SAN IGNACIO NIGHTS (Los inicios en la sumisión).

Jalándome Juan del cabello, y atizándome fuertes nalgadas; a la vez que, sin pedirme autorización, me azotaba mis nalgas con una delgada vara, dejándome varios verdugones en nalgas y muslos; yo gritaba y lloraba ante los azotes, girándome intentando evitarlos, a la vez que este, sádicamente me perse

Yo iba durante aquella gira con la banda de rock; el cantante era mi novio, el cual era considerado como la voz gemela de los Bee Gees. Agonizaba la década de los 70, y con ella también, la época del ritmo disco; para esos tiempos, el extraordinario parecido de la voz de mi novio, a la de los Bee Gees, llenaba salones en California Estados Unidos.

Nadie dudaba del extraordinario talento de este joven, al que llamare “Juan”; quien, como tantos otros músicos, no se escapaba al uso y abuso de drogas. El me pedía le escribiera canciones, lo cual yo hacía, intentando cubrir las características musicales que este me pedía. Muchas de ellas en idioma inglés, que eran sistemáticamente rechazadas por los productores disqueros de Estados Unidos, quienes le decían a Juan, que su futuro era como la voz gemela de Andy Gibb, no obstante, Juan ansiaba destacar por cuenta propia.

En aquellos años, y durante un tour que la banda realizó por la Baja California sur, con destino a centros exclusivos de La Paz, y Cabo San Lucas, nos quedamos varados en nuestro transporte terrestre, en el mágico poblado de San Ignacio Baja California sur; debido a las intensas lluvias, que derribaron con sus furiosas corrientes, partes de la carretera en diferentes tramos. Así, nos vimos obligados a permanecer algunos días, en el poblado; en donde casualmente, se encontraban acampados por el mismo motivo, varios turistas de diferentes nacionalidades, en su mayoría estadounidenses, en los llamados “motor homes” o casas rodantes.

Yo me quede en una casa de la localidad, en donde rentamos varios cuartos para dar cabida a todos los miembros de la banda; mientras en mi mente, bullía componer una canción específica que hablara de Baja California, y que describiera dentro de su letra, acerca del pintoresco pueblo de San Ignacio. Cuando Juan, y el resto del grupo la escucharon cantada por mí, aquella noche, se sorprendieron; e inmediatamente, se pusieron a hacer los arreglos musicales, y cuando la luz eléctrica al fin regreso horas después, improvisamos un festival musical en el risueño parquecito, en donde el grupo abrió con aquella canción composición de mi persona.

La respuesta de propios y extranjeros que la escucharon, tanto en idioma inglés como en español en la magnífica voz de Juan, quedaron cautivados; y después el grupo, se siguió con las melodías propias de la época, bajo el increíble consumo de estupefacientes de un número de los turistas, e incluso, de parte de personas quienes jamás las habían empleado, bajo el embrujo de la música espontanea.

Juan, me pedía que consumiera marihuana, al menos por esa única vez con él, a lo cual me negué; pero en reciprocidad, en un arranque de júbilo, accedí a subir al estrado desnuda; cantando para él, y toda la concurrencia agrupada ahí, aquella melodía creada por mi persona, y a la cual titulé: San Ignacio nights (noches de San Ignacio); compuesta al ritmo de blues, y la respuesta del público congregado, fue una experiencia única y estruendosa, a mi tenue vocellila con cierto aire al estilo de Janis Joplin.

Yo era muy joven, apenas 17 años, estaba de vacaciones escolares, y jamás había cantado en público, y nunca lo volví a hacer; tampoco, había hecho ningún tipo de intercambios sexuales con otros hombres, aunque Juan constantemente me pedía que lo hiciera.

En cierto instante, mientras yo cantaba, subió al estrado una rubia a bailar y cantar junto conmigo; desnudándose lenta y sensualmente, ante la algarabía de los concurrentes, procediendo luego esta hermosa dama, a restregar su pubis en la cara lateral de mi muslo; mientras yo, interpretaba otras melodías; sin ser de ninguna manera yo, una cantante siquiera pasadera. La algarabía era ensordecedora, mientras que Juan, se encontraba atónito ante mi osado espectáculo; no esperaba que su llamada “princesita” fuera capaz de realizar tales cosas, y como le dije días después:

-          Yo no ocupo de drogas ni de alcohol para tener sexo…

En cierto instante, mi voz fue sofocada por un beso apasionado de la rubia, y entonces Juan tomo el micrófono, y esta bella mujer me tumbo sobre el improvisado templete, y me monto a la vista de todos sin escrúpulo alguno; remolineándose encima de mí, arrancándome alaridos de pasión apagados por la música de la banda. Todos se acercaban a vernos, y en ese instante vi varias vergas emerger y apuntar deseosas, directamente hacia nosotras; mientras se masturbaban locamente, entre la estridente música, en conjunto con la inmensa cortina de humo de marihuana, y la gritería de todos.

La rubia me parecía que se encontraba alcoholizada, y quizá drogada; pero yo, estaba en mis cinco sentidos, y vi que los hombres se hincaban en torno nuestro, y se masturbaban, mientras que la rubia de nombre Jenny, cabalgaba alegremente encima de mí, y ambas experimentábamos intensos orgasmos. Después de un rato, las dos nos hincamos, y ella pidió a los hombres, que se pusieran de pie en torno nuestro arriba del templete, con el fin de que derramaran su semen en nuestra cara, pecho y pelo. Yo sentí fuertes chisguetes de semen rebotando incluso en mi espalda…

Jenny mamaba como una becerra a quienes se le acercaban, y yo lo hice, pero pidiéndoles que se pusieran condón. Esa noche, un jovencito del pueblo a quien nombraban “panchillo” de escasos 18 años, iba y venía corriendo, como mandadero, a la farmacia a traer condones, porque otras parejas se nos habían unido en aquel aquelarre de música, sexo, alcohol y drogas…

Me era imposible dar crédito a la cantidad de semen que sentía en mi rostro y pechos, porque mantenía mis ojos y boca bien cerrados, cuando la voz entrecortada de Jenny, ahora ensartada de perrito por alguien, me dijo que ella iba a limpiar toda aquella extraordinaria cantidad de leche, emanada de sabrá cuantas vergas, ¡haciéndolo con su boca!

Esa noche, no acepte ser poseída por ningún hombre, pero otras mujeres me tumbaron y chuparon vorazmente mi clítoris, vagina, ano y chichis; provocándome docenas de orgasmos, mientras alguien me nalgueaba por primera vez en mi vida, haciéndome fan a tales golpes a partir de ahí…

Horas después, y cerca de la madrugada, con algunas parejas botadas por aquí y por allá, y otros más aun cogiéndose entre los árboles, muy al estilo de lo descrito que ocurrió en Woodstock y en Avándaro México, según cuentan los que estuvieron en esos fascinantes lugares; yo, sin saber en dónde se encontraba Juan, me fui sola, y únicamente con mis pantaletas trasparentes puestas, caminando rumbo al cuarto; rebotando mis alegres tetas al cálido viento de la noche, y en ese instante, vi la figura del joven aquel, el cual hacia los mandados a comprar condones a la farmacia, quien me observaba con sus enormes ojos de búho, resplandecientes entre las sombras.

Sonriéndole amablemente, lo tome de la mano, arrastrándolo sin mediar palabra alguna, conmigo al cuarto; en donde, el chico se montó encima de mi cuerpo, arrancando mis bragas, y desesperadamente caliente, de tanto ver las inimaginables escenas sexuales, de todos aquellos hombres y mujeres asistentes al concierto, dignas del Decamerón de Bocaccio; derramando el chico de 15 años, todo su caliente y abundante semen, en el condón en mi vagina, rematando por mi apretado trasero, a la vez que sus huevos ingurgitados, rebotaban durante la ensartada aquella…chupándole yo, previamente a su gran cogida, toda su parada verga; mientras que el, mí ingurgitado clítoris.

Recostado el jovencito en mi regazo, al terminar aquel largo encuentro sexual, y sudorosos los dos; este me pidió le cantara aquella melodía: San Ignacio nights, y mientras acariciaba su rizado pelo, se la cante despacito, mientras me pedía que me quedara a vivir con él, en el bello pueblo de San Ignacio; ante lo cual, sonriéndole yo, le dije que tal no era posible; pues yo suponía que mi vida la compartiría para siempre con Juan, el responsable y verdugo de mi virginidad, a quien amaba en ese entonces. Al despedirme del joven, una semana después, rumbo a la Paz Baja california, le dije:

-          si de algo te sirve que te lo diga, en otras circunstancias me hubiese quedado contigo. Pero ignoro, a final de cuentas, de qué diablos le habrá servido aquello...

Después de que el jovencito de la farmacia abandonara el cuarto aquella noche, ante la aurora que se avecinaba, observe la figura de Juan que salía del baño a hurtadillas entre la penumbra; en donde siempre estuvo prestando atención a mi desempeño sexual, pegándome de paso, un enorme susto. Sumamente excitado, tomándome sin decir nada, beso ansioso todo mi cuerpo, exaltado por el ardor, debido a la escena presenciada por este, en donde me cogiera con todas sus fuerzas el jovencito enamorado; mientras yo le preguntaba entre excitada y a la vez temerosa de su reacción:

-          “¿Te gusto amor? ¿Te gusto lo que hice?”

Mientras Juan, jadeando me decía:

-          Calla puta…

Jalándome Juan del cabello, y atizándome fuertes nalgadas; a la vez que, sin pedirme autorización, me azotaba mis nalgas con una delgada vara, dejándome varios verdugones en nalgas y muslos; yo gritaba y lloraba ante los azotes, girándome intentando evitarlos, a la vez que este, sádicamente me perseguía notablemente excitado, y drogado.

Yo corría por todo el cuarto, gritando que por favor se detuviera, pero Juan, jadeando como animal, continuaba sus azotes, exclamando:

-          Eres una perra…una puta caliente…me encantas…

-          Si amor SIIII…exclamaba yo: ¡soy tu puta…tu perra!

En cierto instante, los azotes al fin se detuvieron, arrastrándome previamente Juan, a varios orgasmos; disfrutando yo, del sometimiento y la humillación verbal; mientras que este, tumbado sobre la cama, y afianzado a mis nalgas como un tigre a su presa, separaba y husmeaba mi culo, así como todo mi cuerpo, impregnados del humor a macho caliente de aquel joven; cayendo de nuevo clavada, por su verga infatigable, masacrando mi cola y vagina adolorida, al tiempo que, entre beso y beso, mientras yo lloraba en mi papel de nueva sumisa, Juan me daba las gracias por todo aquel día…

Los dos días siguientes en el pueblo, fueron de tremendos encuentros sexuales; en donde Juan, me exhibía como una esclava, ante los codiciosos ojos, de un grupo de hombres dentro de la casa, quienes jugaban a comprarme para que les diera placer; mientras que mi adorado jovencito Panchillo, sufría de verdad, al enterarse de la forma como yo era tratada por Juan; incapacitado para comprender, la naturaleza de este simple juego. Mis intentos y palabras para convencerlo acerca de esto, se estrellaban con el amor que me decía tener.

El joven, odiaba ver a Juan, fingiendo subastarme; mientras que yo, como parte del juego de amo-esclava, permanecía con la cabeza gacha, desnuda, y con mi largo cabello, cubriéndome parte del rostro, y de las tetas, recogiendo aquel, las ganancias de la puja. Mismas que luego, eran depositadas en mis manos, ya que jamás fue la intención de Juan, el prostituirme y vivir de ello, y menos yo, el permitírselo.

Las damas de la localidad, con justa razón, ya empezaban a odiarnos; muy a pesar de que nosotros nos alejábamos del bello poblado, con el fin de hacer nuestras cosas, pero desde luego, los comentarios pueblerinos, ya eran muchos; corregidos y aumentados. Incluso el párroco del apacible lugar, ya despotricaba en contra de aquella improvisada comuna, casi al estilo hippie, que había sentado sus reales como parvada demoniaca.

Dos días después de estar en el pueblo, yo fui invitada por el presidente municipal del bello pueblito de manera inesperada; y tranquilamente decidí aceptar su invitación, ante el temor de Juan y de toda la banda, así como de otros miembros de esa la comuna espontanea, en donde ya éramos amigos todos, temerosos de alguna reacción en mi contra; pero sorpresivamente, el hombre me dio las gracias por haber compuesto una melodía a san Ignacio, Baja California sur; dejando yo, escrita, sobre una hoja de papel muy bella, la letra de la melodía, y autografiada; mientras que, muy contentos los dos, cantamos y grabamos en una pequeña grabadora de la época, y a dúo, aquella canción; y que para mi sorpresa, el hombre la ejecutó, tanto en inglés como en español. El munícipe tenía una gran voz, y tocaba excelentemente la guitarra.

Después de convivir, comer y beber un buen vino, y a punto de despedirnos, el señor presidente municipal, me pidió algo que ya se me hacía tarde que no dijera: Que tuviéramos sexo; y directamente, me dijo acerca de mis dotes como sumisa, lo cual, aparentemente, ya formaban parte de las leyendas urbanas del pueblo. Yo acepté, y me pidió que me vistiera como colegiala, con mis colitas y todo; utilizando una faldita pequeña tablillada, que el hombre mañosamente mantenía guardada en el palacio municipal, y seguramente ya empleada en otras ocasiones, con alguna chica del pueblo; colocándome una blusa blanca, que apenas logro cerrarme los botones, haciendo resaltar mis bellas y grandes tetas, lo cual provocó que el hombre se arrojara lujuriosamente sobre su presa.

El presidente municipal, tenía una enorme panza, y gran papada que lo semejaba a un batracio; y por encima de unos gruesos y partidos labios, lucia unos bigotones arriscados. El hombre se encontraba cercano a los 60 años, o quizá algo mayor; y lo vi con su gorda verga muy parada, la cual se encontraba sujeta en su base, pegada al pubis, por una banda o liga, y por debajo, unos enromes testículos como casi pelotas de beis bol; resaltados aún más, por dicha liga; algo que jamás, había yo visto antes, y que después supe, que tal banda, impedía el regreso de la sangre, lo cual se decía, que evitaba la perdida de erección.

El hombre, no se anduvo con rodeos; me tomo fuertemente por una de las colitas de pelo, y me dio un tirón, haciendo que me hincara en el suelo, y entre palabras denigrantes, y mis lastimosos lloriqueos, introdujo su verga en mi boca, casi haciéndome vomitar; luego me tomó de las dos colitas, y su penetración oral, ya se hizo insoportable. Sus movimientos a mi cabeza, por medio del pelo, eran muy rápidos como violentos; casi llegándome a la tráquea, y cuando al fin, me la pude extraer, me dio una bofetada ligera (me sorprendió…fue la primera vez, y era algo que yo suponía no ser capaz de permitirle a nadie), y me gritó:

-          Eres mi puta, y yo ordeno cuando me la dejas de mamar… ¿entendido?

Sin esperar respuesta, sus filosas garras, se afianzaron en torno a mis paradas y suculentas tetas, y las succionaba cual becerro; chupando mi cuello y casi arrancándome los labios. Sus babas candentes, escurrían como lava, por mi rostro, cuello, y tetas.

El hombre, me sujeto con correas de muñecas y tobillos, a los postes de una enorme cama, dentro de un cuarto en la casa municipal; mientras me azotaba con otra correa especial, no tan dolorosa, y si de ruidos muy escandalosos, tanto las nalgas, espalda y muslos; a la vez que tiraba de mis colitas, y me preguntaba:

-          ¿Quién es su rey putita? y yo le respondía:

-           Usted mi amor…

Y entre feroces nalgadas, me gritaba:

-          Mas te vale perra…

Gritándome que elevara mi culo, me introdujo un enorme pepino por la vagina, previamente untado con aceite especial; haciendo a un lado mis sexis braguitas, a la vez que yo gritaba de manera escandalosa, tanto por el placer, como por sentir la dilatación de mis paredes vaginales.

Entre chillidos de mi parte, como una niña asustada, el hombre me daba tandas de nalgadas; y dejándome libre de mis ataduras, violentamente hizo mis bragas a un lado, y sin misericordia alguna, me dio por el culo. Todo esto fue muy rápido e intenso, y al punto de reventar el hombre, entre nalgadas y maldiciones, se quitó el condón y chorreo su semen, en todo mi rostro; restregando la tumefacta cabeza de su verga, en mis mejillas; a la vez que yo, permanecía con los ojos y la boca cerradas.  Mientras tal cosa ocurría, el individuo bufando como un elefante moribundo, exclamaba:

-          Tenga mi putita…

Me pidió que regresara al otro día, con la güerita Jenny, ofreciéndome un dinero por ello. La bella joven de 22 años, accedió llena de gusto; y me dijo que todo era para disfrutar de nuevo conmigo, y también ver, y provocar al presidente municipal, quien seguramente, según Jenny, se encontraría tumefacto de deseo.

Jenny y yo, llegamos al siguiente día a la oficina del hombre, entre la mirada lasciva de agentes de la policía, y algunos burócratas, a quienes Jenny, coquetamente les enviaba besos y sonrisas, sin importarle nada; causándome algo de incomodidad, que estos pudieran darse cuenta a lo que íbamos.

La bella rubia y yo, nos cambiamos con ropa de colegiala, y pude ver, atisbando dentro de un enorme ropero, una serie de trajes de niña, y algunos látigos de utilería. Yo, premeditadamente, al conocer los gustos del presidente, lleve colocados unas lindas bragas blancas, coronadas en la parte que cubre las nalgas, con olanes de color rosa; que tanto gustaban a Juan también. Una vez que salí del baño vestida de colegiala, el hombre, me devoraba con los ojos; dándome cuenta, que había dado en el clavo con sus gustos. Por su parte, Jenny salió sin bragas, levantando la minúscula faldita, mostrando unos cuantos vellos púbicos de color claro, adornando su bello pubis y sus bien formados labios; y por detrás, sus nalgas perfectas de marfil.

Jenny, me tiró súbitamente al suelo, sin sketch previo; y violentamente, desgarro mis ropas, entre bofetadas, ante el beneplácito del hombre. Mis bragas las retiro, para azotarme las nalgas sin piedad, ante mi llanto; separando mis nalgas con una mano, introdujo un dedo por mi ano, ejerciendo un violento y rápido movimiento de pistón, y al voltear a ver al munícipe, observe como jugaba con su gorda verga. Jenny, le dijo al hombre que me azotara, y este gustoso, extrajo uno de los látigos, y dio a mis nalgas, el tratamiento excitante para una sumisa, y placer de su amo.

La garganta me ardía debido a mis propios gritos; la rubia, me mamaba el clítoris, y jalaba mi cabello como podía, a la vez que el hombre, rasgó de nuevo mi culo de tremenda estocada. Jenny, azotaba mi espalda desnuda, sin importarle mis suplicas y lloriqueos, y sin poderlo evitar, el cacique tremendamente excitado, extrajo su verga de mi trasero, y la zambulló de un golpe, en la dulce boquita de la güerita; quien gustosa, se tragó todo el semen del hombre.

Una vez fuera Jenny y yo del lugar, esta iba muy contenta, contando los billetes que le diera el munícipe; del cual, yo había renunciado a mi parte. Esa ocasión, fue la última vez que yo la vi en toda mi vida.

La canción compuesta San Ignacio nights, jamás vio la luz, pero esto siempre fue lo de menos; mientras que Juan, ahora ya olvidado, debido a seguir caminos diferentes entre él y yo, supe tiempo después, que lamentablemente, andaba por las calles drogado, y en pésimas condiciones. Es posible que Juan jamás haya sabido, que gracias a sus dulces azotes de aquella noche, mi carrera como sumisa sexual, con un buen amo desde luego, me convertiría en una adorable y apasionada compañera erótica; dulce como educada y refinada, y toda una puta en la intimidad.

Todos los demás miembros de aquella legendaria y excelente banda, terminaron desperdigados; mientras que acerca del dulce Panchillo, tampoco supe nada, pero en mis pensamientos, le deseo lo mejor del mundo. Mientras que el munícipe, algunas veces me escribió, ofreciéndome dinero para que fuera al pueblo, algo que jamás intenté realizar.

FIN.