiera mejor y preparó una buena cena. A pesar de que todavía sentía algo de dolor por las heridas del accidente, quería recompensar el cambio que él había dado.

Pero no fue así. Él no vio lo que tenía delante. Solo sabía que había alguien con quien poder descargar su ira y su odio. No le importaba nada más que él y sus problemas. Estaba nervioso y sus ojos echaban fuego.

Él gritaba quejándose de todo lo mal que le iba. Ella trataba de calmarlo diciéndole que todo cambiaría. Él la miraba con rabia, le molestaba su presencia. Ella no quería dejarle solo sabiendo que se sentía mal. Él se puso de pie y le gritó que no tenía ni idea, que era una estúpida. Ella comenzó a tener miedo y se acobardó en la silla. Él cogió el plato de comida y lo estrelló contra la pared. Ella se levantó y se apoyó en sus muletas.

Él siguió destrozando la cocina y amenazando al mundo. Ella se escapó de casa sin que él se diera cuenta. Ella decidió.

Mientras ella contaba lo sucedido, mientras esa mujer desahogaba su pena en aquella comisaría, los allí presentes no pudimos evitar emocionarnos. María tuvo que salir afuera por la rabia. El agente que tomaba declaración expresaba su impotencia a través de su cara. Yo abrazaba a Lorena tratando de ayudarla a sentirse mejor.

Pero los que estábamos allí, rodeando a aquella mujer, nunca llegaremos a sentir ni a saber lo que sentía ella. Lo que debe significar para una persona hacer algo tan valiente como necesario. Tan doloroso como real.

El momento en el que el instinto de supervivencia nos hace volver a lo que somos. Individuos que luchan por ser felices en un mundo que, a veces, se empeña en mostrar su cara más amarga.

Mírame a los ojos si me quieres matar, nananai, yo no te voy a dejar… (Mala Rodríguez)

..

"Que frío hace." – el silencio era muy tenso. Ambas sentíamos rabia por lo que acababa de suceder. Un intento de desayuno frustrado por una denuncia por malos tratos.

"Si." – estábamos sentadas en un banco del parque. La miré y vi como ella mantenía su cabeza agachada y los puños cerrados.

"¿Qué te parece si nos vamos a tomar ese café?"

"Álex, lo siento mucho, no soy una gran compañía ahora mismo. La verdad es que no me apetece entrar en ningún bar ahora."

"Podemos ir a mi casa, si quieres. Allí estaremos tranquilas y calentitas." – no lo decía con doble intención. Realmente, hacía frío y a mi tampoco me apetecía rodearme de gente.

"Acepto la invitación. Vayámonos de aquí, se me está congelando la nariz."

Fuimos en mi coche. El suyo estaba en el hospital ya que habíamos decidido venir las tres a comisaría juntas. El silencio volvió a rodearnos. Ni siquiera habíamos encendido la radio. Ella apoyó el codo en la ventanilla y aplastó su mano entre su cara y el cristal. La miré de reojo, y noté como la rabia se iba convirtiendo en tristeza.

"Eh, amiga, deja ya de pensar." – acaricié su pierna y ella, sin apartar su cara del cristal, agarró mi mano.

Seguíamos sin hablar cuando llegamos a mi casa. Se dirigió a la ventana y se quedó mirando los verdes árboles. Puse un poco de música, necesitaba distraer un poco la mente. No tenía ganas de hablar. Fue uno de esos momentos en el que necesitas estar sola pero también necesitas la compañía de alguien que te acompañe en silencio. Y a las dos nos estaba pasando.

Preparé un poco de café caliente y un par de bocadillos para recobrar energías. La noche había sido larga y la mañana demasiado intensa. La verdad, en aquel momento me apetecía más meterme en la cama y dormir guarecida por mi manta.

Me acerqué con la bandeja a la mesa y la puse sobre ella. María se giró y me dedicó una sonrisa tierna. Se sentó en el sofá y respiró profundamente, como tratando de apartar de su cabeza aquello que la estaba martirizando. Cerró los ojos y supe que estaba dejándose llevar por los sonidos de aquel piano que acompañaba a aquella voz negra en El último trago .

Comimos en silencio, y brindamos con nuestros fantasmas con aquellas tazas de café. Ella rodeó mi hombro con su brazo y yo escondí mi cara en su cuello.

"Me haces cosquillas…" – mi pelo se había vuelto juguetón. Aparté mi cabeza, pero ella me estaba sujetando firmemente.

Nuestras narices casi se tocaban y nuestros ojos se reflejaban en los de la otra. Sentí como apartaba el pelo de mi cara y lo ponía detrás de mi oreja, como después me acarició la mejilla

Nos besamos despacio. Ella llevaba la iniciativa y yo me dejaba hacer. Ambas necesitábamos sentirnos cerca de otra, acompañadas en un momento de necesidad. Ella acariciaba mi cuello con sus finos dedos y yo la agarré por la cintura. Me gustaba ese beso, me hacía sentir bien.

"Eres increíble…" – la volví a besar para callar sus palabras. No debíamos estropear el momento. Comencé a inclinarme sobre ella hasta que recostó su espalda en el sofá. Seguíamos besándonos, yo mordía sus labios y ella lamía los míos. – "Álex, tengo que decirte algo…"

La miré y comencé a desabrochar mi camisa. No quería hablar, solo quería sentirme querida y hacer que ella sintiera lo mismo. Enjuagar ese mal sabor de boca que teníamos.

Sonrió, clavaba sus ojos en mí. Ella también necesitaba aquel momento. No importaba demasiado quienes éramos o si nos conocíamos, solo necesitábamos amar. Comenzó a acariciar mis pechos despacio cuando me desabroché el sujetador. No pude evitar el suspiro.

Tomé su camiseta por la cintura y tiré de ella hacia arriba. Quería que estuviésemos en igualdad de condiciones. Realmente tenía mucha curiosidad por saber lo que escondía esa mujer debajo de la ropa. Me había dado cierto morbo verla vestida con el uniforme mientras me rescataba.

Estaba en forma. Su piel era suave y sus músculos estaban bien definidos. Su abdomen era liso como una tabla de planchar y sus pechos medianos, coronados con un dulce pezón rosa, me hicieron tomar fijación con ellos.

Dirigí mi boca hacia aquel lugar y ella agarró mi pelo dejando escapar un profundo suspiro. Acaricié los costados de su cuerpo y dirigí mis manos al cierre de su pantalón. Quería hacer que se sintiera bien, que se relajara, que pudiera canalizar su rabia de otra manera.

Se sorprendió y me tomó las manos entre las suyas.

"Álex… nunca he…"

Volví a su boca. Sabía lo que me quería decir, pero también sabía lo que estábamos haciendo, sabía que no era solo yo, ambas lo deseábamos. Pero, por otra parte, tampoco se debe ser tan egoísta

"Álex…" – me apartó un poco y me miró a los ojos. Esperé a que me dijera lo que me quería decir, pero, no dijo nada. Su respiración comenzó a agitarse y sus ojos comenzaron a destilar rayos de pasión. Era como si algo en ella hubiese cambiado y todo se hubiese reducido a mí y a aquel momento. – "Vamos a tu dormitorio."

La tomé de la mano y la guié hasta mi cama. Nos tumbamos una al lado de la otra sin dejar de besarnos ni acariciarnos. Ella estaba un poco cortada, lo noté, como si no supiera bien que hacer. Yo me sentía cómoda y quería que ella sintiera lo mismo.

Comencé a acariciar sus pechos y a morder levemente su cuello. Ella comenzó a pasear sus manos sobre mi cuerpo tratando de confirmar la realidad que estábamos viviendo. Las respiraciones se entrecortaban y ninguna de las dos se quería separar de la otra.

"Eres tan suave…" – cerró los ojos mientras me seguía acariciando, cada vez acercándose más a las zonas más sensibles de mi cuerpo. Yo no podía hablar, realmente me gustaba la sensación de aquel momento. Esa sensación en la que empiezas de cero en algo que te es tan conocido.

Estaba muy húmeda, estábamos muy húmedas y con ganas de dar y recibir todo lo posible. Tomó mi cara entre sus manos, apartándola de sus pechos, y me dedicó una mirada de pasión como pocas veces había visto. Me estaba dando paso libre, me estaba invitando a entrar. Comencé a penetrarla despacio y noté como un escalofrío recorrió su cuerpo erizando su piel. Intentaba mantener su vista fijada en la mía y, a pesar de que se que no me veía, yo si podía memorizar los rasgos de su cara. Esas muecas, esos gestos inconscientes que ponemos cuando nos ponen.

No dejaba de tocarme, acariciarme, arañarme, sujetarme, en cada momento, como si quisiera asegurarse todo el rato de que estaba allí, de que estaba conmigo, y de que yo era una mujer que le estaba haciendo sentir mujer.

De repente, ella comenzó a ponerse nerviosa. Era como si algo estuviese pasando dentro de ella. Se abrazaba cada vez con más fuerza y cada vez se tensaba más.

"Álex… quiero tocarte…"

Agarré su mano y la llevé a mi boca. La miré a los ojos, quería que ella me mirara, que me viese. Quería que sintiera lo que yo estaba sintiendo, que se sintiera responsable de mi placer. Lamí sus dedos y los dirigí a donde estaba deseando tenerlos. Los puse sobre mi clítoris y no pude evitar el suspiro. Estaba muy excitada, muy receptiva, quería sentirme bien

Su mano y la mía eran una. La mía enseñaba lo que me gusta, la suya aprendía y transmitía a mi cuerpo lo que este necesitaba sentir. Mientras me acariciaba cerró los ojos, como tratando de memorizar lo que por primera vez sentía. Yo también los cerré, y solté su mano, y me dejé hacer.

Sentía como si mi partenaire estuviese haciendo una especie de exploración ginecológica. Como si tuviese miedo de hacerme daño. Sentí sus labios sobre los míos. Y la punta de su lengua tratando de adentrarse en mi boca. Me acariciaba despacio y yo me excitaba deprisa. Se dio cuenta. Se incorporó un poco y comenzó a acariciarme más deprisa.

"Mírame..." – Solo pude abrir los ojos un instante… sus dedos en mí… su boca en mi pecho

La mujer sabe, aunque sea por intuición, como dar placer a otra mujer. Es una unión única. Cada mujer es diferente… pero tan igual a la anterior… es la novedad de lo conocido somos dos seres en uno que amando mueren para guardar en silencio lo mucho que quieren (Buika, El último trago)

Porque así lo necesitábamos en aquel momento. Porque así conseguimos sentirnos un poco mejor, cada una para sí.

Moví mi mano para dirigirla a su vagina, quería disfrutar haciéndola disfrutar, mostrarle que la que gusto da, placer se lleva. Todavía estaba más húmeda que antes. Y al sentirme, dio un pequeño salto de sorpresa. Sonrió. Yo también sonreí.

Clavamos nuestras miradas como si aquello, de repente, se transformara en una competición. Con dos medallas de oro.

"Álex, si sigues así… no podré seguir… ¡Por Dios!...

Apartó su mano de mi entrepierna para llevarse sus dedos de nuevo a mi boca. Era mi sabor en su piel. Era su boca en mi boca. Era mi sabor en su boca. Era su boca abierta buscando el aire que le faltaba mientras se aferraba a mí, una vez más, para hacer real la fantasía que estaba viviendo.

"Y ahora… te vas a correr en mi mano…"