San - La boda

La niña se va de fiesta.

Parece mentira que ya casi se hayan consumido mis cuatro días libres. También me parece mentira que ahora esté mirando por una ventana y esté viendo el mar. Que bonito es esto.

Hace dos días estaba hecha un amasijo de nervios por culpa de la boda y hoy estoy disfrutando de haber ido. Hacía tiempo que no me sentía así… mejor dicho, creo que nunca me había sentido así. Nunca había hecho parecido.

Definitivamente, han sido los días más extraños de mi vida. No han sido malos, todo lo contrario. Han sido diferentes. Ha sido como el sueño que jamás pensé en soñar. Una fantasía que no tenía y he cumplido. Algo difícil de explicar.

Mi mente comienza a divagar tratando de rememorar lo vivido durante este periodo. Todavía no me acabo de creer las cosas que pueden llegar a pasar en el mundo que me rodea. Es curioso como la realidad, en ocasiones, supera con creces la ficción. Y yo que me reía, a veces, pensando en lo disparatadas que me parecían esas escenas narradas en novelas lésbicas. "¡Imposible!", pensaba yo mientras las leía excitada.

Y mira tú. Cosas que pasan.

Sonrío recordando el drama que mi cabeza tenía por el miedo que me daba ir a aquel evento. Un montón de gente extraña para mí y yo, invitada de última hora, desconocida incluso para los novios. Recuerdo cuando llegamos al restaurante, mi nombre no aparecía en ninguno de los chismes esos donde se ponen las distribuciones en las mesas.

Menos mal que Ginés me acompañaba o, mejor dicho, yo iba de acompañante de Ginés. Aunque la primera impresión había sido bastante mala, resultó ser todo lo contrario. Un hombre sabio que me enseñó más en un día que mucha gente en años. Alguien a quien, seguramente, acabe volviendo en busca de paz. Parece mentira que sea marido de la doctora Navarro (o Candela, como me pidió que la llamara fuera del trabajo).

La verdad es que de esa fiesta solo merece la pena recordar el desenlace, aunque siempre se debe aprender de los errores y de las cosas negativas, prefiero perpetuar en mi cabeza el día después (y los dos siguientes, contando con este también).

Sigo viendo el mar y sigo sin creerme que esté aquí ahora. La temperatura es buena aunque estoy un poco destemplada por no haber dormido demasiado. Aunque el viento no respeta los momentos idílicos, reconozco que me siento muy bien.

Rememorando la boda, tengo que reconocer que, de no haber sido esa situación tensa y desagradable durante la cena con esos desconocidos, ahora no estaría aquí. Al menos alguien me prestó un poco de atención. Querido Ginés.

Llegué a casa de la doctora Navarro y me presentó a los miembros de su familia. Ginés y Miguel. Padre e hijo. Dos hombres realmente encantadores y cariñosos. Aunque en las invitaciones ponía que los hombres debían ir de etiqueta y las mujeres de largo, yo iba vestida como una princesita travestida, algo que les hizo mucha gracia a los dos.

"Alex, tengo que decirte algo o si no reviento," – me espetó Miguel – "la invitación ponía que los que tenían que ir en traje de chaqueta eran los hombres… pero no me esperaba que alguna mujer se atreviese a aparecer así. Realmente estás guapa, sorprendentemente ambigua."

"¿Gracias?"

"No, gracias a ti por darle ese toque que necesitaba este tostón."

"Miguel, esta chica no va de etiqueta…" – los dos miramos a Ginés sorprendidos mientras Candela me miraba inquisidora mi atuendo. – "A esta niña le falta la corbata. Tu no te preocupes, tengo una que te irá perfecta con esa ropa."

Todos reímos. Bueno, todos no, a la doctora no le hizo ni pizca de gracia. De hecho, hasta me ofreció uno de los vestidos de su hija. Aunque esa idea no fue nada aplaudida por los hombres de su vida. Ni por mí. A lo hecho pecho, y ahora iba a ir con ese traje negro de chaqueta y esa bonita camisa blanca. Una princesa… encubierta.

"Bueno, niña… perdona, ¿Cómo es tu nombre? Soy un poco despistado para esas cosas."

"Me llamo Alejandra, aquí todos me llaman Alex… aunque mis amigos me llaman San."

"Bien, San, aquí tienes tu corbata negra. Me la regaló mi hija Candela para después usarla ella. Esa chica era un caso… siempre que me regalaba alguna prenda de ropa, lo hacía con intención de usarla ella después." – me decía estas cosas mientras hacía el nudo de mi nuevo complemento alrededor de mi cuello. – "¿Te das cuenta? Esta es un poco más estrecha que el resto de las que tengo. Eso es porque es de chica…"

Me miraba de esa manera en que los hombres mayores miran a las chicas jóvenes a las que les tienen un cariño especial. De ese modo casi paternal. De manera protectora. Me gustaba sentirme así. Me gustaba Ginés y su manera de hacerme sentir.

"Sabes, Candela madre siempre entraba en cólera cuando Candela hija se vestía de esa manera hippie que a ella tanto le gustaba. Cuando había algún tipo de fiesta pija, ella siempre se salía del protocolo y se ponía algo para llamar la atención. Igual que tu hoy." – Tal vez ese era el motivo de que la doctora navarro me tuviese tanto cariño – "Pero me da la sensación de que es lo único que tenéis en común."

Y, aunque no fuera así, no soy su hija. Era una desconocida que iba a la boda de su hijo sin invitación. Una chica a la que no le apetecía estar allí (y eso que todavía no sabía lo que me esperaba durante la cena).

El señor Ginés me adoptó como acompañante. Obviamente, Candela iba de madrina y no podía acompañar a su marido, así que me tocó a mí ser la dama de compañía. De hecho, me senté en primera fila durante la ceremonia, en el lugar de la familia más próxima de los contrayentes. Que vergüenza, yo de "más mejor amiga" en la boda de dos desconocidos. Yo creo que eso fue el principio de mi debacle en esa fiesta.

Pero como no todo puede ser malo, con el cambio de día (pasada la media noche), las cosas cambiaron, para mucho mejor.

Una vez en el restaurante, me sentaron en la mesa de los amigos del novio. Unas personas algo mayores que yo, un grupo cerrado que a penas se dirigieron a mí en toda la velada. La verdad, solo pensaba en que la tierra me tragara (amén de preguntarme por qué no había ido acompañada de Sofía). Hacía tiempo que no me sentía tan mal tratada como aquella noche.

Por suerte tenía un ángel de la guarda pendiente de mí.

"San, mi niña, cuando llegue la hora del café quiero que te sientes a mi lado. Me gusta tu conversación." – me decía Ginés cada vez que se acercaba a ver que tal me iba. – "Oye, Miguel," – cuando su hijo se acercaba, bajaba la voz de modo que solo le escuchaba yo. – "tus amigos son un poco gilipollas, no se como los aguantas. Y esta pobre niña aquí en medio."

"Ya lo se, papá, pero era la única mesa en la que había sitio. Alex, de verdad, te compensaré por esto…"

"No pasa nada, estoy bien. Esto es normal, no nos conocemos y…"

"No hay excusa… aunque creo que es por tu pinta de machote, jajaja. Ahora en serio, te compensaré."

Sabía que lo haría, aunque nunca pensé que sería tan rápido. Supongo que fue por las continuas visitas de los hombres de la doctora Navarro, pero el tiempo pasó rapidísimo y, a la hora del café, me pusieron una silla en la mesa nupcial. La desconocida infiltrada en la mesa de los novios. Creo que, en ese momento, mucha gente se preguntaba de donde había salido esa chica tan rara. Pero me daba igual, a aquellas alturas el rioja empezó a hacer efecto.

Si algo recuerdo bien de la cena, era la camarera que teníamos designada en nuestra mesa. Una chica rubia, delgada y menuda. Más joven que yo, se notaba. Con una bonita mirada oscura y una sonrisa agradable. Había estado pendiente de mí toda la noche, o eso había pensado yo.

En un momento determinado le pregunté donde estaba el baño y ella se ofreció para acompañarme. Me sonrió, le sonreí y partimos hacia el encuentro de los líquidos de la vida. Aunque yo estaba convencida de que no iba a ser el único encuentro. Casi lo podría asegurar.

"Debe ser duro lo de estar trabajando mientras los demás se divierten."

"Si, lo es. Pero es ley de vida. Para que unos se diviertan, otros se tienen que estar fastidiando." – no pude evitar reírme por su comentario. Tenía razón y su sinceridad espontánea me gustó. Ella me gustó. – "Bueno… tampoco es así exactamente…" – se ruborizó – "a veces también me lo paso bien trabajando." - ¿era una invitación?

Mientras decía esto último, levantó su cara sonrosada y sonriendo me miró a los ojos. Era una verdadera invitación. Seguro. La puerta del baño apareció ante nosotras.

"Bueno, aquí es."

Y llegó el momento. Ese instante de duda y de espera que apenas dura un par de segundos. ¿Quién daría el primer paso? ¿Quién empujaría a la otra detrás de esa puerta? Destellos de pensamientos turbando mi cerebro… si no lo hace ella… lo hago yo, eso seguro.

Tenso momento en el que te debates entre la timidez, las ganas, el orgullo y el miedo. Lucha interna entre el cerebro y el cuerpo. La sensatez contra la excitación. El debo contra el deseo.

Me acerqué a ella, y retrocedió ligeramente, acercándose a la puerta del baño. Sonreímos. El corazón me latía a mil por hora. Comencé a sentir mucho calor y sentía un hormigueo por todo el cuerpo. Sus ojos marrón oscuro clavados en los míos. Tomó el pomo de la puerta y la abrió apartándose un poco, abriéndome paso. No había perdido la sonrisa todavía. Señal de que le gustaba ese juego.

"Perdona, ¿puedes decirme tu nombre?"

Me miró extrañada. "Marta." Y señaló con el dedo la placa que llevaba en el chaleco del uniforme. Efectivamente, ese era su nombre. Y yo me sentía una estúpida medio borracha y despistada en si misma. Pues, si así era, así actuaría. Me acerqué a la puerta y avancé hasta el umbral. Miré hacia adentro y me aseguré de que no hubiese nadie a la vista. Y sin demorarme, agarré su mano a modo de invitación "sutil".

La puerta se cerró tras nosotras y la acerqué a mi cuerpo. Ella se dejaba llevar con esa sonrisa satisfecha de quien se sabe triunfadora. Nuestros rostros se acercaron y nuestras miradas se cruzaron.

No lo pude evitar y lancé mis labios sobre los suyos. Estaba excitada por toda la situación. Esa boda, esa chica, ese lugar, ese momento. Se dejó hacer. Jugó conmigo. La besé con ganas, mi lengua se introdujo en su boca mientras la suya correspondía a esa lucha.

El beso comenzó a hacerse cada vez más pasional y nos empezamos a dejar llevar por lo que nuestros cuerpos nos pedían a gritos. Estábamos tan abrazadas que apenas nos podíamos mover.

La apoyé en la puerta y, mientras nuestras bocas seguían forcejeando, mis manos comenzaron a soltar la camisa que llevaba. Sentí la imperiosa necesidad de agarrar esas tetas que me habían vuelto loca toda la noche.

Pero la camarera, Marta, no estaba por esa labor. De repente me apartó, no lo hizo de malos modos, si no que me fue alejando sin acabar de separar nuestros labios.

"Tengo que volver al trabajo. No puedo hacer esto." – yo no quería dejarla marchar. No quería dejarlo para otro momento. Mi calentón era en aquel instante y quería apaciguarlo. Ya tenía bastante con aguantar lo que tenía que aguantar, con un relajante así, lo más probable, es que mi noche mejorara mucho. – "Oye, en serio, me tengo que ir… además, no soy lesbiana."

La solté inmediatamente, me eché un poco hacia atrás y le abrí yo misma la puerta. Ella me miró con la misma sonrisa que me había puesto toda la noche e intentó decir algo más. No la dejé.

¿Por qué me pasan esas cosas? No es que me moleste que las chicas que me gusten no sean lesbianas, pero si me jode que me calienten y luego me dejen con las ganas. Bueno, para que negarlo, la primera vez que me rechazaban y me sentó como una patada en el coño.

Me quedé un rato en aquel baño, sentada, sin hacer nada (bueno, haciendo lo que se suele hacer en los baños) y con mi orgullo dañado por esa chica. Y lo peor de todo era que tenía que volver a la mesa y aguantarla, lo que quedaba de velada, sirviéndome vino. Ahora si tenía claro que me tenía que emborrachar para pasar el trance.

Cuando salí del baño me encontré con una cara conocida. Ginés. Ya lo estaba echando de menos

"Hola mi niña, ¿Qué tal te va todo? Cada vez que miro hacia tu mesa te veo muy seria y aburrida."

"No será para tanto… aunque he de reconocer que no es mi mejor fiesta."

"Los amigos de mi hijo creo que son un poco estirados. Estoy convencido de que son más amigos de su mujer que de él. Pero bueno, supongo que, el hecho de que no os conozcáis influirá." – Si solo fuera eso… - "Bueno, yo voy a hablar con el grupo que actúa esta noche en el hotel. Les voy a pedir que les canten una canción a los novios. El dueño de esto me dijo que eran bastante buenos. Acompáñame, así te escaqueas un rato."

"¡Vale!" – eso sonó demasiado desesperado.

Le seguí hasta la parte baja del restaurante. Había un gran salón con un escenario y unos cuantos músico sobre el afinando los instrumentos. Me sentía un poco mareada por el vino y, de repente, me entró un poco de agobio por lo que dirían mis compañeros de mesa por mi tardanza. Seguramente se habían dado cuenta de lo que había pasado con la camarera.

"¿Uxía?" – Nos acercamos a una chica menuda que estaba cerca del escenario – "Mi nombre es Ginés y el desgraciado que se ha casado hoy es mi hijo."

"Hola, buenas noches." – desplazó su mirada de Ginés a mi en un momento y me sonrió a modo de saludo.

"Disculpa que te moleste, pero quisiera pedirte algo. Jaime me dijo que tenías una voz preciosa y me gustaría que le cantases una canción a mi hijo"

"Vaya." – A la chica pareció no sorprenderle la petición – "Bueno, no se si el tipo de música que yo canto les gustará demasiado…"

"Es una celebración de amor… estoy seguro de que posees alguna cualidad para hacer que todos nos enamoremos un poco más." – la chica se sonrojó, esto si la había pillado por sorpresa. – "¿Acepta la proposición que le he hecho? Me haría un bonito favor que, por supuesto, le pagaré encantado."

"Por supuesto que acepto." – la chica sonreía sonrojada con una chispa especial en su mirada. –"Eso es suficiente pago a su favor."

Se dieron un apretón de manos para cerrar el trato, ambos parecían contentos y continuaron la charla. Dejé de prestar atención a mis oídos. Me limité a mirarla embobada. No me atraía físicamente, era pequeña, demasiado delgada. Poquita cosa, como se suele decir. No era guapa… aunque tampoco era fea. Pero no era como las demás, tenía algo que la hacía diferente, única. No sabría explicar que era. Tenía aspecto bohemio, de artista libre. Algo que siempre se admira y se teme.

Se volvió y me miró sonriendo. Ginés se dio cuenta y me tendió la mano señalándome que me acercara a ellos.

"Perdona, soy un maleducado. Esta es Alejandra, una amiga de la familia. Ambos estamos pasando una noche un poco rara y nos gustará mucho escucharte."

"Encantada de conocerte, soy Uxía."

"Yo San."

"Bueno y ¿a que hora subo?"

"Pues, yo voy a subir ahora y tu coges todo lo que necesitas y subes dentro de un rato."

"De acuerdo, en un rato subo. Aunque necesitaré que alguien me ayude, ¿te importaría?" – me miró a mi. Si, me miraba fijamente y con una sonrisa.

"Lo haré con mucho gusto."

Ginés me guiñó un ojo mientras se alejaba. Ese hombre sabía más de lo que yo creía. Y yo ya estaba cansada de pensar.

"¿A que te dedicas, San?"

"Soy enfermera. Trabajo con la madre del novio. Es a la única que conozco desde antes de hoy. Por suerte Ginés y Miguel son muy agradables y me tratan con mucho cariño. Y esto lo digo porque no soy de aquí y no conozco a nadie…"

"¿Estás nerviosa o hablas mucho por naturaleza?" – lo decía a modo de broma y tenía razón, estaba hablando mucho.

"Lo siento. A veces no puedo controlarme, jajaja. Y tu ¿que me cuentas de ti? Debe ser dura la vida de músico."

"Pues es tan dura como gratificante (la mayoría de las veces). Siempre de aquí para allá. Pero, bueno, al menos hago lo que me gusta y no me va mal del todo."

"Eso suena bien."

Estuvimos hablando un buen rato y, cuando tuvimos todo lo necesario, subimos al comedor. Me llamaba poderosamente la atención esa mujer. A pesar de su aspecto se veía que era una mujer fuerte y dura. Pero era amable y es algo que admiro mucho de la gente. Era cercana y cariñosa. Sonreía mucho.

Estaba deseando escuchar su voz en forma de melodía. Quería saber con que sorprendería a los novios. Durante nuestra charla le había preguntado si cantaba sus propias canciones y me había dicho que si, pero que también cantaba canciones que le gustaban de otra gente. "En la música y en los mensajes no debería haber fronteras." Me dijo durante la charla.

Colocamos los bártulos en donde nos indicó el jefe de los camareros, en frente de la mesa presidencial. Una guitarra, una pandereta y ella.

"Te voy a pedir que me ayudes con algo más… si te atreves, claro." – respondí con cara extrañada. Aunque la música me gusta mucho, nunca había hecho nada relacionado con ella. – "Te voy a pedir que me acompañes con esta pandereta."

"Pero si ni siquiera se que vas a tocar… además, nunca he tocado ningún instrumento."

"Solo déjate llevar, trata de seguir el ritmo y mírame a mí… y si conoces la canción y te atreves, canta conmigo."

Tomó asiento y yo me senté a su lado. ¿Por qué no? No tenía nada mejor que hacer.

"Buenas noches a todos. Mi nombre es Uxía y quiero dedicarles una canción a los novios y a todos los que quieran darse por aludidos."

Comenzó a tocar unos acordes en su guitarra. El comienzo me sonaba y, cuando comencé a escuchar su vos me di cuenta de que conocía esa canción. Completo incompleto de Jarabe de palo. Una muy buena elección.

Soy un completo incompleto

Incompleto por amor

La costilla que me falta

Cuelga de tu corazón.

Sin casi darme cuenta me había quedado embobada mirándola. Su voz, su manera de acariciar las cuerdas de esa guitarra, sus ojos entrecerrados sintiendo cada una de las palabras que cantaba. Me estaba poniendo la piel de gallina y algo comenzó a recorrerme por dentro. No sabría explicar el que, pero ahí estaba aquello.

Me miró en un momento mientras decía alguna de las frases y, como si mi cuerpo hubiese tomado la decisión, comencé a tocar suavemente aquel instrumento de percusión que me había dado. Seguí su ritmo y ella me sonrió en un momento instrumental.

Siendo tímida como soy, no se de donde saqué la voz para acompañarla durante el estribillo. No se por qué lo hice, supongo que ese estado que me había embargado daba las órdenes a mi cuerpo. Cantar en casa o en la ducha no te convierte en cantante

Soy un completo incompleto

Si me giro y no te veo

Como una persona a medias

Sabes a que me refiero

Yo la estaba mirando cuando comencé el acompañamiento y, cuando se dio cuenta, se giró hacia mí y, con mirada agradecida, no despegó sus ojos en todo lo que duró la canción. Era como si no hubiese nadie más, como si fuésemos dos colegas pasando un rato cantando.

No se cuantos minutos duró la canción, 5… 6 a lo sumo. Unos de los más intensos de mi vida. Me sentía totalmente hipnotizada. Pero cuando todos los allí presentes rompieron en aplausos, empecé a temblar por los nervios. ¿Qué me había pasado?

"Gracias a todos y en hora buena." – Cuando acabó de decir esto se acercó a mi, me abrazó y me dijo al oído – "Lo has hecho muy bien. Gracias."

Ginés, Miguel, su recién estrenada esposa y Candela se acercaron a nosotras. Yo estaba acalorada, cortada… creo que me pasaba de todo en aquel momento. Mi mente estaba como en una nube y mi cuerpo no dejaba de temblar. Era una sensación totalmente nueva para mí.

"Alex, Uxía, muchas gracias por este regalo." – dijo Miguel sorprendido. No era el único sorprendido. – "Ha sido un honor. De verdad."

"No tienes que darme las gracias, ha sido un placer. Además, estuve bien acompañada." – me miró y me guiñó un ojo.

"Vaya, Alejandra, no sabía que cantabas." – me dijo Candela.

"Si le soy sincera, yo tampoco…"

Todos nos echamos a reír y después de un rato de charla, Uxía nos dejó para acabar de preparar su concierto. No pude bajar con ella porque era la hora de cortar la tarta nupcial y no podía escaquearme de aquello. Pero me hizo prometer que, en cuanto pudiera, bajaría.

Regresé a mi gris mesa y, si antes las miradas no eran muy buenas, ahora no habían mejorado nada. Aunque si había una distinta. Marta, la camarera, no dejaba de mirarme sonriente.

Comenzó la hora de los brindis y de las palabras de los padrinos, los novios y de aquellos que se apuntaban a un batallón si hiciese falta. Comenzaron a servir el champán y, cuando la moza se acercó a servirme

"Me ha gustado la canción. Ha quedado muy bonita. Si necesitas que te acompañe de nuevo no tienes más que decírmelo."

Las mujeres, esas grandes desconocidas. Cuanto más tiempo paso teniendo relaciones con ellas, menos las entiendo. Pero, ante cosas así, no hay nada mejor que una buena respuesta de desahogo.

"Ahora ya se el camino, gracias." – gilipollas.

No le gustó, lo noté en seguida. Ahora mi cabeza estaba ocupada con otra cosa. Tenía ganas de largarme de allí e ir a donde quería ir. Al concierto que había en la parte baja del restaurante.

Por el hilo musical comenzó a sonar música comercial para que los comensales que quisieran comenzaran a bailar. La cena había acabado y ahora tocaba la fiesta. Me levanté de la mesa y me acerqué a Ginés para decirle que me iba.

Me preguntó si iba al concierto y le dije que si. Me dijo que antes de marchar, se pasaría por allí por si necesitaba que alguien me llevara pero rechacé su oferta.

"San, mi niña, disfruta mucho y aprovecha todo lo que la vida te pone delante, no lo olvides. Y, ya sabes, mi puerta siempre estará abierta para ti."

"Muchas gracias Ginés, es usted muy amable. Mi puerta también está abierta para lo que necesite."

Así nos despedimos y así me encaminé hacia el concierto. A pesar de todas las cosas malas que me han pasado, todavía sigue habiendo gente que merece la pena. Cuando estamos decaídos pensamos que somos unos incomprendidos y maldecimos nuestra mala suerte. Pero, cuando menos te lo esperas, aparecen angelitos que te ayudan a ver el mundo de otra manera.

Llegué a la parte baja del restaurante y la gente estaba empezando a entrar. Me acerqué al escenario y busqué a Uxía con la mirada. No la vi y decidí sentarme en una de aquellas butacas para disfrutar de su voz una vez más. No sería lo mismo, pero estaba segura de que me iba a gustar.

En unos minutos el salón se llenó de gente y las luces se bajaron. El escenario se iluminó y un chico con una guitarra española comenzó a tocar. Había varios instrumentos: una batería, un piano, un bajo, un saxo… y un micrófono.

El solo de guitarra me transportó a algún lugar bonito y relajante. Hay sonidos que enamoran, ecos que se quedan grabados y, como de la nada, su silueta de pie, junto al micrófono, mirando a su compañero con semblante calmado.

Era una melodía lenta y así se aproximó al micro. Puso letra a esa preciosa melodía. Su voz sonaba personal, fuerte, aunque estaba cantando de manera suave. Con los ojos y los puños cerrados.

Yo pienso que todas las mujeres somos ángeles, sin alas

El público allí presente comenzó a aplaudir, se presentó y presentó a su guitarrista. Sin parar de tocar en ningún momento, cambiaron de canción.

Se había cambiado de ropa. Llevaba un vestido negro flojo, con un generoso escote que sus pequeños pechos no rellenaban. Por encima un chal de color dorado apagado. Estaba preciosa y emanaba una energía que obligaba a todo el mundo a mirarla sin poder evitarlo.

Su música era muy bonita e invitaba a escucharla. Una fusión de jazz con toques flamencos. Había canciones que conocía y otras que no. Supongo que muchas eran de su puño y letra y cada canción era más bonita que la anterior. Su frente estaba salpicada por gotas de sudor.

No estaba segura de si me había visto, pero si estaba segura de que, cuando acabara, iba a ir a saludarla para darle la enhorabuena y charlar un rato con aquella mujer que había conseguido sorprenderme tanto.

Me había quedado bastante pena de no haber podido charlar con ella después de nuestra canción. Y me sentía sorprendida de que hubiese escogido aquel tema, tan diferente a lo que estaba escuchando ahora. Como ella dijo, la música es para disfrutarla independientemente del estilo.

"Muchas gracias a todos, gracias. Ahora voy a cantar una canción que todos conocemos."

Empezaron a sonar los primeros acordes de Ojos Verdes. Solo un piano. Y su presencia. Todos empezamos a aplaudir de nuevo. Cantaba lenta e intensamente. Era impresionante como un cuerpo tan menudo podía hacer reaccionar a los demás de aquella manera.

Ven y toma de mis labios que yo fuego te daré

Dejaste el caballo y lumbre te di

Y fueron tus ojos dos luceros verdes de mayo pa mi

Sacó el micrófono del pie y empezó a acercarse a la parte del escenario en donde me había colocado. Pensé que no me había visto, que no se había dado cuenta, pero ahí la vi, mirándome a modo de dedicatoria.

Ojos verdes, verdes como la albahaca.

Verdes como el trigo verde y al verde, verde limón

Ojos verdes, verdes con brillo de faca

Que se han clavaíto en mi corazón

El corazón me latía con una fuerza increíble, la piel de gallina y me embargó la emoción. No pude evitar que se me escaparan dos lágrimas. No eran de pena, ni de alegría, eran de emoción. Era lo que provocaba aquella voz, aquella canción, en mí.

Cuando acabó el concierto y todo el mundo se empezó a retirar, uno de sus compañeros se acercó a mí y me acompañó al lugar donde estaba Uxía. Estaba tomando un poco de agua y recibiendo las felicitaciones de sus compañeros. Admiraba a aquella mujer.

"Hola otra vez."

"Hola." – me quedé en la puerta sin saber que hacer. Estaba en blanco, no reaccionaba. – "Ha sido precioso… me has emocionado."

"Me alegra que hayas venido. Antes me quedé con las ganas de charlar un rato más. Quería darte las gracias." – la miré con cara interrogante. – "Gracias por haberme acompañado arriba, durante esa canción. Normalmente salgo acompañada por músicos y estaba muy nerviosa. Tienes una voz bonita."

"No me tienes que dar las gracias, fue un placer… aunque no soy cantante, no se ni por qué lo hice. Me salió solo. Seguramente me hipnotizaste…"

Se me quedó mirando con una gran sonrisa.

"Mira, ahora nos vamos a la costa. Tenemos un par de días de descanso. ¿Te gustaría venir?"

"¿Ahora? No tengo ropa ni nada… y no nos conocemos…" – comenzó a acercarse a mi despacio – "Si, voy, hasta martes no tengo que volver al trabajo." – Por una vez voy a seguir al pie de la letra el consejo de alguien.

"No te preocupes, nos acercamos a tu casa, coges lo que necesites y listo."

Fuimos a mi casa y metí a toda prisa algo de ropa y mis cosas de aseo en una mochila. Bajé y allí estaban Uxía y Alma, la batería. Íbamos a ir las tres juntas en una furgoneta. Nos quedaban algo más de 100 Km. por delante.

Subí en la parte trasera y comenzamos nuestro viaje. Charlamos un rato de cosas sin importancia hasta que me vi sorprendida por el repentino cambio de asiento de Uxía. Se estaba pasando al asiento de atrás para ponerse a mi lado.

Encendió un porro y comenzó a darle bocanadas profundas. Decía que era lo mejor para relajarse. Me lo ofreció y le dije que solo había fumado una vez. Me dijo que no me preocupara, que si me encontraba mal ella me cuidaría.

Le dio una calada y acercó sus labios a los míos. Aspiré aquel humo y casi me dejo los pulmones… una nube blanca se puso en mi cabeza y mi cuerpo dejó de ser mío (otra vez). Me sentía relajada, flotando en el aire.

"¿Estás bien?"

"Si… es raro."

Volvió a aspirar una vez más y volvió a acercar sus labios a los míos hasta casi pegarlos. Y repetimos este paso unas cuantas veces más. Cada vez con las bocas más juntas. A veces me besaba sin humo. Besos ligeros, piquitos. Y yo me empecé a excitar, pero mis músculos estaban tan relajados que ni siquiera respondían a lo que yo quería.

Cuando se acabó aquel cigarro aliñado empecé a recostarme en el asiento y ella se posicionó casi sobre mí. Su boca se apoderó de la mía y nos empezamos a besar despacio. Su lengua jugaba con la mía y sus manos acariciaban mi cara e iban bajando por mis brazos para tomar mis manos.

Las curvas de la carretera hacían que nuestros cuerpos se frotaran uno contra el otro haciendo que mi excitación aumentase. Sentía a esa mujer sobre mí y mi cabeza no dejaba de pensar en la imagen sobre aquel escenario. Su mirada clavada en la mía mientras cantábamos juntas aquella canción.

Una de sus manos empezó a desabrochar mi camisa y su boca se apoderó de mi cuello. Mis ojos estaban cerrados, ni siquiera era consciente de en que lugar estábamos. Comenzó a acariciar mis pechos y sentí un placer casi indescriptible. No se si era debido a aquella hembra o a los efectos de la hierva. Rodeé su cintura con mis piernas para sentirla más y, después de desabrochar mi sujetador, se lanzó en picado a castigar mis pezones.

Lo que salía de mi garganta no eran suspiros, eran gritos casi desesperados. Lo curioso era que yo era incapaz de hacer lo mismo. Mi cuerpo solo respondía a los estímulos que ella me proporcionaba, quería disfrutar lo que me hacía sin molestarme en devolver el favor… ya habría tiempo.

Noté sus manos en el cierre de mi pantalón mientras lo desabrochaba. Súbitamente me noté húmeda como hacía tiempo que no había estado. Siempre pensé que hacerlo en un vehículo era incómodo, pero su cuerpo menudo se movía allí como pez en el agua.

Me daba igual que el coche estuviese en marcha y que hubiese otra persona dentro del vehículo. No me importaba saber que estaba observándonos a través del espejo retrovisor. Solo quería disfrutar de aquel momento de placer único con aquella mujer única.

Su mano se coló por debajo de mis bragas y comenzó a acariciarme el clítoris mientras su boca volvió a la mía. Me besaba despacio, me acariciaba despacio, el coche iba deprisa, igual que mi pulso y mi respiración.

Estaba totalmente rendida a aquel momento, a aquella mano que me masturbaba desesperadamente lenta. Es difícil explicar lo que mi cuerpo estaba experimentando en aquel momento. Era como tener un orgasmo continuado donde sabes que tendrás un orgasmo final más apoteósico si cabe.

Levantó su cabeza apoyándose con una mano en la puerta que sostenía mi cabeza. En esa postura comenzó a penetrarme y, aunque yo quería mantener los ojos abiertos, no pude. Dejé que ella me observara mientras yo me sentía mareada por el placer que estaba recibiendo.

Mis jadeos eran como grititos de desesperación. Quería que siguiera eternamente con aquel increíble y excitante movimiento. Me ponía más saber que me estaba mirando, estaba viendo uno de los momentos más íntimos de la mujer. Ese momento en el que no eres nada, en el que dependes de otra persona que te da placer. Ese momento en el que deseas estar así y que no se acabe.

Sus dedos entrando y saliendo, el humo en mi cabeza, mi cuerpo terriblemente sensible, sus labios cerca de los míos de nuevo, ese olor a marihuana… no podía aguantar más.

Mientras sus dedos seguían en mi interior, la palma de su mano se puso sobre mi clítoris haciendo más insoportable de lo que ya era el placer. Y no pude evitar rodearla con mis brazos para acercar nuestras bocas una vez más, tratando de amortiguar, de alguna manera, el gran orgasmo que estaba a punto de embargarme.

Y así fue, tuve que separar nuestras bocas para que un grito saliera de mi garganta. Estábamos sudando y yo demasiado mareada. Mis ojos no se abrían y me sentía pesada y feliz. Muy feliz. Acababa de vivir uno de los mejores orgasmos de mi vida a manos de una artista a la que acababa de conocer, después de fumar un porro, en una furgoneta conducida por otra desconocida.

"¿Estás bien? ¿Eres capaz de incorporarte?" – me estaba hablando y todavía no me sentía preparada para abrir los ojos.

"Eso creo…" – la solté despacio y empecé a tomar conciencia de donde estaba.

"Ya hemos llegado. Alma ha dicho que nos espera arriba. Vamos, todavía queda mucha noche…"