San - El muerto al hoyo y el vivo al bollo.

“Joder, que mal… últimamente no hago más que escuchar hablar de muerte.” – me sentí triste por aquella simpática muchacha que había conocido el día anterior y no pude evitar recordar también lo que me había contado Leti.

“A ver, papá, ¿estás seguro de que esta maquina será adecuada para este mueble?”

“¿Dudas de mi palabra?”

“No, hombre… es solo que… me parece que es demasiada potencia y… esta madera parece muy deteriorada.” – a pesar de la gracia que me hacía ver a mi padre con un mono de mecánico, la mascarilla y la lijadora en la mano, sentí miedo de perder aquel pequeño zapatero. – “Además, así se perderá el dibujo…”

“¿Y para qué quieres conservar el dibujo? Es muy feo… y la madera está muy deteriorada. Deja que le pase la lija en una esquina y probamos…” – escuché el atronador ruido de aquella máquina infernal y me puse nerviosa. Cogí con las dos manos el inanimado objeto.

“No, no y no. De esto me encargo yo personalmente… y creo que lo voy a hacer a mano. ¡Salvaje!” – escuché como mi padre se desternillaba de la risa viendo el infantil comportamiento de su hija no tan pequeña.

“Jajaja, pero Marisán… que maneras son esas, Jajaja.” – apagó la lija y se quitó la mascarilla mientras intentaba ponerse serio. – “Te pude haber hecho daño…”

“No, porque me aparté muy rápido.” – mi padre casi lloraba de la risa. Hacía mucho tiempo que no le veía reír de aquel modo. – “Vamos a hacer otra cosa… uf, todavía nos queda mucho trabajo por hacer.”

“Ay, hija, estás como una cabra… a ver, ¿qué quieres hacer ahora? Mira que me he gastado una pasta en este cacharro y quiero darle uso.”

“Pues, ahora que lo dices… la puerta del baño roza contra el suelo y no cierra del todo. Por favor, papá, ¿quieres destrozarme esa puerta?” – puse mi mejor cara de niña buena y mi padre la de niño malo y, sin decir nada más, se fue corriendo con su nuevo juguete.

Miré aquel pequeño zapatero con ternura. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que mi tía debía tenerle cariño a aquel objeto. A pesar de que estaba deteriorado por el paso del tiempo parecía cuidado, como si hubiese sido muy utilizado. No es que supiese mucho de restauración de madera, pero sabía que el dibujo acabaría desapareciendo. Así que decidí copiarlo con papel transparente.

Lo cierto es que papá tenía razón. Los chicos estaban haciendo un muy buen trabajo de restauración en la casa y cada vez parecía más nueva. Y el lar le daba calor a toda la casa... y personalidad. Aquel lugar que a penas recordaba se estaba convirtiendo en mi hogar.

Supongo que vagar tanto por el ancho mundo me hace vivir la parte errante que todos tenemos por naturaleza y ahora me apetece tener una casa en la que estar, un lugar al que realmente me apetezca volver. Algo mío de verdad.

Tampoco es que sienta la imperiosa necesidad de quedarme aquí para siempre, soy demasiado joven para asentarme en un lugar fijo y estoy en el punto justo para pensar también en el mañana. Y yo me imagino de mayor en un lugar así… ¿por qué no empezar a construirlo ahora?

Al fin y al cabo, el dinero… maldito dinero, para algo tiene que servir. Y, como no me gusta nada lo suficiente para malgastarlo, pues lo invierto en una idea de futuro y me quedo tan ancha. De todos modos y por suerte, tengo un trabajo fijo que me permite hacer este tipo de cosas… muchas otras personas no tienen la suerte que tengo.

Pero este año he decidido que sea mío… dedicarme a mí es lo mejor que puedo hacer en este momento. Han sido demasiados cambios seguidos y comenzaba a sentirme mareada.

Muchas veces me pregunto si estoy preparada para el mundo loco en el que vivo. Pienso mucho en como han evolucionado las cosas desde los comienzos del ser humano hasta ahora… de dos mil ejemplares a siete mil millones de seres humanos. Lo que es la evolución, la historia de cómo unos homínidos que campaban a sus anchas por un planeta único en esta galaxia teniendo un mundo entero por explorar, a ser una plaga que, en lugar de adaptarse al medio, adapta el medio para su comodidad.

Claro, y después nos quejamos cuando la Madre Naturaleza nos la devuelve con creces siguiendo su curso natural. No creo en ningún dios ni en seres supremos que marcan nuestro destino y nuestra vida, pero la historia y la ciencia me han enseñado a creer que La Tierra es un planeta vivo y que un ser humano nunca podrá acabar con sus latidos. Pero un ser humano no son siete mil millones y somos tan sucios y desconsiderados que estamos estropeando lo único que nos permite existir. Porque, por mucho que evolucione la ciencia, todavía no se ha encontrado otro lugar como este y no veo yo que lo logren a corto plazo. Y me pongo triste al pensar que por culpa de unos animales, un planeta entero llegue a desaparecer tal y como concibo yo este nuestro planeta.

Y, así como el mundo evoluciona, cada persona lo hace también en su pequeño mundo. Una vez escuché que hacerse mayor es dejar de entender cosas que antes entendías y viceversa. Supongo que me estoy haciendo mayor y que mis prioridades han cambiado. Ya no me importa vivir sola, ahora me importa vivir bien. Tampoco quiero buscar la felicidad… quiero ser feliz con lo que tengo y quiero disfrutar de cada día de mi vida sin importarme lo que traiga consigo.

“San… cariño… es que… recuerda que eres mi hija y que me quieres.”

“¿Qué has hecho papá?”

“Te juro que no lo he hecho a propósito… es que… he descolgado la puerta porque, como bien dijiste, no cerraba y lo hice bien. Pero, al colocarla la última vez, una de las bisagras se ha desprendido y, vamos… que la he liao parda…” – ahora la que reía era yo viendo la cara de mi padre como la del niño que hace una travesura.

“¿Has roto la puerta?”

“No, bueno… se ha roto la madera de donde estaba la bisagra… pero hay una carpintería en el pueblo y, por supuesto, pago yo el arreglo.” – Ay, papá…

……………………………………………

Después de caminar por medio pueblo buscando la dichosa carpintería, y después de haberle preguntado a las pocas personas que me fui encontrando por el camino, encontré un bajo que parecía cualquier cosa menos un negocio.

La puerta estaba entre abierta y en ella colgaba un cartel que decía “cerrado”. Decidí entrar de todos modos ya que escuchaba música en el interior. Supuse que, aunque no me atendieran en aquel momento, podría pedirle el número de teléfono a quien estuviese escuchando aquel rock tan intenso.

Cuando atravesé aquel umbral me encontré una estancia llena de trozos de madera de diferentes tamaños. El polvo y el serrín cubrían casi todas las superficies y la música hacía vibrar los cristales. Mi cabeza decidió jugar a uno de sus juegos preferidos e imaginó como sería el dueño de aquel lugar.

Lo que sonaba no podía ser otra cosa que Marea, la voz de Kutxi Romero es inconfundible. Me imaginé a un chico más bien joven con barba de días y el pelo largo… seguramente con ropa llena de tachuelas y algo desgarrada por el paso del tiempo. Y, no podía faltar, pantalones pitillo con botas militares. Y un millón de pendientes en las orejas… y un aro en la nariz.

Me reí un buen rato de mi ocurrencia y decidí, después de haber dicho “hola” quince veces, colarme por la pequeña puerta que había tras el mostrador para averiguar si mi imaginación y la realidad tenían algo que ver en aquel caso.

Y, por supuesto, me había equivocado del todo. No era un chico… era una chica. Llevaba el pelo corto, aunque no rapado y sujeto con una cinta. Por suerte tampoco tenía barba… Estaba dando una mano de barniz a un armario que se notaba que estaba recién lijado al tiempo que cantaba una estrofa que me hizo sonreír.

“Quédate hasta el día que lluevan pianos,

quédate hasta que yo dé mi brazo a retorcer,

y fóllame, como si esta noche me fuera a comer

las estrellas una a una,

quédate, jugará tu corazón al esconder, con el mío,

en la basura…”

“Hola…” – la chica dio un pequeño brinco hacia atrás apuntándome directamente con la brocha que goteaba barniz. – “Perdóname… no quería asustarte…”

“¡Joder! ¡Qué susto me has dado! Menos mal que no te he lanzado esto… ¡te abría puesto perdida!” – después de la cara de susto sus mejillas se sonrojaron. Su respiración todavía seguía un poco agitada pero una gran sonrisa iluminó su cara.

Algo en mi interior se removió y no eran gases, eso seguro. Esas hormiguitas… que hormiguitas ni que leches, aquella chica era la cosa más bonita que habían visto mis ojos en los últimos años. Y no bonita de ‘vaya, que chica más guapa’ no, bonita de ‘tu y yo sexo donde quieras y las veces que quieras… y, encima, cuerpo de diosa, ojos salvajes…

“De verdad que lo siento…” – intenté hacer que mis neuronas volvieran a donde estaban cuando noté que su mirada también cambiaba a modo de conquista.

“No pasa nada… creí que había cerrado. Me habré despistado, como siempre.” – sonrió de nuevo y mis bragas se humedecieron en reacción a aquellos preciosos brazos que marcaban algunos músculos. – “¿Te puedo ayudar en algo?”

“Eso espero.” – tomé aire porque su mirada me resultaba demasiado intensa. – “Resulta que estoy restaurando una casa y tengo muchos objetos de madera. Por supuesto, yo no soy carpintera ni tengo mucha idea de restauración… y mi padre quiere destrozarme la casa con su lijadora nueva porque, claro, el es el hombre, el que lo sabe todo. Padres… y, al caso, que necesito ayuda.”

La chica no pudo aguanta más y se echó a reír. Y no me extraña, es que tengo demasiada información en la cabeza y cualquier momento es bueno para pensar. Llevaba una camiseta de tirantes… la verdad es que allí dentro hacía bastante calor, y se marcaban dos preciosos senos que me idiotizaron durante unos segundos antes de volver a sus ojos.

“Eso parece. Debes ser la chica que está restaurando la vieja casa de la señora Inés. Si que se han dado prisa en hacerte la obra. Se nota que la crisis está dejando mucho tiempo libre.”

“Y se agradece…” – noté como me desnudaba con la mirada y se mordía el labio inferior inconscientemente. – “Si, me llamo San.” – Entonces la que reía era yo.

“Yo  Trunfffficia…” – se me escapó una sonora carcajada y ella intentó poner un poco de orden respirando hondo. Los nervios la habían traicionado y me alegré de no ser la única con cara de tonta. – “No, así no… lo siento, me llamo Lúa y, a veces, me pongo nerviosa si me miran fijamente.”

“Perdóname… yo a veces me vuelvo un poco idiota cuando me desnudan con la mirada.” – y me eché a reír de nuevo y ella también. – “Encantada Lúa. Entonces, ¿me podrás ayudar con mi problema?”

“¿Con cuál de ellos?” – se puso muy colorada al darse cuenta de que lo había dicho en voz alta. – “Claro, dime como lo quieres.” – y aquello era un no parar de carcajadas mías y meteduras de pata de aquella encantadora muchacha.

“¿Qué te parece si mañana te pasas por allí y así lo ves in situ? ¿Sabes llegar?”

“Perfecto, mañana, sin problema. ¿A qué hora?”

“Pues cuando te venga bien, yo estoy disponible.”

“¿En serio? Quiero decir, a las dos, ¿te parece bien?”

“Perfecto.” – sonreí y me acerqué para estrechar su mano. – “Supongo que sabrás llegar sin problema.”

“Si… jugué muchas veces en aquel patio… ¿no me recuerdas?” – su cara se iluminó con una sonrisa especial. Negué con la cabeza intentando atraer su imagen a mi cabeza. – “Yo a ti si. Bueno, acabo de hacerlo… eras de las mayores y a penas venías ya por allí. Recuerdo que eras la más graciosa cuando jugabas, pero, algunas veces, te tumbabas sobre la hierba mirando hacia arriba… pensando, decías.”

“Recuerdo jugar en casa de mi tía con algunos niños… pero ahora mismo no consigo ubicarte.”

“No tiene importancia… entonces, ¿a las dos en tu casa?”

“Si, a las dos en mi casa. Y ahora dejo que sigas con tu rock y con tu armario.” – sonrió de medio lado y me guiñó un ojo.

“Hasta mañana San.”

“Hasta mañana Lúa.”

Salí de la carpintería dispuesta a tomarme el vino que le había prometido a Leti. La verdad es que me apetecía más vagar por las calles desiertas que encerrarme en una casa que no fuese la mía, pero para algo estamos las amigas.

Aunque he de reconocer que las amistades, a veces, son como las veletas. Depende de donde vengan los vientos… no digo que Leti sea una mala amiga, tampoco yo lo soy, pero cada vida es la que cada uno se va montando día a día y todos necesitamos nuestros momentos de intimidad y soledad para pensar tranquilamente en que es lo que debemos hacer.

Supongo que, por mucho tiempo que pase y por mucho que crezcamos, nos cuesta acostumbrarnos a decidir solos a cerca de nuestra vida. Es como si casi siempre necesitásemos una dosis de ayuda extra… aunque después no hagamos ni caso en la mayoría de las ocasiones. Si no que se lo pregunten a nuestros padres.

Todavía recuerdo la cara de los míos cuando les dije que quería ser enfermera. Empecé siendo auxiliar porque lo mío nunca fueron los estudios, pero después de conocer a Alba y de ver el mundo de posibilidades que había, me decidí por seguir cursando mis estudios y conseguir la plaza.

En estos últimos años he crecido mucho y, a pesar de ello, todavía me sorprendo de seguir siendo casi la misma niña. Y el casi es porque el mundo también me ha hecho así y las circunstancias que vivimos también modelan nuestro carácter. Como dijo Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Por desgracia muchas veces hemos de funcionar así.

“¿San?” – me giré para poner cara a la voz que preguntaba en voz alta.

“Hola.” – una mujer salió de una pequeña frutería del centro del pueblo.

“¿No me vas a saludar?”

“Si, claro…” – me quedé un poco cortada mientras ella me abrazaba y besaba cariñosamente.

“¡Cuantos años han pasado! Deja que te mire… estás preciosa muchacha. A ti la edad te sienta bien… en cambio yo, mira como he cambiado.” – yo sonreía intentando recordar de quien se trataba. Sus ojos me sonaban, pero no conseguía recordarla.

“Bueno mujer, tú también estás muy bien…”

“Mamá, ¿podemos ir Damián y yo a jugar al parque?”

“Claro cariño… pero primero acércate, te voy a presentar a una vieja amiga. Mira, esta es San. Este hombrecito se llama Xoel.”

“Encantada de conocerte Xoel.” – aunque sigo sin saber quien es tu madre…

“Igualmente señora.” – ¿señora?

“No llegues muy tarde que ya sabes que a las siete te viene a recoger papá.” – el niño se marchó a toda prisa y timbró dos portales más abajo. Y yo que pensaba que ahora los niños no salían a jugar al parque como nosotros de pequeños…

“Así que casada…” – a ver si con un poco de suerte acababa de caer de la burra y por fin averiguar de quien se trataba.

“Divorciada. La verdad es que no aguantamos demasiado tiempo juntos. Ya sabes, fuimos dos inconscientes y, cuando me quedé embarazada de Xoel, y a pesar de que éramos muy jóvenes, decidimos cometer el error que más tarde deshicimos. Pero eso ya es pasado…” – me miró fijamente a los ojos y un escalofrío recorrió mi cuerpo, esa mirada si la conocía… y mejor de lo que pensaba.

“Estás muy cambiada Lucía… a penas te he reconocido hasta ahora.”

“¿Tan rápido de olvidas de tus amigas?” – sonrió con ternura.

“No me olvido… pero el tiempo pasa para todos. Y tampoco sabía que habías tenido un hijo.” – me costó mucho pero, detrás de aquel nuevo envoltorio, reconocí a mi primer amor.

“Xoel ha sido una de las pocas cosas buenas que me han pasado desde que te marchaste. Es el que me da más alegrías… el único hombre de mi vida.” – me miró de nuevo y se mordió el labio. – “Y tú la única mujer…” – nos quedamos un rato en silencio. Yo estaba un poco cortada porque no habíamos acabado muy bien, y ella clavaba sus ojos en mí como esperando algún tipo de respuesta. – “¿Vas a estar mucho tiempo por aquí?”

“Si, me voy a quedar una temporada larga. Necesitaba volver a casa. He estado demasiado tiempo fuera trabajando.”

“¿Te gustaría quedar para tomar algo conmigo?”

“Claro que me gustaría.”

“¿Mañana por la noche? Esta semana Xoel se queda con su padre y tengo la casa para mi sola. Me gustaría invitarte a cenar.”

“Está bien. ¿A qué hora quieres que vaya?”

“A las nueve, si te parece bien.”

“Me parece perfecto. Yo llevo el vino… y ahora me voy corriendo que he quedado con otra vieja amiga y ya llego tarde. Me ha encantado verte Lucía.”

“Y a mi verte a ti San… te he echado de menos…”

“Hasta mañana.”

…………………………………..

A penas pude dormir en toda la noche. Leti y yo estuvimos hablando hasta altas horas sobre las mujeres (las mías y las suyas) y tomando café y vino. Llegué a casa a las cinco de la mañana totalmente desvelada y con una sensación de intranquilidad en el cuerpo después de haber escuchado el dramático final de su ex.

No se, supongo que saber que una persona joven decide quitarse la vida para dejar de sufrir me resulta demasiado extraño. Siempre he sido positiva y la idea del suicidio nunca me ha pasado por la cabeza. Está claro que a nadie le gusta sufrir, pero también es cierto que todo tiene solución. Y la muerte es la última solución que deberíamos proponer porque es la única que no tiene marcha atrás.

Y no pienso que el suicidio sea una manera cobarde de afrontar un problema, porque hay que tener valor para quitarse la vida a uno mismo, pero si pienso que es una opción egoísta. En fin, nuestra vida es nuestra y cada día la tenemos en nuestras manos y no deja de ser lo único que nos pertenece desde que nacemos. Así que, si queremos ponerle fin, no tenemos más que hacerlo.

Pero me impresiona que haya gente capaz de apurar su propio final sin intentar darle la oportunidad al mundo de descubrirse como es. Ya se que todo depende del cristal con que se mira, pero no creo que sea todo tan negro como para no querer vivirlo.

“Hola San. Para estar de vacaciones madrugas mucho.”

“Buenos días papá. La verdad es que hoy no he dormido muy bien… ¿y tú? ¿Qué haces aquí tan temprano? No habrás traído la lijadora infernal…”

“Pues si, la tengo en el coche… pero no la he bajado ni nada.” – me hizo sonreír su cara de niño pícaro. – “Bueno… pasaba por aquí y como dijiste que ibas a ir ayer a buscar al carpintero… pues por si estaba y me enseñaba a usarla bien.”

“Me parece una buena idea papá. Pero no vendrá hasta las dos y a esa hora tu deberías estar comiendo con mamá.”

“Joo, pero mamá es aburrida… ¿no puedes llamar y decirle que venga antes?”

“Si me ha dicho a las dos será porque no puede venir antes.”

“Y ¿cómo se llama el carpintero?”

“Lúa.”

“Lúa es un nombre muy raro para un hombre…”

“Porque no es un hombre, es una chica.”

“¿Y tú crees que una chica podrá hacerlo mejor que tu padre?”

“Papá, no deberías preguntar esas cosas porque te puede parecer mal la respuesta. Además, he ido a la carpintería que me dijiste tú.”

“¡Ah! Entonces esa chica debe ser la nieta de José. Me alegra saber que su nieta ha heredado el oficio de su abuelo. José es el mejor restaurador y artesano de la madera que conozco. ¿No estaba por allí?”

“No, estaba la chica sola… además, llegué a la hora de cerrar. A lo mejor el señor ya se había marchado.”

“Ese hombre ha tenido que luchar mucho y lo ha pasado bastante mal… sabes, nacimos el mismo año y estudiamos juntos en el colegio. Siempre estuvo profundamente enamorado de la que después fue su mujer, Celsa, y tuvieron a Martín siendo muy jóvenes… pero Martín se le fue de las manos cuando Celsa murió… Desapareció durante cinco años y cuando regresó traía consigo a una cría.” – mi padre negó con la cabeza y siguió con la historia. – “Se había metido en temas de drogas y se lió con una yonqui que, en cuanto pudo, desapareció sin dejar rastro y Martín no se encontraba con fuerzas para sacarla adelante. Así que volvió a casa con su padre. Pero, desgracias que a veces pasan, cuando todo empezaba a funcionar, Martín sufrió un accidente de tráfico y perdió la vida…”

“Joder, que mal… últimamente no hago más que escuchar hablar de muerte.” – me sentí triste por aquella simpática muchacha que había conocido el día anterior y no pude evitar recordar también lo que me había contado Leti.

“Es ley de vida pequeña, nacemos para morir.”

“Y por el camino nos divertimos…”

“Eso siempre hija, al menos, deberíamos intentarlo ¿no crees?”

“Si lo creo papá. Pero no quiero seguir pensando en la muerte… me da mal rollo.”

“Bueno, entonces ¿de qué te apetece hablar con tu padre?” – le miré con una sonrisa, la jubilación le hacía estar muy aburrido. – “¿Es guapa la carpintera?” – dejé de sonreír y me puse muy colorada. Era la primera vez que mi padre me preguntaba por una chica.

“Pues… bueno…” – recordé su cara y las hormiguitas… - “Si, si que es guapa…”

“Pero debe ser más joven que tú…” – a pesar de que las intenciones de mi padre eran buenas, me estaba sintiendo un poco violenta la conversación. Falta de costumbre, nunca pensé que mi padre y yo llegaríamos a hablar de mujeres.

“Creo que si. Al menos eso me dijo… pero no se cuantos años tiene.”

“Bueno, la edad poco importa cuando se trata de relaciones… míranos a tu madre y a mi. Tu abuelo no estaba muy de acuerdo con lo nuestro por la diferencia de edad, pero ya llevamos juntos cuarenta años.” – tierra trágame.

“Yo también creo que la edad no es lo más importante en una relación…”

“Para mi, lo más importante es quererse, respetarse y la confianza mutua. Sin esos pilares de nada sirve intentarlo.”

“Tienes mucha razón papá.”

“¿Te incomoda hablar conmigo de este tema? Te noto un poco cortada…”

“No me incomoda… me resulta un poco raro, eso es todo. Pero me gusta escucharte, siempre me das buenos consejos.”

“Para mi también es un poco raro...” – los dos nos quedamos en silencio mirándonos a los ojos.

Por suerte para los dos escuchamos como un coche aparcaba delante de la casa. Papá se asomó a la ventana y automáticamente comenzó a recoger las herramientas que había traído. Me dijo que era la furgoneta de la carpintera y se rió al verme ruborizada sin motivo.

“Hola bonita, tú debes ser Lúa, la nieta de José.” – mi padre la saludó cariñosamente acariciando su mejilla. – “Yo soy Víctor, el padre de San.”

“Encantada de conocerle Víctor, mi abuelo le manda recuerdos. Me ha dicho que hace mucho que no le ve y que cuando quiera se pase a jugar una partida con él.”

“Pues si que me gustaría verle. Tal vez esta tarde me pase por vuestra casa para saludarle.”

Me quedé en la sala escuchando aquella conversación. Lúa traía una sudadera con capucha y cremallera y un pantalón de peto vaquero varias tallas más grandes de lo que debería. Llevaba puesta también una gorra hacia atrás y tenía las mejillas un poco sonrojadas.

“Hola San. Hacía muchos años que no hablaba con tu padre, me ha encantado verle.”

“Hola Lúa, has llegado temprano.”

“Si, porque hoy tenía poco trabajo y he podido cerrar un poco antes… Además, me moría de ganas de ver por dentro la casa de la señora Inés.” – sonreía y me miraba fijamente de arriba abajo.

“Bueno, eso me alegra… no lo de que tuvieses poco trabajo, si no que pudieras venir antes a echar un vistazo a esta madera tan vieja.”

“Ya… yo también me alegro.” – dejamos de mirarnos porque la tensión se hacía cada vez más patente.

“¿Quieres un café o una cerveza?”

“No, pero si me gustaría tomarme un vasito de agua, si no te importa.”

“Claro, ahora mismo te lo traigo.” – salí pitando del salón y me fui a por el agua.

Necesitaba alejarme un poco de aquella chica que tanto me atraía y aproveché para lavarme un poco la cara y hacer que mis mejillas dejasen de arder. No entendía como una persona a la que a penas conocía me podía causar ese efecto. A penas habíamos cruzado unas cuantas palabras y su simple presencia me hacía desear acariciar sus senos.

Y es que aquella muchacha conseguía hacer que mi libido se disparase de una manera que ni yo misma recordaba. No era ni la más guapa ni la más atractiva que había visto antes, pero todo ese conjunto conseguía atraer mi atención como ninguna otra persona lo había hecho antes.

Respiré profundamente y le llevé el vaso de agua. Ella estaba mirando los muebles con mucha atención agarrándose las manos por la espalda. Yo la observaba desde la puerta sin querer interrumpirla. Observó durante un buen rato los libros que había empezado a colocar en las estanterías y sonrió al leer alguno de los títulos. Siguió paseando por la habitación en aquella curiosa postura. Paseaba como un profesor examinando a los alumnos.

Miró hacia la puerta y me sonrió sin decirme nada. Yo comencé a explicarle lo que necesitaba y lo que sabía de cada una de las piezas talladas de madera que quería poner más bonitas. Se quedó parada observando el zapatero que estaba sobre la mesa, aquel que mi padre quería destrozar con su infernal lijadora y comenzó a acariciarla con las dos manos mientras la levantaba con cuidado.

“Me encanta este objeto. ¿Es un zapatero?”

“Ese es uno de los motivos por los que me acerqué la carpintería… era de mi tía y está muy estropeado. Me gustaría conservar el dibujo y devolverle la vida que el paso del tiempo le quitó.” – me miró con esa sonrisa que hacía que mi estómago diese saltitos.

“Pareces una persona romántica…”

“Quería mucho a mi tía y me da la sensación de que ese objeto era especial para ella.” – me acerqué y le quité el zapatero de las manos. – “No se, es como si me quisiera decir algo… a lo mejor son chorradas mías.” – me quitó mi viejo juguete acariciando mi mano.

“Mi abuelo siempre me dice que todos los muebles viejos tienen muchas historias que contar. Somos nosotros los que tenemos que aprender a escuchar lo que nos quieren decir. Está un poco deteriorado, pero se nota que guardaba algo importante.” – abrió una de las tapas y miró el interior acercándose a la luz natural de la ventana. – “Ves, no tiene marca de betún ni está rasgada por dentro. Eso quiere decir que guardaba algo frágil.”

“Parece que sabes de lo que hablas…”

“Mi abuelo siempre fue un romántico y trataba cada mueble como si fuesen verdaderas joyas. Por algo todo el mundo dice que era el mejor. Me crió y pasé mi vida entre madera y herramientas escuchando todo lo que me contaba… aunque hasta que le dije que me quería quedar con la carpintería no me dejó tocar ninguna de las cosas que el usaba y que tan divertidas me parecían de niña.”

“Tu abuelo debe ser muy buena persona.”

“Lo es… y un tío cojonudo. Aunque le costó dejarme las riendas de su adorado taller. Me decía que no era un trabajo para mujeres… pero solo lo decía porque quería que estudiase alguna carrera que me hiciese vivir mejor.”

“Hoy en día ni con la carrera más larga se puede vivir bien.”

“Por eso cambió de opinión cuando me vio trabajar por primera vez.” – sonrió y ladeó un poco la cabeza. – “Sabes, tienes unos ojos preciosos…”

Y yo que estaba embobada con mi mirada fija en ella, me puse roja como un tomate y empecé a tartamudear intentando centrar nuestra atención en las necesidades de la casa. Me asusté al pensar en las necesidades que se habían despertado en mí al estar tanto tiempo charlando con Lúa.

……………………………………

A veces no sabemos cómo, pero nos vemos envueltos en situaciones extrañas. Y yo que pensaba que estas cosas solo pasaban en las películas o a personas que buscaban emociones fuertes… todavía no me explico como acabé sentada en aquel cómodo sillón, desnuda, con las piernas abiertas y con Lucía recorriendo con su lengua mi húmedo clítoris.

Cenamos, charlamos y nos bebimos una botella y media de vino… y todavía estaba sujetando a duras penas la última copa que me había servido. Subía su mano por mi abdomen buscando acariciar mis hinchados pechos que pedían algo de cariño. Apoyé la cabeza en el respaldo del sillón y cerré los ojos disfrutando de aquel momento mientras sentía como su otra mano acariciaba mi pierna desde el pie hasta el muslo.

Me había estado hablando de su exmarido y de las razones por las que empezaron y acabaron… en el fondo Leti tenía razón, noté como me mentía mientras contaba sus aventuras y desventuras con aquel hombretón súper rico y mimado que nunca llegó a entenderla.

Pero aquel exquisito vino, la luz suave, un CD de esos que escuchábamos en nuestra época de instituto, un montón de directas indirectas que Lucía decía sin que le temblase la voz y el calentón que tenía de haber estado con Lúa, consiguieron que me relajase lo suficiente para caer en la telaraña que había tejido la mujer que ahora mordía mis pezones mientras acariciaba con su mano mis labios menores.

Volví a sentir su boca en mi cuello y gemí cuando sentí como sus dedos me penetraban lentamente. No se si era el cansancio, el colocón del licor o que, simplemente, me sentía relajada, pero, no sentía ganas de acariciar ese cuerpo de mujer que reptaba sobre el mío. Tal vez era el olor de Lucía y mi subconsciente que me gritaba que ya había hecho lo suficiente por ella…

“Tu sabor se había grabado a fuego en mi paladar… me gusta como sabes San.” – me dijo mientras se sentaba a horcajadas sobre mi sin quitar la mano de donde la había metido.

Me arrancó la copa que tenía en la mano, la dejó sobre la mesita y aprovechó el momento de tener mi cabeza cerca para morder mis labios y meter su lengua dentro de mi boca. Supongo que todas esas ganas eran motivadas por lo que me había confesado hacía a penas media hora… llevaba casi dos años sin echar un polvo y que la única persona que le había hecho sentir mujer había sido yo, su “hombre sin pene”.

Sentía su humedad en mi pierna pero no tenía ganas de mancharme las manos con aquella que tantas veces me había demostrado que no merecía la pena. Sin embargo su ya experimentada mano me estaba dando un placer que desconocía que ella me pudiese llegar a dar.

Ella se movía sobre mí buscando, seguramente, que yo la calmase y si yo no lo hacía a propósito, mi pierna serviría para apaciguar ese calor que desprendía. Sentía sus labios recorriendo mi cara y empecé a apartar los míos para que no los encontrara. No quería besarla, ni ser cariñosa, solo quería que me follara, que me desahogara y que me dejase ir sin pedirme más cuentas.

Al fin y al cabo había sido ella sola la que había montado todo ese número de femme fatale , la que me había contado toda aquella información que ni yo ni ella nos acabamos de creer, la que decidió arrodillarse y pedirme que me dejara hacer sin saber si yo correspondería a aquellos arrumacos gratuitos.

“San, por favor, haz algo para que pare esta angustia que estoy sintiendo…”

Se puso de pie y yo abrí los ojos para mirar como me llamaba con un dedo para que la siguiera a otra habitación. Sonreí desde mi posición y, en cuanto desapareció, cogí mi ropa y me vestí todo lo deprisa que el mareo del licor me permitía.

No quería ser maleducada ni borde, ni tampoco tenía ganas de una de las escenitas que a Lucía tanto le gustaban. Bebí de un solo trago el licor que quedaba en la copa y, como alma que lleva el diablo, salí de aquella casa y de aquella situación que no me esperaba y que no tenía ganas de continuar.

Saliendo del portal escuché como Lucía me llamaba y trataba de pedirme explicaciones… pero dada la hora y la situación de verme salir de su portal, prefirió esconderse de nuevo en su casa y no dar la nota poniéndose a dar gritos desde la ventana.

No estaba en condiciones de llevar el coche a casa así que decidí dejarlo allí mismo y hacer el recorrido de vuelta andando. El frío empezó a despejarme las ideas y, lejos de entrarme ganas de llorar, me enfadé conmigo misma por no saber madurar como debiera.

Pero no podía dejar que las situaciones me superasen como antes, lo que debía hacer era cambiarlo y punto. Cuando hago algo mal se que lo que debo hacer es perdonarme y cambiarlo reconociendo mi error…

Hacerse mayor a veces es duro y lo peor de todo es que, cuando te das cuenta, madurar no es más que conservar el niño que tenemos dentro para que nos ayude a ver el mundo como debemos verlo. No podemos dejar que nuestra cada vez más compleja cabeza nos lleve por donde no nos debe llevar.

Con lo bonito que es vivir…