Samara
Bruce, un abnegado padre de familia, se da cuenta que morbosea a la mejor amiga de su bella hija.
SAMARA
Kleizer
La precoz y sensual Samara perturbó desde un inicio a Bruce, padre de la mejor amiga de aquélla, Nancy. Samara, con su cabello castaño corto y sus ojos café, resplandecientes y coquetos. No le agradaba la idea que su dulce hija Nancy frecuentara a esa chica, pero se habían convertido en mejores amigas.
La primera vez que Bruce vio a Samara fue hace unos seis meses, cuando fue a traer a Nancy al colegio, luego de sus prácticas de volleyball. Allí venían las dos, con sus demasiado cortos shorts azules y sus diminutas camisetas casi adheridas a su tierna piel, la tez morena de Samara contrastaba con la piel nívea de Nancy y su rubia cabellera realzaban su apariencia pura y angelical.
Por culpa de Samara, Bruce, con cierta vergüenza, vio por primera vez a su preciosa Nancy, no como su bebé, sino como una mujer y cuando pensó que algún día iba venir un desgraciado a gozar de sus perfectos encantos el caudal de celos que se apoderó de él bastó para aterrorizarlo al detectar en sí mismo ese repentino y monstruoso impulso.
Por culpa de Samara, Nancy empezó a usar ropa más chica, minifaldas y blusas más escotadas, luciendo sus muy redondeados senos, y los de su mejor amiga no tenían nada que envidiarle, pensaba Bruce, antes de frenar esa línea de pecaminoso pensamiento, intentando calmarse y alejar esos fantasmas lujuriosos.
Un soleado día, Bruce llegó temprano del trabajo. Al ser él el gerente, los horarios no solían constituir mucho problema. Desde la sala escuchó las risas de las jovencitas provenientes del estudio. Bruce se dirigió allí para saludarlas, sin reparar en el súbito nerviosismo que siempre le surgía cuando estaba cerca de Samara. Se detuvo en seco ante la rendija de la puerta. Allí estaban las dos, sentadas en el suelo, sobre unos cojines y libros y cuadernos desparramados en el piso delante de ellas. Samara, la seductora lolita, con toda naturalidad, se había quitado la falda y andaba unos bikers verdes bien pegados a su redondo culito, con la camisa del colegio desabotonada casi hasta el estómago Bruce tragó saliva al constatar que su hija también andaba en bikers, pero rosaditos, y que apenas llevaba un estrecho top blanco cubriéndole los redondos y tiernos pechitos.
Bruce se sintió como un demonio inmundo cuando la polla se le puso dura como roca debajo de su pantalón de tela. Y a pesar del sudor que empezaba a rezumar de sus sienes y de su frente, no dejó de espiar, ocultándose tras un buen ángulo, intentando captar el hilo de la conversación
-No entiendo por qué Fernando prefiere más a esa loca de Dalila, es bonita, lo sé, pero se acuesta con todo el mundo -refunfuñaba la hasta entonces dulce e ingenua en la mente de Bruce, Nancy, que hizo una exquisita mueca de frustración núbil.
-Es más loca que yo -repuso Samara, muy atrevidamente, y las dos muchachas se rieron.
-Es por eso que la prefiere a ella, tontita -siguió Samara, sentándose cerca de Nancy, que la veía como si ante ella hubiera un místico gurú del amor-, Fernando no tiene que esperar mucho para que Dalila se le suba como un caballo
Nancy se quedó boquiabierta ante esta declaración. Bruce también se puso en guardia. Estaba seguro que Samara iba a sugerirle a su dulce querubín que se acostara con ese tío del que hablaban.
-No te digo que seas como Dalila, pero debes ser un poco más agresiva, ¿entiendes? -le recomendó Samara, hablando con esa felina voz suya, muy cerca su cara de la de Nancy. Los finos y rosados labios de la rubiecita Nancy se hallaban demasiado cerca de los labios gruesos de Samara.
-¿Más "sexosa"? -inquirió Nancy, y de nuevo, el par de angelitos estalló en cristalinas risillas.
A Bruce ya no le pareció tan gracioso, pero se puso a meditar que, a lo mejor, casi todas las muchachas de su edad sostenían pláticas semejantes, al fin y al cabo, cuando él era adolescente, también discutía sus estrategias para ligar con sus hermanos y amigos sin ningún tapujo.
-Tienes que adquirir más experiencia, ¿entiendes? Ser más coqueta, mostrarle a Fernando que también tienes potencial, ya verás que pronto dejará a la facilota de Dalila y te seguirá por mar y tierra -le dijo Samara, sonriendo.
-No sé, Sami, todas quieren con él, ¿y qué tal te va a ti con ese universitario que conociste?
Bruce supo que Samara iba muy adelantada a su hija, siempre se dijo que esa precoz y bella chica era mala influencia para su ángel.
-No espero mucho de él, en la uni ha de conocer a chicas más bonitas que yo pero la pasé bien estos meses con él probé nuevas cosas -añadió con voz suave y sensual; Nancy se inclinó hacia Samara, esperando a que ésta completara su frase, cosa que hizo: ¿Recuerdas la semana pasada en que me excusé de la práctica de volleyball del viernes?
Nancy asintió y Bruce sudó sangre.
Samara se acercó al oído de su amiguita, pero Bruce pudo escuchar a duras penas:
-Julio me lo hizo por el culo, me lo reventó, ni caminar bien pude ese viernes
Nancy abrió su boquita, anonadada ante la osada declaración. Bruce casi eyacula dentro de sus calzoncillos al imaginarse a esa escultural y esbelta jovencita siendo sodomizada sin cuartel.
-Pe pero ¡Samara! -exclamó Nancy, atónita, tratando de reírse- Y ¿te dolió?
-Sólo un poco, él supo hacérmelo -respondió la orgullosa Samara-, aunque no me pudo entrar toda, dijo que aún tengo el culo muy apretado, tal vez cuando tenga unos veinte me la pueda meter toda
Nancy clavó sus ojos azules y asombrados en su amiga, contemplándola con una mezcla de admiración y de asco. Bruce, detrás de la puerta, sudoroso y sobándose el pito sobre los pantalones, sabía que su deber como padre responsable era detener esa conversación y echar a Samara, informar a sus padres de su comportamiento pero la fuerza omnímoda de Satanás lo dejó clavado y estático en su posición, saboreando las picantes imágenes que se le venían a la cabeza, de esa esbelta y bien formada adolescente siendo enculada por un universitario ¿qué sería si le rompes el culo tú mismo? Bruce se fijó en el culo redondo y exuberante de la morena, demasiado grande para una chiquilla de su edad.
-Pero, basta de charlar, ya es tiempo de que sigamos con tus lecciones -dijo entonces, Samara, hincándose junto a la sorprendida Nancy.
Bruce respiró aliviado, al comprobar que no todo era locura en la vida de esa joven, sin embargo, el repentino rubor en la cara de su adorada Nancy lo alertó de nuevo.
-Bien creo que -tartamudeó una cabizbaja Nancy.
-Si te sientes incómoda dilo ahora y lo paramos pero no te preocupes, muchas chicas aprenden así, es muy común, sólo que pocas lo confiesan más tarde -le explicó Samara, con naturalidad. Bruce no entendía de lo que hablaban, pero su instinto le previno.
-No sé, Sami, pero sí quiero que mi primer beso con Fernando sea inolvidable, quiero seguir
-De acuerdo, Nancy, no me molesta besar esa boquita tan rica que tienes, ya dominas las caricias de labios lo suficiente, y la última vez empezamos a trabajar con la lengua, ven, enséñame si recuerdas tus lecciones -y las dos jóvenes, lentamente, acercaron sus hermosos rostros de ninfas y juntaron sus labios, que poco después se abrieron, y ese hombre envuelto en llamas, Bruce, vio sendas lenguas, tiernas y juveniles, fundirse y enredarse, vio los brazos de ambas, los níveos de su hija con los bronceados de Samara, abrazándose sus exquisitas espaldas.
El lésbico beso produjo sonidos y chapoteos que resonaron por toda la estancia. El corazón de Bruce golpeaba con furia su atribulado pecho, como si el mismo órgano estuviera ansioso por salir a ver el impactante show por sí mismo. Las dos adolescentes ya habían cerrado sus ojitos y se besaban con verdadera pasión, sonrojadas las dos, más visible esto en Nancy, cuyo padre acabó en su ropa interior al ver las blancas y sedosas manos de su hija recorriendo la fina espalda de Samara y detenerse en el culo de ella, apretándole los firmes glúteos con cada mano, y Samara hacia otro tanto con el sólido busto de la temblorosa Nancy.
Bruce supo que su deber como padre responsable era detener tamaña aberración, siempre había detestado a los homosexuales, los consideraba anti-naturales y pecadores, no iba a permitir esa inmundicia bajo su propio techo, y mientras su polla escupía chorros de semen dentro de su atuendo, cual lujurioso y furibundo dragón, él se preguntaba qué lo detenía, qué extraña fuerza mantenía sus pies bien pegados al piso, qué fuerza lo estimulaba a mirar e incluso, a disfrutar ese espectáculo esas dos bellísimas colegiales besándose y manoseándose con inigualable ardor.
Bruce relamió sus labios muy en lontananza le pareció escuchar las remotas y estridentes carcajadas del Maligno.
-Mmmmmm . Mmmmmm -sonaban las voces amodorradas de las chiquillas lesbianas. Entonces, Nancy, roja como un tomate, logró separar a Samara. Entre sus bocas colgó un hilillo de saliva momentáneamente. Samara se relamió, risueña y contenta.
-Creo que nos pasamos demasiado esta vez, Sami -replicó Nancy, tímidamente, con expresión ultrajada.
-¿De qué hablas? La última vez conseguí mamarte las tetas un rato -repuso la lujuriosa Samara, con sus ojos brillantes de malicia, al acecho.
Bruce se llevó una mano a la nariz para detener una posible hemorragia.
-Sé sincera contigo misma, Nancy, será mejor así. Yo soy bisexual y no tengo reparos en decirlo una amiga de mamá, cuando me agarra a solas, me regala unas chupadas de coño que me hacen ver la Vía Láctea -confesó Samara, intentando consolar a la azorada Nancy.
-No lo sé no lo sé estoy muy confundida, Sami, me gustan tus besos, de verdad, pero me da miedo
-Está bien, entiendo -y Samara se encogió de hombros. Pero, acto seguido, su mano, o más bien, zarpa ávida de carne, atrapó la vulva de Nancy, que chilló sorprendida y horrorizada, pero que, mediante apropiadas caricias, empezó a saborear la mano de Samara.
La sangre de Nancy volvió a agolpársele en la cabeza, enrojeciéndose como nunca, intentando luchar contra esa avalancha de ilícitas sensaciones. Bruce no perdió detalle.
-¿Te gusta, Nancy, te hago sentir bien?
La rubiecita, con su faz arrugada de reprimido placer, asintió velozmente. Samara sonrió triunfal.
-El amor entre mujeres es lo máximo, Nancy, pero no te digo que olvides a Fernando, aunque mentiría si digo que no quiero meterte un par de dedos
-No, Sami, basta -y las blancas manos de Nancy se cerraron en torno a la muñeca de Samara, pero la rubia gimió descontroladamente entonces, y Samara aceleró sus caricias. Nancy se sujetó de los hombros de su mejor amiga, se besaron de nuevo, el angelito de cabellos dorados se tendió sobre la alfombra y levantó sus caderas para que, Samara, sin pensárselo dos veces, le sacara el biker.
Bruce se quedó mudo al ver a su hermosa Nancy vistiendo solamente un diminuto top blanco, sus aretes, sus pulseras, una cadenita dorada con un crucifijo y un par de tenis blancos, nada más se bajó la cremallera y se sacó su duro pene, bañado con su propio semen. Nunca olvidaría la imagen de ese culito de nieve y de esa conchita rosada coronada por una fina capa de vellos dorados. Samara hundió su cara en medio de las delicadas piernas de Nancy.
-¡Oh, Sami, qué me haces sigue, sigue! -jadeó Nancy, clavando sus uñas en la cabeza de Samara, quien, bien contenta, le almorzaba el precioso coño.
-¡Sí, sigue, sigue, haz que se corra! -la vitoreó Bruce, en su mente, claro, mientras se hacía una desenfrenada paja en medio del pasillo, admirando la escena.
-¡Samara, qué rica tu lengua, Dios, Sami, sí!
Samara se rió e hizo algo que provocó que Nancy arqueara su espalda, sorprendida, con una mueca medio sonrisa medio jadeo. Bruce entendió que la promiscua Samara le había insertado uno de sus finos dedos en el aterciopelado recto a su hija. Samara se reía, disfrutando con las reacciones y caras de placer de Nancy, y entonces, el rubio querubín se mordió los labios para ahogar un auténtico alarido de puta y estalló su jugo cremoso en la cara de Samara, quien reculó, sorprendida y carcajeándose Nancy se incorporó y se abalanzó hacia ella, y se besaron con locura, se frotaron sus caras, morreándose, untándose la brutal corrida de Nancy, cuya vagina aún chorreaba tibio elixir sexual.
Se quedaron arrodilladas, frente a frente, abrazadas y bien apretadas, susurrándose palabras de amor que las hacían sonreír, dándose tiernos besitos. Bruce necesitaba correrse, en eso, sus ojos captaron, en una butaca del corredor, la mochila de Samara, con llaveros de ositos colgando de sus zippers. De su cremallera mal cerrada sobresalía la falda de la joven
Más tarde, Nancy casi muere de pena al hallarse a su padre viendo la tele en la sala. Las chicas ya venían arregladas, listar para ir a pasear al centro comercial.
-Hola, papi, ¿hace rato viniste? -lo saludó ella, nerviosamente. Bruce nunca iba a sentir igual un abrazo de su hija, saboreando ese escultural y perfecto cuerpecito bien apretujado contra el suyo los susurros del Demonio no lo dejaron en paz.
-Buenas tardes, Sr. Mitchell -lo saludó entonces, Samara, con hipócrita formalidad. Y por primera vez, saludó con un beso en la mejilla a la joven, con un medio abrazo que, en su fugaz descenso, palpó una de las redondas nalgas de la joven, del lado que la incauta Nancy no pudo ver. En ese momento, los ojos de Samara y de Bruce se encontraron. Sólo por un instante. Bruce supo que el mensaje había sido transmitido, funcionaba con las putillas de bares y discotecas. Bruce supo que Samara sabía que ya no la veía con ojos inocentes sino con hambre de mujer fácil, y lo que Bruce vio en los ojos café de esa pecaminosa adolescente fue asombro, un muy jubiloso asombro, una alegría inmensa al descubrirse deseada por ese hombre de cuarenta y tantos años, que a pesar de todo se conservaba bien.
Mientras Bruce daba algo de dinero a su preciosa Nancy, oyó a Samara decir:
-¡Oye, Nancy! Fíjate bien cuando sirvas esos yogurt, me has manchado la falda del colegio mientras los traías a la biblioteca voy al baño a sacarlo con agua.
-Okey, te espero en la sala -respondió la cándida Nancy-, papá, ¿adónde vás?
-Voy a traer un libro mientras espero una película que quiero ver -se excusó, agradeciendo que su hija fuera tan ingenua. Deberías leer "Lolita" . Recomendó "la voz". Bruce estaba algo atemorizado, pues, si Samara es tan perita en el sexo como lo dijo, sabrá de inmediato que ese no es ningún yogurt
Lo que Bruce vio no lo olvidará jamás. Esperaba que la puerta del baño estuviera cerrada, pero estaba abierta adentro, de pie ante el espejo, Samara, como una desbocada vampiresa, lamía y se pasaba por la cara la ingente mancha de esperma del padre de su mejor amiga. Bruce se quedó congelado viendo la escena, y Samara, con su bello rostro brillante con el semen de Bruce y su lengua aún de fuera, le dijo, con tono de hotline :
-Cuando quieras, donde quieras, como quieras, papi -y cerró la puerta. Bruce se quedó en shock, esa chiquilla no andaba con cosas. Se encerró en su habitación del segundo piso y las oyó salir. Se hizo una larga paja, ardiendo su cuerpo y repasando su retorcida mente todas las ideas que iba preparando para enseñar a Samara que ella apenas gatea en eso de follar.
Deberías apellidarte Jackson y no Mitchell, cabrón , le pareció que murmuró el Cornudo, amparado en lo invisible.