San - El baúl de los recuerdos

“¿Cómo no te ibas a acostumbrar? Naciste aquí y también aquí diste tus primeros pasos. ¿Acaso no recuerdas como te hiciste esa cicatriz en la cabeza? ¡Tu madre casi me corta las manos por haber puesto aquí este banco!”

“No puedo creer lo que ven mis ojos… ¿Eres real?”

“Mmm..., pues creo que si.” – se me escapa la risa ante la cara de sorpresa de Leti.

“¡La vuelta de la hija pródiga de esta nuestra villa! ¡Acércate aquí y deja que te estruje!” – Me grita mientras recorre la barra para acercarse corriendo a mí para abrazarme. – “San cariño…” – me besa efusivamente para después arrearme un puñetazo en el brazo – “¡Que sea la última vez que desapareces tanto tiempo! ¿Qué ha sido de tu vida? ¡Vamos a tomarnos una copa para celebrarlo anda!”

“Pues, como bien has dicho, he vuelto… aunque solo por un tiempo. He estado trabajando mucho y me merezco un descansillo… disfrutar de la familia, de los amigos y esas cosas que tanto molestan cuando las tienes cerca demasiado tiempo. Esto… Leti, cariño, ¿no crees que es demasiado temprano para beber tequila?”

“Nunca es suficientemente temprano para tomarse un tequila contigo.”

“Siempre tan coqueta… ¿no sabes que si quieres un beso solo lo tienes que pedir?”

“Me gustas más con el regustillo de la sal y el limón…” – y, una vez más, como otras tantas, levantamos nuestras copas para decirnos sin palabras lo mucho que nos echábamos de menos.

“Entonces qué… ¿no me vas a poner al día? Ya veo que sigues conservando tu trabajo.”

“Esa es la primera novedad, de la que más orgullosa me siento: Ahora el bar es mío. Tanto trabajo tenía que tener algún tipo de compensación. Además, no me veía trabajando de camarera toda la vida. Estoy ilusionada San… estoy preparando la parte de arriba para hacer un comedor.”

“¿Vas a convertirlo en un restaurante?”

“Si, de comida vegetariana. De hecho ahora mismo debería estar mirando una cocina de un garito que ha cerrado para ver si se me adapta al espacio que tengo… pero se me ha puesto enferma Carmen…”

“¿Quién es Carmen?”

“Pues la nueva camarera…” – Leti se pone roja y yo sonrío. – “Bueno, vale, tal vez me guste… pero es hetero.”

“¿Y desde cuanto eso es un impedimento para la más experimentada de las promiscuas a este lado del Miño?”

“Uy, San, las cosas para mi han cambiado mucho desde la última vez que hablamos. Me han pasado muchas cosas y ahora prefiero pasar y tener paciencia. Sabes, no es necesario follar con todas… no tengo que demostrar lo que soy porque yo ya lo tengo claro.”

“¿Alguna vez lo habías dudado?”

“¡Por supuesto que no! Pero si hubo gente que lo hizo…”

“La gente…”

“Pero, sabes…” – me miró fijamente a los ojos y me sonrió con ternura. – “Me he acordado mucho de ti en los últimos tiempos… te he echado de menos. Siempre has sido una de las pocas bolleras que pasa de dramas y contigo siempre da gusto hablar. ¿Dónde has estado tanto tiempo escondida?”

“En el mundo, descubriendo que las cosas no son tan diferentes como me esperaba. En todas las casas se cuecen habas…”

“¡Y patada en los cojones!” – las dos nos echamos a reír como, seguramente también las dos, hacía tiempo que no hacíamos.

“¿A que ha venido eso? Jajaja, sigues estando como una cabra Leti.”

“Si, como una cabra… lo que he tenido que pasar amiga… ni te lo imaginas… Pero hoy no es día de llorar ni de contar penas. Cuéntame, ¿Qué has estado haciendo tanto tiempo fuera?”

“Pues nada del otro mundo. He estado trabajando en sitios diferentes y en condiciones dispares… también he conocido mucha gente y he aprendido que cada persona es un mundo y que cada cual tiene que vivir su vida como buenamente pueda. Porque, si te digo la verdad, el mundo está fatal de lo suyo… y no me refiero solo a la política de este país, si no a las mujeres y ese oscuro submundo de locura incontinente…”

“¡Diosas mías! San, por favor, deja de hablar que me he perdido en la primera frase. Por lo que veo hay cosas que no cambian…”

“Jajaja, lo siento, pensé que ya estabas acostumbrada…”

“Hace casi dos años que no hablamos en persona… he perdido práctica. ¿Qué te parece si cenamos juntas esta noche y nos contamos cositas?”

“¿Es una proposición indecente?”

“Por supuesto cariño.”

Después de tanto tiempo lejos de este pequeño lugar he de reconocer que lo echaba de menos. Las calles, el olor, lo pausado que es todo a pesar de ser un día de semana en horario laboral. Como por descuido paso por delante del hospital que tantos y tantos recuerdos me atrae a la memoria.

Inconscientemente pienso en Alba y sonrío al pensar que mi amiga ha encontrado la felicidad al lado de la mujer de sus sueños. Seguimos siendo muy buenas amigas y mantenemos un contacto constante.

Deben ser los treinta que acabo de cumplir, pero estoy viviendo una etapa de recuerdos increíble. Por eso sentía la imperiosa necesitar de volver a mis orígenes… para recordar lo que soy, quien soy y donde cojones había estado todo este tiempo escondida.

Porque es duro darse cuenta de que no estás bien, y es todavía más duro darse cuenta que, mientras no has estado bien, has cambiado tanto que a penas te reconoces. Entonces, echando esa memoria atrás, me di cuenta de que antes era feliz porque me hacían feliz un montón de cosas pequeñas… y no recordaba cuales eran. Hasta que abrí la ventanilla para que mi nariz se llenara del aroma de los árboles que bordean el camino de entrada a la casa de mis padres.

Aparqué detrás del coche de Víctor y me alegré de que el también estuviera para ayudarme a superar el trago de decirles a papá y mamá que estaba de vuelta aunque no me quedaría con ellos. Mamá nunca llegó a superar el disgusto de mi salida del armario, evita el tema y nunca me pregunta si tengo novia… sigue diciéndome lo de “Ay, Alejandriña, cuando buscarás un buen hombre que te acompañe el resto de tu vida…”

Papá, sin embargo, evita mencionar cualquier tema que tenga que ver con que su hija pequeña haya encontrado a la persona de su vida. Y me lo dice desde pequeña… no quiere que tenga novio. Y lo de las novias… lo dicho, evita el tema, pero se que lo único que quiere es mi felicidad. Papá y yo nos entendemos bien y siempre sale en mi defensa delante de mamá y de Nadia.

Sonrío mirando los columpios del jardín. He perdido la cuenta de la cantidad de veces que jugué aquí con mis hermanos mayores, la cantidad de veces que Víctor y yo hemos hablado de nuestras cosas aquí sentadas. Todavía nos veo jugando con los vecinos a tirarnos piedras envueltas en nieve… posiblemente algunos de ellos tendrán cicatrices como la mía por esos juegos peligrosos que hacíamos de niños. Y todos seguimos vivos para contarlo y para enseñar nuestras pequeñas heridas de guerra.

“¿Te vas a quedar ahí fuera todo el tiempo? Pensé que tendrías ganas de achuchar a tu hermano mayor…”

“¡Claro que tengo ganas de abrazarte Víctor!”

“¿Qué haces aquí que no entras?”

“Estaba recordando…”

“Los treinta son terribles, ¿verdad hermanita?”

“No tanto como creía… ¿y tú que haces aquí? ¿Hoy no trabajas?”

“He venido a darles una buena noticia a papá y mamá… y, ahora que te pillo aquí, te la digo a ti también: vas a ser tía.”

“¡¿Rosa está embarazada?!”

“Si, la medicina todavía no ha descubierto como dejar embarazados a los hombres… voy a ser papá hermanita…”

“Enhorabuena Víctor.”

“Pues si… ya iba siendo hora… nos hacemos mayores peque… Anda, baja las maletas del coche y entremos a saludar a papá y mamá. No están acostumbrados a tener tantas alegrías en el mismo día.”

“Mis maletas ya están a buen recaudo brother… solo vengo a saludarles y a deciros que me voy a quedar una temporada por el pueblo… pero no aquí.”

“Ah, ¿no? ¿Y donde te vas a quedar?”

“En casa de la tía Inés.”

“Pero si está casi en ruinas San…”

“Ya no… ¿hace cuanto que no pasas por allí?” – pregunté mientras abríamos despacio la puerta de entrada.

“Pues mucho, la verdad… ni siquiera sabía que la estabas restaurando.”

“Bueno, para algo me tenía que servir ganar dinerillo fresco…”

“¡Mamá! ¡Qué se me ha olvidado decirte una cosa!”

Mamá gritó de alegría al verme, después de achucharme y besarme un rato, comenzó con los comentarios típicos de madre. Qué si estoy demasiado delgada, que si tengo ojeras, que si he tenido problemas, que por qué no me quedo en mi antiguo cuarto con ellos, que si se sienten muy solos, que por qué no he avisado de que venía… en menos de diez minutos volví a sentirme de nuevo como Marisán, la pequeña de una familia modelo, la rebelde sin causa, la muchacha a la que todos en casa quieren pero nadie entiende.

Y, lejos de sentirme mal como por aquel entonces, sentí que, por mucho que nos empeñemos, los que nos quieren nos van a seguir queriendo aunque no estén de acuerdo con nosotros. O eso, o es que la distancia que he interpuesto y el hecho de vivir mi vida a mi antojo me han ayudado a dejar de temer el rechazo.

Por supuesto que no le gustó cuando le dije que me quedaba un tiempo y que no sería allí con ellos. Tenía demasiadas cosas que hacer, en las que pensar, y lo último que quería era tener la presión de volver a casa de mis padres. Y no era porque no los quisiera, pero necesitaba estar sola un tiempo… aunque no demasiado lejos de los que tanto añoraba.

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No pude escaquearme más y, a pesar de que ya había hecho la compra el día anterior, cuando llegué, quedé con mi madre en que iría a comer con ellos. Todavía no había visto a mi padre y era la persona a la que más ganas tenía de ver. Las cosas entre nosotros desde mi traumática salida del armario no han sido todo lo buenas que eran antes. Y no por el hecho de descubrir que a su pequeña le gustaban las mujeres, si no por haberme marchado sin hablar con él.

No es culpa de mi padre, estoy segura de que pude haberlo compartido con él sin más, pero mis propios miedos y mis ganas de conocer el gran mundo de allí fuera sin que nadie me diese consejos pudieron más que la sensatez. He echado tanto de menos esas tranquilas charlas mientras paseábamos por algún monte perdido...

“Papá…” – las lágrimas se agolparon en mis ojos. Estaba sentado en el pequeño banco que él mismo había construido cuando la tía todavía vivía.

“Estos chicos están haciendo un buen trabajo con la restauración. La planta de abajo ya está casi terminada… aunque, bueno, les he dicho que no toquen los muebles, que los vamos a hacer tú y yo…” – me acerqué a el despacio y me senté a sus pies apoyando la cabeza en su regazo.

“Lo siento mucho papá…”

“Deja de llorar anda, que me vas a poner tonto a mi también. No tengo nada que perdonarte, eres mi hija y te quiero y eso no va a cambiar.” – acarició mi pelo y yo le miré. Sus ojos seguían siendo como los míos y su mirada no era la que tan bien recordaba y que tan descolocada me había dejado. – “Has crecido San… tú te tienes que acostumbrar y yo también.”

“Te he echado de menos.”

“Entonces, ¿estás decidida a quedarte aquí?”

“Al menos durante un tiempo si.”

“¿Cuándo llegaste?”

“Ayer por la tarde…” – me puse colorada y mi padre me miró reprobando mi actitud. – “Quería saber si podría acostumbrarme antes de decir nada.”

“¿Cómo no te ibas a acostumbrar? Naciste aquí y también aquí diste tus primeros pasos. ¿Acaso no recuerdas como te hiciste esa cicatriz en la cabeza? ¡Tu madre casi me corta las manos por haber puesto aquí este banco!”

Nos quedamos allí sentados más de dos horas, casi llegamos tarde a comer y, como en los viejos tiempos, mi madre se lió a gritos con los dos más sinvergüenzas de la casa. Y, como siempre, mi padre y yo agachamos la cabeza intentando que mamá no se diera cuenta de que nos estábamos riendo.

Como cuando era niña, mi padre me guiñó el ojo mientras me tocaba la punta de la nariz. Con grata sorpresa recibí a mis hermanos en el umbral de la puerta. Mi madre había llamado a Nadia para decirle que había venido y, antes de escuchar más detalles se auto invitó a comer.

Cuando nos sentamos todos juntos alrededor de la mesa sentí una extraña morriña de unos años inolvidables, de unos momentos únicos y unas vivencias y convivencias que marcaron mi vida. Observé el conjunto durante varios minutos, la rutina y la confianza de una familia es algo que nunca se pierde aunque las cosas ya no sean como siempre.

Mi hermana gritó de alegría cuando Víctor le contó la noticia de su próxima paternidad y exclamó, para mi sorpresa, que estaba en trámite para adoptar legalmente al hijo de su futuro marido… y yo ni sabía que tenía un nuevo novio, ni que se iba a casar, ni que iba a tener un hijo de cuatro años en menos que canta un gallo.

Con la sobremesa fue cuando me tocó a mí recibir el turno de preguntas y, como buenamente pude, intenté escaquearme de los temas más dolorosos contándoles por iniciativa propia algunas de las cosas maravillosas que me habían pasado.

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“¡Llegas pronto! ¿Qué pasa? ¿Tanto me echabas de menos?” – dijo Leti a medio vestir mientras acababa de poner la mesa.

“No llego pronto… eres tú que te has retrasado. Y si, claro que te echaba de menos. Tengo mono de estar con una mujer que me haga reír y no sufra del mal de drama bollo.”

“¿Tan terrible ha sido tu exploración por el mundo?”

“Peor… ¡¿Por qué las mujeres tienen que ser tan zorras?!”

“Pues no lo se amiga… lo cierto es que no hay una buena… pero es que… esos cuerpos, esas curvas… ¡¿Y que me dices del sexo?!”

“Ahí has hablado… si. Yo soy de las que piensa que es mejor el sexo sin amor que el amor sin sexo… porque el amor nos hace débiles y vulnerables.”

“Si, si, nos vuelve idiotas del todo… pero cuando estás enamorada los colores brillan más, la luz es más bella…”

“¡Y los orgasmos son mejores!”

“¡Si es que ya lo decía yo! ¡Si quieres tener buen sexo sin compromiso llévate bien con tus ex!”

“Jajaja, eres terrible…”

“Anda, ven aquí, abrázame fuerte que tengo ganas de sentirte de cerca.” – me dejo envolver por sus brazos y siento sus labios en mi cuello. – “Hija mía, como has adelgazado… deja que te vea bien sin chaqueta.” – me coge la mano y me hace girar sobre mi misma. – “Buf, San, no se si seré capaz de cenar contigo cerca… estás impresionante.”

“Leti, cariño, no hace falta que me adules, a mi ya me tienes ganada.”

“Eso ya lo se, pero, en serio, estás preciosa. Como un buen vino, con los años mejoras cielo.”

“Gracias encanto.”

“Bueno, ¿qué te parece si terminas de poner la mesa mientras yo me visto?”

“¿Te vas a poner elegante?”

“Por supuesto, he quedado para cenar con una mujer preciosa.”

“¿Y qué intenciones llevas con ella?”

“Ninguna que se pueda decir en voz alta…”

Dijo mientras se escondía en su habitación. Me quedé riendo mientras admiraba el gusto de mi amiga a la hora de decorar su casa. Entré en la cocina para coger unos platos y cotillear que había hecho de cena. La verdad es que a Leti los años tampoco le sentaban tan mal. Antes era atractiva, pero ahora se ha convertido en una mujer muy guapa además.

Entonces recordé el día que la conocí. La verdad es que me ayudó mucho a soltarme que ella misma reconociese que también padeció lo suyo. También los tequilazos que nos tomamos aquella misma noche y que me desinhibieron lo suficiente como para dejar que acabase entre mis piernas proporcionándome el primer orgasmo que no me provocaba yo misma.

Esa primera sensación es difícil de olvidar cuando te ha gustado tanto como me gustó a mí. Y Leti, dentro de su promiscuidad y alevosía, siempre ha sido un encanto con sus amantes. Normal que todas acabaran enchochadas pensando en que serán las afortunadas que ocuparían su corazón.

Pero mi amiga solo trataba de ser amable y de tratar a las mujeres con todo el cariño que le era posible. Pero no se le puede poner un collar a una zorra porque acabará por romper la cadena de la que está presa. Aunque, como ella bien me había dicho, las cosas habían cambiado desde la última vez que habíamos estado juntas.

“¿Te parece bonito no esperar por la anfitriona para abrir la botella de vino?”

“Estaba sirviendo un par de copas para oxigenarlo pedazo de…” – me di la vuelta para ofrecerle una copa. Casi se me caen las dos al suelo cuando la vi con aquella ropa que tanto le favorecía. – “Joder…”

“Jajaja, San, cariño, eso después y, ahora, cierra la boca que se te va a desencajar la mandíbula…” – agarró su copa y, con una sonrisa y mirada pícaras, la alzó. – “Por nosotras, por que los años nos sigan tratando así de bien y por follar más y joder menos.”

“Amén… ¿te han crecido las tetas?”

“No, más bien me ha mermado el resto del cuerpo. Qué te voy a contar a ti que no sepas…”

“Bueno, vamos a cenar que si no…”

“¿Qué si no qué?” – su cara cambió y se puso seria. La noté tensa e incómoda. – “Lo siento San… estoy un poco sensible. SPM (síndrome premenstrual).”

“¿Quieres que me vaya?” – me miró como si fuese un cachorrito pidiendo un poco de cariño y calor. La rodeé cariñosamente con mi brazo y acerqué mi cara a la suya. – “Sirvo yo la cena y no es una pregunta.” – acerca sus labios a los míos y me besa suavemente mientras acaricia mi cara.

“Gracias.” – vuelve a besarme, introduce suavemente su lengua en mi boca y rodea mi cuello con sus brazos. Correspondo su gesto envolviéndole la cintura y dejando que una de mis manos alcance sus nalgas.

No hizo falta que dijese nada, Leti se estaba entregando a mi porque necesitaba que alguien la rescatase y no necesité ni una sola palabra para darme cuenta de cuánto necesitaba sentirse querida.

En menos de cinco minutos habíamos pasado de estar bromeando como dos viejas amigas a estar amándonos como dos viejas amantes. Leti lo necesitaba y yo quería dárselo. El suelo del salón estaba lleno de cojines así que lentamente la llevé hacia allí. Con toda la dulzura que pude empecé a desvestirla sin dejar de besar sus suaves labios.

Leti se dejaba como nunca había hecho conmigo, como si de verdad necesitara sentir que alguien la quería, como si de verdad desease, aunque fuera de mentira, sentirse el centro de la vida de alguien. Sabía que conmigo lo tendría, sabía que para mí sería la primera de la lista durante aquellas horas que pasaríamos juntas.

Sujeté con firmeza su cabeza para apoyarla luego sobre uno de esos cojines, mostrándome íntegra su preciosa desnudez. Acaricié su suave piel con la punta de mis dedos y noté como se le erizaba. Tenía los ojos cerrados y apretaba fuertemente su mandíbula tratando de contener sus emociones.

Me senté a horcajadas sobre ella y comencé a desabotonar mi blusa. Sus ojos estaban inundados de lágrimas que luchaban por no salir de sus ojos. Yo sonreía tranquila mientras me desnudaba con calma y ella también acabó por sonreír. Reconocía a la mujer que yacía bajo mi cuerpo, pero nunca había visto ese sufrimiento en ella…

Mis pechos rozaron contra los suyos mientras mi boca buscaba una vez más la suya. Un escalofrío nos recorrió por el cuerpo a las dos y sus manos se aferraron fuertemente a mi espalda. Lamí con delicadeza su cuello, mordí el lóbulo de su oreja y escuché un profundo suspiro salir de su interior. Mis manos comenzaron a pasear por su anatomía mientras ella enredaba sus dedos en mi pelo animándome a continuar con aquel que, por un momento, sentí como doloroso placer.

Mi boca siguió recorriendo su cuerpo como si se tratase del mejor de los manjares. Sus hombros, su pecho, sus erectos pezones que recibían gustosos la humedad de mi lengua. Su abdomen plano se tensa con mis ligeros besos y su espalda se arquea cuando comienzo a bajar por su depilado pubis. Mis manos se aferran a sus pechos y las suyas a las mías para ejercer mayor presión…

Un profundo quejido escapó de su boca cuando mi lengua abrió sus mojados labios en busca de su clítoris que pedía a gritos un poco de atención especial. Mis papilas todavía recordaban aquel sabor aunque mi cabeza no recordaba la sensación de melancolía que nos inundaba en aquel íntimo momento.

Levanté un poco la cabeza para observarla y buscar esa complicidad que teníamos y me encontré con sus ojos cerrados con fuerza y unas lágrimas que se escapaban furtivas rodando por sus mejillas. Repté sobre su cuerpo para secárselas con mi boca todavía húmeda por sus fluidos y dejé que fuese mi mano la que continuase buscando ese momento sublime que tanto necesitamos cuando estamos tristes.

“Quédate a mi lado… abrázame… ámame…” – escondió su cabeza en mi cuello mientras dos de mis dedos la penetraban con suavidad.

Obedeciendo fielmente a sus palabras, pegué mi cuerpo al suyo tanto que pensé que acabaríamos ardiendo con el roce, la abracé con fuerza con mi brazo libre mientras mi mano seguía acariciándola por dentro y, con mis gestos, mis mimos y las suaves palabras que salían de mi boca la amé como mejor sabía. Sentía como sus lágrimas empapaban mi cuello y mi hombro, como sus suspiros eran cada vez más profundos, como sus dientes se aferraban a mi piel para no decir lo que tanto le dolía.

Sus manos acariciaban mi espalda y sus uñas dejaban surcos causándome un ligero dolor que reflejaba tratando de darle ese momento de placentera serenidad que las dos necesitábamos. Saqué mis dedos de su interior dejándola temporalmente huérfana para acariciar ese hinchado clítoris y apurar el desenlace para poder pasar ese contradictorio lapso.

Busqué sus ojos para clavar mi mirada en la suya y pegué mi boca a la suya para respirar los suspiros que de ella salían…

“Te quiero…” – se lo dije sintiendo cada sílaba. Ella dejó salir todo lo que tenía escondido dentro y se echó a llorar como una niña abrazándome con fuerza.

………………………………………..

“¿Estás mejor?” – dije mientras hacía malabares con la bandeja de la cena que había preparado Leti para las dos.

“Si… gracias y, lo siento…” – volvieron a llenársele los ojos de lágrimas. – “No me gusta derrumbarme y mucho menos con alguien a quien tenía tantas ganas de ver.”

“Cariño, para eso estamos las amigas, para las buenas y para las menos buenas. Conmigo no tienes por que disimular, nos conocemos demasiado.”

“Lo se… pero te has quedado a medias.” – una pícara risa se le escapa y me hace sonreír a mí también.

“Eso tiene fácil solución querida…” – le guiño un ojo y me siento rodeando su desnudez con mi brazo. – “¿Cómo se llama?” – respiró profundamente y cerró los ojos.

“Se llamaba Raquel…” – carraspeó y volvió a respirar profundamente. – “Y era la cosa más linda del mundo… no se, San, no se si quiero aburrirte con esto… tal vez todavía no estoy preparada para hablar de ello…”

“Entonces hablemos de otra cosa… o quedémonos en silencio disfrutando de la rica cena que has preparado. Es bonito poder cenar algo rico desnuda y abrazada a una tía buena, Jajaja.”

“Y tanto, Jajaja. Te echaba de menos San… echaba de menos tener cerca de una mujer que me hiciese tener fe en la raza humana y que me dijese que la Luna es de queso.”

“Por supuesto que la Luna es de queso y lo de la fe… bueno, es lo último que se debería perder. Aunque, mujeres, mujeres… siempre consiguen hacer que nuestros profundos cimientos se tambaleen.”

“Cierto es… ¿y tú que?”

“Pues yo en mi línea hija.”

“¿Qué pasa San? ¿Tengo que traer el sacacorchos para que me hables de las mujeres de tu vida?”

“Una parte de las mujeres de mi vida creo que me tendrás que contar tú como van… si mal no recuerdo tienes más contacto con ellas que yo…”

“¿Y me vas a decir que no ha habido más mujeres?”

“Haberlas hailas…” – las dos nos echamos a reír y abrazamos de nuevo nuestra desnudez. – “Pero solo he tenido una relación de más de una noche… una buena amiga que algún día te presentaré. El resto han sido importantes también pero… ya sabes, breves e intensos momentos de intimidad.”

“Chocho loco… y esa relación de más de una noche… ¿por qué terminó?”

“No ha terminado todavía… como muchas de las relaciones que tengo, preferimos amarnos a ratos. Ya sabes, la semana, mes o año que estoy con ella, estoy con ella, el resto del tiempo soy del mundo.”

“Tú lo que tienes es más morro que espalda amiga.”

“¿Te vas a quejar de amiga?”

“No… soy una de las tuyas, ¿Cómo me voy a quejar si siempre me das lo que necesito sin preguntar?” – me besa de nuevo en los labios y acaricia mi cara sin apartar sus ojos de los míos. – “Yo también te quiero…”

“Tonta… anda, cuéntame como están por aquí las cosas y que ha sido de aquellas chicuelas con las que jugábamos a dar nuestros primeros pasos…”

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Regresé a la fría calidez de mi nuevo hogar cuando la mañana empezaba a descubrir las heladas. Leti y yo estuvimos desnudas toda la noche entre charlas y otros juegos que las dos teníamos ganas de practicar. Me quedé con las ganas de saber su historia con la tal Raquel, aunque estoy convencida de que pronto la sabré.

También me puso más o menos al día de las vidas de algunas de las amigas que teníamos en común, aunque, por lo visto, ella también había estado desaparecida del mundanal ruido, como yo.

No tengo prisa por saberlo todo ahora, tengo tiempo para enterarme de la vida de cada una cuando ellas mismas me lo quieran contar. Y, las que no quieran, es porque no tienen nada que merezca la pena ser sabido.

Saco una taza repleta de café caliente y me siento en el banco de papá para darle los buenos días a ese sol que ya se ve por entre los árboles y sonrío de nuevo al pensar que ya estoy en casa.