Samuel amigo, hazme un favor (2)

Es la continuación del encuentro con mi amigo Carlos y su mujer, Rosa. Cris y yo celebramos nuestro aniversario.

Carlos estaba sentado en una silla de ruedas, no sé si recordáis. Nos invitó a Cris, mi mujer, y a mí, a pasar un fin de semana junto a Rosa, su mujer, y él. Carlos rememoró los viejos tiempos y me habló de aquellos planes de intercambio de parejas que planeábamos antes de su accidente. Él estaba prácticamente anulado en el plano de la sexualidad. Continuó hablándome:

  • Me gustaría que le hicieses el amor a mi mujer

  • Pero Carlos yo…- repuse.

  • Mira, tu mujer puede entrar también, te propongo un trío.

Ni que decir tiene que la idea me atraía demasiado, pero yo disimulaba mostrando sorpresa.

  • Sí, me gustaría hacerlo –dije, no fuera que la oportunidad escapara-, ¿pero tu mujer y la mía querrán?

  • No seas ingenuo Samuel, por supuesto que querrán.

Nos sentamos a la mesa a cenar los cuatro. Flotaba un extraño silencio; un silencio apasionante en el que el duende del erotismo revoloteaba sobre nuestras cabezas.

  • Tomemos pronto el postre –dijo mi mujer-, hemos de ponernos manos a la obra

  • Cris, ¿a qué te refieres? –pregunté en un tono estúpido.

  • Rosa y yo ya hemos hablado esta tarde en la playa de lo del trío que vamos a montar.

  • ¿Pero tú estás de acuerdo cariño?

  • Claro –me respondió Cris-, es nuestro aniversario y quiero celebrarlo a lo grande.

Miré a los ojos a Rosa, que estaba divina. La deseaba enormemente y quería empezar de inmediato. Carlos; por supuesto, sería un mirón y para que no nos sintiésemos incómodos esta primera vez (como la llamaron ellos tres) él iría a otra habitación para contemplarlo a través de un circuito cerrado de televisión y también grabarlo en video. Nos encaminamos hacia un dormitorio en el que había una amplia cama. Cris, con esa intuición que caracteriza a las mujeres y más a la que es esposa de uno mismo, me dijo:

-¿A qué esperas para comerte a Rosa? Lo estás deseando.

No me lo hubo de repetir. Me abalancé a besar a Rosa en la boca y ella correspondió abiertamente, mientras a nuestra espalda Cris se desnudaba primero y después nos ayudaba a hacer lo mismo a los besucones. Los tres "en perla" nos dejamos caer en la cama. Jamás lo hubiera imaginado: las dos mujeres empezaron a centrar su dedicación exclusivamente en mí. Me sentía un tanto cohibido con las dos bocas femeninas recorriendo mi cuerpo, y mi mujer, que es muy inteligente, me dijo al oído que no me sobreexcitase ni me pusiera nervioso si no quería decepcionar a Rosa yéndome muy pronto y no estando a la altura. Evidentemente Rosa quería hacer el amor con rabia ya que hacía tanto que al parecer no gozaba, pero no dejaba de ser igual de interesante para Cris y para mí, por lo que a experiencia nueva se refería. Las mujeres son tremendas, ellas parecían saber que hacer en cada momento y conscientes del placer que ello me produciría empezaron a hacerme una felación a dúo y si no fuera porque sabía que llevaban años sin verse, hubiese dicho que llevaban mucho tiempo ensayándolo ya que estaban coordinadas a la perfección turnándose en la mamada. Mientras una mamaba, la otra me lamía el escroto. Mis gemidos marcaban el cambio de posición, hasta que el ritmo que adquirimos fue el propicio para llevarme a la corrida. Pregunté a Rosa si lo que estaba haciendo no enfadaría a su marido y haciendo un paréntesis en su tarea se acercó a mi oído para susurrarme:

  • Olvida a mi marido y vamos a disfrutar los tres como nos apetezca.

Estaba a punto de eyacular; Rosa lo intuyó e introdujo mi glande en su boca. A continuación vino la leche:

-¡Oh, Diooooosssss! –grité, mientras aquella mujer tragaba de mí lo que Cris, mi esposa, no se había atrevido a hacer jamás.

Me acongojó pensar que no pudiera seguir satisfaciéndolas, pero la situación era tan especial y excitante que volví a tener el pene bien erecto en cuestión de diez minutos, tiempo en el que nos acariciamos, incluso ellas, que empezaron con ciertos devaneos lésbicos. ¿Cómo entonces no iba a tener otra erección? Preferí no pensar más en Carlos y me lancé a comerle el coño a su mujer, no sin ciertas quejas de la mía,

cuyas piernas hube de aproximar todo lo posible para también dar el salto de vez en cuando y comerle su coño, que esa noche más que nunca me sabía a gloria. Ambas me dedicaban palabras muy tiernas sin dejar de gemir y suplicándome que me las siguiese comiendo tan ricamente toda la noche. Las hice llegar al orgasmo con mi boca, primero Rosa, evidentemente, luego Cris. Me giré hacia donde estaba la cámara y audazmente le dirigí unas palabras a mi amigo Carlos, haciéndole saber cuan rica estaba la raja de su mujer.

Dejé a las chicas un rato a solas prometiéndole que regresaría en unos minutos. Fui a la cocina para beber algo fresco y después me dirigí hacia donde se encontraba Carlos. Me dijo que se sentía muy excitado y que el espectáculo le estaba gustando. Me animó a continuar y me dijo que en un armario del dormitorio guardaba un juguete para que las chicas jugasen. No obstante me las quería follar a ambas, así que regresé al dormitorio. Me esperaban impacientes: Rosa abierta de piernas me enseñaba su coño húmedo y Cris se acariciaba las tetas. O sea, un espectáculo inmejorable.

  • Situaos chicas, quiero meter mi verga en una de vuestras cuevas.

  • ¡Por favor, que sea en la mía primero! –dijo Rosa, que esa noche era una acaparadora.

A mi mujer no le importaba en absoluto, así que se tumbó boca arriba y dijo a Rosa que se echase sobre ella. Así pues, yo entré en la cueva de Rosa desde atrás, mientras ambas se besaban. Empecé con el bombeo pausadamente.

-¡Vamos cabrón, dame caña! –se atrevió a proferir Rosa, ante lo que mi mujer abrió mucho los ojos sorprendida al oír a su amiga llamarme de ese modo, pero comprendiendo que eso formaba parte del juego.

No quisimos ni Cris ni yo ser menos en aquello del "Talk dirty to me" y comenzamos a llamarnos todo tipo de cosas. De cara a Carlos, que lo veía y escuchaba todo, yo puse especial énfasis en todas mis palabras. Se trataba de hacerle un favor a un amigo. De nuevo fui audaz y le dije a Rosa:

  • ¡Venga pedazo de puta! Si nos haces disfrutar a la zorra de mi mujer y a mí, te pagaré bien.

Mientras, mi polla seguía entrando y saliendo de su húmeda cueva, resbalando por aquella suavidad acuosa de sus caldos de hembra. Cris le chupaba y mordía sus pezones y así la caliente Rosa recibía placer por dos flancos distintos. Alguna de ellas propuso cambiar de postura, lo que fue aceptado gratamente. Inmediatamente extraje la polla del coño candente de Rosa, quien cayó boca arriba sobre la cama; Cris se montó encima de ella en plan 69: empezaron a comerse el chumino de su amiga.

  • ¡ Bravo –exclamé yo-, menudas guarras sois! A lo que ellas no contestaron y sin dejar de trabajarse con la boca la una a la otra, Cris me indicó con el dedo que me colocase tras de ella y procediese a hincársela en su chocho, lo que hice sin dilación esperando que su cueva fuese tan acogedora en ese momento como lo fue instantes antes la de Rosa, y no me decepcionó porque incluso podría jurar que el gesto de la vagina de mi esposa fue de absorción, o sea, mi verga se vio absorbida como si lo hiciese una aspiradora. Sin embargo cada cierto número de embestidas Rosa me exigía sacarla y meterla en su boca donde su saliva bañaba mi dura verga. A continuación la volvía a introducir en el coño de Cris que también exigía la atención de mi falo. Pronto deseé correrme, a la vez que mi mujer experimentaba sus orgasmos, todo bajo el frenesí al que nos conducía los manejos bucales de Rosa, que no dejaba de lamer y chupar los genitales de mi mujer y míos. Esta vez mi mujer me pidió que eyaculase en su boca y ese fue otro de los placeres de la noche, pues como sabéis, nunca habíamos hecho eso. La escena fue curiosa ya que Rosa también quiso pillar parte y parecían dos cachorras que se pelean por mamar de una misma teta, en este caso polla. Fue sensacional.

Me dirigí hacia donde se suponía que Carlos guardaba aquellos juguetes. Las dos hembras reclamaban mi presencia desde la cama. Era de locos: aún querían más. Pero no había problemas por mi parte, yo tampoco quería que la juerga de esa noche acabase aún. Encontré todo tipo de artilugios, vibradores, bolas chinas, ungüentos, cremas, películas pornográficas, etc… Eché mano de un consolador adaptable con cinturón y se lo di a mi mujer, que de inmediato se lo abrochó a la cintura y se plantó ante la cara de Rosa, nuestra ninfa esa noche. Los juegos se sucedieron a lo largo de un rato más y disfrutamos de lo lindo.

Poco después Rosa se retiró a descansar junto a Carlos y Cris y yo quedamos solos. Le dije a mi mujer lo bella que estaba esa noche y acabamos echando un polvo a solas.

Continuará, aún he de contar algo más.