Sami o Samuel

Lucía sorprende a Sami, su vecino y compañero de clase, en el mismo lugar que ella ha elegido para estar sola...

El juego lo empecé yo, no me da vergüenza decirlo a pesar de que entonces yo ni era mujer aún, aunque tampoco era una niña. Estaba en esa fase intermedia en la que nos sentimos como si cada órgano de nuestro cuerpo quisiera crecer hacia un sitio distinto sin terminar de ponerse de acuerdo.

Tenía 15 años recién cumplidos, me habían empezado a crecer los pechos y los tenía muy sensibles, cualquier golpecito, por leve que fuese, me causaba una tremenda molestia, para colmo estaba a punto de menstruar por primera vez y me dolía la parte baja del vientre día sí y día también.

El día que estuve con Samuel en la cochera, había llegado a casa sintiendo unos terribles calambres en los ovarios que me obligaron a tumbarme en la cama y a no querer comer. Mi madre vino a la habitación, y me sonrió con mucho cariño pasándome una mano por el pelo.

-Estas a punto de convertirte en una mujer- Me dijo y yo maldije al responsable de hacer pasar a las mujeres por todo aquel calvario y aquella revolución de hormonas.

Sobre las cuatro, mi madre se fue a trabajar y me quedé sola en casa con mi hermano mayor, Alberto. Me encontraba mejor, así que me puse a ver la tele. Recuerdo que me sentía extraña, me notaba nerviosa, excitada sin motivo aparente. De pronto pensé que me apetecía mucho masturbarme y enseguida se me ocurrió el mejor modo, el que más me gustaba: en la ducha. Me encantaba acercarme el chorro a presión al clítoris y sentir el placer que me daba, era una sensación tan increíble que me producía tremendos orgasmos en apenas unos segundos.

Con sólo pensar en la ducha, y en lo que haría dentro, se me aceleró el corazón y sentí como mi sexo latía y se hinchaba. Días antes me había rasurado la zona, y aunque ya me había salido algo de vello, lo tenía ralo y era muy agradable tocarlo, porque cuando me excitaba, lo sentía muy marcado bajo mi ropa interior. No quise esperar más, apagué la tele y me dirigí a mi habitación, vi que Alberto estaba estudiando en su cuarto, me extrañó encontrarlo tan concentrado, pero no le presté demasiada atención. Iba a desnudarme, cuando sonó el timbre de la puerta.

Lucía, abre tú- me dijo Berto. Con un mohín de fastidio, dejé lo que estaba haciendo y, aún vestida, fui a abrir, pensando que sería alguno de los amigos de mi hermano.

Hola Luci, ¿Está Berto?- Verónica, la novia de mi hermanito, estaba allí. La invité a pasar y en menos de cinco minutos, Berto me estaba invitando a dejarlos solos, era obvio que ellos también habían pensado en desfogarse aprovechando la ausencia de adultos en casa.

Total, que acabé en la calle, sin ducha, y tan excitada como hacía un rato o aún más. Intenté pensar en otra cosa pero todo era imposible, sólo podía pensar en sexo, en tocarme, así que intenté buscar un sitio donde poder masturbarme rápido para que se me pasase aquella excitación que me consumía.

Se me ocurrió ir al cuarto de los contadores, aunque supuse que estaría cerrado con llave, bajé para comprobarlo y efectivamente, estaba cerrado. Maldije, y entonces lo supe: La cochera.

Sin pensarlo más bajé en el ascensor, una vez abajo vi el lugar tan frío, oscuro y desierto, que me dio miedo. Pensé en todas las películas donde se veía como mataban a alguien en parking vacíos como aquel. Decidí que no había sido buena idea, además, allí no había quien se concentrase, con aquel frío y aquella oscuridad, y si llegaba alguien? Estaba decidida a marcharme cuando vi a alguien dentro de un coche. Me un susto enorme, casi grite, pero vi que la figura me saludaba con la mano y entonces me di cuenta de que era mi vecino Samuel, Sami para todos. Sami venía a mi clase, era muy desgarbado y bastante tímido, tenía gafas y tartamudeaba un poco al hablar. Me sorprendió verle allí, dentro del coche, solo.

Me acerqué para preguntar, y al verme hacerlo, abrió la puerta y salió, se le notaba que estaba muerto de vergüenza.

-¿Qué haces ahí metido?- pregunté mirándole a pesar de que él no me miraba. Entonces vi que tenía la bragueta bajada y de pronto entendí que estaba haciendo lo mismo que yo había bajado a hacer.

No me contestó, ni me miró siquiera, tenía las llaves del BMW gris de su padre en la mano.

Sin decir nada, rodeé el coche, abrí la puerta del copiloto y me metí dentro. Sami me miró asombrado desde fuera, le hice un gesto para que entrase y durante un momento pareció dudar.

-Vamos- Le dije animándole. El interior era enorme, espacioso y muy cómodo, me recosté en el sillón de cuero mientras Samuel se sentaba en el asiento del conductor y cerraba la puerta.

-Tu padre tiene un coche genial- Le dije poniéndome cómoda. Él se limitó a mirarme un poco de soslayo con el cuerpo tenso y sin decir nada.

Durante un momento los dos estuvimos en silencio, yo había reclinado el asiento y estaba tumbada mirando al techo, Sam,i a mi lado, seguía sentado tieso como una vela, la cochera estaba completamente en silencio.

No se lo voy a decir a nadie- Dije para romper el silencio, él me miró, y sus ojos pasaron de mi cara, a mis piernas, donde se detuvieron a penas un segundo más de lo adecuado, el tiempo justo para que yo me diera cuenta.

Bajé la vista y vi que, al tumbarme, la falda se me había subido un poco dejando gran parte de mis muslos al aire. Ni corta ni perezosa me la subí un poco más observando divertida la cara de sorpresa de Sami.

¿Te gusta?- Pregunté. Él apartó enseguida la mirada, como un niño pequeño cogido en falta, aquel gesto me pareció encantador.- ¿Te estabas tocando, no? Antes, te estabas...

¿Por qué has bajado aquí?- Me soltó con tono ofendido.

Por que buscaba lo mismo que tú, un sitio tranquilo donde...- Me subí la falda un poco más y dejé al descubierto mis bragas blancas. Pensé que unas bragas blancas de algodón no eran lo más excitante para una situación como aquella, si hubiera podido elegir, supongo que hubiera llevado mi tanga amarillo, pero las cosas no siempre se planean de antemano, y aquello estaba resultando totalmente improvisado.

Samuel me miró y esta vez no apartó los ojos, sino que me acarició un muslo con la mano. Apenas fue un roce, pero todo mi cuerpo reaccionó ante el contacto, sentí un escalofrío y tuve que reprimir soltar un gemido. Al deslizar los dedos hacia el interior del muslo, me hizo cosquillas y sonreí.

-Tienes la piel muy suave- Dijo sin apartar los ojos de mi entrepierna como hipnotizado. Me fijé en su pantalón y noté que estaba teniendo una erección bastante evidente, entonces me tumbé y abrí las piernas para él. Estaba tan excitada que todo me daba igual, sólo quería que me tocase, que me hiciera lo que quisiera hasta correrme y gritar. Suspiré cuando sentí uno de sus dedos resbalar por la tela de mis braguitas justo sobre mi clítoris.

  • Estas mojada, mucho... Esto... ¿Es normal?- Su ignorancia me hizo sonreír.

Sí, claro que es normal, ¿Nunca has estado con una chica?- Me miró sorprendido por la pregunta. Tenía mi misma edad, y viéndole... Claro que nunca había estado con una. En sus pupilas dilatadas pude leer la pregunta, "¿Tú sí?"

  • Yo tampoco he estado nunca con un chico, es la primera vez.- Le hice saber. En ese momento sentí sus dedos apartar la goma y colarse bajo la tela para hundirse en mi piel. Mi respiración se aceleró y arqueé el cuerpo buscando un contacto más profundo. Samuel tenía las manos frías y eso aumentaba las sensaciones. Al ver que me gustaba, empezó a mover los dedos contra mis clítoris y pude ver que se llevaba la mano libre a la entrepierna. En un visto y no visto, tenía el pene entre las manos y se marturbaba a la vez que me acariciaba a mí, siguiendo un ritmo bastante convincente.

No te toques- Le pedí entre susurros dejando que el placer me inundase, no quería correrme, quería que aquello durase horas, días, meses, quería que durase eternamente. Sami soltó su miembro en cuanto yo se lo pedí, hasta entonces no me había dado cuenta de que se había quitado las gafas y sus ojos verdes escrutaban con total atención cada uno de mis gestos y de mis movimientos, como si quisiera devorarme mientras yo me consumía de placer.

Era la primera vez que hacía algo así, mi primera experiencia sexual, en el interior de un coche, y él chico con el que estaba haciendo todo aquello era Sami, en el que creí que jamás podría fijarme. Pero no, aquel no era Sami, pensé de pronto, aquel era Samuel; Sami estaba enterrado tras las gafas de cristales gruesos que ahora descansaban en el asiento trasero.

Volví a arquear el cuerpo entre jadeos, entonces noté como se echaba sobre mí y me besaba el cuello. Su evidente inexperiencia me dejó produjo un poco de rechazo al principio; sus besos eran húmedos, mas que besarme, me impregnaba de saliva, me chupeteaba como si fuese un cachorrillo ambriento, sin embargo, allá abajo, sus dedos se movían como los de un maestro, o al menos a mí así me lo parecía.

Gemí más fuerte cuando, al echarse encima, su mano se deslizó hacía abajo y dos de sus dedos se introdujeron varios centímetros dentro de mi vagina. Su evidente erección chocaba contra mis muslos, noté como se rozaba contra ellos gimiendo a la vez, mientras enterraba su cara en mi cuello.

Dos segundos más tarde me corrí sin remedio. Sentí el orgasmo más intenso que había sentido nunca hasta ese momento. Me mordí el labio inferior para no gritar, mientras Samuel me susurraba algo que no acababa de entender. Con la mano busqué su sexo y lo aferré. Eché su asiento hacia atrás, y le obligué a tumbarse como había estado yo segundos antes. Entonces empecé a masturbarle despacio.

Él tenía los ojos cerrados y apretaba los dientes tratando de no emitir sonido alguno.

-¿Te gusta?- Le pregunté, a lo que me contestó con una especie de gemido-quejido que interpreté como un sí rotundo.

Voy a...- Empezó a decir, entonces me detuve, Samuel me miró con los ojos brillantes abiertos como platos.

¿Tienes un condón?- Con un movimiento rápido, abrió la guantera del coche y me mostró uno.

Se los quito a mis padres- Admitió con cierta vergüenza- Me los pongo antes de acabar para no manchar nada... Así es más cómodo.

Desde luego que era más cómodo, no es que yo tuviese mucha experiencia, pero las charlas con mis amigas, y las pelis porno me habían enseñado mucho.

Abrí el condón y traté de ponérselo, pero al final él tuvo que ayudarme porque no podía desenrollarlo. Una vez estuvo puesto, Samuel volvió a tumbarse y yo entonces probé a meterme su miembro en la boca.

Pillado por sorpresa, soltó una exclamación ahogada y enseguida, cuando empecé a chupar arriba y abajo, gimió agarrándose fuerte a los lados del sillón.

El sabor a goma y a lubricante no me resultó muy agradable, aún así, no me detuve, tener el pene erecto de Samuel en la boca me resultaba algo muy excitante, me gustaba, y por lo visto a él también, y mucho.

Al principio se me antojó muy grande para mi boca, y me costó cierto trabajo respirar y chupar al mismo tiempo, pero enseguida le cogí el truco, y empecé a hacerlo mejor y más deprisa. En cuanto imprimí un poco de ritmo y profundidad a mis movimientos, noté cómo él se corría. Sentí perfectamente como expulsaba en oleadas de espasmos, lo que a mí me pareció una gran cantidad de semen. Y luego enseguida empezó a perder dureza entre mis manos.

Después de aquello nos relajamos los dos, ambos satisfechos, Samuel empezó a abrocharse el pantalón, y me preguntó:

¿Qué hora es?

Las cinco casi- Contesté.

Pues será mejor que suba a dejar las llaves en su sitio, o mi padre me va a moler a palos.- Sonrió.

Samuel se puso las gafas y volvió a ser Sami el desgarbado en el que no se fijaba nadie. Antes de que saliese del coche, me cogió la cara y me dio y rápido beso en los labios.

Ninguno de los dos dijo nada, pero entre nosotros se produjo un pacto tácito. Al día siguiente en clase me senté un poco más cerca de su pupitre aunque en mi imaginación ya estaba junto a él.