Samara (7)

Bruce y Samara siguen haciéndose de todo en el remoto chalet.

SAMARA 7

Kleizer

La última vez, abandonamos a nuestra pareja principal retozando de lo lindo y sin prohibición alguna en el escondido chalet de Bruce Mitchell. El maduro empresario recorrió, embobado, cada curva de esa preciosidad mulata, totalmente desnuda, gimoteando en la cama, invitándolo a penetrarla, una y otro vez.

Samara se paseaba desnuda por la cabaña, lo que causaba una casi perenne erección en el honorable Sr. Mitchell. El sol del atardecer otorgaba una dorada y sensual iluminación a la sala de esa casa, en cuyo amplio sofá, estaban echados juntos, la apetitosa adolescente y su mayorcito amante. Samara cerraba sus ojos, musitando ora cariñitos ora barbaridades, en trance, mientras las cálidas manos de Bruce la recorrían. Sus bocas se pegaban y chasqueaban, derramándose la saliva por las comisuras de sus labios, chupándose sus lenguas como si quisieran arrancarla de la boca del otro. De cuando en cuando, Samara le apretaba la verga, deseosa de ponerla en forma para seguir cabalgándola.

Apenas y prestaban atención al enorme televisor en medio de la sala. Samara ya le había lanzado unas cuantas indirectas sobre lo mucho que le gustaba el aparatito, y Bruce le aseguró que tendría uno idéntico para la otra semana. Bruce parecía obsesionado con los prominentes y exagerados pechos de la colegiala, y Samara sonreía enloquecida cuando Bruce atrapaba sus pezones con sus labios.

-Te quiero, Bruce -le confesó ella, sus labios muy, muy cerca de los de él.

-Samara, quiero que seas solo mía -le dijo Bruce, a su vez, mirándola a los ojos. Bruce no era ingenuo, era consciente que Samara sería su esclava, su mascota sexual, en tanto el tuviera a disposición su generosa billetera.

-¿Me amas, Bruce? -preguntó Samara, con sus ojos brillantes de interés.

Bruce posó un dedo sobre los gruesos labios de la joven. Sacó un estuche de cuero, que estuvo oculto bajo el sofá. Luego, Bruce le dijo:

-A ver, prietita, ¿es suficiente respuesta esto? -y abrió el estuche, que contenía un caro y elaborado collar, con siete minúsculos diamantes, siendo el central, algo más grande que los demás.

Samara se quedó de piedra, era el obsequio más costoso que alguien le había hecho desde que su madre había comenzado a prostituirla. Con regalos así, Samara supo que no iba a haber ningún problema en ser propiedad exclusiva del buen Sr. Mitchell.

-¿Eso es para mí? -tartamudeó ella, aunque esto fue más teatral que otra cosa.

Bruce se lo colocó alrededor de su fino cuello. Ese costoso collar, junto a algunos anillos, los zarcillos y un aro dorado alrededor de su tobillo, eran las únicas prendas que Samara llevaba encima.

-Oh, Bruce, te amo mucho -y tomando la cabeza de su macho, lo atrajo hacia ella y se besaron una vez más con ardor. Bruce la apretó mucho contra él, y a Samara le agradaba sentirse envuelta en la cálida y viril temperatura de ese hombre, sentir sus senos frotándose contra el velludo torso de Bruce, y sus musculosos brazos aprisionándola.

Samara se arrodilló ante su rey, acercó su boca a su pene. Lo besó. Bruce suspiró y le acarició el cabello. La ardiente colegiala sujetó la robusta pinga de su amante y rozó sus tiernas mejillas contra su glande. Bruce cerraba los ojos por momentos, deseoso de contemplar el lujurioso espectáculo. Le rozaba sus labios también, y dedicaba febriles miradas a su amor. Samara lamió el hinchado y sensitivo hongo, despacio, como ya sabía que a su Bruce le gustaba, como si degustara un cono, rociándolo con su aliento.

Samara dejó caer un hilillo de saliva, muy profesionalmente, como su propia madre le había enseñado -casi siempre con dildos, de vez en cuando con algún hijo de puta suertudo-, y con su mano la regaba por toda la vibrante superficie del agasajado miembro.

-¿Te gusta, amor, te gusta como te la voy comiendo? -le preguntaba ella, en medio de sensuales susurros.

-Sí, muñiquita, sí mi prietita caliente, cométela toda… -exclamaba Bruce, acariciándole el cabello y las mejillas. Se inclinó entonces, y se besaron. Luego la dejó continuar. Samara engulló el glande y lo calentó dentro de su boca, saboreándolo como un dulce, lo soltaba con sonoros chupetones y se daba golpecitos sobre los labios, sonriendo, y de nuevo repetía la operación.

Poco después, ya pajeaba con una mano la sección que no podía tragarse, y su cabeza bajaba y subía, chupando casi la mitad de esa verga. Su otra mano estaba entrelazada con la de Bruce. Samara devoraba de manera bestial, gimiendo ruidosamente, le fascinaba dar sexo oral, y más a un hombre que le gustaba de verdad. Estaba deseosa por saborear su semen tibio de nuevo, aunque a esas horas, luego de varios polvos, sus reservas deberían estar algo agotadas. Samara siguió tragándose el enrojecido pincho, hasta obtener un poco de la preciada leche, que saboreó como glorioso manjar.

Bruce la abrazó y se besaron por minutos… se fueron a la habitación y Bruce se quedó roncando, exhausto. Samara, sudorosa, algo decepcionada, pero satisfecha, había sabido escurrir a Bruce. Volvió, siempre desnuda, a la sala para ver películas, luego de comer algo, tomó el teléfono y llamó a su madre.

-¿Y bien, hijita? Hazme sentir orgullosa -le dijo su madre, Yadira, al reconocer la voz de su progenie al otro lado del auricular.

-Estoy cansadísima, empezamos antes de llegar, me hizo de todo… me dio por atrás

-Bah, vamos a lo importante, ¿cuánto le has sacado?

-Me regaló un collar con diamantes

Yadira chilló de júbilo al otro lado de la línea.

-Sigue, Sami, sigue.

-Televisión nueva, me gusta el equipo de sonido, creo que le voy a pedir uno también. Ya me dio un catálogo de vestidos para que eligiera todos los que me gustaran… -continuó relatando, Samara.

-Ah, al fin hemos enganchado a un adinerado, todos los esfuerzos han dado resultados

-Mami, me ha pedido que sea solo suya

-Mmmm… mientras pueda pagar lo adecuado por tenerte en su cama, no le veo inconveniente.

Samara guardó silencio. A veces le pegaba la frialdad de verse tratada como mercadería.

-¿Qué pasa, hijita? No me digas que te estás enamorando de él.

-Eso creo, lo quiero -confesó ella, luego de un suspiro.

-Hija, un hombre como él jamás vivirá con alguien como nosotras. Te va a follar un rato, tal vez durante meses o años, pero nunca te hará tu esposa… quiero que te desengañes

Poco después, Samara colgó y pensó, cabizbaja. Fue a darse una ducha y se puso una camiseta de Bruce que le quedó enorme, apenas mostrando las curvas iniciales de sus exagerados glúteos.

Al rato se levantó Bruce, y preparó una deliciosa cena. Samara y él conversaron un rato. Tácitamente, evadían el tema de la exacta relación de Samara con Nancy.

-Mientras pasen estos meses hasta que cumplas dieciocho, quiero que seas discreta con lo nuestro, Samara -le confió Bruce. Samara era consciente de ello.

Miraron la televisión un rato más, besándose sin parar. Samara se deshizo de la camiseta, y se había perfumado. Las manos de Bruce no dejaron de deslizarse por todo su escultural y broncíneo cuerpo. Acarició el sexo de Samara, lentamente, mojándola. Se fueron a la cama y se convidaron un 69. Esa noche, Samara fue muy feliz, durmiendo abrazada a Bruce, su cabeza apoyada en su recio pecho.

Cuando empezaron a cantar algunos pájaros, saludando la aurora, Samara ya tenía bien aferrada la dura erección matinal de Bruce, y debajo de las sábanas, supo despertarlo bien a gusto con una caliente mamada. Bruce manoseó con todo descaro el impactante culo de la precoz adolescente, y disfrutó mientras su pija era estimulada por la delicada lengua de la muchacha.

Poco después, Samara se echó sobre su costado izquierdo, sosteniéndose en su codo. Bruce se puso detrás de ella, alzando una de sus esculturales piernas con una mano. Samara pasó su brazo derecho alrededor del grueso cuello de su amante, y mientras se besaban y se susurraban unos muy eróticos buenos días, Bruce la penetró.

-¡Ay, papi, me quiero desayunar tu salchicha, dame, papi! -gimió ella, cerrando sus ojitos y relamiéndose los labios, gozando mientras el venoso y grueso mástil de Bruce iba ingresando en ella.

-¿Querés comerte esta salchicha, mi amor? Aquí la tenés, ¿te gusta, prieta calenturienta? -le decía Bruce.

-¡Ay, sí, papi, tesoro mío, dame, dame, metémela más!

Bruce se mantuvo chupeteando la oreja de Samara, viendo cómo los pechos de ella rebotaban a causa de sus cada vez más furiosos puyones. El coño de Samara escurría humedad, y Bruce había renovado energías, y la adolescente ahora pagaba las consecuencias… los choques de las carnes parecían aplausos o palmadas, y Bruce le susurraba toda clase de cochinadas a la colegiala, que lloriqueaba sin control.

-¡Aaaahhh, me estás matando, cómo me gusta tu verga, oooohh!

Esta confesión sólo sirvió para enardecer más a Bruce, quien la folló a una despiadada velocidad y fuerza. Samara aún no está segura si se corrió dos o tres veces. Bruce la tendió boca abajo, ella alzó su temblorosa pelvis. Bruce la aferró de sus abundantes nalgas y siguió clavándosela, como un poseso, ansioso de rellenarle las tripas con su leche. Samara se sujetó de la almohada, gritando, cuando Bruce la empaló y explotó en su interior… la joven se mareó y pudo sentir cómo esa leche la quemaba por dentro… por primera vez pensó en lo mucho que le gustaría parir un hijo de Bruce -así al menos quedaría amarrado con la pensión, pensó ella, aunque ese hijo sería hermano de Nancy, qué raro…-.

Bruce y Samara permanecieron acostados y sudorosos, resoplando, risueños y complacidos. Ella se apretujó contra él y se besaron. Luego, Samara descendió para limpiar con su lengua el estilete de su marido.

Bruce la llevó a un pueblo cercano. Samara se puso un vestido rojo, no tan corto como el anterior, y un sombrero blanco. Todos creían que eran padre e hija, aunque alguno que otro redneck arrugaba su cara porque daban por sentado que Bruce se había casado con una negra. Bruce y Samara almorzaron en el pueblo. Bruce le compró varios souvenirs, un anillo e incluso varios regalos para la madre de ella -su suegra, pues-.

Algo que la feliz -e ilícita- pareja no supo, es que fueron vistos, casualmente, por la Srita. Felicia, una de las maestras del colegio adonde Nancy y Samara asistían. Tras una esquina y con mucho disimulo, se sorprendió de ver a Samara con un hombre que aparentaba algo más que unos cuarenta años. Ese hombre le pareció familiar, pero no supo recordar de dónde.

-Entonces, los rumores sobre Samara parecen ser ciertos, ahora puedo entender por qu

é anda accesorios tan caros… ¿será cierto que se prostituye?


Samara supo agradecer cada obsequio que Bruce tuvo a bien otorgarle. De vuelta en el carro, cuando volvían a la apartada cabaña, Samara advirtió a Bruce que condujera despacio. Dicho lo cual, sus pícaras y menudas manos bajaron la cremallera de su hombre, y pronto, el afortunado suspiró al sentir las cálidas manos de la joven apretando su grueso miembro que iba hinchándose. Samara se inclinó hacia el miembro de Bruce, primero para frotarlo contra su bello rostro, especialmente contra sus labios, rociándole la polla con su aliento

-Me vas a hacer chocar, amor, sigue… sigue… -decía Bruce, parpadeando demasiado.

Bruce apenas tuvo tiempo de aparcarse a un lado de la poco transitada vía, y Samara engulló su glande de inmediato, chupándolo como si fuera una golosina, estimulándolo con sus labios y su aterciopelada lengua como sólo ella sabía hacerlo. Bruce le sobó las redondas e ingentes nalgas, subiéndole la corta falda, introduciéndose sus gruesos dedos debajo del hilo dental de la fogosa adolescente.

-Mmmmm… -musitó ella, mientras tragaba más y más carne viril-, tócame, agárrame del culo, papi… mmmmm…. -y continuaba mamando de modo muy profesional, resonando sus obscenos y apasionados chupetones.

Bruce se llevó un dedo a la boca, para embadurnarlo de saliva. Luego, en medio de jadeos, lo guió hacia ese espléndido trasero… Samara se sobresaltó al sentir ese cálido y humedecido apéndice frotándose en círculos contra su sensible ano… Bruce quería gozar de nuevo ese túnel… y Samara no iba a negárselo, era su esclava sexual, se lo había prometido, debía obedecerlo en todo

-¡Aaahh! Méteme el dedito, mi rey… -exclamó ella, para volver de inmediato a succionar la erecta virilidad de su macho alfa.

Bruce logró introducir casi todo su dedo, y ya tenía a la colegiala temblando de placer, sin tanto dolor como la primera vez. Una vez atrapado su dedo en ese estrecho intersticio, empezó a retorcerlo lenta y suavemente… Samara se estremecía, perdiendo cada vez más su control, mamando como enloquecida, sendos amantes en lujuriosa gloria… la mano libre de Bruce oprimía la mano libre de Samara… los dos gemían sin pudor, disfrutando las caricias que recíprocamente se proporcionaban… Bruce estalló primero, dentro de las insaciables fauces de la muchacha, quien jadeaba ruidosamente, el semen se derramó entre sus labios, untando todo el tieso miembro… como pudo, en medio de los paroxismo del inminente orgasmo, Samara lamió la lefa de su mano y de la verga de su amante, y casi de inmediato, se corrió de manera explosiva, sudando, recostada su cabez en el fornido muslo de Bruce.

Más tarde, al llegar a la cabaña, Samara, apenas cerró la puerta del vehículo, se sacó el vestido, quedándose solo con sus tenis blancos, sus zarcillos, un collar dorado, sus brazaletes y tobilleras… Bruce, sonriendo, admiró el inimitable espectáculo

-Si me querés dar por el culo, tenés que alcanzarme… -y dicho que hubo esto, salió correteando por todo el jardín, y Bruce, ni corto ni perezoso, salió disparado tras ella. Parecían niños jugando, sólo que los niños no se culean los unos a los otros cuando se atrapan… en este caso, cuando Samara cayó en las garras de Bruce, de inmediato se arrodilló ante él, bajándole los pantalones

Los dos estaban arrodillados frente a frente. Bruce se quitó la camisa y luego sujetó la cabeza de canela de Samara y la besó como si no fuera a hacerlo nunca más. Sus cálidas manos acariciaron todo el cuerpo chocolatado de la joven, pues, a pesar de haber hecho ya de todo con ella, aún Bruce no podía creer que una mujer tan hermosa fuera solamente de él, para obedecer cada uno de sus caprichos, cada una de sus fantasías… ¿aceptaría dejarse follar entre varios?, pensó él, fugazmente, pero apartó tal pensamiento, pues por ahora no estaba dispuesto a compartir a su Samara con nadie.

Bruce y Samara se miraron. Ella sonrió y lo besó en el velludo pecho.

-Hazme lo que quieras, no me rehusaré a nada de lo que se te ocurra -susurró ella, entre besito y besito, con su cara apretada en el pecho de Bruce… al menos ella confiaba en que Bruce no fuera tan pervertido como para apagarle cigarros en la piel el día menos pensado… pero un tío que se masturba viendo a su propia hija haciendo de todo con otra chica… Samara no hizo más que calentarse al sopesar las posibilidades

Allí, en medio de la corta hierba, Samara le dio la espalda a Bruce y se apoyó sobre sus manos, ofreciéndole todo su asombroso trasero, para que su hombre hiciera como le viniese en gana. Bruce se inclinó hacia ese par de bronceadas medias lunas. Samara chilló, gratamente sorprendida, ante el inesperado beso negro de su amante, seguido por la osada lengua, humedeciendo y estimulándole el ano… Samara cerró sus ojos, gimoteando como animal herido, clavando sus uñas en la tierra… Bruce alternaba entre su lengua y sus dedos, preparando ese recto para la ineludible sodomía

-¡Aaaahh, papi, papi, qué rico me estás comiendo por el culo! -clamó ella, medio en trance. Bruce, con su otra mano, comenzó a travesearle el anegado conejito. Samara se llevó una mano a la cara, Bruce la estaba volviendo loca

Samara no tuvo más remedio que apoyar su frente en la tierra, sucumbiendo de tremoroso placer al sentir cómo el ingente mástil de Bruce iba ingresando en su ojete. Bruce se aferró de las generosas nalgas de Samara para impulsar su triunfal entrada.

-¡Ooohhh, mi amor, cómo me lo partís, parece que me están rompiendo en dos!

-Prietita linda, qué socado tenés este culito

Samara se revolvía, porreando el suelo, el dolor ya no era tanto, si no los maremotos de impúdica satisfacción que la recorrían, incluso derramando algunas lágrimas, gimiendo en una continua nota que, sacada de contexto, más bien semejaría el lamento de un ánima en pena… Bruce fue cuidadoso, entraba y salía despacio, su pretensión de no lacerarla le causaba un placentero sufrimiento, la sedosa fricción de las carnes era algo que simple y llanamente no puede ser descrito por palabras.

Bruce se sentía el rey del mundo, enculando a la jovencita más hermosa que en su vida había visto… y ella era una muñequita para darle placer. Sus manos apretaban esos glúteos redondos, tiernos, de cacao, y empujaba su duro pincho hacia las entrañas de la temblorosa Samara, que lloriqueaba fascinada.

Luego, se echaron de lado, Samara de espalda a Bruce. Reanudó la sodomía, levantando la perfecta pierna de la joven. Samara profirió un auténtico grito y se mantuvo muy bulliciosa mientras Bruce entraba y salía sin compasión de su sensible culo. Los aullidos de la sudorosa Samara hicieron sentirse a Bruce más hombre, más viril.

-Sufrí, negra, sufrí -musitaba él, apretándole los enormes y abundantes pechos, duros de excitación, de sangre arremolinada en el interior de la promiscua zagala. Luego, Bruce, con una mano, empezó a frotarle velozmente su descubierto clítoris. Samara se mordió los labios hasta sacarse un poco de sangre, mientras su culo era embestido cada vez más con mayor velocidad y con menos compasión, las carnes de los desiguales amantes chocando y sonando como aplausos.

La frenética mano de Bruce pronto se vio empapada por chorros tibios de néctar femenino, Samara chillando enloquecida, tanto placer le era inconcebible, sin contar con el inmediato orgasmo que la causó la explosión seminal de Bruce, rugiendo, muy en el fondo de su reventado trasero. Los dos se quedaron bien abrazados, bañados en sudor, resoplando como bestias, besuqueándose de modo algo asqueroso, Bruce con su pija aún enterrada en el ano de la colegiala.

Más tarde, así desnudos, ya cuando el sol estaba a punto de ocultarse en el horizonte, entraron al chalet y se bañaron juntos. A los dos les gustaba coger bajo el agua, así que se sacaron chispas una vez más. Mientras se secaban mutuamente, terminaron envueltos en un ardiente 69 y se quedaron desnudos mientras cenaban, después vieron la tele, y Samara, al rato, se la volvió a chupar. El día finalizó con una inigualable cabalgata de Samara sobre Bruce alrededor de la medianoche

CONTINUARA