Samara 12

La colegiala suspiraba y sonreía. El hombre y la adolescente se besaban y se veían con ojos relucientes del más puro y primitivo deseo.

SAMARA 12

Kleizer

(Dedicado a Nadia Romina, por su apoyo y ánimos)

Samara descendió apresuradamente por las gradas de su casa, contenta, radiante, con su celular en la mano, en busca de su madre, Yadira. Samara iba vestida únicamente con un apretado biker morado, un top blanco hueso y calcetines de un color rosado tenue, además de sus aretes, anillos, collar y demás adornos. Esas prendas hacían resaltar más su piel acanelada, café con leche, y no digamos sus impresionantes curvas. El top anudado sobre el ombligo apretaba de modo sensual sus redondos y exuberantes pechos. Sus caderas redondas y perfectas recortadas con la ropita morada. En la sala, acomodado sobre un sofá, Franklin, el nuevo amante de Yadira, se quedó de piedra admirando a la hija de su novia.

Samara no mostró signo alguno de percibir a Franklin en las cercanías y entró a la cocina, donde se encontró con su madre, que alguna vez había ostentado un cuerpo tan espectacular como el de su hija menor, pero que de su incipiente cuarta década, aún podían notarse rastros de ese cuerpo divino, como sus impresionantes caderas, nalgas y pechos, tan generosos, que disimulaban el grosor que la edad recarga sobre la cintura y derredores; su piel es más oscura que la de Samara.

-¡Bruce volvió a llamarme, quiere verme hoy! –le anunció Samara, mostrándole la llamada de Bruce.

-Qué bueno que te volvió a llamar, sabía que ese hombre no iba a olvidarte fácilmente, te he adiestrado bien –dijo Yadira, contenta a su vez, arreglándose sus trenzas.

Samara regresó a su habitación, ignorando totalmente a Franklin, la última adquisición de su lujuriosa madre. Este era un sujeto de brazos tatuados, de musculatura más o menos marcada, que casi siempre andaba usando gafas oscuras, incluso dentro de la casa. Franklin siguió con su mirada el trepidante trasero de Samara mientras se balanceaba de un lado a otro mientras ascendía por las gradas.

Tres horas después, Samara ingresaba a un lujoso hotel en el centro de la ciudad. Vestía un buso gris, tenis y gorra, debía disimular su edad. Los recepcionistas del lugar no se molestaron en preguntar quién era ni para dónde iba. Samara comprendió que ese hotel era frecuentado por escorts o “prepago”, como ella. Y seguramente, no sería la primera vez ni la última que verían pasar una menor de edad. Entró al elevador, presionó el botón y subió al piso convenido.

Envió un mensaje de texto a Bruce, y segundos después, al salir del elevador, caminó por el pasillo y Bruce la esperaba en el umbral de la habitación. El rostro del empresario se iluminó cuando vio a Samara. Ella sonrió también.

-¿Cómo estás, Samara? –la saludó él. Se dieron un fugaz beso de labios y ambos entraron al dormitorio.

Apenas se hubo cerrado la puerta, Bruce se apoderó de la voluptuosa adolescente de piel de canela, le quitó la gorra, dejándola caer al piso, y la besó con hambre, metiéndole la lengua en lo más profundo de su boca. Samara correspondió como sabía que a Bruce le gustaba, quitándole el saco, pasando sus manos sobre el cabello entrecano de su maduro amante. Bruce bajó la cremallera del buso de Samara, debajo del cual, la audaz colegiala únicamente vestía un sostén rosado, de los que daban realce al busto, proporcionado a Bruce una visión gloriosa de los senos de la jovencita.

Samara dejó caer la chaqueta del buso alrededor de sus pies, quedándose de pie ante su amante, su pecho sinuoso desnudo, a excepción del sostén, de varios brazaletes de colores en su muñeca izquierda y un reloj dorado en su diestra. Aretes plateados y un collar también plateado.

-Me tenías abandonada, creí que te habías olvidado de mí –le reprochó Samara, felinamente, mientras sujetaba una mano de Bruce con las suyas y se la rozaba por las labios y mejillas.

-¿Cómo crees que podía olvidarme de ti? –dijo Bruce. Acto seguido, la aferró de sus glúteos maravillosos y la alzó. Samara se sujetó de Bruce, rodeándole el grueso cuello con sus brazos delicados y se besaron apasionadamente, eran amantes que tenían un par de semanas de no verse. Bruce le apretaba las nalgas y Samara mugía mientras besaba a su macho por excelencia.

Bruce depositó a Samara en el piso. Ella lo tomó de la mano y fueron hacia la cama matrimonial. En una mesita había comida refinada y dos botellas de vino blanco una y de vino tinto la otra.

-¿Piensas darle alcohol a una menor de edad, amor? –le preguntó Samara, sonriendo, mientras se deshacía de los tenis y luego se inclinaba para sacarse el pantalón del buso, convidando a Bruce con una magnífica vista de sus nalgas redondas, exuberantes, casi perfectas. Cuando se incorporó, sólo sus dos piezas de lencería rosadas impedían la total desnudez de Samara. Ella comprobó orgullosa, el creciente bulto en el pantalón de su amado.

Bruce se desnudó a su vez, descubriendo su cuerpo esbelto, bien conservado, su torso y estómago planos y velludos, brazos robustos y también velludos, así como sus piernas, que lucían los beneficios de jugar alguna que otra partida de fútbol consuetudinariamente.

Samara se acostó en la cama y Bruce se tendió a su lado, y sin poder aguantarse más, empezó el recorrido de sus manos sobre toda la curvatura de Samara. La colegiala suspiraba y sonreía. El hombre y la adolescente se besaban y se veían con ojos relucientes del más puro y primitivo deseo. Cuando Bruce se deshizo del molesto sostén, se apoderó de los tiesos pezones de la muchacha y los chupó con delicadeza, mientras sobaba el pezón que no atendía con su boca. Samara se mordía un dedo mientras gemía, sus ojos entreabiertos.

Bruce introdujo una cálida mano dentro del matapasiones de Samara, y con sus dedos estimuló la rajita de la joven. Samara jadeaba e iba calentándose vertiginosamente, siempre le encantó la manera en que Bruce la tocaba y la manipulaba. Bruce se arrodilló ante su dulce novia de chocolate, la despojó de su última prenda, alzó sus caderas y hundió su boca en el sexo de Samara. Entonces dieron inicio los lloriqueos de la muchacha. Samara cerraba sus ojos y clavaba sus uñas en las almohadas, en el colchón y a veces acariciaba la cabeza de Bruce.

-¡Ay, sí, qué rico, cómeme toda! –exclamaba Samara. Bruce introducía su lengua en la vagina de Samara, que parecía succionar el gusto del empresario, le chupaba el clítoris o lo acariciaba con sus labios, su larga lengua a veces remojaba el asterisco de la muchacha, lo que le causaba violentos espasmos. Bruce también besaba las caras interiores de los muslos espectaculares de Samara, el roce de su barba de un día parecía retrotraer a la colegiala a un estado bestial.

-¡Ay, sí, papi! –aulló Samara, cuando Bruce le metió un dedo en el culo sin dejar de comerle la concha empapada. Le complació sentirlo tan apretado, pues tenía pensado rompérselo de nuevo esa noche. Bruce se quitó su bóxer y dejó que Samara contemplara su verga tiesa, venosa, sin duda, la más larga que Samara ha tenido.

Bruce se acostó al lado de aquella apsara. Samara supo lo que su hombre esperaba de ella, y ni corta ni perezosa, aferró el pene endurecido de su amante y se lo metió a la boca. Bruce suspiró, excitándose mucho al ver el hermoso como concupiscente rostro de la colegiala. Samara se arrodilló en medio de las piernas velludas de Bruce. Reanudó su felación, viendo a los ojos a Bruce. Poco a poco, Samara iba tragando más verga, la escupía, rezumaba chorros de saliva por toda la longitud de ese mástil de carne, a veces dejaba caer un hilillo de saliva sobre el glande de Bruce. Luego sujetó la pija con ambas manos para masajearla, pajearla, mientras su boca aviesa se dedicaba a complacer el glande de Bruce.

-Ni las putas de la calle me la chupan como vos, tesoro –le dijo él, suspirando como león satisfecho.

-¿Te gusta que yo sea tu puta? –le preguntó Samara, en un instante en que su boca se vio libre de la carne que estaba devorando con sumo placer. Luego usó sus senos de ensueño para atrapar entre ellos la pinga de su amante, deshojando ese tieso habano, a veces lamiéndole la punta. Cuando Bruce la tomó de los brazos, Samara supo que el semental estaba listo para ser cabalgado.

Samara se colocó a horcajadas sobre Bruce y tomó el pene para apuntarlo a su vagina, dejándose caer despacio, Bruce llenándola poco a poco. “Qué delicia, mi amor”, dijo ella cuando media verga había desaparecido en su coño. “¡Ay, baby, me encanta!”, exclamó cuando su carne de canela se adhirió al vientre de Bruce, toda su virilidad engullida por la vagina de Sanara.

La precoz colegiala empezó a subir y bajar lentamente, deslizándose a lo largo de esa polla que la enloquecía, sus suspiros y jadeos tornándose más ruidosos e intensos. Bruce veía extasiado, el cuerpo joven y perfecto de Samara, sus medidas exuberantes, sus pechos que ascendían y descendían con mayor velocidad, chocando entre ellos, las manos de Samara bien aferradas en las de Bruce. Cuando ella se alzaba, Bruce era capaz de ver su duro pene bien prensado por la vagina de Samara, resplandeciente de saliva y jugos sexuales. Los lloriqueos de la muchacha calentaban de sobremanera a Bruce, quien la atrajo contra él, abrazándola. Samara lo besó y Bruce comenzó a puyarla sin piedad alguna. Samara se quejaba y aullaba, sus alientos cruzándose, mezclándose. Bruce apretó contra su pecho a Samara, embistiéndola con toda la furia acumulada de varias semanas. Samara chillaba como si estuviera siendo torturada en el potro, mientras los jugos de sus orgasmos lubricaban aún más el estilete con el que estaba siendo apuñalada.

-Qué buena que estás –le dijo Bruce, mientras se la cogía.

-¡Papi, papi, qué rica tu pinga, seguí pisándome! –gruñó ella, cuando se incorporó y posó sus manos sobre el pecho de Bruce. La muchacha volvió a tomar la iniciativa y sus caderas bombearon el pene de Bruce. El macho de Samara se quejó a su vez, arqueando su espalda; el hombre y la jovencita aullaron al unísono cuando aconteció la explosión orgásmica en lo más recóndito de Samara; ella se quedó inmóvil, sus ojos con mirada perdida, embargada por la sensación de aquél calor súbito rebullendo de vida en su interior.

Samara y Bruce permanecieron abrazados, empiernados, sudorosos, besándose y acariciándose, resoplando, felices, las manos del hombre recorriendo el cuerpo trémulo y caliente de la estudiante de secundaria.

Una media hora más tarde, la fogosa pareja departían en la bañera de la suite. Bruce le servía vino tinto a Samara, en una copa de cristal, y la invitó a probar los mejillones y otros bocadillos fufurufos. A veces Samara contenía el vino en su boca y se lo daba a Bruce. Cuando él le daba algún bocadillo, Samara no se olvidaba de chuparle el o los dedos. Jugaron y se rieron como recién casados.

-Estás algo pensativa, Samara –quiso saber Bruce.

Ella sonrió, desvió la mirada, y luego contestó: Bueno, me quedé impresionada por tu acabado adentro de mí.

-¿Te asusta que tengamos un hijo?

-No lo había pensado, ¿realmente se te ha ocurrido tener un hijo conmigo?

-Siempre quise un hijo varón, pero estás muy joven, además quiero gozarte por mucho tiempo –le dijo, y la besó antes de que Samara pudiera responder. Mientras Bruce la manoseaba por debajo de la espuma, Samara pensó que su madre aplaudiría la idea de darle un hijo a Bruce, para amarrar la riqueza de los Mitchell, o al menos la cuota correspondiente al hijo hipotético de Bruce y Samara, “que también sería hermano o hermana de Nancy”, pensó Samara antes de rendirse a las caricias de su amante.

Se besaban, Bruce travesaba a Samara y ella le apretaba el pene, duro de nuevo. Samara se sumergió un momento para mamárselo, para los dos fue la primera mamada submarina. Cuando Samara emergía, Bruce la besaba. Samara repitió la operación varias veces. Luego salieron de la bañera y Bruce la secó ligeramente.

Hicieron el 69 sobre la alfombra; Samara succionaba emocionada la tiesa pinga de su macho, mientras que Bruce, agarrando bien las nalgas chocolatadas de la colegiala, hundía su lengua en su sensitiva vagina; los dos mugían de placer y en un momento dado, iniciaron una competencia para hacer acabar al otro. Samara usaba sus dos manos para pajear el grueso miembro de Bruce, chupando el hongo como si se le fuera el alma en ello, en tanto que Bruce, metiéndole dos dedos en el culo y prensando entre sus labios el tembloroso clítoris la estaba volviendo loca. Samara gritó cuando sus jugos inundaron la cara de Bruce, toda ella estremeciéndose, saboreando el orgasmo que aquél hombre acababa de brindarle sólo con su boca.

Bruce la tomó de su brazo y la empujó boca abajo en la cama. Pronto, Samara suspiró contenta al sentir las manos de su hombre untándole el gélido lubricante en sus nalgas, metiéndole dedos en el recto, preparándolo para la acometida. Samara gateó al interior de la cama y se mantuvo a cuatro patas, dejando su redondo y reluciente trasero bien parado y a merced de cualquier cochinada que Bruce tuviera en mente para ella. Bruce se embadurnó el pétreo pene con lubricante, se hincó detrás de Samara, la tomó de su fina cintura y apoyó su hongo contra el asterisco de la muchacha. Samara se estremeció.

-Hazlo despacio, baby, porfa –le pidió Samara, tocándole una mano.

Bruce empujó y su glande desapareció al instante en el culo de Samara. Ella jadeó y por eternos segundos, sintió cada vena, cada centímetro de pija que su ano iba devorando, hasta que el vientre velludo de Bruce se topó con sus nalgas, su escroto bamboleando, rozando sus labios vaginales. Samara se sentía empalada, bueno, de hecho lo estaba, pero no al estilo de Vlad, sino al estilo de Bruce, el enculador. Bruce empezó el mete saca, Samara solamente siseaba hasta que, a medida que los choques de las carnes, semejantes a aplausos, iba aumentando en ritmo y potencia, ella gemía y lloriqueaba, realmente estaba disfrutando esa sesión de sodomía.

-¿Te gusta, putita mía?

-¡Me encanta, mi toro, me encanta, seguí dándome por el culo!

Bruce se agarraba de los glúteos de Samara, que no le cabían en una mano, y embestía con viril fuerza, diciéndole toda sarta de obscenidades y groserías a su joven amante, quien tampoco se quedaba corta en insultos. Bruce se inclinó sobre ella para apoderarse de sus senos y masajeárselos con sus manos aún oleosas. La penetración se tornó más lenta pero los amantes podían besarse y Samara pudo sujetarse de las nalgas de Bruce, quien a su vez bajó una mano para jugar con el clítoris de la muchacha mientras seguía enculándola. Samara pareció caer en trance, con su recto lleno de verga y ahora una mano cálida, varonil y experimentada estimulándole su sexo.

Bruce acostó a Samara boca arriba, abrió sus piernas y pasó sus robustos brazos debajo de ellas, y volvió a metérsela en el culo. Samara se quejó pero Bruce la silenció besándola, y en esa posesión se convirtió en una máquina sodomizadora, causando que Samara llorase de placer, anegando nuevamente su entrepierna, temblando su cuerpo espléndido, Bruce le sacó la verga y eyaculó sobre los senos y el rostro de Samara, quien extendió su lengua para paladear nuevamente la leche de su toro.

Como era noche de viernes, y Samara no tenía clases los sábados ni Bruce tenía trabajo pendiente, pasaron la noche juntos. Bruce le obsequió varios vestidos y joyas. Samara bebió un poco más de la cuenta y se durmió en brazos de Bruce. Al amanecer, y aprovechando la erección matutina del hombre, Samara supo agradecerle sus regalos. Le faltaban cuatro meses para cumplir los dieciocho años.