Samara (3)
Bruce coloca una cámara en el cuarto de Nancy, para ver lo que ella y Samara hacen cuando se encierran juntas.
SAMARA 3
Kleizer
"No es que los hombres seamos muy mentirosos, sino que
somos más artísticos de lo que creemos."
Federico Nietzsche
1
-Me confieso, padre, porque he pecado -dijo Bruce, suavemente, ante el confesionario.
-Siempre fuiste muy recto, hijo, pareces muy turbado -dijo la solemne voz del padre, a través de la rendija-, ¿en qué pecado has incurrido?
-Lujuria, padre con una menor de edad amiga de mi hija
El padre tardó varios segundos en responder:
-Satanás te ha atacado cuando menos lo esperabas, recuerda que las mujeres son sus aliadas
Bruce no supo que contestar, cabizbajo y contrito, pero sus pensamientos eran dominados sólo por Samara, con su piel de sensual chocolate, sus labios aterciopelados, su lengua tierna deslizándose por la virilidad de Bruce virilidad que pugnó por liberarse del pantalón al rememorar tales hazañas y luego las imágenes de su propia hija, la hermosísima Nancy, con su piel blanca como la leche, pegada a la piel oscura de Samara, gimiendo las dos, sudando, presas de incontrolables paroxismos de inefable placer Bruce sudaba recordándolo deseándolas
-Sería bueno que me trajeras a esa muchachita para velar por su evangelización -dijo entonces, el padre, con un tono de voz que a Bruce no le pareció muy espiritual.
2
A lo largo de la semana, Bruce notó que Nancy y Samara solían encerrarse juntas en el amplio dormitorio de aquélla. Bruce descubrió lo artístico que podía ser al momento de justificarse a sí mismo la colocación de esa cámara digital oculta en el cuarto de su hija sus dedos temblaron entonces al imaginar los maravillosos espectáculos a los que tendría acceso, como temblaban ahora, cuando, desde su oficina, tecleaba para abrir las imágenes pecaminosas
Tras él, el Maligno comentaba la diabólica creatividad de ese nuevo discípulo suyo, dispuesto a ver a su hija haciéndose de todo con su amiguita. Los demonios rieron y Bruce, poco a poco, cedió ante la tentación. La ventana se abrió, mostrando la habitación de Nancy, con su ancha cama cubierta con edredones rosados, cojines y decoraciones de ositos y corazones el morbo que tales adornos inspiraron al abnegado padre fue indescriptible.
Bruce había calculado que las adolescentes se encerraban juntas como a eso de las dos y media, y casi a esa hora, Samara y Nancy entraron. Venían del colegio, con sus camisas blancas y sus faldas cuadriculadas flotando alrededor de sus núbiles y rollizas piernas, Bruce se acarició el bulto descaradamente. Satán rió satisfecho.
Samara y Nancy venían platicando cosas de chiquillas, el audio no era muy bueno, pero el impulso animal en Bruce lo hizo teclear a velocidad luz para afinar un poco más el sonido. Se quedó helado al ver cómo la preciosa Samara acariciaba el rostro de Nancy y contempló a su amada hija sonrojándose, cerrando sus ojos y estremeciéndose ante esa caricia. Las chicas se quitaron sus camisas, quedando en camisetas sin mangas, cuyos escotes parecían a punto de reventar, especialmente el busto prominente de Samara.
-¡Qué desarrollados los tienes, me gustan mucho! -exclamó Nancy, quien abrazó a su morena amiga, hundiendo sin un ápice de pudor, su angelical rostro en medio de esos redondos y oscuros senos. Bruce jadeó y se bajó la cremallera, olvidando cualquier vínculo familiar y cualquier cosa escrita en libros absurdos de hace dos mil años él se iba a masturbar, observando a su hija haciendo cosas obscenas
Bruce se relamió los labios cuando las dos hermosas muchachas se besaron, sentadas en el borde de la cama, se abrazaron con ternura, sus labios y lenguas chasqueando audiblemente, acariciándose el cabello, y poco después, sin despegar sus hambrientas bocas, manosearse sus respectivos pechos ellas dos jadearon y se pusieron rojas, en especial Nancy
-Las dos tienen los melones muy sensibles, qué rico -pensó Bruce, hipnotizado por lo que veía, sin siquiera racionalizar que se estaba refiriendo a su propia hija.
Samara fue la primera en sacarse la camiseta, dejándose únicamente un sostén rosado a punto de explotar. Bruce se sintió desfallecer. Nancy zafó el sostén de su bella amante y de nuevo hundió su virginal rostro en medio de esos senos enormes, siendo envidiada -sin imaginarlo- por su padre Bruce se quedó boquiabierto, su vista clavada en los rosados y sensuales labios de su princesita Nancy, prensando los gruesos y sensitivos pezones de la gimoteante Samara, que abrazaba a su amante rubia y le daba besos en la cabeza
-Sí, Nancy, sí, ya aprendiste, qué rico me las estás mamando mi amor -susurraba Samara, extática, con sus ojitos cerrados. Las chicas se besaron de nuevo, esta vez de modo más frenético, lamiéndose mentones y mejillas, chupeteándose sus carnosos labios Bruce imaginó sólo por un instante el cielo de gloria que sería tener esas dos boquitas chupándole el mástil pero, de inmediato, se avergonzó de sí mismo al recordar que Nancy era su hija. Las muchachas se decían las mayores puercadas y el pene de Bruce seguí sólido como el hierro.
Ahora fue el turno de Nancy de quedarse con sus alabastrinos melones al aire. Samara los succionó con menor ternura, Nancy abrió su boca, casi gritando. Samara ascendía para besarle y lamerle el fino cuello, luego bajaba despacio, dando piquitos hasta apoderarse de los rosados pezones de la temblorosa Nancy
-¡Mi cielo, me tienes en la gloria, cariño mío! -exclamó, y Bruce sudó sangre al oírlo.
Las chicas se tendieron sobre la cama, Samara sobre Nancy, besándose con descomunal ardor, ora entrelazando sus locas lenguas ora dándose tiernos besitos sobre sus apetitosos labios
-Debo estar volviéndome loca -confesó Nancy, luego de succionarle el labio inferior a Samara.
-¿Por qué?
-Nunca imaginé que terminaría amándome con una mujer -y se fundieron en un ardiente beso. Bruce se pajeaba rápidamente. Samara descendió estimulando con sus manos y boca el delicado y escultural torso de Nancy, que se retorcía presa de esa avalancha de infernal placer Samara le desabrochó la falda cuadriculada, arrojándola al piso Samara apretó su boca y su nariz contra el sexo de Nancy, ella chilló sorprendida
-¿Querés que te coma la panochita, Nancy? -le preguntó Samara, con un timbre de voz digno de un súcubo, casi sin esperar el consentimiento de Nancy, porque ya le llevaba el blanco calzón por las rodillas la misma Nancy cooperó para deshacerse de la molesta ropa íntima.
Samara se zambulló entre aquellas piernas blancas y delineadas, su cabellera negra topando contra el dorado jardín en el vientre de Nancy, quien arqueó su espalda y rodeó con sus piernas la cabeza de su amante.
-¡Oh, Sami, oh, Sami! -gruñía Nancy, convertida en un animal, sacudiendo su cabeza, su rostro puro contraído en una máscara de impudicia y degeneración. Bruce se pajeó casi lastimándose.
Samara se deleitaba devorando ese saladito banquete, manoseando los esbeltos y hermosos muslos de Nancy, sobándole las nalgas y el abdomen. Nancy tenía su cara enrojecida, gimiendo, casi aullando, declarando amor infinito a Samara en medio de las pocas cochinadas que sabía. Bruce se quedó anonadado al escucharla hablar así. Y por un segundo, imaginó la indecible dicha de deslizar su grueso pene dentro de esa tierna vagina, de sentir esas pingues paredes aprisionando su palpitante miembro
Samara entonces, empezó a estimular con sus dedos el ano de Nancy, y Bruce supe que le estaba penetrando el trasero. Nancy quedó con sus ojos en blanco, mascullando que le dolía, pero Samara, ciertamente más perita en esas labores, comenzó a retorcer sus bronceados dedos dentro del recto de su angelical amante y Nancy tuvo que clavar sus uñas en el rosado edredón ante el inesperado vendaval de prohibido placer que la recorría por raudas oleadas desde su sensible culito
-¡Ah, Sama Samara, qué delicia, mi culo aaaahhh mi culo rico lo que me hacés aaaaahhhh mi vida, te adoro! -jadeaba Nancy sin control. Samara sonreía triunfal, al ver esa hermosa mujercita temblando de placer ante sus caricias, y siguió succionando sin piedad el tembloroso y virginal clítoris de la adolescente rubia.
Nancy alzó sus caderas, presionándolas contra el rostro de Samara, y Bruce, al mismo tiempo que su semen chorreaba la lujosa alfombra de su oficina, contempló los chorros que se deslizaban por las redondas y tiernas nalgas de su preciosa hija, así como de la fina barbilla de Samara Nancy cayó exhausta, resoplando como una fiera Samara se abrazó a ella y se besaron con ternura, susurrándose cosas bonitas, chupándose labios y lengua .
Bruce se recostó en su sillón, con su enrojecido miembro de fuera, aún resplandeciente de semen. "Dios, ¿qué me está pasando? Ahora me excito con mi propia hija " Se decía. "Siempre la has deseado, te encabrona la idea de que otro se la revuelque " dijo entonces, aquello que vivía en las más oscuras simas del alma de Bruce tras él, Luzbel asentía, complacido.
3
Samara y Nancy estuvieron un rato más, acariciándose y comiéndose a besos. Samara ya estaba desnuda igual que Nancy, y les gustaba sobarse pechos y nalgas. La esbelta y delicada figura de Nancy contrastaba contra la precoz exuberancia de la mulatita. El amiguito de Bruce empezaba a mostrar síntomas de una pronta resurrección.
En eso, Samara se bajó precipitadamente de la cama para registrar su mochila, Nancy se sentó, con ganas de seguir el rodeo. Samara sacó su celular, pero habló muy bajo, y Bruce no pudo escuchar lo que decía. Nancy se llevó sus manos a la boca y se ruborizó demasiado, y Samara, sin dejar de platicar, le hizo gestos para que se calmara.
Las chicas se vistieron con cortas faldas y provocativos tops. Salieron de la habitación. Bruce, algo decepcionado, se recostó de nuevo en el sillón, suspirando, agitado por la súbita y pecaminosa oleada de deseo que se apoderaba de él.
Bruce estuvo a punto de irse a atender unos clientes cuando vio que la puerta del cuarto de Nancy volvía a abrirse el corazón casi se le detuvo, Samara y Nancy venían con un chico, vestido con el uniforme de su colegio, un compañero de ellas, Bruce recordó su cara el tal Fernando, de quien hablaron la primera vez que las espió.
El chico, de cabello negro, no dejaba de sonreír, y no disimulaba sus aviesas miradas hacia los pechos y los firmes culos que tenía cerca de él. Platicaron y bromearon un rato Bruce, al verlos sacar unos libros de texto, se tranquilizó, creyó que al fin y al cabo iban a estudiar cometió el error de ir a buscar una taza de café para tranquilizarse.
Regresó como a la media hora. La alfombra impidió que la taza se hiciera pedazos en el piso. Se sentó de inmediato, sus ojos querían salírsele de las órbitas el tal Fernando estaba sentado al borde la cama, besando a Nancy, manoseándole los pechos desnudos y Samara, hincada ante él, por los movimientos de su cabeza, como un yoyo, no le quedó duda a Bruce, Samara le estaba chupando el pene a ese mocoso a Fernando le costaba besar y meterle mano a la ruborizada Nancy, la mamada de Samara parecía ser monumental
-¡Aaaahhh aaaahhh ! -gemía Fernando.
-¿Nunca te la habían soplado, mi amor? -le preguntó Samara, coqueta, pajeándole el miembro mientras no estaba dentro de su boquita. Fernando se llevó una mano a la frente cuando Samara volvió a engullirle el miembro, y Nancy, sonriendo, le desabotonó la camisa Bruce miraba incrédulo a su hija totalmente emputecida por esa malvada de Samara recordó las palabras del sacerdote las mujeres son eternas aliadas de Satanás
Las succiones de Samara resonaban por toda la habitación. Fernando gemía y Nancy le manoseaba el delgado torso desnudo, besándole el cuello, a duras penas, Fernando lograba besarla de cuando en cuando. Entonces, Samara se sentó al lado del joven, sin soltarle el esbelto y tieso órgano. Samara asomó su lengua de entre sus dientes y Fernando entendió el mensaje, fundiéndose en un lascivo beso con la lolita del infierno. Nancy siguió dándole besos en el cuello y en el hombro, pero la mano de Samara que aferraba el erecto pene buscó la blanca mano de Nancy Bruce se inclinó hasta que su cara casi pegó con el monitor y con un entrecortado suspiro, atestiguó la alabastrina mano de su princesita cerrándose en torno de la pija de ese muchacho Samara la alentó a pajearlo y, tímida y lentamente, Nancy, más ruborizada que nunca, empezó a subir y bajar su tierna mano por ese cilindro de carne
Samara acarició el rostro de Nancy y lo atrajo al suyo se besaron ante el sorprendido Fernando, se besaron furiosamente, restallando sus lenguas, chorreando saliva de las comisuras de su delicadas boquitas Fernando las abrazó y atravesó esos labios con su lengua, envolviéndose en un alucinante beso triple Bruce se sorprendió a sí mismo relamiéndose las manos recorrían los cuerpos, Fernando buscaba desabrochar las minifaldas de las putitas que tenía a su disposición, pero las perras, hambrientas de sexo, se sacaron la ropita ante la torpeza y lentitud del joven luego, casi por arte de magia, hicieron desaparecer el pantalón de Fernando se besaron, Fernando perdió todo temor y manoseaba los pechos y nalgas de las gimoteantes jovencitas les chupaba sus lenguas y ellas se disputaban la suya, todos succionaron los pezones de todos
-Vamos, Nancy, es hora de practicar -dijo Samara, sobando la verga del joven. Bruce adivinó lo que se proponía enseñar a su pura y casta Nancy cómo dar sexo oral a un hombre su mano tembló, una voz en su interior le conminó a llamar a su casa e impedir esa locura, pero, de nuevo, aquella presencia diabólica, aquél mal interno, se interpuso y congeló sus impulsos de rectitud Tú quieres ver, depravado, se te hace agua la boca y lo sabes, perteneces a la legión del mal, a la hueste de aquél que reina en el Averno
Samara se inclinó y convidó fugaces lametones al enrojecido e hinchado glande de Fernando. Este aulló y arrugó su cara; Nancy, aún titubeante, paulatinamente, fue inclinándose, hasta que sus rosados y finos labios estuvieron a milímetros de ese hongo brillante de jugo seminal y de la saliva de Samara Nancy lo sujetó y Samara, con sus ojos brillando de lujuria, aguardó el momento Bruce, con el corazón en la garganta y su diestra aferrando su verga, contempló la aterciopelada lengua de su hija hacer contacto con ese pene y lamerlo como si se tratara de un helado Nancy empezó a hacerlo más rápido, a medida que iba gustándole el pecaminoso sabor, y le dio el primer beso sonrió, repartió más lametones Samara se arrodilló por su lado, para besuquear y lamer la parte posterior de la palpitante verga Fernando yacía acostado con sus manos sobre su cara, chillando de placer Samara y Nancy besaron y lamieron el glande, sus lenguas se encontraban y se reían contentas
-Trágatela, Nancy -la invitó Samara.
Nancy la besó una vez más, y abrió su boquita Bruce contuvo su respiración el capullo de Fernando desapareció dentro de las fauces de Nancy, Samara sonrió y aplaudió contenta. Nancy aferró esa carne, chupando y saboreando el glande, como queriendo derretirlo dentro de su cálida boca
-¡Aaaaahhh, par de putas, me están matando! -gimió Fernando. Ellas se carcajearon. Nancy pajeaba el miembro, moviendo su cabeza de arriba abajo, encontrando su ritmo, descubriendo lo mucho que le gustaba tener una de esas entre sus labios Samara introdujo su lengua en la oreja de la bella rubia y a veces lamía y mordisqueaba la parte de verga que Nancy se veía incapaz de tragarse
Bruce acabó de nuevo, mitad iracundo, mitad presa de un morbo y de una lujuria sólo parangonables a cómo tales "vicios" son descritos por los sacerdotes en sus misas. Las chicas alzaron esa pija y cada una de ellas chupó un testículo, al principio, Nancy lo hizo con asco, pero, segundos después, le gustó y chupó su guevo como si le pagaran para ello Fernando presentó las primeras convulsiones, Samara le pajeó el pene, y Nancy engulló su glande, ella se sobresaltó cuando ese raro sabor le anegó la boca, y Bruce se declaró seguidor absoluto de la diosa Lujuria cuando vio el semen chorreando el cincelado mentón de su hermosísima hija, más aún cuando Samara la besó para limpiarle la leche varonil de la cara, y luego, limpiaron con sus bien dispuestas lenguas, el miembro del joven virgen.
Bruce se recostó sobre su sillón, sudando, envidiando a ese maldito Fernando yo también quiero, lo merezco se dijo eso es, Bruce, eso es, tu hija está buenísima y quieres darle, tú la criaste y le das de comer, ¿y permitirás que se la revuelque otro? Bruce suspiró, a punto de llorar abrió su gaveta y vió su biblia, pero se abstuvo de tocarla, convencido que le quemaría las manos
Samara y Nancy debían ser suyas el Demonio rió sobre su trono de cráneos cuando Bruce cerró la gaveta, meditando cómo poseería a Samara y lo que iba a hacerle cuando estuviera a su merced
FIN