San - El bombín y la corbata
Ahora que lo pienso, sus historias nunca tenían un príncipe valiente que luchaba por el amor de una doncella, había guerreras que luchaban por cosas importantes como la tierra, los derechos, el honor, los dragones mutantes y el monstruo que vivía debajo de la cama.
“Vaya, ¡que maravillosa sorpresa! Un puñado de chicas guapas visitando mi humilde establecimiento. ¿Y a que debo esta bella presencia?”
“¡Hola Leti! Hoy hemos decidido que es un día como otro cualquiera para tomarnos unas cervecitas y unos pintxos como los que tan bien preparas. Me gustaría presentarte a Águeda, la chica que se ha hecho cargo de la vieja confitería de los Villas. A Lúa y a Malena ya las conoces.”
“Encantada de conocerte Águeda. Supongo que serás pariente de la señora que tenía la confitería... porque quise comprarla y me dijeron que aquel lugar tenía que quedarse en la familia.” - Dijo Leti estrechando su mano.
“Si, soy su hija.” - Respondió Águeda.
“Y ¿cómo es que no te conozco?” - Leti y su tercer grado intimidando a la pobre muchacha.
“Leti, todavía estamos empezando, ¿no será mejor dejar algo de intriga para cuando te puedas sentar con nosotras a tomar un vino?”
“Tienes razón San. Lúa, guapísima como siempre y Malena... tu y yo tenemos que juntarnos un día para charlar. Me están llegando unas informaciones que vaya...”
“¿Que he hecho esta vez?”
“Hace unos día se acercó la ex novia de tu cari... nena, ten cuidado con las chicas a las que te arrimas.”
Lúa, Águeda y yo nos sentamos al rededor de una mesa para alejarnos del momento marujeo que se traían Malena y Leti. Nuestra nueva amiga resultó ser una mujer encantadora, con un sentido del humor bastante peculiar. Si bien no sonreía mucho por fuera, nos hacía notar que por dentro se sentía cómoda. Cuando Malena se sentó por fin con nosotras echamos un vistazo a la nueva carta y pedimos unos cuantos platos para compartir.
El verano se nota en el pueblo. A golpe de jueves pudimos comprobar que la gente quería aprovechar las máximas horas de luz para alternar. Se escuchaban diferentes idiomas en diferentes bocas y, mientras que durante los inviernos estábamos las cuatro pelagatos de siempre, en esta época lo difícil era encontrar un rinconcito tranquilo y sin gente donde poder hablar.
El picoteo estaba resultando mucho más agradable de lo que en principio podía parecer. La compañía hacía mucho... la verdad es que Águeda resultó ser una gran conversadora y nos ganó a todas en menos de una hora. Malena no desperdició ni un solo segundo a su lado y no dejó de hacerle la rosca durante la cena. Aunque, para disgusto de mi buena amiga, aclaró avergonzada que le gustaban los hombres.
“Bueno chicas, ¿qué os ha parecido la cena?”
“Pues, sin ánimo de molestarte amiga mía, o mucho has mejorado entre cacerolas, o has encontrado a una gran chef.” - Dijo Malena con una gran sonrisa de satisfacción en la cara.
“¿Tanto se nota el cambio?” - Replicó Leti.
“Si. La ejecución de los platos, la presentación y esta fusión de productos me ha hecho disfrutar muchísimo. Y que decir del vino que nos has puesto... felicidades Leti.” - Malena continuó con los elogios.
“Reconozco que el vino ha sido cosa mía, pero la comida ha sido cosa de la nueva cocinera que he contratado. Ha empezado esta semana y os juro que me da la sensación de que lleva aquí toda la vida. Es jovencita, pero se las apaña de maravilla.”
“¿Y a que esperas para presentárnosla?” - Dije yo.
“A que Malena me prometa que se va a portar bien...”
“Oh, me ofenden tus palabras...”
“Jajajaja, cariño, no lo dice sin razón.” - Volví a espetar
“Bueno, vale... prometo ser buena y portarme bien... por ahora.” - La cara de Malena era demasiado evidente y nos hizo reír a todas.
“Voy a decirle a Neus que venga a saludaros. Y, por favor, sed buenas... que me dais más miedo que un político español con un sobre.”
Y, si, Neus nos gustó a todas. Otra recién llegada al pueblo en busca de trabajo y una esperanza para Leti. A pesar de que todas le habíamos advertido de que no era bueno mezclar el trabajo y el placer, Leti acabó cayendo en una relación con su anterior cocinera, lo que supuso que tanto la una como la otra se agobiaron en menos de un mes. Pero no fue tan malo como podía parecer...
“A ver, que yo me entere Leti... ¿ya no estás con Carmen? Si es que es lo que tienen las hetero, cuando se les cruza un cable vuelven buscando un rabo que meterse entre las piernas...” - Espetó Malena con cara de enfado mientras Neus acababa de recoger y Águeda y Lúa bailaban para bajar la cena.
“Si, si que estoy con Carmen y ahora estamos mejor que nunca. Por eso hemos decidido que es mejor no trabajar juntas. Ella ha encontrado un trabajo muy bueno en un geriátrico y muy cerca de casa. De hecho fue ella la que le hizo la prueba a Neus para saber si sería buena candidata.”
“Y si, buena si que parece... y guapa.”
“Amiga mía, mis tiempos de abeja se acabaron hace muchos años. Ahora toca disfrutar de una buena que he encontrado.”
“Será ahora porque al principio...” - Malena sonrió con picardía a Leti.
“San, fuiste tu la que me dijo la gran frase de la olla y el dedo... Te escuché y se lo expliqué. Me ha demostrado que me quiere de verdad. Además, ¿que sería la vida sin un poco de salsa? Y, otra cosa, nuestro principio fue duro y difícil, si, pero tuve más culpa yo que ella y lo reconozco.”
“Me alegro mucho por ti Leti. La verdad es que desde que os conocí mi vida ha sido mucho más divertida... solo espero tener la misma suerte que vosotras dos en mi vida amorosa.”
“Tranquila Malena, todo llega. Solo hay que tener paciencia... Y tu has corrido mucho en muy poco tiempo. Míranos a San y a mi. Toda una vida de idas y venidas y hemos tenido que esperar treinta años para encontrar a nuestras almas gemelas.”
“Treinta años... ¿voy a tener que esperar tanto para encontrar el equilibrio sentimental? Pues no se si me merecerá la pena...”
“Como siempre te digo, pequeña saltamontes, tu problema es que buscas e intentas encontrar. Y en el caso del amor simplemente hay que esperar a que aparezca y te de bien fuerte en las narices. Además, piénsalo bien, tal vez no la has encontrado porque todavía no la han hecho...”
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Mezclar viernes, vino y amigas significa sábado de resaca. Hacía mucho tiempo que no me dolía tanto la cabeza. Así que va a ser mejor que tome alguna infusión contra este malestar y me quede de abuela en casa. Ya no tengo el cuerpo para tanta fiesta como antes. A veces hasta me pregunto como podía soportar esas jornadas intensivas que me montaba en mi juventud, donde era capaz de ir a trabajar sin dormir ni una sola hora.
Lo cierto es que sarna con gusto no pica, siempre lo digo, y una noche como la de ayer merece la pena siempre. Águeda me pareció una mujer encantadora y muy simpática (a su manera); Neus educada y extrovertida, no hablé demasiado con ella, pero si me cayó muy bien. El resto ya son parte de mi vida desde hace mucho tiempo y lo agradezco cada día que pasa porque no es sencillo tener una familia de las que se hacen,como esta.
Como siempre, tropiezo con el baúl de la tía Inés. No se por que lo dejo aquí en medio... tengo las piernas llenas de moretones por culpa de sus ya gastadas aristas. Mira que Lúa me ha dicho más de cien veces que se lo deje llevar a su taller para ponerlo bonito, pero me niego. Me gusta así de gastado. Tengo tantos recuerdos de este mueble que lo quiero conservar tal y como lo tenía mi tía. Por enésima vez lo abro para encontrar algo que me sorprenda. Desde que me reencontré con el lo he tenido como un juego. De vez en cuando lo abro y saco un libro para leer buscando algún secreto que me desvele un episodio de la vida de esa conocida desconocida en la que se ha convertido la tía Inés.
Me siento en el suelo y lo abro una vez más para hacer de detective privado, como cuando era pequeña. Y esta vez me fijo en que el baúl tiene la tapa semicircular por fuera, sin embargo la parte interna es recta. Además, la parte de las bisagras no solo tiene las que sostienen la tapa, si no que hay otro par un poco más arriba. Está claro que no es de madera maciza, no es muy pesado. Me froto los ojos para poder enfocar un poco mejor y veo un pequeño agujero y me doy cuenta de que es una pequeña cerradura mimetizada con el color de la madera.
De un salto me pongo de pie y salgo corriendo hacia la sala en busca del zapatero. Creo que he encontrado lo que ni siquiera había empezado a buscar. Agarro la pequeña llave y la carta que tantos años habían estado escondidas y vuelvo con el corazón acelerado hasta el baúl.
“Como cuando era pequeña tía, voy a rebuscar entre tus secretos y bueno... ya se que has muerto y que no me puedes ver, pero te pido permiso para conocerte un poco más y espero que me ayudes.”
Con sumo cuidado meto la llave en la cerradura y la giro. Escucho un suave clic y tiro hacia arriba abriendo la tapa del falso techo del baúl. Las lágrimas corren por mi cara al reconocer sin esfuerzo el bombín y la corbata. Están tal y como los recordaba. Los pongo sobre la cama y vuelvo mi interés a mi reciente descubrimiento. Hay dos cajas de cartón y cinco cuadernos manuscritos. Reconozco uno de ellos, es el que la tía Inés consultaba cuando me encontraba mal. Me sudan las manos y una gran emoción me embarga.
“Tía Inés, me lo has puesto más fácil de lo que pensaba... todo este tiempo lo tenía delante y cada día tropezaba con él.”
“¿San?” - Pego un fuerte grito por el susto que me acaba de dar Lúa. - “¿Estás bien? Estabas hablando sola...”
“Si, estoy bien aunque me has asustado, ya pensé que me contestaba mi tía... lo he encontrado Lúa, he encontrado la cerradura de la llave y acabo de abrir el baúl y le estaba dando las gracias a mi tía Inés por habérmelo puesto tan fácil porque, no es que estuviera buscando y no creo en fantasmas ni en espíritus, pero estoy sensible y sentimental y me he emocionado mucho al ver todas estas cosas que, en el fondo son recuerdos de mi niñez y son parte de la vida íntima de esa mujer que un día fue mi tía... y te lo debo a ti que fuiste la que encontró la llave y la carta y no se como agradecértelo. Estoy tan contenta de que hayas venido porque así lo podremos ver las dos....”
“San, cariño, está bien... no se si he entendido todo pero tranquilízate que me estás empezando a asustar.” - Se acerca a mi con toda su tranquilidad y me roba un beso para después sentarse en el suelo a mi lado. - “A ver, ¿qué has encontrado?”
“El sombrero y la corbata con la que tantas veces jugaba de niña a ser investigador privado. Dos cajas de cartón que todavía no he abierto y unos cuadernos. Tampoco los he mirado... lo acabo de abrir ahora.”
“Vaya... y tu tanto tiempo tropezando con todos estos secretos que estaban a los pies de tu cama sin saberlo.”
“Hasta hoy no me había dado cuenta de que tenía un falso techo y, como tampoco sabía que buscar, ni me había fijado en la cerradura. Ves, si no llega a ser por ti no me habría fijado en estas cosas.”
Mientras disponía mis nuevos tesoros sobre la alfombra, decidiendo por donde empezar, Lúa empezó a examinar detenidamente el baúl, seguramente apreciando el trabajo escondido tras esa simpleza. Cada loca con su tema.
Abrí la primera caja y encontré tres montones de cartas atadas cuidadosamente con una cuerda fina de algodón blanco. Si bien la caja estaba bastante deteriorada, la correspondencia seguía intacta al paso de los años. No me atreví a desempaquetarlas, pero si reconocí la letra de los sobres. Era del doctor, estaba segura. Abrí la segunda caja que guardaba otro montón de cartas, dos álbumes de fotos y un marco.
Saqué con cuidado el marco y le di la vuelta. Ante mis ojos apareció la foto de una jovencísima tía Inés sentada sobre el muro de esta misma casa mirando sonriente a ¿un hombre? Con sombrero y corbata, de pie, devolviéndole el gesto.
“Estoy más que segura de que esto ha sido obra de mi abuelo. Voy a hacer un par de fotos para enseñárselas y preguntarle. ¿Que tienes ahí?”
“Es una foto de mi tía con, supongo, el doctor... ¿Crees que es un hombre?”
“A simple vista si... ¿Sigues convencida de que...?”
“Fíjate bien y luego contéstame. Si antes tenía mis dudas, ahora ya estoy segura. Voy a mirar los álbumes.”
“Vale... me fijo bien. Bueno, no niego que tiene una pose un poco amanerada...”
“Vaya...”
“¿Qué vaya?”
“Mira, esta es mi tía y estos...” - Giro la foto con cuidado y veo escrito con buena letra... - “Antón, Josefina, Mercedes e Inés, 31 de octubre de 1.936... son mis bisabuelos y esta chica es mi abuela. Fíjate, tía y sobrina son casi iguales. Mi padre se va a emocionar cuando vea esto.”
“Sigue pasando, a ver que más encuentras... ¿Habrá más fotos del doctor?”
“Paciencia pequeña. Esta es de mi tía en un tren, en una playa...”
“¡Eh! ¡Mira! Esa es mi casa... Mi abuelo guarda una imagen muy parecida, es un niño y sale con mi bisabuelo...”
“A lo mejor tu abuelo sabe algo de mi tía y del doctor. Podías preguntarle de paso que le hablas del baúl.”
“Cierto... cariño, creo que te está sonando el teléfono.”
“¿Diga? Si, soy yo... ¡Hola Águeda! ¿Te has recuperado de la salida con las locas del pueblo? Jajajaja. ¿Que tal el corte? Vale... Entonces, hasta las 9.... Si, yo se lo digo a ver si se animan y de paso te hago las curas. Igualmente. Un bico.” - Y mi plan de abuela se ha ido al traste. - “Era Águeda, que si nos apetece ir a cenar con ella a su casa. Que ha conseguido adecentar bastante una parte de la confitería y nos quiere invitar a que la veamos.”
“Mmm, buen plan. La verdad es que tengo muchas ganas de volver a entrar allí. Espero que la chica haya conservado el espíritu del lugar. Tengo buenos recuerdos de mi infancia allí.”
“Me ha dicho que avise también a Malena así que la voy a llamar ahora. Y, a todo esto, ¿en que hora vivimos?”
“Hora de comer... venga, mientras llamas, ve guardando estas cosas y yo me ocupo de hacer la comida para nosotras. Después de comer, si todavía tenemos ganas, echaremos otro vistazo a ver que más tesoros se esconden entre estas maderas.”
“¿Te he dicho hoy lo mucho que te quiero morena mía?”
“Aunque no me lo digas con palabras, tranquila, me lo haces saber de mil maneras.”
“Mariquita...”
“Venga, recoge todo y llama a tu amigota.”
Lúa me deja sola en mi habitación y me siento de nuevo en la alfombra rodeada de fotos y cartas. No puedo dejar de sonreír y, aunque la curiosidad me está matando, hago caso a esa muchacha tan lista y empiezo a guardar mis tesoros... esta vez para recuperarlos e investigarlos más pronto que tarde.
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10 de Octubre de 1.935
Querida Inés
*La verdad es que me siento un poco nerviosa al escribirte esta carta, pero no me gustaría que por no hacerlo, pierda a la mejor amiga y persona que he conocido en mis casi treinta años de vida. Ha sido un poco triste tener que separarme de ti después de esta última semana en Madrid. Te agradezco mucho que hayas decidido quedarte esos dos días más, a pesar de la oposición de tu familia... a mi padre tampoco le ha hecho mucha gracia que me haya negado a volver a Cataluña. Está seguro de que los sucesos de
Aznalcóllar van a traer repercusiones.*
Y yo también lo creo. La verdad es que el clima se está enrareciendo mucho por todo el Estado... El otro día un colega doctor que vive en Melilla me envió una carta en la que me advertía que se está tramando algo a nivel militar y que teme que se trate de algo contra la República. Tal vez tenga que hacer caso a mi padre y tomar el primer barco que salga hacia las américas. Aunque si todos huimos por miedo a represalias, ¿quien quedará aquí tirando del carro?
Dejando de lado un poquito la realidad de este país... ¿Qué tal ha sido tu vuelta a casa? Espero que no tan triste como mi estancia aquí sin ti. Has despertado algo especial en mi corazón, lo se. También se que lo que hicimos salió de las dos... tu empezaste. Inés, lo que ha pasado estos días en Madrid no es malo, es más, creo que es muy hermoso. Para ninguna de las dos ha sido la primera vez y debo reconocer que me has enseñado cosas que nadie me había enseñado antes sin salir de una habitación.
Quien me lo iba a decir chiquilla, porque lo eres, una chiquilla de pueblo que ha llegado y ha puesto patas arriba todo mi ser. Me gustaría poder ir a visitarte pronto para poder compartir contigo tu lugar. Me has contado tantas cosas que se que me encantará pasar allí unos días y conocer a tu gente.
Mañana me vuelvo a Cataluña para hablar con mi padre sobre unas cuantas cosas que me preocupan, además me ha dado trabajo en su clínica para que pueda seguir ejerciendo mi trabajo cerca de casa. Ya le he dicho que mi intención es poder hacerlo yo sola algún día, pero ahora mismo necesito ganar dinero para poder seguir viajando y conociendo mundo y, quien sabe, más pronto que tarde, ir a verte y poder robarte uno de esos besos que se han quedado grabados en mi.
Espero tu pronta respuesta compañera.
M. José Colomer.
Vale, confirmado, mi tía Inés era bollera. El novio doctor en realidad era la novia doctora y mis sospechas han sido confirmadas. ¡Vaya historia! Por eso me gustaba tanto mi tía, porque hacía lo que le daba la gana y vivió su vida de esa manera. Siempre me dijo que debía hacer lo que realmente deseara, que nunca me dejara amedrentar por lo que los demás opinaran y que mi vida era solo mía y nadie más la podría disfrutar.
Mi tía era muy joven cuando conoció a la doctora, debía tener 23 o 24 años. Trato de recordar las cosas que me contaba y me viene a la mente los cuentos que me contaba cuando me acostaba. Ahora que lo pienso, sus historias nunca tenían un príncipe valiente que luchaba por el amor de una doncella, había guerreras que luchaban por cosas importantes como la tierra, los derechos, el honor, los dragones mutantes y el monstruo que vivía debajo de la cama.
Los finales siempre eran positivos, triunfara o no en la batalla. También había que saber perder y mantener la dignidad porque, por mucho que nos equivoquemos, tenemos que seguir adelante. Ahora pienso en lo que debió pasar esta mujer, porque dudo que las cosas le hubiesen resultado tan fáciles como nos hacía creer por su forma de ser. Si algo he heredado de ella ha sido la paciencia y la alegría. Pasara lo que pasara, mi tía Inés siempre estaba alegre y contando chistes para alegrar a los demás.
“
¿Todavía estás así cariño?”
“
Ves, su doctor era una mujer. He leído la primera carta que tenía mi tía guardada y deja claro clarinete que se trata de un amor lésbico... y bastante tórrido por lo visto.”
“
Bueno, confirmado entonces. Ahora hazme el favor de guardar esto y meterte en la ducha para no retrasarnos.”
“
¿Has hablado con tu abuelo?”
“
Todavía no he podido, estaba jugando la partida en el bar con tu padre. Además, ¿por qué tienes tanta prisa en descubrirlo todo ahora? Estas cosas han estado aquí durante años, y pueden esperar unos días más. Deberías hacerle más caso a las vivas, las muertas no se van a escapar.”
“
Y las vivas... ¿cuanto caso necesitan?” - me empiezo a desnudar acercándome a Lúa.
“
San, cariño, claro que me apetece que me hagas caso ahora mismo... pero hemos quedado y, aunque reconozco que así desnudita me encantas, creo que el resto de chicas se pueden sentir incómodas si te ven así.”
“
Eres una corta rollos... aunque tengas razón.”
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El despertador me devolvió a la realidad del lunes por la mañana. No podía evitar la sonrisa de mi cara después de un fin de semana cargado de emociones. Llené el termo de café y me fui a trabajar. Iba con tiempo, así que preferí ir caminando disfrutando de las tranquilas mañanas del pueblo. Una no aprecia la calidad de vida hasta que se ve en un lugar como este y puede prescindir de un transporte para ir a trabajar.
Esas mañanas de atascos y mala leche se habían acabado para mi. Ya no tenía que pelearme con el tráfico ni con los repartidores a los que la conducción cívica les soplaba sus partes. Y que decir de la sensación de no sentirse sola porque todo el mundo te conoce aunque las únicas palabras que hayas cruzado con ellas sea un cordial buenos días.
Cuando era más joven odiaba el pueblo porque todo el mundo se conocía y siempre le iban con cuentos a mis padres. Viajar y conocer otros tipos de vida y de lugares te hacen cambiar la percepción de las cosas. Recuerdo que cuando estaba en la gran ciudad siempre me sentía sola. Vivía en un piso céntrico, en un edificio lleno de gente y, en los dos años que estuve allí, no llegué a conocer a ninguno de mis vecinos. Y no digo que vivir en un lugar pequeño como este sea lo mejor del mundo, pero si que es más llevadero.
Llegué temprano y me senté con las compañeras a compartir desayuno. Amalia había estado cocinando bizcochos y galletas durante el fin de semana. Desde que dejó a su marido se dedicaba a hornear cosas y, aunque acabábamos odiando saltarnos la dieta, teníamos que reconocer que era una gran cocinera. El doctor Álvaro entró en la salita para decirnos que le habían dado el destino que el quería, que sería su última semana con nosotras y que a lo largo del día aparecería la persona que le sustituiría.
La verdad es que el doctor Álvaro era un buen profesional, pero no se relacionaba demasiado con nadie. De hecho, habíamos llegado al mismo tiempo aquí y a penas sabía nada de el. Creo que la que más lo iba a sentir era Amalia por la cara que se le quedó cuando soltó la noticia. No se por que me da que entre Amalia y Álvaro había algo más que una simple relación laboral.
La mañana se presentaba tranquila, despedidas a parte. Empecé con la rutina de analíticas, vacunaciones y curas. Una de las cosas que más me gustan de mi trabajo es el trato con los pacientes y saber que, a veces, soy capaz de alegrarles el día. Una de las muchas cosas que me enseñó la doctora Navarro cuando me “adoptó” fue que la risa es una de las mejores medicinas que se le puede suministrar a un paciente. Tendría que hacer unas cuantas llamadas un día de estos a aquellos que han dejado una marquita en mi corazón.
Ya tenía planeada mi vuelta a casa. A pesar de haber venido a pie, pensé que era mejor pasarme por el súper para comprar un par de cositas para cenar. No estaba segura de si Lúa vendría o no, pero lo que tenía claro era que le dedicaría la tarde a leer las cartas de la tía Inés y de su amante. El día anterior me había emocionado leyendo las primeras cartas de la doctora a mi tía. Eran muy intensas y también extensas. Hablaba de la situación que vivían en Cataluña con la Guerra Civil y que eran tiempos muy duros para la nación. Le contaba que varias personalidades del momentos habían decidido exiliarse en diferentes lugares y que el ejército estaba tomando las calles.
También le decía como se sentía con respecto de estar en la clínica de su padre arreglando cosas de “señoritingas de postín” de la clase pudiente. Decía que llevaba tiempo meditando la idea de irse a alguno de los frentes a intentar ayudar a los compañeros luchadores republicanos. Todavía no tenía claro como hacerlo... Aunque yo ya sabía en que acabaría aquello, me sorprendía la historia de aquella valiente guerrera. Siempre digo que todos los privilegios de hoy son gracias a los que antes se jugaron la vida. Algunos aparecen en los libros, otros desaparecieron a penas sin dejar huella, a otros los obviaron y a las mujeres, en general, las borraron como si no hubiesen existido.
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The Doors, Riders on the storm y la peculiar voz de Jim Morrison inundaban el ambiente a un volumen más bajo de lo normal para la carpintería de Lúa. Entré hasta el taller y me encontré con una de esas imágenes tiernas que te hacen ablandar el corazón. Lúa estaba sentada en un banco de madera junto con Marco, el hijastro de mi hermana. Parecían los dos muy serios y no quise interrumpirlos, así que afiné el oído (como buena cotilla que soy) y me quedé observándolos desde lejos.
“
A ver, Marco, si no me vas a decir que te pasa, ¿para que has venido aquí llorando? ¿No te das cuenta de que si no se que es lo que tienes, no te puedo ayudar?”
“
Es que pensé que estaría aquí la tía San...”
“
Pues no está... supongo que la veré más tarde. Pero a lo mejor te puedo ayudar yo.”
“
¿Tu también eres mi tía?”
“
Se puede decir que soy algo así, si.”
“
¿Por qué?”
“
Bueno, porque soy la novia de tu tía San y ya llevamos juntas unos cuantos años... así que supongo que eso nos convierte en parientes de algún modo.”
“
¿Así que tu tampoco eres familia del todo de mi familia?”
“
De sangre no, si eso es lo que me preguntas... ¿Pero tu cuantos años tienes?”
“
Siete.”
“
Madre mía, ¿y con esta edad ya tenéis esas inquietudes? Venga amigo, no me hagas sufrir más y dime por que lloras.”
“
Hoy papá y Nadia me han dicho que íbamos a ser uno más en la familia. Y yo pensé que por fin me regalarían un perrito, pero no.”
“
¿Ha sido un gato?”
“
¡No! Un bebé.”
“
¿Y eso es tan terrible?”
“
Es que nunca he tenido un hermano y también se que Nadia no es mi mamá de verdad... yo tenía otra mamá que se murió y tengo miedo de que quieran más al bebé que a mi y que me abandonen.”
“
Buff... que lío, ¿no?”
“
Si... estoy preocupado.”
“
Pues yo creo que deberías estar contento.” - Marco mira a Lúa preguntando sin hablar. - “¿Sabes lo que mola tener familia? Mira, yo solo tenía a mi abuelo hasta que conocí a San y con ella a todos vosotros. Ves, tu eres mi sobrino porque Nadia y San son hermanas. Además, ¿tu quieres a Nadia?”
“
Si, mucho. Es muy buena conmigo y cuando estoy enfermo me cuida y me da mucho cariño.”
“
¿Y de verdad crees que va a dejar de hacerlo cuando nazca el bebé?”
“
No lo se...”
“
Pues ya te digo yo que no. Mi niño, no vas a perder a tus padres, vas a ganar un hermanito o una hermanita. Una personita a la que vas a querer y que te va a querer mucho.”
“
¿Seguro?”
“
Si, tan cierto como que tu y yo vamos a construir la cuna en la que pasará sus primeros años de vida, ¿que te parece?”
“
¿Y voy a poder usar la sierra y los martillos?”
“
¡Claro! ¿Como si no pretendes que lo hagamos?” - Marco de un salto se sienta en el regazo de Lúa y la abraza con fuerza.
“
Gracias tía Lúa...”
“
No tienes que darlas sobrino. Ves, yo también te quiero y no somos parientes del todo.”
“
Yo también os quiero a los dos.” - Salgo de mi escondite llorando a moco tendido.
“
¿Nos estabas espiando San?”
“
Si... no lo he podido evitar. Es que te venía a visitar antes de ir a casa de Nadia que me ha llamado para que me acerque a su casa. Marco, mi niño, ¿tus papás saben que estás aquí?”
“
No... me he marchado corriendo...”
“
Pues vamos a hacer una cosa, voy a llamarlos para decirles que vengan hasta aquí y nos pondremos los tres manos a la obra en ese proyecto para que vean lo contentas que estamos de la buena nueva.”
Llamé a Nadia para decirle que Marco estaba en el taller con nosotras y que, cuando saliera Nacho de trabajar, vinieran los dos a vernos. La emoción todavía me embargaba y me quedé otro rato observando a aquellos dos maravillosos seres que tenía en mi vida. Siempre he dicho que hay dos tipos de familia, la de sangre y la que creamos con los años. Y a mi me ha tocado la lotería con mis dos familias.
Lúa nunca deja de sorprenderme. A pesar de su juventud me ha enseñado más que cualquier otra persona. Y no cosas que salen en libros, o todo el arte que tiene para rejuvenecer cosas viejas, si no que me ha enseñado a quererme, a ser feliz con esas pequeñas cosas del día a día, a alcanzar la paz cuando solo parece que me rodea la guerra. Tan joven y tan sabia, tan dura y tan tierna... si es que no le puedo pedir más a la vida.
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Cuando Lúa llegó a casa estaba todo listo menos la cena a la que le quedaba más de una hora de horno. Yo me había dedicado un tiempo a mi para estar lo más radiante para la mujer que me había emocionado tanto ese día. Le abrí la puerta y sin pensar más rodeé su cuello con mis brazos y me lancé sin más a besar sus labios. Quería demostrarle todo lo que me había hecho sentir sin mediar palabra.
Recibió mi beso con gusto... aunque se apartó un poco para dejar las cosas que había traído en la cocina. Pero no tardó demasiado en volver al cuerpo que la esperaba casi desesperado. Subí un poco el volumen de la música mientras ella se acercaba por detrás. La miré a los ojos y la invité a bailar. Sin hacerse la remolona aceptó mi petición y me acercó a ella sujetándome por la cintura. Bill Withers y su sensual Ain't no sunshine nos envolvieron haciendo que la temperatura se elevara un poco más.
Busqué de nuevo su boca y nos besamos profundamente. Sus manos acariciaban mi costado, desde la cadera hasta los pechos mientras mis manos se enredaban en su suave pelo. Su lengua sabía bien como hacer para que la zona húmeda no fuese solo mi boca. Lúa siempre tiene prisa, así que se dirigió sin más remilgos a desabotonar mi camisa... Dulcemente le aparté las manos y la empujé contra el sofá para después sentarme a horcajadas en su regazo.
Me sonreía mientras lentamente le bajaba la cremallera de su sudadera para después empezar con mi propia camisa. Cuando acabé con el último botón fueron sus manos las que empujaron la prenda para descubrir el regalito que le había preparado debajo.
“
¿Te gusta cariño?” - le dije estirando la espalda para mostrarle el picardías que me había puesto para sorprenderla.
“
Bueno, antes cuando te acariciaba me daba la sensación de que no llevabas sujetador...”
“
Pues no, no llevo...”
“
Tiene muchos bordados.”
“
Y transparencias...”
“
Si, eso lo noto... ¿Y como se saca?”
“
No te gusta...”
“
Es que yo no entiendo de estas cosas... tu si que me gustas cuando no llevas nada.”
“
Así que me tiro una hora arreglándome para sorprenderte y tu no lo aprecias...”
“
Si, si te queda bien... pero me gusta más lo que hay debajo.”
“
Pues... estás castigada.” - No puedo evitar la risilla que se me escapa y de un salto desaparezco del salón.
Espero a Lúa solo con el picardías puesto en la puerta de mi dormitorio. A pesar de que ha agachado la cabeza, noto como su risita se escapa sin querer. Antes de cruzar el umbral le quito la camiseta, el sujetador y aparto sus manos haciéndome la ofendida cuando me intenta quitar la única prenda que me cubre. Muerdo su cuello y mientras empiezo a desabotonarle el pantalón. Me arrodillo, de un solo gesto la desnudo totalmente y lanzo mi boca a su pubis.
Quería hacerme la dura, pero el deseo y la pasión que siento por esa mujer es superior a mi paciencia. Está húmeda y caliente. Mi lengua y mis labios se apoderan de su clítoris y con cada lamida siento como sus piernas empiezan a fallar. Por un momento temo que se caiga, así que me levanto y mientras la rodeo con mi brazo derecho, los dedos de mi mano izquierda se apoderan del lugar que antes ocupaba mi boca.
Nos besamos de nuevo y lame mis labios buscando su sabor. Si antes estaba húmeda, ahora está empapada y antes de pensarlo siquiera, dos de mis dedos la penetran sin piedad. Clava sus uñas en mi espalda, sus pechos están aplastados contra los míos, su respiración agitada da paso a gemidos en progresión ascendente y aunque mis ojos buscan su mirada, solo puedo ver el placer que su cara me demuestra con cada embestida.
No me hace falta emplear demasiada fuerza para hacerla caer en la cama. Un par de contoneos sexys hacen que mi picardías vuele a algún lugar del dormitorio y con mi desnudez cubro la suya. Agarra con fuerza mis pechos y se los lleva a la boca mientras mis manos buscan el hueco entre nuestros cuerpos para volver a sentirla por dentro. En algún momento hace lo mismo y ahora las dos nos regalamos amor, la una sobre la otra, jugando a ver quien gime más fuerte.
Ahora soy yo la que está debajo de ese cuerpo que tantas alegrías me ha dado en este tiempo y es su lengua la que se enzarza en una lucha de gladiadoras con mi incendiado clítoris al tiempo en que sus dedos me vuelven a penetrar para hacer que mi goce sea más intenso. Y vaya si lo es... Mi vista se nubla, mis músculos se tensan, el aire no llega a mis pulmones y antes de poder decir que esa boca es mía, me deshago entre gritos y espasmos.
Lúa repta sobre mi cuerpo, con sus labios empapados de mi sabor. Ataco con sed y ganas a pesar de que me intenta apartar para que siga disfrutando de mi orgasmo. Pero no puedo, no quiero ser la única con esta fascinante sensación. Me da la espalda para intentar deshacerse de mi, pero lo único que consigue es animarme a tomarla entera sin dejar hueco por explorar. Lamo cada centímetro de su espalda hasta llegar a sus nalgas y una vez allí me enredo con su ano.
Sus gemidos suenan amortiguados y se que está mordiendo la almohada, sujeto sus caderas y hago que se ponga en cuatro patas. Quiero tenerla entera y accesible para mis atrevidas manos que saben bien lo que hacer. Un dedo por la entrada de atrás, dos buscando su punto G, mi otra mano acariciando su clítoris y mis dientes mordiendo su espalda. El placer que le causo es casi el mismo que yo siento sabiéndolo. Mis muslos se empapan cuando empiezo a notar sus contracciones en mis dedos. Y con un grito ahogado entre sábanas caemos la una sobre la otra en un único orgasmo sentido por las dos.
“
Me he corrido solo viéndote disfrutar...”
“
A mi me tiembla todo el cuerpo por tu culpa...”
“
Jajaja, siempre que te tiemblen por este motivo puedes culparme.”
“
¿Qué es eso que huele tan bien?”
“
¡Mierda! ¡Me he olvidado de que la cena sigue en el horno!” - Me levanto de un salto con las piernas empapadas y temblorosas. - “Espero que no se haya quemado todo...”
“
Tranquila cariño, siempre nos quedará Leti y su servicio a domicilio.”