Samara (4)
Primer encontronazo entre Bruce y Samara. Tenía que pasar.
SAMARA (4)
Kleizer
1
La sensación que embargó a Bruce cuando abrazó a Nancy, de vuelta a su casa, fue inenarrable. Culpabilidad, indignación, deseo deseo violentamente reprimido el esbelto y voluptuoso cuerpo de su propia hija restregándose con inocencia contra su ardiente carne ansiosa de sexo los tiernos muslos de Nancy rozando el bulto en sus pantalones, sentir esos labios tocando su mejilla labios que esa misma tarde habían devorado su primer falo
-Hola, papi -lo saludó ella, igual de candorosa que siempre.
-Hola, Nancy, muñequita mía -respondió Bruce, sin mucha convicción, taciturno, consciente de hallarse frente a una hermosa mujer que le prometía innumerables y prohibidos placeres. Bruce intentó despejar su caótica mente de tales pensamientos sin mucho éxito.
Vio a Nancy, que llevaba una corta y apretada blusita morada, y un más que ajustado biker color rosado, con su dorada melena recogida en una cola de caballo que resaltaba la finura de su cuello, así como su redondo y esculpido busto. Nancy no tenía la más mínima sospecha de que su amado padre la observaba con otros ojos, mucho menos que había sido un remoto testigo de toda su pecaminosa iniciación, incitada por esa diabólica Samara Samara
La miró varios pasos detrás de Nancy. Se había vuelto a poner su uniforme de colegiala, pero con su camisa abierta de modo poco indecente. Los ojos café oscuro de Samara no disimularon su resplandor de lujuria al hacer contacto con la febril mirada de Bruce, padre de su mejor amiga y amante. Samara se relamió los labios, sin que Nancy lo supiera, claro. El tal Fernando ya se había marchado, poco antes que Bruce llegara.
Cenaron los tres en el amplio y lujoso comedor. La criada sirvió los platos y se retiró. Nancy se mostraba contenta, a pesar de su experiencia, a pesar de su primer bocado de verga, se mostraba tan ingenua como siempre sin notar las incitantes miradas que Samara dirigía a Bruce, quien apenas podía entablar una trivial y cortés conversación, casi sudando ante los caloríficos ojazos de la mulatita.
Samara tampoco era ajena a sensaciones incontrolables, nunca su cuerpo joven y lujurioso se había estremecido tanto ante la cercanía de un hombre y Bruce Mitchell le parecía todo un macho, Samara se quedó petrificada la primera vez que lo miró, quedó ebria con su olor viril desde la primera vez que le besó la mejilla, sin mencionar los violentos y súbitos escalofríos que la sacudían de pies a cabeza, las pocas veces que Bruce la tocaba, sea un saludo de mano o por accidente Samara llevaba noches consumiéndose en voraz fuego por sentir adentro la gorda palanca de ese hombre haría lo que fuera como rozar su pie descalzo contra su pierna debajo de la mesa, ante la ingenuidad de Nancy.
-¿Y qué tal les va en el colegio, chicas? -les preguntó Bruce, algo alterado por el inequívoco agasajo en su espinilla.
-Vamos, bien, papi, ¿verdad, Sami? -respondió Nancy, risueña.
-Claro, Nancy. A mí me cuesta más Br Sr. Mitchell, pero me he superado estudiando con Nancy -dijo Samara, con su mirada perdida en el hombre que deseaba-, precisamente hoy vino un compañero nuestro a darnos una lección -y sus ojos relampaguearon al decir aquello.
Nancy se puso de todos colores y evitó la mirada de su padre. Samara sonrió, como si no le importara insinuar tales cosas.
-¿No es cierto que aprendimos mucho, eh, Nancy? -inquirió Sami.
-Sí -contestó Nancy en un apenas audible monosílabo, compeliendo con su mirada a Samara que dejara de hacer aquello.
-Así es, Sr. Mitchell, entendimos muchas cosas hoy -concluyó la audaz morenita.
-Ya veo -dijo Bruce, secamente-, ¿y qué aprendieron con ese compañero? -preguntó entonces, intentando aparentar ignorancia de todo mal. Inclinó la cabeza para llevarse un bocado, pero vio de reojo la cara de terror que ponía Nancy, e incluso Samara se vio en apuros.
-Ah, pues eh nos explicó ese rollo de matemáticas -empezó Samara, con una mueca infantil, en problemas.
-Eso de las derivadas y las integrales ese rollo -terminó Nancy, demasiado ruborizada.
-Ah, era eso. Recuerdo que me costó un poco -comentó Bruce, sin dejar de fijarse en el duelo de miradas que las dos adolescentes mantuvieron. Se quedó un rato más en la mesa, esperando a que se le bajara la erección.
2
Eran casi las ocho de la noche, y caía un torrencial aguacero. Las chicas terminaban una tarea en la computadora, y algo alejado de ellas, en el mismo estudio, Bruce intentaba leer para despejarse la mente, pero de vez en cuando, desviaba su mirada hacia las colegialas, y en una ocasión, se encontró con la mirada de Samara, que le lanzó un beso Bruce se sonrojó como un quinceañero e intentó volver a su lectura.
Sonó el teléfono. La criada anunció que la llamada era para la joven Samara. Poco después, ella regresó, diciéndole a Nancy que se marchaba, porque su madre la quería de vuelta en casa
-¿Cómo te vas a ir debajo de esta tormenta? -le preguntó Nancy, compungida.
-Descuida, pediré un taxi aunque me va a dejar sin mesada -repuso Samara, mientras se colocaba la mochila.
-Tal vez Héctor te puede ir a dejar, ¿verdad, papá?
-Héctor está de vacaciones, hija -aclaró Bruce, tratando de ignorar a Samara.
-Entonces tú puedes ir a dejarla a su casa, ¿verdad?
Bruce miró atónito a Nancy. Tras ella, Samara arqueó una ceja y esbozó una fina sonrisa. Algo vibró con nueva e infernal vida en los pantalones de Bruce, un calor estalló en su pecho y se dispersó en todo su cuerpo
-Sí, lo haré -aceptó él, quitándose las gafas, intentando mostrare como un padre responsable y servicial. Los demonios se burlaron de él, y al mismo tiempo aplaudieron. Samara se sintió un poco intimidada recordaba la voluminosa verga de Bruce, adivinó lo que se le venía encima sintió algo de temor, pero también un intenso escozor en su vagina y se le hizo agua la boca.
-No se moleste, Sr. Mitchell, no quiero abusar de su confianza -repuso Samara, inclinando su cabeza. Claro que esto era teatro, porque nada deseaba más en el mundo que estar desnuda y a merced de ese hombre.
-Oh, no te preocupes, Samara, yo te llevaré, insisto -dijo Bruce, con su tono paternal y de boy scout. Los ojos de Mefistófeles rebozaban de lágrimas, orgulloso de su nuevo adepto.
Cuando Samara y Bruce se dirigían al coche, Nancy los llamó:
-Papá, ¿voy con ustedes?
El y Samara se miraron fugazmente, y al unísono dijeron: No. Nancy se detuvo algo confundida.
-No es necesario, bebé, volveré pronto -le dijo Bruce, nervioso.
-Pero no sabes dónde vive Sam -señaló Nancy.
-Yo lo guiaré, tú vuelve y termina la portada de la tarea -dijo Samara, también nerviosa.
-Oh, está bien, adiós, Samara.
-Adiós, Nancy, te veo mañana.
Y Nancy los vio partir en el lujoso coche, sin que su mente, aún no muy corrupta, elucubrara pensamientos más obscuros entre aquellos dos
3
Varias cuadras más adelante, Bruce y Samara llegaron al primer semáforo. No se habían dicho nada. El agua seguía cayendo a raudales. Samara deslizó una mano sobre el robusto muslo de Bruce; éste cerró los ojos, saboreando el estremecimiento. Samara sonrió.
-Harás que choque -susurró él, viéndola entonces. Samara se sintió muy feliz al ver el fuego del deseo en aquellos ojos.
-Vamos adonde me puedas hacer lo que gustes, Bruce, haré lo que me pidas -confesó Samara, con un tono de voz muy sensual, como de una hotline. Bruce se inclinó hacia la menor y la besó. Samara se enroscó en el cuello de Bruce y su lengua se sintió anegada por la contraparte cálida y más grande de su maduro amante. Bruce la abrazó, acariciándole el cuello y la espalda, apoderándose finalmente de su exuberante trasero.
Samara respingó al sentirse tocada de esa forma. Sus bocas se separaron al pitar un claxon tras ellos, pues la luz estaba en verde, de sus labios colgó un efímero puente de saliva.
Samara colocó su menuda y fina mano sobre el paquete de Bruce, ignorando al desesperado claxon tras ellos. Samara le dijo, con ese matiz seductor:
-Mira como te tengo, amor, llévame a algún lado donde te pueda chupar toda esa calentura
Y Bruce nunca había conducido tan veloz en su vida. Samara no dejó de acariciarle los muslos, ni de frotar su ansiosa mano contra el sólido bulto. Samara no podía creer que pronto iba a tener esa monstruosidad de verga en el agujero que su Bruce quisiera perforarle Samara casi obtiene un orgasmo al pensarlo.
Bruce se dirigió al parqueo de su oficina. Por una rendija de la ventana, deslizó un billete de cien dólares al guardia, quien lo reconoció y supo que con ese dinero compraba su silencio, así como la garantía de no ser molestado. Bruce se estacionó en el rincón más sombrío, bajo unos árboles. No había ningún otro vehículo.
Bruce ni había apagado el coche cuando Samara se abalanzó como fiera en celo para desabotonarle el pantalón y bajarle la cremallera en pocos segundos, Bruce sintió su robusto órgano libre de todo tejido, bien aferrado por aquella delicada mano juvenil Bruce cerró los ojos y emitió un largo y satisfactorio suspiro cuando su glande fue envuelto en una cueva de ardiente humedad Samara resoplaba, desesperada, pajeando la verga de Bruce, chupándole el capullo
-Qué pingota más rica tenés, papacito, qué delicia de leño te cargás -murmuraba ella, atolondrada, en los pocos instantes que sacaba esa palanca carnal de su boquita hambrienta de virilidad. Samara succionaba como posesa, Bruce disfrutó esa frenética mamada, la mejor de su vida hasta el momento. Samara se frotaba la cara con ese cipotón, se daba golpecitos, sin dejar de ronronear lo mucho que le gustaba y lo rica que era
Bruce apoyó una de sus grandes manos sobre la cabeza de Samara. Ella supo lo que su amo esperaba y separó al máximo sus gruesos labios y casi la mitad de esa torre palpitante desapareció en esa garganta núbil. Bruce jadeó e impulsó la cabeza de Samara, regulando sus ascensos y descensos. Samara chasqueaba y chorros de saliva bañaban su mano, así como los guevos de su macho. Ella mugía, muy contenta, sin poder creer el grosor y la longitud de esa pija, que era sólo suya
Samara subió para lamerle el hongo, su lengua se deslizaba sobre su sensitiva superficie como si estuviera deleitándose con un bombón, alegre al oír los gruñidos de Bruce. Samara no mezquinó nada en su arsenal, y pronto descubrió cuánto le gustaba a Bruce que ella le rozara sus labios en la verga.
-Espera, negra, quiero que esos cocos que te cargas sirvan de algo -dijo Bruce. La besó de nuevo, la joven tenía una máscara de deseo, estaba rendida a los garras de Bruce. Sin dejar de besarse, Samara se sacó la camisa blanca del colegio. Bruce no pudo esperar más y le desgarró la escotada camiseta Samara lo observó, muda, y sonrió, había despertado a un animal que iba a follársela sin compasión.
Bruce la abrazó y hundió su cabeza en los enormes senos de Samara, muy grandes para una chica de su edad. Ella gimió y esbozó una sonrisa cerró sus ojos, saboreando la deliciosa lengua de Bruce recorriendo sus pechotes, chupándoles los gruesos pezones, las manos de Bruce los estrujaban como si fueran las primeras tetas que devoraba.
-Aaahhh aaaahhh seguí, papi, seguí, que me estás matando
-Vení, negra, vamos al asiento trasero -la invitó Bruce. Samara, más esbelta y ágil, se trasladó por entre los asientos, pero antes de pasar, Bruce le requisó la falda y el biker. Bruce la contempló anonadado, en el asiento trasero de su auto tenía a Samara totalmente desnuda ella posó para él, su trasero y su concha al descubierto Samara sonrió.
-¿Te gusta lo que ves, vida?
-Sólo por esto ha valido la pena mi vida -se dijo Bruce, y se pasó al asiento de atrás. Bajó los de adelante para disponer de mayor espacio. El y Samara se miraron, se comieron con los ojos, respiraban con rapidez. Fue Samara quien se juntó a Bruce.
-Tócame, Bruce, no seas tímido, ¿no ves que soy tu esclava?
Bruce, incrédulo, la besó con inigualable pasión, y deslizó sus maravilladas manos por todo el escultural cuerpo de Samara, sobando especialmente sus redondas y grandes nalgas. Samara mugió de nuevo, y Bruce comprendió que su negra tenía el culo muy sensible y que le fascinaba que se lo manosearan, y le apretó los cachetes, la adolescente tembló en sus brazos, pero sus bocas no se despegaron Samara le agarró la pinga, más dura que al inicio.
-No puedo creer lo hermosa que eres, Samara.
-Gracias, papi -respondió ella, sonrojándose, mirándolo enamorada-, y todo este cuerpo es para que te la pases de lujo conmigo -y recostó su cabeza en el pecho moderadamente velludo de Bruce, dándole besitos.
-Quiero que usés tus cocazos para pajearme la verga -ordenó él, sorprendiéndose de inmediato, sopesando esas palabras. Samara se rió. Bruce se acomodó en un extremo del asiento. Samara se inclinó sobre él. Volvió a chupársela. Bruce prendió la luz interior del carro para admirar mejor los encantos de esa voraz negra. Con los ojos entrecerrados pudo admirar ese curvilíneo cuerpazo que tenía a su merced, de un color café con leche; Bruce volvió a tomarle la cabeza para subirla y bajarla a su antojo.
Bruce gemía, encantado de ver a esa, la más hermosa mujer del mundo, arrodillada ante él, con su verga en la boca. Samara lo observaba y le arqueó una ceja. Entonces soltó su presa y acercó su torso al pene de Bruce, que resplandecía con la saliva de esa colegiala. Samara se la pasó por la cara, y avanzó pues Bruce pifió al sentir las redondas y grandes tetas de esa muchacha colgando y rozándole el miembro Samara acomodó ese robusto pene entre sus melones, sin dejar de sonreír como una niña que aprende un nuevo juego
-¿Te gusta, mi amor, es esto lo que querés?
-Sí, ricura, ahora hacéme la paja.
Samara sonrió y le lanzó un beso a su hombre. Comenzó a moverse, acariciando esa verga atrapada en el intersticio de sus exagerados pechos Bruce tuvo una probadita del cielo. Samara se sostuvo de las caderas de Bruce, y riéndose, continuó con su raro coito, lamiendo a veces, la enrojecida punta de esa barra incandescente. Bruce le acariciaba la cara y le metía dedos en la boca, que Samara chupaba obediente.
-¿Te gusta como lo hago, tierno? Es mi primera vez con las chiches
-No te creo -resopló Bruce.
-Sí, mi cielo, sí vós sós el primero -confesaba la putita, con su voz melodiosa- con mis tetas.
Samara y Bruce estaban bañados de sudor. Samara chorreaba sudor, pero estaba decidida a probar la leche de Bruce una vez más, estaba determinada a hacerlo acabar con sus senos y se movió más rápido, Bruce gemía como si la estuviera follando, e incluso Samara jadeaba por el esfuerzo, muy excitada, contagiada del ardor de su marido, mascullando unos siseantes "Ssssíiii", ansiosa de ver el semen disparado, sintiendo la verga de Bruce temblar entre sus pechos
-¡Oh, puta, sí! -exclamó Samara, cuando el primer chorro de semen caliente se estrelló repentinamente contra su barbilla, otro más pringó el estómago de Bruce y Samara se inclinó para limpiar ese desastre con su ávida lengua, eso hizo que las demás descargas mancharan los pechos y el cuello de la joven.
Bruce rugía, incrédulo ante la magnitud de su corrida. Le pasó la pija por la cara a Samara, a quien también gustaba mucho ese acto. Bruce untó su propio semen en las tetazas de su negrita, la besó y le regó su lefa por todos lados, incluso por la cara, Samara estaba loca y fuera de sí
-Papi, papi yo quiero te quiero adentro amor mío
-Descuida, negra, de esta no te salvas
Samara y él rieron. Se besaron y se abrazaron. Samara casi se desmaya de placer con las cálidas y varoniles manos de Bruce deslizándose con total impunidad por todo su bello cuerpo. Estuvieron así, abrazados y besándose un rato, Bruce deseaba agarrar aire después del primer round. Samara, inquieta, besaba y lamía todo su rostro
-¿Te gusto, papacito, soy lo más rico que te has cogido?
-Me encantas, Samara, me vuelves loco
Samara rió de nuevo y siguieron chupeteándose las lenguas y tocándose. Samara se sobresaltó al darse cuenta que los gruesos dedos de Bruces iban haciendo presión en su delicado ano.
Bruce tendió a Samara, cuan larga era, y fue su turno de hincarse.
-¡Ay, puta, qué rico! -exclamó Samara, al retumbar su hermosísimo cuerpo cuando la ardiente lengua de Bruce dio un rudo sorbo de su vagina. Samara se retorció envuelta en llamas sexuales, nunca había sido devorada por una boca tan caliente y por una lengua tan enorme, Samara sudaba a raudales, se mordía los dedos, estaba en la gloria, su voz parecía el aullido de un alma en pena comprendió que, a pesar de sus juegos de lolita, debía rendirse a la experiencia de Bruce, ante la cual ella era una muñequita para satisfacerlo
-¡Oh, mi rey, oooohhh, sí, puta, sí, hazme tuya! -jadeaba ella, fuera de control. Bruce insertó su dedo medio en el recto de la mulatita, le fascinó sentir cómo se cerraba ese culo divino y apretaba su dedo de esa manera. Samara aulló, sorprendida, pero no hizo nada para detener a Bruce ella le había dicho que era su esclava, y debía pagar las consecuencias.
-Hoy sí, negra, te tocó el arroz con chancho -le anunció el enajenado Bruce. Samara, casi en trance, se dejó hacer y se arrodilló sobre el asiento, apoyando sus manos sobre el borde, viendo al vidrio trasero. Como pudo, Bruce se colocó tras ella.
-¡Mi amor, mi amor, te quiero sentir dentro de mí!
Bruce se abrazó al estrecho talle de Samara, y le pasó otro musculoso brazo alrededor del cuello. Samara abrió su boca al sentir una cosota monstruosa intentando perforarle el recto.
-¡Ggggaaaaaaaajjjhhh!
Bruce, resollando, pudo sentir su hinchado glande bien apretado en el esfínter de la temblorosa Samara, avanzó un poco más, pero su negra, en definitiva, tenía el culo demasiado tierno y socado, tal y como dijera aquél universitario.
-¿Cómo vas, negra? ¿Te duele? -le preguntó, algo decepcionado.
-Perdóname, Bruce, pero me vas a matar si sigues lo siento mucho
Bruce le dio de besitos en el cuello, y le susurró que no se preocupara, mientras se la sacaba con cuidado. El dolor de Samara duró poco, cuando un estallido de gloria se apoderó de ella, y Bruce la penetró por el coño.
-¿Ahora sí te gusta, verdad, negra pisona?
-¡Oh, sí! ¡Ooooohhh, ssssíiiii!!
Bruce logró metérsela toda, su concha era socada, pero fue divino el momento en que él y Samara fueron una sola carne. La joven temblaba y gimoteaba, Bruce empezó un lento mete y saca
-Dios mío, qué deli cia
-¿Es la más grande que has tenido, eh, putita? -le preguntó Bruce, sintiéndose en control de la situación, fascinado al sentir su pene acariciado por ese tibieza, bien sujeto del sinuoso torso de la morenita. Samara apenas logró asentir, gimiendo desenfrenadamente, apoyando la frente en el tablero, con lágrimas en sus ojos sonrió, estaba en la gloria, era lo más sabroso que le había sucedido. Bruce la penetró con locura
-¡Aaaaahhh aaaaahhh sí, sí, papi rico viólame, písame dame un hijo si querés! -mascullaba ella sin control. Bruce le acarició los muslos, y Samara se apoderó de su bamboleante escroto Bruce apoyó su cabeza sobre la de Samara, ella la giró y sus lenguas pudieron hacer contacto los cristales del trepidante vehículo se habían empañado ellos dos nadaban en sudor, el reducido espacio apestaba a sexo bestial
Bruce la embistió como nunca, los choques de sus carnes semejaban aplausos, Samara no se quejaba así desde que la desvirgaran y es que el largo palo de Bruce alcanzaba regiones que ningún otro hombre había allanado Samara gemía alocada, la estaban terminando de desflorar
-¡Te amo, negrita, te amo! -gritó Bruce, a punto de eyacular.
-¡Papi, te amo, te amo, te am .! -confesó ella también, pero algo sucedió.
Samara se quedó con sus ojos en blanco Bruce se la metió toda y muy dentro de ella, acabó, el ardiente semen quemó las entrañas de la joven, desencadenando un explosivo orgasmo que chorreó las entrepiernas de los dos.
Samara y Bruce se tendieron, bañados en sudor, exhaustos se besaban despacio, saboreándose Bruce la acariciaba con suma ternura, pensando que nunca iba a cansarse de tocar y gozar ese cuerpo
-Qué rico estuvo, amor -dijo ella, suavemente, en medio de los románticos besos.
-Sós el mejor polvo de mi vida -dijo Bruce. Ella sonrió y se apretó a él. Apoyó la cabeza sobre el amplio hombro de Bruce.
-Te quiero, Bruce. Lamento que no me hayas podido culiar
-Está bien, negrita, descuida. Pero me vas a prometer que no se lo vas a dar a nadie, tu culo será mío
Samara asintió contenta.
Eran casi las diez de la noche cuando llegaron a casa de Samara. Bruce le dio doscientos dólares y la besó al despedirse. Notó que cojeaba. Bruce pisó el acelerador y se marchó, meditando en todo lo ocurrido a lo largo de ese día. Al llegar, Nancy ya se había dormido. Bruce fue directo a su cama, rendido.
Lucifer veló por sus sueños
FIN